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domingo, 29 de enero de 2017

Deepwater Horizon / Hacksaw Ridge

La Humanidad siempre se ha complicado la existencia de manera recurrente, con los hombres y mujeres, intentando definir el motivo de su misión en esta Tierra. También, para dilucidar o justificar alguna explicación definitiva a sus miedos intrínsecos, ha creado una división idealizada de sus sueños o pesadillas. Algo que defina siguientes pasos correctamente, o un castigo eterno que consumiera a los pecadores... prefiero llamarlos malvados.
Lugares imaginarios que hemos bautizado con distintas denominaciones, si bien la más extendida sea la de infierno, o su contrario.
Todas las religiones han mirado a esas fronteras oníricas, fuera de la naturaleza y basadas en la iconografía representativa de la mitología. Por tanto, no existe fundamento ni justificación científica, sólo romanticismo ideológico o la llamada fe. Lo único verdadero, es que los seres humanos hemos construido o perpetuado, estos abismos incendiados en el mundo real.

Estas historias fotografiadas con todo lujo de detalles y expresiones diferentes, convienen que el infierno se identifica con aspectos económicos y la codicia humana o, a través de los conflictos armados. Luchas eternas de la literatura clásica, desde el Hades de los libros sagrados a La Divina Comedia de Dante Alighieri, donde los mitos se han ido reproduciendo en nuestra memoria, para justificar nuestros propios errores como especie.
Hemos adquirido en la cultura, una estratégica postura respecto a los datos que pervierten la fe o creencias del individuo, un espacio para guardar el arrepentimiento moral por los supuestos pecados cometidos en la vida. Pero realmente, el verdadero averno del que deberíamos sentirnos avergonzados, es este espectáculo o desastre continuo que hemos producido en el planeta, heridas infringidas contra la propia naturaleza. Es decir, contra la propia supervivencia o fracturando el futuro de las próximas generaciones, con sobreexplotación de productos básicos o materias primas para el comercio mundial, paraísos que nos ofrece nuestro hogar, y episodios sangrientos para administrar riqueza o poder, en nuestra historia. Injustificables comportamientos...

Comparando la existencia del Universo desde el Big Bang con la creación de la Tierra hace menos de 4500 millones de años, han pasado escasas horas del reloj histórico. Mientras que los seres humanos estamos aquí, hace apenas un suspiro de tiempo. Si dividiéramos en espacios cuantificables a simple vista o con diminutas manecillas atómicas, nuestra especie violenta e inteligente, dicen Homo Sapiens, lleva respirando unos 10 minutos en el planeta azul. Y, ya hemos producido problemas anteriormente, para lograr la propia extinción y acercarnos a nuestros últimos segundos de existencia. Este sería el verdadero infierno en combustión espontánea, acercando la llama de nuestros excesos, visto a través de dos filmes que tocan temáticas distintas, reflejando acciones contraproducentes para la salud de sus protagonistas. Como la distribución de la riqueza natural o repartición de los beneficios, tan amoral, o la apuesta por el uso de las armas, como solución a discusiones o problemas colectivos, que carbonizan cualquier resto de humanidad, o clemencia con el medio ambiente. Son el averno energético de la Deepwater Horizon y la guerra particular de Mel Gibson en Hacksaw Ridge.


Marea Negra (Deepwater Horizon).

En el océano Atlántico, un abril de 2010 se avecinaba muy caluroso, para los trabajadores de la Deepwater Horizon, una plataforma petrolífera con avances submarinos. Antes del desastre, avisado anteriormente, un joven cantante de rap en Marky Mark & The Funky Bunch, no tiene en perspectiva formar parte de la familia del cine. Vive su momento, alocado y semidesnudo.
Pero, su espectáculo vocal y muscular, tiene un hermano en New Kids on the Block, abandonaría sus sonidos dubstep con movimientos provocativos, desde su ciudad natal de Dorchester en Boston en dirección a Hollywood.
Se puede decir que Mark Wahlberg estaba dotado para estas actuaciones, dirigiéndose al mundo publicitario, en la campaña de una conocida marca de ropa interior masculina, siendo elegido como una de las figuras más sexys y apolíneas de Norteamérica, incluso por encima de actores tan deslumbrantes como Brad Pitt o George Clooney.

Decididamente, su carrera viró hacia la imagen y la interpretación, convirtiéndose en una prometedora estrella en ciernes, cuando aparece junto a una Juliette Lewis, ya consagrada pese a su escasa edad y la sustitución forzosa del mítico River Phoenix, por el revolucionario Leonardo DiCaprio. En The Basketball Diaries o Diario de un Rebelde, Mark adquirió su primer papel de éxito en el cine, al que seguiría una entrada estelar en la meca cinematográfica, con Boogie Nights de Paul Thomas Anderson, hoy director de calidad incuestionable. Ahí demostraría sus cualidades para este nuevo "baile", convertido en protagonista principal y artista con cualidades técnicas e interpretativas, que mutaría a hombre de acción en sus próximos trabajos (Equipo Mortal, Tres Reyes), hasta cuestionables estrenos como la revisión de El Planeta de los Simios o Transformers: The Last Knight.

Veinte años después de aquella estimulante aparición en la gran pantalla, Mark parece decidido a continuar el carácter rebelde y aventurero de juventud, participando en proyectos que denuncian situaciones degradantes, con sistemas explotadores e individuos ambiciosos, en busca de cuantiosas ganancias para elementos de moral dudosa... ahora, desde un punto de vista familiar a sus 45 años, que abre abanico de papeles en periodo de paternidad y conflictos generacionales.
Marea Negra o, propiamente dicho tal que su auténtica y derruida estructura, Deepwater Horizon, trata sobre la seguridad laboral de los ciudadanos, en una claustrofóbica caldera o juego de responsabilidades. Una película de Lionsgate, con una base de estilo años 80 y, masivo desastre visual alimentando una máquina que devora el planeta, poco a poco, o grandes saltos. Paralelamente, abunda en las mafias comerciales sin escrúpulos, que describiera el artículo del New York Times, adaptado por investigadores y protectores de la verdad, como Matthew Sand y Matthew Michael Carnahan.

Su director es el neoyorkino Peter Berg (aquel de Very Bad Things), zambulléndose en la profundidad de filmes comprometidos con el medioambiente y entretenimiento de cintas con efectos especiales colosales. Saltando a la acción policial, desde Cop Land, Collateral o The Kingdom, o batallas cuestionables como Hancock, Battleship o Hércules. Se podría decir que Marea Negra o su Horizonte Profundo en el Golfo de México, es la más recomendable de esta categoría.
Mr. Walhberg se corresponde con el trabajador Mike Williams, real superviviente de la conocida plataforma de perforación, al cargo de un complejo sistema de control oceánico y material, como técnico de mantenimiento y seguridad en la misma. Acompañado en distintos puestos, por grandes profesionales del Séptimo Arte como la hogareña esposa Kate Hudson, o la batalla sistemática entre el beneficio y la lógica, con John Malkovich y Kurt Russell. Este es el diseño, de la tragedia acontecida en las proximidades de Nueva Orleans en Louisiana. Y alrededores.

El argumento es una tragedia, promovido por oídos sordos y ocultaciones comerciales, tan sonoras como un suspiro subterráneo del fondo marino, que produjo aquel ´accidental` suceso, a unas escasas 100 millas de la costa. Una maniobra desastrosa que, acabaría provocando su destrucción y triste fallecimiento de varias personas en la nómina de la británica petrolera BP. Como una cadena de intromisiones y egolatrías, apuntadas en cuentas de resultados, al margen de cualquier seguridad complementaria. Maniobras sumergidas de la economía, que incitaron al verdadero cuento de la lechera, cambiando la espuma del vegetariano por la del oleaje marino, y el beneficio por una supuesta idea del colectivismo laboral y el mantenimiento de puestos administrativos, curiosamente caldeados. Puestos taladrados en las grandes ciudades, dentro del juego energético, aunque más dramático que el valor cabalístico de los pensamientos o sueños de aquella granjera.
La turbia realidad ajedrecística de los poderosos, en su apuesta por el color negro. Produjo el infierno de explosiones y humo irrespirable, lanzó su mierda pegajosa, elevó cientos de metros de contaminantes en el horizonte del Delta del Mississippi y propagó el calamitoso vertido por las costas y la fauna. No obedeciendo la señal, fallidos cálculos narrados con voces de alto standing y personalidad cinematográfica. Mientras... familias sufrían colgadas a través de comunicaciones imposibles y ayuda sanitaria, demasiado alejada del luctuoso acontecimiento.
El averno contra la ecología y la ciencia de energías alternativas, es la materia con que amenazan los nuevos mandamases del mundo, ¡trágico!

De forma curiosa, sobre la carrera de Mark Wahlberg se percibe una conexión con este mundo del crudo y el mar (al lado del mencionado George Clooney), respectivamente con producciones como Tres Reyes o La Tormenta Perfecta. Además, su relación laboral con Martin Scorsese, quizás le llevaría a producir cine de calidad como The Fighter o Prisoners y, televisión con la serie Boardwalk Empire; relación con el mismo Peter Berg en la fallida Lone Survivor o El Único Superviviente, sobre una misión de la Marina de los EEUU durante la guerra en Afganistán. También su siguiente proyecto común, titulado Patriots Day, coprotagonizada por Michelle Monaghan, John Goodman y J.K. Simmons.
Pero volviendo a lo más crudo, desoyendo advertencias, a la realidad que nos ocupa, vemos un duelo explosivo entre Russell-Malkovich, la justicia laboral con el puro negocio, que dota de más entidad a la catástrofe y un épico salvamento. Al que sumamos a la actriz de origen portorriqueño Gina Rodríguez, antes de su colaboración en la esperada Annihilation, del director Alex Garland (Ex-machina) con Jennifer Jason Leigh (Westworld próximamente), Oscar Isaac y Natalie Portman, o el joven Dylan O´Brien, emergiendo en la industria visual, con cierta solvencia y desparpajo.

Por tanto, hay que mojarse e ir en favor de otras alternativas, modernizar y abaratar los costes, antes de nuevas conferencias ardientes y perdones masivos, llantos y abrazos tras otros sudores fríos... en el apartado técnico, sobran primeros planos, mayor realidad titánica adaptada a la tensión de aquellos Colosos o Poseidones, control de efectos digitales y muy sonoros, nervios catastróficos, discusiones y despedidas... lo típico en una cabezonería recurrente de los poderosos, ante una pérdida de tal calibre, tanto humana como ecológica.



Hasta el Último Hombre (Hacksaw Ridge).

Mientras, actuales congéneres se empeñan en fracturar el planeta en busca de nuevas explotaciones petrolíferas y gasísticas (calor que quema y calienta a los bien colocados), el mundo parece más y más dividido. Para dilucidar estas cuestiones económicas (y otras), la terrible alternativa fue un uso desmedido de la fuerza, entre seres humanos.
El resultado es la multiplicación de la agresividad en las calles actuales, tras el desarrollo de armas capaces de barrer la vida a miles de kilómetros con el poder de un impacto atómico, devastaciones medioambientales y radiactividad que se cuela en cualquier resquicio del organismo, produciendo llagas y enfermedades terribles. Generaciones condenadas a una limitación de sus libertades como especie reproductiva o distintas destrucciones morales y mentales.

Se habla de la permisión de algunos países por la tenencia de armas en la población, pero la realidad (sin llegar a la horrible apuesta nuclear), es que las armas han ido colándose en nuestras vidas occidentales y calientes. Evolucionando en distintos ámbitos de la sociedad, hasta ser noticia en los telediarios de nuestras naciones, calibrándose dependiendo de los nuevos enemigos que aparecen en rostros de familiares y vecinos, a una escala más reducida y mantenida de la muerte.
Una herencia de las guerras, que alimentaron la máquina con fuego y piel desprendida, cuerpos carbonizados o agujereados por doquier, alaridos de agonía y mutilaciones salvajes, campos regados de sangre, lágrimas de familiar y barro mezclado con pedazos sin identidad.

Ahora, más sociables aparentemente, vamos admitiendo esos asesinatos causados ante nuestra propias narices de ciudadanos como nosotros, sin vida gracias a los objetos de la muerte. A pesar de su prohibición, caen por las balas, criminales o agentes de la ley, transeúntes familiares que estuvieron en el lugar inadecuado, en el momento menos oportuno.
Soy uno cualquiera, paseando junto a sus amigos del pasado juvenil en busca de la diversión sabatina, sin prestar demasiada atención a otras cuestiones. Cuando un desconocido se acercó y ofrece la venta de un arma en plena calle (probablemente con algún tipo de condena a sus cachas), lógicamente, pasamos de largo sin mirar hacia atrás. Fue real, si alguien necesitara algún instrumento ilegal y peligroso, puede conseguirlo sin demasiado esfuerzo. Pues como dije, sucede a menudo, con resultados terribles e inseguridad frente a nuestro hogares o trabajos.
Con estas palabras sobre mercados negros, y dudas respecto al entorno callado, pasaré a comentar otras imágenes que te sacuden en la butaca del cine.

Es la historia de un muchacho preocupado por la salud pública de sus semejantes, que vio (o mejor dicho, sintió) la necesidad de ser útil, sin pretender ir contra las reglas dictadas por los hombres poderosos o sus gobiernos. Defendiendo sus derechos, sin tener que tocar el frío acero de aquel objeto de muerte, produjo un caso casi inédito en la historia bélica y, sobre todo... un filme increíble e historia real, admirable.
Si tuviera que explicar su paso por la Segunda Guerra Mundial, la del soldado Desmond Doss es una metáfora salvaje que subyace entre el caos del fuego y la fuerza de voluntad. No sé si exagerado o acrecentado, pero sorprendente en su aspecto más humano y antibelicista. Un hombre enfrentado a todo, condecorado por realizar una acción que no deja indiferente. Pues, lo ocurrido en la altura de aquel precipicio o Hacksaw Ridge, en el intento de los marines norteamericanos para lograr tomar las posiciones en territorio del propio ejército japonés y contra sus feroces combatientes, estableció un hecho truculento y salvajemente milagroso.

El actor, productor y director Mel Gibson (tan cuestionado en algunos foros cinéfilos, por su expresión gráfica de la violencia), escoge a su hombre de palabra y acción, el guionista Randall Wallace para elaborar dos elementos cinematográficos bien diferenciados. En su último filme, como ocurrió en el pasado con otros bélicos de la historia de Hollywood, en la traducción de Hasta El Último Hombre, se cuestiona la responsabilidad de los movimientos belicistas, frente al carácter individual y pacifista, a la cura con mucha saña. A veces, considerado un cuestionable intento por despertar conciencias.

El actor Andrew Garfield da vida a este joven sargento, de firmes ideas religiosas y primer objetor del Ejército de lo EEUU, que se convertiría en especialista sanitario, por encima de cualquier fundamento o la propia rivalidad de sus compañeros. Jóvenes concienciados u obligados, amigos, esposos y padres primerizos, deportistas... etc.
En primer lugar, nos hallamos ante un enamorado frente a la muerte, el respeto y la fuerza carismática del padre, que iniciaría una batalla (de qué manera) con su incondicional negación del manejo de mortíferas armas en sus manos, casi celestiales. El Pacifismo atado solamente con una simple cuerda en forma de sujetador, para aferrarse a la vida y su joven esposa, interpretada por Teresa Palmer (Memorias de un Zombie Adolescente, Nunca Apagues la Luz), una bella australiana de quién seguiremos oyendo hablar en el futuro. Mediante una ambientación de la época de los 40, cuidada al máximo y lujoso detalle artístico, se va a producir esta división temática en el filme. Hombres y mujeres, partidos en dos concepciones.

Los hechos narrados, pasan de una captura sistemática del hombre débil, como aquellos depredadores intransigentes que intentaban clavar sus garras sobre el Recluta Patoso en la película La Chaqueta Metálica o Full Metal Jacket, del gran Stanley Kubrick (hoy 30 años después), a una terrible exhibición de la violencia y rostros grotescos, entre el humo y el barro, entre crueldad y voces de auxilio.
Casi, hasta la exaltación de lo obsceno en las guerras modernas y su masacres (entiendo a la gente que no resiste las escenas, a mí me ocurrió en determinados momentos), pero con una sola misión... el escarmiento. En ese primer tramo, se hace eco de personajes casi irreconocibles después, presentado a un grupo de actores que recuerda a aquellos castings apocalípticos del pasado cinematográfico y bélico de Hollywood. Tantos grandes artistas, desaparecidos y recordados... hoy me despido de un gentleman británico, carismático y querido, experto en dramas shakesperianos o encadenado a la agónica guerra, admitiendo la monstruosidad. Experta voz de Aragorn en El Señor de los Anillos y primer pasajero del tiempo, protagonista de una película maldita de Sam Peckinpah y del 1984 de moda, vaquero crepuscular, Hellboy narrador con Von Trier, propuesta de Hillcoat, amigo de Indiana y melancólico entre reliquias de la muerte. John Hurt, inmenso, amante eterno del cine y los cinéfilos, que nos deja algunas películas rodadas e inacabadas... y bastante solos. Descanse en paz.

Un grupo de nombres sugerentes y personalidades definidas frente a lo imposible, al lado de un eslabón no engrasado en el engranaje militar, que engrandecen esta parte subjetiva del uso de la fuerza, o las contundentes Hazañas no tan Bélicas, que leímos y están por venir. Luego borrados bajo el fango y los deshechos de la humanidad, con Hugo Weaving desenfundando los recuerdos grabados a sangre y fuego, haciendo gala de su especial carácter paternal, en dualidad de luchador arrepentido. Como la apariencia galante de otro australiano, Sam Worthington poniendo cara a lo increíble, a pesar de sus fundamentos beligerantes y marciales; y especialmente, el mando interpretado por Vince Vaughn, que realiza un trabajo inaudito para retratar esa especial visión del hombre sencillo, dialogante y alejado de ciertos parámetros habituales para un valiente y duro sargento... o estúpido soldado.
Todos lucharon por la libertad de muchos, con armas, ante los regímenes totalitarios... eso me recuerda a algo, en este instante histórico, codo con codo, si es que todavía tenían brazos a los que aferrarse u ojos para condensar el infierno de Okinawa... cuando Johnny cogió su fusil. Es una odisea bélica rodada en dos actos separados, que van desde la pura dramatización personal, hasta esta ralentizada visualización del horror, igual que produjeran directores como el propio Kubrick, Peckinpah, Francis Ford Coppola en Apocalipsis Now, o el mismo Steven Spielberg con sus tonos cenicientos en La Lista de Schindler o tiñendo de rojo, la costa de Normandía, en aquel impactante y cruel desembarco. Y muchas vidas más, dedicadas al cine, abriendo los ojos a otros.

No parece demagogia, pues el aire pacifista impregna gran parte de, las más de dos horas de proyección. Sin embargo, tras la presentación del reparto coral, Mr. Gibson se encarga de impactar o epatar con grandes dosis de violencia, que estallará en nuestras retinas en todas las direcciones a discreción. De repente, avecinando una explosión atómica, quemando nuestra incómoda posición supina en la sala, taladrando las cabezas de hoy y percutiendo sobre la resistencia coronaria de ayer.
Hasta El Último Hombre, duele, porque está grabada desde la primera fila, mostrando chicos u hombres como nosotros, desintegrarse en pedazos. Colegas o vecinos que compartieron la infancia y las clases, reventados como aquellos otros hombres apostados en el otro frente... enemigos los llaman, pero sangran igual. Trincheras para subvertir la comparación pacífica, en primeros planos y conversaciones dinámicas, antes de la ralentización de escenas, armas en acción masacrando, un director que te desarma a base de violencia efectista y sufrida, buscada adrede o todo lo contrario, interpretada... esa es la cuestionable respuesta de críticos ante el creador, una magnificada orgía de fluidos y órganos voladores. Como contraposición al silencio de una mente pacífica en la aparente sombra.

Aquellos seres despedazados, tenían aptitudes semejantes al resto, desde inteligencia emocional o sentido del humor, superioridad moral o una respuesta vindicativa, básica y animal. A una reflexión interior, del humanismo llevado al extremo más divino. Pero, en esta batalla épica y milagrosa de Mel Gibson (algo desconocida para los no estudiosos de la Gran Guerra), aquella misión inicial persigue hoy, remover nuestras conciencias como espectadores del averno, más terrenal que celestial. Más humano que divino, aunque sus creencias o fe, trasmitan un verdad incómoda para los no devotos.
Provocación o polémica audiovisual al margen, este nuevo recluta patoso en apariencia, es algo sorprendente como dije. El Andrew Garfield de Hacksaw Ridge, reivindica su lado más heroico y asombroso, tras impactar en incursiones de un mundo futuro en Nunca Me Abandones o el universo de superhéroes de Stan Lee, sin necesidad de retoques ni de mallas.

Cabal e insistente en su labor o su entidad objetora, en principio apocado en el amor, se muestra incansable frente a la violencia desatada frente a la asistencia médica, salvadora. Dentro de una caldera oscura y encolerizada, alimentada con carne y huesos, un primer plano del personaje especial y verídico, frente a la falta de inteligencia a su alrededor, antes de pasar al recuerdo y el homenaje. Un invitado a la fiesta infernal de la Segunda Guerra Mundial y espíritu insólito ante poderosos destructores de fuego y acero.
Dos partes, del infierno personal y el colectivo. Involucradas a la fuerza en un desastre iniciado por la crueldad del nazismo y los complejos, pintando un óleo demasiado real, con texturas viscosas, sonido estruendoso y olor inaguantable. Fétido festín de vísceras y sangre, no recomendado para personas con delicada salud o cuyas imágenes pueden dañar su mente o moralidad, aún no encallecida con la violencia diaria. Posiblemente... seguro, demasiado extenso en su exposición en pantalla, aunque directa para despertar un movimiento real contra esta decadencia armamentística y violenta que arrolla a nuestras sociedades, para dejar de alimentar a esa bestia irreflexiva en que nos convertimos los, llamados humanos.

Por tanto, hasta que no caiga ese Último hombre libre, de cerebro calmo y carácter pacífico, tendremos la opción de cambiar una situación que se descontrola a menudo. Elevando a los altares a gobernantes intolerantes y horriblemente históricos, acabar con provocaciones y posturas irreconciliables, para garantizar una verdadera objeción de conciencia, la que no destruya el planeta y la raza humana. El fuego de Vulcano, lo atizamos nosotros por orden de Marte...
Es necesaria esta reflexión objetiva de Gibson, que redirija el valor o la decisión última hacia nuevos horizontes y el respeto por todas las vidas, amigas y contrarias. Dioses y monstruos, alejando la vista del propio ombligo, nada sobrenatural sino humano.
En estos días tan divergentes, divididos en dos como ayer, sirve el ejemplo de este hombre bueno, que demostró su integridad frente a dudas y poder, armado de compasión y una cuerda (de la que se rieron), creando una alternativa paralela y ciega, al infierno de la "humanidad", diluyendo aquellas hazañas bélicas en charcos, cargando con el peso de la culpa. Recordando documentales que no se cuestionan, limpiando sudor en blanco y negro y lágrimas coloreadas, grabando figuras fantasmales... sin rumbo fijo en sus pupilas perdidas, y desapareciendo al fin, en el horizonte. Hasta la salvación de un último ser vivo, más. Amigos o pedazos de ellos, en su particular infierno.


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