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domingo, 26 de febrero de 2017

Hell or High Water (Comanchería)


No todo lo que reluce es Oro...

El cine apareció, de pronto, como un auténtico atraco a mano armada.
Justo en el preciso momento, en que la sociedad norteamericana estaba sufriendo un profundo cambio con los valores que forjarían esta nación de contrastes, hacia el complejo futuro de convivencia. Así, el Western extendió su reinado durante décadas, hasta que los enfrentamientos entre proscritos de la ley y héroes, terminaron encontrándose con la realidad democrática y el derecho penal, así como el dominio de una cultura de consumo que arrinconaba a los más débiles y terminó atropellando a las viejas figuras, igual que el automóvil trituraba los huesos y ahogaba aquella balada de Cable Hogue.
Por aquella era de tiroteos y disidencia social, los forajidos de leyenda discurrían a lo largo del Oeste y los territorios de indios, que poco a poco se fueron llenando de nuevas vías y carreteras, formando guetos de resistencia como pequeñas comancherías del pasado o pueblos fantasmales, caminos hacia la frontera con México y un mundo de desplazados por la nueva política o, esencialmente, los problemas laborales y los vaivenes de la economía. Así en este periodo conflictivo de los EEUU, a finales del siglo XIX, dos jóvenes llamados Butch Cassidy y Sundance Kid nativos de Utah y Pennsylvania, respectivamente, se entregaban al mundo licencioso y peligroso de los atracos a entidades bancarias, en el inicio del servilismo y los intereses macroeconómicos que infectan a las familias y sus parados. Abrieron los ojos y cerrojos, de grupos de inversión convertidos en oficinas de latrocinio y rapiña, con aquel famoso grupo conocido como Wild Bunch (no confundir con la mayúscula peli de Peckimpah), en metamorfosis continua que modifica caballos por motores de gasolina. El resto es épica de pistoleros que, probablemente, poco tiene que ver con la salvaje realidad actual de las mismas cosas. O no...

Sin embargo, aquellas vidas al margen de toda responsabilidad civil y el heroísmo de película épica, con un guion adaptado por el director George Roy Hill del escritor William Goldman (autor de la novela La Princesa Prometida, u otros como Todos Los Hombres del Presidente, Maratón Man y Misery), establecía la idea romántica de acciones pulcras y de escasa violencia física. Hoy con esta producción de Peter Berg (actor y director de Deepwater Horizon), en pleno siglo XXI, cede el mando de la rebelión social, al director David Mackenzie (Perfect Sense); junto a un actor-guionista (también creador del guion de Sicario), Taylor Sheridan, que tiene una aparición secuencial y bohemia del vaquero clásico. Ambos dan un giro copernicano en la historia de los robos a bancos, en la profundidad obtusa de Texas, definiendo una pareja de hermanos que fundamenta sus asaltos, en base al injustificable abuso de algunos poderosos o, el engaño de un contrato manchado con el crudo desahucio. Vivir, en el infierno de la pobreza o morir con el agua al cuello, en el caluroso medio Oeste americano, marcado por los extremos sociales y conflictos generacionales, de cara a esta nueva era Trump.
Las huellas de aquella Diligencia y sus personajes en conversaciones grupales, han sido barridas por el tiempo, la soledad y la necesidad. Al igual que, aquellas pisadas naturales de antiguos herederos, comanches u otros, que mantienen sus problemas intactos con la propiedad privada y el recuerdo, curiosamente, luchando contra los que osan acercarse a la podredumbre clasista, con sus propias armas. Y éstas, lejos de la tecnología automática de repetición, dispara balas semejantes a las de hace algo más de 100 años.

En esta caprichosa Comanchería, las cuerpos traspiran como entonces, las manos tiemblan y la mirada se pierde en el polvo del desierto... esta vez, levantado por neumáticos y escapes contaminantes, en un infierno de apariencias y verdades. Ahora, los coches se han apoderado del panorama trágico y la tensa calma, semejante al diálogo de una Pulp Fiction comedia en negro, entre la sequía y el polvo, los porches al aire libre, la comida o café en locales típicos, los incendios incontrolados y las expropiaciones privadas, que el director de origen escocés retrata brillantemente, narra con ácido estomacal y arrugas en la frente, como un choque de forzados vaqueros o jóvenes acorralados. Rancheros de la vida en la frontera, frente al hombre de la estrella.
Un hombre duro, experimentado y apunto del retiro, que junto a su compañero de sangre texana-mexicana, y comanche, se lanzan a una investigación calmada sobre la pista de los atracos a determinadas sucursales, sólo desequilibrada por ciertas apreciaciones personales, que evidencian la convivencia en el Sur y los comentarios xenófobos a otras razas vecinales, e incluso amigas. Aquí, se agiganta la sombra del Ranger, patriota o confundido, declamando y maldiciendo entre dientes, sudor y sábanas de motel de carretera, con el tono asombroso de Mr. Jeff Bridges, hacia una nueva nominación como actor de reparto. Aunque, no el único a ser encumbrado en este registro de almas atrapadas en Texas.

Con un gran título en la balanza de la existencia, el verdadero Hell or High Water, señala a las familias desestructuradas, a los golpes recibidos en una educación dañada, a los solitarios que acaban entre regueros y rejas, a los defraudadores y extorsionistas. Este filme fabuloso, recuerda el olvido de la administración con los ciudadanos o vecinos, la protección estatal frente a la mente del policía en la calle, conversaciones que se cortan con una bajada de párpados, la desilusión dibujada en el rostro, de hijos golpeados por el paro y de ancianos guardando sus míseras pensiones, la fracturación de la familia, las franjas de la competencia, que recalca los sueldos precarios de trabajadores o propinas negras a camareras ofendidas, la entrega blanca de dinero negro, dentro de casinos dirigidos o visitados por caucásicos e indígenas, gentes comunes de pequeñas poblaciones haciendo su vida en la frontera... esa que, en cualquier instante, se escapa entre las manos.
Todo parece tranquilo, excepto en el interior de la conciencia individual y colectiva, conduciéndonos a un cruce de caminos que lleva al desánimo, que bifurca las distintas realidades, de dos en dos, en un cuadrilátero compuesto de números, balas y cactus. Tan texano que divide la percepción de los hechos narrados, a través de un muro de miedos arcaicos, de conflictos raciales y generacionales, de pensamientos ocultos tras la memoria errada o errática, como sus almas.

La marca del diablo es una comercial y dramática, por la que todos arriesgan sus vidas o la condicionan, mancilla el nombre de sus auténticos propietarios y maquilla los resultados con limosnas y presiones, dispara a sus cabezas de renegados sociales. Mientras, en su cabalgada endiablada, se frustran las ilusiones de hijos o los deseos de un retiro junto al mar, para acabar ensimismados con la justicia o el todo, y el horizonte baldío de la sangre o la nada. Al final, el panorama de la desolación inunda nuestra perspectiva como simples espectadores de un destino fraticida y las necesidades individuales, disparando contra sus propios fantasmas en aquella colina dramática. Encañonados por la ley del más fuerte, que va dejando cadáveres a su paso, con gerentes heridos en su orgullo y ahorradores en sus bolsillos, clientes cotilleando en una conversación cubierta de estilos y referencias visuales (entre John Ford y los Hermanos Coen), cainismo de ´abeles` divergentes, amor de hermanos y sarpullido de sangre, agentes victorianos calzados de puntas de cuero y ´sunglasses` de Ray Ban, lupas y mirillas del tiempo, ocultación de amistad o exaltación de la diferencia, fauna propia entre la frontera y la mesa de juego... todo aderezado del estilo country o el rock texano. Sonido étnico entre "la proposición" de un músico tan personal como Nick Cave, escribiendo para un compositor, Warren Ellis, que se condujeron entre detectives verdaderos y nubarrones. Para incidir o suavizar en las profundas reflexiones y discrepancias personales, que con visión de águila sobrevuelan esta Comanchería... plagada de rostros con dos caras. Y arrastrando al público entregado a la causa y el cine de calidad, a una espiral creciente de tensión y violencia.

El western moderno, se ha hecho crepuscular de nuevo. Rodado como espectáculo incierto y un choque de trenes (con olor al vapor del pasado), igual que una "road movie" por las arenas del tiempo cumplido, gracias a la mirada incisiva y pulso firme de David Mackenzie, y al inconmensurable trabajo de un equipo de técnicos e identidades, casi anónimas pero bien reconocibles, en su reparto, errando por vías, localidades o bares, entre New Mexico y la seca Arizona.
Quemándose en las profundidades del desierto y la conciencia, o con el agua al cuello, siempre nos quedará la magistral imagen de este sheriff, bifurcado entre el viejo John Wayne y esos rasgos identificativos propios, de un coloso reclamando una bala, es un hecho, es un pedazo de jefe o Jeff Bridges. A su lado, frente a su diatriba cotidiana y cansina contra los de sus razas, hastío frente a la televisión, el sufrimiento silencioso de una voz racial y legalmente condicionada. Si bien, el respeto subyace siempre, bajo sus ojos de lobo rastreador y fiel. Sin hacer ruido, deja su notable identidad, el texano de sangre comanche, Gil Birmingham (voz en Rango y Red Knee del Llanero Solitario).

Del otro lado, Caín y Abel motorizados contra el calor y la tempestad, ofrecen toda una exhibición de poderío físico e interpretativo, semejante al amor enloquecido de aquellos delincuentes históricos, Bonnie & Clyde, o la rebeldía masculinizada de Thelma & Louise frente a la injusticia. Entre sus rostros poco rasurados, se hacen más grandes, uno el apuesto, otro el raro o feo peligroso, con sus ojos ensangrentados o húmedos por los abusos. Se han empoderado gracias a esas armas legales, que les conducen por la vida texana a un abismo, o a algún premio perdido en la próxima ceremonia de los Oscar´s de Hollywood. Al fuego de un infierno pretérito, que invadiría a los viejos amigos, Butch y Sundance, hoy en los bigotes de un magnífico Chris Pine (Jack Ryan, The Finest Hours), antes de meterse en el mundo fabuloso de Wonder Woman y Star Trek.
Y, los de un increíble Ben Foster (amigo en The Finest Hours, Inferno) que a cada secuencia, nos fascina más con su fuerza y esa chulería recalcitrante del renegado.
Por tanto, el ring o arena de gladiadores, no tan moderno, está montado, con vistas a un ataúd medido a sus diferentes hechuras y conciencias. Un callejón sin salida o futuro, entre generaciones encontradas en el presente, para un retrato contemporáneo entre el Lejano Oeste y las pesquisas del cine negro.

Comanchería o Hell or High Water, con su ficción basada en la crítica social, es una admirable obra cinematográfica, entre el caciquismo de una etapa sin ley, por un puñado de dólares y el comienzo de la gran depresión o carrera por la supervivencia, contra el hambre y la pobreza de Las Uvas de la Ira.

Hell or High Water - Soundtrack by Nick Cave y Warren Ellis.

jueves, 13 de octubre de 2016

Star Trek: Beyond.


La Colmena Viviente del Más Allá.

Hace ya 50 años, durante un mes de septiembre de 1966, se emitía en nuestra edad moderna, el episodio piloto de una odisea o iniciación tecnológica para la NBC, con este nuevo fundamento catódico que sucedía en el interior de las pantallas de televisión (muchas de ellas en blanco y negro) creado por Gene Roddenberry. Sobre las aventuras de una expedición estelar que surcaría las lejanas frecuencias de medio mundo, claro, siempre que los hogares estuvieran conectados físicamente a las antenas del novedoso medio.
Aquella serie se basaba en los viajes de un marinero y su tripulación por los diferentes mares conocidos sobre nuestro planeta y una serie de relatos cortos llamados Marathon, escritos por el ingeniero y novelista Eric Frank Russell y asesoría del mismísimo Isaac Asimov. Ahora, en busca de otros asentamientos o civilizaciones más avanzadas o, adaptadas en esta ocasión, a otras circunstancias físicas a través de un imaginativo paseo por la Vía Láctea. Conocimiento, en un abrir y cerrar de ojos... o bifurcación de dedos. Como habían emergido de la mente de aquellos pioneros escritores de la ciencia ficción y algunos directores de cine con inquietudes científicas, como Fred McLeod Wilcox en 1956 dirigiendo aquella maravillosa odisea robótica en Planeta Prohibido o la serie para CBS, un año antes, Perdidos en el Espacio, con novedosas y amplias miras sobre nuestro peligroso futuro en el cosmos.

Sin embargo, mucho han cambiado las cosas desde esas masivas retransmisiones familiares y su aspecto se ha rediseñado como consecuencia de los avances tecnológicos que preveían entonces o la conciencia filosófica, por ejemplo, gracias a las comunicaciones inalámbricas, la velocidad globalizada o los motores de propulsión (aún no tan desarrollados como en esta ficción); igualmente, hemos perdido a algunos de sus rostros más carismáticos, desde la dolorosa pérdida de Mr. Leonard "Spock" Nimoy unos meses atrás, recordando que el fue precursor y era capaz de hacer sin problemas, el famoso saludo vulcano. Así como, la más reciente y dramática pérdida del joven actor nacido en la bella San Petersburgo, Anton Yelchin, que tras un estúpido accidente vio truncada una carrera cinematográfica y potencial artístico que despegaba con todo el viento a favor. Hoy desgraciadamente transformados, en mágico polvo de estrellas. Mi reconocimiento a ambos, descansen en paz.
Entonces, aunque el brillo de las estrellas tarda demasiado en perderse, o consumirse si proviene especialmente del universo del Séptimo Arte, en estos últimos cincuenta años, se tornan los rostros o se deforman las distancias frente a aquella pequeña y gris pantalla. Como se ha modificado, la visión que tenemos los seres humanos (y algún vulcaniano con ardores coronarios) de las etapas posibles de un viaje espacial al ´cercano` Marte, ya que concebimos otra forma de mirar el universo conocido, y más allá. Si bien nos dediquemos constantemente, a hacernos la vida imposible unos a otros, entre diferentes culturas, religiones o razas, contra lo que luchaba Star Trek.

Por tanto, se hicieron realidad algunas de aquellas ventajas técnicas y nuevos desarrollos espaciales, con la modificación de los sistemas de comunicación que manejamos en la actualidad desde el espacio, con numerosos satélites y una definición de imágenes superior, gracias a ese volumen mayor de datos a una mayor velocidad, sin pérdidas cuantiosas de calidad.
Aquella Star Trek, poco tiene que ver visualmente (excepto conceptos básicos), con esta nueva entrega titulada Star Trek: Más Allá, donde se continua el misticismo de la saga sobre un reciclaje temporal y ambiental, que empezase el director y productor J.J. Abrams (ahora en camino de otras galaxias y batallas más lejanas) o el desarrollo casi juvenil de unos personajes que han sobrepasado los límites conocidos de la fama y el éxito terrícola. Hoy, con incorporaciones racionales y metabólicas cambiantes, ya que se trata de la juventud tardía de unos personajes míticos y unidos, aunque con diferentes concepciones y personalidad, más espectaculares que profundas, o actrices disfrazadas de acá, como las marcianas interpretadas por la británica Lydia Wilson y la argelina Sofia Boutella, en una extensión internacional de la saga. Un joven actor de origen coreano llamado John Cho, y dos británicos más, el narrador divertido Simon Pegg con pluriempleo narrativo, y un tremebundo, malvado, apabullantemente conceptual y gutural, vengativo Kroll o comandante Idris Elba y sus polifacéticas crestas craneales.

Durante estos 5 decenios de Star Trek, se ha convertido en leyenda. Se han subastado las verdaderas orejas picudas de látex del científico Mr. Spock en eBay y Martin Landau rechazó el papel de Nimoy por la gran Misión Imposible, al nuevo vulcano se le han tenido que unir los dedos artificialmente, y junto al capitán Kirk (interpretado por William Shatner) serían los únicos inamovibles; también hemos transformado esta visión fantástica y la concepción del universo, llegando a fronteras inimaginables en el pasado o modificando de forma constante la apreciación metafísica del cosmos, desde lo social y cultural de la especie humana, hasta nuestra disposición frente al porvenir de la humanidad. Si nosotros queremos o imaginamos más.
Los seres humanos (y algún vulcaniano dormido) se despiertan al nuevo mundo, como harían nuestros antepasados descubridores de territorios inhóspitos, concibiendo esa nueva era o potencial, que nos lleve más allá, al igual que se hacen realidad otras cuestiones o ventajas que manejamos a diario en nuestra sociedad o enjambre de seres. Aunque los anteriores guionistas hayan tenido que ser sustituidos en las funciones de mando de esta nave, y sus tramas apocalípticas se identifican más con la aventura clásica, que pervive en la imaginación contemporánea como última frontera de ayer.

Aquí, devuelta la aventura con nuevos bríos y aromas del siglo pasado, por el buen trabajo del taiwanés Justin Lin tras la cámara, y el equipo de guionistas con Doug Jung (Confidence, God Particle) y un actor como Mr. Simon Pegg, formado en la narrativa de una cantera divertida junto a Edgar Wright, o el gamberro Nick Frost, cariñosamente hablando. Realizan las hazañas espaciales, con la idea de la biomecánica insectívora de Matrix y, además, conforman la cabina de pilotaje más famosa del universo cinematográfico, propagando su onda compulsiva contra los defensores de la federación galáctica, o trekkies de nuevo cuño. Son astros en funciones y en evolución de batallas multitudinarias que devuelvan el brillo a esta historia y a la constelación de seguidores de la ciencia ficción más clásica.
En este actual paseo por territorios desconocidos y corporales o temporales alunizajes, se enrola el mismo reparto encabezado por una generación nueva para la Flota Estelar, que en este 2016 irá más allá del oscurantismo pretérito de la anterior, con andanzas espaciales de la edad en una sostenida regresión de habilidades físicas, esto es, rejuveneciendo hacia adelante, gracias a actores como Chris Pine cada vez más carismático en el antiguo traje granate del Capitán Kirk, o el actor de Pittsburgh de nombre Zachary Quinto con sus orejas puntiagudas y más entidad, si bien con esparadrapo entre falanges, anular y corazón, al lado del estómago, y el neozelandés y médico de la saga Karl Urban o aquella imagen pretérita del primer beso racial en pantalla de televisión, con una actual y bella Zoe Saldana, no sé si con Ñ de sueño o sin ella.

Todos los factores confluyen en adecuar las imágenes de nuestra memoria, porque en esta nueva entrega de tardía post-adolescencia, lo primordial además de los rostros, es una construcción adecuada en su fondo y el respeto a la idea originaria (desestimada por los primeros espectadores que no estaban preparados para esa serie evolucionada), o sus posteriores películas algo desintonizadas o menos espectaculares que otras aventuras galácticas del cine.
En Star Trek: Beyond, con determinación, se hace una sugestiva apuesta por la diversión en todas las materias, cinematográficas y ambientales, desde los personajes y sus escenarios, como sus diferentes planos argumentales (aunque desemboquen en una habitual o típica venganza) y tecnológicos. Hasta unos extraordinarios efectos digitales que viven de esa exploración espacial y gigantesca, sobre las distancias televisivas, sensitivas y sensibles con los conceptos históricos que forman parte del universo Star Trek (incluido el dudoso avance de una teletransportación molecular en masa); prevalecerán dimensionalmente los mitos e instigarán la libertad de los pueblos y razas, con la ampliación de dichas fronteras verticales. Y, por encima de todo, significando la amistad como motor esencial de estas aventuras clásicas, ante las inquietantes amenazas cósmicas, que tienen cierto paralelismo con necesidades actuales del ser humano.

De otro lado, existen esas exageraciones o libertades narrativas permitidas en la ciencia ficción actual, claro. Aunque siempre prevalece la diversión por encima de todo lo inimaginable, para nuestras mentes oprimidas, más allá de la pertenencia social o las posibles amenazas cósmicas que podamos hallar en próximos viajes, con la USS Enterprise u otra de nuestra invención. Pues, el director Lin establece el futuro de la saga galáctica con una brillante puesta en escena y esa relación entre especies, agilidad en un montaje altamente cualificado y brillante fotografía, como ya hiciera en la segunda temporada de True Detective. Más allá de otras consecuencias apocalípticas (con matices exclusivos) o emociones entre las parejas protagonistas y sus amoríos, la saga Star Trek parece avanzar a esa buena velocidad warp, que le permite el entretenimiento ilimitado de batallas épicas y paseos atemporales por territorios extraños o nuevas Tierras latentes, gracias a un enjambre concebido en una realidad superpoblada, o esa tensa convivencia de especímenes en el mismo espacio, con una mirada hacia un trekkie más evolucionado y desarrollado mentalmente.
Porque en esta última entrega, en nuestra post-adolescencia marchita, lo primordial es el desarrollo consecuente que nos viera crecer en cualquier dimensión y una aventura bien construida, con el acicate del espectáculo visual que maneja un respeto conceptual y la fidelidad por la idea existencia o aquellos temas en que profundizaban los guiones. Aspectos la plasmación de profundidad mediante convincentes efectos digitales, vivencias digitales acordes a una buena exploración espacial y sensitiva, o la primordial extrapolación corporal del tiempo y cierta idea shakesperiana, que desemboca en venganza tomando caminos propios de Star Wars, como la sublimación de la amistad, la traición y la posterior redención, el renacimiento de las propias cenizas, sobre todo, el cariño por esos hechos históricos que forman parte del universo Star Trek y su mítica banda sonora.

Por consiguiente, algunos dudarán, pero divertidos con Star Trek: Beyond, donde continuamos el camino emprendido en la televisión y diferentes adversidades terrestres o determinados aciertos por el cine, mediante un reciclaje de la saga en manos de este director Justin Lin (antes de lanzarse con nuevos anuncios sobre un nuevo caso Bourne, Highlanders, los juguetes Hot Wheels o, incluso un Space Jam 2 con Lebron James) y esmerados efectos digitales sobre Vancouver, Seúl y Dubai, de esta generación coproducida por Paramount, Skydance Media y Alibaba Pictures, que comenzase con el poder y la imaginación oscura de J.J. Abrams. Ahora productor solamente ante su expansión por otras galaxias y su lado oscuro.
Lin es ese último eslabón de la evolución o la penúltima frontera conocida de Star Trek como futuro de aquel episodio llamado "La Jaula", hasta ahora, con aventuras más espectaculares y derivas o comportamientos extremos, más allá de, consecuencias temidas por la transformación de la materia viva o de conflictos, entre amor, amistad y esas diferencias raciales o marcianas. Ya que avanza a una adecuada velocidad ´warp` y mucha eficacia visual, hacia el entretenimiento combinado de láseres, escudos antimateria, mentes y estrategias comunales, en formaciones de enjambre como otra forma de concebir la realidad. O la multiplicación de nuestros factores, allá arriba y adelante, como decía la canción de la Locura.
O esa otra, compuesta por Alfredo Le Pera e interpretada por Carlos Gardel, más o menos decía así:
´cincuenta` años no es nada... que febril la mirada, errante en las sombras, te busca y te nombra. Vivir y... Volver. Star Trek...
si bien nunca fui fanático, ni me consideré uno de aquellos trekkies almidonados... sólo puedo decir, hasta el infinito y otras cinco décadas más allá... digo... LARGA VIDA y PROSPERIDAD.

Star Trek Theme.


Star Trek Beyond - Sabotage (Beastie Boys)


Live Long and Prosper: The Jewish Story Behind Spock, Leonard Nimoy's Star Trek Character.



domingo, 21 de agosto de 2016

The Finest Hours.


Héroes Accidentales.

Desde aquellas películas que inmortalizaron escenas marítimas en superficie y las profundidades abisales, o los grandes héroes de la literatura sobre marejadas de páginas de espuma y ciencia ficción como las 20000 Leguas de Viaje Submarino, Simbad o Moby Dick, he surcado los siete mares del blanco y negro al technicolor, fundiéndome con cril marino y la sal de la vida. Siempre anclado a una butaca de cine frente a los clásicos. Hasta problemas de cabotaje con distinta naturaleza, como el error humano o un desastre inesperado, el mar inundó las perspectivas cinematográficas en grandes transatlánticos Titanics, Poseidones, o pequeñas embarcaciones entre Mandíbulas y Capitanes Intrépidos de cualquier pelaje, porque la aventura ha formado parte de este viaje. Bello, heroico, peligroso, poético o bélico... el mar ha virado por mis venas con la marea de una máquina a 24 segundos, desde aquellas pequeñas odiseas sobre la pantalla a la aventura narrativa con mayúsculas.
Aunque, el caso que nos trae a esta latitud actual, sea mucho más gélido debido a la profusión de imágenes digitales de nueva generación, la película The Finest Hours es la escusa perfecta como una tormenta, para comentar a continuación otras catástrofes imprevistas.
Gracias a la automatización de ciertos efectos, accidentes atmosféricos e ilusiones ópticas, todo este dramatismo nos traslada a los rincones más inverosímiles o multitudinarios, para contarnos una situación al límite de la población o grupo de marineros, y claro está, como héroes obligados por las colosales circunstancias a la lucha sin respiro.
Si bien, el siniestros trasladados al cine, no adquieren la misma consideración o relevancia cultural, dependiendo de los derroteros que tomen los personajes o las fuerzas que se desaten frente a la costa. Pondré algunos ejemplos de dicha inestabilidad, para soportar o disfrutar de esta dura travesía veraniega.

Pero primero... voy a aprovechar el viento en las velas, para comentar otras desastrosas consecuencias de un aumento del agua.
¿Vaya movida se ha desatado, eh Carla?
Un sinvivir Dwayne... like a Rock in the Ocean. Let´s go!

San Andres... Una falla grave y descomunal.
De 25 a 30 mm. de desplazamiento de roca al año, que continuará hasta que California se desgaje del continente y se convierta en una gran isla.
Durante el abril del año 1906, significó una crisis pavorosa para los ciudadanos de San Francisco, donde la tierra tembló bajo sus pies sin misericordia, para pequeños seres en tamaño comparada a tal masa bajo la superficie, en la conocida falla de San Andreas. Un nuevo cataclismo para los ciudadanos y las edificaciones o infraestructuras de cualquier tipo.

La placa del Pacífico barrunta, se retuerce o remueve en las profundidades, como otro ser vivo herido. Debido a un profeso natural de inmensas proporciones y universal, como ha ocurrido recientemente en otras localizaciones como Nepal, Chile, Indonesia y Sumatra, Haití, China o Japón, afectando a miles de habitantes, y humildes territorios edificados sobre esta terrible bisagra, que desgaja el planeta y en el Noroeste termina en la nomenclatura hispana de San Andrés, bajo una región soleada por los sueños. Aunque gratamente, esta acción dramática se pospone en el tiempo y modifica las coordenadas, hasta esa acción esperada y a la vez inesperada, que arrasase parte del continente americano, desde el Sur andino hasta la hermosa ciudad de San Francisco, como propone la película histérica de Brad Peyton.
Pero, en el mundo cinematográfico, de la norteamericana San Andrés a La Ola noruega, estos movimientos tanto telúricos como económicos o sociales, son objeto de especulación por productores que buscan el efectismo. Menos acciones acordes con la realidad y enormes cantidades de bits moviéndose de manera abrupta, o más o menos sincronizados por una fría y polvorienta pantalla digital.mEfectos grandilocuentes como un texto o golpe bíblico, con la capacidad de destruir la Tierra debido a esas mismas fuerzas que la moldearon y continúan haciéndolo cada segundo, minutos del resto de nuestra existencia...

Otra cosa, es la imaginación desaforada que crea aventuras de ficción, tal que una segunda entrega de devastación producida por una raza alienígena de calamares acorazados. Los bichos y las olas, nos invaden y destruyen casi por méritos propios, ante esa desesperante carga de profundidad intelectual que desprenden los protagonistas al baile, una y otra vez. Sí... es posible que la raza humana actuara de forma semejante a los marcianos conquistadores (propio de pueblos de cualquier tiempo y latitud cósmica) tal que un Independence Day 2 espacial, y especialmente en caso de una destrucción masiva con el fin de perpetuar a la humanidad y su supervivencia. Pero, ¡váyase usted a hacer gárgaras, gran jefe rostro pálido! ¡Qué cantidad de incongruencias y salidas de olla intergaláctica, xD!
Luego, volviendo al dato terrenal de este comentario... lo temerario y realmente estúpido del comportamiento humano, se refleja en hechos fílmicos que impulsaron diversas producciones con motivos oceánicos y desastres de aspecto colosal o asesinos naturales que producen fuerzas ciclópeas en el cine. De los proyectos con desastroso devenir para su raza, diseñados por la mano y fuerzas binarias o imaginación humana, desbocada y sacrificada, en espectáculo incierto de entidad científica, hasta un multitudinario escenario de muerte y devastación cuántica, que pareciera deseada por una minoría, en algún momento.

Esas obras actuales de carácter apocalíptico e informático, esconden dramáticas consecuencias artísticas y muchas debilidades narrativas, con interpretaciones heroicas de sus protagonistas y un montaje dinámico del suspense que subraya la exhibición hercúlea de efectos especiales. En un derroche de proposiciones diabólicas y sugestionados ciudadanos, intentando sobreponerse a magnitudes tan enormes como una ola de diez pisos, pudieran ser, exposiciones culturales algo exageradas. Pues, en el lado humano se precipitan los actores a un vacío existencial (y situaciones cursis), capaces de inicializar sus actividades o vidas, después de una catástrofe o la masiva pérdida de seres queridos. Es decir, poco detenimiento en la psicología destructiva y sí, en una emotividad más teatral o falsa, salvo esas excepciones en el pasado, con terremotos, aterrizajes forzosos, vuelcos o hundimientos de grandes navíos, y actividad volcánica frenética y devastadora.
Aquellas historias, verídicas o inventadas, poseían una fuerte carga humanista e interpretadas por grandes estrellas de Hollywood. Actores reparados para una incursión en nuestros miedos intrínsecos y una evolución sentimental de los héroes encargados de salvar vidas. Repartos plagados de rostros conocidos, desde el Titanic o Poseidón, pasando por Colosos en Llamas, Aeropuertos de variedades trágicas, impactantes erupciones del pico Vesubio u otras más dantescas, o estos terremotos con múltiples escenarios y elementos destructores de volumen descomunal. El sentido de la nueva ola, actual, es muy diferente al pretérito, con efectos digitales de calidad minuciosas y fantástica, pero esa falla enorme en la narrativa emocional de los personajes. Como es el caso de esta San Andreas o The Wave europea. Un director Brad Peyton en su tercer largometraje hasta la fecha, antes de inmiscuirse con otros demonios en Incarnate o el aviso de un próximo terremoto, si queda algo por derribar.
Porque hoy, el suspense se encuentra absorbido y diluido, sin esencia, con una prosopopeya científica que entra en oposición al carácter interesado con las habituales desviaciones monetarias o políticas, vacua plasmación de sentimientos y la fuerza de equipo, con distintas mentes puestas en la supervivencia, o épica del héroe solitario, enfrentándose al desastre alrededor y las posiciones individualistas o egoístas.

San Andrés y La Ola, entran en la categoría de imposibles humanos, frente a la potencia de tales fuerzas de la creación, y esa destructiva actividad uniformemente acelerada hasta el temido día final o apocalipsis bíblica. Ya que el sonado y ya lejano, diciembre de 2012 y la deformada interpretación arcaica de datos a través de una mitología, sobre el futuro de las civilizaciones, ha vuelto a precipitar un desenfrenado interés por las producciones catastróficas, tan frecuentes en devastación como idílica la supervivencia de algo dentro del caos. Porque San Adres, percute con intensidad en la costa del Pacífico, de California al centro de Chile, amenazando en la realidad con reaparecer algún día futuro, y hoy en el cine con un reparto encabezado por una pareja irreal con Dwayne Jonhson y Carla Gugino, abrazados de manera sobrehumana y ofreciendo los comportamientos más sensibleros hasta una agonía del espectador o el mareo visual colectivo. Igual ocurre, en otro nivel presupuestario, con la película Bolgen o La Ola, extremo filme noruego y dirigido por Roar Uthaug, entre rostros europeos menos ´archiconocidos` en el universo cinematográfico o internacional, y parecido desconcierto con el H2O. En comparativa, las mismas exageraciones en el devenir de los personajes y errores demasiado fantasioso o realismo fracturado. Es decir, da igual que la ola se aproxime a una costa Norteamérica (el resto del Sur no importa tanto) en dirección al puente de San Francisco, o la noruega en el fiordo azul de Geiranger... en una montaña de Trollstigen, cubierta de cascadas y cortantes acantilados, alejada de las estrellas y el ambiente de Los Ángeles.

Curiosamente en algunas producciones de otras décadas, siempre existía un cura, enteradillo y se mencionaba la existencia protectora de un Ser omnipresente, sin embargo, ambos directores rechazan la ayuda divina y aquellos ruegos, para transitar por caminos similares, de informaciones silenciadas por el miedo mediático, las exageraciones dramáticas con base semi-científica y otras labores imposibles para el ser humano, por muy Rock que uno puede llegar a ser. Al otro lado calculado, esta la calidad de las muestras (esencial en el modelo de Hollywood) y definición de los objetos o construcciones derribadas por la bravura acuática, con fracturas enormes que resquebrajan el terreno y anticipan la enormidad del desastre que, al parecer, no tendría demasiadas consecuencias en pérdida de vidas humanas. Principalmente, escombros y situaciones ampulosas, como el advenimiento del día del juicio final, pero sin cebarse en el terror colectivo. Un abandono a su suerte de la respiración, o la mortandad esquiva en las grandes ciudades. Todos los eventos retratados y el detalle de texturas o colores, son visualmente estilizados por los píxeles de las cámaras modernas y procesadores matemáticos, para un acabado tan realista que produce escalofrío, sentado a otro nivel de plagio o poder de destrucción que acabaría con parte de nuestra especie. Lo dicho... su alcance en la población civil, es variable de costa a coste.
De acuerdo, que los norteamericanos conocen muy bien lo que hablan (y los europeos, la fuerza descomunal de sus volcanes o subsuelo sumergido), con serios avisos y pistas calcadas en la morfología histórica de la Tierra, así ahondar en el reconocimiento de la amenaza sísmica. Desde San Andrés y todo el Pacífico, hasta Norte y Sur del continente europeo, no existe ninguna duda, que volverá a ocurrir y debemos estar preparados, ya que estas ofertas cinematográficas sirven como desgraciada advertencia del devenir futuro, terrenos conflictivos y posibles evacuaciones en sus poblaciones milenarias. Si bien, en ocasiones, se asemeje más a cierta realidad aumentada e ilusoria.

La mente se ha puesto manos a la obra, una vez más, trasladando el éxito ante un desastre de semejante tamaño en ambas orillas, a una reparación confusa de lo sentimental, antes de la conmoción generalizada o una señal de emergencia cinéfila al cielo de nuestras grandes urbes. Opciones desviadas e irreales, con ridículas individualidades y desproporcionadas estratagemas, navegando entre basura y la destrucción masiva de ideas.

The Finest Hours.

Un apocalipsis mundial, no es lo mismo que un duro accidente provocado por las circunstancias ambientales y aquellas decisiones erróneas que comenten los seres humanos o dejan al azar. En La Hora Decisiva, algo cambia.

Esto es, la humanidad se empeña en luchar y derrotarse a sí misma, una y otro vez en la historia, repitiendo parecidas situaciones o hurgando en la herida de la incapacidad. O lo contrario, si observamos a un joven enfrascado con los temporales marinos agarrado al timón.
La realidad propone otras cuestiones más edificantes, un peldaño humano más en el desarrollo de los acontecimientos contados y el interés común de una sociedad. Pues, el universo se rige por una serie de reglas no modificables en cualquier confín de dicha realidad, pero una infatigable lucha contra la corrupción o el desánimo general. Para ello, los efectos de su funcionamiento interno sobrepasa las fuentes del valor, que pueden modificar el comportamiento de los seres humanos y que se identifiquen con colosos o débiles insectos alados. Unos crecen y los otros podrían ser aplastados con un mínimo movimiento del clima y las fuerzas de la naturaleza. Con un mínimo vaivén a su alrededor, intercediendo su camino, los extremos se cambian y las estructuras de convivencia se iluminan en el horizonte, con la misma fuerza interior que forjaría este planeta, nuestra residencia habitual y cambiante.

Por no hablar, del impacto de otras amenazadas gigantescas procedentes del espacio exterior, como ya ocurriese en el pasado menos reciente a una escala planetaria, o la indefendible escalada del belicismo entre vecinos de Tierra.
Aún así, luchar con todas nuestras fuerzas por la supervivencia ha sido el objetivo, e intentar mantener la cabeza lo más fría posible, hasta que amaine esa terrorífica tempestad que nos envía a un averno subacuático. Bajo este premisa sumergida y reiterativa, una compañía como Walt Disney (tan demonizada por algunas voces críticas en diferentes países) se zambulle en una odisea épica sobre el hombre y el mar. Asiendo una brújula perdida que apunta a diferentes direcciones de nuestro gélido tiempo, desde aventuras cinematográficas olvidables como varios Piratas del Caribe, a Robinsones en los Mares del Sur, La Isla del Tesoro o 20000 Leguas de Viaje Submarino. E historias épicas en un mar de nieve, para un público más adulto como Alive (Viven), océanos de bits en Tron, surrealistas bajo una Life Aquatic o divertidas como Mi Amigo el Fantasma y Un, Dos Tres... Splash, mirando con nostalgia al horizonte de unos valientes hombres que intentarían alcanzar la orilla de algún corazón, con el propósito esencial de entretener y edificar una epopeya clásica en la gran pantalla, siguiendo con la vida. La próxima tierra a la vista, viene firmada por Derek Cianfrance con La Luz entre los Océanos, interpretada por Michael Fassbender, Alicia Vikander y Rachel Weisz en la costa australiana de Tasmania y Nueva Zelanda.

Aquel día, de un febrero invernal de 1952, la épica se dio de bruces con la realidad, cuando un guía de una pequeña población costera, forzado por las circunstancias y las voces críticas, se vería empujado a una marcha fúnebre como capitán de un navío de guardacostas. Una odisea en busca de la luz que lograra salvar a su pequeña tripulación y a aquellos náufragos sentenciados (u olvidados por la historia internacional) que se enfrentaron a unas condiciones horribles debido a un clima de mil demonios y la acumulación de errores, o falta de previsión.

El buque petrolero SS Pedleton, se deshizo como un azucarillo sobre una tormenta oscura, mientras otro bailaba como una peonza. Aproximadamente a unas millas naúticas de distancia con la costa este de Nueva Inglaterra, cercana al cabo de Cod. Pues, aquel día apacible se convirtió en una marejada de fuerza mayor con vidas pendientes de una mirada y una manera de narrar una relación romántica a base de empellones con las olas, el corazón contra el diminuto casco de una lancha motora.
La diferencia esencial con anteriores producciones más especulativas sobre el terreno o el agua, radica en desviar la premonitoria advertencia de un desastre incontrolables y la perseverancia del orgullo ante un apocalipsis o infierno acuático. Hacia un eco más eficaz y práctico, displicente de unos ojos femeninos ante una ´batalla` naval épica, en la que no importa el porqué ni el futuro, sino el presente que vivieron hace más de sesenta años, aquellos habitantes y marineros con sus virtudes o defectos, con el fin de realizar un viaje salvador entre la lluvia, la espuma y la arena.

En la película The Finest Hours, podremos detenernos en unos hechos dramáticos bien recreados, con la espectacularidad de unas imágenes rigurosas generadas por ordenador y recreando el océano con efectivo estilo. En sus diferentes condiciones ambientales, o relativizar los movimientos de una tripulación asustada en manos de un verdadero líder con interesantes actores, que dan más amplitud en estas producciones a las palabras, con distintos aires a aquellos protagonistas que deambulaban sin precaución aconsejable ni destino definido por el croma. Una mayúscula tarea encomendada por un superior al cargo llamado Craig Gillespie (Lars y una chica de verdad, Noche de Miedo) a un reparto capitaneado por Chris Pine y Casey Affleck, guiados por una falsedad alimentada entre las fauces del egoísmo presupuestario o la maldad intrínseca en el ser humano.
Ante el reto de magnitudes colosales como el tamaño de un buque ingobernable, zarandeados por un mar tenebroso y salvaje, se defiende el guion de tres autores (con libretos como 8 Millas y The Fighter) basado en la novela homónima de Cashey Sherman y Michael J. Tougias, que se decanta por recrear las relaciones personales y las dudosas manifestaciones de las diferentes personalidades en boga. Aspectos humanos como el miedo a lo desconocido o la angustia por la falta de noticias, la pérdida de valores o la ayuda de la comunidad y, por encima de las mayúsculas olas, el orgullo flotando a través de otras podredumbres humanas (hoy, habituados tristemente a este tipo de cuestiones humanitarias, por desgracia).

El joven marino interpretado por Chris Pine y sus compañeros de fatigas o golpes, el avispado Kyle Gallner (Welcome to Happiness, El Francotirador), un profesional John Magaro (Carol, La Gran Apuesta) o el inteligente Ben Foster (Pandórum, Warcraft), se enfrentarían primero con una horrible decisión que les enviaría a una especie de hazaña mortífera y gris, propagada por una gran mentira. Dolorosa realidad de nuestra cruel especie y los bulos lanzados a los siete mares. Cuatro hombres guiados al desfiladero submarino como un grupo salvaje, peleando por su vida y el oficio que les mantiene orgullosamente de pie, hacia la inmensidad con un diminuto foco que desgaje la negra espesura y mucho valor. Esta Hora Decisiva les llevaría a un instante esencial de su existencia, para olvidarse de otros pequeños problemas y decisiones de mayor calado, que permanecen anclado a la orilla por una epopeya increíble, y aventura a la fuerza. Abandonados a priori, claro.
Mientras, al otro lado del horizonte grisáceo y húmedo, medio apagado en apariencia y tranquilo, otro hombre se erigía en líder de un cuerpo de técnicos, ayudantes y marineros, gente trabajadora. Bien curtidos, frente a la sencilla debilidad de un comportamiento silencioso y medido, con brotes sublimes de inteligencia. Cuando el director Gillespie y su director de casting para la productora Whitaker Entertainment y Walt Disney, eligieron a un actor como Casey Affleck, creo que estaban seguros de que daría el empuje necesario al personaje, un hombre atrapado por las circunstancias y palabras degradantes o denigrantes.... enfrentándose a su personal y duros contrincantes, marineros sin la apariencia glamurosa de Eric Bana en otro territorio, eso sí. Son los actores John Ortiz (Silver Linings Playbook, Steve Jobs), Graham McTavish (El Hobbit, Creed) o Michael Raymond-James (Blake Snake Moan, Jack Reacher).

Aquella llamada daría seguridad al equipo enrolado, ante las frustraciones de una catástrofe. Haría olvidar todas las reticencias, los insultos y el desgaste del pasado, en relaciones incompletas, como todo rastro de problemática emocional o duda intuitiva que convive con nosotros a diario, tal y como presiones laborales o codazos de compañeros interesados, traumáticas decisiones de pareja o familiares, falsas amistades que se alimentan de los rumores o la maldad de un rostro rutinario y olvidable. Un Don Nadie como cualquiera, objeto de un simple apagón que lo borra de la historia.
La estampa marinera y violenta, deja a una pequeña población sin electricidad tras una tormenta de emociones (muchos críticos la consideran amanerada por la actriz protagonista) la inglesa Holliday Granger (Jane Eyre, Anna Karenina o Grandes Esperanzas) pero, personalmente, me place su apariencia inicial de Betty-Boop de la época, que deviene a un papel más trascendental y alejado de aquella frescura. El problema es de una aventura contada con altibajos (desaliñada o emocionalmente cursi, a ratos) que se debate en nuestro tiempo con su aspecto clásico, históricamente dramático y real, aunque de menos calidad que la reciente In The Heart of the Sea.

En este apocalipsis mediático, más bien regional, todo viene amenizado con las notas del compositor Curtis Barwell de nuevo, y la fotografía del español Javier Aguirresarobe que se desmarca de la ampulosidad de las situaciones en un trabajo bien realizado. Se hecha de menos, una acción más continuada y rítmica que, a veces, hace que del espectador una boya ciega, como un mero testigo de la serie de catastróficas desdichas que acontecen, con un corazón dolorido esperando en la orilla ante los necios, oídos sordos del ego y el sufrimiento coral, habitual en estas latitudes cinematográficas, por un héroe solitario al timón indeciso de sus sentimientos.
Entre la química del cuerpo y la física que rige su flotabilidad o, el hundimiento presentido por unos detractores, en general, se deja navegar y entretiene como estas superproducciones que elevan a sus protagonistas reales al rango de héroes desconocidos. Además, hoy, en una sociedad que cree suficiente en ellos.

No dejará una huella imperecedera y alguna interpretación parecerá endeble, mas tiene todas las características de una aventura clásica sobre el universo marítimo y sus endurecidos hombres (o mujeres), donde confluyen todas las percepciones del individuo solitario ante un desastre mayúsculo con posible pérdida de vidas humanas. Y que con orgullo, se gana, el respeto que transforma a los muchachos intrépidos, capitanes sin mandolina, en verdaderos héroes... de leyenda.

Kodaline - Haul Away Joe (The Finest Hours Soundtrack)

sábado, 8 de noviembre de 2014

Jack Ryan: Shadow Recruit.


Jack no era Bond.

Kenneth Branagh ha vuelto a dirigir, el británico se ha decidido a intervenir de urgencia en la política y los hombres de acción norteamericanos, para rescatarles de su aspecto desgarbado y demasiado llamativo, para darles un poco de su flema flemingniana.

Jack Ryan vuelve a su comienzos novelescos, y posa sus pies en una novela que recuerda a espionajes de grandes corporaciones, a guerra fría entre países del viejo telón de acero. Busca a su primera novia, para contar la historia de un error convertido en amor, de un silencio por su actividad secreta que la lleva al peligro y la muerte comunista. Comunismo convertido en capitalismo, en vil dinero, el terror de la gulag transformada en cuentas bancarias internacionales y primas de riesgo. Al hundimiento de la nación como en los viejos tiempos, por caídas de los muros monetarios mediante el terrorismo y el crack bursátil.

Kenneth se reserva el papel del terror silencioso, y ronroneante del gato siamés soviético, con viejas cuentas a saldar con el imperialismo yanqui (ahora huele un poco pero como no precisan el tiempo en que transcurre), más con el estilo sobrio del conquistador enfebrecido con las bellas damas, encarnadas por la novia Keira Knightley, y de paso dar un golpe en los morros al Jack de turno, interpretado por un esmerado Chris Pine.

Todas estas buenas intenciones, de sacar a relucir el lado más OO7 del agente del FBI, se quedan en los primeros minutos o secuencias en lujosos hoteles a la orilla del Kremlin, porque allá se va Ryan, a dar vueltas sin parar por las cercanías de la Plaza Roja (como reclamo, por otro lado, una maravilla para visitantes foráneos empequeñecidos ante tanta magnificencia), y alguna prometedora escena de acción con sabor al Bond luchando por su vida. Luego, todo se vuelve más mecánico, artificial y menos novelesco. Por no decir, romántico o sexual.
Resulta hasta empalagosa, en cierta forma, en las relaciones entre parejas. Él con ella, el ruso con Jack, y con ella. Entre agente y jefe del FBI, interpretado por un recuperado Kevin Costner conservando el tipo, entre hijos y padres enloquecidos por la causa, pero fríos como el hielo en un vaso de vodka. Para terminar con una parafernalia en el centro de Manhattan, llevada por los pelos, las bombillas, las alcantarillas, y acabando en explosión de sentimientos encontrados. Lo típico.

Te queda como un regusto a buena película desperdiciada, de espionaje empresarial, de asesinos a sueldo exóticos, frases grandilocuentes pero predecibles del futuro de la cinta, escenarios repetidos en exceso, demasiado viaje en coche, avión o helicóptero, y un amor algo distante para el caso en que se desarrollan los miedos, o celos, o nada. Vamos que no me los creo, ni con sub-trama de rehabilitación de heridos en guerra.

Esta es la última película sobre el personaje creado por la imaginación del autor Tom Clancy, con diferentes resultados en la gran pantalla, como en el caso de nuestro inolvidable James Bond, que unas pican y otras no, como pimientos de padrón. Veamos:
La caza del Octubre Rojo (1990) - Alec Baldwin
Juego de patriotas (1992) – Harrison Ford
Peligro inminente (1994) – Harrison Ford
Pánico nuclear (2002) - Ben Affleck.


Yo las veo, un poco faltas de ese picante sexual y atractivo a lo galán de Bond, por no comentar, las chavalas o malvadas de la muerte orgásmica. Quizás debido a los autores de la adaptación Adam Cozad y David Koepp, resultan complicadas en su concepción, pero simples como el mecanismo de un chupete-rodaje, nada que ver con los gadgets ideados para combatir el mal de antaño.

Kenneth araña el viejo polvo, pero se queda en lo superficial. Una pequeña marca sobre la madera de roble, y sin fumar, ni reír, no daiquiris en la playa ni trajes de baños, ni tiburones con dientes de acero, sólo él y Jack, un duelo.
Hubiera hecho gracia verle algún cara a cara con el bueno de Kevin. Lo mismo partírsela entre ambos por unos minutos habría tenido más chispa. Cosas del guion escrito originalmente, supongo.

Mi nombre es Ryan, Jack... cualquier parecido con otros es pura casualidad. Buen acompañante al título, esta Operación Sombra. Pues eso.

** Pasable **

Cinemomio: Thank you

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