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viernes, 23 de enero de 2015

Fury.


De Furia Bastarda.

En abril de 1945 el ejército alemán de la Wehrmacht se batía en retirada sobre su propio territorio hacia la capital Berlín y los grupos de combatientes nazis cumplían las órdenes transmitidas por el alto mando, con la figura decrépita y enferma de Hitler desde la Guarida del Lobo antes de su suicidio en la búnker de la Cancillería.
En esos momentos de repliegue final de la guerra, se incendiaban y arrasaban las propias poblaciones, sus materias primas y a todos aquellos que se negaban a la defensa a ultranza contra las tropas aliadas. Mientras, un grupo de la caballería acorazada norteamericana a bordo de los ágiles Sherman M4 servía como avanzadilla de protección a la infantería, a través de la campiña en la cuenca del Ruhr, sembrada por cadáveres. Sólo algunos de entre los 50 y 70 millones de víctimas totales.

El filme Fury hace referencia a la potencia del odio y del fuego. Aunque no entiendo muy bien el porqué del título en español y el gusto por llevar la contraria a los productores y el director David Ayer para nombrar su trabajo. Así que me sumo a esta corriente crítica de cambiar los títulos elegidos por los creadores.
En primer lugar, queda claro que lo tripulantes en esta aventura bélica comandan un unidad de carros de combate compuesta por personalidades entre el trastorno y la psicopatía, manchados sus rostros con la sangre de compañeros y enemigos mientras les rodea la locura. Ellos son Brad Pitt, Shia LaBeouf, Michael Peña, Jon Bernthal, Jason Isaacs, Logan Lerman y Scott Eastwood, este último hijo del director californiano de American Sniper.

Podemos sentir como los carros blindados se comportan en el campo de batalla, a modo de abrelatas todoterreno con gran potencia de fuego que surgieron de prototipos antiguos, para cambiar para siempre la estructura de las guerras modernas. En su interior, los soldados conviven, injurian y mueren, atrapados sus corazones en una coraza metálica cubierta con sus restos vitales.
Pero el verdadero nombre Fury, proviene del sobrenombre de un cañón de 76mm., tal vez recuerdo de una incursión bélica o una relación amorosa (o homenajeando posteriormente a un caballo protagonista de una serie de televisión), con carros históricos rodados a caballo entre California e Inglaterra.

Pienso que Fury, se deba a la mala estampa que se propagó por todos los rincones de la vieja Europa durante la masacre en la 2ª Guerra Mundial. Furia por el odio intrínseco que invadió la sociedad. Furia por el carácter violento de unos hombres enfrentados, con un jefe rebautizado como Wardaddy y sus unidades denominadas con Amor. Furia contra las terribles e inhumanas acciones emprendidas por los miembros criminales que componían las Waffen de las SS hitlerianas. También Fury, por los carros enemigos y su potencia de fuego de 88mms., con una protección blindada frontalmente impenetrable para los tanques yanquis y la afinada vista de un Tiger1, conocidos por la tripulación sobre las arenas ardientes contra el Africa Korps. Furia por una guerra de hombres-niño que se aprovechan de las mujeres del ejército derrotado, como un derecho inalienable.

Y finalmente, Fury es el cambio de un joven dedicado a las letras que se ve inmerso en las tripas de la bestia, reclutado para una carnicería y con unos 19 se ve tratado como carnaza para tiburones, hasta que los veteranos de África le bautizan con su primer baño de sangre enemiga.
Es curioso que Wardaddy sea interpretado por el jefe de Hollywood en la cruzada de cambiar la historia con Malditos Bastardos (con un guion indefinible de Quentin Tarantino), pues Brad Pitt está en guerra contra los nazis en pleno siglo XXI, y olvidado la selección de papeles que le ofrecieron su status entre los mejores actores pagados del mundo, como otros. Con este ánimo que parece invadir la sociedad actual hacia un nuevo conflicto, pero... eso es otra historia.

Hay un lugarteniente en el guion del propio Ayer que se decanta por el refugio de la religión, y se convierte en una película como Fury en un elemento extraño y metido con calzador en esta lata para sardinas sin cabeza. Mientras se nombra a la Biblia, se defiende el sexo con mujeres del eje derrotado como escarnio y justificación de un conflicto bélico.
Igualmente, es bastante raro el camino que toman los protagonistas, con situaciones reflejadas que provocan incredulidad, como disparadas por el director a discreción a ciegas, en una vorágine de puntos de fuga de lo realmente importante y trazando la confusión de una encrucijada de egos planos. A veces, las conversaciones son misiles lanzados sin coordenadas correctas ni hacia objetivos reales y certeros, solamente muestra interés por la psicopatía del guerrero mientras se destrozan unos a otros. Son los perros de la guerra lamiéndose las heridas y escondiendo lo peor del ser humano, aunque me falta más sensibilidad en contra de la muerte que la escalada patriótica y la exhibición armamentística.
Existen momentos en que es difícil entender tanto gusto por la sangre y la propagación de trozos de cerebelo salpicando la pantalla, con el único motivo de alimentar el efectismo con planos salvajes, pero nulo sentido de la crítica ante los efectos del odio.

Por tanto, David Ayer que se desvive por mostrar la brutalidad en el campo de batalla, se refugia en una guerra de balas trazadoras al estilo láser de Star Wars, aunque planeando confusamente entre ambas filas ya que tiñen de sangre todo alrededor hacia un desenlace tan heroico como increíble.
Y es que dos bombas de mano sirven para rodar una secuencia ñoña y sin sentido, como una ligera explosión ante un recital de cuerpos desmembrados.
Me ha dejado frío esta Furia sin sentimientos, cuyos protagonistas se enzarzan en la violencia buscando un final sin romanticismo ni crítica.

Mucho carácter ególatra sin demasiadas aristas que desentramar y nula capacidad de emoción. Y una presencia que derrotaría a Hitler con sus motores diesel y su fuerte protección acorazada con una cañón de 85mms. Era el T-34 ruso, un destroza Panzer en toda regla que queda excluido de la ecuación y la Furia.

** Floja **

Tráiler Mad Max: Fury Road, de George Miller. Reparto: Tom Hardy, Charlize Theron, Nicholas Hoult, Hugh Keays-Byrne, Zoë Kravitz, Angus Sampson, Rosie Huntington-Whiteley, Riley Keough, Nathan Jones.

domingo, 10 de marzo de 2013

End of Watch: Gyllenhaal y Peña


Independent Spirit Awards: Nominación Mejor actor secundario (Peña) y mejor fotografía.


Visualizaciones policiales de David Ayer.

En nuestra "civilización" actual, algunos se cuestionan sobre la actuación de las fuerzas policiales. Otros muchos, viendo el salvajismo reinante en sus ciudades, se niegan a rechazar la protección de individuos dispuestos a poner en peligro sus vidas, para salvaguardar la vida y la legalidad.

El director nacido en Champaign (Illinois), David Ayer (Harsh Times, Dueños de la calle) vuelve a realizar un filme sobre la violencia de las bandas marginales y organizadas. Una nueva inmersión a los bajos fondos, en este caso de la ciudad de Los Ángeles, y a la rutinaria faceta de las patrullas de agentes de la ley.
Sin embargo, estando esta revisión cargada de realismo, constata algunos procedimientos poco verosímiles en USA. Ayer se toma algunas libertades y efectismos para la creación de situaciones llamativas para la gran pantalla. Aún así, el aspecto visual de la cinta es impecable.

Por otro lado, esa constatación libre de reflejos violentos, está plenamente justificada si echamos un vistazo a las noticias diarias de periódicos y canales de televisión, dejándonos sin palabras ante actitudes mucho más sorprendente y escalofriantes que en la película End of Watch. Ciertamente, aún más salvajes e inhumanas.

David Ayer deja todo el peso de la historia en dos personajes, compañeros de patrulla ambos. Sus inquietantes andaduras en el coche patrulla por distritos desprovistos de racionalidad, enmarcan una ciudad angelina llena de peligros. Sin dejar de lado, sus charlas diarias. Conversaciones entre acristalamiento blindado, a prueba de balas a veces, y otras refugio de confidencias y risas.
Jake Gyllenhaal y Michael Peña reproducen palabras de compañerismo o familiarmente agradecidas. Todo bajo el ojo curioso de la cámara de su vehículo policial, como de la visión no oficial de otras que los oficiales incorporan a su cuerpo para ofrecer un punto de vista en primera persona. Buen y convincente trabajo de los dos actores.

Toda la trama girará en torno a sus intervenciones, cuando el agente Brian Taylor interpretado por Gyllenhaal captará las imágenes y documentará en primera línea de fuego la rutinaria inhumanidad de las calles y propiedades privadas.
Por tanto, la película transcurre entre casos sangrantes de injusticia extrema, la deshumanización personajes fuera de los cauces normales de la sociedad y el abuso de las armas. Se echa en falta una denuncia directa más radical de su utilización. Así, junto a el tráfico de drogas y otros, vemos como se adentran en vida personal y en sus mentes, pesadillas de realidad. Y como afecta a sus relaciones con amigos o familia.

Ese pulso interpretativo entre los dos actores mantiene la tensión del guión del propio Ayer. Envuelto todo con cierto humor relajante entre caso y caso. Pródigo en lenguaje de la calle.
Además tienen como compañeras de patrulla de la vida cotidiana a dos interesantes y bellas coprotagonistas, en los rostros de Anna Kendrick y Natalie Martínez. Sus papeles carecen de tanto poderío como el de ellos, pero se hacen imprescindibles para sacarnos de los sangrientos barrios. Y ese es su punto, sus relaciones amorosas y sexuales aparecen como giros desengrasantes del argumento.

David Ayer en sus anteriores películas ya doy muestras de su interés por las bandas callejeras y la actuación policial, puntos de vista sui generis sobre la diferenciación entre la rebeldía y la heroicidad. Su posicionamiento de la cámara es altamente impactante (aunque pudiera resultar algo mareante a algunos, no nuestro caso).

La metafísica del héroe sin quererlo ni buscarlo está presente. La ley del más fuerte. Una superficial crítica a los métodos de los violentos y diálogos con golpes de humanización policial. Chispeantes o simpáticos según lo requiera la acción.
Estas son las bases de End of Watch que a algunos resultará demasiado visto, pero no por ello menos brillante. Pues la placa de la dirección recae en un director a tener en cuenta en el futuro.

Posee también un interesante y potente conjunto de canciones en su banda sonora, con registros de rap en nombre de Public Enemy, Salt ´n Pepa o Paris. E incluyendo algunas mucho más cercanas al blues o el rock, de la mano de The Delfonics, Black Rebel Motorcycle Club, Mazzy Star, Mem Shannon o Puscifer, y otros ritmos latinos.
Toda la música riega esta buena película acompañando a impactantes encuadres y poderosas imágenes en las calles, patrullas o despachos, sus reuniones diarias y celebraciones familiares, y la degradación del poder en bandas armadas.

Por eso, Cinecomio recomienda su visionado.
Recordando a David Ayer, una mayor crítica al uso indiscriminado de armas de fuego, con los riegos asociados a nuestras vidas.

*** Buena ****

Cinemomio: Thank you

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