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domingo, 26 de febrero de 2017

Hell or High Water (Comanchería)


No todo lo que reluce es Oro...

El cine apareció, de pronto, como un auténtico atraco a mano armada.
Justo en el preciso momento, en que la sociedad norteamericana estaba sufriendo un profundo cambio con los valores que forjarían esta nación de contrastes, hacia el complejo futuro de convivencia. Así, el Western extendió su reinado durante décadas, hasta que los enfrentamientos entre proscritos de la ley y héroes, terminaron encontrándose con la realidad democrática y el derecho penal, así como el dominio de una cultura de consumo que arrinconaba a los más débiles y terminó atropellando a las viejas figuras, igual que el automóvil trituraba los huesos y ahogaba aquella balada de Cable Hogue.
Por aquella era de tiroteos y disidencia social, los forajidos de leyenda discurrían a lo largo del Oeste y los territorios de indios, que poco a poco se fueron llenando de nuevas vías y carreteras, formando guetos de resistencia como pequeñas comancherías del pasado o pueblos fantasmales, caminos hacia la frontera con México y un mundo de desplazados por la nueva política o, esencialmente, los problemas laborales y los vaivenes de la economía. Así en este periodo conflictivo de los EEUU, a finales del siglo XIX, dos jóvenes llamados Butch Cassidy y Sundance Kid nativos de Utah y Pennsylvania, respectivamente, se entregaban al mundo licencioso y peligroso de los atracos a entidades bancarias, en el inicio del servilismo y los intereses macroeconómicos que infectan a las familias y sus parados. Abrieron los ojos y cerrojos, de grupos de inversión convertidos en oficinas de latrocinio y rapiña, con aquel famoso grupo conocido como Wild Bunch (no confundir con la mayúscula peli de Peckimpah), en metamorfosis continua que modifica caballos por motores de gasolina. El resto es épica de pistoleros que, probablemente, poco tiene que ver con la salvaje realidad actual de las mismas cosas. O no...

Sin embargo, aquellas vidas al margen de toda responsabilidad civil y el heroísmo de película épica, con un guion adaptado por el director George Roy Hill del escritor William Goldman (autor de la novela La Princesa Prometida, u otros como Todos Los Hombres del Presidente, Maratón Man y Misery), establecía la idea romántica de acciones pulcras y de escasa violencia física. Hoy con esta producción de Peter Berg (actor y director de Deepwater Horizon), en pleno siglo XXI, cede el mando de la rebelión social, al director David Mackenzie (Perfect Sense); junto a un actor-guionista (también creador del guion de Sicario), Taylor Sheridan, que tiene una aparición secuencial y bohemia del vaquero clásico. Ambos dan un giro copernicano en la historia de los robos a bancos, en la profundidad obtusa de Texas, definiendo una pareja de hermanos que fundamenta sus asaltos, en base al injustificable abuso de algunos poderosos o, el engaño de un contrato manchado con el crudo desahucio. Vivir, en el infierno de la pobreza o morir con el agua al cuello, en el caluroso medio Oeste americano, marcado por los extremos sociales y conflictos generacionales, de cara a esta nueva era Trump.
Las huellas de aquella Diligencia y sus personajes en conversaciones grupales, han sido barridas por el tiempo, la soledad y la necesidad. Al igual que, aquellas pisadas naturales de antiguos herederos, comanches u otros, que mantienen sus problemas intactos con la propiedad privada y el recuerdo, curiosamente, luchando contra los que osan acercarse a la podredumbre clasista, con sus propias armas. Y éstas, lejos de la tecnología automática de repetición, dispara balas semejantes a las de hace algo más de 100 años.

En esta caprichosa Comanchería, las cuerpos traspiran como entonces, las manos tiemblan y la mirada se pierde en el polvo del desierto... esta vez, levantado por neumáticos y escapes contaminantes, en un infierno de apariencias y verdades. Ahora, los coches se han apoderado del panorama trágico y la tensa calma, semejante al diálogo de una Pulp Fiction comedia en negro, entre la sequía y el polvo, los porches al aire libre, la comida o café en locales típicos, los incendios incontrolados y las expropiaciones privadas, que el director de origen escocés retrata brillantemente, narra con ácido estomacal y arrugas en la frente, como un choque de forzados vaqueros o jóvenes acorralados. Rancheros de la vida en la frontera, frente al hombre de la estrella.
Un hombre duro, experimentado y apunto del retiro, que junto a su compañero de sangre texana-mexicana, y comanche, se lanzan a una investigación calmada sobre la pista de los atracos a determinadas sucursales, sólo desequilibrada por ciertas apreciaciones personales, que evidencian la convivencia en el Sur y los comentarios xenófobos a otras razas vecinales, e incluso amigas. Aquí, se agiganta la sombra del Ranger, patriota o confundido, declamando y maldiciendo entre dientes, sudor y sábanas de motel de carretera, con el tono asombroso de Mr. Jeff Bridges, hacia una nueva nominación como actor de reparto. Aunque, no el único a ser encumbrado en este registro de almas atrapadas en Texas.

Con un gran título en la balanza de la existencia, el verdadero Hell or High Water, señala a las familias desestructuradas, a los golpes recibidos en una educación dañada, a los solitarios que acaban entre regueros y rejas, a los defraudadores y extorsionistas. Este filme fabuloso, recuerda el olvido de la administración con los ciudadanos o vecinos, la protección estatal frente a la mente del policía en la calle, conversaciones que se cortan con una bajada de párpados, la desilusión dibujada en el rostro, de hijos golpeados por el paro y de ancianos guardando sus míseras pensiones, la fracturación de la familia, las franjas de la competencia, que recalca los sueldos precarios de trabajadores o propinas negras a camareras ofendidas, la entrega blanca de dinero negro, dentro de casinos dirigidos o visitados por caucásicos e indígenas, gentes comunes de pequeñas poblaciones haciendo su vida en la frontera... esa que, en cualquier instante, se escapa entre las manos.
Todo parece tranquilo, excepto en el interior de la conciencia individual y colectiva, conduciéndonos a un cruce de caminos que lleva al desánimo, que bifurca las distintas realidades, de dos en dos, en un cuadrilátero compuesto de números, balas y cactus. Tan texano que divide la percepción de los hechos narrados, a través de un muro de miedos arcaicos, de conflictos raciales y generacionales, de pensamientos ocultos tras la memoria errada o errática, como sus almas.

La marca del diablo es una comercial y dramática, por la que todos arriesgan sus vidas o la condicionan, mancilla el nombre de sus auténticos propietarios y maquilla los resultados con limosnas y presiones, dispara a sus cabezas de renegados sociales. Mientras, en su cabalgada endiablada, se frustran las ilusiones de hijos o los deseos de un retiro junto al mar, para acabar ensimismados con la justicia o el todo, y el horizonte baldío de la sangre o la nada. Al final, el panorama de la desolación inunda nuestra perspectiva como simples espectadores de un destino fraticida y las necesidades individuales, disparando contra sus propios fantasmas en aquella colina dramática. Encañonados por la ley del más fuerte, que va dejando cadáveres a su paso, con gerentes heridos en su orgullo y ahorradores en sus bolsillos, clientes cotilleando en una conversación cubierta de estilos y referencias visuales (entre John Ford y los Hermanos Coen), cainismo de ´abeles` divergentes, amor de hermanos y sarpullido de sangre, agentes victorianos calzados de puntas de cuero y ´sunglasses` de Ray Ban, lupas y mirillas del tiempo, ocultación de amistad o exaltación de la diferencia, fauna propia entre la frontera y la mesa de juego... todo aderezado del estilo country o el rock texano. Sonido étnico entre "la proposición" de un músico tan personal como Nick Cave, escribiendo para un compositor, Warren Ellis, que se condujeron entre detectives verdaderos y nubarrones. Para incidir o suavizar en las profundas reflexiones y discrepancias personales, que con visión de águila sobrevuelan esta Comanchería... plagada de rostros con dos caras. Y arrastrando al público entregado a la causa y el cine de calidad, a una espiral creciente de tensión y violencia.

El western moderno, se ha hecho crepuscular de nuevo. Rodado como espectáculo incierto y un choque de trenes (con olor al vapor del pasado), igual que una "road movie" por las arenas del tiempo cumplido, gracias a la mirada incisiva y pulso firme de David Mackenzie, y al inconmensurable trabajo de un equipo de técnicos e identidades, casi anónimas pero bien reconocibles, en su reparto, errando por vías, localidades o bares, entre New Mexico y la seca Arizona.
Quemándose en las profundidades del desierto y la conciencia, o con el agua al cuello, siempre nos quedará la magistral imagen de este sheriff, bifurcado entre el viejo John Wayne y esos rasgos identificativos propios, de un coloso reclamando una bala, es un hecho, es un pedazo de jefe o Jeff Bridges. A su lado, frente a su diatriba cotidiana y cansina contra los de sus razas, hastío frente a la televisión, el sufrimiento silencioso de una voz racial y legalmente condicionada. Si bien, el respeto subyace siempre, bajo sus ojos de lobo rastreador y fiel. Sin hacer ruido, deja su notable identidad, el texano de sangre comanche, Gil Birmingham (voz en Rango y Red Knee del Llanero Solitario).

Del otro lado, Caín y Abel motorizados contra el calor y la tempestad, ofrecen toda una exhibición de poderío físico e interpretativo, semejante al amor enloquecido de aquellos delincuentes históricos, Bonnie & Clyde, o la rebeldía masculinizada de Thelma & Louise frente a la injusticia. Entre sus rostros poco rasurados, se hacen más grandes, uno el apuesto, otro el raro o feo peligroso, con sus ojos ensangrentados o húmedos por los abusos. Se han empoderado gracias a esas armas legales, que les conducen por la vida texana a un abismo, o a algún premio perdido en la próxima ceremonia de los Oscar´s de Hollywood. Al fuego de un infierno pretérito, que invadiría a los viejos amigos, Butch y Sundance, hoy en los bigotes de un magnífico Chris Pine (Jack Ryan, The Finest Hours), antes de meterse en el mundo fabuloso de Wonder Woman y Star Trek.
Y, los de un increíble Ben Foster (amigo en The Finest Hours, Inferno) que a cada secuencia, nos fascina más con su fuerza y esa chulería recalcitrante del renegado.
Por tanto, el ring o arena de gladiadores, no tan moderno, está montado, con vistas a un ataúd medido a sus diferentes hechuras y conciencias. Un callejón sin salida o futuro, entre generaciones encontradas en el presente, para un retrato contemporáneo entre el Lejano Oeste y las pesquisas del cine negro.

Comanchería o Hell or High Water, con su ficción basada en la crítica social, es una admirable obra cinematográfica, entre el caciquismo de una etapa sin ley, por un puñado de dólares y el comienzo de la gran depresión o carrera por la supervivencia, contra el hambre y la pobreza de Las Uvas de la Ira.

Hell or High Water - Soundtrack by Nick Cave y Warren Ellis.

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