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domingo, 18 de septiembre de 2016

Esperando al Rey/War Dogs.

El mundo árabe y los tratos comerciales, desde un punto de vista occidental, son reminiscencias de un choque social que el cine refleja (con más o menos acierto, simpatía y rigurosidad) en estos dos títulos. Tan divergentes como divertidos, comparando las diferentes culturas.

Esperando al Rey.

Algo magnético y emocionante, tiene el desierto, y las tierras mágicas de Marruecos, Egipto y Arabia Saudí, convertidas en plató cinematográfico en esta coproducción. Al igual que Tom Hanks, comprobando su mirada tranquila y medida, al igual que sus personales andares y forma de empatizar con el espectador. Le convierten en un auténtico rey de la comedia, algo que llama la atención de productores y diversos directores como el alemán Tom Tykwer (El Perfume, Cloud Atlas)y pareja de la actriz Franka Potente; a la hora de enviarle una petición o contrato laboral para su participación en interesantes proyectos cinematográficos.
Y es que el profesional Tom, el carismático actor, lejos de esa duda y su forma física renovada, estudia la narrativa y ante la cámara pareciera no ponerse nervioso nunca. Sus trabajos poseen este poso necesario y excelso, para ser considerado por el público y sus compañeros de la industria como un magnífico profesional, incluso por aquellos críticos especializados más pertinaces. Pasa con buena nota en la mayoría de sus últimos trabajos, se podría decir que, su tratamiento y condición son perfectas para cada personaje que interpreta o las necesidades dramáticas o humorísticas, recordando sus primeros pasos. Un rey de la comedia, sin necesidad de una corona mística ni hambre de fama, o sed en aquellos pliegues en la piel, para suplantar su personalidad por un advenedizo, falso y estirado holograma.
Porque el actor de Concord (California) se asemeja al de la frescura de Uno, Dos, Tres... Splash, o la comedia romántica de El Hombre con un Zapato Rojo (pleno de intensidad y naturalidad en nuestro recuerdo). Reposado pero intensificado como los buenos vinos, de personalidad sincera y el aroma espumoso de su inteligencia burbujeante en activa cabeza. Bienvenido de nuevo a la meritocracia y el arrojo, Mr. Hanks.
Ayer fue un pasaje bélico de la historia en un desembarco, enfermo terminal o un viaje fatídico por el océano de los piratas, pero la mirada de sus personajes se fijan en aquel cómico que fue en sus inicios, los valores éticos que representan la humanidad, la elegancia y el estilo, semejante a la razón de ser de un caballero en apuros, sin espada, frente a esa dubitativa expansión del ser humano por el planeta y sus rincones más desnivelados. También, Hanks significa la representación del padre de familia (y sus problemas a cuestas) dispuesto a defender su labor profesional ante los retos y conflictos, o con convencimiento mordaz, los derechos de sus hijos de manera sarcástica en el humor. Representa la fuerza del héroe solitario aunque sofisticado.
Hoy, se trata del calor asfixiante del desierto de Arabia, en la ciudad del rey Abadlá, en un paraje remoto cerca de Yida, tocando el divertimento radical y exótico, cuyo director Tykwer y su guion, se basa en el libro de Dave Eggers del mismo título. Todo confiere A Holograme for the King un halo de realismo, un sol de ´justicia` que se refleja en cada centímetro de piel en el entorno de Hanks, demostrando con cada mueca o gesto, cierta carga de incredulidad que su personaje matiza entre contrastes y estratos diferentes.

Sol y sombra de sus capacidades o registros, ante el universo de distinciones que van marcando sensaciones universales y respuestas inteligentes, con las que empaparse con las costumbres árabes y esa complejidad en las relaciones, a priori. Su expresión sin pretensiones ni excentricidades, marcha del sentido cómico hasta el cansancio reflejado en su mirada inconexa, enferma o despierta, y viceversa. Como si lustros de trabajo y millones de granos de arena, en absoluto molestasen en absoluto en el interior de unos desgastados zapatos. Es decir, en esa carrera pródiga a la isla de naúfragos llevados al límite de su resistencia.
Es un viaje personal a la vez, de transformación del niño grande que juega con cachivaches electrónicos, al naufragio adulto entre un mar de serios turbantes, del desahuciado interior que lucha por un nuevo y silencioso amor, a la esperanza sonora y personal de sus rasgos occidentales, impregnando el personaje de este comerciante de la risa. Porque, en Esperando al Rey, el público es cómplice de su devenir cansado y permisivo, admirando las estrellas invitadas a su evento.

Sea el descubrimiento de Alexander Black y sus cómicos malentendidos, el curtido Tom Skerritt o la belleza exótica de Sidse Babett Knudsen, Tracey Fairaway y Sarita Choudhury; o admirado por su buen hacer en cada secuencia en la que interviene. De esa moderada seriedad o controlada comicidad en el cine, así podríamos decir que, perderse la interpretación (desestimada o silenciada en algunos casos) de Mr. Hanks en el filme Esperando al Rey, sería una siniestra y penosa marcha por el desértico panorama del cine actual. Pues, aunque no entienda la lengua extranjera o su cara refleje reposo y naturalidad, su gusto por el oficio de actor, se identifica en cada matiz que le sugiere el personaje, o aporta un guion bien trazado hacia la comedia, en diversión que controlará los próximos días de este sufrido embajador de Hollywood en tierra extraña.
Sin embargo, los estudiados gags en aparente paz, encierran una costra perturbadora que recuerda la actualidad desgraciadamente, lo acerca a esas costumbres tan lejanas culturalmente, con un carácter más amable y calmado. Comprensión de los hombres y una ´mujer` diferente, ante el perdido visitante de tan insignes y respetables anfitriones. La historia afronta el viaje, como un explorador utópico se enfrentaría a un descubrimiento terrenal o una ilusión, en un ofrecimiento extracorpóreo, disfrutando poco a poco con su estacional tránsito y el conocimiento del otro. Todo enmascarado profesionalmente con un ligero sarcasmo en el contubernio social y algún que otro interiorizado elemento accidental, de su evolución personal.

La nota más representativo y eficaz en Esperando al Rey, siempre gira alrededor del humor, con momentos hilarantes en algunas brillantes secuencias, una ambientación cuidada o situaciones desconcertantes relacionadas con su representación tecnológica, cerca de sus medio olvidados compañeros. Desdibujados frente a la desoladora labor y la sombra alargada de Mr. Hanks, y ciertas dudas del éxito colectivo, como el trato desquiciadamente pausado o las evoluciones sorprendidas de usuarios difusos o posibles clientes, que se acercarán a dicho evento comercial, mágico e ´insano`. Al menos para el protagonista principal.
Los demás actores invitados a la representación o el espejismo, funciona como un solar desértico, llamativos y desamparados ante la causa y la perfecta luz de Tom, confundidos o formando parte alegórica de su espacio vital. Excepto el chófer surrealista y contradictorio, interpretado por Black (seleccionado por la conocida directora de casting Avy Kaufman) entre perdidos parajes y personalidades, en una coproducción entre Reino Unido, Francia, Alemania, México y USA; al ritmo electrizante de una banda sonora compuesta por un socio, el australiano Johnny Klimek y la ayuda de eternos temas de rock. Tecnología, sensualidad y romanticismo, entre un astro de la comedia, el sol y la arena.
Te puedes ver reflejado en el estigma del incomprendido, sometido al secano de un estrés profesional y odisea personal en tierra arábiga, si has visitado algún país de Oriente. Mentes alegres, funcionando a ritmo y volumen diferente, como aquellos bultos molestos dentro del pesado equipaje que portaríamos a la espalda, ya recargada de por sí. Semejante al escozor creciente, entre sudor y la sangre, con el polvo del camino, los estigmas en la piel y máquinas de última generación... aunque el pacífico Alan y su venta, se empeñen en hacernos reír.
A Hologram for the King - Tom Hanks Extended Dream Sequence:


Juego de Armas (War Dogs)

En segundo recorrido por el mundo árabe, esta vez de la mano del director neoyorquino Todd Phillips (Starsky & Hutch) reconocido por sus viajes psicotrópicos y resacosos por Las Vegas, sobrevivimos a una pesadilla con el humor. Aquí, haciendo de las suyas, con un equipo de guionistas entre los que se encuentra el periodista Guy Lawson, autor de un artículo sobre el uso de armas para la revista Rolling Stone, que disfraza la película. Lógicamente con estas características, tendría que llamarse War Dogs o más explícito en castellano, Juego de Armas.
El título pasa por el lado oscuro del negocio armamentístico y el exhibicionismo, el materialismo y la corrupción, con carta de libertad para operar por distintas fronteras del mundo (y otros trucos) y la corrosión en los chistes.

Dos hombres reales, Efraim Diveroli y el masajista David Packouz, construyen un imperio de débiles naipes llamado AEY Inc. para dotar de un material, tan sensible como mortal, a desairados e incautos. Entre la moraleja y el fraude de un negocio (no tanto contestado, el uso), se adentra en la vida caricaturizada de ambos comerciantes, disparatados, uno vacilón o bromista voluminoso, sin escrúpulos y arrolladora personalidad, que actuará al borde de la ley con su pequeña empresa de material bélico. Y complica al amigo de la juventud, con su iniciativa peligrosa al empezar a trabajar con el gobierno USA, dentro de las fronteras de naciones en conflicto.
Abastecer de armas a las tropas de esas naciones, se convierte en un mercado tan volátil, ingrato e inmediato, como las carreteras por las que tendrán que circular en busca de su peligroso cargamento, y cuyos contratos se firman o revocan, debido a la falta de profesionalidad o capacidad para mover cantidades industriales. Aunque, contarán con la ayuda de un serio contrabandista llamado Bradley Cooper.

Este es el caso real, u otro espejismo narrativo, ambos inexpertos "contrabandistas", interpretados por Miles Teller (Project X, Whiplash) y, sobre todo, el inmenso Jonah Hill (El Lobo de Wall Street, Ave Caesar) y su carisma humorístico, mantienen el negocio y el cine a flote con cantidades industriales de humor cinéfilo, otra banda con temas potentes del rock, sustancias ilegales y sarcasmo sexual. ¿Os suena, verdad?Sin duda, el corpulento actor de Los Ángeles, desarrolla un poderoso trabajo poderoso de antagonista simpático, para hacerse protagonista absoluto en la mayoría de escenas, entre confusión patológica y un acento socarrón en una comedia tan disparatada como dramática.
Dos personalidades contrapuestas con distintas situaciones personales, intentando dar un giro completo a sus vidas para siempre, pero cuya extrovertida realidad está alejada de sus increíbles sueños. Porque, abundando en la oscuridad de una Guerra de Perros, el director Phillips se encarga de dispersar los pensamientos belicistas, entre sustancias prohibidas, comunicaciones camaleónicas y viajes salvajes, eso sí, con una base de desfachatez industrial y aventura egocéntrica.
Todo dará un giro "esperado" y menos efectivo, cuando el peligro se apodera de su Juego Armamentístico y el filme se plantea cuestiones morales que se alejan de la comedia negra, hacia la lucha por el comercio ilegal o las relaciones familiares del personaje de Mr. Teller con su compañera de fatigas, interpretada por Ana de Armas.
Su falta de experiencia comercial, les llevará a un callejón sin salida y desplazamientos increíbles, atravesando terrenos conflictivos por los supuestos desiertos de Afganistán o el tráfico bélico albanés (realmente rodados en Marruecos y Rumanía, respectivamente). Difícil de otra forma. En esa ambientación amoral, interesada y siniestra, War Dogs se aprovecha de las cualidades de un lobo del humor como Mr. Jonah, divertida caricatura de un joven empresario e histrión, cuya interpretación de los hechos trastoca el resultado, en una convergencia cinéfila de y sus chistes esnifados hacia un final de película de gánsteres de Brian de Palma. Aunque, su estratagema tenga que ver más con la chapuza o la caricatura de agentes de la TIA, y ambos extremos deriven siempre hacia esa comedia oscura. Es decir, Jonah Hill es el principal aliciente, para lo bueno o malo, para el espectador. Me decanto por la primera instancia.

Más tópica y movida que la primera película de mi comentario, War Dogs, posee divertidas ocurrencias que llenan los minutos más llamativos, junto a siniestros comerciantes, extravagantes transportistas o equivocaciones con los foráneos, lejos de la obviedad de los asuntos con el gobierno, las tretas y métodos de evasión económica, o la hogareña y escueta moralina sobre el comercio de armas en el mundo, frente a la familia ideal. En este sentido, me quedo con la dirección más salvaje y disparatada.
Es decir, creo que la comedia debería abundar más aún, en las personalidades dispares y cierta confrontación personal, con los diálogos más ácidos posibles entre amistades inconvenientes y personalidades incómodas, ya exageradas y retratadas de por sí.
Es lo más destacable en una comedia alocada, sobre los tratos en despachos privados, ordenadores piratas y naves secretas, de este negocio desaconsejable e incalificable para las mentes más sencillas o pacíficas.
Jonah llena la pantalla en todos los sentidos, en cantidades industriales con su humor físico y corrosivo, desarrollando aptitudes desmadradas y una conciencia ligera, como su ideología en la película. Pero, con ese punto de realismo sarcástico y gracia personal que, decididamente, destacan en esa percepción de irrealidad contínua. Divertido espejismo de la sociedad, como una pesadilla económica, social y existencial del ser humano.

War Dogs Soundtrack / IGGY POP - The Passenger (1977)


Soundtrack A Hologram for the King.

lunes, 9 de febrero de 2015

Whiplash.


El Jazz pugilístico con Whiplash.

Aquella jornada no iba a ser como otra cualquiera de su vida, ya que durante los días precedentes de su existencia su mente había soñado con estar en la situación actual. Las tensiones se había ido acumulando, entre él y los participantes en las primeras escaramuzas.
El joven llamada Andrew Neyman se desvivía por tener un bis a bis, había pasado toda la noche sin pegar ojo pensando en reencontrarse con su rostro ejecutor, alguien que tanto le estaba alterando física y psicológicamente.
Parecía que el reloj se detenía a cada segundo, resonando en el silencio de la noche. Eran las 6 o las 9 de la mañana, quién sabe. Aunque el canto del gallo había dado plantón a su nerviosismo, éste le indujo a saltar precipitadamente a la calle antes de que los primeros rayos del sol alumbraran su rostro cansado y apareciera sobre los tejados de los edificios. ¡Mueve tus pies Andrew, rápido!

Tanta prisa para reencontrarse con el temible Terence Fletcher, y ahora una larga espera con las armas preparadas y enfundadas como las baquetas de una batería. Era otro intento por demostrar que dominaba el temblor en sus manos y se distinguiría por ser el más rápido sobre el terreno.
Andrew lo sabía, estaba preparado pues había estado practicando durante largo tiempo, ejercitando sus músculos y concentrándose en el objetivo. Toda una vida para intentar alcanzar a los más grandes, tentados por el alcohol o las drogas, con lanzamientos cortantes a sus cabezas y bravuconerías de todo índole, insultos graves hacia sus parientes más cercanos, que intentaron minar sus esfuerzos. Ser el mejor.

Andrew se había adelantado, el enfrentamiento no se produciría hasta tres horas más tardes ya con el sol luciendo con cierta fuerza. Tres horas para mentalizarse y hacer frente al gran combate que se avecinaba en el horizonte. Un duelo a muerte, no entre 6 cuerdas de bajo u 8 como en una guitarra, porque este ring estaba cubierto de sombras y sangre reseca de otros combates.
Su estrategia sería plantear un combate con impactos bien sonoros, retumbando en todas las cabezas presentes, tanto amigos o conocidos como los espectadores que hubieran pagado su entrada para presenciar el duelo desde sus butacas.
En el lejano Oeste, hace un par de siglos, las cosas se habrían solucionado de otra forma con el Duque (no Ellington) marcando los pasos. Sólo podría haber quedado uno en pie, mientras el otro permanecería tirado en medio de la calle, agujereado y lleno de polvo.

Sin embargo, el boxeo como el jazz era más caballeroso. Sus sonoridades parecidas en la escala habían sido retratadas en multitud de ocasiones por la literatura negra y el cine de Hollywood. Se parecía en los movimientos agresivos y las improvisaciones, en la libertad con que se ejecutaban los movimientos, las notas.
Se asemejaban con los golpes precisos, el ritmo y la cadencia con que los púgiles sueltan sus manos sobre el rostro del contrario. Y las reacciones que provocaban en la audiencia, en un baile con su swing característico. Porque en Whiplash (una canción para el recuerdo) o Caravan (no hacia el Oeste), el sudor, las lágrimas y la sangre, teñían la piel tensa como la superficie de un bombo.

También de agravios personales resueltos a bofetadas, forzando las diferencias hasta límites insospechados para artistas sin guantes. E incluso, con la muerte rondando en el ambiente cargado de clubes nocturnos, pues muchos habían dejado aquel escenario musical perdido en el tiempo, incapaces de aguantar aquellos tremendos golpes de la fortuna y el éxito, con sus puños desnudos.
Otros, tenían la soga al cuello permanentemente, como seña de la responsabilidad y la frustración por no alzarse con el gran premio destinado a los genios. O maestros sin piedad.

Cinco horas golpeándose sin descanso en aquel infausto ring, era demasiado.
Aquellos compañeros caídos se ocultaban en las sombras, presenciando un ritual que estaba lejos de terminar, para al fin formar parte de la banda. La competencia era tan extrema que las familias sufrían con ellos, por sus manos descarnadas y objetivo de una lengua tan afilada y ponzoñosa como las fauces de una serpiente en el desierto. Así, era esta industria de vencedores y vencidos. De desaparecidos.
Las notas surgiendo como crochets diabólicos, no se perdían por el recinto (de todo menos deportivo) ya que ahondaban como las huellas que marcaron sus caras en otros tiempos.

Después de aquella lucha sin cuartel, de despellejarse por fuera y por dentro, ahora tirados sobre la lona gimoteando como hienas hambrientas, era una batalla sin fin. Continuaban golpeándose e injuriando entre dientes. Maldiciendo una y mil veces.
El joven y el viejo, el maestro titular y el aspirante, que buscan la perfección y la sincronía como un baile estudiado, perfecto como lograsen el gran Buddy Rich o el Pájaro interpretando temas inolvidables como los ángeles, la figura de Charlie Parker planea siempre por la película (otra especie de Birdman a ritmo de batería de jazz). Como infinidad de genios que abrirían sus venas para que corriese la sangre de la música y los caballos se desbocasen hacia una muerte prematura. Aunque desapareciera la gran música, como el blues o el rock& roll sentenciados a una muerte bajo el sol. Quizás, alguno lograse convertirse en el nuevo rey del swing, en este ring salvaje de Oeste a Este, de Los Ángeles y San Francisco hasta el New York de Woody Allen por los alrededores del Cotton Club, lejos de la tierra prometida que inventase los nuevos ritmos.

Esta competición a muerte, está rodada con una visceralidad a prueba de otro joven aprendiz de maestro como Damien Chazelle (guionista también de El Último Exorcismo 2 o Grand Piano) que ha dado un paso excelso en su carrera como director de cine. Una fuerza tan asfixiante a cada plano, en cada hora de espera que se eleva por encima de la media artística en la próxima entrega de premios, desde su estreno en el Festival de Sundance, con unas actuaciones impecables de los dos pugilistas rítmicos. Enormes Miles Teller con su nariz de boxeador y manos de músico y, sobre todo, un inconmensurable J.K. Simmons.
Es posible que la cinta busque demasiado la excelencia, pero como en el boxeo... ¿quién no desearía el golpe perfecto?
Aquí, en Whiplash, el guion del mismo Chazelle se convierte en la obra maestra, con suficientes arpegios de calidad para tumbar al boxeador más bregado y conquistar al buen aficionado a la gran música, al viento y la percusión. A aquellos combates cuerpo a cuerpo, marcados por el oído o la Fama en las escuelas de arte (te echamos de menos en el mundillo actual Alan Parker) y de las calles y clubes por las que interpretara el gran Bird retratado magistralmente por
>Clint Eastwood
.

Whiplash es una lucha constante, pero es la vida del músico dispuesto a alcanzar la gloria con el sufrimiento, o quedarse en la cuneta de la miseria.
El duelo interpretativo y de montaje, hace de Whiplash una velada tan excepcional como sorpresiva, en la que jazz (y boxeo poético) chocan sus puños en el centro del fotograma, el ring de las pasiones. Pero, dónde los golpes bajos y el todo vale, se apodera de numerosos asaltos en forma de secuencias magistrales.
Y el joven Teller no tira la toalla frente un Simmons desbordante, inmisericorde. Sino que lucha con todos sus medios a costa de perder las cosas que más parecía querer en la vida, mejor dicho en el filme o esta batalla jazzística.

Al final como en la inmortalidad, sólo puede quedar uno. Sólo ante el peligro, un Pájaro que canta con su plumaje desplegado al mundo, afinando sus ojos lacrimosos al triunfo, aunque aguantando los designios de unos impactos tan brutales y despreciables. Pues, el vencedor se alzará con los aplausos de un público y crítica entregados, en sintonía con aquellos viejos pistoleros que abandonaron el ring con el fracaso, sin volver la mirada cambiada atrás.
Para siempre, formarán parte la leyenda de la vieja Música y el cine.

**** Muy Buena *****

Caravan" is a jazz standard composed by Juan Tizol and first performed by Duke Ellington in 1936.
Martin Denny, Arthur Lyman, and Gordon Jenkins all covered it. Woody Allen used the song in two of his films, Alice and Sweet and Lowdown.
Duke Ellington - Caravan (with
>Ella Fitzgerald
)


Whiplash written for Hank Levy (Whiplash Soundtrack).

Cinemomio: Thank you

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