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domingo, 20 de marzo de 2022

Hellbound. Season I


El horror surcoreano en el cine, siempre ha suscitado un interés personal y en los aficionados más internacionales, que va desde el sometimiento extremo del cuerpo humano y la psiquis salvaje, a los sobrecogedores espíritus malignos de los 90. De todas las derivadas sobres los más brutales mafiosos, a los psicópatas retorcidos de diferente piel y condición. Hasta los de epidermis más verdosa, tirando a muerto...

Esta caída infernal ha sido prolongada a las últimas décadas, caminando por el cadalso del género a los abismos descerebrados de hoy, incluyendo ejércitos del pasado o modernos, como cabe en el contagio de otras cinematografías.Pues de vez en cuando, también se ha visitado a los monstruos arquetípicos de la literatura y de Hollywood, con ese distintivo toque oriental de marginalidad social o masificación de los espacios... Es decir, Corea del Sur y sus directores, han perseguido a los seres deshumanizados que conviven familiarmente, en un enjambre, con el hambre visceral hacia otros seres sangrientos de la sociedad actual.


En estos dos últimos años, se ha advertido cierta condena de la excelencia de antaño, dejando a parte la aclamada Gisaengchung o Parásitos, del director Bong Joon-ho ganador del Óscar. Que hurgaba  más en la desestabilización real de la sociedad y la condena de los barrios marginales, con esa locura sangrienta del final familiar en plena fiesta. 

Esta última hornada, se ha ido abandonando a ejemplos del denominado found footage de moda, como la cinta Guimoon, o más extendidas revelaciones de poderes sobrenaturales como The Medium o The Witch: Subversion. Un ejemplo de mezcla en las diferentes especialidades coreanas pasadas por el tamiz de lo moderno, y que evoluciona de la animación asiática a una producción televisiva para Netflix. Aparece de la nada sorprendentemente por su aspecto extraño, para reclamar un puesto en la escalada del mal actual, y que conoceremos como Hellbound... O no, porque la extravagante aparición tiene su crítica.


Antes de materializarnos y empezar a destripar su contenido narrativo y visual, diré que la serie conceptualmente es un choque distorsionado de la religión y la justiciaa terrenal, creando sensaciones distópicas con la evidencia metafísica de la divinidad. Esto es, si existiera o tal vez...

Un caso algo semejante, distópicamente hablando, a aquella versión llevada a la pantalla pequeña desde la novela gráfica Snowpiercer, que poseía igualmente altibajos entre representantes endiosados y rebeldes, en dos mundos obstinados en una posible extinción de la raza humana. Vamos que, entes que se creen divinos hay muchos, sólo hay que encender la televisión y los telediarios... No mejor, no. Mejor ponerse una serie...

Aunque tenga sus sobresaltos, recordando esta última visión apocalíptica sobre los carriles de la distopía generacional y social (Snow se emite en su tercera temporada ahora), vemos una leve conexión con este comentario, ya que contaba con la producción magnética del genial Park Chan-wook. El escritor y cineasta, amo de la venganza que se contemplo desde Seúl con brillantez y del que esperamos reverenciando, su próxima obra detectivesca, tras su paso en serie por la guerra de Vietnam con Robert Downey Jr. en The Sympathizer.

Por el momento y en el camino extraordinario de lo incómodo, tenemos al guionista y director de diversas calamidades apocalípticas como Train to Busan, su secuela Península o la Psychokinesis junto a Yeon Sang-ho. 

El creador de Hellbound se ha propuesto socavar el juicio habitual, echando mano a la cuestión divina y la deformación mediática de la realidad, frente al castigo. Esta temporada primeriza y sobrevenida, trata de perseguir la deshumanización de las conductas en curso, poniendo toda la carne en el asador... como San Lorenzo. Ángeles del infierno, sin moto, pero con gran posibilidad de teletransportación.

Acá, todo se critica y se disputa en las alturas, instituciones críticas, policiales, grupos heterogéneos o sectarios, medios de comunicación vs redes sociales, youtubers, entidades familiares o individuos con su propio pensamiento. Intensitos, de cuerpo y espíritu... por faltar, faltan los opinadores mantenidos a sueldo.

Racionalidad o divergencia, de esos seres que deberían ser ejemplares, humanos y que, en muchas ocasiones, actúan como verdaderos monstruos en autodestrucción piramidal. Con bombas o sin ellas...

¿Ángeles o Demonios?

No es una cita, a la famosa novela, que iba de otra cosa menos existencialista, reclamando un hueco controlado o halo iluminado.

Vamos a echar una mirada al horizonte, a la historia de los escritos sagrados y los vemos llegar con una mezcla de estupor y, soberbia digital, que no asusta, pero maltrata.

El miedo no es tanto, sino que nos remueve las entrañas entre la sorpresa violenta, la fatalidad y la hilaridad... ¿por qué, no?

Es la visión infernal por las calles, que podríamos haber sopesado muchas veces, pero no de esta manera tan comprometida, tan caprichosa... porque los castigadores poseen una voz interior tan elevada o desviada del derecho canónico, que produce un eco de nivel procesal sobrehumano. Ni Daredevil, ni hostias voladoras... bueno sí, aunque sin alas.

En este caso sobrejuzgado de la serie Hellbound, se mueve una investigación de los hechos contados, que tiene sus detractores y otros agujeros de escape a la violencia desatada, que tampoco es una rara avis en el cine coreano. Sí el escenario, que es mucho más increíble y desproporcionado por los protagonistas que se mueven, o simplemente aparecen de la nada... o del todo.

Por eso, no sabemos si tocamos el actual terreno de la ciencia ficción, como en cierta estructura genérica del horror grupal, o su presentación ante el público, es una rareza de los productos generados en el país democrático de la Península Sur. Un relevante aparte, es una de las áreas metropolitanas más pobladas de Asia y el mundo, es decir heterogéneas en formas de pensamiento y estar.

Este pueblo tiene una historia particular, que ha soportado regímenes autoritarios, invasiones militares de los manchúes de China, posteriormente el imperialismo del Japón, residuos de una guerra mundial y que acabó con una división territorial tras el fin de la Segunda gran Guerra, con la dramática derrota nipona ante la unión soviética de Stalin y la actividad nuclear, como juicio sumarísimo de un posible fin del mundo. Tan cercano... como la ciencia internacional concentrada por los estadounidenses, que nos amenaza a todos. Vivos, o siguientes sojuzgados.

Pero esa es otra historia que se ha multiplicado hasta la modernidad del siglo XXI, ante la mezcla cultural, entre el ateísmo filosófico, esa parte cristiana que impregna la historia o la budista clásica de la fe en Oriente. Sin embargo, ante tanta fe, Seúl nos descoloca con un pensamiento extendido y crítico, tanto que hasta se autodenomina, ciudad "infernal".

Hellbound remata con violencia, toda la impunidad que se genera en las calles, que pudiera ser cualquiera en el mundo actual, incoherente y desnaturalizada, como un demonio en la sombra. Se enfrenta a toda la degradación humanista de los valores o la esencia conductista del comportamiento degradado, aunque para ello se recrea con efectismo visual de andar or casa... más monstruoso que ejemplarizante o coordinado con la población y sus posibles defectos. Quizás, son mayores en todo lo que se refleja alrededor, que entronca con el aspecto caótico de los trabajos anteriores generados por la mente tras la cámara.


Lejos de toda la carga metafísica o espiritual, que es trata a la vez como una incógnita y que pulula en la historia de la maldad, existe un debate específico. Debido a la deficiencia estructural de los efectos visuales, que deja un poso desangelado al personal, con la perspectiva general de ser un poco engañados, frente a esa voz de la conciencia. Es cierto, visto desde ese prisma, aunque no termina del todo con la fascinación del producto, determinación sin visos de vergüenza, ante el riesgo de los guiones y las múltiples expresiones particulares o colectivas. La gracia verdadera, está en la persignación de sus diferentes elementos narrativos en colisión o la, más terrenal, investigación policial, que falta por desarrollar. Pero, ¡también sin exagerar, eh!

El hecho es que podría ser más extraordinaria, si existe o no... esa disyuntiva entre vida y sufrimiento, como ejemplos del pasado esotérico o divino, que generaba terror en otros tiempos oscuros. El amor junto al dolor, expresión de la cercanía humana, la inocencia frente al conocimiento del mal... creemos o pensamos... Existimos o soñamos, tememos... a veces pesadillas horribles... Adoctrinamos, hasta que morimos... Es la enseñanza, la experiencia... y luego qué, ¿de nuevo, la vida?


Pero, ¿qué somos? Mejo dicho... ¿qué no somos?

Shakespeare dramatizó que Hamlet, podría lanzarnos la incógnita de la humanidad a la cara, pero tenía la respuesta tras las manos de otros personajes eternos, como él. Tras aquellas voces colgadas en la obscuridad, cuando Macbeth se puso a soñar y se descubrió con las manos ensangrentadas... aunque sin cabeza. El juicio de los deseos oscuros...

El chasquido...

Todo píxel barato acaba teniendo su sanmartín, pero los personajes permanecen en la memoria, como un chasquido último del cuello. Ya que, conforman un visión del mundo ramificado, con diferentes puntos de vista ante el crimen o la violencia.

De forma que, mientras unos condenan, otros perdonan... o miran hacia otro lado, que no es peor ni mejor, sino una posición confortable tras la pantalla.

La aparición desproporcionada de la justicia, o no, mantienen un dedo inquisidor que recuerda a otras épocas de la humanidad, que instiga el miedo... ya sea, cercano y orgánico o divino. Puede que un acusador cabalístico, como las opiniones generadas por las redes sociales y coordinadas... ¡a saber por quién, ni para qué!

Mientras quedan vidas errantes, memorias tiradas por el suelo, anhelos neonatos que no se cumplirán, venganzas que resultan liberadas, desesperación ante la mediocridad de los mandatarios, esfuerzos infructuosos, ocultación de las pruebas, sangre derramada, ideología... ¡mentiras!


No podemos hacer nada... ni justicia, ni disuasión... porque somos humanos. Por eso se crean los monstruos, los zombies que nos devoran las entrañas, los pensamientos que no entendemos, los viajes a ninguna parte, las voces que se elevan en televisión, los insultos, los golpes y las lágrimas, el dolor propio o extraño, la desviación de los hechos, la marginalidad que desemboca en desesperación, las enfermedades mentales, el horror... el fin de los tiempos... O no.

El comienzo de una nueva temporada, que no sabemos si surge de los restos incinerados por el miedo a lo desconocido, o la continuación de una investigación que genera infinitas versiones de la irrealidad que viven los protagonistas. Excepto ellos, que son ángeles o demonios, por encima de los bits y la carne, aunque sean una especie de chiste de la existencia.

Es una serie Hellbound, corta y directa, como un chasquido, que te arrebata la verticalidad, seccionando la columna vertebral que te une a la realidad. Pero que, a la vez, te genera una especie de vacuidad interior, una irrealidad que permanece en el subconsciente de forma imperecedera... porque es un subterfugio para, simplemente, hacerte preguntas.

Sin respuesta, eso sí.

Salvo el ruido generado por los huesos al quebrarse, por una injusticias que se quedan flotando como el éter... como todos los pensamientos en un cóctel universal, que no tiene sentido. ¡La nada!

Puede... esos somos. Ángeles o demonios... y después qué... un desarrollo infernal, a lo Hellraiser... porque ha eso me ha recordado, el futuro de Hellbound.

El Dedo cabalístico.

Tú sí, esta no... me gusta, te la comes. ¡No!

No podemos ponernos en una experiencia parecida, ya que el miedo escénico, sólo lo sufren esencialmente las víctimas inocentes... los demás se estremecen ante la pantalla, ante una posibilidad. Se interesan o se dan la vuelta, y ofrecen la espalda. Buscan una salida... Ríen o lloran, se enojan, se compadecen, huyen, se acomodan... y terminarán olvidando. No podemos hacer nada, porque al final, todos sentimos el pavor, propio o ajeno.

Miedo a no pensar como el resto, a ser ovejas perdidas... miedo al pregonero, a lo que esconden las imágenes. Miedo al monstruo que se esconde en los muros adyacentes, en las mesas estereotipadas, alargadas como sus dedos... a no entendernos, ni soportarnos, al otro, a la desconsideración del ser. A no ser... en definitiva, desaparecer para siempre.

Terror a estar con la gente, terror a quedarse solo... Terror a lo que subyace... Terror a lo que desconocemos... Sea humano, maquinal o cabalístico. Se termina temiendo a lo divino, que no sabemos realmente si existe... si bien, muchos los presienten... somos humanos.


Dicen que sólo resta el amor, pero el amor a qué... ¿a quién? Cuando todo es arrebatado de nuestro lado, cuando no hay esperanza, cuando nos volvemos locos... cuando sólo existen los restos, de una guerra eterna entre el bien y el mal.

Ese es el sentido religioso que subyace, o una engañifa que no podremos resolver nunca... porque somos humanos... culpables o víctimas. 

Acabaremos perdiendo la razón, como en aquel vuelo fatídico... macabro, libidinoso... lisérgico. Es decir que, nos veamos contagiados por la locura y terminemos disgregados en el tiempo. Como la memoria, que ya no podrá ser... como los niños inocentes que no tendrán futuro.

Es terrorífico, pero la cosa tiene su gracia, debido a la incoherente propuesta de la conciencia humana, o incluso de su perspectiva sobrehumana.

La única realidad cabalística que podemos observar, si es que queremos, es la apariencia de los relatos mediáticos, y las opiniones que se genera en contra o a favor. El debate de los supuestos expertos y los mandatarios, que no entienden casi nada... porque la realidad, es otra, la que todos sabemos y nos ocultan.

La sociología de hoy en día, es el castigo, una pena máxima que es... andar haciendo equilibrios entre los depredadores y las víctimas... ya que los humanos, están condenados a la inestabilidad de por vida. O la muerte, que es un fin en sí, para algunos.


Por tanto, en Hellbound, la esperanza no existe. A no ser que, todo sea un tremendo error, a no ser que los que piensan con la muerte, crean en la vida ajena, el respeto por ella... Ante cualquier otra cuestión marginal, a cualquier tipo de ambición o poder... O sino, quedarse sin cabeza como Macbeth... o como un falsificador de la realidad. No hay justicia en el poder. O sí...

En definitiva eso somos... no, héroes. 

Culpables e inocentes. Sea en el Hellbound de Corea, o en cualquier otro rincón de este mundo, el otro no sé si existe, claro. 

Incluso en un gráfico degenerado de CGI... imperfecto como un ángel vengador que se emparenta con la Masa o la Cosa, como Rocky Balboa o un Undertaker de otro mundo... terrible como el horror. Una broma.

¿Adónde nos aproximamos...? Rumbo al infierno, o el absoluto caos... o hacia un Farenheit 451 o ese  iris persuasivo del 1984 orwelliano, con sus dedos censores. ¡Ni idea, el diseño es imperfecto!


Cinemomio: Thank you

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