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jueves, 13 de octubre de 2016

Star Trek: Beyond.


La Colmena Viviente del Más Allá.

Hace ya 50 años, durante un mes de septiembre de 1966, se emitía en nuestra edad moderna, el episodio piloto de una odisea o iniciación tecnológica para la NBC, con este nuevo fundamento catódico que sucedía en el interior de las pantallas de televisión (muchas de ellas en blanco y negro) creado por Gene Roddenberry. Sobre las aventuras de una expedición estelar que surcaría las lejanas frecuencias de medio mundo, claro, siempre que los hogares estuvieran conectados físicamente a las antenas del novedoso medio.
Aquella serie se basaba en los viajes de un marinero y su tripulación por los diferentes mares conocidos sobre nuestro planeta y una serie de relatos cortos llamados Marathon, escritos por el ingeniero y novelista Eric Frank Russell y asesoría del mismísimo Isaac Asimov. Ahora, en busca de otros asentamientos o civilizaciones más avanzadas o, adaptadas en esta ocasión, a otras circunstancias físicas a través de un imaginativo paseo por la Vía Láctea. Conocimiento, en un abrir y cerrar de ojos... o bifurcación de dedos. Como habían emergido de la mente de aquellos pioneros escritores de la ciencia ficción y algunos directores de cine con inquietudes científicas, como Fred McLeod Wilcox en 1956 dirigiendo aquella maravillosa odisea robótica en Planeta Prohibido o la serie para CBS, un año antes, Perdidos en el Espacio, con novedosas y amplias miras sobre nuestro peligroso futuro en el cosmos.

Sin embargo, mucho han cambiado las cosas desde esas masivas retransmisiones familiares y su aspecto se ha rediseñado como consecuencia de los avances tecnológicos que preveían entonces o la conciencia filosófica, por ejemplo, gracias a las comunicaciones inalámbricas, la velocidad globalizada o los motores de propulsión (aún no tan desarrollados como en esta ficción); igualmente, hemos perdido a algunos de sus rostros más carismáticos, desde la dolorosa pérdida de Mr. Leonard "Spock" Nimoy unos meses atrás, recordando que el fue precursor y era capaz de hacer sin problemas, el famoso saludo vulcano. Así como, la más reciente y dramática pérdida del joven actor nacido en la bella San Petersburgo, Anton Yelchin, que tras un estúpido accidente vio truncada una carrera cinematográfica y potencial artístico que despegaba con todo el viento a favor. Hoy desgraciadamente transformados, en mágico polvo de estrellas. Mi reconocimiento a ambos, descansen en paz.
Entonces, aunque el brillo de las estrellas tarda demasiado en perderse, o consumirse si proviene especialmente del universo del Séptimo Arte, en estos últimos cincuenta años, se tornan los rostros o se deforman las distancias frente a aquella pequeña y gris pantalla. Como se ha modificado, la visión que tenemos los seres humanos (y algún vulcaniano con ardores coronarios) de las etapas posibles de un viaje espacial al ´cercano` Marte, ya que concebimos otra forma de mirar el universo conocido, y más allá. Si bien nos dediquemos constantemente, a hacernos la vida imposible unos a otros, entre diferentes culturas, religiones o razas, contra lo que luchaba Star Trek.

Por tanto, se hicieron realidad algunas de aquellas ventajas técnicas y nuevos desarrollos espaciales, con la modificación de los sistemas de comunicación que manejamos en la actualidad desde el espacio, con numerosos satélites y una definición de imágenes superior, gracias a ese volumen mayor de datos a una mayor velocidad, sin pérdidas cuantiosas de calidad.
Aquella Star Trek, poco tiene que ver visualmente (excepto conceptos básicos), con esta nueva entrega titulada Star Trek: Más Allá, donde se continua el misticismo de la saga sobre un reciclaje temporal y ambiental, que empezase el director y productor J.J. Abrams (ahora en camino de otras galaxias y batallas más lejanas) o el desarrollo casi juvenil de unos personajes que han sobrepasado los límites conocidos de la fama y el éxito terrícola. Hoy, con incorporaciones racionales y metabólicas cambiantes, ya que se trata de la juventud tardía de unos personajes míticos y unidos, aunque con diferentes concepciones y personalidad, más espectaculares que profundas, o actrices disfrazadas de acá, como las marcianas interpretadas por la británica Lydia Wilson y la argelina Sofia Boutella, en una extensión internacional de la saga. Un joven actor de origen coreano llamado John Cho, y dos británicos más, el narrador divertido Simon Pegg con pluriempleo narrativo, y un tremebundo, malvado, apabullantemente conceptual y gutural, vengativo Kroll o comandante Idris Elba y sus polifacéticas crestas craneales.

Durante estos 5 decenios de Star Trek, se ha convertido en leyenda. Se han subastado las verdaderas orejas picudas de látex del científico Mr. Spock en eBay y Martin Landau rechazó el papel de Nimoy por la gran Misión Imposible, al nuevo vulcano se le han tenido que unir los dedos artificialmente, y junto al capitán Kirk (interpretado por William Shatner) serían los únicos inamovibles; también hemos transformado esta visión fantástica y la concepción del universo, llegando a fronteras inimaginables en el pasado o modificando de forma constante la apreciación metafísica del cosmos, desde lo social y cultural de la especie humana, hasta nuestra disposición frente al porvenir de la humanidad. Si nosotros queremos o imaginamos más.
Los seres humanos (y algún vulcaniano dormido) se despiertan al nuevo mundo, como harían nuestros antepasados descubridores de territorios inhóspitos, concibiendo esa nueva era o potencial, que nos lleve más allá, al igual que se hacen realidad otras cuestiones o ventajas que manejamos a diario en nuestra sociedad o enjambre de seres. Aunque los anteriores guionistas hayan tenido que ser sustituidos en las funciones de mando de esta nave, y sus tramas apocalípticas se identifican más con la aventura clásica, que pervive en la imaginación contemporánea como última frontera de ayer.

Aquí, devuelta la aventura con nuevos bríos y aromas del siglo pasado, por el buen trabajo del taiwanés Justin Lin tras la cámara, y el equipo de guionistas con Doug Jung (Confidence, God Particle) y un actor como Mr. Simon Pegg, formado en la narrativa de una cantera divertida junto a Edgar Wright, o el gamberro Nick Frost, cariñosamente hablando. Realizan las hazañas espaciales, con la idea de la biomecánica insectívora de Matrix y, además, conforman la cabina de pilotaje más famosa del universo cinematográfico, propagando su onda compulsiva contra los defensores de la federación galáctica, o trekkies de nuevo cuño. Son astros en funciones y en evolución de batallas multitudinarias que devuelvan el brillo a esta historia y a la constelación de seguidores de la ciencia ficción más clásica.
En este actual paseo por territorios desconocidos y corporales o temporales alunizajes, se enrola el mismo reparto encabezado por una generación nueva para la Flota Estelar, que en este 2016 irá más allá del oscurantismo pretérito de la anterior, con andanzas espaciales de la edad en una sostenida regresión de habilidades físicas, esto es, rejuveneciendo hacia adelante, gracias a actores como Chris Pine cada vez más carismático en el antiguo traje granate del Capitán Kirk, o el actor de Pittsburgh de nombre Zachary Quinto con sus orejas puntiagudas y más entidad, si bien con esparadrapo entre falanges, anular y corazón, al lado del estómago, y el neozelandés y médico de la saga Karl Urban o aquella imagen pretérita del primer beso racial en pantalla de televisión, con una actual y bella Zoe Saldana, no sé si con Ñ de sueño o sin ella.

Todos los factores confluyen en adecuar las imágenes de nuestra memoria, porque en esta nueva entrega de tardía post-adolescencia, lo primordial además de los rostros, es una construcción adecuada en su fondo y el respeto a la idea originaria (desestimada por los primeros espectadores que no estaban preparados para esa serie evolucionada), o sus posteriores películas algo desintonizadas o menos espectaculares que otras aventuras galácticas del cine.
En Star Trek: Beyond, con determinación, se hace una sugestiva apuesta por la diversión en todas las materias, cinematográficas y ambientales, desde los personajes y sus escenarios, como sus diferentes planos argumentales (aunque desemboquen en una habitual o típica venganza) y tecnológicos. Hasta unos extraordinarios efectos digitales que viven de esa exploración espacial y gigantesca, sobre las distancias televisivas, sensitivas y sensibles con los conceptos históricos que forman parte del universo Star Trek (incluido el dudoso avance de una teletransportación molecular en masa); prevalecerán dimensionalmente los mitos e instigarán la libertad de los pueblos y razas, con la ampliación de dichas fronteras verticales. Y, por encima de todo, significando la amistad como motor esencial de estas aventuras clásicas, ante las inquietantes amenazas cósmicas, que tienen cierto paralelismo con necesidades actuales del ser humano.

De otro lado, existen esas exageraciones o libertades narrativas permitidas en la ciencia ficción actual, claro. Aunque siempre prevalece la diversión por encima de todo lo inimaginable, para nuestras mentes oprimidas, más allá de la pertenencia social o las posibles amenazas cósmicas que podamos hallar en próximos viajes, con la USS Enterprise u otra de nuestra invención. Pues, el director Lin establece el futuro de la saga galáctica con una brillante puesta en escena y esa relación entre especies, agilidad en un montaje altamente cualificado y brillante fotografía, como ya hiciera en la segunda temporada de True Detective. Más allá de otras consecuencias apocalípticas (con matices exclusivos) o emociones entre las parejas protagonistas y sus amoríos, la saga Star Trek parece avanzar a esa buena velocidad warp, que le permite el entretenimiento ilimitado de batallas épicas y paseos atemporales por territorios extraños o nuevas Tierras latentes, gracias a un enjambre concebido en una realidad superpoblada, o esa tensa convivencia de especímenes en el mismo espacio, con una mirada hacia un trekkie más evolucionado y desarrollado mentalmente.
Porque en esta última entrega, en nuestra post-adolescencia marchita, lo primordial es el desarrollo consecuente que nos viera crecer en cualquier dimensión y una aventura bien construida, con el acicate del espectáculo visual que maneja un respeto conceptual y la fidelidad por la idea existencia o aquellos temas en que profundizaban los guiones. Aspectos la plasmación de profundidad mediante convincentes efectos digitales, vivencias digitales acordes a una buena exploración espacial y sensitiva, o la primordial extrapolación corporal del tiempo y cierta idea shakesperiana, que desemboca en venganza tomando caminos propios de Star Wars, como la sublimación de la amistad, la traición y la posterior redención, el renacimiento de las propias cenizas, sobre todo, el cariño por esos hechos históricos que forman parte del universo Star Trek y su mítica banda sonora.

Por consiguiente, algunos dudarán, pero divertidos con Star Trek: Beyond, donde continuamos el camino emprendido en la televisión y diferentes adversidades terrestres o determinados aciertos por el cine, mediante un reciclaje de la saga en manos de este director Justin Lin (antes de lanzarse con nuevos anuncios sobre un nuevo caso Bourne, Highlanders, los juguetes Hot Wheels o, incluso un Space Jam 2 con Lebron James) y esmerados efectos digitales sobre Vancouver, Seúl y Dubai, de esta generación coproducida por Paramount, Skydance Media y Alibaba Pictures, que comenzase con el poder y la imaginación oscura de J.J. Abrams. Ahora productor solamente ante su expansión por otras galaxias y su lado oscuro.
Lin es ese último eslabón de la evolución o la penúltima frontera conocida de Star Trek como futuro de aquel episodio llamado "La Jaula", hasta ahora, con aventuras más espectaculares y derivas o comportamientos extremos, más allá de, consecuencias temidas por la transformación de la materia viva o de conflictos, entre amor, amistad y esas diferencias raciales o marcianas. Ya que avanza a una adecuada velocidad ´warp` y mucha eficacia visual, hacia el entretenimiento combinado de láseres, escudos antimateria, mentes y estrategias comunales, en formaciones de enjambre como otra forma de concebir la realidad. O la multiplicación de nuestros factores, allá arriba y adelante, como decía la canción de la Locura.
O esa otra, compuesta por Alfredo Le Pera e interpretada por Carlos Gardel, más o menos decía así:
´cincuenta` años no es nada... que febril la mirada, errante en las sombras, te busca y te nombra. Vivir y... Volver. Star Trek...
si bien nunca fui fanático, ni me consideré uno de aquellos trekkies almidonados... sólo puedo decir, hasta el infinito y otras cinco décadas más allá... digo... LARGA VIDA y PROSPERIDAD.

Star Trek Theme.


Star Trek Beyond - Sabotage (Beastie Boys)


Live Long and Prosper: The Jewish Story Behind Spock, Leonard Nimoy's Star Trek Character.



domingo, 3 de julio de 2016

Green Room.


El Destino y el Terror a lo real.

Probablemente, ya estés habituado a seguir los pasos en el cine, de un grupo de jóvenes que se pierden en algún paraje aterrador y caracterizados por un lavado oportuno de sus cerebros. Más extraño es, que esta gente desubicada actúe en un lugar tan desprovisto de seguridad y su localización frondosa y fértil (en el interior del estado de Portland cerca de la costa noroeste del Pacífico) pudiera sugerir el título de la película, con este nombre de Green Room. Tratando de despistarnos sobre la oscuridad en ciernes.
Sin embargo, el director y guionista Jeremy Saulnier (autor de un filme independiente premiado en Cannes con otro colorido título de Blue Ruin) continúa la moda de encerrar a la gente en algún espacio con proporciones reducidas y ambiente insano, como este lugar al que viajamos con una banda juvenil de rock-punk, sugestiva e intencionada de forma ideológica, con el nombre de The Ain´t Rights. Los "no hay derechos".

Efectivamente... además, existe un tipo de obras cinematográficas que parecen preconizar algún tipo de acontecimiento futuro o se encargan de incitar en el público, alguna reacción determinada a los dramáticos hechos acaecidos durante su filmación o exhibición. Así ocurriría con algunos títulos como Rebelde sin Causa, Polergeist, The Crow, El Caballero Oscuro, o recientemente con el triste fallecimiento en extrañas circunstancias del intérprete de origen ruso, Anton Yelchin (natural de la bella San Petersburgo), y un buen actor con una prometedora carrera cinematográfica que ha visto truncado el sueño, por una maldita visita desafortunada o el denominado de forma poética, burlón destino.
El singular Yelchin tenía la fuerza para conferir a sus personajes (desde aquella Alpha Dog, el Pavel Chekov de Star Trek, la entretenida nueva versión de Fright Night o su aparición en la bella y deprimente Sólo los Amantes Sobreviven de Jim Jarmusch) y manifestaba un estilo propio con una profundidad creciente en sus papeles dramáticos. Incluso, el joven actor de 27 años perteneció una etapa, como músico de otra banda de punk-rock en su vida real. Ofrecía en sus trabajos para la gran pantalla, una variedad registros que le permitían pasear por la inocencia y las raíces más reivindicativas, guiando sus pasos y mente a un éxito que crecía con cierta solvencia. Desgraciadamente, su habitación verde particular se desmoronaría por un choque accidental, después de tantos esfuerzos por traspasar la puerta del éxito.

Vacía, con los recuerdos colgados en sus paredes, como fotogramas de un filme inacabado y maldito. Pero, artísticamente hablando, el director de Green Room, resiste a cualquier desgraciada aparición no prevista, ofreciendo una de las últimas oportunidades de observar la calidad de Anton Yelchin a la hora de enfrentarse al terror y erigirse como un desafortunado superviviente. En el realismo actual de una debacle social, el actor alimenta la leyenda de los 27 caídos, estrellas en ciernes y de calidad sobrada para actuar en empresas de mayor envergadura o responsabilidad, reconocidos por el gran público. En fin, una pena.
Esta es la vida del funambulista, en delicado equilibrio sobre las marcas de un suelo movedizo y cambiante que produce la sociedad, como esa ideología que esconde el trabajo que comento aquí, también temerosa y terrorífica. Pues, en la historia del cine de terror, ésta, ha llegado mostrando diferentes y delicadas caras, por los más diversos caminos y sobrepasando los límites de lo correcto o éticamente aceptable. El miedo no tiene fronteras cuando aparecen las actuaciones más radicales o salvajes, entre los ´pacíficos`seres humanos.

El director Saulnier se aproxima a una realidad que avanza en todas las direcciones y asusta al mundo, con noticias preocupantes en cada rincón del planeta. Green Room, es la conciencia que nos habla desde una habitación cerrada, que nos introduce en un territorio desconocido, que implementa en sus círculos a cada lado de la línea, la ley del silencio o el miedo, y actúa con sus negocios como las familias mafiosas.
En este territorio furtivo y salvaje, el espacio natural se transforma en una pesadilla irrespirables condicionada por la suciedad de un club y sus acólitos, mientras una banda lucha por hacerse un hueco en el mundo discográfico o, simplemente, seguir viviendo con cierta solvencia o comodidad. A pesar de las fiestas, el consumo y una sordera incipiente, su retirada festivalera no apartará la vista curiosa, sobre una historia que no deberían presenciar, como casi siempre en estos territorios contrarios a la libre circulación de personas y motivados por negocios bastante siniestros o sucios.
Próximos o rivales, su dimensión va más allá de la ideología histórica y las pintadas sobre las paredes, de la formación de ejércitos que luchan con sus comportamientos sacrílegos, en convergencia real de un punto muy peligroso sobre nuestra conciencia racional. Porque, la sociedad queda encerrada en la suciedad, en banderas colgantes y cabellos de colores, reducida a un grupo de resistencia que permanecerá entre cuatro paredes o una Green Room devastada, por mala suerte de sus actores desafiados a un encierro sistemático o masacre, o debido a una endiablada coincidencia o curiosidad.

Al otro lado de la siniestra puerta y los gritos amenazantes, sus comportamientos están condicionados con un odio creciente, que se oculta en la oscuridad de un mundo más extremista. Una tapadera de reivindicaciones que choca con el paisaje frondoso del exterior, sobre los negocios de una región o territorio, tan premonitorio como violento. Ya que, los músicos punkies han ido buscándose la vida junto a sus llamativos (o la supervivencia), junto a sus llamativas y significativas canciones, elementos o dueños de un directo pesado y provocador, crítico y sudversivo. Si bien, la incertidumbre de su trabajo errante, les introduce en esta estancia de pintura verdosa y sangrienta, poco luminosa y con la atmósfera underground, sobrecargada y amenazante, llena de recovecos impredecibles. Aunque, lejos del carácter reivindicativo de sus letras, el movimiento político y corporativo se va transformando, simplemente, en una banda criminal. En el sentido contrario.
Consumidos por la desazón y la falta de alicientes sicotrópicos, se va desarrollando esta historia confrontada, desde un concierto que transformará su proceso creativo y, quizás, sus próximos pasos en la vida, "por ejemplo, la escena con el perro, sentados en la cuneta, es una huella representativa del futuro y la tristeza de los supervivientes a una violencia racial y programada históricamente". En el ambiente malsano y superficialmente engañoso, con sus trucos en el espacio reducido y las consecuencias increíbles para un aficionado al terror, el guion se decanta por una acción que se debate entre el suspense y el efectismo de una mandíbulas en busca de sangre de un público joven, o necesitado de manifestaciones sangrientas. Por tanto, del montaje de las escenas y la ambientación claustrofóbica, nos envuelve en el recuerdo de un Asalto a la Comisaría 13 de John Carpenter y focos de resistencia frente a alienígenas u hordas de muertos vivientes, sin vistas, en el interior de una pequeña Habitación Verde y sus desquiciados ocupantes, luchando contra las huellas del pasado.
En sus botas, Anton Yelchin, las menos conocidas de Alia Shawkat y Joe Cole, o la inglesa Imogen Poots (Noche de Miedo, Knight of Cups), Mark Webber (Scott Pillgrim contra el Mundo, Jesabelle) tratan de impedir como pueden el paso, al otro lado conformado por adultos que se levanta a la sombra de un escuadrón camuflado, en el que destacan su amigo y actor fetiche Macon Blair, Eric Edelstein (uno de los muchos y nuevos personajes en la televisiva e incipiente Twin Peaks) y, especialmente, la figura patriarcal de un Patrick Stewart, enigmático y sombrío. Un papel subversivo al que se entrega firme, por una causa ilegal de consecuencias devastadoras para todos.

Batalla por la cruda supervivencia, con la banda sonora como telón de fondo y la oscuridad mental aullando en los pasillos plagados de hordas o escuadrones de la muerte, mordiéndote el cuero en tus pies y apagando el grito en sus gargantas. Hasta convertir el verde sucio, en rojo sangre como una condecoración al mérito de unos actos mortíferos, y en el frustrado interior, se identifican sus personalidades truncadas, de uno y otro lado, aparecen las observaciones impostadas y la necesidad de proteger un negocio que se derrumbaría sobre las vidas de unos inocentes. Desde luego, el que salga de esta colección de iracundos y grafitis, no mirará igual el horizonte bajo sus pies calzados con el terror metálico.
Podría haberse tratado de un filme, sobre el alcohol de alta graduación, las sustancias ilegales y el rock&roll, sin sexo, pero, va emprendiendo un viaje siniestro y truncado, donde no queda espacio para las relaciones personales, jóvenes pasándoselo bien en circunstancias alegres, en teoría. Y así, se decanta por la anarquía de las imágenes, las mandíbulas de acero, trampas como cuchillos o balas contadas, a la espera como Sean Connery en el remoto y profundo espacio de una Atmósfera Cero, alejado de las condiciones extrapoladas a la libertad del Mount Hood National Forest de Astoria, en Oregón.

Según se desprende de la teoría política, se centra en el mercadeo y la mafia con sus inconfundibles reglas sobre el conocimiento de sus actividades. Frente a canciones premonitorias, se suceden las amenazas, golpeando carne, fracturando huesos y abriendo las arterias, a una sucesión de correrías más estereotipadas del héroe o la víctima, cuando se pierde en escenas alimentadas por una supuesta ceguera argumental o el crecimiento de tópicos como la espuma de una cerveza. Exagerados, los tiroteos buscan el efectismo barato en contra de una estructura más enfermiza, que hubiera elevado el carácter promovido en otras cintas de terror.
Aunque la realidad es suficiente aliciente, para acercarte a un agujero de inmundicia y la numantina resistencia de unos miembros seccionados del éxito, intentando salvar el propio y tatuado pellejo. El otro, la impactante seguridad y tranquilidad flemática de Mr. Stewart dirigiendo sus fuerzas de combate, para evitar el derrumbamiento de su forma extrema de vida, cruel identidad y sus negocios ilegales. Próximamente, el actor de Yorkshire pondrá la voz al Capitán en la cinta de animación Spark y una nueva entrega de Lobezno como, insistente profesor Charles Xavier.

Aparentemente, todo estaba controlado en el suspense, hasta que se extralimita en un montaje más caótico, con acciones más crueles que impactantes por su capacidad artística, y sustrayendo la raíz ideológica que quedaría en segundo término. Quizás, para no hacer más daño a este mundo impredecibles, como una especie de purga emocional y básicamente subjetiva, cuando las misiones ofrecen una hostilidad en aumento, una especie de tómbola o tiro al pato, con buenas actuaciones y cierta dosis de incredulidad por parte del seguidor del género de terror.
Por otro lado, el sufrimiento excesivo, incrementa la tensión y se deja acariciar por esos trucos hábiles y desconectados con el espacio y los tiempos cinematográficos, con el sonido y las sombras como protagonistas de nuestro miedo. Entonces, ese habitáculo manchado de sangre, mengua o crece según se aproximan las posibilidades de una fuga increíbles, tanto visual como argumental. La imaginación limitada en ambos extremos, abren un camino en falso para facilitar el seguimiento de nuevas sorpresas ocultas, que según disminuye el conteo de balas y los enemigos exhiben sus colmillos en la oscuridad, se halla un lucha más descarnada, cortante y atmosférica. Es el momento para una estética y los diálogos, que aumentan la confusión y la protección de unos valores que defienden su diversidad de pensamiento y la libertad de acción. Atrás, queda un reguero de dudas e imágenes con un fuerte impacto cultural, y voces que piden la asistencia de la policía en su defensa.

En ese territorio verdoso de Green Room, algo singularmente silenciado, el atractivo dudoso de formar parte de un movimiento, que emparenta a los amos con aquellos seres esclavizados, con los lazos de la violencia verbal y física. Algo que podría ser combatido, si quisiéramos, mediante la educación y la creación de nuevos espacios de entendimiento entre sociedades diferentes, algo terrible que se desangra en nuestro futuro como civilización inteligente... en favor de un instinto más básico que alumbra las lágrimas de la identidad, con soledad existencial o muerte.
¿Cuál de las partes enconadas, es más animal...? La de lágrimas innatas tras una batalla irreverente que nos separa más, o la que alimenta el horno del odio con carne de nuevos inocentes. Da igual, el caso es, nuestro nulo entendimiento.

A pesar de esas visiones estudiadas de combate diario y las reticencias culturales (entre los que no entendemos estos mundos contra la razón equilibrada o la convivencia), se edifican los cimientos de la actualidad diaria, en un Green Room tan ligera como sugerente, pero radicalmente impactante. Un bocado amargo, primitivo en su concepción, aunque dramático por la contemporaneidad de sus reflejos en la sociedad. Una brecha en nuestro pulso, europeo y planetario, que significa una puerta cerrada a la paz y, un sentido homenaje a un buen actor llamado Anton Yelchin.
Descanse en paz.

Green Room Soundtrack - 01 "Weapons Ready"


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