Ella,... y la mar de Monstruos.
Y de las profundidades emergió la criatura, con su figura grotesca caracterizada para la odisea y la frustración, un paseo entre cariacontecidos mortales. Con desesperación huyó, alejándose de la multitud y peleando por un amor imposible, hasta ser reconocido como más humano que ellos mismos... pero, aquel día no arrojaría la flor al caudal y arrastrada a su amargo silencio, sino que la estrujó contra aquellas partes muertas e inalcanzables de su Ser. Un baile a través del tiempo, surcando la delgada línea de la oscuridad, entre la vida y la muerte.
Y los seres llamados humanos, cauterizaron las costuras y envolvieron su corazón con las palabras escritas por el deseo de su creador... literario. Vuelve a respirar, ¿ya no eres monstruoso?
The Shape of Water (La Forma del Agua).
Ella ya no necesita ser princesa, ni excesivamente bella, sino concisa y juguetona, frente al espejo del amor. Entonces junto a su interés silente, los monstruos del sur se asoman a la ventana, como una barrera infranqueable, y otean su rostro imperfecto. Impreciso como sus balbuceantes sonidos, sus quejas dolientes o reproches por el castigo.
Ambos, se rebelan y trastocan la esencia del ego humano con las emociones, casi de otro mundo, combinan el orgullo y los miedos, ante la prohibición u ocultación de la verdad, la producción científica y la investigación genética, que desarrollaría, quizás de nuevos fármacos que prolonguen la vida, u otra suplantación de elementos mortíferos. Condicionan los pasos en un tablero victoriano y mágico, que parece inamovible e inflexible, debido a sus diferencias y posiciones, a la forma de respirar. Cauterizando las heridas con sales acondicionadas para la ocasión y metros de película que marcan un estilo de ver la ciencia ficción romántica. O tal vez, una micción incontrolada y deseo de atemorizar al prójimo, porque cada monstruo marca su territorio, como lo harían los depredadores al acecho de inocentes víctimas.
El rostro del mal, engendrado por la educación competitiva y la falta de valores en sus adultos, enraiza con las facciones ampulosas de un caricaturizado, mas desafiante hasta el paroxismo, Mr. Michael Shannon. El mexicano Guillermo del Toro (Guadalajara, Jalisco), escoge un registro tosco del actor rebelde de Kentucky, para retar a una bestia con agallas feministas, a su "abuela" del mar laboral interpretada por una simpática Octavia Spencer y una bella criatura cubierta de escamas luminosas, casi extraterrestres, que recuerda cintas como Cocoon o ET. Aunque, esencialmente otros relatos tienen prioridad en este asunto de tintes amorosos, con acercamientos casi imposibles entre especies, metafísicamente.
En consecuencia, todo parte de los cuentos y no la ciencia ficción más contemporánea o universal, que está presente en La Forma del Agua, ya que el halo de humanidad se mezcla con la fantasía clásica y los miedos ancestrales del ser humano, como moléculas de hidrógeno y oxígeno.
La historia escrita por Del Toro y Vanessa Taylor (Game of Thrones), enraiza con esos relatos que coqueteaban en la oscuridad, entre la paz espiritual y los usos malvados, del nosotros. Fluyendo como la poesía atrapara a los personajes de un extraño paraíso, solitario y húmedo, cubierto de fragmentos del pasado y sonidos, de olores y recuerdos de los cuentos y el cine, como aquella mítica imagen de aquel increíble Paul Newman devorando su centenar de huevos duros; escuchando viejas canciones de jazz o blues en tocadiscos de aguja de diamante, salpicando de emoción ante una visita esporádica y sumergido de nuevo, frente la amenaza de esa supuesta belleza, o el caos representado de negro. Presagiando el mal ideológico o económico que les rodea y acosa, que con extrema violencia o falsa superioridad moral, arrinconará cualquier tipo de inteligencia y muestra de amor.
El director ama el cine y la literatura fantástica, no cabe duda (acabo de leer que prepara un documental sobre el gran Michael Mann, una revisión del clásico Pinocho y un remake del cine negro de los cuarenta) y reflexiona sobre la condición del ser prototípico o Prometeo diferencial o acuático, una especie de hijo de un dios submarino, Frankenstein o King-Kong, para encaramarse a una envolvente atmósfera (casi de juego digitalizado) con numerosa recreación en los detalles y las texturas, y demarcado por un propio guion con recuerdos a cintas épicas del romanticismo monstruoso.
Arquetipos del terror clásico, efigies protésicas de los grandes representados por un Doug Jones que respira por la piel y las pupilas, aunque se enfrente al amor con un precipicio físico y cultural, asomándose a la boca del auténtico miedo. La pérdida y la muerte. Aquellos nacieron en los cuentos ancestrales, como seres condicionados por los comportamientos humanos (o defectuosos), arrinconados por extrañas maldiciones que los hacían incompletos frente a la belleza externa y sometían su propia naturaleza, la ejemplar y nuestra. Con un toque de modernidad, al enfrentarse con la sapiencia del científico, encargado de examinar su fuerza y someter la aparente inocencia de su estirpe, lejos de los humanos.
La Bella y la Bestia, como la famosa Sirenita de Andersen, indagaban en las imposibles relaciones y la intransigencia a lo diferente, como la simiente romántica entre lobo y ser alado.
Buceaban en los entresijos privados de su amor infecundo, o no ¿quién sabe?, en forma de semihumanos fraccionados o bestias de corazón separado en dos, ejemplos de fieras atrapadas en un alma caballerosa o un órgano que repartía amabilidad desde su interior grotesco. Criaturas maldecidas, ante la exigencia de la mente, el pensamiento mortal ante lo extraño y la drástica oposición a la fealdad, por encima de cualquier otra consideración.
Guillermo del Toro, evoca a estas poéticas referencias (sin demasiada naturalidad en el montaje) con las expresiones físicas de los protagonistas, ejemplares eso sí, y la perfección visual de un cuento clásico. Traduciéndolo con un pequeño toque o lenguaje gótico, su expresionismo terrorífico o fantasmal de siempre, con pequeñas pinceladas de metafísica sentimental. Aunque, desgraciadamente me incluyo, no consigue arrebatarnos con su historia romántica, quizás, debido a un profundo perfeccionismo que invade a la cinta. Cuya banda sonora compuesta por Alexandre Desplat (nominado por muchos trabajos y ganador por The Grand Budapest Hotel), parece presagiar los siguientes movimientos o saltos en la narrativa, fuera de aquella maravillosa y magnética gramola. Esto es, un exceso de redonda ejecución, circular que no maestra. A mi pesar...
The Shape of Water, es una forma demasiado enclaustrada en el estilo conceptual, una cápsula atemporal que se estrella en los acantilados del dramatismo mitológico y una resurrección al estilo Disney. Incluso, captura algunos intentos de recrear los musicales o ballets oníricos, secuestrando la fantasía de una sirenita o Joven del Agua, convertida en heroína o mutada genéricamente, o los terrores clásicos de cintas como la Creature from the Black Lagoon dirigida por Jack Arnold en 1954, la obra inmortal de Mary Shelley o la cambiante historia adaptada por Jeanne-Marie Leprince de Beaumont.
Ella, la limpiadora de almas es la actriz Sally Hawkins (ganadora del Oscar a mejor intérprete de reparto en Blue Jazmín) y debe enfrentarse a la belleza con fingido enamoramiento (idealizado por la sexualización) y una serie de intervenciones que acrecientan la simpleza de sus líneas paralelas, encabezadas por los fantásticos Richard Jenkins, la oscarizada y mencionada Octavia Spencer y Michael Stuhlbarg, que ofrecen salidas al espectador fatigado, más o menos agradecidas, de aquellos encorsetados encuentros con ritmo milimétrico, encaminado hacia la acción tópica.
Por tanto, el efecto buscado consigue esconder, los exigentes y recordados registros anteriores de Doug Jones deshumanizado, manteniendo todo el interés en la historia de ellos, se pierde por algunos vericuetos internacionales (que creo no vienen a cuento) y se entrega a un enamoramiento en busca de la excelencia clásica, con unas gotitas de rebeldía y una voz apagada, que podría presagiar el inicio de aquella anciana estirpe de las profundidades marítimas o seres de otro mundo. Eso sí, resaltado el acabado visual de una forma tan, tan perfeccionista y sincronizado en los tiempos, que acaba cuestionando el mensaje de la parábola... la belleza está en el interior narrativo, pero, también en un acabado demasiado técnico.
Además, en este bonito cuento con sabor a romanticismo añejo... la Bruja del Mar, puede estar escondida en otras profundidades.
The Disaster Artist.
¡Qué tipos estos maravillosos monstruos! No desperdician la oportunidad de llamar la atención a toda costa, con sus gafas de diseño y distanciados por sus diferencias en el peinado, aunque su pensamiento se centre en otros motivos mayores o más artísticos.
Son diferentes al resto, te enseñan a entonar una frase shakesperiana en un momento de público relajado, freaky´s o frikis, los denominaban despectivamente... ahora, son los elegidos para narrar vicisitudes que rompen los esquemas de nuestras vidas, atrevidos y en muchos casos, los mejoran con su simpatía arrolladora, su mirada existencialista o ese carácter excéntrico o fuera de lo común. Algunos, lo llaman extraña y bendita genialidad.
Este es el caso indiscutible de The Disaster Artist y sus míticos personajes, pululando por una, a veces festiva y otras surrealista Los Ángeles de forma impulsiva, como el adaptado (e inadaptado por otros motivos) trabajo de Tommy Wiseau y el admirable esfuerzo de su director y principal protagonista James Franco, como estrella que evoluciona hasta la ovación y la carcajada. Acompañado de un grupo muy familiar, encabezado por su hermano y alma gemela en el filme Dave Franco, excelente y comprensible, la compañera sentimental de éste, real y fantástica reaparición en la gran pantalla, una actriz en crecimiento como Allison Brie (Mad Men, Los Archivos del Pentágono) con una actitud observadora y entusiasta, y la cuidada presentación de un genial amigo, controlado y medido en una comedia atípica, Seth Rogen, que ya ha demostrado seguridad anteriormente en otras irreverencias junto a Judd Apatow, en Hazme reír o This Is the End, y sobre todo en películas como Take This Waltz, 50/50 o Steve Jobs.
Pero, si hay que señalar o quedarse perplejo frente a alguna identidad determinada en el filme, este es James Franco y el personaje que representa, por completo, pues, ha conseguido que la historia de la cinematografía internacional, se fije en un individuo, excéntrico, caótico e indescifrable, repleto de genialidad alocada o desfasada, no enfermiza. Que no tiene prácticamente parangón en este mundo real, sino en los altares gobernados por el onirismo artístico o los sueños personales.
En la cinematografía han convivido historias reales, con estos personajes que también lo son y no lo parecen, indagando en las actividades surrealistas tras las cámaras o en su propio mundo de fantasía o necesidad de atención. Donde un actor se puede convertir en la referencia de las miradas, o en la esencia constructiva (o destructiva económica y misteriosamente hablando) de todas las escenas relevantes que suceden con una naturalidad aplastante. Con la película The Disaster Artist, distribuida por A24 como segunda y escasa opción, seleccionada en los Oscar´s, James Franco actúa y dirige con un desparpajo increíble, absorbiendo la atmósfera a su alrededor y acaparando todas las miradas, de un público dispuesto a aplaudir y emocionarse con su idiosincrasia y rareza emocional. Merece un aplauso por ello, a pesar de algunas críticas retrógradas o mal gestionadas.
Es cierto, que pudiera extralimitarse en cuestiones repetitivas, sarcásticas o infantiles, pero acaso, ¿los niños no pertenecen también a ese mundo incomprensible de los sueños? El resultado real, de aquella película conocida como "The Room" me es desconocido por completo, ni tampoco, me importa demasiado en estos momentos, sólo reconozco una muestra de cine amateur, independiente o incongruentemente de culto, hecho dentro de esta verdad del cine actual.
Muchos espectadores, no reconocerán el trabajo de Mr. Franco, tras las cámaras, al no ser muy reconocido mediáticamente junto a Michael Shannon o en filmes de una carga social e histórica, casi documental, antes de acercarnos al modo independiente de títulos como Pretenders o Long Home, la ciencia ficción sin altos presupuestos en Future World y otro acercamiento al mundo de Hollywood o sus excesos, con Zeroville. Algo que entroncaría con su reciente trabajo en la aclamada serie The Deuce.
Por otro lado, en la actuación se complementa de forma maravillosamente inadaptada y desproporcionada, a su pareja sentimental, que va más allá de los valores ocultos del artista, a desentrañar por el "pequeño" público, con una banda sonora brillante y la cómica adaptación sobre el libro homónimo de aquel rodaje distorsionado, escrito por Greg Sestero y Tom Bissell.
Dirección impecable, transformación antológica y un montaje dinámico en recordadas secuencias, señalan como gran sorpresa del año, a esta monstruosa The Disaster Artist, gobernada por un hombre con mil rostros y pensamientos. Porque los diálogos pueden producir sonrojo en algunos, inadaptados de la comedia, a los que es difícil hacer reír o secuestrar por un par de horas, del dramatismo mediático.
Aquel rodaje y este making-off caótico (emparentado con dos Efes mayúsculas), significa además, la historia de una amistad fuera de lo común, sobrepasada por la ausencia de una búsqueda de la excelencia y el éxito. Su dinamismo interpretativo, produce un alud de ocurrencias y gestos inexplicables, a los que acercarse con cariño y no con devastadora crítica al personaje, ante la envergadura del disparate y la ´desastrosa` personalidad del artista en cuestión, Mr. Wiseau, un monstruo descatalogado de la interpretación. Una pareja representada por unos indefinibles, el soñador Lemmon y el racional Matthau, que ocultan tras las deficiencias y el desatino artístico, una amistad y convencimiento a prueba de representaciones o silencios multitudinarios, al estilo del viejo Alfred Hitchcock con aquella magistral Psicosis. Con los que comparte el deseo, que no la prueba artística de otro filme encumbrado a un culto extravagante, y ya mitificado en esta película de James Franco.
Para acrecentar el disparate, el director se coloca frente al propio espejo y su hermano, identificándose con aquel viejo impulso onírico, del individuo que quiere lograr un propósito inalcanzable. El hecho de rodar cine, independientemente de la calidad, que no de los medios en este insólito caso; y que la gente la reconozca precisamente por eso, por la indómita cualidad del deseo, riéndose a carcajadas sobre lo representado en la pantalla de los sueños.
The Disaster Artist, es una relación sanguínea, de todos aquellos que acometieron alguna vez una obra artística y consiguieron amigos inesperados. Posee el carácter utópico de sus protagonistas, nosotros, a través de una naturalidad exagerada, secuencias coloristas, una pizca de amargura y una colección de escenas que trascienden a aquel principal objetivo, elevándose hoy como puro cine cómico. Una pena que no haya conseguido la nominación, o un error más de Hollywood.
¡Ah! se me olvidaba, apariciones monstruosas de algunos convidados a la fiesta del cine, como Sharon Stone, Bryan Cranston, Kristen Bell, J.J. Abrams, Kevin Smith, Melanie Griffith, Judd Apatow, Josh Hutcherson (The Hanger Games, Escobar), Zac Efron (PaperBoy, The Greatest Showman), Jacki Weaver (Animal Kingdom, Stoker), Kristen Bell (Fanboys, Veronica Mars), Adam Scott (The Secret Life of Walter Mitty, Black Mass), Christopher Mintz-Plasse (Kick-ass, Pith Perfect), Zoey Deutch (Rebel in the Rye), Lizzy caplan (Hot Tub Time Machine, Allied), Bob Odenkirk (Fargo, The post), y otros muchos como Greg Sestero o el propio Tommy Siseau. Los monstruos del cine, también lloran, James "Wiseau" Franco... pero, al fin, tras sufrimientos y vaciar sus bolsillos, ríen, aplauden, viven sin postureos... fracasan. ¿Ganarán el premio a mejor guion adaptado? Espero.
You'll Never Know (B.s.o The Shape of Water) ft. Renée Fleming.
Ace Marino - Communication (B.s.o. The Disaster Artist).
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