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sábado, 14 de marzo de 2015
Inherent Vice.
Tomad y fumad, todos de Él.
Los detectives privados somos una rara avis, dispuestos a ofrecer una buena historia escrita a todos aquellos que mezclan los efluvios alcohólicos y la intensidad del humo para rodearse de personajes inherentes y viciados. Va con nuestra naturaleza, observar y pensar, pensar o divagar, para al fin actuar.
Amantes del cine negro, somos el ejemplo perfecto en la literatura y el cine, de la psicología entre hombres y mujeres o el retrato de un revólver humeante que recién dispara balas, envenenadas como las palabras recortadas entre bocanadas y notas de música envolvente. Los 60 fueron una época demasiado carismática y colorista, ecos de bocanadas grises en film noir que regresan a finales de la década y comienzos de los 70 con sus repercusiones psicológicas y sociales.
No recuerdo siquiera ese momento, en que entró "ella" por la puerta, como ajustada en el dintel con su corto vestido naranja y flores en el pelo. ¿O era hierba entre sus labios?
Esta vez, no fue en el interior de mi despacho ni en una consulta de dentista (creo que hubiera preferido ser ginecólogo) dispuesto a atender los males internos de aquella joven, la caries de un ex-amante y con un presente bastante retorcido.
Aquí estamos los dos, de nuevo, en mi desvencijada y solitaria habitación, un apartamento tan apartado del mundo que las sustancias prohibidas llegan antes que las noticias, el amor o un nuevo caso. Aunque, la chica de ayer se había convertido en una mujer de armas tomar, atractiva y sensual... como siempre había sido caminando por la arena.
Aquellas flores y su forma de caminar por la playa, que tantas veces me habían cautivado, con su corto vestido hippie me devolvió a la confusión más profunda, acrecentada por sus frases disparadas a bocajarro. Lo que estaba meridianamente claro, es que trajo sus problemas hasta mi cuerpo y mente viajeros, otras veces vago en apariencia, pero aturdido por todos los productos que confundían la claridad con los sueños alucinógenos y las risas fuera de lugar. Como si un director de cine quisiera hacer múltiples giros al contar el argumento de su nueva película.
Así, un director como Paul Thomas Anderson combina con clarividencia, aquella variedad multicolor con los encuadres geométricos o los primeros planos volcados en la interpretación de un elenco lisérgico, como un viaje dorado en velero.
Anderson y este nuevo mundo se introducen en nuestras conciencias, todas adictas, al ritmo de la confusión de guitarras y la efectividad en las imágenes aguantando esos planos durante minutos de placebo para espectadores poco comunes. Con diálogos brillantes y escenas de humor hilarantes, como una sobredosis de buen rollo generado por el texto, el cine negro y las situaciones sexuales, de esta descabellada y genial Inherent Vice.
Recuerdos de viaje por amores embriagados y visitas enloquecidas, desde un universo multicolor por las noches de boogie y relaciones no tan "wonderful world" a escenas enmarcadas con iluminaciones de tonalidad azul que son las preferidas entre magnolias y los brotes o mercancías de una guerra inútil como la de Vietnam; así como el tratamiento diferente y personal de sus personajes, toda una revelación de su estilo ya captada en sus anteriores seis filmes.
Otros lo habían intentado en el pasado, como los Hermanos Coen o Terry Gilliam rodando con el destino en estado comatoso-onírico y los encuentros casuales en paraderos desconocidos entre humo y la niebla, tugurios y fiestas por las que se escuchan las viejas tramas familiares mezcladas con el olor de la marihuana, las mafias orientales de blanqueo al cuadrado, de drogas y trata de blancas. También, el descrédito de las fuerzas policiales inmersas en asuntos económicos y políticos con un tono guasón hacia su incompetencia. Porque en Sidney ya enseñaba ese mundo atraído por el color verde, del dinero y los pozos oscuros de la ambición.
Todo un guion basado en la obra agasajada de Thomas Ruggles Pynchon, destinado a la diversión y las mentes pasadas de vueltas que se vieron sorprendidos por un tal Charles Manson, el elegido y sus acólitos. Un escritor metido en faena, pues el aprendizaje se basa en el coqueteo con toda la parafernalia hippie de la época de Los Ángeles, al estilo Dashiell Hammett ejerciendo de detective en la agencia Pinkerton de Baltimore.
En cambio, se abre en su libro todo un mundo despiadado de depredación inmobiliaria que se traduce en tensión para el cine, sin elementos violentos en pantalla (salvo fiambres inmaculados o no presentes en escena), de tráfico de estupefacientes sin amarillos sólo con risas, y cargos políticos corruptos con una carga crítica hacia sus ideologías, guasa de policías confundidos y entregados a menesteres de excavación nasal, y centros de salud que esconden una cara más negra, tanto como una cruz grabada en el cráneo. Y dientes, muchos dientes, enfermos y sobre todo, risueños.
Ella, como la imagen de un fantasma atractivo que regresa una y otra vez, siempre había marcado las distancias, pues no era la típica chica con previsiones de convertirse en una mujer casada rodeada por una caterva de niños gritando alrededor e inocente como una doña Inés, con ánimo de entregarse al éxtasis. Ella en la inolvidable presencia de Katherine Waterston (The Disappearance of Eleanor Rigby) preferiría la inestabilidad, el dinero y el buen sexo. Pero "ella" no era única, sino muchas otras magníficas confidentes.
Joanna Newsom, sin su arpa, es la tercera persona con las palabras de Pynchon a través de su personaje Sortilegio, Jeannie Berlin (Margaret) es la estrella y tía decadente Aunt Reet realmente sorpresiva, Serena Scott Thomas es Sloane Wolfmann esposa y vividora, Maya Rudolph con su personaje de asistente ´enteradilla` es Petunia, Shannon Collins es un vicio pelirrojo llamado Bambi, Jena Malone es la desdentada y asesora sobre adicciones Hope. Ahora un grupo de cuatro actrices jóvenes con talento Yvette Yates es Luz, Sasha Pieterse es Japónica, Jillian Bell es Chlorinda y Elaine Tan como Sandra.
Una Belladonna directa a la conciencia y los pulmones, la competencia de Reese Witherspoon (Mud, Wild) como amiga y ayudante fiscal del distrito Penny Kimball fumadora, y http://en.wikipedia.org/wiki/Belladonna_(actress) Hong Chau es la llave maestra llamada Jade que abre las puertas a otros mundos oníricos.
Ahora todas se agolpan plagadas de muescas en sus pieles, ya que tenían oscuros asuntos entrometidos entre sus lenguas y sus manos. Y las nuestras como espectadores masculinos.
Él, o nosotros (yo mismo también), tampoco somos el típico detective extraído de aquellas viejas películas negras de Hollywood que serían rescatadas por Polanski en Chinatown y otros ardores o el Manhattan Sur de Cimino, ni usábamos una gabardina raída por las sombras del pasado, en un retorno del galán tocado con un sombrero de fieltro y ala torcida sobre los ojos. Porque, la imagen de Larry Sportello tendrá para siempre este nuevo lustre, junto a la increíble interpretación del nuevo Nota del cine, caracterizado en un rizado John Lennon por Mr. Joaquin Phoenix. A cuyos pies negros me arrodillo ante su exhibición desfasada.
Este personaje que se identifica con un Doc de almas perdidas, siempre tendrá la cara bonachona y reconfortante de Phoenix en estado de gracia. En todos los sentidos, tanto dramáticos como de comediante sin medida ni zapatos, retozando entre faldas y otras materias ilegales e inherentes a cada uno.
Existe en el elenco masculino, recuerdos de películas y detectives que comenzaron sus aventuras con una entrevista sorpresiva. Desde la inteligencia yonqui de Sherlock Holmes dando comienzo a sus casos y resoluciones con su mente prodigiosa, abriendo camino a las nuevas generaciones que se meten en su guardapolvos actual y negro, de investigadores con visitas Desde el Infierno o asesinos sin cabeza a Jhonny Depp, ciudades del pecado y las drogas como polvo de corazón de ángel que tomara Mickey Rourke en otros tiempos de seducción.
Aquí aparece la "masculinidad" de Josh Brolin (Guardians of the Galaxy) en un papel magnífico de raza y dominio de otras lenguas, Benicio Del Toro mucho más centrado que otras ocasiones cercanas, Michael Kenneth Williams el pantera que jugaba a comerciar con la bestia aria de Keith Jardine, Martin Donovan como padre demasiado ´conservador`, Peter McRobbie como asesino del bate o los doctores interpretados por un habitual de las películas de Anderson como Martin Dew y Jefferson Mays como doctor del mal.
Por supuesto, sin olvidarnos de un grupo de policías que hacen las delicias del descaro y la burla en carne propia, inherente. Los actores jóvenes Christian Williams y Jordan Christian Hearn entremezclados con la figura de un actor de series de antaño, que es rescatado por Anderson con un papel que recuerda a la vida de Errol Flynn. Su nombre Jack Kelly partícipe en infinidad de entregas en capítulos de western para televisión y otras como Batman, Ironside, Banacek, McCloud, Hawái 5-0, La mujer biónica, Hulk, etcétera, etcétera... Son los episodios del nacimiento de los seriales y los detectives en la pequeña pantalla, ahora elevados a su máximo exponente desde que David Lynch creara a su agente (y nuestro) Dale Cooper en la sonrisa de Kyle MacLachlan, mientras James Moriarty desempolva su obsesión contra su archienemigo Benedict Cumberbatch, y todos recordaremos a Rustin "Rust" Cohle fluyendo en las palabras y los actos de Matthew McConaughey, para siempre.
Pero, me quedo entre todos los personajes y cameos con, Eric Roberts evolucionando hacia nuevas metas e infinitos proyectos, más otro rescatado, Martin Short en un papel que me recuerda al cirujano dental de La tienda de los horrores interpretado por Steve Martin, y especialmente a Owen Wilson que va acicalando su imagen de actor con algunos papeles interesantes en los últimos tiempos. Cosa de la que me alegro por su futuro.
Bien, rebobinando la cinta... ¡zziiiiiip! Entonces, esta Inherent Vice de Anderson recuerda a mucha parafernalia de luces y sombras que rodearon a los grandes investigadores, aliados con diferentes formas de tratar la trama policiaca. Los de los años cuarenta basados en personajes de Dashiell Hammett, James M. Cain, Daniel Mainwaring o Raymond Chandler, pero pasados de vueltas.
Aquí, esta perspectiva más actual significa comedia, pero con la misma atracción peligrosa en cuanto a las mujeres depredadoras, el combate con el crimen y ese extraño acidulante ilegal característico de Paul Thomas Anderson gracias a un Pynchon entregado a la causa de entregar su primera novela al Séptimo Arte.
Por el contrario, no para mal, la banda sonora que comparte estas actividades detectivescas y adulteradas, proviene al sentido contrario de los compases del jazz y la épica de las grandes orquestas, el clasicismo de Max Steiner o la simbología del blues se ha transformado en música atmosférica con resonancias electrónicas y rock psicodélico, más acorde con los nuevos tiempos que abrían una nueva era.
Ay detectives, ingrato trabajo que te aleja de un vida de confort y un amplio jardín con niños jugueteando.
Pero, nosotros los espectadores, os necesitamos como el mundo gira alrededor de un amor desperdiciado (pensaba para su interior este detective, ya acabado definitivamente), buscamos otro asunto viciado entre el crimen pasional y los intereses monetarios, engaños envueltos en papel de fumar y cartas astrológicas leídas en tercera persona, como la Tana de Marlene Dietrich lanzándole los dardos al Mike Vargas de Charlton Heston, en la genial Touch of Evil del maestro Orson Wells.
Pero quizá, uno de los factores que hacían a esta historia algo verdaderamente atractivo eran, una cantidad de personajes con una personalidad definitiva, abstractos en muchos instantes, extraídos a su vez de un filme de los hermanos Coen, del camarote alocado de los Hermanos Marx y otras alucinaciones divertidas al estilo de Miedo y Asco en las Vegas. No aptas, eso sí, para mentes cerradas a las sensaciones contradictorias y diferentes, ni a los cinéfilos que quieren un estilo homogéneo en las carreras de sus directores preferidos. Gracias por el cambio, Mr. Anderson.
Y es que el riesgo y la comedia disparatada es una opción denigrada por aquellos críticos demasiado escépticos de la risa o estereotipados con la tristeza como alter ego, en definitiva, serios. Si puede decirse, algo contradictorio que me fascina, como muestra de diferencia visual para todo policiaco o una película de Anderson desmarcada de las reglas básicas del cine negro, aunque con ciertos rasgos semejantes a ciertas películas anteriores.
Son evoluciones sorprendentes y mágicas, pasionales o pasotas, de un autor que arriesga en la forma de contar películas e intenta sentar otras bases en el lenguaje visual.
O acaso no es arriesgado, la mezcla de estimulantes y las carcajadas silenciosas, con el tráfico entre hermandades arias y panteras negras, las recalificaciones y pelotazos inmobiliarios a través de construcciones masificadas con la sensualidad de una habitación que ofrece una de las secuencias que se recordarán como características del cine norteamericano.
Cuando observamos su cara angelical, "angel face" y toda esa profundidad con un cuerpo hundido tras sus turgentes posaderas, y la mente del detective volando, como embaucado ante la escena del sofá entre Don Juan y una Doña Inés, cambiándose las tornas de la conquista ideada por Zorrilla, de lengua y labios afilados. Sexo, drogas y rock&roll.
&
No tengo más que decir, porque es mejor verla con calma y tiempo de degustación. No apta para paladares delicados o encorsetados.
Para mí, junto a Magnolia y Punch-Drunk Love, el trío de sensaciones novedosas y frescas que sitúan el cine de Paul Thomas Anderson como nuevo aire del mundo cinematográfico.
Viciado eso sí, pero mágico.
***** Muy Buena ****
Don Juan Tenorio (con el permiso de D. José Zorrilla, poeta y dramaturgo español):
¡Cálmate, pues, vida mía!
Reposa aquí, y un momento
olvida de tu convento
la triste cárcel sombría.
¡Ah! ¿No es cierto, ángel de amor,
que en esta apartada orilla
más pura la luna brilla
y se respira mejor?
Pues mira, Doc, qué maravilla,
No te fumes la vida, y pásamelo.
Yo te acerco luego a la luna,
a las estrellas o... qué se yo.
Tu siéntate a degustar a María,
mientras te traigo algo de comida,
cuando veas lo que ofrezco, desnuda,
si que vas a respirar mejor.
Porque los sueños son como pequeños estallidos pasionales, cuya mecha se puede apagar salivando un poco sobre los dedos.
*** The End ***
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