Con Eastwood renace el Western.
Hace ya tiempo, algunos años olvidado en la memoria, el Oeste parecía decrépito y desgastado. Mas, sólo algunos maestros, podían quitar tanto polvo acumulado en el cuero de sus botas.
Desde aquella trilogía de Leone, habían pasado 26 años (para nosotros ya sumarle 20 tantos más, por favor) y crea un universo con aroma a áquellos films de sus inicios como actor. Pero, también a los más consagrados dioses del Western, como John Ford o Howard Hawks.
Comenzaré un relato, a modo de homenaje. Para Unforgiven y Mr. Clint Eastwood.
La figura del viejo pistolero enmarcada en una rojiza y perenne puesta de Sol, podría ser el comienzo o el final de una historia de antiguos héroes y villanos en el salvaje oeste.
El cawboy va desapareciendo recortado en la lontananza a lomos de un caballo enardecido por sus brillantes espuelas. Pasará del amanecer sin destino al crepúsculo de un film inmortal.
Clint Eastwood vuelve a ser ese vaquero que desaparece en el ocaso en un western crepuscular como pocos, en busca de un nuevo amanecer en su vida.
En el caso de Sin Perdón, intentará retomar las riendas desbocadas de su familia.
El rojo Sol será la señal de un nuevo día y futuro mejores.
Además, todo ello toma una envergadura de misticismo cinéfilo.
Un rostro curtido y cortado por mil batallas frente al desierto y la cámara, la figura resaltada de una elevación física y facial sin oposición, y de una interpretación al alcance, únicamente, de los más grandes en el género.
Clint Eastwood, volvió para quedarse con el público e idolatrarle como actor-director en estado de gracia absoluto.
En fin, un pistolero surgido de charcos de sangre en el pasado que ha terminado con sus huesos fatigados en charcos de fangos en la granja de sus sueños.
Un asesino de mujeres y niños que mutó a dominador de puercos manchados de inmundicia, siempre ocultando los primeros caídos en el antifaz del alcohol manipulador.
Sin embargo, la edad no perdona y las caídas de estas monturas encabritadas, pueden devolverle como anciano imperdonablemente justiciero.
Mientras el pequeño ganadero William Munny, en las polvorientas llanuras de Wyoming, dedica su esfuerzo a sacar adelante su parcela y alimentar las bocas de sus vástagos huérfanos de madre, en la ciudad de Big Whiskey (antes lejana por la inminente llegada del reluciente ferrocarril), un cuchillo cobarde corta la carne de la lujuria.
La lucha del irracional machismo por la posesión de la mujer, a cualquier precio, esta véz no quedará sin perdón.
Un grupo de prostitución, mujeres como casi siempre, no permitirán que la vulgaridad y el salvajismo campe a sus anchas por la ciudad.
Como posesión, ellas tendrán algo que dilucidar de su futuro.
Y esto es, la venganza.
La ilusión de un dinero que podría suponer un nuevo comienzo, llegará a los oídos de viejos vengadores empolvados en el camino del Oeste. De aquí y allá, se deslizarán los revólveres, a caballo animal o de vapor.
Y nuevos trovadores, paparazzis de la época, se encargarán de contar las últimas hazañas o actos violentos (sin más), plumas y balas brillando en las páginas de periódicos y libros, que empiezar a llegar a la gran civilización urbanizada.
Las pistolas pendencieras de antaño, se convertirán en rivales por la dignidad y la ética de los viejos blues en tiroteos y ajustes de cuenta.
El ganador será el mejor postor. De viejos como Gene Hackman, Morgan Freeman y Richard Harris, a los nuevos rostros aniñados y envalentonados, como The Schofield Kid (interpretado por Jaimz Woolvett). Todos embelesados en el vil metal.
Ni los pocos años ni el alcohol añejo, podrán reponer el valor perdido.
Todos los encuentros, se centrarán en el mal. Un mal reluciente de puntas plateadas. Un brazo peligroso por armado, de la ley, de la mala ley.
La ostentosa ley del más fuerte. La estrella plateada de la muerte.
Otro grande, él, Gene Hackman como Little Bill Daggett. De pequeño no tiene nada, este gran "cabronazo" de la escena.
Un quinteto enfrentado por unos cuantos dólares, por cabezas sin inteligencia, vaqueros de pantalones bajados, esperando la muerte en cualquier putrefacto sumidero. A manos de uno cualquiera, llegado con ínfulas de grandeza y espantado con arcadas y sollozos apagados por el whisky.
Y las prostitutas verán en los refulgentes revólveres, las muescas de la justicia por su mano.
En un mundo sin ley, la pólvora amartillada en salas sin demandas que resolver.
Marcas por almas sin piedad.
Letras escritas a sangre en los ancianos libros de historias de forajidos y forjadores de los territorios salvajes conquistados.
Unforgiven de Clint Eastwood ha entrado por la puerta grande, de los western clásicos del cine.
El Sr. Eastwood se viste como director, sus rancias botas con espuelas, para entrar en una escena oscura. Salida de las mismas entrañas del infierno, como aquél otro jinete pálido sagrado, el final del film se disfraza en película de terror.
Un fantasma infernal herido en su amor propio, repiqueteará por última vez (haciendo homenaje a sus maestros Sergio Leone y Don Siegel), esas espuelas míticas, y cuasi místicas.
Y cuando el viejo demonio, encontrado a base de lingotazos, alarga sus terribles garras de venganza... Nadie quedará a salvo. Nada, vivo.
Excepto las letras. Si se dan prisa por huir del salón.
Las únicas salvadas del hombre sin perdón.
Al término, de las justas arcaicas del western, el viejo director de cine se alzará en triunfador arrinconado por premios y oro. Pero, con el aprendido oficio forjado a golpes de experiencias y enseñanzas pasadas otrora.
Capacidades intactas que sigue demostrando en la actualidad, y que adornarán las vitrinas cinéfilas de cualquier aficionado al arte de los 24 fotogramas.
Fieles por siempre a Clint Eastwood. Sin Perdón. Gracias.
***** Excelente *****
Tema de Claudia, b.s.o. Unforgiven.
Clint Eastwood y su otra pasión la música... Está en pleno desarrollo de la adaptación del musical dirigido por William A. Wellman en 1937, Ha Nacido una estrella. Clint Eastwood dirigiendo un musical pleno.
Estracto de Ha nacido una estrella, versión de George Cukor 1954, con Judy Garland: