La vida es una tómbola... de luz y de color rojo.
Hace un puñado de años, parecía imposible un viaje a los planetas más cercanos a la Tierra, hoy pensamos en mandar una nave tripulada por humanos a Marte, mientras el cine y la productora 20th Century Fox presenta la nueva película de Ridley Scott en el Festival de Cine de Nueva York, con el título The Martian.
Para ello, se entrega a un argumento basado en los avances científicos y la calidad visual, transformando el desierto de Wadi Rum o Valle de la Luna en Jordania, en un mundo marciano castigado por terribles tormentas, y los estudios Korda y alrededores húngaros en las salas avanzadas de la NASA.
Así comentaba Scott (desde su primer y magnífico largometraje Los Duelistas, todo evolucionó como dijo don Hilarión: Los tiempos cambian que es una barbaridad), su trabajo al lado de especialistas de la agencia espacial para preparar los datos reales, respectos al clima marciano o la resistencia de los organismos: "Cuando intentas grabar imágenes 'sin gravedad' es como si estuvieses en El Circo del Sol. Moviendo la cámara de aquí para allá... puede volverte loco. Y a los actores también".
Ridley Scott sabía "hace meses, pero demasiado tarde" que la NASA había encontrado agua en Marte.
Tanto ha cambiado el panorama espacial, que el astronauta Mark Watney interpretado por Matt Damon, se ha ido infiltrando en los últimos tiempos en el género de ciencia ficción, con resultados casi legendarios para algunos. Por tanto, también ha cambiado sustancialmente su vida como actor, desde que en 1988 participara en aquella Mystic Pizza. De hecho si el anuncio de la existencia de agua en Marte hubiera sido un poco antes, Matt se hubiera dado de bruces con algún tipo de glaciar y su mundo reducido en el invernadero habría mutado científica y biológicamente hablando.
Matt Damon se ha convertido, con su estilo simpático y templado, en un héroe por diferentes terrenos de la acción, enfundándose en trajes espaciales con voluntad férrea de mostrar que, es válido para aventuras más elevadas (de momento, volverá con Bourne, la construcción de la Muralla China o un trabajo más terrenal y esperado de la mano del gran Alexander Payne). Mientras, Ridley Scott intenta devanar los sesos para lograr de nuevo encandilar a los antiguos seguidores de primeras fantásticas películas, siempre interesado en el cosmos e historias de supervivencia personal (aviso de nueva trilogía de Alien, sin la teniente Ripley suponemos). Scott desde 1979 dirigió su mirada a la navegación por otros mundos alejados, con resultados destacados en el recuerdo del aficionado scifi.
Pero el secreto o logro de suscitar en los espectadores, el suspense tiene sus pautas y no tienen que ver, tan sólo, con la calidad fotográfica y visión artística. Para ello ha contado con un guionista en ascenso Drew Goddard, director de La Cabaña en el Bosque que adapta en Marte, el libro de Andy Weir.
Además, Scott confiere a sus personajes, una perspectiva épica para sobrevivir a las diversas amenazas, casualidades catastróficas, por factores sofisticados de seres, más o menos, evolucionados. La supervivencia tiene dos pilares fundamentales, dominio del medio y el abastecimiento de agua o alimentos, necesarios para transformar a sus protagonistas en luchadores, sustitutos del hombre o depredadores. Sin embargo, en 2015 (33 años después de la obra maestra Blade Runner) el director británico aprovecha ese empuje inercial de contemporáneos viajes intergalácticos, para ofrecer en The Martian, efectos probables de una dramática evolución en territorio inhóspito, con procesos biológicos forzosos en un ambiente tan agresivo como el planeta rojo.
Materia que queda apartada en otras vicisitudes de héroes del cine actual, pues se busca la efectividad de la acción o la imaginación; con algunas excepciones, como sucede en filmes como Naves Misteriosas o la reciente Gravity, abordando la complejidad de los viajes espaciales y el riesgo de pérdida de exploradores en el gélido vacío.
Así con la conocida misión del Apollo XIII, el público comprobó que esos problemas (debidos al escaso margen de error en medio hostil) o términos como distancia o tiempo, eran un objetivo tan alejado de nuestras posibilidades futuras, como el mismo Marte. En cambio, el hombre tras la cámara (como viajero tras la visera de su escafandra) se convence de que el abandono significa inanición o defunción, porque la necesidad de experimentación siempre intenta sobrepasar nuestros límites, de resistencia o del conocimiento. Sencillamente, la elección de decisiones futuras en caso de un peligro vital, y real.
Ridley Scott se entrega a la recreación de mundos en territorios salvajes, intentando hacer comprensible a una mayoría de público con conocimientos básicos, la tecnología, biología o botánica y la navegación cosmológica o uso de materiales. Si bien, mantener su interés de interés durante más de dos horas y cuarto, y desarrollar un argumento que fluctúe adecuadamente, debe transpirar suspense sin excesos. Es decir, que las casualidades no se apoderen de una aventura de supervivencia tecnológica. No siempre se consigue.
Para este viaje, harán falta este tipo de hombres y mujeres dispuestos, resolutivos como la pareja Damon y Jessica Chastain, más científicos que persigan un sueño de la humanidad para colonizar nuevas fronteras fuera de la atmósfera terrestre, como héroes de la mente, Scott se rodea de actores de peso y convicción como Jeff Daniels, Sean Bean, Kristen Wiig, Kate Mara, Michael Peña, y un convincente Chiwetel Ejiofor, cada vez más presente en grandes producciones (Triple9 de John Hillcoat o Doctor Extraño de Scott Derrickson).
Para mí, uno de los principales problemas es llegar a aceptar a Matt como científico del máximo nivel, esa capacidad de convicción para separar el recuerdo de otros personajes de acción habituales. Pero, a pesar de determinadas elecciones en rodajes de esta categoría, entre aciertos y dudas, el objetivo de la cámara siempre se dirige a la recreación de ambientes, en juego del espacio y la ciencia, como unos ojos femeninos y masculinos que se reencuentran a miles de kilómetros del hogar, con un baile del que dependen sus vidas e ilusiones. Mientras en ese sepulcral silencio, el latido acelerado de sus corazones (o último aliento) irá destinado a la solidaridad y el compañerismo:
- Este es el comiendo de una bella amistad.
- Pero, sólo eso Jessica, que los gustos musicales nos convierten en mundos alejados.
- Sí, siempre nos quedará Marte para recordar. O no...