Bar, sin uve... casi Colosal.
No, no se trata de un índice o tecnología con la que definir las confusas jugadas de fútbol... pero, podría. En este Bar Producciones, nos acercamos a ese olor mañanero a lejía, dentro de un determinado bar del centro de Madrid, regido por una especie de Celestina castiza llegada del más allá para hacernos emocionar (d.e.p. una enorme actriz como lo seguirá siendo, la colosal Terele Pávez), en cuyo interior se miden otra serie de rasgos sociales. Personalidades que no tienen que ver con el deporte rey. Ni con éste, tan nombrado ahora por aquellos seguidores de tercera política, sino con un posible estallido de los males biológicos que nos acosan y, a veces, derriban. Como ocurrió con aquel contagio maldito, de cuyo nombre no quisiera acordarme...
El Bar comienza con un Madrid estresante y poco amigable, que va transformándose en una pesadilla reducida en sus dimensiones, pero grande con sus aspiraciones. Es una película dirigida, mano con mano con Terele, por su gran amigo Álex de la Iglesia (La Comunidad, 800 Balas, Balada Triste de Trompeta, Las Brujas de Zarragamurdi), ahora, vuelve más madrileñizado que nunca en las costumbres sociales y habituales conversaciones al límite. Refugiado, a salvo del pasado y aquella maravilla navideña que se elevaba al cielo en El Día de la Bestia, pues pertenece a un género típicamente español... reírse de uno mismo o, de la misma sociedad ecléptica y peleona de la que formamos parte. Éstos llamados, otrora, españoles del centro y el exterior. Por que transita por esa práctica delirante que serían, las conversaciones surrealistas, conformadas dentro de los establecimientos de bebidas alcohólicas (u otras melopeas), que surgen, con la rapidez con que se establecen códigos para desarrollar una teoría conspiranoica. También, los ligues estemporáneos y debilitados en momentos de crisis, la paranoía y la desconfianza en el otro, la acritud demagógica (echar balones fuera) y como es habitual en el Sr. De la Iglesia, los oscuros subterfugios de la política y los medios de comunicación, para ocultar la realidad. O crear, la suya propia. Quiero decir, la mentira.
Por descontado, ese tema es alcohol de garrafón en estos instantes... El cine, de la Iglesia y su Bar particular central, mesetario o castizo como el triángulo de la Plaza de los Mostenses (entre el argentino guerrero General Mitre y el poeta Antonio Grilo), es el lugar elegido donde residirá siempre el alma de Terele con sus dos caras para la interpretación. Ahí, comienza la celebración con ese estallido dramático que sucede en sus mejores películas y su punto de vista crítico, la fusión de géneros del director bilbaíno y adoptado de este lado neutro. Menos dañino. Luego, las conversaciones para identificar el mal y definir a los personajes, encabezados por Mario Casas, Blanca Suárez, Carmen Machi, Secun de la Rosa, Joaquín Climent, Jaime Ordónez... vamos, todos, buenos amigos.
Con ellos, florece el carácter sociológico del vascuence, o se arrastra con los típicos estereotipos de sus personajes, exagerados y marginales. El joven aparentemente atontado, que juega a la sospecha y se convierte en paladín acalorado, los polos opuestos que se atraen o rechazan, en su endiablado enfrentamiento ideológico. La dama en peligro, sacrificada dama de las camelias encarnada en curandera, el extraño hipnótico, amenaza que se erige como salvador barbi-locuente, el pobre hombre que va rebotando como esférico de palo en palo, y por último, la inocencia encarnada en bella, no tan ilustrada, que se vuelve heroína engrasada para satisfacción de todos.
Hasta llegar a ese equilibrio delicado, que se fractura en los últimos tiempos (a pesar del aceite desengrasante, ya no tan liviano. Calculando sin acierto, las espectaculares medidas... que delimitan los dos mundos, a un lado u otro, de arriba a abajo. De la catástrofe a la salvación, y vuelta a empezar, o no.
Porque, en el nivel inferior se hallan los mismos defectos pretéritos, donde la singularidad del cómico, se vuelve una carrera atropellada. Tan desenfrenada como un final bastante trágico, entre el llanto y la risa, entre el escándalo y la decepción. Pues, cuando los ´supervivientes` salen a la superficie, respiran y meditan, pensando que se ha perdido otra ocasión para distinguir, para no confundir lo interesante y lo indiferente. Para separar la esencia de ese grano bacteriológico, de la paja en ojo ajeno. Es decir, el inicio de este largometraje me parece atmosférico y atrevido, hasta la mitad del conflicto generado con imaginación y corriente crítica de nuestra sociedad, para perderse en un correcalles fangoso. Un guion con su habitual Jorge Guerricaechevarría, que se olvida de lo verdaderamente brillante o atractivo, lo exagerado y conflictivo, lo que ocurría más arriba, de puertas del establecimiento para adentro y con las bocas imparables de sus verborreicos protagonistas, dirigidas hacia nuestro exterior.
Con lo que hemos visto en este fin de semana. En fin... veamos la segunda opción.
Un Colossal problema y una pequeña trampa.
Humor y relaciones personales, esta es la cuestión del contemporáneo Shakespeare.
Es semejante a un tira y afloja entre géneros opuestos, un quiero y no puedo. Porque la mayoría de veces, una discusión intrascendente, acalorada, acaba en tragedia. Lo vemos (y sentimos) en las noticias del fin de semana... ¡maldita crisis!
El director español, nacido en Cantabria, Nacho Vigalondo (Los cronocrímenes, Open Windows), nos introduce en su fantasía social. Aquí desde Nueva York a Seúl (pasando por su rodaje en Vancouver, Canadá), algo repetitiva visual y narrativamente, debido a determinados tics de la cámara y la tecnología digital. Sin embargo, lo más atractivo del largometraje, es el pensamiento crítico dentro de esa estructura bilateral que se desmorona, la pareja.
Da igual quienes fueran los protagonistas, un encuentro romántico o no, cualquiera. En
este caso, con dos actores que tampoco casan demasiado, a pesar de los esfuerzos. Con la melodramática Anne Hathaway y el cómico Jason Sudeikis, que no alcanzan las cotas de lo uno o lo otro.
El guion desarrollado por Mr. Vigalondo, se desinfla a medida que los defectos se hacen visuales y las emociones se columpian en una extraña guerra, con los medios como estúpidos testigos. Ya que, el otro afloramiento sentimental de los personajes, el personal o privado, se distorsiona y confunde en una débil reflexión alcohólica, semejante a un desliz sin calificativos. Es un instante de tensión al límite, que aparece como un pincelada machista y no recuerda ninguna práctica o imagen, que nos aborda o recuerda a en esta lucha de géneros en la realidad, sin sentido ni futuro.
La violencia doméstica contra la mujer, es el factor que mueve a una existencia heroíca y Colossal, como un monstruo de decenas de pies de altura, formado por el dolor de la verdad. Con el telón de fondo, casi marginal, del espíritu contagioso de una revolución anunciada en esos mismos canales o los nuevos medios de comunicación, con sus encuesta viciadas. O lo que es igual, la desinformación, como ustedes lo sientan o padezcan. Yo lo tengo claro, pero, no es el momento de pronunciarme respecto al papel que juega mi mente en dicha globalización, quizás, un recuerdo resiliente.
Para unir bien, los lazos de esta pareja, se hubiera tenido que movilizar a un contingente de hombres cansados y mujeres doloridas, desamparados por la justicia o movidos por el control remoto de la sociedad interesada. A la distancia oportuna, de una cámara inteligente que ha desarrollado un método flexible de contar una historia, cayendo en la ubicuidad pretenciosa.
Ese espejo imaginativo, reflexivo e informatizadamente crítico, como un mimo mayúsculo, es el mayor acierto, otra vez tras aquel escaparte que significó el baile iniciático de Nacho Vigalondo a las 7:35 de la Mañana. Con la firma de un director que se reafirma visualmente, sin llegar a redondear la información mediante un guion rotundo y clarificador, que otorgase otras salidas o perspectivas.
Quizás, por que el tema es tan enrevesado y dramático, que la mejor forma de expresarlo, sea con un toque de humor surrealista, o un golpe traicionero sin avisar. Aunque, parezca una falsificación de en fin, ell@s sabrán, mientras otros jugamos en una realidad paralela y libre, frente a esta realidad belicista, de un comportamiento femenino rebelde y lésbico, o una estupidez atrevida de grandes proporciones ...
Por otro lado, debido a una sucesión involuntaria de catastróficas desdichas, o trabajos no tan disuasorios, la actriz Anne Hathaway no consigue que me acerque a su dilema. Que nos involucremos en su lucha o juego mecánico, de ratón y gato, sino que simula el movimiento hasta convertirlo en una pantomina, sin gracia. Un mundo digital donde los hombres pintan menos que una cerveza, morena.
Mr. Vigalondo se ha convertido en una referencia española de la ciencia ficción mezclada con la crítica social o patológica. Con ese tono etílico de comedia típica y ácida, que otros directores pretéritos tocaron en el realismo milagroso de Plácido o Esa Pareja Feliz de Berlanga, sin llegar a su maestría, como en aquel otro cubismo fílmico en blanco y negro, surcando aquella taberna submarina en el far west de Bienvenido Mr. Marshall.
Pero, por desgracia, se queda flotando en la superficie, aquí es todo más colorido e insustancial, como una borrachera de videojuego, sin introducirnos en mundos alternativos. Sólo un juego para niños, desde un punto de vista frío y moderadamente cómico, un exponente mayúsculo de la superficialidad ante un tema tan grave como el alcoholismo. Y donde el humor incluido, irreflexivo, no termina de convencer al resto del planeta, ni siquiera los orientales entenderán lo sugestivo u onírico de la delicada y gigantesca situación. Ay, kaiju.... de mi vida. Estará moviéndose bajo tierra, en las profundidades abisales de una guerra radiactiva.
La película que empieza bien, continua con aciertos mecánicos y robótico, pero termina empequeñeciendo ante los píxeles grandilocuentes y esas pantomimas inútiles de sus principales protagonistas. Hasta que se topa con el, poco ortodoxo, camino de la metáfora y la victoria ante el derrotado enemigo, entonces ya no hay marcha atrás. Ni reflexión u objetividad ante un abofeteo algo exagerado o sacado de contexto, nada verídico. Tampoco existe tiempo de reflexión como expresé, ante la conversación retórica y el desacuerdo en el acercamiento amistoso, simplemente, se elige el camino de la desavenencia o una batalla épica, sin sufrimiento. Salvo en una pantalla digital, anti-copulativa y anti-genérica.
Es decir, aunque se unan los géneros cinematográficos, el ideal se tambalea por reiteración. Se desubica en la gran ciudad paralela del resentimiento, como el sufrimiento no se cura con amor, sino con más hostias, puño con puño, en una guerra que no tiene vencedores ni vencidos. Sólo miedo, silencio o desinformación. Chicas si os ocurre algo semejante, no encendáis la consola, llamad al 016 contra los abusos o la violencia de género. Ámimo reales y valientes heroínas!
Probablemente por ello, Nacho Vigalondo lo retrata desde un universo paralelo de vicio tecnológico y surrealista, contra la defensa de un monstruo atípico. Una clase universal donde siempre se crean facciones enfrentadas y no buscar una solución adecuada, complicada de por sí.
Así que, tú decides... visitar esta doble sesión de cine actual, desproporcionado o desnivelado, también raramente denominado español. Con anotaciones o inconsistencias estéticas, de un surrealismo condicionado, o estereotipado. De sentido contemporáneo y convergencia en la crítica social, aunque no bien calculada. O, la otra perspectiva ante el juego... salir al Bar próximo a relacionarte, achucharte y ´enamorarte` de posibles individuos ´violentos`, no es broma, alguno bueno habrá en algún lugar.. Aunque si al final no lo consigues, puedes pillarte una colosal cogorza...
Sitges 2016: Tribute to Terele Pávez.
Colossal Soundtrack, by Bear McCreary.