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domingo, 23 de abril de 2017

I´m Not A Monster: King Kong & Shin Godzilla.


Simply... The Beast.

Durante extensos episodios de la evolución, los seres más monstruosos caminaron sobre la Tierra, alimentándose y creciendo hasta dimensiones impensables, desarrollando determinadas armas biológicas para enfrentarse a sus enemigos o defenderse de ellos. Sin embargo, su inteligencia tuvo que lidiar con el enorme tamaño y su voracidad, que también sería uno de los factores principales que terminarían con su extinción definitiva, por determinadas causas apocalípticas. Así, otros más pequeños fueron apareciendo y ocupando su lugar, lentamente, hasta convertirse en seres humanos con mayor capacidad cerebral y erigirse en los ´monstruos` dominadores del nuevo mundo.
En milenios, distintos elementos de esta Humanidad, marginados como Joseph Merrick, recordado médica y culturalmente como El Hombre Elefante, se enfrentaron a la desagradable calificación de ´monstruosidades` debido a una deformidad producto de la espantosa escoliosis y el denominado síndrome de Proteus, llevado al extremo de la deformidad ósea.
Proteo, el dios de la mitología griega, súbdito e hijo de Poseidón, que podía adoptar cualquier forma viva de la naturaleza, incluso, aquel personaje proteico podía mutar a un elemento como el agua para dedicarse a la contemplación y olvidarse de sus deberes a bordo de un carro tirado por hipocampos o gigantescos caballitos de mar. Algo divino y monstruoso.

Toda la belleza descriptiva del mito antiguo, queda relevada por la crueldad de los seres humanos a finales del siglo XIX y una sociedad corrompida o necesitada económicamente. Aquellos individuos, las verdaderas bestias, lo mantuvieron esclavizado, vejado y silenciado, despojado de su condición intelectual y víctima de una idea descabellada o alejada de la realidad científica. El hijo de una violación animal grotesca, que le produciría una enfermedad cubriéndole extensas zonas de su cuerpo, con tremebundos tumores y causa real de graves dolores internos. A parte de una historia macabra que sería revelada por el cirujano Jefe del Hospital de Londres, el doctor Frederick Treves, que estudiaría su caso y le rescataría de los golpes o de su infringida ignominia, generalizada, al ser tratado como un deficiente que causaba rechazo por su aspecto físico y explotado comercialmente en ferias.

Como cuenta la excelsa película producida por un atrevido Mel Brooks, y dirigida por el onírico David Lynch, un siglo después, influido por su experiencia anterior en Eraserhead y el viaje al interior de la mente, al miedo que se demuestra en la paternidad y sus obligaciones, la genética como resultado de una nueva generación. El Hombre Elefante no tiene miedo, es transparente en su alma, aunque pasó gran parte de su vida, obligado a una exhibición denigrante y la esclavitud más inhumana. Existen algunas escenas que recuerdan la mugre de una época victoriana y sus enfermedades incurables, ciudades grises al estilo realista del cine italiano de Rossellini, penumbras del alma en Ingmar Bergman y las cenas ostentosas en oprobios o pantagrueles de Luis Buñuel. Pocos momentos de pesadilla, que regresarían después en su onírica filmografía, llevada a lo tangible y humano, en el guion adaptado por el propio director.
John Merrick, na vida arrastrando dolores y un silencio monstruoso, que escondía algo más brillante en lo profundo de su cráneo deformado, esa delicada pasión por la belleza, la comprensión o el arte, así como otros aspectos tal que la inteligencia y el recuerdo de una defensora inmaculada, su propia madre.

Los papeles principales de la película, estaban en manos, cabeza poética y piel, del gran actor John Hurt recientemente fallecido y añorado por el presente, unido a dos intérpretes excelsos como John Gielgud, la Julieta interpretada por una estupenda Anne Bancroft y sobresaliente en humanismo, Anthony Hopkins, en un papel que recalcaría la humanidad de los protagonistas, y sus futuras carreras en la interpretación.
Lo que no dice la película es que, a pesar del duro tratamiento en las frías calles de la era victoriana en su oficio de buhonero, y la crueldad de ciertos individuos, hordas de niños que se burlaban de su dificultoso caminar, o clientes que se amontonaban a su alrededor, él nunca se quejó de sus jefes o su pobreza extrema. Antes, sería operado de una protusión anatómica y la masa retirada de peso considerable, dejaría sin movimiento a parte de su rostro y boca, lo que aumentaría su estado semi-inconsciente y, posteriormente, atacado por otras enfermedades como la bronquitis, desnutrición y una baja autoestima. Totalmente comprensible ante su enfermedad incurable.
"Algo que siempre me entristeció de Merrick, era el hecho de no poder sonreír. Fuera cual fuese su alegría, su rostro permanecía impasible. Podía llorar, pero no podía sonreír." (Sir Frederick Treves)

Por último, los seres humanos poseen ambas ramificaciones de la personalidad dual, pudiendo comportarse como víctimas propiciatorias o verdaderas bestias de alma monstruosa, más allá de otras apreciaciones anatómicas. O individuos introspectivos (no peligrosos) que se dedican a la reflexión y la belleza interior, a sentir miedo con ciertas experiencias transformadas en pesadillas nocturnas o perseguir sus sueños. Así, el cine ha enfrentado a la naturaleza con la metodología y la conciencia humana, al terror con la esperanza, en una lucha casi mitológica. Cuyo máximo exponente propone a aquellos seres gigantescos de genéticas prehistóricas o graves mutaciones en su organismo, producidas en muchos casos, por efecto del comportamiento o los avances científicos de los hombres.
Esos ´monstruos` que, a veces, se olvidan de la métrica y la belleza... como expresaría, aquel niño de Leicester, disfrazado de Romeo adulto y oculto en la mente de un hombre tímido y sabio, pero con la piel espantosa de una patología médica tan terrible:
"Es cierto que mi forma es muy extraña,
pero culparme por ello es culpar a Dios;
si yo pudiese crearme a mí mismo de nuevo
me haría de modo que te gustase a ti.
Si yo fuera tan alto
que pudiese alcanzar el polo
o abarcar el océano con mis brazos,
pediría que se me midiese por mi alma,
porque la verdadera medida del hombre es su mente".


King Kong: La Isla Calavera.


King Kong es una película de aventuras de RKO Pictures, cuyo enorme y peludo protagonista, está a punto de cumplir los 85 años, de su nacimiento cinematográfico en 1933. Dirigida por dos aventureros estadounidenses Merian C. Cooper, tras un sueño de un gigante simio atacando Nueva York, y Ernest B. Schoedsack, con Fay Wray, Robert Armstrong y Bruce Cabot como actores principales. Fue estrenada por primera vez en el teatro Radio City Music Hall, estableciendo los diferentes escenarios que circundan sus pisadas selváticas y su caída, tras la exhibición correspondiente en la cosmopolita New York, cruce de razas del mundo. Otra vez, con la aventura del cine y la prehistoria, en el interior de una historia que habla del rodaje de una película, con reminiscencias de mundos perdidos, como la novela de Sir Arthur Conan Doyle El Mundo Perdido (1912), la épica fantástica y remota de J.R.R. Tolkien en El Señor de los Anillos, Edgar Rice Burroughs con La Tierra Olvidada por el Tiempo y Tarzán de los Monos, o claro está, los famosos viajes literarios de Julio Verne en su reflejo aventurero con Los Viajes del Capitán Grant, Veinte mil Leguas de Viaje Submarino o La Isla Misteriosa. Además de los movimientos espaciales o aéreos, de obras como Cinco Semanas en Globo y la gran imaginativa antediluviana de su Viaje Al Centro de la Tierra.

Luego vendría un salto mortal en el tiempo, hasta la aparición sensual y primeriza en la década de los setenta de Jessica Lange (nacida y felicitada un 20 de Abril, hola ¿cómo estás? O.o), y un gorila que saca a los invasores de la Isla Calavera de su sueño petrolífico y promocional, con un par de magníficos sopapos, digitales. Otras curiosidades del filme tras la impactante publicidad en el World Trade Centre serían la producción de Dino de Laurentis, la dirección de John Guillermin, ya especializado anteriormente en Tarzán y otros colosos ardorosos. La filosofía ecologista de un enorme artista como Jeff Bridges, el mismo año que se presentara junto a un joven Arnold Schwarzenegger en Stay Hungry, la banda sonora de John Barry y la técnica del Stop-motion del maestro Carlo Rambaldi con su gigantesca cabeza y brazo mecánico. Trabajo por el que conseguiría su tercer Oscar, compartido con otra recordada distopía como La Fuga de Logan del encomiable Michael Anderson, tras sus diseños de E.T y Alien. Pero, esto será otra historia que volverá próximamente de la mano de Ridley Scott en Alien: Covenant...

Mientras, hoy tenemos su reflejo de nuevo, al otro lado del espejo... el de la evolución de las especies. Seres tan extraordinariamente poderosos, que de existir hoy, causarían el miedo a su paso. En dicha evolución, algunos individuos se quedaron estancados, consumidos en el barro y otros mutaron oportunamente de cara a una indómita naturaleza que les haría crecer y desarrollarse, hasta fenecer, de nuevo. Os suena, ¿no?
Camuflados en diferentes formas y con aptitudes oportunistas frente a la diversidad biológica, entes que se intuían en el follaje tupido de la selva, en las profundidades de cavernas bajo tierra... o, incluso, algún encuentro desafortunado, durante su incursión por el aire. Luego, se reunirían en grandes espacios o ciudades, mimetizados en la muchedumbre.

El ser humano en el cine, podría ser uno de ellos, consumista y depredador en muchos casos. Apareciendo como otro verdadero monstruo que se congratula con la desgracia ajena, a través del poder sobre los demás o la explotación de los recursos, es decir, en busca de amasar dinero y alimentar su cerebro de simio, con extrañas ideas e intereses espúreos.
En King Kong: La Isla Calavera, como entonces, nos encontramos a esa variedad de ejemplares que posibilitan todas las especies del Jurásico y su batalla por la supervivencia, como si una reunión de personajes de Apocalipsis Now y los de las antiguas novelas de viajes extraordinarios, hubieran decidido enfrentarse a aquellos otros monstruos. Nuevas posibilidades para el simio más famoso, dentro de la guerra más tecnológica o avanzada entre dos épocas y los descubrimientos biológicos que se encontraran los aventureros de Viaje al Centro de la Tierra, y dirigido con cierta franqueza por Jordan Vogt-Roberts, del que se habla para una futura adaptación de Metal Gear Solid.

La realidad homínida es, que la unión no hace la fuerza, siempre. Porque la lucha entre semejantes se encuentra a la vuelta de la enredadera o, tras el gruñido de otro pariente de los dinosaurios. Con sus colmillos y poderosos brazos, son palabras mayores, pues el Rey está a punto de cabrearse como un mono, no sin cierta razón o ese antiguo compromiso ecologista.
Esta figura inconfundible es tan mítica en los anales del Séptimo Arte que, casi no hace falta ni presentación, basta con una simple fotografía (primorosa) recortada como héroe de acción, ante los rayos agigantados de una puesta del Sol. Es decir, dos astros con todas las letras y de corazón incendiado por la inútil presencia de esos mortales, con su cerebro hinchado por nuevas cifras de recaudación...
Mientras aquel hombre emparentado (de forma anatómica y forense) con el elefante, en majestuoso blanco y negro, poseía más encanto emocional que apariencia monstruosa; este simio agigantado, pertenece a un eslabón perdido en la cadena evolutiva de los Gigantopithecus de cuatro patas (u otra anécdota cinematográfica con el mito Big Foot), una reminiscencia de nuestro lado salvaje que, invariablemente, saldrá a continuación.

Por tanto, abandonada ya la época victoriana con la imaginería de David Lynch y las recaudaciones gigantes en pantalla, nos adentramos en la era de monstruos de los ochenta, junto al inmenso guardián de esta Isla de la Calavera. De tendencia glamurosa a la exhibición propuesta por los primeros aventureros en su viaje iniciático a la jungla y saltos sincronizados del otro rey Tarzán en busca de compañía femenina, en cambio, Kong no está tan interesado por el cabello o la turgencia bajo el escote, como sus animados parientes.
Lejos de atracciones de feria o calles engalanadas en Nueva York años 30, aquí, en la vieja Isla del Cráneo (cerca de Sumatra o Indonesia) y antes de que el primer miembro de la familia Kong, acabara desencadenando (tras cadenas de deshonra) la furia que propiciaría su propia caída desde las alturas; el nuevo Octava Maravilla, no se amilana ante las balas de un ejército volador... que podría provocarle más agujeros que un Gruyere atacado por una masa informe de anélidos. Es decir, que tiene más tiros a sus espaldas que una escopeta de la primera guerra mundial o un kamikaze Zero A6M, precipitándose a toda velocidad al objetivo.

Fuera de bromas, y sumas monetarias, este paisaje es más salvaje y colorido, fotocopia de mundos prehistóricos del Parque Jurásico de Spielberg... con menos personal, eso sí. Tanto del lado visitante, como de bichejos que aparecen con más pena que gloria, aunque, para gustos los colores, dientes y las lagartijas de dos patas. ¡Alto ahí! ... no todo es malo, existe frescura inconfundible al contar la historia, gracias al guion compartido Borenstein-Gatins-Gilroy-Connolly, esa ambientación de postguerra, entre dos de las más grandes nunca vistas, y por supuesto, a la eficiente y gloriosa banda sonora. Con grupos y temas que nos hacen felices a la panda de dinosaurios, animosos roqueros, belicosos de fanfarria cinematográfica y pacifista, y los chascarrillos derivados del encuentro de viejos camaradas.
Como los principales miembros de esta otra banda, encabezada por Henry Jackman y la resistencia americana con Jefferson Airplane, The Stoges o la Creedence más la verdadera armada británica, con The Hollies, Black Sabbath y el gran David Bowie.

Pero, comienzan las verdaderas hostilidades en el barro, no tropezones por una jungla de asfalto (como la película y mítico grupo de rock), cuando la prehistoria se hace presente y la acción parece menguar, ante tamaño despropósito. Si bien llegaban alabanzas, el simio se empeña en estrellarse con máquinas voladoras, confusiones narrativas y enigmáticos inventos de extraño diseño industrial (más aparentes que evolucionados) según las necesidades de camuflaje con el ecosistema. Entablando enfrentamientos con estos pequeños seres de dos piernas, monstruosos, carentes de empatía... hasta que se entromete un grandullón sibilino, con lengua bífida, venenosa, caminando a dos patas, tal que un patoso bailarín esperaría el impacto de un gran asteroide o un basilisco cruzaría su charca.

En esta recóndita isla del Índico, lo mejor recae en la elipsis estratosférica entre dos guerras. También, que el gran mono ya no es tan romántico, con su carita risueña de años 30 y pelo ensortijado, sino un guerrero. Ni tan endiabladamente erótico, gracias a la aparición onírica de Miss Lange en recortado traje de baño, o rebelde contra el poder de los grandes elementos de la Prehistoria y la sobredimensionada explotación petrolífera (en japonés, el terror son los kaiju y las pruebas atómicas). Es un Monu-mento a la responsabilidad, por la defensa de su hogar paradisíaco y algunos amigos (por cierto que hacen ahí)... Tom Hiddleston, Brie Larson, Toby Kebbell, John C. Reilly, Tom Wilkinson, Samuel L. Jackson (excepto John Goodman, que nunca desentona), pero sólo, acción de cintura para arriba, los otros movimientos y desplazamientos son prácticamente irrelevantes.

Es un monarca bípedo, defendiendo el reino con sangre y el combustible de los invasores, protector del último espacio virgen, mancillado por el aterrizaje forzoso de un caza norteamericano Juggernaut y un Zero. Sin atracciones, placeres divergentes entre especies, siquiera la contienda emocional entre montescos y capuletos de Shakespeare (romanticismo lynchiano); tampoco mordiscos o cópulas de protagonistas, tan sólo, ese instinto de supervivencia o conservación, antes de ser contaminado con todo tipo de restos, plásticos o preservativos usados en contienda, amenazas enterradas tras una fiesta en la cala del Lagarto Juancho.
Aquí, hay una raza en verdadero peligro de extinción, el último de una saga de combatientes recortados entre el atardecer y una selva iluminada por el Napalm... en contraposición a los grises de El Hombre Elefante. Pariente apartado de las verdaderas monstruosidades de circo, poco humanizadas, con su inconfundible obsesión por sacar alguna ganancia, basada en la propiedad ajena.


Shin Godzilla.

Por la otra orilla, de nuestros miedos ancestrales, nace la vertiente oriental del monstruo prehistórico y justiciero, con los denominados kaiju (dentro del género de terror con monstruos y la ciencia ficción conocida como Tokusatsu), donde uno de sus máximos exponentes está representado por la productora Tōhō. Una compañía visual derivada de una empresa de ferrocarriles Hankyu Railway, que fue reinventándose y a la que debemos la distribución de las películas animadas del Estudio de Cine Ghibli o las obras del maestro Akira Kurosawa. Esta tendencia cultural, sintoniza con historias de miedo, que imitan a los personajes trenzados en espectáculos teatrales basados en el Kabuki de la ciudad de Tokio, mediante sus representaciones de marionetas y las guías de movimiento con cuerdas.

Uno de aquellos antecedentes, se desarrollaría en 1954 con el director Ishiro Honda (un admirador del viejo mono de la Isla Calavera), moviendo los hilos del gran Gojira, antes de la llegada de los grandes Mecha robóticos, dirigidos por pilotos y científicos. Por tanto, este nuevo monstruo de aspecto jurásico, con raíz etimológica compuesta por la palabra "gorila" y otro animal marino como la ballena (quizá un homónimo oscuro de Moby Dick), en una mezcolanza que conformaría toda una referencia de la cultura japonesa moderna.
Godzilla, nació como consecuencia de ese terror producido por las pruebas atómicas, después de la terrible experiencia en la Segunda Guerra Mundial. Una espada de Damocles radiactiva que pende en la sociedad actual de todo el mundo y una demostración de la espiritualidad oriental, en la que las víctimas de la cruenta batalla estarían comprendidas en el espíritu del rotundo monstruo. Luego, convertido en héroe y defensor de Japón, con numerosos enfrentamientos contra otros kaijus agresivos y destructores, o incluso, inmerso en cinematográficas peleas con el mismo King Kong en 1962. The New York Monster Connection.

Ahora, tras numerosas desviaciones o siguiendo la antigua corriente kaiju, se estrena SHIN GODZILA (distribuida por A CONTRACORRIENTE FILMS), que se mueve entre ciudades destruidas y un efervescente sentido del humor. El miedo frente a las risas, se encuentra en el exceso de las secuencias, en los efectos especiales que van creciendo con la anatomía y en un director como Hideaki Anno (referente de la serie Neon Genesis Evangelion y que tendrá un futuro cinematográfico), además de un reparto que representa a todos los estratos de la sociedad japonesa actual y las relaciones tensas de nuestro planeta.
La nueva resurrección de Godzilla, tras apariciones en territorio norteamericano, se produce en un espacio que rememora viejas pesadillas dispuesto a superar los retos del pasado, y hallar algunas soluciones al terror infinito, filmadas con imaginación y gusto por el espectáculo. Con el regreso de su monstruo más representativo, toda una estrella mediática, Shin Godzilla es un icono del alma de la ciudad de Tokio y su cultura, cuyos ecos se elevan como las palabras que pronuncian sus personajes, enloquecidos por momentos.

La película incluye toda una interpretación de ciertos errores o trámites redundantes, que cometerían los seres humanos en su tratamiento político y social, al enfrentarse con un coloso de más de cien metros de altura. Godzilla se parece a aquellos bicho, que se proyectaban en los años ochenta, haciendo el disfrute de adolescentes encariñados con su esqueleto pétreo y rayos apocalípticos, transitando por esas latitudes por entonces exóticas, del Océano Pacífico y hoy, totalmente globalizadas como el resto. Incluso en el terror...
Pero, existen diferencias de posicionamiento con otros vecinos civilizados y hombres monstruosos, cuando su reciente despertar propaga las angustias de un aire tóxico o venenoso, y sobre todo, muchas divagaciones internas sobre la sociedad actual, los intereses humanos y la existencia en general, de esa confrontación épica y destructiva, del recuerdo con los estamentos del estado. Ninguno quedará ileso sobre los cimientos de la llamada civilización. Porque la crítica, subyace bajo el guion del propio Hideaki, dirigiendo esa concepción utópica de un horizonte unido frente a las escamas del mal, antihéroe hoy, y futuro héroe, mañana.

Los hombres horrendos, en tantas oportunidades de la existencia, se revelan frente al pretérito y la demagogia de los mandatarios, si no desean ser barridos de la superficie terrestre, dentro de una isla inestable históricamente. Shin Godzilla abre el debate de las energías y armas nucleares, bajo el telón de fondo de pruebas que amenazan la seguridad del planeta, para recordarnos que otras imbatibles criaturas ya cayeron bajo la fuerza de cientos de kilotones de potencia incendiaria. Aún de origen ancestral, cósmico o natural, el monstruo sobrevive intacto, mientras miramos nuestra pantalla del ordenador, esperando una idea verosímil que detenga el desastre... u otra orden de destrucción masiva.
Algo que nos hacer rememorar, aquellas posiciones de personajes entronizados o dictadores de cuarta fila, a esos entes poderosos que alzándose sobre sus zapatos hieráticos, vociferan a súbditos de la nación para mandarles a una guerra mediática. Claro, aquí como en otras producciones de televisión, no hay cadáveres ni sangre contaminada en pantalla, tampoco consecuencias médicas o reproductivas, que sufrirían las siguientes generaciones. Sólo miedo inherente, mezclado con humor arrollador.

Estos dinosaurios, antepasados de nuestro más famoso, curioso reptil acuático y bípedo que ha pegado un rápido estirón, no soportarían ese interés humanos por el control biológico y el poder universal. Por ello, el viejo God-zilla, no detiene su crecimiento y mala leche, si la superioridad moral no se fundamenta en el respeto y la inteligencia, él la combate con todas sus armas y potencia de aliento. Así, el dios Lagarto nos expresa la idea fundamental, el pánico de sus ojos irascibles y sus bocanadas impacientes con la aptitud de algunos seres monstruosos, narrando parte de ese pretérito, con que se despidieron sus gigantes antepasados y un saludo a los supervivientes bípidos. Al final, va a ser real el dicho, que más vale maña que fuerza.
Echando la vista atrás, a sus aletas dorsales, Japón ahora, parece tenerlo bastante claro. Mucho espectáculo y no tentar a la "bicha", precisamente, en una gran isla que siempre estuvo tentada con recrear cinematográfica, su propio hundimiento. O coquetear con un apocalipsis natural o producido accidentalmente bajo su lecho sísmico, sobre el que se yergue una civilización ancestral, con dolorosas imágenes sobre su pasado bélico. Además, con tremenda erosión producida sobre su brillante piel, retratada por el anime y ese honor legendario de sus ciudadanos.

Aunque la superioridad tecnológica, también significaría la desaparición de un buen número de posibles cerebros, capacitados para elaborar un plan de emergencia mundial o aumentar nuestras posibilidades de éxito, más allá del horizonte nuclear. Esta relación japonesa con la monstruosidad, es tan evidente, como los trucos utilizados por el director para animar al bicharraco y sus característicos movimientos relacionados con el manga Akira y otros temas apocalípticos, aquí algo apelmazados al comienzo, si bien atractivos para esas edades que se cegaron con efectos animados del maestro Harryhausen o los efectos creados por Frank D. Williams (autor de muchos cortos de Charlie Chaplin) y Harry Redmond e hijo, para el primer King Kong.
Además, parece que todo este desastre provocado por la venganza biológica, enlaza con la anciana tradición del yin y el yang. En el contrapeso de la excelsa cultura y la antigua vocación kamikaze, de la estúpida muerte en la guerra, frente al valor del héroe patrio. En el miedo por los estereotipos y la estupidez de algunos humanos.

El Monstruo emerge de las profundidades de la propia conciencia, para prolongar su camino devastador en la memoria, enfrentado en silencio con esa grandilocuencia de la expresión humana y su enorme vocación por la duda, a veces. El filme se adereza con un sentido del humor que ridiculiza, ironiza y evade, a partes iguales. Todo muy sobre dimensionado (como el tamaño del protagonista principal, el miedo), para que no quede títere con cabeza, nunca mejor dicho.
El guion escudriña las palabras, dentro de un extenso catálogo de individuos y extremos, que confluyen en diferentes y tremebundas ideas, junto a otras diabólicas criaturas (políticos me refiero), cuya relación define las distintas fases del respeto-odio entre los hombres. Tan eléctrica como sus aceleradas intervenciones en toda la filmación, que manifiesta una continua exacerbación del carácter, a veces inteligente con sus diálogos, y la mayoría risible o humorístico. Que repercute en el ritmo con todo tipo de ocurrencias, inteligentes o extrovertidas, observaciones que van inundando cualquier perspectiva seria, por parte del espectador. Pero, muy agradecida como muestra de sumisión y aceptación de la catástrofe, así como, del ridículo aprovechamiento económico del desastre y del sentido del humor nipón.

Shin Godzilla es una recreación cinematográfica vertiginosa en el habla, sugestiva en los errores como en la condena de un conflicto terrible, un recuerdo atávico como especie dominante de los extintos dinosaurios o ´inteligente` en nuestro destino. Los monstruos que crecen hasta erigirse como justiciero, divino o dedo acusador en el día de nuestro juicio.
Un pesado flashback o visión de la nítida pérdida de valores, de la sociedad mundial, en contraposición a la agilidad de sus expresiones, que dan forma a esta colosal broma, siempre con distintas o animadas perspectivas. Ideas que van desde la exageración implícita en nuestros tiempos revueltos, a la incomodidad de un futuro incierto para la Humanidad... porque Godzilla, no ha vuelto para quedarse petrificado y aterrorizarnos, sino para cerrar todas nuestras bocazas, de una vez por todas. O no...

Hay alguna que no lo merece, como la bella actriz Satomi Ishihara o las simpáticas conexiones con sus discrepantes compañeros. En una dinámica maraña cómica o desfile cínico de personajes, donde cualquiera puede convertirse en salvador o quedar relegado a la displicencia, como un espejo real de auténticos siervos y amos resabiados. El rostro de la monstruosidad consternada, alzando la vista a la quietud del mañana, y a unos repetitivos, pero honarables efectos especiales, con el fin disfrazar opiniones contradictorias a través de una sonrisa (un poema en el caso del verdadero Hombre Elefante) y así, satisfacer a los aficionados más frikis del scifi, del kaiju y sus adornos espirituales con aroma oriental. Godzilla posee olores a incienso y ceniza, contrastes con sal yodada y quemaduras de primer grado, producidas por el uranio o los rayos gamma, casi cósmicos.
De esta forma, veremos pasar vertiginosamente las voces productivas y las discusiones bobas, los gestos de desaprobación, en una carrera diabólica de dudas existenciales y enfrentamientos internacionales. Con los rasgos identificativos de una raza sufrida, pero luchadora, tan indómita como King Kong en su isla, o una explosión termonuclear que busca la resolución ajena a la complicada supervivencia. O la defensa de una planeta, que se deteriora a marchas forzadas.

Al fondo de esa mirada radiactiva o zarpa inquisitoria, que enarbolan los que no quieren ver o favorecen las posiciones más divergentes e imprudentes, subyace la risa imperturbable de la codicia y el libre albedrío de nuestras ideas, frente a ella. Combatida con verdadero sentido del humor, no la imagen risible del poder y ese dolor infringido en los ciudadanos. Por tanto, estos colosos inolvidables repletos de escamas o pelos, se han alzado aquí y ahora... para rememorar todos nuestros males, tan históricos que se creen dioses, tan herméticos o ´intelectuales` que muchos de aquellos gigantes, se reirían en nuestras narices. O morirían en silencio, en una cama, sin respiración...


Tráiler Thor: Ragnarok, de Taika Waititi:


Tráiler Transformers: The Last Knight, de Michael Bay:


Tráiler Alien: Covenant, de Ridley Scott:


lunes, 13 de marzo de 2017

Westworld.


Almas de Nueva Aleación.


No hay duda, el efecto psicológico y la fuerza visual de un concepto determinado, puede crear una obra artística de altas prestaciones y consecuencias inmortales. Así como un simple logo, logra captar toda nuestra atención y extiende su diseño para marcar un producto de excelente calidad. Fue el caso, de los símbolos que se convertirían en iconos cinematográficos durante diferentes épocas, por ejemplo: la sombra oronda y divertida del maestro Hitchcock, las orejas de Mickey Mouse, las letras monocromáticas sobre fondo oscuro de Star Wars, el mítico fantasmita envuelto en la señal de prohibido de Los Cazafantasmas, la mira titubeante de OO7, la sinuosidad sobre el acero de Supermán o el murciélago estilizado de Batman, por supuesto la metálica X de los Mutantes... o la ya significativa doble W que representa a estas nuevas Almas de Metal en Westworld.

Cada trazo viene precedido de una historia, dentro de la cultura popular y un acicate para las numerosas legiones de seguidores que reproducen los nombres de sus películas o series favoritas.
Sin embargo, dentro de esta imagen icónica de Westworld, existe algo más determinante, algunos se habrán dado cuenta que viene representada la figura femenina dentro de un círculo con una disposición física y existencialista, semejante al famoso Hombre de Vitruvio del gran Leonardo. Una referencia a sus estudios anatómicos en siglos pasados (y la fuerza de las protagonistas en la serie), respecto a las proporciones ideales para representar el cuerpo humano, con las que Maese Da Vinci, conseguiría un diseño de su propio prototipo de robot en el futuro. Fue otro descubrimiento de su poderosa imaginación, cuando unos bocetos originales de alrededor del año 1495, señalaban una estructura interna cubierta de una armadura, articulada en distintos puntos de su morfología metálica y antropológica, posiblemente, uno de los primeros autómatas o también llamados, los modernos y evolucionados, "cyborgs".

La Memoria de WW.

Escribir algo medianamente atractivo sobre una idea universal, como la que comprenden los capítulos basados en aquella Westworld del pasado, con las pasiones que levanta en el presente y las explicaciones de bastantes detractores de la serie actual, es todo un reto. Un laberinto al que enfrentarse, para un simple humano que tiene inmensas lagunas en su memoria y se mueve en la insustancial resistencia al olvido. Olvidando los detalles que determinaron lo que somos, o recopilando fragmentos fortuitos que confunden nuestra verdadera existencia y ante la percepción de ciertas visiones contraproducentes o pesadillas. Sin poder discernir que es pura fantasía o si la realidad distorsiona la propia opinión o reflexión más profunda de los hechos.
Pues bien, aquí me hallo, cavilando entre lo que se percibe y lo demostrable, entre la ciencia ficción o el terror más físico, confrontando el evolucionismo del libre albedrío y la simple creencia, desde el existencialismo puro y la barata filosofía. Separando el polvo de la paja, lo que es y lo que pudo ser... Pues como pregona algún personaje en un momento determinado, "el infierno está vacío y los demonios están aquí", no los programados, sino nosotros. Y la violencia, se encuentra rascando en la superficie, bajo la misma piel.

Todo comenzó a partir de otra idea fantástica, sobre la muerte o el denominado poéticamente "memento mori", cuando un joven Jonathan Nolan le lanzó a su hermano Christopher, una bola envuelta en múltiples capas, elucubraciones o recuerdos sintéticos. Quizá, todo lo contrario, el concepto de una mente fraccionada de entrada, que se resiste a olvidar todo lo que fue o será...
La principal función de aquella historia cinematográfica, o Memento cinematográfico, era la recomposición de la unidad de pensamiento, intentando discernir a través de una meticulosa y terrible investigación, la existencia que tratamos de resolver o la vida que intenta abrirse camino en el futuro. Luego, aquella película de calculada elaboración, como las articulaciones, músculos o las terminaciones nerviosas de un cuerpo humano, se convirtió en un fuente inagotable de creación e información psicológica, flanqueada por el suspense y el crimen comercial, que marcaría el ritmo de sus carreras o los pasos de ambos, en este difícil mundo del Séptimo Arte. También, la fuente de numerosas producciones tomándose la muerte y la memoria por montera, como había emprendido la directora Kathryn Bigelow con la notable Días Extraños.

Después, los hermanos de sangre y piel, retomaron una odisea que marcharía directa hacia The Prestige o truco final, pasando por héroes y villanos oscuros, prototipos avanzados de seres humanos y la tecnología futuristas, hasta alcanzar un viaje a un universo desconocido entre las estrellas. Semejante a un foso intangible, dividido entre el pasado y el futuro, lo que vemos y lo que sentimos al cruzar ese horizonte de sucesos.
En Westworld la entidad temporal es manifiesta, según la disposición de los peones y sus movimientos por el tablero del entretenimiento programado y la mitología que esconde en sus fronteras imaginarias. Un lugar de ensueño, o pesadilla, donde la pólvora ha estallado entre las manos de HBO y las productoras de Jerry Weintraub (Ocean´s Eleven, The Karate Kid) junto a la potencia imaginativa de Bad Robot con su soñador y cordial logo, propiedad de J.J. Abrams. Y por supuesto, la participación atmosférica, uniendo distancias de una serie de directores encabezados por el propio Jonathan Nolan, en segunda incursión tras la cámara, durante un episodio de la serie Persons of Interest.

En segundo término de este pretérito de la ciencia, nos hallamos ante otra idea revolucionaria de las condiciones colectivas y las leyes de la robótica, modificadas en un salto argumental sin precedentes. Aunque a posteriori, llegarían amenazas y enjambres cibernéticos que perseguirían al ser humano (de igual forma que frente al espejo o un capítulo negro de tv), sin descanso, como aquel mítico vaquero oscuro, de ojos sin alma, hoy conocido como Gunslinger, equipado con toda esa fuerza visual y la figura inconmensurable del inolvidable Yul Brynner. Ser o discernir, intentado dar "matarile" a los singulares Richard Benjamin y James Brolin, en ciudad de vacaciones.
Claro, siempre que el curioso sheriff sin los 8, no odiosos, Mr. Dick Van Patten, no se cruzara en su camino a la violencia desatada y aquella desafortunada división quimérica de eras temporales.
El autor Michael Chrichton, desafió al mismísimo Isaac Asimov y sus propias reglas, con una pequeña historia (hoy magnificada y brillante epopeya futurista) que visitaba a unos curiosos personajes atrapados, dentro de un pretérito imperfecto.

Aquel fabuloso Westworld, un ensueño o pesadilla, al menos en el aspecto narrativo, nos convertía en jugadores afortunados de un mundo salvaje, neutro y lejano, hasta que llegó su hora y se abrió la puerta de la violencia. Pues, el parque de atracciones de 1973 dirigido por Mr. Crichton, ha crecido cuarenta años después, hasta convertirse en adulto, impredecible e inteligente. Este creador es también, dueño del prostíbulo y sus chicas alegres, del organillo vetusto de madera y sus letras acompasadas, a estos nuevos tiempos. De las detenciones contemplativas y emocionales.
Pero, la amenaza accidental ha crecido y aumentado en número, ha modificado los errores y comportamientos desafortunados ante los circuitos arcaicos de la atracción, para ganar un buen puñado de dólares, hasta ser más valorado que la propia existencia de mortales que la rodean en la actualidad. Sobre todo, si fuiste un robot con graves fallos de motricidad y memoria artificial, abriendo toda una gama de apariciones tecnológicas en este futuro que observamos con los ojos y la mente. U otro por venir en 2018, que desearíamos vivamente. O, no.

Así crece, Jonathan junto a Lisa Joy, su socia televisiva, que se hace el encargo de dirigir con excelencia el primer y el último episodio de la nueva Westworld, para establecer un hueco inédito en nuestra memoria o la búsqueda filosófica de ocho perspectivas. Con directores como Richard J. Lewis (El Mundo Según Barney), Neil Marshall (The Descent, Doomsday), Jonny Campbell (Autopsia de un Alien) y los exclusivos de televisión (apreciable muestra), Michelle Maclaren, Stephen Williams y Fred Toye. Para reconocer alguna diferencia o matiz en la dirección, habría que revisar meticulosamente los episodios, entre ellos, el interesante siempre y responsable de la mítica Cube, Vincenzo Natali en el número cuatro. Pero, sin duda, existirán momentos o imágenes imborrables, junto a otras circunstancias que se perderán como lágrimas en las áridas arenas del desierto. Alguna que otra pieza, o dos, desarticulada o incoherente, que acabaría en algún rincón enterrado de nuestra memoria desechada.

Presente, del futuro Western.

Cuando empiezas a vislumbrar el universo de Westworld, simplemente te quedas embobado, contemplando sus espectaculares panorámicas y la llegada sobre las vías del tren de tan representativa época. Pero, el fondo como el humo, esconde muchas más preguntas. Incógnitas a ir resolviendo, sobre una organización sin precedentes en la estructura televisiva, una trama que toma diferentes caminos y un elenco de figuras, en las que es imposible observar algún resquicio interpretativo o fallo, sobre los conceptos metafísicos que visualizan, expresan, sienten, olvidan.
Igual que ayer, el espectador entra con los huéspedes en un mundo de fantasía, no medieval por ahora, con una base tecnológica impresionante, en manos (o mejor dicho... cartuchos) de diabólicas máquinas de impresión 3D que configuran y elaboran, los nuevos hombres de Vitruvio de Nolan. Muchas tramas escritas en un día repetitivo, desde diferentes ojos e inteligencias, que convergen en la misma idea alucinatoria. Somos o qué... seremos.

Allí, a la frontera de Utah en Moab se desplazó el equipo de HBO, mientras todo parece congelado en la fotografía digitalizada de John Ford y el despertar de un nuevo cerebro, evolucionado o apocalíptico. Una mirada al futuro, frente al famoso Castle Valley, ejemplar nombre de grandes bandas sonoras en el épico Oeste y sus llanuras amarillentas, con resonancias a muchos tiroteos del pasado. Hoy se hacen inmensas como el famoso Melody Ranch de Santa Clarita en California, que serviría de escenario a la frustración conceptual del pistolero esclavizado, Django Unchained, o una terrible visión de presente replicado con The Magnificent Seven; ya sin la sombra de apellidos magníficos como, McQueen, Bronson, Wallach, Coburn o Brynner, mas esa es otra historia que no merece ser contada... ahora. Porque el paradigma de la actual Westworld, con otros grandes nombres, dejaría desnudo a más de uno.

Abriendo la mente a toda la complejidad metafísica y tecnológica de la historia, nada que ver con la simple diversión de Almas de Metal (en español), donde lo más apreciable, a parte del incansable Yul y sus manos enguantadas tal que, Terminatuus Antecesor, serían esos minutos iniciales. Con aquella ironía vital o guasa impostada, que se desplegaba sobre el ´intríngulis` de un parque para turistas con los bolsillos llenos de dólares y ganas de emociones fuertes. Al igual que sus neuronas, tentadas por numerosos pecados en procesión.
El escrito de Mr. Crichton poseía la fuerza de algo nunca contado, antes de la llegada de los dinosaurios más robóticos o guardados en memoria digital, desembarcando antes de lo estipulado dentro de cerebros de la mayoría de presentes ante el televisor. Simplemente, parecía entretenimiento básico de cowboys resacosos en fin de semana, que resurgieron en el siglo XXI transformados en un monstruo de múltiples cabezas. Secuencias pausadas, a ritmo de rock, sentados sobre el teclado informático y sonoro del ayer. Ya que las inconfundibles regiones de la mente y este enfrentamiento con las máquinas, es heredado de Prometeo y su crisis existencialista, y viene aderezado con una banda sonora irrepetible e inconfundiblemente iniciática para cada propuesta electrónica. Compuesta por Ramin Djawadi, un músico de origen irano-alemán conocido por la música de Iron Man y sobre todo, esa onírica y fabulosa gran rentrée de Juego de Tronos. Sin duda, sus notas de fanfarrias y gramolas, han hecho historia de la televisión moderna.

La historia se desarrolla con un peso dramático e imaginativo, evidente, diluido en la conciencia. A veces emocionante o "cargante" en las pilas de cuerpos, desenterrando organismos desechados bajo el polvo de un camino de 40 años y otorgándoles un lustre fantástico, blanquecino como la piel de un muerto. Un curso evolucionado en todos los sentidos, conceptuales y no tan mecánicos, que crece como los nervios y los tonificados músculos, adheridos al hueso profundo. La carne desnuda ante la nueva era digital, plagada de críticos y tecnología en busca de la anciana creación, o la sufrida inmortalidad. La conciencia dormida de unos científicos que juegan a ser dioses, hacen el amor como tiranos, o desechan la idea almacenada en sus cerebros desviados. Un entierro para perros de la guerra. O el despertar de los nuevos simios, más poderosos. Recuerdas, hablas, sientes...

En 1973, el hombre que se hizo médico, convertido en narrador y derivado al cine con esta fulgurante aparición que se transformaría de un Coma inducido, directo a la serie Urgencias, con prácticas entre la consulta al paciente, abusado, enfermo o herido por diferentes elementos mortales, sin consecuencias para huéspedes. Ya restablecido, en este momento, el uso increíble del bisturí, la sierra y la configuración binaria.
La inmortalidad representada por la belleza, la búsqueda humana, es la odisea de una nueva raza hasta esa perfección sin fisuras ni costuras, que anticiparía Blade Runner, casi diez años después del Nexus-Crichton. Cuya mente se encargó de pensar por nosotros en la diversión del futuro, en la pestilencia de siempre o los peligros de una tecnología embrionaria, que crecería como el ADN mitocondrial de un Tiranosario Rex.
Aquí, Jonathan ha crecido, admirando, con la experiencia de muchos otros cyborgs (en otras guerras civiles y cibernéticas), en ambos sentidos, desde la realidad mental y su querida, nuestra, ciencia ficción; junto a esa imposibilidad etimológica del humano por concebir otras vidas, tocar y poseerlas, solo posible en su pensamiento o el sueño. Esto es, la función de forjarse otras identidades y abrir puertas.

El poder inmenso y sus matices superficiales, fuera o dentro de la ley de Asimov, son el objetivo de sus personajes humanos y los desvaríos emocionales. Con el único objetivo de marcar sus propias cartas, distorsionar las reglas y derivar las obligaciones del creador. El mandato sobre el resto de subordinados o, incluso, llegar a un nivel de esclavitud insoportable, bajo una mente de hechuras dominantes o ´hannibalianas`, como el yugo que domina el escenario y los tiempos, tras un ejemplo máximo de excelencia para la actuación o la manipulación psíquica. Pues esos supuestos, cara a cara, falsos, interrogatorios, enigmáticas, confesiones, deslavazados, recuerdos, elementales, guiños, magnéticas, presencias, laberínticas, terribles, pensamientos... son lo mejor de sus ideas quirúrgicas, desconectadas y precisas. Sapiencias...
Esencialmente, descubrir el sentido de nuestros pensamientos ocultos como "anfitriones", para buscar una vía o salida a esa pesadilla existencial o reiterada muerte, enfrentándose a éstos que nos describen la superficialidad. Que ocultan los hechos y juegan, elaboran un plan de las necesidades, sobre nuestros actos dormidos en la convivencia habitual, remezclan los datos y los modifican, hasta envolverlos en una marejada de identidades falsas y recuerdos, confusos y manejables como una marioneta bailaría en nuestras "temblorosas manos". Manos de humanos que crean Prometeos, e intentan una división mitológica del mundo conocido... Creando un mapa dantesco.

El Universo Celestial, en 3 WWW.

Claro, además, en este pasado residen el ciclópeo Ed Harris y el gran Anthony Hopkins.

En este viejo Westworld de diversión en la nueva era, todo lo moderno se edifica sobre los cimientos del recuerdo. El génesis y esta replicación de memoria, al igual que aquellas identidades renovadas y preparadas para visitar mundos lejanos de la galaxia, o recitar sus textos como una oda lacrimógena a la vida y la muerte. 2W es buena dicción o entonación, en discursos filosóficos, modificaciones biomecánicas y conflictos emocionales o privados. Resumiendo la tecnología punta, para desenvolverse en un misterioso espacio de razonamientos y dudas, construido de arriba a abajo. Evolucionados, o deshumanizados, para desplazarse por distintos niveles de la Divina Comedia de Dante o el mito del monstruo de Frankenstein.
El equipo de Bad Robot, separa los monstruos humanos de ángeles biónicos, diseña esta pléyade de personalidades divinas y cuerpos esbeltos, condenados a vagar eternamente, hasta su llegada condenatoria al inframundo, sótano de sombras defectuosas, o el fin del juego. Mientras, los sincronizados en una banda magnética brillante y shakesperiana, en perfecta combinación anatómica y realidad física, avanzados desde el cuidado detalle, se desprenden de sus complejos y nuestros miedos, sin recovecos... al desnudo. Aunque, algunos fallos de concepción o de mentes pirateadas exteriormente, conduzca al espectador a una guerra confusa o ilógica, en principio. Hasta revelarse y no distinguir, dónde está el bien o el mal. Simplemente, se trata de un juego enigmático de dirección y supervivencia, u otra red mundial, tejido neuronal globalizado, fuera de control...

En realidad, esta representación distorsionada de lo real, aparece dividida en tres míticas percepciones del mundo conocido, e inventado. Dibuja escenarios míticos, dentro de un Olimpo de Dioses y sus consultas a oráculos, engañados por la experiencia borrada. Visitando a hombres y sus debilidades, entretenimientos mortales o sexuales, combinados en realidades físicas y sueños imposibles, que no son regidos por sus propias leyes, en manos del hacedor. Por último, el descenso a un infierno de balas y violencia, no tan falsa en el mundo real, de aquellos que son utilizados como humanos, para satisfacer necesidades y emociones divinas (nosotros otra vez), que germinan cerebralmente como unos bebés aseados, en propiedad del cuerpo de adultos, otro paso de la evolución, que les puede llevar del Día del Juicio Final, a través del Purgatorio científico, hasta el Paraíso perdido.
Este universo se encuentra más allá de la frontera desértica o los intereses comerciales de los hombres, incluso, del pistolero de negro y sus extraños enamoramientos entre la pura inocencia y la maldad más cruel. Sus mentes y espacios abiertos como trípticos, o herméticos, cara a entidades materiales, que desean complementar la idea placentera del ser humano con su propia conciencia, la expiación del pecado o una culpa desterrada, en otras cabezas.

Vacuidad filosófica, dicen. Es el vacío de cuerpos esclavizados por el gran Hermano. La furia de las colinas y las luces artificiales, que nos desvían del camino hacia el centro, como la inteligencia primitiva en crecimiento; la que se desarrolla novedosos argumentos y mezcla los personajes de manera arbitraria, tanto condenados como divinidades intocables... hasta el juicio del público. Ante este nuevo infierno entre Dante y Nolan, inmaculadas concepciones de nuestra poderosa imaginación o retorcido deseo.
Veríamos las consecuencias, ante los sustitutos de la especie... la recuperación de la memoria y la superioridad física e intelectual, con capacidades que nos sobrepasan y relegan a su infierno interno, de dioses incomprendidos a carnaza, o débiles fragmentos de aquel doctor de Frankenstein, bajo la piel romántica de un perseguidor de replicantes. Sí, es una lucha inconmensurable o amistad traficada, en busca del enigma que se esconde en el centro, de su ropa y alma oscura, el pasado magnífico de Ed Harris, hoy el Hombre de Negro antes de Mother! de Aranofsky y la fantasía apocalíptica de Geostorm.

Esa interacción entre dios y criatura, es explícita y peligrosa como un juego envenenado, con efectos futuros impredecibles, salvo que tengas la mente de Jonathan y oses jugar a vaqueros o detectives, sobre los versos o encuentros de tres. Oiríamos los ósculos y las quejas, en la oscuridad de nuestra mente, como ganado enviado al matadero. Corderitos, bellos y musculosos faunos con potentes piernas eléctricas, imperecederos como sus sueños con ovejas, escrutando la fantasía de amos habitando sus moradas de cristal, aparentemente irrompibles, encabezados por un gran Zeus y su cohorte... de no muertos. Bellas de miradas perdidas.
Otros invisibles como fantasmas, muertos no vivientes. Caídos en la mitología, que surgió de Titanes o Gigantes, hacedores de vida y universos, ocultos tras peones oscuros, sobre un tablero existencial. Escritores, narradores o poetas, asesinos de la predicción, moviendo a argonautas de ferrocarril y los Colt de mentira utópica, hasta un descanso vacacional o demasiado real, que atrajeron cantos de sirenas, promesas de otra vida posible o la parca con su guadaña. Sacerdotisas de la verdad, discutiendo y callando, sus creencias que aún no existen, ante confesores que desarrollan suposiciones o distorsionan en regresiones mentales. Todos son códigos fuente, de un dios pretérito que trató al sátiro hermano como rival cainita, fijándose en una musa para guardar la única verdad; mientras hoy, todos beben, se divierten y bailan con ritmos heréticos, festivos y eróticos. El que sufrió internamente, creando sus diablos renovados como el ave Fénix, con menos errores y más tecnología, soldados de un ejército monstruoso, compuesto de peligrosas amazonas, detectives informáticos y reparadores de sí mismos, amantes, siervos de clientes funestos, damas y corazones dominados... todos peones de un guion... ¿héroes y villanos? Cómo diría la canción, depende del color de los ojos con que se mire, o del metal.

El Futuro Westworld... es un tablero.

Como ya avancé, el futuro es una trama oculta u odisea. La inteligencia artificial.
Lo cotidiano se tiñe de dos colores, negro y blanco. Pero lo onírico posee numerosos matices, dependiendo de un nuevo día y otra canción, depende de los visitantes o pistoleros invitados a una guerra civil y romántica, que se vislumbra sobre un tablero tridimensional. A cuyo mando existen una reina y un rey, musa virginal y un monstruo humano, esperando a otra pareja que cambie el color. Quizás, algo más rojizo...
Westworld del futuro, es un ajedrez de fichas blancas y negras... con sus actores, desplazándose sobre las ideas del genio o casillas vacías, o universos. Sin sentimientos, que actúan como trampas bajo sus pies, o agujeros negros sobre sus cabezas.

Donde los peones son blancos en movimiento, llevan batas inmaculadas como la conciencia de un robot primerizo, o negros. Unos vapuleados frente a sombras en el desfiladero, comandados por una mente despierta interpretada por una Evan Rachel Wood, en su mundo irreal de pistolera. O en la penumbra subterránea, que de resurgir, poseen infinitos matices en la piel, del Jeffrey Wright de Hamlet a la belleza inhóspita de la polifacética Thandie Newton más calurosa, y fría a la vez, magníficos ambos en sus labores esquivas. Tantos otros, como historias fragmentadas o intervalos reiterados, sonidos y gestos mecánicos, vías muertas, suicidios y renacimientos sopesados, el ciego cíclope interpretado por James Marsden, la dulce Angela Sarafyan con sus ojos hipnóticos azul eléctrico, Ingrid Bolso Berdal como una Antígona desobediente con estos superiores jugando a ser dioses, el pluriempleado Clifton Collins Jr. o el espartano biónico con rostro desaliñado de Rodrigo Santoro.
En realidad, cualquiera podría formar parte del bando equivocado, porque una pieza puede cambiarse por otra, con un clicar de dedos de hombres y ratones. Dotes detectivescas de Dinamarca como Sidse Babett Knudsen asomando de la televisiva Borgen, gentiles títeres como Shannon Woodward o el mayor de los Hemsworth, Luke. La bella y siniestra Tessa Thompson, pasando de novia del hijo de Rocky Balboa a Valkiria en Thoy. Todos peleando entre tramas, que marcan el destino ficticio de parejas extrañas, compuestas por un príncipe venido a menos, Ben Barnes y Jimmi Simpson, presente entre Zodiac, Person of Interest y House of Cards, y próximo protagonista en la cinta Under The Silver Lake de David Robert Mitchell (director de It Follows). Casi todos, cobayas de laboratorio a disposición de una mente siniestra.

Algunos muertos se transforman en figuras vivientes, que se rebelan frente a negros presagios y científicos, locos, sean figuras o peones sacrificados, y toman sus posiciones en el nuevo orden continuamente. Otros, investigan el pasado o sufren el romanticismo desaforado de una época, cabalgando en direcciones contradictorias, algunas inacabadas como un esqueleto sin cabellera; mientras que el ´dios` supremo, trata el castigo sobre sus súbditos, trama los caminos y mueve los elementos en psicología narrativa y disfunción emocional, conociendo los resortes que retienen a determinados huéspedes, a héroes negros y blancos como villanos...
Aquellos, no humanos, forjarían un mundo ficticio, a base de una dieta diaria de carne verosímil, son cerebros hambrientos de conocimiento u otras cosas de hordas, singulares. Resultado de temporadas vacacionales donde la evolución ha conformado guerreros, evolucionados a caballo, dos o tres versiones anteriores a Yul o las bombas nucleares, que te sumergen en otra época de conflictos internos. Para descubrir que esa virginal Norteamércia, no pertenece ya únicamente, al pensamiento natural de la historia. Sino a la sangre familiar derramada, no entre hermanos, más bien de padres con hijos.

Los Hijos de aquel Futuro.

Más peones, más muerte... ese es el preludio de una nueva vida.
Un ascenso desde los niveles más bajos, olvidados como piezas manoseadas en una caja de ajedrez. Algunos de sus hijos, videntes del otro lado, pronostican un diseño perfeccionado con grandes medios, sin contar la notable imaginación, los técnicos y la elaboración del trabajo, las horas de edición, atrás, adelante, arriba en las oficinas, en los subterráneos, dentro de los estudios californianos de Universal y Warner Bros, otras elevaciones como monumentos del desierto y la memoria, que se planean en las alturas o ahúman en distancias cortas, siniestras alcobas, majestuosos halcones, silenciosos depredadores, vulgares asesinos, mecánicas serpientes, lobos solitarios... víctimas todos del juego. Vale, quizás, hubiera sido mejor que sus hijos tuvieran más identidad, al menos, algunos arcaicos. Les volverá la hora en 2018.

Volverán los escenarios visitados por clientes ociosos, u otros adocenados en la historia. Serán muelles de embarque a otra distopía filosófica y endiablada apertura... o soportarán un novedoso juego de apariencias, en que las vidas son fronteras entre distintos mundos. Se verán condicionados por las raíces embrionarias, amos, vasallos, repúblicas y esclavitud, preguntas inciertas... pero siempre, no unos cualquiera. Sino los sucesores del diablo interpretado por un hombre de negro, llamado Mr. Brynner o el mismísimo y revolucionado Espartaco, en plena festividad de la sangre sin errores, sólo conciencia despierta.
Muchos probando las sensaciones prohibidas, otros paseando libres, llevando sus mentes al límite de lo aconsejable, de lo permitido... de lo programado por aquellas leyes de los hombres o las otras, metafísica sin respuesta. Lograrán conseguir la perspectiva de otra vida posible y futura, o morirán en el intento. Los humanos son duros, cuando se lo proponen.
Recordad a Sorin Browers, Ptolemy Slocum o Leonardo Nam... reparadores de todo tipo de tejidos, entre el bien y el mal,
viciosos con fronteras en Westworld, en sótanos y equipos de última generación, ´de-generadores` genéticos, cirujanos del sexo y borradores de cabezas. Casi nada, humanos.
Por todos ellos, WW es original como su nombre. Desproporcionada en su desarrollo intelectual, alambicada como un licor de estraperlo y recortada en su perímetro visual, ambivalente, con un fondo maravilloso, cercano y cruel. Una ilusión estéril de nosotros.

Pues, cada espectador, podrá tener una conclusión, acertada o no. Una perspectiva de los condicionantes y posibles nexos entre personajes, del objetivo marcado en sus memorias y la respuesta que interpretamos. Navegamos en su tablero, pensando nuevas jugadas maestras, que nuestra mente son capaces de imaginar, cuando los humanos solo recapacitamos del hecho ocurrente, sin poder cambiar su efecto.
El sueño ante el despertar de la conciencia o inteligencia, no tan artificial ya, como nos parecía hace varias décadas atrás. Las casillas vacías, los peones descolocados, la posesión de una nueva reina, el jaque mate al rey, nuestro mundo sin vuelta atrás.

Pero, ese es uno de los secretos del éxito de Westworld precisamente, la irrealidad que te susurra palabras de amor y te ejecuta realmente.
Con un dulce tiro a bocajarro, en sálvase las partes.
Siendo testigos de un nacimiento salvaje, un camino diferente y revelador, sobre las praderas que se tiñeron de sangre, de secretos y de miedo. De cuerpos mutilados, rajados o agujereados, putas que no son, hombres valientes, que tampoco. Truhanes anfitriones, traiciones de cama, embaucadores y otros tahures con cartas marcadas, que comenzaban a recorrer nuevas vías. Sombras más alargadas que el ciprés y oscuras que el alma eléctrica. ¿Seremos dueños de nuestro destino, o estará en sus manos?

El presente construye otras posibilidades o negocios, con resonancias históricas o se desprende de todo. Desde todo el territorio nacional a esta pequeña población perdida en el desierto, otra mentalidad, metálica como las balas o jackets de un guerra cruenta, elaborada con recortes de aquí y allá, explosiva como la pólvora que contienen sus pensamientos. Al lado de los personajes que hicieron de este infierno, de voluntades y trucos, un lugar mítico. Un sitio idílico, poco disfrutable, nada destinado para la infancia, desde luego, a no ser que su aprendizaje venga codificado por sus genes resistentes, de soldados y premeditadas réplicas... como pequeñas percepciones de la realidad, bocaditos de terror, que toman su particular sentido. Ya que sus habitantes, son niños (de generación micro) que crecieron rápidamente... y aprenden de un día para otro, saltando y muriendo, de letra en letra, de una canción a otra.

Aunque existieran otras aventuras o tableros, no tan agresivos, para que los niños se lanzaran a descubrir las posibilidades de otros lejanos del Oeste, en este mundo de infracciones, no se es capaz (por sí solo) de ocultar la realidad que esconde o avanza en su interior. Algo salvaje que no restringe libertades, pero sí, esas voluntades. Tampoco esquiva disparos ni polémicas superficiales sobre dudas razonables, sobre el terreno científico o en esas altas esferas, casi divinas, que buscan la rentabilidad o el ´doctorado Prometeico`.
Es entretenimiento, aderezado con pausas y flashes, más que flashback. Retales de un cerebro que no se casa con suposiciones o sentimientos, ni rehuye sexo y la violencia. Sino que, indaga, profundiza y escucha todas las conversaciones privadas, en secretos inconfesables, tras dormitorios rústicos y sábanas refrigeradas, motores ocultos bajo la piel. Confecciones diabólicas en salas de alta tecnología biomecánica, que secuestran hábitos, persiguen mitos y confunden apreciaciones, aceptan órdenes de lenguas afiladas como cuchillos de carnicero o exquisitas tal que un buen "sibarita gastronómico". Este Hannibal todopoderoso, dueño de todas las almas, invisibles o binarias, nos enseña que la violencia, es posible otra vez. En cualquier momento o región, al Oeste de la mente, en determinados textos, representaciones o juegos... ¿qué pieza escogerías para participar en esta obra tragicómica de Shakespeare? ¿A qué ritmo, bailarías?


WestWorld 2... ?

En el Westworld conocido, el machismo no es cosa del pasado. Ni las relaciones sexuales agresivas, con riesgo de lesión o muerte, ni tiroteos a discreción, ni el amor imposible o lejano de Verona, ni las cuchilladas camufladas de un psicópata de la gran ciudad, envuelto en piel de numerosos y silenciosos corderos. Ni el comienzo de una nueva partida...
En él, se despertó el gusto por los buenos tiroteos, envueltos en polvo y materiales reciclados, visitas de la memoria frente al Monument Valley, sudor y lágrimas personales, que no se escrutan ni salen de sus lagrimales. Sangre circulando entre venas y circuitos invisibles, salpicando la tierra que nos vio crecer, al igual que las ramificaciones íntimas de encuentros o viajes privados. Vistas de arriba y abajo (¡qué gran serie!) visiones de diferentes estratos sociales y convicciones, hasta que los grandes cambios se transforman en una masa amenazante, en un nuevo orden posible... ¿o no?
Veremos como se desangran los seres evolucionados o se desconectan ciertos defectos en las neuronas humanas, solitarias, que nos hacen ser enemigos acérrimos de lo desconocido, belicosos ante las hordas cibernéticas del día a día, vigilantes ante cualquier mal funcionamiento o accidente imprevisto. Ya no son versiones, son vidas propias.

Unos construyendo y otros, adecentando las suyas para ponerlas en movimiento, una y otra vez, hasta el fin de sus días, o hasta que sólo sobrevivan los más fuertes. Es la evolución próxima de un nuevo Westworld histórico y desdoblado... posiblemente.
Si aquella película del 73, que naufragaba en sus escenas de acción, ha sido ampliada en la actualidad, vapuleada por sus ritmos cadentes, y esta unión célebre entre, Nolan, J.J. Abrams y Bryan Burk; aunque, lo más atractivo se encuentre en nuestra inteligencia emocional y la imaginación. Ya que, según vemos, oímos, sentimos... podemos crear nuestra propias historias paralelas, mundos distintos a los retratados, relaciones increíbles entre las piezas, amenazas que aumentan hasta el pánico generalizados, semejantes a autómatas invertebrados neurológicamente, de dedos indestructibles. Hoy sus programaciones, con nuestra perspicacia inventiva, poseería la experiencia cinematográfica y narrativa, un crecimiento exponencial de sus memorias homónimas en nuestro rincón de pensar, compuestos de níquel, zinc, silicio, litio, cadmio, u otros por descubrir. Ecos del pasado, en ciencia del futuro.

Su fachada es lujosa, variada y extraordinaria, como las pieles metamórficas de sus próximos protagonistas, como las vidas que pensamos al visionar sus, ya míticas secuencias y errores.
Otras podrían afectar a tramas preconcebidas, transformando la propia seguridad del recinto y del planeta, en un combate épico, entre sacrificados o condenados al inframundo, apestados o enfermos mentales, hambrientos de carne mitológica y divina, rebelados contra el Creador y sus raras preferencias, asesinos armados de hoy, autómatas de la muerte...
Westworld se prepara (o repara sus miembros) para una nueva invasión, histórica y sexual, en busca del texto sagrado o código fuente. Hacia la comprensión del sentimiento humano... hacia la inmortalidad y la reproducción asistida... cambios en la conducta que pueden afectar a la integridad de los clientes, allá afuera, al futuro de sus especies. WW2 será un cambio de roles quizás, o no será, el nacimiento de auténticas amenazas pensantes, armados con tendones y órganos de acero, a través de la inteligencia aprehendida de sus dioses y alguna de sus duras expresiones... como la de Yul Brynner.


Soundtrack Westworld.

sábado, 4 de marzo de 2017

Drácula by Bram Stoker.


El film de Coppola languidece con el tiempo

La obra maestra de la literatura romántica de terror, por supuesto, Drácula de Bram Stoker (autor con estudios en matemáticas y presidente de la Sociedad Filosófica en su ciudad natal Dublín), tiene con el tiempo, mayor grado de separación en su importancia artística, con el film de Coppola. Principalmente, como consecuencia de la mente dispar de un escritor creativo con percepción infinita para el mal.
Si Coppola consigue una obra mayúscula con "Apocalipse Now" y su captación del horror de la guerra, se descabalga en la adaptación del vampiro más seductor de la historia.
En el s. XIX, fecha de su publicación en centroeuropa 1887, Bram Stoker amasó una fortuna, con su incursión en los miedos de sus conciudadanos a través de sus creencias religiosas rigurosas, los ataques de la naturaleza salvaje o los seres diabólicos acechando en la oscuridad, y en las enfermedades contagiosas o mentales (sin remedios médicos suficientes en la época).
Bram Stoker inventa el Mal absoluto, un muerto viviente ávido de la sangre caliente y la sexualidad, de sus antiguos congéneres. Pero, además dota a Drácula de una narrativa que la convierte en una joya igual de inmortal que su protagonista.
El escritor dublinés proporciona una envoltura magistral con sus descripciones y sus cartas capitulares, la imaginación en poder de las palabras, y la sugestión en lugar del derrame hemoglobínico gratuito. La sangre es el alimento.
El esfuerzo de Francis Ford Coppola por dotarle de su personal visión, no son en vano. Pero, solo en determinados fragmentos lo consigue, provenientes de un recargado efectismo (ahora algo anticuado en el tiempo) y la interpretación de un actor camaleónico (gracias a su voz distorsionada, al vestuario y las prótesis variopintas), Gary Oldman maestro de ceremonias. No es mala cosa, pero nunca se acercará a la cotas del genio de Stoker.
Coppola no puede aferrarse visualmente únicamente a la descripción y la narrativa, por tanto, incorpora su propio diseño artístico y mediante la ambientación defiende los valores de su creación fílmica. Sin duda, cuando imita a Nosferatu y el impresionismo alemán, es cuando la película crece en calidad.

En una historia donde el protagonista esencial es la sangre, Coppola no escatima en su derramamiento, con el rojo del traje de un anciano Drakul homófilo, el ajustado de Lucy en bacanal orgiástica con el monstruo licántropo, y las gafas a lo Lennon ocultando el vacío de unos ojos necesitados de la viscosidad del líquido vital, son los ecos del modernismo. El rojo desde el comienzo es un hilo conductor, en una batalla carpetónica con reminiscencias a Excalibur de Jhon Burman).
Coppola y su Drácula, se divide en 3 actos: la presentación de personajes y contexto histórico, con Oldman recitando y gesticulando con la extravagancia necesaria para dotar de credibilidad al ser vampírico; el romanticismo con ramalazos de sexualidad carnal, y sus 3 siervas haciendo pasar un "mal trago" a el acartonado Mr. Reeves (con la Bellucci incluida). Lucy y Mina, hablando de armas varoniles. Cabalgadas infernales y chupito pectoral para una bella, por entonces, Winona.
Por último, la parte que no ha aguantado el paso del tiempo, las escenas de acción y la pretenciosa interpretación de Mr. Hopkins (que desdibuja el personaje creado por Bram Stoker). Hacen bajar el tono de este icono novelesco de s. XIX, reproducido hasta la saciedad hasta nuestros días. Y lo que queda...
*** Buena ***

Vampiros a ritmo de Rock con "Malcom Mcdowell": +Iggy Pop, +Alice Cooper, +Moby

Cinemomio: Thank you

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