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miércoles, 18 de marzo de 2015

Magical Girl.


Sacristán en la mente... y Vermut en mano.

Cuando me disponía a hacer un comentario complicado del filme Magical Girl, el director nacido en Madrid e ilustrado Carlos Vermut paseante por dibujos en Metrópolis de El Mundo, me dio con su cártel las claves necesarias para comprender la fractura de unas palabras escritas con la distante realidad.
Corazones divididos en historias que recurren a su unión casual en el centro de los vicios, necesidades, o sueños. Cuadrículas (y ventrículos heridos) que remarcan la cara más ambigua de la vida.

Confundidos en la verdad y la mentira,
sin certificar, si es su historia o la mía.
Viajar entre sueños o las reales vidas,
siendo sólo, náufragos a la deriva.
Todo es espera.

En nuestra propia penumbra, a solas, se sienten las cosas tan diferentes.
Cualquier resto de nuestra imaginación se confunde con la responsabilidad de otros, cualquier amor no correspondido se somete a la agresividad de otras manos, y todo el pasado confluye de golpe con la sintonía de una canción clásicamente española en la oscuridad de un teatro de los sueños.
Allí, esperando sentado en la butaca para vislumbrar una nueva historia, me encontré con cuatro (divididas en triángulo), era la primera vez que escuchaba una musiquilla tan histriónica como desesperante me parecieron los primeros instantes. En el Mundo tan separado de Magical Girl, con sus vestidos y muñecas, me sentí tremendamente perdido. La verdad es que esa música no era, ni por asomo, lo que preferirían mis oídos.
Sin embargo, el primer rechazo educativo había sido tan mágico, que esperé.

A la vez, algo no funcionaba en mi subconsciente, con personajes que concedían deseos que no entendía. Y tampoco imaginaba las vidas que sus rostros virginales pretendían, ya que no iba a ser necesario darles un sentido concreto en mi cabeza perdida. Ni en el corazón.
Al principio como en la creación del Mundo, todo era tan confuso como irreal. Una chica que mantiene una tensa relación a mano cerrada con su tutor y profesor, concesiones y rechazos del universo de los adultos que transitan por el lado oscuro de la vida. Tal y como, hemos sido educados con el sentido de las imágenes clásicas del cine. Educados para transformar los deseos en terrores o viceversa.

La música y los ritmos cursis difiriendo tanto de mis gustos que se transformaban con el tiempo, en melodías clásicas y sentimiento.
Y las entonaciones niponas de anime, tomaron una mayor importancia, si cabe.
Aquellas dudas iniciales, no importaban, pues Magical Girl y el guion del propio Carlos Vermut (también imbuido por sus dotes caricaturescas) avanzaba violentamente hacia otras perspectivas y personajes inmersos en la oscuridad. Aquella penumbra se despejaba hacia una atmósfera más densa, tanto que era imposible despegarse de este nuevo mundo ante mis ojos, mascando una tensión tan placentera como malsana. Aunque las presencias invisibles se difuminen en una habitación infantil o un pasillo con vistas al infierno.

En este Mundo de extrañas miradas y sintonías que cortaban el paso del tiempo, todo cambiaba hacia el averno dónde el Demonio hace de las suyas con la Carne de los inocentes. Y los vapores desprendidos se hacen cada vez más irrespirables.
Dando lugar a la sensación de pérdida y el sexo jugando con el dolor de una venganza venidera.
La música cambia y te transporta hacia la irracionalidad de los sentimientos, la irascibilidad como medida del tiempo y los reproches sobre comportamientos al límite de lo correcto.
Pues, el mundo se dividía entre el cielo de aquellos ojos inocentes, y la tentación de demonios con su carne, dónde es tan importante lo que vemos como lo que imaginamos.
Y Carlos Vermut imagina la seducción junto con los hechos sangrantes sobre la tentación, el engaño y el dolor.

Vermut, que era desconocido por mí (incluida su primera aventura llamada Diamond Flash), a partir de estos momentos oníricos formaba parte de mi lado más oscuro, de este mundo salvaje donde no queda sitio para la esperanza, y las niñas de fuego celebran sortilegios entre juegos de magia y fantasías prohibidas, recuerdos para masoquistas.
Porque la estética de Magical Girl procede de las viñetas, se reproducen las miradas entre primeros planos inagotables, que son sostenibles en el tiempo, inabarcables por barrios de angustia y caseríos repletos de temor, paseando entre la ilusión y el desencanto, la pasión y el odio. Con la voz de Manolo Caracol alzándose entre recortes y balas a quemarropa.

Así, me encuentro con el corazón partido, y en cada aurícula o ventrículo se coronan las caras de sus intérpretes. Mujer y niña, una que empieza brillantemente como Lucía Pollán y la otra ya convertida en uno de los rostros de mayor interés del cine español como Bárbara Lennie (La Piel que Habito, El Niño), impresionante. Y dos hombres enfrentados sin razón, un Luis Bermejo golpeado por la crisis y el don de la tranquilidad, y un José Sacristán que es la imagen viva de la fría justicia. Confundidos.
Son los fantasmas de la carne que sobrevive en un mundo que sigue girando, o muere, de necesidad.
Al ritmo de unos ojos... de fuego, en la piel de un actor mayúsculo como Pepe, aunque estemos en las antípodas del mundo intelectual.

Y, a pesar de todo el surrealismo conceptual y la casualidad exacerbada, las caras se mantienen en nuestra memoria dibujando unas vidas con luces y sombras, más sombras. Permitiendo que nuestra mente se crea toda esta incongruencia que no necesita de más explicaciones que las imágenes. Porque en el mundo imaginario de Vermut, muchas veces, simplemente no es necesaria.
Tampoco sería los mismo si diéramos una respuesta clara a los desaires de la atracción o el amor, si intentáramos comprender la injusta enfermedad en una vida joven, ni una situación crítica que nos lleva a realizar acciones que, de otra forma, nunca acometeríamos. Como a ser ejecutores o víctimas por ser simples espectadores de vidas de película.
Yo, admiro su valentía.

Si bien, Magical Girl comienza como una irresponsabilidad y un calificativo, se convierte en una vorágine de sentimientos salvajes, fascinación y notas coloridas de un pueblo y su raza. De la pesadilla de un zaino toro, a la negra estirpe anudada como un corbatín al cuello, y enfrentarse cara a cara con el miedo y la estocada de un verdugo en lo alto. Más reproches al borde de la cama.
Por tanto, los rostros rotos se graban en el cerebro del espectador, del mío. Antes de entrar en las puertas del infierno, demonios con cara de ángel y danzas infantiles que se convierten en aquelarres macabros. Sugieren lo injusto de nuestras vidas y la convivencia con los recuerdos innombrables y los errores del presente.

Carlos Vermut y Magical Girl, se encaminan hacia la transgresión de las reglas, el texto como motor que se aproxima hacia el culto cinematográfico.
Una especie de Bergman castizo, que deambula por laberintos insondables de la psique humana, tanto masculina como femenina. Por músicas encumbradas como poemas de sangre y dolor, protegidas de Aquí y Allí, que lograron alzarse con las mieles del triunfo en el Festival de San Sebastián.

El resultado es una de las películas más innovadoras del cine español actual y de siempre, de pluma madrileña y viñetas cercanas recortadas en una pantalla, prestando atención a sus ojos viciados y viciosos. El filme mantiene una progresión exponencial que perseguirá en el tiempo a sus personajes, para próximas generaciones de espectadores, pero no apta para conciencias que buscan comprensión o historias reconocibles en su plasticidad lógica.
Quizá por ello, el deseo de Almodóvar ha saboreado este Vermut para dibujar nuevos mundos.

Más bien, Magical Girl se comporta como una niña inocente, o no, con sus mirada cáustica y el sabor de la carne. Porque, es como esa pieza maestra de una generación nacida en Madrid que no encaja en el mundo que hemos creado.
Personalmente, mi duda al comienzo se ha transformado en una realidad con vistas al futuro de nuestro cine.

Magical Girl pasado el tiempo no se detiene, sigue creciendo en nuestras cabezas en una espiral de preguntas sin contestación, que nos llevan a pensar en los personajes creados por Carlos Vermut y definirlos de las formas más variadas, hasta llegar a convertir la película en una obra de culto.
Sirva como ejemplo, los resortes que me han llevado a imaginar cómo actuarían sus personajes dentro de una película similar a Pulp Fiction, con las conversaciones aparentemente ligeras de Quentin Tarantino y una vorágine de violencia que soltara el pasado de ellos como cuajarones de sangre durante un festival taurino. O, una entrega de un nuevo trabajo de David Lynch, que propiciara un mundo de irrealidad y música acompasando las caras desencajadas de los protagonistas, mientras la cámara se detiene en otro universo paralelo y minúsculo. Un Bergman reencarnado en Madrid.

Por esta razón y muchas otras, imagino que Magical Girl sería una entrada muy apetecible en cualquier festival de cine, y muy del gusto de la visión cosmopolita y libre de los organizadores de Sundance en el estado de Utah. Creo que sería bien acogida por la crítica especializada norteamericana (y mundial) y, por supuesto, agradaría a una importante mayoría del público.
En peores plazas hemos toreado... ¡suerte maestros!

**** Notable ****

A horas de comenzar La Cremá de Valencia...
La Niña de Fuego - Manolo Caracol

domingo, 2 de noviembre de 2014

El Niño.


Fronteras profundas.

En cada franja de terreno los jóvenes se aferran a sus héroes o mitos, según determinados roles sociales o culturales. Según el dinero, u otras fronteras espirituales.

Los norteamericanos inventaron a seres mirando las estrellas, hombres y mujeres enmascarados o irreales, éstos les hacían vivir otras vidas y recorrer otros mundos.

Sus amigos protagonistas en filmes y cómics les sacaban de los estragos de la guerra y de sus barrios repletos de racismo y desajustes clasistas, barridos por las drogas y la violencia. Desde las grandes ciudades del norte hasta los desiertos del sur y sus pasos fronterizos se marcaban las diferencias por el color de la piel o el dinero, que no de sus necesidades o sueños.

Gibraltar un territorio comercial influido por varias culturas y enlace de conexiones con el narcotráfico. En esta encrucijada entre dos mundos y dos masas de agua (Mediterráneo y Atlántico) existía un chaval de nombre Mohamed alias el Nene, que se hizo valedor de una historia contada por un director de Mallorca de nombre Daniel Monzón (la premiada Celda 211) y un guionista asturiano Jorge Guerricaechevarría (habitual de las películas dirigidas por Álex de la Iglesia, también coescritor de la Celda 211).

Ellos saben que aquellos héroes anglosajones combatían a los malvados con sus grandes poderes, o transitaban el espacio combatiendo amenazas fantasmas y guardando las galaxias de peligros exóticos. Sin embargo, la realidad es una batalla diaria más terrenal.

Estos héroes forzados tendrán que luchar en la cartelera con Guardianes y extraterrestres, deberán embarcarse en motos fuera de la ley y surcarán estrechos confines alrededor de sus sueños. Pobres diablos a uno y otro lado del charco.

Este Niño en busca de su princesa, es uno de ellos. Ha dejado sus raíces africanas por una mirada azulada (a lo Paul Newman de Jerez), pensando en una fuga por las olas de la marginación y el dinero fácil. Que en realidad no es tan fácil ni tiene marginalidad para aquellos que viven a sus anchas de otras vidas.

Podrían ser de cualquier frontera, pero nacieron en la Línea de la Concepción con su deje y su gracia para acercarnos el mal a la nuestra, la frontera marítima de la costa almeriense hacia las montañas del valle del Rif.

El Niño sueña con una mujer de otro planeta, se embarca para luchar contra las mafias comerciales de la droga o las personas, y evitar a los policías en la negra corriente marítima entre África y Europa. El director Daniel Monzón ha puesto su complexión morena en un rostro pálido de facciones más occidentales buscando una nueva estrella. Si lo conseguirá o no, dependerá que el estudio de la interpretación le lleve a lugares insospechables si pule bien sus errores primerizos y expresividad perdida. De momento, el actor Jesús Castro ha conseguido un nuevo papel en la película española La Isla Mínima, con buenas críticas generales.

Si ha nacido un posible Skywalker de la península ibérica con escalas a otros mercados, se verá en sus poderes para robar escenas en el futuro. De momento, es una promesa con buena fisonomía.

Ahora está de moda hablar de la corrupción en todas las escalas sociales, desde los ricos mandatarios hasta los cuerpos policiales (se necesitan medidas para controlar internamente los medios. Ellos, los duros Luis Tosar, Sergi López, Bárbara Lennie o Eduard Fernández, se preguntan si todo es válido o si merece la pena la lucha contra los ocultos interpretados en la figura de Ian McShane y sobre los que no aparecen en el filme defendiendo con sus tentáculos a manos ejecutoras provistas de martillo y katana.

Pues parece que sí, porque son los profesionales auténticos que permanecen con su carismática cabeza en la pantalla.

Daniel Monzón se ha interesado por los que sufren, los héroes anónimos a ambos lados de la ley. Los que en Europa crecieron mirando al mar y leyeron los cómics llegados desde el otro lado atlántico, viendo las películas de exploradores espaciales e intentando conseguir un hueco en las estrellas.

Para ello, ha competido con sus armas, la acción y los primeros planos. Y ha dotado de humor de Cádiz y romanticismo juvenil a una historia real con aromas a Ketama y a pescaíto frito. A humo y persecuciones de narcos, a marginación y Roca blanca.

Aunque se haya alejado del estereotipo físico mantiene la forma, dando una de cal y otra de arena del Estrecho, viendo el gran negocio y alejándose de polémicas con los políticos. Es una historia de un Niño y su compañeros nodrizas, queriendo salir de su vida hacia visiones televisivas en Miami Vice.

El humor salva en muchas ocasiones de la reflexión más cruel y mantiene al espectador atento a los héroes con sus compañeros como robots en una guerra espacial de consecuencias planetarias, y amor con princesas de diferente piel.

Esta Roca ha ejercido de faro entre dos culturas y cárcel para muchos que buscaron una fantasía por medio del tráfico clandestino. Vidas con altibajos y rodajes de realidad.

Mucho ha pasado desde su primer Corazón de Guerrero, ahora Monzón se centra en el realismo... entreteniendo al público. Al menos en la taquilla tiene su rédito.

*** Interesante ***

Bernardo Vázquez - La Goma, BSO "El Niño"


India Martinez feat. Rachid Taha - Niño Sin Miedo

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