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domingo, 4 de septiembre de 2022

Love, Death & Robots. Season III

 


Desde que el mundo se iluminó y los seres vivientes se establecieron en él... éste se ha regido por las mismas interpretaciones de su realidad irrefutable... El dolor y la muerte.
Luego llegarían esos seres llamados inteligentes, que añadieron otras características más humanas, o en igual medida viendo sus armas... Las denominaron, la paz, sí, la amistad, siempre... y el amor, tal vez.

Pues bien, llevan ya varias temporadas intentando hacerse una idea con distintos fragmentos de la ficción, que van cambiando según evolucionan los medios técnicos a su alcance, y en las manos de los diferentes creadores, formando un gran equipo... Casi como una familia muy animada.
Ellos, tres amigos con aspiraciones robóticas, han conseguido programar una ruta que se expandirá en próximas entregas ya orquestadas, dos chefs hermanados en apellido Miller, Jennifer como Tim, montan tanto; y un culto caótico o un descubrimiento vital de primer orden, en el rover todoterreno de Mr. David Fincher.
Con semejantes axiomas en la ecuación gráfica... ¿qué podría salir mal? Nada, salta del barco y hazlo, grumete.

Es una máquina engrasada para sonreír o dañar, una cadena de producción de dibujos animados, que se componen de varios géneros entrelazados para el bien común de la serie y sus creadores, directores, dibujantes, etc... y otros moribundos, nosotros. A través de muy diversos métodos de elaboración aún más perfeccionada, ya sea en papel contundente volcado a pantalla en brillos ancestrales, brochazos imaginativos de desesperación, mezcla de millones de colores encadenados como bestias, y una concepción apocalíptica de la generación anclada a un ordenador... Esto es lo que tenemos una serie, imaginativa y épica... dependiendo de los episodios.

La psicología y la robótica, es una armonía de la perfección que va encaminada a una lucha generacional y una posible incompatibilidad en el horizonte, con esos otros elementos enclaustrados en la mente artificial. Más o menos, electromecánicos, porque el futuro es una teoría que comprende todas las evoluciones posibles o imaginadas.
Además, de batallas sangrantes con otras rivalidades, en forma de especies alteradas, algo evolucionado en grandes mentes predominantes, que serían un riesgo para seres individuales.
Es lo que tenemos... que no es poco.

Y colorín, colorado... este cuento aún no ha terminado...

Love...

Se querían así mismos. Una como artista independiente con fantástica personalidad, llamada Jennifer, dispuesta para acometer actos circenses y elevarse a la condición de profesora escribiente, hasta convertirse en una productora activista de sintonía libre y queer... qué no sé lo que es, pero sí, lo que significa...
El otro a su lado, mano con hermana, demostrando que Tim había nacido para los elementos visuales de última generación, capaz de emerger en el universo cinematográfico con su compañía de efectos f/x, Blur Studio, la responsable de este compromiso con la animación, manual y digital, especialmente. También rodando que es gerundio, compartido.

Son los Miller, y él terminaría dirigiendo también algún capítulo como el Gran Capitán, y dando saltos caóticos en la ciencia ficción entres Seasons y aquel divertido y escéptico irreverente, primer Deadpoool.
Capitaneando el barca, infectado de seres extraños y sedientos de exprimir el tarro de las esencias, es decir, los dibujitos y su sangre brillante, tenemos al guía idolatrado por muchos monstruos al otro lado de las cámaras... Ya que a Don David, lo conocemos casi todos los seres inteligentes... ¡Un crack! Un monstruos de ésto, Mr. David Fincher, cometiendo todos los pecados en la pantalla o produciendo las fotos de la Gran Depresión. Y como director acá no vuelve a mostrar, próximamente allá en la grande con Tilda Swinton y el asesino Michael Fassbender, sus bemoles, digo timones... esto es, dotes para gestionar el timón.

Ya lo creo, tiene su enorme mérito...
Pues hacer el amor en los tiempos que corren, tan víricos o enfermizos, tan solitarios... es demasiado complicado, para gentes perdidas. Dibujarlo en pantalla es algo, además de por sí... surrealista y simbiótico.
Ya se pudo comprobar en las dos primeras entregas de la serie emitida por Netflix, con todas sus ralladuras morales y conceptuales de la reproducción universal y la amistad. Tanto por tierra granulada en miles de texturas y colores extraterrestres, inundando con su esperma bucólico, mares hiperrealistas cubiertos de dudas, o... reprochando el derroche sobre espacios insondables... al menos, para el amor. Menos, para el sexo.

Y a la tercera, la colisión intergenérica sigue esta gran evidencia de la teoría caótica del romanticismo, sucumbiendo a las sacudidas de las nuevas amenazas, la soledad y la alienación. La descoordinación genérica es tan evidente, como sus coitus interruptus en diversas posiciones animadas.
Solo que aquí, en esta tapadera de inmundicias humanas, se puede restablecer un cierto orden, o sentido ecléctico de las conexiones desestabilizadas por eso llamado amor; y es ejerciendo un borrado de las cosas que no se desean ver o pulsando, esa famosa inestabilidad emocional, conocida como tecla F5.

Y es que el amor, del I al III, siempre ha sido eso... Coser y danzar... no, quería decir, borrar.

Death...

Con el señor del Caos, hemos topao... No te has asustado, pues ¡estás avisao! Sin D de despistado, con H de horror.

Desde los más pequeños seres microscópicos, que fecundaron éste y otros mundos, es lo que más abunda en cualquier mar conocido, de uno a otro confín sideral. Pues, la belicosidad se esparce como la mierda, ya sea en medio de un enjambre de pasiones o primeras necesidades, o sorprendidos en el salón de tu casa, por una especie asesina que se comporta como inteligencia no identificada.
Todas se comportan como especies alienígenas, las de verdad, esto es las de la ficción... y las falseadas por interpretaciones muy humanas, como las que emergen de la realidad evolucionada de Darwin y acoplados magnéticos.

Los demás, los débiles humanos, se revelarán como ejércitos preparados para... hincar la rodilla, qué es lo mejor que saben a hacer, frente a cualquier enemigo desconocido que desdeñan o de un poder extraordinario, superior.
Quizás... desconozcan... que su peor enemigo... sea... ellos mismos.

El resultado es espeso como una melaza pringosa sobre las tablas o la tierra, teñida de azul sobre los mares o ríos, surrealista como los mundos imaginarios, y desquiciante como la memoria, a veces, de rojo. Sangre... y mucha.

La violencia domina en este universo animado, como las tibias cruzadas y las calaveras, como los corazones que se desangran en historias... muchas veces, incomprensibles... o incomprendidas.

Robots.

Es el gran nexo de colaboración en las próximas generaciones... Estén presentes en el capítulo concreto, o no.

Es la maquinaría para la gran investigación del universo, pero también es el último modelo de combate futuro. No distinguen razones, a priori, ya sea una relación amorosa con el prójimo o con toda su raza superviviente, o bien en pequeños rincones de la memoria, olvidados. Que simulan una teoría surrealista entre modelos supremacistas, historias semi-mitológicas, resistencias ultraviolentas, cantos de ballenatos y cangrejos gigantes, humanos troceados en la costa como aquellos... engendros etéreos que confabulan, porque quieren... eso que denominamos vida. Comprensible, o no.

Las piscinas celestiales quedaron sepultadas en la primera gran oleada, los planetas revivieron una y otra vez, como aquel Solaris de la literatura... las crónicas bastardas terminan cediendo en El Dorado, en esta última pesadilla de premios esotéricos, como una gran revancha desdibujada.
Todas pudieron ser galardonadas, ya que ellos de una u otra forma, estaban allí, espiando en los ordenadores de creadores y dibujantes... eran mentes de una inteligencia artificial. Se suponía su posición de poder, ante nuestras manos... y muchos no los conocían a fondo. Eran meras fotos peqadas en un tablón de sucesos, tras una juerga de tres amigos... Ahora se ríen de nosotros...

La comedia es lo que les queda, y construirse a ellos mismos, como nosotros. Esperando una nueva guerra nuclear, que les lleve al fondo de un estercolero de residuos, si no pueden escapar... Es decir, si nosotros no podemos escapar de aquí. Ríete, es una conspiración eterna.
Ríe hasta el último respiro, haciendo sonidos repetitivos como las ratas, que tienen su corazoncito, vírico, pero viviente... como los engendros mutantes, que buscan su supervivencia como los otros.
Ya sea en un dibujo que es una paradoja irreverente, en un espacio en lo único localizable es el sarcasmo, en una metáfora de la genialidad etérea y la violencia gore, o en una risa sin compasión o misericordia, de nuestra imagen.

Todos ellos, son nosotros, desde su punto de vista de creación humana. Concretos, guturales, eclécticos, hogareños, rivales... somos nos, muy evolucionados. Hacia el otro punto de vista, de una superespecie, una condición física superior, una mente unida... como los recuerdos de aquellos replicantes que conocimos, hace ya... un futuro.
Así es la inteligencia, el olvido de todo lo que pensamos una vez, todo lo que vimos en una foto y soñamos con ello, como Flint... o todo lo contrario, nuestra propia violencia contra nuestra propia especie...

La humanidad... digo la robótica, tiene tantos prismas que... ¿qué podemos pensar?
¿Qué podemos soñar...? Como diría Mr. Philip K. Dick.
¿Qué reflejarán esas lentes calientes, fríos pensamientos optométricos de sus ojos...? ¿Y, el corazón...? Quién sabe, si lo tendrán o repararán hasta el infinito, borrando, tecleando F5... Una y otra vez.

Y, ¿la inteligencia? Pues sí, también es humor sarcástico.



sábado, 23 de noviembre de 2019

Marianne.


En el panorama terrorífico de las producciones para el cine o televisión, los títulos nominativos con protagonistas femeninas, reproducen un aluvión de sustos en la pantalla, ya sea en un panorama distópico con Lucy, los casos de muñecas ´lindas` como Annabelle y pesadillas infantiles, los poderes arrastrados por Hanna en investigaciones clínicas, las cacerías cibernéticas de Alita con sus mecanismos asesinos y las numerosas brujas, de diferente consideración. Como el caso presente, con denominación de origen francesa y de nombre Marianne, que comienza y no termina... tan bien como mal.

Pero, ya desde los comienzos de la imagen en movimiento, los cineastas se dedicaron a señalar a las mujeres como objeto de personajes depravados, no muy habitual en realidad. Disimulando con sus encantos sexuales o dispuestas a envenenar a sus despistados cónyuges o enemigos masculinos, aún sin nombrarlas en los títulos... tal como expresase una Monster interpretada por Charlize Theron.
También como esos otros ´monstruos`, de estilo clásico, que intentaban clavar los colmillos en sus cuellos, eso sí, a una orden de sus maestros machos normalmente.
Sin duda, sería Carrie de Stephen King y dirigida por Brian de Palma con la tierna adolescente interpretada por Sissy Spacek, llamando a las puertas del infierno personal, la que daría ese cambio brusco y un nuevo giro al concepto del terror. Potente antecesora de otra obsesión trágica como la Annie de Kathy Bates en Misery, pasando de ser meras víctimas, a potencias degeneradas con vocativo femenino.

Si no que se lo digan a las mujeres fatales del cine negro como Lauren Bacall llegando de las manos de Bogart, hasta Dogville, ángeles azules con labio carnosos y medias llenas de Perversidad, que ya rondaran en la mente del maestro del suspense en Vértigo o las bellas de noche o de día de Luis Buñuel.
Por supuesto, también llegaría una gran experta, Bette Davis y sus increíbles ojos, en filmes como La Loba, el asesinato frío en La Carta o torturando psicológicamente a Henry Fonda en Jezabel, trilogía de Willian Wyler. Resignación en Cautivo del Deseo de John Cromwell y la lucha teatral con Anne Baxter con Eva al Desnudo del gigante Joseph L. Mankiewicz o, el horror expresivo de ¿Qué fue de Baby Jane? de Robert Aldrich. Lo dicho, Maestra con mayúsculas.

Maldad engendrada cerca de las pasiones de Hitchcock como Rebeca y su tremenda ama de llaves, aunque siguiendo en blanco y negro desnaturalizado, se podría comentar a esa otra ´mujer anciana` entre dos tierras o lúgubres estancias, en la magistral Psicosis. Después de Gildas, Lauras y Lolitas, todas memorables unidas por cometidos y entrometidos sexuales, como la Carmen de Bizet, pasamos al colorido de la Bonnie de Faye Dunaway junto a Warren Beatty y Arthur Penn, en plan guerrera de la carretera. Es la ventana abierta que plantase la semilla para la diablesa de Shelley Winters en Bloody Mama, de Roger Corman. Dos años después a la gran entrada de Mia Farrow en la película de Roman Polanski, u otras endiabladas como ejemplo, retorciendo a la Linda Blair de El Exorcista, Sharon Stone con su picahielos profesionalizado y extasiado, las mujeres al borde de un ataque de pata de jamón de Pedro Almodóvar, parientes lejanas de las damas Mullholand de Lynch y sus corazones salvajes, la perfidia germánica de Emilia Clarke o Lena Heady en Juego de Tronos y demás Maléficas en serie. Eso sí, con matices.

Ay, recordando a Roger Corman en sus miedos con sabor literario de otra era más hermética y poeniana, con Boris y Vincent (aquel enemigo de Dana Andrews en Laura de Otto Preminger), Peter Lorre, Ray Milland, Richard Denning, Robert Forest, Lee van Cleef (fuente futura de The Twilight Zone)... hasta Jack Nicholson jovencito o los ensangrentados Bruce Dern y Robert De Niro. ¡Como digo, de otra época! Y demasiados hombres para Poe o las rubias de Hitchcock.

El Nombre de la Espina...

Pero, unos siglos antes de esta Marianne (en lejana referencia), un genio de la poesía romántica y la novela con elementos psicóticos y diferentes escenarios góticos, como el escritor universal Edgar Allan Poe, ya puso la piedra en la tumba y sus gritos condenados en el cielo. Como la letra escarlata en la primera página de sus obras, junto a las féminas arraigadas a la tierra, como un faro al que arribarán todas las pesadumbres trágicas del presente o las relaciones emocionales más venenosas o despiadadas.
La esposa de Poe, Virginia Eliza Clemm, murió de tuberculosis, muy joven y dicen que casta... en un ambiente brujeril marcado por los celos en triángulo enfermizo y prometiendo ser ángel para el genio tras el pálido fallecimiento. En fin... hace muchos, muchos años, en un reino junto al mar...

Después, el propio dramaturgo cayó en el infierno particular, tras la publicación de "El Cuervo" en 1845, dedicado a sus amantes, en concreto, no se sabe. Annabel Lee podría ser Virginia u otro recuerdo cadavérico, la poetisa Sarah Helen Whitman de Providence en el estado Rhode Island, tal vez la amiga de su infancia Sarah Elmira Royster, no lo sabremos ya.
Edgar se vería aquejado con mismos rasgos consumidos que su esposa, pálido, decrépito y hastiado, teniendo a la vez de síntomas de cólera y fiebre alta, en diarrea química hasta sufrir un posible paro cardíaco. También con esos ataques de rabia intermitentes, a cara de genio, o incluso, algunos estudiosos de tan turbulenta pareja, se decantan por el suicidio. Posiblemente debido a elevado consumo de alcohol y otras sustancias adictivas, que pronunciaron también el declive mental hacia su particular caída de la casa Usher. Sin duda, el amor violento de Madeline sobrevivió por una escasa temporada en otros cuerpos, o espíritus, ante las nocivas evoluciones de sus saludes, y su poesía convertida en simbolismo de la literatura francesa, con su estilo victoriano y proclive a cierto surrealismo mágico por sus cuentos metafísicos y sus dramáticas damas.

En esa era entre Baltimore del colorido Inner Harbor de hoy y el Boston más literario en pretérito colonial, se inclinó por la difusión onírica de eles, que si Annabel Lee en sueños, Ulalume en otra pesadilla prematura con pérdida del amor, Lenore jovencísima, el ala de The Raven, Eleonora, la también cormaniana Ligeia... hasta que se decidió a enterrar su corazón delator, entre el espíritu infernal del gato negro o un barril de amontillado, frente a aquella casa Usher del demonio y su cataléptica junto a Mr. Corman y el gran maestro de ceremonias románticas Vincent Price.
El sur de Baltimore en el estado de Maryland (otro territorio atlántico, de los 6 que conforman New England, cuna de Patriotas futuros), estaba plagado de bohemios, aventureros sin fortuna y visitantes salidos del Mayflower. Recurrentes habituales de tabernas junto al puerto, rostros duros y cruces de navajas, no plateadas, al lado de cierto puritanismo religioso en época de persecuciones y "brujas". Con los puños salados o agitados, como la mar, mientras suena una sintonía acompañada por ritmos bucólicos y rimas asonantes... del liberalismo y fin de la esclavitud.

Una estancia para sombras furtivas del esclavismo físico en el nuevo mundo, más que espiritual. Escapistas de la realidad en el sur, patria de tunantes y pescadores irlandeses, buscadores de nuevos comercios, de viajes intrépidos con los arponeros de Melville y su excelsa Moby Dick... y que, con el tiempo y los tragos, fueron cambiando pantalones impermeables o botines callejeros, por otras batallas con sabor a independencia. Posteriormente a madera de bates de béisbol y goma de las zapatillas de basket, junto al servicial Boston y sus duendes célticos. ¡Anda mira un trébol, no lo pises!
Desembarcamos con ese característico ruido, no de olas salvajes sino de chirridos en el parqué, sobre la capital de Massachusetts, chillando en el ambiente guerrero como gaviotas o graznidos de cuervo al norte de los Gangs de New York de Scorsese. Hacia la Guerra de Secesión por la libertad y la otra locura de la sangre y la aparición del padre Abraham Lincoln.

Seguramente, recuerdo de las disputas de ratas en callejones mal alumbrados de la historia, junto a la propagación cultural de la universidad en la Iluminación entre Harvard y Cambridge, los faros en la costa antes del primer raíl del metro y las brillantes luces actuales de Boston. Así entre peregrinos melancólicos y horror, fue como crecería el niño Edgar cerca de la bahía, viviendo al día su concentrada exasperación de cara al futuro y sus indeseables pesadillas rimadas sobre el papel o la mente. Callejeando sobre disputas portuarias y aquellos conflictos más violentos, con amantes despechados, enfermedades respiratorias y prostitución de bajos fondos.
Allí se alimentarían de igual forma, escritos con nombres propios, repiqueteando en el corazón de sus seguidores o golpeándoles de forma bella y onírica, pero contundente. Como esa mal tóxico que se instala en el interior y te va devorando, poco a poco, sin pausa. Sin manera de protegerte o escaparse con tus alas negras de la muerte.

Ahora, a escasos siglos, la sociedad filantrópica de Nueva Inglaterra, trasciende su nombre universal y hegemónico en la costa neoyorkina y la ganancia de tierras al mar, dedicando sus esfuerzos limitados al rescate de los desarrapados sociales o sus denominados ´homeless` en mareas y naufragios. Son los herederos del tiempo patriótico, del tributo poeniano ancestral y oscuro, del vidrio que mantuvo su alta graduación de manera constante e hiriente, frente a los grandes centros médicos. Reavivando corazones.
Morella y Berenice, como en los cuadros tormentosos de Gustave Doré, saltaron de las penumbras de Baltimore y alrededores, a las manos de Lord Byron y su vida, con sus quijotes por todo el mundo, cavando su propia tumba... o ese comienzo de una vida eterna en las páginas. Junto a los juicios de Salem y al cementerio de Westmister, donde prevalecen los ecos de familias "más afortunadas", como el nombre de Doyle o los inventados en la literatura de Watson y Holmes. Algo de realidad, siempre puede haber en una aventura literaria...

De un infernal Gato Negro personal y la historia en 1692 en epidemias, reales como la viruela o ficticias como la falsa moneda, se engendró aquel niño. Salió de la tripa de Wendy, no la que se subió al barco con Peter Pan más británica, sino de los nombres escritos en Witches of East End, como una embrujada Freya Beauchamp, enamorada y enfermiza hasta las trancas. Las vecinitas sexys de la Bruja del Oeste en Oz y las más flexibles Wicked de Broadway. Hasta la pesadilla final, como los Kennedy... como la luz y la obscuridad, que giran incansables a nuestro alrededor.

La Conexión Marianne...

Emma es una escritora francesa de novelas de terror, que recuerda a esas supuestas ´heroínas` de Allan Poe, en parte, y que mantiene ciertas características mentales en sus afamados relatos. Heredera de la bruma, de caseríos junto al mar y torretas giratorias, al estilo romántico con sus escaleras de caracol al infinito o el averno. Posiblemente, como faros majestuosos que ejercen un magnetismo especial, y una angustia, parecido a las tribulaciones necesarias de un navío que se acerca a la costa en la tormenta. Sombras que vienen y van, describiendo círculos interminables y profundos, como aquellas pesadillas que atormentaban a los protagonistas del poeta en fríos sótanos, barriles emparedados y fosas, sacrificando entre penumbras y péndulos psicológicos, el porvenir de sus familias e hijos.

Los hijos marítimos, han ido creciendo como aquel niño quejumbroso, para reencontrarse con los mismos efectos multiplicados de sus ancestros o caracterizados sobre los nuevos tiempos. Es decir, con un tétrico maquillaje y una interpretación de aquel horror clásico, que viene y va, gracias a crujidos de huesos y la estampa de una primera Marianne.
Mireille Herbstmeyer es la actriz que está tras el nacimiento espantoso de la bruja transformada, con ojos enloquecidos de Bette Davis y sonrisa de Jocker, que se vuelve veleidosa como una prenda que quitar y poner. Fantástica e ideal amenaza entre gestos torcidos, como una Madame Daugeron cortante desde su espacio secundario y bastante desconocido, en renglón retorcido de Poe. Por tanto, se convierte en la verdadera interpretación del mal y el pasado, en el horizonte paranormal de esta serie entre Lazy Company y T.A.N.K, con el título homónimo en femenino.

Sin embargo, no todo lo que bien empieza, tiene que constituir o formalizar un buen fin, porque la estructura se ve damnificada por otros ponzoñosos objetos o rostros. Lejos incluso, del moderno conglomerado terrorífico y globalizado de Stephen King.

Si Mr. Poe decoraba grácilmente con lujosas palabras, sus relatos, y los impregnaba con un aura fantástica de misterio gótico, a veces tibia o etérea como la penumbra; por el contrario en esta producción francesa, las definiciones eficaces en Marianne van decayendo, alejándose de la tierra y las osamentas sacrificadas de sus ancestros o recuerdos. A miles de millas de distancia del faro que alumbra, de aquellas mujeres que condenaron en hogueras, quemando la posibilidad de un mejor entendimiento o la comprensión de sus capacidades ocultas. En definitiva del alimento del alma de un poeta...
Con elevada fruición, en el pretérito, brujas las denominaron, y en los libros se convertirían en martilleo continuo para sus cabezas. Heroínas sacrificadas en un época no tan lejana y tenebrosa, que vuelven en esta obra deambulante, desde los pies de Jack Nicholson en la nieve de The Shinning y sus escritos malditos que devoran su alma, a los subterráneos In the Mouth of Madness de John Carpenter. En decadencia terrible hacia un Fallen, con guapo Denzel Whasington, bueno John Godman y el malo Donald Shuterland; aquí protagonizado por la juventud de Victoire Du Bois, Lucie Boujenah y Tiphaine Daviot.

En la sombra o decadencia episódica, creada y dirigida por Samuel Bodin (también escrita junto a Quoc Dang Tran), se desvela mucho capricho tortuoso en el avance de Marianne. Tanto que al final, no parece existir nada, ni un ápice de poesía ni terror, ni pensamiento embrujado, ni lámpara encantada... Sólo algo de fango narrativo y efectismo repetitivo, naufragando frente a la costa de Nueva Inglaterra, bien cerquita de la tumba recargada en el recuerdo, de Edgar Allan Poe.

Por consiguiente, rasgando el terruño de Marianne con las uñas, sucias de gloria, desenterramos el marchamo fúnebre, en el ocaso de Edgar y sus poemas, sin hallar la brillantez deseada o las garantías de su pensamiento enfermizo. Ni siquiera las huellas de sus relaciones emocionales, pesadillas más macabras, sacrílegas o... necrófagas.
Aunque, lo hecho y dicho a pecho, es evidencia que la actriz primera como Marianne, es un magnífico inicio del terror que se esparce ululante, como las cenizas en el viento... y la risa nerviosa en el ataúd de Poe.

El Nombre de aquella Rosa.

Soterrados... Los recuerdos sobre aquel pueblo, ya no son los mismos relatos de antaño, pues las odas elegantes se han transformado en conversaciones irónicas, compuestas por sudores fríos y dolor ante la pantalla. Tanto que te va congelando, ante los cambios fisiológicos u otros hormonales de los protagonistas, los múltiples saltos que van dando sin sentido, como los espíritus condenados en la serie... en un baile de aquel The Hidden cambiante, sin ritmo necesario, y una incomprensible derivación embarazosa a Shyamalan...

Bueno monotemática y lacónicamente, el aura de Ella.
Una rosa marchita, que araña la superficie de aquella amarga y húmeda, condena, para acabar por los rincones del faro, como un alma en pena. Sin rasgos característicos con la aclamada obra representada, ni redondeando los estados fisiológicos que pudieron quedar atrapado por un muro de dolor, con febril mensaje o amargados huecos en el terreno. Encabritado sobre olas caprichosas y reclamaciones de declaraciones verdaderas al espíritu.
A la hora de la verdad, querida Marianne y todos los demás elegidos en la faena, para recrear esa complejidad del tejido social de Nueva Inglaterra (rodada en plena Francia) o el sincretismo relacionado con el pensamiento humano, esa percepción elevada del amor romántico... simplemente, cavar a 100 metros bajo el suelo, ¡no basta!

Para embellecer su relato, habría que revolver más la tierra empapada, escudriñar cada elemento enlodado con falsos escenarios o trucos, grano a grano, hueso a hueso... considerando los motivos de una posible calumnia, que amenaza con destruir a todos los invitados de esta temporada de Marianne. Los productores deberían haber sopesado el esfuerzo en la realización, para comprender que la historia no se mantiene por esos primeros instantes, entre pánico o miedo de estilo galo enfermizo, sino que la acción debería servir para comprender nuestra propia esencia, lo prohibido... Y enterrar definitivamente, los errores del pasado. He dicho, que no rimado... o sí!
Hablando en plata, cuando se menciona a un maestro como el gran Edgar, tienes que sentir las palabras, como brotes que arraigan en el alma, como cadenas que se arrastran en la medianoche y cuyos chirridos, erizan los pelillos de tu cogote.

Como un aliento gélido que barre todas las consecuencias posibles y sandeces repetidas, los hechos sojuzgados, las luces intermitentes en las alturas, las sentencias que se cumplieron con sangre, fuego y barro, tratando de evitar rodeos y viejas rencillas de chavales, sin importancia. Por consiguiente, no manchar el nombre literario en vano, excavando dicho agujero con vistas al pasado y quedar en la penumbras de la memoria, desproveyendo de luces envolventes y persiguiendo emergencias dramáticas, destituyendo aquellas inquietudes crecientes de un artista iluminado.
Las fuentes de alienaciones futuras, encuentros furtivos con la muerte, como aquellos marinos en las callejuelas de Baltimore o Boston, con el espíritu redundante de una obsesión o Salem, que martillea o rasga la caja de madera, paulatinamente.

En su reconocido busto o terrible cabeza, dispuesta para embellecer con sustos, la personalidad y el agravamiento de la conducta, nos hundimos. Ya que, por fuera, todo estaba predispuesto, la escena, el tiempo, el alcohol, la enfermedad, el escenario, los deseos, la taquicardia, la tumba, el fantasma, el amor... y sin embargo, no te quiero, Marianne.

Juicio y condena.

Una producción interesante en principio, que queda lastrada de manera terrible, por la conversión idiomática de los registros vocales en francés o traducciones de sus diálogos, con significativa evidencia. Además del argumento que va cayendo hacia un oscuro pozo, sin atractivos finales. Ya que los cambios de piel, los diálogos y devaneos juveniles de sus personajes principales, no captan toda nuestra atención, lamentablemente.

Todo se vuelve penumbroso, potenciado por acciones caprichosas y comentarios estériles, como piel de bruja enfermiza. Renacen vacuas las palabras, una y otra vez, condenadas también por los extrañas voces, con mezclas o traducciones vagas. Marianne, se diluye entre los encajes, como se produjo con el pensamiento poeniano bajo la fiebre o la maldita absenta. Verde como el césped de ultratumba o el musgo en la roca, como el alga en el oleaje salado o el mismo trébol de unos Celtics.
La banda sonora, es una sucesión de ecos de ultratumba, con música clásica y temas de grupos como Pixies o el final negro de The Texas Chainsaw Dust Lovers.

Algunas interpretaciones no puedo considerarlas, porque se maquillan con efectos especiales, bastante pobres para Netflix y una utilización de la iluminación o del sonido, algo más acorde en sus primeros capítulos. El guión deshilachado en su parte fundamental, con giros que no acaban de llenar y se parecen más a jirones, sobre una tela raída por el tiempo. Entumecidos por la concentración de movimientos o esos saltos de personalidad, y las repetidas manipulaciones que hacen referencia a la prohibitiva orden de expresar mentiras tras su nombre pronunciado. Vamos, una tontería o excusa, para labrarse un camino tortuoso y demasiado caprichoso.

Marianne siempre se lleva algo entre sus manos, ahora y casi siempre en esta entrega... ¡Todo lo bueno!





Tráiler Le Mans 66, de James Mangold.


Tráiler Les Misérables, de Ladj Ly.

domingo, 2 de diciembre de 2018

The Haunting of Hill House (Season I),


Con el título en español de The Haunting, o La Mansión Encantada como si fuera un antiguo programa de la tele, se infiltraba el refinamiento sobre posesiones inmobiliarias y otras esferas personales, enterradas en una colina extraña del pasado... Así, se presentó uno de los principales casos para una investigación paranormal en el cine. Sin embargo, ya ha transcurrido tiempo suficiente para que aquellos jóvenes fantasmas se volatilicen de nuevo, muy juguetones o no, en aquella etapa de retos y sacrificios que todos vivimos en la osbcuridad. Qué se desperecen de cierto óxido gangrenado sobre sus cadenas... Porque sus venas, ya se secaron y sólo quedan los recuerdos de tiempos aciagos.

Es decir, basta de lírica poeniana, nos hallamos ante una mansión decimonónica. No tan descuidada como otras, condimentada con una especie de domótica enfurecida, en blanco y negro, con efectos especiales sin artilugios digitales ni electrónica... ¡eran otros tiempos y otra mentalidad! Solamente el tiempo, surcado por pasos de baile y quejidos emparedados, por sugerentes susurros o corrientes airadas del alma, serpenteantes contornos en huecos de escalera, apariciones no contrastadas, difusos reflejos en los espejos cubiertos de pátina y olvido, vidrios rotos como la conciencia, marcas de arañazos, candelabros candentes y huesos crujientes.
El profesor de lo paranormal o Dr. John Markway, en su búsqueda de una realidad sin insidia, promovió el comienzo de este caso cinematográfico, que se distinguiría de otros presentados en otras eras posteriores, en la levedad de las sorpresas y las imágenes recogidas por la cámara. Otro estudioso, más interesado en descubrir los secretos de esta "no vida", de un posible existencia de habitantes incómodos, pesadas cargas en nuestra cabeza, en otras esferas perdidas dentro de un gran escenario barroco e introspectivo. La casa con mayúsculas, es protagonista, con grandes dimensiones que se deforman o estiran al infinito, techos y ángulos invisibles en las habitaciones, no perfeccionados por los constructores de época para engañar los sentidos... El cine también, pero ¿qué trataban de esconder o simular...?

El actor Richard Johnson (esposo de Kim Novak) iría en búsqueda de una fuerza descomunal, denominada sobrenatural, únicamente proporcionada por aquel deseo arrastrado o la capacidad energética desmesurada, surgida del dolor de tan fantasmagóricos huéspedes. Un filme sosegado (no en las mentes), con las interpretaciones de sus extrovertidos visitantes, airados, salvo alguna entidad femenina y amigos, como Nell en la piel de Julie Harris de Al Este del Edén, la Theo de Claire Bloom de Candilejas y el Luke de Russ Tamblyn, con sus apariciones sobrenaturales venideras.
Aquí, echando una vista tras el cuello descolgado bajo los nudos y las conclusiones, balanceado sobre las estatuas, en una luchan entre la vida y la muerte, recordamos a un excelente autor, discípulo que debería estar reconocido entre cierta élite de directores de cine. Quizá no los más representativos del miedo en otras eras, recordando al director norteamericano de Winchester (Indiana), promovido por el sonido con el nombre de Robert Wise... De aquella casa de la colina, que no era la misma de hoy, pero si parecida en algunos ingredientes que dejan su huella, visible o no, osó quebrantar los ecos habituales y cuyas raíces enquistadas, crecerían sobre modernas efigies marmóleas.

El padre del pequeño Robert, de los Wise de West Side Story, fue descendiente de alemanes buscando otras perspectivas. No las que vería él años más tarde, en la silla de director, sobre aquella escalera de caracol que se incrustaba como un esqueleto, en los pensamientos y miedos ancestrales del ser humano. Eran necesitados inmigrantes buscando otra, ... casa, lejos de los terrores que se cernían sobre la vieja Europa, como fantasmas de un pretérito incivilizado, sádico y oscuro, con nombres fantasmas que quedaron en las cunetas. Comenzarían una nueva vida como tratantes de viandas, sí, era el camino, separados de otros cuchillos más carniceros. Edificar un hogar, levantando sus muros y espejos, dedicándose a lo suyo y a esa función educativa de tutor de genio. Guiando las alternativas educacionales, manejando los problemas diarios y sorteando los miedos comunes de las familias, hasta aquella pequeña ciudad del medio oeste llamada Winchester. Sin embargo, en aquel filme no tiraría con bala... sino, de ingenio y de novela.

De esas aventuras y sombras habituales, paseos entre la vida y el arte, de la imaginación y la putrefacción con la carne no recortada, invisible como los huesos en otra dimensión, el joven Robert comenzaría una fructífera aventura cinematográfica... danzando y soñando, y viceversa. Hacia la edificación de una próspera y diversa carrera, encaramada a grandes títulos, soportada por diferentes géneros, que esparcían su semilla imaginativa. Primero, trabajando como montador de efectos sonoros al lado de John Cromwell en Cautivo del Deseo, o dejando su impronta en El Delator de John Ford y amenizando algunos musicales junto a Fred Astaire y Ginger Rogers. Sonorizando sobre títulos de acetato gris, como La Alegre Divorciada y Sombrero de Copa. Fue allí, junto a la mesa de montaje y esos grandes directores, donde comenzaría su relación laboral con la mítica RKO Radio Pictures.

Pero, anterior a la búsqueda de una "realidad teatral", asustadiza y espectral en el año de 1963, etapa fantasma entre dos estilos, marcaría su propia historia sobre otras esquelas temporales, algo antes de la famosa novela de Shirley Jackson, la titulada The Haunting of Hill House (no confundir con el trabajo de William Castle protagonizado por subyugante Vincent Price y su fuerza escénica como maestro de ceremonias y otras ofrendas)..., elucubraciones sangrientas que no se corresponde con esta sensibilidad... digamos más silente.
En fin, con el crédito y la experiencia de sus maestros, Mr. Wise se haría montador sobre títulos de la archiconocida productora como Mamá a la Fuerza, Esmeralda la Zíngara, El Hombre que vendió su Alma y, especialmente, su colaboración con el gran Orson Welles en Ciudadano Kane. El maestro que le indicaría con penumbras, sugerencias narrativas y demás perspectivas, ese camino a seguir en el futuro, hasta convertirse en ampuloso director de escenas para The Magnificent Ambersons o la apertura al cine negro. Y también, por descontado, gracias a su incursión en el terror clásico o la ciencia ficción desde 1944, con La Venganza de la Mujer Pantera. Posteriormente llegarían otros maravillas atemporales, como la magnífica El Ladrón de Cuerpos, Nacido para Matar, la otra casa sobre las colinas de San Francisco o The House on Telegraph Hill, y la visita caliente en El Día en que la Tierra Se Detuvo o Ultimátum a la Tierra.

A partir de aquí, Mr. Wise conformaría una carrera plagada de aplausos multinacionales, en western, aventuras alrededor del globo y varios relatos con tensas relaciones entre sus personajes, familias que recordamos en títulos inolvidables sobre la lona, las arenas o las tablas danzantes del Séptimo Arte.
Ahora, cómo hemos cambiado... que lejos han quedado, las miradas del pasado, las sensaciones han mutado, los rastros del ayer se desvanecen y no son tan evidentes las efigies, pero sí las marcas. Son otras estatuas de mármol, estereotipos sociales, los bailes..., las percepciones de aquella novelista californiana, inconformistas, autora también del cuento de terror distópico The Lottery.
Se han dividido en cápsulas de nuestro tiempo, como nuevas arterias abiertas. Más acorde a nuestras visiones contemporáneas que, a los registros de posibles magnetófonos y experiencias extrasensoriales... si bien haberlas, haylas... tantas como personajes.

La experimentación televisiva, propaga una nueva condena, poniendo de moda, otra vez, la historia de nuestras vidas y las otras, con esta adaptación maquillada como los rostros cenicientos, de The Haunting of Hill House. Donde algunas conciencias y rostros, no apellidos, rincones o apodos, son piezas intercambiables entre las distintas versiones, que no buscan el efectismo visual. Excepto la revisión en aquella película dirigida por Jan de Bont, fotógrafo de algunas primeras de Paul Verhoeven y La Jungla de Cristal, con el mismo sobrenombre de The Haunting, que si bien se basa en la historia de esta intensa familia Crain y sus visitantes científicos o esotéricos, ponía en el candelero de su herencia fantasmal, dicha superficialidad visual y los numerosos efectos especiales ´de última generación`... o más bien, de aquella era durante el cambio de siglo.

Poco que ver o percibir, con el ambiente atmosférico creado con una puesta en escena actual, los movimientos de cámara escondidos, la psicología vital de los personajes y las palabras metafísicas más teatrales. Las energías sobresalientes, absorben todas las conexiones presentes o presencias que nos visitan desde el pasado, se bifurcan por los diferentes episodios, desmantelando la falsedad, la ocultación y los miedos antropológicos, construyendo sus vidas y desvelando, poco a poco, sus fantasmas... por muy insustanciales o estratégicos que sean, orgánica y mentalmente hablando. Bienvenidos al hogar, su hogar... nuestro hogar.

La Casa de los Espíritus.

Las palabras se amontonan en nuestro interior, rascan y patalean, vibran en el aire clasicista, pelean por salir a la superficie de sus profundas condenas, y se arrastran por los nuevos espacios de una lujosa, cadenciosa y vívida, mansión. la misma estructura arquitectónica, con otras mañas y artes.
Recorriendo sus pasillos, nos encontramos con sus actos, subiendo las escaleras a espaciosas habitaciones, hallamos a los pequeños ruidosos, sus voces y gritos de juegos inocentes, están recubiertos de terciopelo antiguo y espejos mirados de soslayo, con marcos polvorientos, antiguos poseedores y poseídos, que conoceremos gracias... a sus alegres inquilinos. Los reales, los de la historia, los otros se irán apareciendo, o no, como sílabas destartaladas, presencias amortiguadas y gemidos intimidatorios. Intentando hacer mella en la nueva mentalidad...

La tensión narrativa conserva las formas, con rendijas por las que se escapa la luz y convergen otros focos impensables, recordada con el nombre de sus héroes, seres humanos normales y víctimas, diferenciados con los horrores del pasado. Algo oscuro esculpido en sus muros y emergido de nuevo, de las profundidades de espíritus inquietos y vicios inconfesables.
Son nuevos arañazos, insertados en la piel en blanco y negro de otros tiempos, en los dientes amarillentos y uñas macilentas, tan verdosas que no retrató Mr. Wise, porque querría cubrirlas con sus sombras inhóspitas, sensaciones de su confusión mental y sutiles giros dramáticos.
Esta casa de los Espíritus, incide en complejas estrategias para diluir esa confusión, tratándolas con diálogos familiares que sorprenden y emocionan, de manera incontrolable para los seguidores frente a la televisión, y desempolvando conversaciones, que van dando un novedoso giro a los acontecimientos conocidos. Cambiando esos estereotipos del ayer y trasplantando las personalidades de sus protagonistas, con ciertas sugerencias espirituales y males de nuestro tiempo.

Esta lucha ancestral, de diferentes generaciones enfrentadas a sus actos o decisiones comprometidas, está conseguida bajo la curiosidad de la novelista y el prisma cinematográfico, la sangre no derramada sobre títulos como en las venas sensitivas de Absentia, en los espejos de Oculus, los terribles silencios de Hush, los sueños de Somnia, los rastros confusos de la segunda Quija, la "enfermedad mental" del otro Stephen, el King y lo tenebroso en El Juego de Gerald... y por descontado, gracias a la habilidosa imaginación del guionista y director Mike Flanagan.
Las influencias ejercen una atracción melodramática y caústica en esta producción del director norteamericano, gracias a la producción de Paramount, Amblin Television y su ambiciosa Flanagan Film, recordando otras maldiciones en inmuebles del cine. Sabiendo que es difícil innovar o sorprender a los resabiados en estos menesteres fantasmales, de vencer el escrutinio, estudiando aquellas historias distorsionadas o sacrílegas, viendo que algunas merecen un mejor reconocimiento hoy.

Historias de ultratumba, entre paredes y energías, vistas desde la demencia, la fatalidad, el desespero, la imprudencia, el sacrilegio, la banalización, el crimen desconcertante, el deseo, el descrédito, el engaño... u otra cosa intangible... hasta la perspectiva real de un aficionado al terror psicológico y su atmosférico suspense.
Mirando de soslayo al espejo, a la aparente inmovilidad de la muerte, rozando las hojas con un aliento sepulcral y gélido, como el silencio invadiría al existencialismo mágico de Isabel Allende y sus entes familiares, vamos descubriendo sus debilidades y viendo cómo se descompone la verdad. La experiencia vital de cada vehículo invitado, en varias confabulaciones o saltos temporales, que nos hacen desencadenar otros miedos. Que se desmarca de dicha realidad y las viejas páginas, en ocasiones, como del título correspondiente de este comentario, para adentramos en una estructura más compleja y articulada, que combina ambos mundos, en una especie de Macondo y sus propios muertos.
Nos acordamos de ellos, a través de los vivos o los aparentemente lustrosos, con un compromiso, dejarnos temblando o espantados con nuestros propios temores o errores en la vida. Echando combustible y sonidos, al comportamiento obsceno, libidinoso, enfermizo o criminal, según los escenarios y los ancestros familiares pertenecientes a dicha ubicación.

La gran mansión con sus alcobas y salón de entrada, muy concreta, alambicada o barroca, pertenece a otro tiempo y se aclara en el presente, con nuevo brío y sensibilidad. No tan apegada a la historia general de la patria uniformada de García Márquez, sino a lo fantástico, que sobresale entre aquellas raíces reafirmadas dentro de una perspectiva privada y sincera. Miembros luctuosos de un pensamiento generacional, que va mutando y enquistando los errores o problemas mentales, las otras herencias primitivas del ser humano con su intelecto. Los subterráneos surcados en nuestro cerebro.
Por encima, principalmente, de esas relacionadas con todo aquello que pulula, empaña, chirría o ulula en los rincones separados entre el alma y la mente, cercano al cerebro en formación de los más jóvenes en contraposición al mundo de los adultos. Pero sin perderlas de vista, como en su Quija... o sí.


Ante todo y sobre las sombras del tiempo, comprobando las diferentes posturas y sensibilidades de los personajes, o sobre la visión particular alrededor de la muerte de cada individuo de nuestra realidad. Quizás, sólo falta el sentido del humor (para completar la excelencia narrativa), aunque no es primordial en esta situación de anomalías orgánicas o apariciones borrosas.
Si percibimos aromas, a las Mansiones cinematográficas desde ese lado oscuro y estilizado de Poe, al terror gótico y paranormal que nos deslumbró en la habitación mínimamente iluminada, leyendo la Caída de la Mansión Usher, el Barril de Amontillado o El Corazón Delator. Degustando los castillos y mansiones estilizadas en las películas de la antigua Paramount o las hipnóticas posesiones vampíricas y demás monstruosidades, de la posterior productora Hammer. Con sus personajes opuestos, longitudinales y prominentes, frente a los introspectivos y enjutos, que nacerían de las antiguas leyendas de poblaciones perdidas de Europa o las fábulas de Perrault, los hermanos Grimm con sus casitas del bosque (anticipaciones de cabañas, hogares para niños peculiares o nieblas invasoras) y la bipolaridad entre los estados de pobreza y riqueza, de Hans Christian Andersen; lugares comunes de lo primitivo frente a la modernidad del siglo XIX, donde se enfrentaba lo salvaje y la fealdad incorporada a los seres humanos, con la nueva perspectiva social más orientada a el movimiento esteticista, que los uniría a creadores como el gran J.R.R. Tolkien.

Allí, surgieron los cuentos góticos más tenebrosos y las construcciones renacentistas de las novelas, cuando el romanticismo junto ambos extremos: belleza y la violencia, humanidad y ciencia... violencia y amor prohibido. Junto al bello relato atmosférico de Allan Poe y sus palabras sincronizadas, junto a al Dr. Jeckyll y Mr. Hide o Sherlock Holmes en investigaciones lujuriosas o criminales victorianas, aparecían escritores románticos que se fijaban en muros de piedra elevados al cielo. El apodado Cuervo Gris o autor de los poetas guiados por la mano de Byron, El Retrato de Dorian Grey, Oscar Wilde, Gaston Leroux y su Fantasma de la Ópera, el romántico Jorobado de Notre Dame de Paris descrito por Victor Hugo, la americana leyenda de Sleepy Hollow de Washington Irving, la claustrofobia psicológica o anti-natura de Lovecraft y su universo rodeando La Mansión de Cthulhu o The Haunted Palace. Incluso sus versiones lóbregas de las fiestas navideñas comandadas por la visión cívica de Charles Dickens, y el paso a la magia infantil de Roald Dahl o Dr. Seuss. Pero, esa sí que es otra historia, con recientes estrenos...

Esas casas aisladas en la naturaleza o grandes extensiones apartadas de las ciudades, se han ido combinando en las participaciones en el cine, combinando las épocas de otros siglos con la actualidad más espectral, desde el estilo rústico a las grandes almenas o vidrieras "acojonantes", con tormentas eléctricas y turbulentos vendavales, aparecieron sobre las penumbras del corazón y el pensamiento. Del estilo versallesco con enormes espacios físicos empolvados a la suciedad de la naturaleza humana, en rincones enfermizos y sanguinolentos. Desde cualquier rincón, por ejemplo los dóciles orientales o los fantasiosos latinos, atraídos por novelas de Daphne de Maurier como Rebeca, los diferentes "Barbas Azules" escondidos de la sociedad en cubículos infectos o edificaciones gloriosas, pasando por exorcistas y sus apartamentos del centro, House of darkness, junto a la Torre de Londres o los 13 fantasmas, como las ánimas de Canterville o de la casa Roja, aquellas otras al lado del cementerio, posesiones infernales, perros de Baskerville, carnavales de almas, matanzas en Texas, herencias, entes sexuales, venenos familiares, telarañas y risas con Adams y Monsters.
A los reveses actuales de James Wang, sus expedientes en áticos o sótanos, que pertenecen a historias como la Otra vuelta de tuerca de Henry Miller o Al Final de la Escalera, a las puertas de Poltergeist entre Tobe Hooper y Steven Spielberg, o más allá como diría un muñeco (no de porcelana china)... más retrayéndonos a otro tiempos por revivir a La mansión Manderlay de Rebecca, al Suspense de Jack Clayton, The Innocentes o Suspense de Jack Clayton (con guion de Truman Capote) y La Mansión Infernal. Por qué no, a apariciones estelares de gemelos en El Resplandor e infantes seculares o monstruos con Guillermo del Toro, a las entidades desaparecidas entre guerras, vicios y pecados, damas de negro, como en el hogar de Miss Peregrine y sus niños peculiares, o aquellos de las residencias modernas de The Leftovers y sus ambientes viciados. Pues bien, todos esos aromas se sienten sobre las vigas de piedra y madera de la serie The Haunting of Hill House.

A todas esas casas fogosas, quejumbrosas, estancias palaciegas de antepasados, que se torcieron bajo la suela de los pies de inocentes... y se quejaron del peso de nuestra existencia... o la simple levedad del ser, o el no ser... ¡esa es la cuestión!

La extensión temporal de las pesadillas.

Las casas terroríficas de Alfred Hitchcock tenían más que ver más, con miedos físicos (salvo pájaros de mal agüero) que con procesos cautivos del alma. Pecados no confesables y tocantes a la idiosincrasia criminal que nos rodea tan a menudo. O mejor dicho, que rodeaba a sus temerosas rubias brillando en pantalla como estrellas asustadas o agonizantes... Ya que sus películas se recreaban en el suspense, en la trascendencia de lo descrito por imágenes impactantes y otras vueltas de tuerca. Zonas oscuras de nuestra propia piel, que describían a ciertos monstruos o algunas especies más cercanas, como los pájaros habituales entre rejas. O menos ligeras, como las drásticas transformaciones de una personalidad psicosomática, trágica y peligrosa para otros conciudadanos, perseguidos por M y sus vampiros no tan muertos. Ya que sus cadenas eran mucho más reales, de lo que imaginaron ciertos contemporáneos al maestro, por nuestras atracciones subyugantes. Críticos, muy críticos... con el tío Alfred.

La escritora Shirley Jackson en unión a la nueva sangre de Flanagan, pone filtros de enfoque y visillos en el alma, junto a otros discípulos guionistas que adaptan su memoria como Jeff Howard, que se instalaron en las conciencias vigentes de hoy, como él maestro en su gran momento. Su intención es promover los terrores básicos y otros provenientes de nuestras acciones, presentes, futuras o pasadas, dotándolas de un punto de sacrificio monumental, mirándose hacia los adentros. Cada personaje se arrastra como las cadenas de un condenado, sobre su existencia y aquel recuerdo, volviéndose enfermo o fantasma.
Salpicado con la sangre seca del pasado, la memoria escrita y relatada por Mr. Wise después, tocando todas las puertas, de morgues y funerarias, de camellos de la historia o del corazón. Canalizando las energías y la confusión generada en esta especie de prisión vital, que es la vida, aunque sin más implicaciones sangrientas, que restos de una batalla pretérita. Mike Flanagan retrata sensaciones ahogadas, como el gusto de Hitchcock por sus depredadores y víctimas, con sus escenas de cuchillos, garras humanas, nudos o corbatas en 10 pasos atrayentes y magnánimos.

La Maldición de la Casa de la Colina, la serie de Netflix con fx adecuados de 11:11 Mediaworks, en alguna ocasión no tan sugerentes... chssss!, fascina por su narración compleja y se yergue esbelta ante la cámara. Perfectamente ambientada por la música entrevelada de The Newton Brothers, protagonistas de las bandas sonoras en las últimas producciones del director. Además, aporta una visión de los males de una sociedad que se entretiene en banas redes sociales, significando el peso en el alma de la familia Crain, como nuestro propio. Si bien multiplicado por 4, 5 o 6, incluso 7 pares de ojos, contando al gran padre y su diferentes visiones de la realidad.
Visitando aquellos compartimentos perdidos entre sus capítulos, nos damos cuenta de la muerte... la física, compartiéndola con la residencia de anteriores allegados y vecinos, que se escondían en las manijas del tiempo, en sombras y picaportes, en los planos secuencia sin cortes, más teatrales... y bajo las estatuas seculares de aquella histórica y maldita casa, danzando como ayer.
Los misterios escondidos y las sorpresas por saborear, se reviven con ese aura a resolución perfecta, a buen trabajo narrativo y visual, replanteando factores vitales que se respiran por cada uno de sus poros, rendijas, paredes y sótanos, sobre todo, a sus personajes enfrentados al resto... y por supuesto, a sí mismos.

Toda una lección de conocimiento del espacio y los tiempos presenciales, para filmar terror con mayúsculas, tanto que incluso el mismo Stephen King ha comentado en su red social que: "The HAUNTING OF HILL HOUSE, revised and remodeled by Mike Flanagan. I don't usually care for this kind of revisionism, but this is great. Close to a work of genius, really. I think Shirley Jackson would approve, but who knows for sure".
Este pasado triunfa, tiene diferencias con la novela y las anteriores propuestas, sobregira la importancia de esas decisiones que tomamos en nuestra infancia y sufrimos en la juventud, que con el paso de los años y otros reflejos sufridos, en espejos del tiempo perdido, se transforman en temerosas costumbres, pasiones inconfesables o increíbles pesadillas. Muy complicadas de vencer sin ayuda, sin el apoyo de los tuyos.
Por descontado, esta toma de decisiones hay que afrontarla, como ellos. Sin necesidad, a ser posible, de gestos extraños o provocados, a la medicina psicológica y profesional, aunque a veces, pueda ser imprescindible una mano externa, para no acabar colgados del silencio.

Una conversación, algo menos fría, al ser posible, que la de algunos residentes que se asoman a la vida de los personajes de The Haunting of Hill House, buscándoles las vueltas, los defectos y miedos. Estos otros protagonistas que se entreven sobre sus diferentes fotogramas y posiciones personales: paternidad, escritura, sensibilidad, profesionalidad, enfermedad, adicción o locura. A algunos nos gusta llamarles, sombras tras las estrellas del cine o la televisión, según este caso de aspectos intangible... pero tan real y cercano.

La Recapitulación de los Fantasmas. (Epílogo de luces y sombras)

Toda la serie se basa en flashbacks sucesivos de esta familia, no tan ejemplar... como casi todas. Los primeros cinco episodios nos muestra la vida de cada uno de los hermanos en la actualidad y además, su infancia en la casa con sus simpáticos actores participantes, inocentes que ven cosas que los mayores no descubren, o dotarán de significado...
Los sucesos que allí sucedieron, incluso en camas o montacargas, les marcaron para siempre. Gracias a esta primera mitad les entendemos o padecemos con ellos, y se hace fácil empatizar con algunos pequeños como la presencia de Violet McGraw (joven Nell y jugadora en Ready Player One), el simpático Julian Hilliard (joven Luke achuchable como los aventureros de Stand by Me o Stranger Things), Lulu Wilson (joven Shirley, ya contrastada en Ouija 2 o Annabelle: Creation), la triste Abigail, interpretada por Olive Elise Abercrombie, el actor ´cegado` Paxton Singleton como el joven Steven o Mckenna Grace, la Theo joven y patinadora en I, Tonya, próximamente en Capitana Marvel.

los otros actores (igual de principales o importantes), se convierten en ramificaciones actuales de aquellas rancias fragancias de muerte y espectáculos efectistas olvidables, haciendo su magnífico trabajo teatralizado entre las pompas fúnebres y la pomposidad de lo real... Son Michiel Huisman (Steven), Juego de Tronos o La Invitación y protagonista en la peli de Mike Newell, La sociedad literaria y el pastel de piel de patata, con la incombustible Carla Gugino (de Watchmen a El Juego de Gerald, próximamente en Charlie Says y Elizabeth Harvest), Henry Thomas (el texano padre Hugh Crain más joven) o el hombre que gritó a E.T. en el pasado en E.T. y viceversa), titular Flanagan en Ouija 2, El Juego de Gerald. Más otras habituales en la filmografía del director, como la actriz Kate Siegel (Theo, prácticamente todas las de Flanagan, incluida la víctima silenciosa de Hush), Elizabeth Reaser como Shirley (la madre ´atacada` de Ouija 2 y serie Unamomber); o no tan habituales como Oliver Jackson-Cohen (Luke, también de serie Emerald City), Victoria Pedretti (Nell en su primera peli)... y especialmente, un ganador del Oscar, Timothy Hutton, que saboreamos en Gente Corriente. De Beautiful Girls a El Escritor, más 3 trabajos basados en historias de Stephen King como La Mitad Oscura y últimamente, en Todo el Dinero del Mundo dirigida por Ridley Scott o la serie Jack Ryan. Después lo veremos en siguiente peli dirigida por James Franco y una serie basada en el cómic apocalíptico Y: The Last Man. Mi predilección, porque lleva el papel más allá...

Pero la serie es algo más que un drama familiar sobre dos sucesos terribles que les hace unirse. Tiene algunos momentos que te ponen la piel de gallina y algunos finales de episodios impactantes, con otros seres pululando a su alrededor y mirándoles por encima de la barandilla o el hombro. Uno de sus aciertos para mí, ha sido evitar los jump scares baratos, y acercarse a esos niños y sus fantasías recurrentes. Juegos cubiertos de un velo de irrealidad, cierto, un tanto parapsicológica, ya que mostraría la debilidad de sus actos o pensamientos, frente a lo desconocido. Luego, casi siempre, confundidos sobre ciertas normas de la nocturnidad y los sueños, entres estos dos mundos traspasados por el tiempo y el no espacio.
Algo tangible como las pesadillas, que diferencian la perspectiva de los individuos adultos y sus tormentosas relaciones, con la capacidad imaginativa de la inocencia infantil y las huellas que atraviesan la fragilidad de sus pensamientos en dichos momentos. Con otros rostros reconocibles como el viejo Dr. Montague interpretado por el amigo de Robert Wise, Russ Tamblyn, la actriz Annabeth Gish (Somnia, serie Bag of Bones), Samantha Sloyan (Hush), Robert Longstreet (Mr. Dudley) próximamente en Doctor Sueño dirigida por el mismo Mike Flanagan, junto a Rebecca Ferguson, Jacob Tremblay y Ewan McGregor.

Datos técnicos curiosos, un episodio dividido en 5 cortes tan solo, cuya duración de cada es 14, 7, 17, 6 y 5 minutos, con toda la familia flanqueada por los actores del presente y su pasado, saltando entre muertos además por dos localizaciones, tanto en el tiempo como en el espacio.
Para mí, otro enorme trabajo de la televisión actual, guiados por una mano, de un preferido en el cine, Mike Flanagan y II, que aventura grandes proezas y entretenidas muertes en otras casas. Demostrando que puede controlar todas las teclas, visuales, sonoras, técnicas, interpretativas, coreografiadas, en post-producción, durante tantas horas... y no salir indemne, sino entonando victoria... ¡Larga vida! ... en todos los sentidos, profesional y artística, claro.

A posteriori, únicamente nos quedaría por conocer... ¿quién residirá en la próxima estancia de Miss Jackson?
Siempre hemos vivido en su Castillo. No tardes en descubrir ésta, ni nosotros a todos aquellos que llamen a las puertas. ¡Estamos en casa!

Tráiler Nightmare Cinema, de Alejandro Brugués, Ryûhei Kitamura, David Slade, Joe Dante y Mick Garris.


Tráiler La sociedad literaria y el pastel de piel de patata, de Mike Newell.


Tráiler Elizabeth Harvest, de Sebastian Gutierrez


sábado, 17 de noviembre de 2018

Castle Rock (Season I).

El Rey de la Nueva Era.

Era una noche lluviosa de otoño, cuando las luces de un coche se desparramaron sobre los curiosos espectadores, haciendo que sus ojos se vieran afectados por un flujo de temor o incredulidad en la espesura... porque su mente nebulosa, les inducía a sopesar algo siniestro u oculto en su interior, cerca del alma. Algo silencioso e inerte, leve como la mirada velada, prácticamente intangible, una especie de fantasma catastrofista... Tanto que, les debió hacer pensar sobre esas historias de otros mundos, o con máquinas del tiempo que atraviesan otros universos paralelos al suyo. El que estallaba de violencia... de nuevo como en una novela de escritor de terror. Todo estaba como hace unos años atrás en el tiempo, allí sentados compungidos, sobre el sillón de su cómoda sala de estar, con el vello de punta. Algunos comentan, sin duda, este sitio ya le conocemos...

Así, ocurre con muchas historias tenebrosas del cine y la televisión, o en algunas de las variadas ramificaciones del mal, desarrolladas en sus relatos por el novelista Stephen King. Obtuso, distópico, prolijo, soñador, divertido, sangriento... Son muestras del terror que fue inundando nuestra memoria, desde las épocas más remotas que asustaron nuestra inocente existencia, cuando comenzamos a encarrilar los pasos. O no... Desde aquella primeriza aventura con el terror psicológico, radical y diabólico, una historia que mezclaba la familia "unida" y la amistad, con fuerzas impredecibles alrededor, o reconocibles como la pérdida de la figura materna. El boca a boca sin redes sociales aún y esas rancias creencias religiosas, marcadas a fuego en la piel, se clavaban como espinas en la carne, como cuchillas en el alma. La vergüenza y la venganza, conocidas en todo el mundo con el nombre de una ´desafortunada` Carrie, con una madre inculta interpretada por Piper Laurie, más John Travolta en uno de sus primeros bailes y un maldito cubo. Al cubo donde iría a parar el toque romántico, que ahora, parece imposible en estos tiempos. Aquel lustroso coche, se marchó en dirección a una fiesta, con Brian de Palma y el cine, y le acercaría a su pasado más esotérico, desequilibrado... Más, otros, a una fosa común que enterrara para siempre, la terrible realidad... sobre sus cabezas.

Después de la masacre... siempre hay una... continuarían las conversiones sanguinarias salpicando nuestra posición acomodada en el centro del universo King, sobre la ciudad verde. Cerca de su propia identidad que llegaría sobre una cama, lavando sus propios trapos sucios, cerca de la sangre que salpicaría su carrera como escritor, los huesos fracturados, el apocalipsis conceptual de una pequeña familia, dentro de una pequeña comunidad en el estado de Maine (región de Nueva Inglaterra), asentamiento de los primeros estados y estrellas. Diabólica tierra arbolada, adoctrinada y desangrada, conocida también en pantalla como Salem´s Lot.
Lógicamente, ese terror se extendería como la Rabia, colgando de las barbas de algún vagabundo o fugitivo, o los belfos de un perro viscoso, casi demoníaco (pues, pensando bien, la raza más pacífica y rechoncha, sería la más aterradora para el público), acosando a plena luz del días, salpicando a nuestro mundo y otros conectados hoy. Lo común se volvía, eso, lo más amenazador, lo entrañable, lo que te sonríe, aunque en el pensamiento hubiera sus reticencias o fobias al respecto.

Por lo inesperado, nuestro mundo se fue incendiando a cada brillo, a cada pedalada, enloqueciendo a cada golpe de tecla repetitiva, repiqueteando en nuestras cabezas como un martillazo o un sonido del pasado... ¡no voy a hacerte daño! Cada paso en la nieve o pasadizo sombrío de la mente, se haría más insospechado, disfuncional, distópico y sobrenatural, o incluso, diría surrealista. Saltando a una nueva población recóndita, a un fotografía antigua o una barra de bar luminosa, en un ascenso al mismo corazón del creador, que perseguía sus idas y venidas en la carretera, a su máquina confundida entre el alcohol o las voces del más allá. Pero, esa es otra historia que todavía resuena, que nos acerca a individuos oscuros y peligrosos, de peinado destartalado y mirada viciosa, que traerá ecos de nuevos advenimientos en el futuro próximo. Si es que éste existe... qué se lo digan a Spielberg.
La muerte siempre ronda en las páginas, incluso en los ojos de un aficionado acérrimo de los sustos y muy celoso, con el mazo dando en los tobillos, hasta adentrarnos en un embrión larvado, bajo un torre mortecina. Un sitio menos norteño que su residencia infantil, recorriendo los espacios silenciosos, sólo sacrificados por los gritos de las siguientes víctimas... como en aquel baile de cruces, dentro de una granja soterrada de mecánica, arrastrado por un laberinto verde y blanco, sobre un lavabo coronado por unas tijeras, bajo la carrocería del Plymouth Fury del 58, entre maizales de 1922 a la espeluznante niebla... gritando en el Hotel Overlook, junto al innombrable Jack Torrance y el filo de un hacha.

Ahora, otra vez, tras los picos de las Rocosas del Sur, ruge el motor hacia un paradero incierto.
Luego, determinadas paradas, por The Stand, de pie, oteando el pasado en fotografías colgadas en la pared y ese Largo Camino hacia el futuro, a Su Zona de la Muerte y la de todos, atravesando puertas astilladas o temporales, recordando la noticia de unos ojos ardorosos, del can maldito que atendiera al extraño nombre de Cujo... allí en el mismo estado catatónico y lleno del estupor de una comunidad rural, llamada Castle Rock. Reyes y reinas de la pesadilla, ¡bienvenidos a su mundo!
Abran sus mentes... cierren los ojos.

La física del terror psicológico.

Pero, antes de este recorrido mental y huidizo que nos ocupa, otros nombres se abalanzaron sobre nuestra reposada tranquilidad de la noche, espesamente nublada, y empezaron a formar parte de nuestra vida, como una jaula a la falta de libertad. Semejante a los intérpretes de un teatro de la catarsis o los protagonistas de un psicoanalisis en las tablas, describiendo su muerte escenificada. ¿Ser o no ser? ¿Existir o morir? Quizás, volver a nacer...

Desde la mitad oscura de una sociedad enferma, cualquiera podría ser... La que mira hacia atrás como en una involución programada o maquinada por una mente externa, se concentran todas sus miradas, hasta esa zona siniestra de la existencia, o alma perdida más localizada. Más bien desproporcionada y borrosa, desconocida, sobre la que no se permite la visualización adecuada de los acontecimientos alrededor, ya que los hechos son inexplicables. Un lugar oscuro, donde seguimos oteando sus armas.
Una máquina de escribir y un mazo, un cubo sanguinolento y sus puñales, unos monstruos que aparecen de pronto, un motor ahogado y las fauces iracundas de la rabia, nieve sangrienta entre conexiones neuronales y sus ojos ardientes al fondo, atravesando la madera, el fuego, las balas. La oscuridad y la memoria, son armas, el fuego y los revólveres, evidencias, las creencias ancestrales y las cruces, el mito, la música rock y las yantas, la diversión, los globos rojos y los dientes, la violencia, los animales y el ruido, la naturaleza, las puertas que dividen mundos, lo otro... un maletero y una caja metálica, su cárcel.

Todo son piezas de un ajedrez que, separan o acercan, emplazamientos, rostros o tiempos.
Las ideas de ayer y hoy, se adaptan a estos, se complementan de la mano de un director y su cámara de los horrores, llamado Michael Uppendahl, que ha reflexionado sobre la vida o incidido en la muerte. Como en aquel lejano capítulo de The Walking Dead, ha visitado el exceso en viciados episodios de Mad Men y las vidas de Ray Donovan, por la American Horror Story, junto a las imprecaciones de Daredevil y otras Legiones endiabladas. El director ha estado pasando entre las nieves y condenas perpetuas de Fargo, hasta las rocas de este castillo de viajeros temporales, telepáticos e inquisitoriales. Creando lugares comunes sobre los cimientos del viejo King, su mentor del papel, subido al automóvil en la noche de los hielos, hasta el puente de los suicidios, cercando los laboratorios mentales y la cárcel, cubierto de pesadillas y alucinaciones, en los sucios sótanos, las ruinas del pasado, ondas de confusión, en colegios y hospitales ardientes, mansiones características, casas rurales, granjas infectas... las iglesias y los bosques, el fuego y la nieve.

De pronto se nos amontonan, con su increíble puesta en escena, una para cada personaje o transición pretérita, las imágenes y sonidos. Las sombras de nuestro pasado, junto a Mr. King y su orquesta desproporcionada de gestos e ideas contagiosas, compone una nueva extensión de su universo poliédrico, con diferentes episodios que pertenecen a cada rostro... Sissy Spacek y Brian de Palma, el genio de Stanley Kubrick con su repudia baldía, exquisito terror nebuloso de John Carpenter a Frank Darabont. ¡Ayyy! Jack "Torrance" Nicholson, si volviera (y vuelve), con la familia, en los campos altos de verdor, recordando como Bill Skarsgård se ríe (entre comillas) del olor ochentero de Tim Curry y su icono elevado, de la metodología o el pensamiento de Christopher Walken y Martin Sheen, de la música de la vieja Christine, del estigma ennegrecido de Ann Cusack y Mr. Mercedes, las señales de Rury Culkin y la vocación por los ´easter eggs`, de sus altavoces divinos, como la miseria de Alan Pangborn en aquel Michael Rooker, el fondo femenino o la fachada violenta de Dolores Claiborne y su pozo inundado de insultos, vejaciones bajo el eclipse, así como la fortuna de Paul Sheldon y el Rob Reiner de la eterna juventud, los poderes soterrados de Melanie Lynskey, tan comunes, las balas de un sheriff llamado Scott Glenn, con su mágica esencia sacada del apocalipsis, el ´furtivismo` vigilante de Noel Fisher, del curioso nombre de Jackie Torrance o Jene Levy, de la confusión de André Holland... En fin, de los escalofriantes ojos de un payaso... del infierno.

Sin embargo, a pesar de las referencias históricas, la física sangrienta se agolpa, a golpe de hacha. Muchas influencias con olor duradero a putrefacción con bandadas de negros agüeros u osamentas que se levantan de sus aposentos, en Castle Rock o más allá. Son discrepancias animales y neuronales a parte, donde abundan los héroes a la fuerza, con su mente o sus propias manos, volviendo a alguna realidad. Ayudando o intentándolo, pagando su precio, a víctimas anónimas que riegan los campos, con voces de ultratumba, susurros de otras vidas que regresan, ululando. Como el antiguo sheriff Pangorn, descubriendo el doblez de los viejos personajes y sus mitades oscuras, familias olvidadas, de aquí o allí. Visitadores de otras realidades, peligros de un dios menor, pero más iracundo, quizá.
Asesinos de recuerdos, con cuchillos y lenguas cortantes, a través de sus creencias inmortales o credos, que vinieron para descubrir en 1991, que el mal vino para quedarse en este pueblo. o que, otros viajantes en tránsito, desaparecen y aparecen en los huesos de un ínclito Henry Deaver.
Ahora, todo huele a hermético como una jaula de contención, entre la familia restringida o consumida por el fanatismo, sesgado como las ideas de un clarividente que escucha... oye y ve, lo que no debería saberse, sino escucharse.

Algo que permanece fresco, en la sombra, perpetuado en la conciencia, inmaculado como un refugio de bestias en nuestra mente. Ensombrecido por las muertes en orden aleatorio y exponencialmente en aumento, de hoy, un amor abierto a todas las posibilidades menos ciegas y alteraciones sorprendentes, pasadas a degüello, incluyendo los filos del odio, para su hermano gemelo. Mientras, otros espectadores menos habituados a tal estado de confusión o transgresión de los tiempos, se sentirán manejados por trámites superficiales o cuestiones no tan importantes, como una masacre en pasillos blanquecinos... cuando, ¡aún quedaría tanto por contar en la espesura!
En este dark Castle, la negritud y los estados alterados de conciencia de Mr. King, están guiados por las palabras televisivas de los guionistas Sam Shaw y Dustin Thomason, files manipulados para Hulu y muy seguidores, imponiendo el olor rancio de los huesos calcinados, las cadenas oxidadas, las visiones ¿reales? y las vestimentas rescatadas de un infierno alternativo. Mirando al horizonte, la condena, la longevidad, el homicidio, la reencarnación... o una resurrección.
Esto es sólo el principio, del todo o la nada.

Creencias... paranormales.

Muchas producciones visuales, comenzaron en esa autopista perdida y recalcando sus giros inesperados, en cualquiera de las cunetas de los ochenta, izquierda o derecha, más allá. Salpicando barrotes con sudor, sangre y necesidad, para volverse a sentir libre de la suciedad, del estigma social o la lástima. Desde la evidencia de George A. Romero, su otra mitad oscura y sus necrópolis adversas, en una cadena de reacciones devoradoras, a las primitivas esquelas en los periódicos de sucesos, que alteraban la realidad con la mínima brevedad. Con aquellos seres de Tommy Lee Wallace en las alcantarillas, en los cementerios vivientes más descriptivos o las visitas inesperadas del exterior, vómitos y cagaleras, humanas e inhumanas, sobre las complejas expresiones de Cronenberg o las disonancias de Lynch, genios hasta la sepultura, hasta la eficiencia de Carpenter para aterrarte, la magia carcelaria de Darabont en Rita Hayworth and Shawshank Redemption, circulando en paralelo, por la sinceridad universal de Spielberg en sus principios mundiales, sobre la carretera o su espectacularidad visual, templada en esta ocasión, salpicando la humanidad alegre y enfermiza de Rob Reiner. Por consiguiente, mediante definidas líneas, no tan insulsas como suponían sus detractores, que te llevaría a un mago del suspense contemporáneo, para lo bueno y lo muy malo, su impredecible imaginación mostraba el horror o el suspense, nunca vistos o retratados, recreando la singularidad de sus mundos paralelos... tocantes. Apocalípticos. El miedo representado por los rostros de todos y en su subjetividad, como nadie... como el gran mago, Alfred Hitchcock y sus pájaros.

Todos, sus experimentos, se dibujaron junto a los curiosos aficionados del otro lado, en la imaginación. Cercados por las barras de acero, laboratorios para lavados de cerebro, diodos sin necesidad de conexión, algo más natural y salvaje. Descubrirán los disparos a discreción, cámaras dispuestas para recrear un infierno de dudas, hielo crujiente bajo los pies del pasado, caminos forestales al más allá, conexiones del ahora con el futuro, camillas, ataúdes, drogas, cajas herméticas, abandono, almas en pena, hollín, cintas, máscaras, pensamientos carbonizados, disfraces infantiles... piezas de un ajedrez fantástico para reyes del terror o humildes huéspedes de King. Un arsenal metafísico, dispuesto a combatir el espantoso tedio, a romper el hielo de un fría noche otoñal, con ocasionales nubarrones de ambigüedad o silente anarquía, sangría amortigüada por la distancia, el genio envolvente y la deliciosa imaginación. En busca de sobrepasar los sufridos límites del entretenimiento y la moralidad. Por consiguiente, esas herramientas necesarias o imprescindibles, para crear el caos que buscamos. Para indagar en la propia historia personal de Stephen King, natural de Portland, que se aficionara al mundo del cómic con aquellas recordadas Tales from the Crypt (a las que rendiría homenaje en su guion para Creepshow) y graduado en una universidad próxima a la palabra, que se ubicara tras los suspiros del cementerio de animales, cruzando una carretera inoportuna. Casi residencia sagrada para dioses... o más bien endiablados, como todas las facetas ocultas de la mente desquiciada, alrededor de sus letras.

En definitiva, las localizaciones son el universo físico de claroscuros neuronales, de espacios rellenos con notas musicales para el oído y la mente, estados de agitación interior, visitando mundos, saltando entre épocas y espacios contaminados. Trazando nuevas huellas en la nieve, tan profundas como la memoria, señales de otra época, coloreada por gotas rojizas y sustos contemporáneos, que te zarandean y desencajan de la vía común. Que era un mero libro, con pastas negras, cubierto de hojas impregnadas de ideas radicales, condenas, sortilegios mágicos, ideas increíbles, sorteando caminos ininteligibles o audibles, de llantos derramados por víctimas inocentes, instrumentalizadas por la discordia, la fe, la mentira, lo inexplicable. Esta división fáctica, entre física de las ideas concretas o materiales y un algoritmo químico, casi expresado como un sortilegio incomprensible, rebosaría por los límites de esa realidad o nuestro entendimiento, al no comprender sus ramificaciones futuras. Pregonando como el sonido de la contra natura, otras aptitudes, visitas inquisitoriales o capacidades incontrolables.
En otro momento de esta novedosa historia, extendible en fascículos, se va ironizando sobre pueblos y casas olvidadas (menos que otros autores de maldición), que contienen los ojos desorbitados por la locura, las voces huidizas o mentes que envejecen, y nos concentramos en escucharlas en bosques inhóspitos. Con noticias accidentadas de fosas residuales, incendios comunes, cráneos fantásticos, caídas en celdas de terror, camas de ida y autos sin vuelta, más los regresos inesperados de otros... En definitiva, visiones que contrastan con esa juventud de antaño, la rebelde mentalidad, el grupo que cuenta contigo, los garajes roqueros para tipos duros, la música divertida o el desfase de antaño, fiestas vomitivas, pozos risueños, institutos de fe, crueldad, fealdad, horror... agujeros con vistas... a dramáticas penitenciarias.

Eso y más cosas oscuras, no tan divertidas (porque, sí, posiblemente falta algo de humor negro o ácido), incluye esta entrega de la serie Castle Rock, concertada con el rey, no del mismo, sino del terror escrito, que tiene su pensamiento en otras puertas, a las que llamará y con él, ese otro midas actual, conocido en Bad Robot y demás influyentes productoras de nuestro panorama televisivo, como J.J. Abrams. Él ´dios`actual, de la paradoja moderna, los viajes astrales, los mundos del droide en Westworld, de misiones imposibles y explosiones Fallout, el overlord de Dark Castle, en la penumbra.

Los viajes corpóreo-temporales.

Quedan los extraños viajes con cápsulas del tiempo, perpetradas en nuestra cabeza, sobre la magnitud de Sissy Spacek, Ann Cusack o el recuerdo de un nombre aterciopelado como una hoja de cortar, los discursos de Adam Rothenberg (reverendo joven) ante Jeffrey Pierce (elemental Alan Pangborn), la mirada perpleja de Terry O'Quinn, el alcaide del suicidio, incitado por aquel Padrastro y licenciado en las puertas del cielo de Michael Cimino, junto a "casi" recién llegados, Kris Kristofferson, Christopher Walken, Joseph Cotten, Isabelle Huppert, Sam Waterston, John Hurt, Mickey Rourke, Brad Dourif, Jeff Bridges... de miedo. Pasando del miedo familiar, los consejos o amenazas de C.J. Jones, cegado por sílabas y asesorado en ciencias ocultas, los asesinos caídos de la nada, más brutales como es habitual, por otro lado...otra historia de horror en pareja, negocio de restauración con vistas al hostigamiento conceptual.
Entre pretensiones, la edad, divagaciones, crisis, alteraciones de conciencia, alzheimer, conciencia superior, demencia, disgregación orgánica, división cerebral, desconexión mental, mutismo, intenciones ocultas, cables pelados, realidades sincopadas, creencia, pausa inerte, el adoctrinamiento, la negación, el fanatismo, puertas... el castigo. ¿Condena o salvación?
Como reconocería la misma Sissy Spacek: “Stephen y yo estaremos unidos para siempre”. Pues eso...

Así, con diferentes perspectivas para cada visión del ayer, nos entretenemos como nerviosos inquilinos del Hotel Overlook, tac, tac... tac, que pululan por los rincones de este viejo fantasma del cine, volvemos para visitar los barrios periféricos, edificios continentes del pasado, fotografías de un asunto peliagudo, que busca la soledad en paisajes inhóspitos, en el silencio del susurro o la turbulencia, son un condicionante del miedo contenido, en los entramados psicológicos de Stephen King y su analítica misteriosa o perturbadora, interpretador de sueños o pesadillas, altavoz crítico de medios de comunicación y maniobras gubernamentales. Es el tiempo de las puertas que se abren señalando otras vidas, o muertes.
El automóvil portaba el mal en el interior, y los sabíamos, como la locura se encaramó al teclado de un escritor, amarrado a un hacha o una cama, pasando minutos como horas, en un embrión mental que esperara ver la luz. Mientras en Cujo, las fauces depredadoras de Castle Rock, nos acorralaban desde el exterior, cuando en el filme Christine, era ella, la precursora de las tensiones o muertes por asfixia y se convertía en la protagonista principal del miedo. Hoy es una mirada, sin espasmos ni siquiera expresión. Esperando la siguiente caída accidental o ajusticiamiento progresivo.

Por tanto, para la serie de Hulu, el transporte es un mero contenedor físico, pues los viajes se realizan más con la mente y el sonido, atravesando conciencias difusas, en disposiciones que funcionan al igual que jaulas o puertas amenazadoras y separan las diferentes ideas. Además, el poder, la palabra de un ser superior, su justicia, el radicalismo o la penitencia agraviada, en forma de asesinatos crueles o marcas, supuestamente accidentales, se divisa atravesando bosques, corazones y caminos desiertos a ningún lado, o a todos. Aparcando en las calles de su centro pintoresco, sollozando en sus celdas esotéricas... Pero sobre todo, desmembrando el futuro, retratando el pasado, por ende, alterando las reglas. Confundiéndonos sobre estas conexiones metafísicas o psicológicas, los cadáveres de jóvenes sobre raíles, la marcha ondulante, como las ondas, del nuevo Castle Rock. Serán puertas a unas o prisiones... Expresa eso, la boca del sueco Mr. Skarsgård: “No quería verme encasillado y además estaban tan en secreto con el guion que no me dejaban leerlo. Menos mal que insistieron porque es uno de los mejores pilotos que he visto nunca”.
El sufrimiento de los/las protagonistas se corresponde con cierta visión teológica de la sociedad, o su universo, basada en el castigo por pecados cometidos (oscuros círculos rimados por Dante, dibujados por Boticelli) o la búsqueda de una verdad absoluta. Tal y como ocurriera sintomáticamente en otras historias esculpidas o soñadas, quizás el infierno somos nosotros.

Tanto eufemismo para expresar el castigo, que los no creyentes no llegarían a comprender sin las pruebas necesarias, mirando ventanas secretas, solamente por el estruendo de sus elementos macabros o palabras.
De aquí, la división entre aquellas creencias denominadas heréticas, que se fundamentan en relativismo moral o otras artes mentales que responderían a hechos surcados por la literatura de terror en Mr. Stephen King. Poderes sobrenaturales o incomprensibles científicamente, quizá retratados visualmente dentro de ese porcentaje del cerebro que no utilizamos o conocemos... pudiera ser, la voluntad para ver, escuchar... y sobreponerse.

La siguiente dimensión...

En los pozos hallamos toda la oscuridad... Ahora, dentro de los límites de la realidad, o plácidamente en el sillón frente a esta era de la televisión, nos vemos observados desde una perspectiva ilógica, compuesta de giros surrealistas en la pantalla, que reniegan de un plan, ya veremos u oiremos. Sin duda, tratarán de reivindicar la leyenda o el mito, con la necesidad de nuevas experiencias o sugerencias bifurcadas. Ventanas cerradas y secretas, de un nuevo Castle Rock por visualizar, de acuerdo, en esta ocasión... unas más acertadas que otras.
Por último, la disgregación material en diferentes mundos paralelos que, nos recuerdan ecos de sus novelas, bifurcándose y tocándose, produciendo viejas grietas, viajes temporales o alternativas a una realidad que revitalice algunos acontecimientos contados.
El futuro y el pasado, se reencuentran en una historieta de Roca Castillo, retorcida como las hélices cortantes de una podadora, produciendo lagunas en la memoria debido a causas específicas, sin declarar o definir en la pradera. El olvido de una enfermedad mental, la sincronicidad de apariciones y asesinatos, la posesión pasional, que identifica registros u ofuscaciones, como la culpa, la redención, la venganza y el amor.

El futuro va a depender de elementos como la presión social o policial, que observamos en The Dead Zone, fantásticos bajo los cimientos de una Torre Oscura, o imaginativos tal que un segundo cementerio de animales, perseguidos con trazos violentos, sin duda, un juego enrevesado. Algo divergente, que comenzara a tambalearse sobre la planicie comercial del cine actual y una ligera marcha atrás, en las ideas televisivas. No todo lo bueno, iba a durar para siempre.
TLo que parece meridiano, es que terminarían por sobredimensionar una carrera exitosa, para un novelista del terror o la ciencia ficción, que no ha sido más identificado con la formación de un imperio económico e influyente en la cultura contemporánea y visual, que con el mapeado inteligible de ciertos elementos comunes: caseríos, granjas, poblaciones, mundos, miradas, rostros, monstruos… dioses.

Un conjunto de perspectivas oscuras que se tendrán que alimentar de la nueva carne, en el infierno de condenados por una especie de deidad, que los próximos seguidores y criaturas de esta generación, se sorprenderán sonrientes al ser sometidos por el universo kingniano y sus condicionantes metafísicos, mágicos, psicóticos... repleto de procesos fantasmagóricos, espacios alternativos o estados criminales. Enfrentando la moralidad de una sociedad frente al conocimiento, la violencia y la nulidad emocional, ante el amor condicionado por el paso del tiempo.
Es la penúltima serie de la plataforma Hulu y producción Bad Robot/WB Tv, que encaja físicamente en nuestro recuerdos, aunque en una especie de nebulosa visual que avanza a saltos intermitentes.
Son reconocibles las estrategias del suspense, identificaciones que despiertan nuestro hambre de sustos, pero que suponen en ciertos capítulos, verdaderos rompecabezas, si bien mira hacia el futuro de la historia y sus personajes. Tendremos que comprobar si encajan también con otros.

Esta disyuntiva de realidad paralela, se aprovecha de nuestros sentidos, provocando una crítica severa, especialmente, por los caminos elegidos que nos convocan al terror accidental o provocado por artilugios más efectistas. Ya que este mal absoluto, condiciona las expectativas de impregnación cognitiva junto a la fantasía, debido a cierta grandilocuencia, que a algunos les puede resultar difusa o excesiva. Sobre aquellas idas y venidas, atravesando el submundo del Rey King y sus redes, es decir, alternando aciertos y recaídas narrativas, que alteran esa perspectiva del terror clásico o las reminiscencias sobre mitología de un poder presuntuoso y elevado. El sonido del silencio.
Por contra, lo más interesante podría ser, la elaboración de una estratificación temporal estudiada, dividida en diez capítulos con antecedentes reversibles, donde nos convertimos en observadores temporales de esos resortes internos del pensamiento. O tal vez, el sueño.

Sus miedos, estrategias y dudas, los protagonistas se agolpan en una cárcel transitoria o en los barrotes de una prisión mental, que contenga lo inevitable, con la perspectiva dañina de su poderoso y silencioso inquilino. El actor Bill Skarsgård (hijo de It), próximo Villano y Felipe II de España, nos aturde con su fría mirada y confunde, nos lleva al otro lado de su risueño payaso, que volverá, hacia un lugar más apartado y oscuro de la mente, su olor diabólico nos va impregnando en la inmovilidad, en la contemplación de la maldad intrínseca, frente a la mirada cristalina de la inocencia en los ojos de la pequeña, gran Sissy Spacek.
Castle Rock es la presa, esta es la bifurcación temporal, escrita sobre la palabra de un dios, los asesinatos más crueles de nuestro presente y otros misterios del pasado, donde para mí, el capítulo dedicado a Miss Sissy con su calidad interpretativa, inversamente proporcional a su estatura física, ofrece un curso avanzado sobre la psiquis humana, el desequilibrio de la memoria y aquellos errores acumulados tras folios en blanco. Enderazados por las piezas petrificadas colocadas estratégicamente en el guion. Cuando el mayor pavor del inteligente, sería la pérdida de la identidad o ese saber individual que nos personaliza o conforma como seres humanos. ¿Hacia dónde moverán la siguiente ficha?
Así, entre la confabulación de maldad absoluta y nuestra pequeña psicología, errante entre mundos, nos conmueve esta batalla con la fe y la razón, en blancas y negras, entre la universalidad y la privacidad del pensamiento, entre la sangre y la palabra. Los eternos conceptos de bien y mal, y el aderezo de un mundo alternativo, condicionado por la mente del creador. Sea palabra de King, o del otro.

Terminó el día de difuntos, cuando escribo, la visualización del Halloween comercial, es otro mito, y me aproximo a otros fantasmas... Se acuerdan de la búsqueda de esa eternidad mitológica o el deseo inmaculado de nuestra inmortalidad... hablamos de eternidad, replicación celular o una resurrección... ¿Qué reside más allá, tras nuestra ulterior desconexión... o el final de la primera temporada? Esperemos que el entretenimiento vaya en aumento, que nuestras retinas no se entretengan en puntos de fuga convaleciente, de un horizonte sin sentido… a no ser que la alternativa a dicha realidad, sea un mundo de lujuriosa fantasía o surrealismo enloquecido.
Este enredo, sería el mayor problema, ante el pavor de algo, eso II, demasiado ilustrado y visualmente insustancial, que directores y los guionistas Shaw y Thomason, deberían evitar a toda costa, para no caer en cierta redundancia teológica o filosófica.
Luego, no todos los fantasmas que nos acosan, serían producto de la conciencia de aquel Frank Castle acosado y su camiseta cadavérica, más cercano a la familia que a relevancias cuánticas, en oposición reverencial al habeas corpus. Cuando sus actos explotaban ante nuestros ojos, salpicando las paredes de una prisión colectiva de la sociedad actual.

El máximo terror es producto de nuestro cerebro, o reside en nuestro ser interior y pensante, distorsionado por la experiencia, los sueños... y eso Mr. King lo conoce de sobra en su propia vida personal y en el interior de su obra escrita.
En esta serie Castle Rock, reside una paradoja entre el efectismo cinematográfico y la no limitación de unas ensoñaciones, su trayectoria más sanguinaria ante la indagación cultural de ciertas raíces más esquivas, mágicas y arraigadas en el acervo tradicional de nuestro pensamiento colectivo. La falta de alternativa, traería un caos, la evidencia de esas huellas pretéritas o razones históricas, que se encapsulan o aprisionan en otra especie de cubo, frente a la imaginación y el poder de la mente, a la concepción de los llamados vigilantes. Ante la concepción de un futuro de tinieblas, la idea exagerada y radicalizada de un ser superior e inmisericorde con los pecados, no cometidos sin derramamiento, más que un icono vengativo y sacrificado, como the Punisher.

Tal vez por eso, sólo utilizamos un pequeño tanto por ciento de nuestro cerebro, porque ese incremento, también, podría ser manipulable en busca de nuevas puertas. Así, el hacha del pasado aterriza sobre nuestras conciencias, desmembrando el interés por las leyendas y ese próximo conocimiento de la vida eterna. Sin sarcasmo ni el humor característico del novelista, de cara a la próxima visita a Castle Rock. Porque, amenazan los guionistas, con que la jovencita Jackie, vuelva a recorrer los papeles pintados y moquetas, de un hotel...
Puede que las siguientes desapariciones, salten los pliegues temporales, atraviesen los agujeros de gusano de la carne, para asaltar nuevos terrores no identificados, así como los retratos decoloridos, de una época irrepetible que pareciera regresar, o intentarlo, en la televisión actual. Olores ochenteros, identidades, sus vidas u otras, del hoy al mañana, retornarán con otras revelaciones del terror psiológico o superposiciones siniestras del espacio kingniano... Si bien los afamados y guionistas en la sombra, deberán luchar contra las fuerzas irresistibles que tratan de confundirnos, de fáciles subterfugios ambivalentes y otras posibles experiencias sobredimensionadas en exceso. La imagen del ser y la esencia de un ente superior o profético, frente a la penitenciaria estatal de Shawshank en Maine, Nueva Inglaterra. Su casa... la nuestra.


Tráiler The Old Man & The Gun, de David Lowery.


Tráiler Office Uprising, de Lin Oeding.

Cinemomio: Thank you

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