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sábado, 28 de mayo de 2016

Irrational Man.

Woody y la narración de un crimen.

Actuó apareciendo ocasionalmente en programas de televisión, hasta que finalmente y gracias a su talante e ingenio, tras una actuación en 1960 en el local Blue Angel ideado por Cole Porter y George Gershwin animando a un empresario de Nueva York, le ofrecerían la posibilidad de elaborar un guion y participar como actor en el filme What's new, Pussy Cat?, una divertida y surrealista película sobre el hedonismo con el psicoanalista de risas Peter Sellers y Peter O´Toole, y una sucesión de miradas sexys con Paula Prentis, Capucine, Ursula Andress y Romy Schneider, dirigidos a la limón, cítricamente hablando, por Clive Donner y Richard Talmadge. Después ha escrito todos sus guiones hasta hoy, incluso otros como Play it again Sam, o su pequeña batalla con la enormidad del complejo de Edipo en Historias de Nueva York, por si alguien dudaba de su imaginación prodigiosa. En 1968, rueda su primera película (actuando como un delincuente) en Toma el Dinero y Corre de la productora llamada Palomar Pictures, que financiara el proyecto de apenas dos millones de dólares.
Luego llegaría un éxito medida a través de la identidad y estimando la proporción de esas mareas emocionales que fluirían entre sus personajes futuros, fluctuando del romanticismo al crimen pasional. Ideas mentales en relación con las mujeres expresada en imágenes. Woody Allen comentaba: "También les digo a quienes me preguntan que si no temo quedarme alguna vez sin ideas, qué no... nunca he tenido esa sensación. La gente siempre me pregunta, ¿Alguna vez piensa que despertará una mañana y no será gracioso? Esa idea nunca se me ocurriría... es extraña, poco realista. Porque lo gracioso y yo, no somos dos cosas distintas. Somos una sola cosa. Así que es todo lo contrario, ando siempre con congestión de ideas. Se me ocurre una idea mientras camino por la calle y la registro inmediatamente. Y siempre quiero convertirla en algo". Algo así, sucede con los grandes escritores de la historia.

Con 47 películas y 4 Oscar´s en su haber, un cineasta inteligente y creativo, muestra la aportación de las mujeres de su vida en la pantalla, aquellas que han sido o son, musas de una filmografía extensa y una radiografía de humanismo recalcitrante.
Si alguien define a Woody Allen como un director de cine, se queda corto. Pues recién cumplida la doble cuarentena, pienso que este privilegiado visual y dominador de la lengua, demuestra en la actualidad, que sigue conservando su sentido divertido y una mente preclara para la narración o la escritura de guiones, además de un apasionado por la comedia y la música. Así, podríamos decir que Mr. Allen es un nuevo renacentista en este mundo enloquecido y cruel, bueno disparatado mejor.
... "Escribir para el teatro es algo muy diferente que escribir para una película, y ambas cosas son completamente diferentes a escribir prosa, tarea más exigente, creo, porque cuando uno ha terminado, ése es un producto final. El guión, en cambio, es un vehículo para que actores y director desarrollen personajes. En el caso de las películas, simplemente garrapateo un par de notas para una escena. No es necesario escribir en absoluto, sólo notas que se escriben teniendo en cuenta a los actores y la cámara. El verdadero guion es una necesidad para el casting y el presupuesto, pero el producto final no tiene demasiada semejanza con él... al menos en mi caso. Pero en una novela, uno ejerce el control sobre todo el material. Es un gran atractivo. Otro es que, cuando uno ha terminado puede hacerla pedazos y tirarla a la basura. Mientras que, en el caso de una película, es imposible hacer eso. Hay que mostrarla, aunque a uno no le guste. El tiempo es mejor cuando uno es escritor de prosa, es mucho más divertido levantarse a la mañana, ir hasta la habitación de al lado, quedarse solo y escribir, que levantarse temprano y tener que ir a filmar una película. El cine es muy exigente. Es un trabajo físico. Uno tiene que estar en algún sitio, según un programa, a cierta hora. Y depende de las personas. Sé que Norman Mailer (escritor, guionista y biógrafo de Marilyn) dijo que si él hubiera empezado actualmente su carrera, podría dedicarse al cine en vez de ser novelista, pero creo que el cine es una actividad de jóvenes. En su mayor parte, es agotadora".

En su última película (de una inagotable carrera) y vista en España con título Irrational Man, establece otra de sus parejas, cubierta de exótica ambivalencia con Emma Stone y Joaquin Phoenix, entregados por segunda y primera vez, en las manos de un Woody Allen que vuelve a demostrar su maestría para contar relaciones personales, siempre envuelto en una trama mágica definida por la atracción, y metafísica. Cuando no, sumergida en un mundo de tensiones provocadas por aquellas actuaciones desequilibradas o criminales, que aparecen de sopetón en nuestra cabeza dividida, tras sesión de psicoanálisis alleniano.
Su cine sigue invadido por el humor, claro, o nublado, de la introspección personal y el retrato magistral de los personajes creados con notas, reafirmando sus posiciones morales y sarcásticas respecto al cine o la vida, como un pequeño teatro de las vanidades y de las culpas. Diría que si no maldijera tanto en sus escenas románticas (con excepciones que terminan mejor que otras), no sería fiel con sus consecuencias vívidas, imaginarias o verdaderas, que se producen a diario en cualquier ciudad del mundo, o un arrugado pañuelo de sonrisas y lágrimas. La metodología mantiene las reglas básicas del género romántico, pero sus palabras indican que se trata de un director único e irrepetible, un poeta enmarcado por la libertad de expresión y de elección, o la tortuosa dicotomía entre el bien y el mal que marca el siguiente paso dubitativo. Por tanto con él, la masculinidad se ve diseccionada por la inventiva y la perspicacia de un lado femenino, dejando el diván para las antiguas sesiones analíticas que, no servían de nada cerca de unos ojos claros como el cielo, o a los pies de una luz surgida sobre una barraca de feria.

A cuerpo de rey de la conversación, anduvo estirado frente a doctores del alma, pero un rey abdicado y asustadizo, observando con su prisma ácido, el panorama en cada década y los condicionamientos, desde los comienzos inventando chistes o monólogos para el Ángel Azul hasta la pesada carga de nuestra sociedad actual, también de esa latente mentalidad desunida. Un actor entre bambalinas que crece tras el ojo, que observa a través de sus gafas a un dramaturgo del sentimiento, al cómico que se ríe de sí mismo; y un músico marcando el compás del objetivo, indiscretamente libre para narrar la diversidad, los tiempos, silencios y respiraciones, los ritmos. A cada paso que daba, no dejó nada al azar en su camino, todo parecía encuadrado dentro de una viñeta o libreto mágico, aunque sus filmes demuestren que la casualidad es una estimada referencia a tener en cuenta.
Desde que Manhattan anochece sobre una ribera, hasta un asesinato descrito con gracia y desparpajo, en sus calles y dormitorios, cómo si fuera habitual tanta evidencia. Esa inevitable irritabilidad de la coincidencia, para algunas personalidades, géneros o personajes, puede tratarse día a día, como un macguffin de proporciones catastróficas, o no.
Mientras, en segundo término y más fundamental, el desarrollo de sus intrincadas escenas llenas de sombras y niebla, de delitos y las faltas que nos acompañan o cometen otros, o acordes y desacuerdos entre más sábanas y noches, aquí se vuelven a aparecer. De los estudios al festival alejado de los sueños, de la desgracia y la apatía, por sonidos repetitivos de un seductor, sugestionados por una conversación a hurtadillas con Annie o Hannah, demostrando que la responsabilidad social y el secreto, se abrazan. Nuestros propios actos o decisiones marcarán el devenir, que estaría controlado por el derecho y la ley. Tal vez, guiada en la oscuridad por la inercia de aquellos ojos, luciendo como estrellas en un observatorio de la vida o entre manos temblorosas.

Con su sentido crítico, Woody Allen se sonríe de la patosa existencia y de esos individuos perdidos ante una respuesta discutible, de las opciones que truncan el éxito social o silencian el fragor de una batalla romántica. Dividida en dos secciones, hemisferios del cerebro de un guionista frustrado o un hombre irracional, nos sirve un juego de marionetas dirigidas por su experiencia y el fracaso de los personajes. Por este motivo (u otras argucias intelectuales), Woody continúa siendo uno de los referentes universales en esta tragicomedia clásica que representamos, y de la dialéctica cinematográfica del doble sentido que nunca empaña sus gafas. Izquierdo o derecho, en su cerebro indica que dicha separación física, está condicionada irremediablemente por unos labios carnosos tocando a un aldabón de una puerta enclaustrada u oxidada por el tiempo, fraccionados pero atraídos el uno por el otro, como si una vigorosa alumna anduviera coqueteando con otra mirada esquiva, estresada o depresiva. Esto es, de una forma menos lesiva, la autodestrucción que tantas veces, nos visita o la negación de unos valores, que perpetraron el estado de ánimo actual o las diferencias sociales, económicas y de edad. Son un tabique mayor que las excrecencias de cada lado, construido por nosotros mismos.
Reúne en este escenario, en principio anestesiado, a este académico universitario interpretado por un Joaquin Phoenix (que sostiene con firmeza las riendas de una estimada y ascendente carrera) envuelto en las sombras de un agravio comparativo, una reflexión inaudita o una revuelta interna frente a la injusticia, que empujará a nuestro lado más salvaje. Frente al paso del tiempo o la grasa abdominal acumulada, emerge esa inseguridad personal o desprecio. Que controla todas las respuestas, respecto a la atracción sexual o una alocada declaración amorosa que podría cambiar el registro de su mirada, sin brillo ni una mínima luz.

Estas decisiones personales que te elevan a la categoría de héroe o justiciero social, son una pequeña distorsión del ego y la evolución a otra cosa peor. Ya que el asesinato, se convierte en una costumbre, un uso pragmático, irreductible, prosopopéyico, académico, complejo, filosófico, dicotómico, alcohólico, antisocial, arrastrado, vengativo, ´soñador` y algo, esencialmente, degradado por la dejadez intelectual, hacia ese lado animal que responde a la crisis existencial y el olvido.
En New Port (Rhode Island), las secuencias van desde paseos diarios y conversaciones privadas por la facultad o al lado del mar, hasta la universalidad de la idea romántica como concepto y el estudio del crimen perfecto, de los ojos cansados de un maduro profesor hasta la vivaz y lasciva mirada de una pelirroja enamoradiza, transparente como la piel a plena luz del día, un ojo tras la lupa de un detective de su realidad sentimental. Como si la pareja protagonista de True Detective profundizara en la metafísica de su labor, y el amor olvidara todas las consecuencias, o el destino se hubiese calzado un vestido corto y liviano con unos zapatos de tacón. Una Sherlock apasionada, encarada a su desestabilizado y temperamental Doctor Watson. Con Parker Posey pisándole los talones en un posible viaje reparador, para evitar una caída sobrevenida inevitablemente. Siempre, uno saldrá más herido que el otro. Por ejemplo, Jamie Blackley (Blancanieves y la Leyenda del Cazador) un abatido y joven actor interpretando al incomprendido y abandonado. Frente a ese desconocido, amante llamado comúnmente peligro.

Ella, Emma es frágil pero no tonta, ofrece un brazo sobre el que apoyar el peso de su conciencia, aunque su pensamiento evolucione como una receta ilegible a priori, contraproducente para aliviar el mal, incluso ese desgaste que empieza a sentir, por él. Porque las indicaciones románticas exigirán una explicación o sino, una evolución del carácter individual a una catarsis de pánico, la extinción de la humanidad en camino. De la idealización del sabio al reproche aciago del torpe, no de odio ni misericordia mas bien de frustración, quizás consecuencia de una revelación inaudita como el descrubrimiento del cianuro tomado de la mesilla en una gran mansión y una distancia de separación tan esperada como necesaria, mientras se ríen con su imagen distorsionada frente al espejo.
El Hombre Irracional y la estudiante romántica, ofrecen una diversión distendida (con filosofía sin diván) a un público de alumnos, entregados al maestro del escapismo y el disfraz, como un camaleón con el jazz a flor de piel. Esta forma de trío musical y cinematográfico, con violines frente al piano calculador, y clarinetes contra la inactividad del alma en un halo endiablado que se propaga desde la gran pantalla hasta nuestras conciencias, más o menos racionales. El Hombre Irracional, tal que un meditado cuento con las relaciones entre hombres y mujeres en el anfiteatro, como siempre desde Madrid a Nueva York, o de Londres-París de los sueños, al coloso granítico de Rhode Island. Su madura y reflexiva idealización del amor, alberga a un Woody Allen tierno enfrentado al de los crímenes, crítica del romanticismo caduco de la magia lunática y la pérdida de la razón en otras fábulas, de la rosa púrpura (amor el ídolo o ´Prince` de Egipto) a un escorpión de jade, de la hipnosis. De ceder los bártulos si la cosa funciona, a la decadencia de un jazmín azul, en masculino.
Un trío del que visionaremos sus sueños divididos, filosófica o emocionalmente, en nuestra retina una vez más, ascendiendo del Bronx a un Café Society en breve, con Steve Carell y la Sheryl Lee auténtica, (quizás cerca de Melinda) y cuerpo de las pesadillas de David Lynch y sueño erótico de muchos seguidores de Twin Peaks. Mientras que la dulce Emma se debate en una Cruella de Vil no confirmada, y un baile de altura en La La Land, junto a J.K. Simmons y el radiante Ryan Gosling. Además, el tridente incisivo protagonizado por Joaquin Phoenix tiene papeles para dar y tomar, con directores como Casey Affleck, un novel Garth Davis o una escocesa llamada Lynne Ramsay, autora de la increíble Tenemos que hablar con Kevin. Se rumorea también con el director francés Jacques Audiard.

El orden, el lenguaje y la estructura teatral: "Siempre empiezo por la página uno. Es un viejo hábito que me quedó de escribir para el teatro. No puedo concebir la idea de escribir el tercer acto antes del primero, o un fragmento del segundo acto fuera del orden cronológico. Los acontecimientos que ocurren más tarde –la interacción entre los personajes, el desarrollo del argumento, dependen demasiado de la acción que se lleva a cabo al principio. No puedo concebir algo fuera de la secuencia. Adoro la forma narrativa clásica en una pieza teatral. La adoro también en una novela. No me gustan las novelas que no son básicamente historias claras... () cuando veo a Chejov o a O´Neill, donde hay hombres y mujeres en crisis clásicas humanas, eso sí me gusta. Es anticuado decir esto en esta época, pero las cosas basadas en el “lenguaje” –los más inteligentes ritmos del habla-, en realidad no me importan. Quiero escuchar a la gente hablar de manera común, aunque sea poético. Cuando uno ve La muerte de un agente viajero” o “Un tranvía llamado deseo”, se interesa en la gente y después, quiere ver lo que ocurre".

Entre la razón de Kant y el tumultuoso existencialismo de Soren Kierkegaard (ayer descubrimos que la filosofía está muerta en la tumba de Aristóteles)... en esta ocasión, deberemos elegir entre un disco de jazz aderezado con largos paseos entre la depresión y la autodestrucción, o la carnosa sonrisa que nos atrae al precipicio con sus posteriores contradicciones y el lío de nuestra cabeza, con la inteligencia de un observador interesado por el fracaso emocional y el asesinato contemplativo, o salpicada de diálogos metafísicos sobre la redención personal y la irresponsable naturaleza humana. Irrational Man, es una reflexión sobre aquello que fuimos en el pasado, cómico o sabio loco (lejano como unas vacaciones por Europa, rodando) y el presente irascible del yo, un manipulador mediático que nos condena a ejercer de héroes, de depredadores o justicieros morales. Ya que lo otro, al futuro, nadie se le aproxima ni conoce, tal que un ascensor detenido que no sabemos si sube o baja, o una pelota de tenis en la red. Una final de un deporte cualquiera, sentenciada a cara o cruz.
De los axiomas profundos, se visualiza una realidad más terrenal sin metas, que Woody tomó a pequeñas dosis para no intoxicarse, la violencia física. Agravio de un sueño que se desvanece, un espejo roto por intereses personales o deseos frustrados, naufragados contra las rocas. Una sociedad que no mide, esa necesidad de una sonrisa cálida, porque los riesgos económicos se entremezclan y la mentira triunfa, cuando la justicia es una línea roja borrosa y la caída puede partir nuestra cabeza en dos.
Izquierdo, irascible y masculino, frente al derecho, intuitivamente femenino. Ella y él, unidos aunque separados.

El cerebro es un órgano proporcionalmente racional, con momentos circunstanciales o reflejos de vacío existencial, o maltratado por enfermedades peligrosas contemporáneas, que atacan nuestra memoria o el ánimo. El cerebro es un debate constante entre ambos lados, entre el propio agujero de la inestabilidad emocional y el hemisferio contrario, próximo... que nos vigila y se muestra inevitablemente sugerente. El yin y el yang, de la filosofía oriental en nuestras calles, dentro de un occidente que, siempre, fue fotografiado, distorsionado o analizado brillantemente por este profesor de cine y de vida, llamado Mr. Woody Allen. Un ejemplo a seguir, una fiesta o baile en un club neoyorquino, si la salud nos lo permite.

"En ciertas ocasiones he escrito cosas que fluyen fácilmente y han sido bien recibidas, otras no; es decir, no son bien recibidas. Y también me ha sucedido exactamente lo contrario, cosas con las que he luchado días y días y son mal recibidas, y otras veces son bien recibidas. Pero, en realidad, no es un esfuerzo tan tremendo como lo creería alguien que no puede hacerlo.
Por ejemplo, a los dieciséis años conseguí mi primer empleo como escritor en una agencia de publicidad de Nueva York. Iba todos los días después de la escuela y escribía chistes para ellos, que distribuían a sus clientes en las columnas de los periódicos. Yo iba en el metro, en el vagón atestado y colgado del pasamanos. Sacaba un lápiz, y cuando llegaba tenía anotados cincuenta chistes... diarios, durante años.
La gente me decía: “No lo creo... 50 chistes por día y escritos en el tren”. No era para tanto, si veo a alguien que pueda componer música…
¡No entiendo cómo empieza o cómo termina, ni nada! Pero, cómo siempre pude escribir, para mí no era nada. Siempre pude hacerlo... dentro de mis limitaciones. Creo que, con una educación mejor o una formación mejor, y tal vez una personalidad diferente, podría haber sido un escritor importante. Es posible, porque creo que tengo cierto talento, pero nunca tuve interés, crecí sin interés en nada académico. Podía escribir pero no tenía interés en leer, sólo practicaba deportes y los veía, leía cómics... nunca leí una verdadera novela hasta que entré a la Universidad. Tal vez, si hubiera tenido una formación diferente, podría haber ido en otra dirección. O si los intereses de mis padres, mis amigos y el ambiente en que crecí hubieran estado más dirigidos hacia cosas a las que más tarde fui sensible. Tal vez yo hubiera sido un novelista serio. O tal vez no. Pero ahora es tarde, y simplemente me siento feliz de no tener artritis".

The "In" Crowd - Ramsey Lewis Trio (1965): Soundtrack The Irrational Man.

sábado, 14 de marzo de 2015

Inherent Vice.


Tomad y fumad, todos de Él.

Los detectives privados somos una rara avis, dispuestos a ofrecer una buena historia escrita a todos aquellos que mezclan los efluvios alcohólicos y la intensidad del humo para rodearse de personajes inherentes y viciados. Va con nuestra naturaleza, observar y pensar, pensar o divagar, para al fin actuar.
Amantes del cine negro, somos el ejemplo perfecto en la literatura y el cine, de la psicología entre hombres y mujeres o el retrato de un revólver humeante que recién dispara balas, envenenadas como las palabras recortadas entre bocanadas y notas de música envolvente. Los 60 fueron una época demasiado carismática y colorista, ecos de bocanadas grises en film noir que regresan a finales de la década y comienzos de los 70 con sus repercusiones psicológicas y sociales.

No recuerdo siquiera ese momento, en que entró "ella" por la puerta, como ajustada en el dintel con su corto vestido naranja y flores en el pelo. ¿O era hierba entre sus labios?
Esta vez, no fue en el interior de mi despacho ni en una consulta de dentista (creo que hubiera preferido ser ginecólogo) dispuesto a atender los males internos de aquella joven, la caries de un ex-amante y con un presente bastante retorcido.
Aquí estamos los dos, de nuevo, en mi desvencijada y solitaria habitación, un apartamento tan apartado del mundo que las sustancias prohibidas llegan antes que las noticias, el amor o un nuevo caso. Aunque, la chica de ayer se había convertido en una mujer de armas tomar, atractiva y sensual... como siempre había sido caminando por la arena.

Aquellas flores y su forma de caminar por la playa, que tantas veces me habían cautivado, con su corto vestido hippie me devolvió a la confusión más profunda, acrecentada por sus frases disparadas a bocajarro. Lo que estaba meridianamente claro, es que trajo sus problemas hasta mi cuerpo y mente viajeros, otras veces vago en apariencia, pero aturdido por todos los productos que confundían la claridad con los sueños alucinógenos y las risas fuera de lugar. Como si un director de cine quisiera hacer múltiples giros al contar el argumento de su nueva película.
Así, un director como Paul Thomas Anderson combina con clarividencia, aquella variedad multicolor con los encuadres geométricos o los primeros planos volcados en la interpretación de un elenco lisérgico, como un viaje dorado en velero.

Anderson y este nuevo mundo se introducen en nuestras conciencias, todas adictas, al ritmo de la confusión de guitarras y la efectividad en las imágenes aguantando esos planos durante minutos de placebo para espectadores poco comunes. Con diálogos brillantes y escenas de humor hilarantes, como una sobredosis de buen rollo generado por el texto, el cine negro y las situaciones sexuales, de esta descabellada y genial Inherent Vice.
Recuerdos de viaje por amores embriagados y visitas enloquecidas, desde un universo multicolor por las noches de boogie y relaciones no tan "wonderful world" a escenas enmarcadas con iluminaciones de tonalidad azul que son las preferidas entre magnolias y los brotes o mercancías de una guerra inútil como la de Vietnam; así como el tratamiento diferente y personal de sus personajes, toda una revelación de su estilo ya captada en sus anteriores seis filmes.
Otros lo habían intentado en el pasado, como los Hermanos Coen o Terry Gilliam rodando con el destino en estado comatoso-onírico y los encuentros casuales en paraderos desconocidos entre humo y la niebla, tugurios y fiestas por las que se escuchan las viejas tramas familiares mezcladas con el olor de la marihuana, las mafias orientales de blanqueo al cuadrado, de drogas y trata de blancas. También, el descrédito de las fuerzas policiales inmersas en asuntos económicos y políticos con un tono guasón hacia su incompetencia. Porque en Sidney ya enseñaba ese mundo atraído por el color verde, del dinero y los pozos oscuros de la ambición.

Todo un guion basado en la obra agasajada de Thomas Ruggles Pynchon, destinado a la diversión y las mentes pasadas de vueltas que se vieron sorprendidos por un tal Charles Manson, el elegido y sus acólitos. Un escritor metido en faena, pues el aprendizaje se basa en el coqueteo con toda la parafernalia hippie de la época de Los Ángeles, al estilo Dashiell Hammett ejerciendo de detective en la agencia Pinkerton de Baltimore.
En cambio, se abre en su libro todo un mundo despiadado de depredación inmobiliaria que se traduce en tensión para el cine, sin elementos violentos en pantalla (salvo fiambres inmaculados o no presentes en escena), de tráfico de estupefacientes sin amarillos sólo con risas, y cargos políticos corruptos con una carga crítica hacia sus ideologías, guasa de policías confundidos y entregados a menesteres de excavación nasal, y centros de salud que esconden una cara más negra, tanto como una cruz grabada en el cráneo. Y dientes, muchos dientes, enfermos y sobre todo, risueños.

Ella, como la imagen de un fantasma atractivo que regresa una y otra vez, siempre había marcado las distancias, pues no era la típica chica con previsiones de convertirse en una mujer casada rodeada por una caterva de niños gritando alrededor e inocente como una doña Inés, con ánimo de entregarse al éxtasis. Ella en la inolvidable presencia de Katherine Waterston (The Disappearance of Eleanor Rigby) preferiría la inestabilidad, el dinero y el buen sexo. Pero "ella" no era única, sino muchas otras magníficas confidentes.

Joanna Newsom, sin su arpa, es la tercera persona con las palabras de Pynchon a través de su personaje Sortilegio, Jeannie Berlin (Margaret) es la estrella y tía decadente Aunt Reet realmente sorpresiva, Serena Scott Thomas es Sloane Wolfmann esposa y vividora, Maya Rudolph con su personaje de asistente ´enteradilla` es Petunia, Shannon Collins es un vicio pelirrojo llamado Bambi, Jena Malone es la desdentada y asesora sobre adicciones Hope. Ahora un grupo de cuatro actrices jóvenes con talento Yvette Yates es Luz, Sasha Pieterse es Japónica, Jillian Bell es Chlorinda y Elaine Tan como Sandra.
Una Belladonna directa a la conciencia y los pulmones, la competencia de Reese Witherspoon (Mud, Wild) como amiga y ayudante fiscal del distrito Penny Kimball fumadora, y http://en.wikipedia.org/wiki/Belladonna_(actress) Hong Chau es la llave maestra llamada Jade que abre las puertas a otros mundos oníricos.
Ahora todas se agolpan plagadas de muescas en sus pieles, ya que tenían oscuros asuntos entrometidos entre sus lenguas y sus manos. Y las nuestras como espectadores masculinos.

Él, o nosotros (yo mismo también), tampoco somos el típico detective extraído de aquellas viejas películas negras de Hollywood que serían rescatadas por Polanski en Chinatown y otros ardores o el Manhattan Sur de Cimino, ni usábamos una gabardina raída por las sombras del pasado, en un retorno del galán tocado con un sombrero de fieltro y ala torcida sobre los ojos. Porque, la imagen de Larry Sportello tendrá para siempre este nuevo lustre, junto a la increíble interpretación del nuevo Nota del cine, caracterizado en un rizado John Lennon por Mr. Joaquin Phoenix. A cuyos pies negros me arrodillo ante su exhibición desfasada.
Este personaje que se identifica con un Doc de almas perdidas, siempre tendrá la cara bonachona y reconfortante de Phoenix en estado de gracia. En todos los sentidos, tanto dramáticos como de comediante sin medida ni zapatos, retozando entre faldas y otras materias ilegales e inherentes a cada uno.


Existe en el elenco masculino, recuerdos de películas y detectives que comenzaron sus aventuras con una entrevista sorpresiva. Desde la inteligencia yonqui de Sherlock Holmes dando comienzo a sus casos y resoluciones con su mente prodigiosa, abriendo camino a las nuevas generaciones que se meten en su guardapolvos actual y negro, de investigadores con visitas Desde el Infierno o asesinos sin cabeza a Jhonny Depp, ciudades del pecado y las drogas como polvo de corazón de ángel que tomara Mickey Rourke en otros tiempos de seducción.
Aquí aparece la "masculinidad" de Josh Brolin (Guardians of the Galaxy) en un papel magnífico de raza y dominio de otras lenguas, Benicio Del Toro mucho más centrado que otras ocasiones cercanas, Michael Kenneth Williams el pantera que jugaba a comerciar con la bestia aria de Keith Jardine, Martin Donovan como padre demasiado ´conservador`, Peter McRobbie como asesino del bate o los doctores interpretados por un habitual de las películas de Anderson como Martin Dew y Jefferson Mays como doctor del mal.

Por supuesto, sin olvidarnos de un grupo de policías que hacen las delicias del descaro y la burla en carne propia, inherente. Los actores jóvenes Christian Williams y Jordan Christian Hearn entremezclados con la figura de un actor de series de antaño, que es rescatado por Anderson con un papel que recuerda a la vida de Errol Flynn. Su nombre Jack Kelly partícipe en infinidad de entregas en capítulos de western para televisión y otras como Batman, Ironside, Banacek, McCloud, Hawái 5-0, La mujer biónica, Hulk, etcétera, etcétera... Son los episodios del nacimiento de los seriales y los detectives en la pequeña pantalla, ahora elevados a su máximo exponente desde que David Lynch creara a su agente (y nuestro) Dale Cooper en la sonrisa de Kyle MacLachlan, mientras James Moriarty desempolva su obsesión contra su archienemigo Benedict Cumberbatch, y todos recordaremos a Rustin "Rust" Cohle fluyendo en las palabras y los actos de Matthew McConaughey, para siempre.
Pero, me quedo entre todos los personajes y cameos con, Eric Roberts evolucionando hacia nuevas metas e infinitos proyectos, más otro rescatado, Martin Short en un papel que me recuerda al cirujano dental de La tienda de los horrores interpretado por Steve Martin, y especialmente a Owen Wilson que va acicalando su imagen de actor con algunos papeles interesantes en los últimos tiempos. Cosa de la que me alegro por su futuro.

Bien, rebobinando la cinta... ¡zziiiiiip! Entonces, esta Inherent Vice de Anderson recuerda a mucha parafernalia de luces y sombras que rodearon a los grandes investigadores, aliados con diferentes formas de tratar la trama policiaca. Los de los años cuarenta basados en personajes de Dashiell Hammett, James M. Cain, Daniel Mainwaring o Raymond Chandler, pero pasados de vueltas.
Aquí, esta perspectiva más actual significa comedia, pero con la misma atracción peligrosa en cuanto a las mujeres depredadoras, el combate con el crimen y ese extraño acidulante ilegal característico de Paul Thomas Anderson gracias a un Pynchon entregado a la causa de entregar su primera novela al Séptimo Arte.
Por el contrario, no para mal, la banda sonora que comparte estas actividades detectivescas y adulteradas, proviene al sentido contrario de los compases del jazz y la épica de las grandes orquestas, el clasicismo de Max Steiner o la simbología del blues se ha transformado en música atmosférica con resonancias electrónicas y rock psicodélico, más acorde con los nuevos tiempos que abrían una nueva era.

Ay detectives, ingrato trabajo que te aleja de un vida de confort y un amplio jardín con niños jugueteando.
Pero, nosotros los espectadores, os necesitamos como el mundo gira alrededor de un amor desperdiciado (pensaba para su interior este detective, ya acabado definitivamente), buscamos otro asunto viciado entre el crimen pasional y los intereses monetarios, engaños envueltos en papel de fumar y cartas astrológicas leídas en tercera persona, como la Tana de Marlene Dietrich lanzándole los dardos al Mike Vargas de Charlton Heston, en la genial Touch of Evil del maestro Orson Wells.
Pero quizá, uno de los factores que hacían a esta historia algo verdaderamente atractivo eran, una cantidad de personajes con una personalidad definitiva, abstractos en muchos instantes, extraídos a su vez de un filme de los hermanos Coen, del camarote alocado de los Hermanos Marx y otras alucinaciones divertidas al estilo de Miedo y Asco en las Vegas. No aptas, eso sí, para mentes cerradas a las sensaciones contradictorias y diferentes, ni a los cinéfilos que quieren un estilo homogéneo en las carreras de sus directores preferidos. Gracias por el cambio, Mr. Anderson.

Y es que el riesgo y la comedia disparatada es una opción denigrada por aquellos críticos demasiado escépticos de la risa o estereotipados con la tristeza como alter ego, en definitiva, serios. Si puede decirse, algo contradictorio que me fascina, como muestra de diferencia visual para todo policiaco o una película de Anderson desmarcada de las reglas básicas del cine negro, aunque con ciertos rasgos semejantes a ciertas películas anteriores.
Son evoluciones sorprendentes y mágicas, pasionales o pasotas, de un autor que arriesga en la forma de contar películas e intenta sentar otras bases en el lenguaje visual.

O acaso no es arriesgado, la mezcla de estimulantes y las carcajadas silenciosas, con el tráfico entre hermandades arias y panteras negras, las recalificaciones y pelotazos inmobiliarios a través de construcciones masificadas con la sensualidad de una habitación que ofrece una de las secuencias que se recordarán como características del cine norteamericano.
Cuando observamos su cara angelical, "angel face" y toda esa profundidad con un cuerpo hundido tras sus turgentes posaderas, y la mente del detective volando, como embaucado ante la escena del sofá entre Don Juan y una Doña Inés, cambiándose las tornas de la conquista ideada por Zorrilla, de lengua y labios afilados. Sexo, drogas y rock&roll.
&
No tengo más que decir, porque es mejor verla con calma y tiempo de degustación. No apta para paladares delicados o encorsetados.
Para mí, junto a Magnolia y Punch-Drunk Love, el trío de sensaciones novedosas y frescas que sitúan el cine de Paul Thomas Anderson como nuevo aire del mundo cinematográfico.
Viciado eso sí, pero mágico.

***** Muy Buena ****

Don Juan Tenorio (con el permiso de D. José Zorrilla, poeta y dramaturgo español):

¡Cálmate, pues, vida mía!
Reposa aquí, y un momento
olvida de tu convento
la triste cárcel sombría.

¡Ah! ¿No es cierto, ángel de amor,
que en esta apartada orilla
más pura la luna brilla
y se respira mejor?


Pues mira, Doc, qué maravilla,
No te fumes la vida, y pásamelo.
Yo te acerco luego a la luna,
a las estrellas o... qué se yo.

Tu siéntate a degustar a María,
mientras te traigo algo de comida,
cuando veas lo que ofrezco, desnuda,
si que vas a respirar mejor.

Porque los sueños son como pequeños estallidos pasionales, cuya mecha se puede apagar salivando un poco sobre los dedos.

*** The End ***

martes, 20 de enero de 2015

The Inmigrant (o El Sueño de Ellis).


Érase una vez... Un Sueño.

En los inseguros años 20, en la ciudad de Nueva York circulaba en sus puertos un profuso movimiento de seres humanos provenientes de distintos puntos del mundo, especialmente de Asia y Europa. Se había convertido en un punto de confluencia de hombres y mujeres que llegaban en busca de un futuro y una mejor vida, alejados del hambre y la enfermedad.
En estos momentos, Norteamérica era el refugio de muchos europeos que decidieron abandonar sus orígenes (incluidos sus familiares y amigos) para escapar de una Primera Guerra Mundial y sus posteriores efectos en la población más humilde.

Aquella guerra que era sólo el inicio de los problemas o la continuación de los enfrentamientos de una larga y vieja historia con enfrentamientos políticos y territoriales. También la ruina de una Europa unida, con semejantes intereses para los ciudadanos de los distintos países, que cambiaría la esperanza por una verdadera carnicería.

La muchacha polaca interpretada por Marion Cotillard en el filme The Inmigrant, se desplaza llevada por la necesidad como tantos miles, con ganas de comenzar de nuevo junto a su hermana. Pero, la fatalidad y el contagio vírico le obligará a quedar confiscada en la Isla de Ellis (nombre que da título en español a la película) a causa de la expansión de tuberculosis.
Esta plaga de comienzos de siglo, se uniría a otras como el hambre, el paro, la burocracia, el miedo, y por último, la prostitución.
Reconozco una belleza algo atípica en la francesa Marion Cotillard. Sin duda, una interesante actriz con una carrera oscilante, pero creo que sus grandes papeles aún no han llegado y espero que siga creciendo en los próximos proyectos en una línea ascendente. No sé porqué razón en esta película no me acaba de convencer su interpretación distante y gélida como la niebla de la bahía de New York o Upper Bay.

En principio, la historia dirigida por James Gray y coescrita junto a Ric Menello (también autor conjunto de la notable Two Lovers) no pareciera tomar los sentidos que van secuenciándose en imágenes particularmente sexuales, pero las vías de la pobreza y la inmigración se tuercen hacia derroteros más marginales si cabe. De la misma forma que El Sueño de Ellis visita algunas de los temas y espacios comunes a anteriores películas del director de ascendencia rusa y judía, incluso otorga un papel protagonista a uno de sus habituales actores como Joaquin Phoenix.

Los escenarios tienen una ambientación de época excelente, con la ciudad de los rascacielos ´en construcción` desde el desembarco a los estudios Kaufman Astoria de Queens, hasta las calles del Bronx, Manhattan y alrededores del puentes de Brooklyn. Sin embargo, la fotografía y el montaje de la cinta se distancian un poco con las interpretaciones, que curiosamente pecan de cierto exceso de teatralidad o frialdad, acordes con la época y el invierno neoyorquino.
Otro aspecto secundario que refleja el punto de vista de Gray, es la decadencia de la actividad policial convertida en una asociación con motivaciones mafiosas, todo al margen de las leyes como ocurriese en familias precedentes en Little Odessa (su primer largometraje), La Otra Cara del Crimen o, sobre todo, La Noche es Nuestra.

Joaquin Phoenix aparece como una balsa salvadora, frío y distante como la atmósfera generalizada que recrea la película, un hombre dedicado a los inicios del vodevil, cuando las almas perdidas de la gran ciudad se unían en un foro, mezcla de personajes siniestros, prepotentes negociantes, jóvenes en busca de sexo de pago, insultadores y faltones profesionales. El salto al comercio del sexo resulta algo forzado, oculto ante un espectáculo de variedades que aparenta una familia más fiable del resultado real. Y es que la necesidad del estómago pasa necesariamente por las camas de alquiler. O bajo los puentes.

El Sueño de Ellis es un retrato documental de las oportunidades y fracasos de los inmigrantes procedentes del Este de Europa u otros lugares, antes de su escapada a la conquista de las nuevas rutas del hambre, hacia el prometedor y caliente Oeste. Porque, aquí a este lado, todo parece rollizo invadido por una ola de frío, sin luz, una calamidad que denota demasiada asepsia.
Solamente cuando entra en escena la magia, el tercer lado del triángulo interpretado por Jeremy Renner, se ofrece un resquicio de claridad y variedades fuera del mundo regido por el forzado proxenetismo. Pero, será un mero espejismo para volver a las calles y la tensión, a los Miserables y Juegos del Hambre, lanzándose unos cuchillos demasiado afilados para tragárselos.
Si bien la carga dramática rebosa en el metraje, echamos de menos más podredumbre y montañas de ratas a uno y otro lado de esta alcantarilla.

Lo mejor, el comienzo en el circo de los horrores dónde se trafica con las vidas y la carne, aunque la distancia no haga brillar las situaciones ni empatizar con los personajes. Tampoco sabemos si la terminación del invierno depara consigo un mundo más amable y respetuoso con las mujeres inmigrantes.
Aunque el futuro vislumbre algo de libertad y luz a esta Inmigrante prisionera de su mismo diseño y ambientación.

** Pasable **

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