Aeropuertos, qué lugares tan gratos... para consolar.
Nada es perfecto como diría Jack Lemmon en cambio de actitud y un yate a la vista. Así, debe de pensar el protagonista de la película Dirty Weeken de un director como Neil LaBoute, educado en colegio mormón y dramaturgo reconocido gracias a su obra En Compañía de Hombres, que posteriormente llevaría al cine con éxito protagonizada por Aaron Eckhart. O en Amigos y Vecinos, describiendo ácidamente las mentiras y manipulaciones escondidas tras pálpitos del corazón esquivos y los deseos sexuales. Algo que está presente con un toque de comedia en ésta, su última y sencilla película, marcando las diferencias de un Dirty Weekend, donde el humor es uno de los puntos relevantes como demostrase rodando el tercer y recordado largometraje de su carrera, titulado Persiguiendo a Betty, también mostrando un lado mágico en Possession. Sin embargo, el lado perturbado persiste tras la cámara de LaBoute con diálogos, entre la brillantez y la subversión, osando tocar temas como la insubordinación en el desarrollo laboral y una sumisión como contraposición a éste, en el ámbito privado.
Así, han ido transcurriendo los años y dejando atrás aquellas nominaciones a premios internacionales, cuando LaBoute se encaraba con el mal en Wicker Man y peor aún, perpetrando uno de esos engendros que aprovechan otra producción exitosa de Frank Oz y ejecutan como una copia vulgar en la segunda versión de Un Funeral de Muerte (aunque en ella repitiera, nuestro querido Peter Dinklate); a partir de ahí, no he vuelto a visionar ninguno de sus trabajos, hasta que me encontré libremente y sin avisos, con este Dirty Weekend.
Es una historia que se aproxima a sus primeras visiones sobre el falso romanticismo y la aproximación al sexo (con diferentes olores), pues su guion habla de las relaciones y mucho, la cámara persigue durante un atribulado fin de semana a dos personajes, que se consolarán y dialogarán frente a frente, contándose las intimidades más secretas y haciendo gala de parte de esa comicidad que desplegara abiertamente en el pasado. Todo pasado por el tamiz de las funciones laborales, el éxito y las malinterpretaciones sexuales, en cualquier sentido posible.
Para que esto funcione, han de convergir dos figuras tan dispar como el genial Matthew Broderick, neoyorquino que comenzó en esto de la interpretación en la producción infantil Max Dugan Returns y sobre todo, con Juegos de Guerra y lo tendremos en el próximo trabajo de un actor y director incombustible como Warren Beatty en Rules Don´t Apply, adentrándose en una relación tormentosa de Howard Hughes en sus últimos años y un reparto espectacular en el que participan ambos, con Alden Ehrenreich, Haley Bennett, Lily Collins, Candice Bergen, Martin Sheen, Taissa Farmiga, Alec Baldwin, Ed Harris, Annette Bening, Oliver Platt, Amy Madigan y Steve Coogan; y una bella actriz como Alice Eve que ofrece una réplica perfecta a su partener, si bien físicamente les separan grandes diferencias y después alguna que otra barrera mental, que terminan convenciendo con un trabajo divertido. Además, próximamente la disfrutaremos en el filme Misconduct junto a Josh Duhamel, Al Pacino y Anthony Hopkins, o el filme de ciencia ficción y suspense titulado Criminal, con Gary Oldman, Tommy Lee Jones, Michael Pitt y Gal Gadot.
Resultando algo increíble este ´aparente` acercamiento, el argumento mantiene un clímax en aumento que difiere de cualquier rastro de romanticismo, tranformándose en una especie de confesión de secretos, y unas conversaciones que mantienen el peso central de la acción, con naturalidad y profesionalidad. Aunque dubitativo en principio, las próximas acciones van demostrando esa empatía entre ellos, y con la química apropiada se acrecentan sus condiciones interpretativas e innatas para la comedia. Que por otro lado, resultan atractivas en distintas formas de seducción, con elementos cargados de sexualidad morbosa (o equívocos que hacen cambiar el punto de vista del espectador), desde la responsabilidad familiar y en la vida empresarial, hasta una perspectiva complicada que cambia a estos compañeros de trabajo para siempre. Dirty Weekend se pasea entre pasajeros atrapados en una tormenta, a una nueva disposición en la atracción física y el olvido de los negocios hacia la exclusividad del placer.
Pues, ya lo decía el refrán con mayor o menor acierto, respecto a las repercusiones semánticas: dónde tengas la olla...
Neil LaBoute despierta de este anonimato actual, a nuestros bajos instintos, consiguiendo abrirse a la naturalidad del diálogo entre hombres y mujeres, otra vuelta de tuerca a su pretérito, esta vez no tan enfrentados. Sus diferencias, entre genéricas y diversas, mueven a la simpatía más que al desdén, y las palabras profundizan en temas culturales que forman parte de nuestras complicadas reacciones antropológicas o de imagen personal ante los demás. El guion es una parte del juego, un revuelto de medias tintas y verdades, que nos van incitando en el despiste inicial para recrear un fin de semana que será recordado. E igualmente servirá como una bocanada de aire fresco en el recuerdo de otros ´weekend` del pasado.
Entre envidias en los negocios, perdidos por aeropuertos y conversaciones de hotel, los deseos de esta pareja en cuestión casi protagonistas en exclusiva, sus reflexiones pueden ser el reflejo de nuestras vidas e historias pasadas, que regresan como una aventura atractiva, esporádica y guiños a esa normalización de lo diferente, tan actual y reivindicativa.
Ella es joven, bonita, conversadora y decidida. Detrás de una confusa realidad y ciertas traiciones de sus intenciones intelectuales y ocultas, tratará de descubrir sin indirectas hacia el colega, esa incómoda y esquiva desnudez que práctica su competidor e interlocutor de fin de semana. Manteniendo la distancia, se halla un hombre maduro con comportamientos de adolescente tímido, reticente a cierta apertura sentimental y acostumbrado a tratar a sus conocidos, como si fueran miembros de un equipo de trabajo. Es decir, nada de intervencionismo de otros valores sentimentales.
Pero ella, también esconde algo, como protección personal. Esta realidad alterada ante un ser cerrado, provocará su desenvuelta personalidad, y le ofrecerá un terreno virgen para interrogar al nuevo amigo, con temas sobre la atracción sexual y la repulsa, la fidelidad frente al poder económico y social, o el desencanto y rutina que lleva al engaño. Así, podría llegar a ser un fin de semana tras otro, plagado de mentiras.
Para darse cuenta de ello, tan solo es necesario un par de días o una conversación sobre la mesa de un bar.
El personaje de Broderick, siente que su interior se desmorona al no enfrentarse con la verdad, comprobando que aquella joven inmadura frente a él, le está ofreciendo una salida. Comprensiva mano para aferrarse a los gustos o deseos ocultos. Por descontado, su inteligencia, provoca sus miedos que le envuelven como una capa de indiferencia, una personalidad frustrada y grandes dosis de mansedumbre emotiva. Las confesiones íntimas mostrarán su verdadera naturaleza y sacarán a la luz, a un hombre transformado en apariencia, tras las tendencias esquivas de la mente a otros derroteros más libertinos.
Al final, asistimos al reencuentro de una escapada temporal que marcaría años de confusión y obcecación, disueltos en un instante, gracias a una mirada y algunos cócteles en una pequeña sala de contactos, más o menos, casuales. El significado último, será establecer los cimientos de una, a priori, inmejorable amistad.
Por tanto, Dirty Weekend es una peli de palabras y momentos explicados sin pretensión, hacia un sentido diferente de entender la amistad o el compromiso con la libertad. Expresión que aumentará el conocimiento de una sobre el otro, Les y Natalie... mientras, LaBoute trata de convertir la tensión (sexual o profesional) en los cimientos sobre los que construirán su nueva actitud de compañeros íntimos... ¿quizá amantes?
En el futuro, sus pasos se podrían ver como antojo ocasional o sensaciones que producen salivación de su boca, como un sabor en el recuerdo, o por el contrario, se mantendrá firme y hará que vuelva a sentirse vivo, como una insistente revelación de esos días. O años atrás.
La película tiene un montaje ágil con sorpresas, con la música divertida de un compositor como Joel Goodman versado en los documentales y televisión, dónde se desplegará la verdad o motivo principal que originó su desencuentro inicial, mentes cerradas a las intenciones del otro, a sus intimidades o deseos más infranqueables. Reprimidos, se podría asegurar. El humor vencerá a esa parte siniestra de dudas consigo mismo y posiciones defensivas, también a incertidumbres personales con las relaciones de géneros en guerra, que él y ella profesarán con ocurrencias airosas y sonrisas del espectador. Dos días de desavenencias inseparables, con una joven intensa que parece saber lo que desearía sin prejuicios, mejor que él mismo.
Si, ella es más franca y abierta, enseña a ver las cosas tal como son, sin resentimiento ni remordimientos, pues lo que somos irá con nosotros en el futuro hasta el final. Esta aceptación tendrá éxito, gracias a los dos actores protagonistas.
Aquel fin de semana, que empezase gélido y plagado de objeciones confidenciales, podría confirmar una amistad a prueba de dildos o una vuelta en aviones separados. Una fuente de inspiración para activar los tríos, y que dos extraños emprendan un viaje próximo, con otra mirada y una sonrisa en su rostro.
La comedia de equívocos, es lo mejor, para encarar una nueva visión de la realidad, difícil de visualizar sin ayuda o distribución. En alguna otra ciudad (fuera de Alburquerque), porque en su aeropuerto o en aquel pub perdido, se unieron dos corazones... o más.
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sábado, 21 de mayo de 2016
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