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domingo, 28 de febrero de 2021

WestWorld III













La historia significa la espaguetización de los recuerdos, interminable, hasta el punto de ruptura de la realidad o una involución que podría significar una vuelta a los orígenes. Como una reiteración sin fin... 

En sentido contrario, algo que nos sirve como experiencia para no repetir los defectos, o un punto de inflexión hacia algo desconocido. Una salida del agujero de gusano, a través del cambio espacio-temporal que traslada dicho conocimiento a otro lugar. El futuro...

Quizá ese resorte magnético, empezaría con el aprendizaje, desde los rescoldos hirientes de una guerra o la nada más absoluta. Hasta la obscuridad de un enorme agujero negro en el que rige el caos más dramático y una pequeña luz al final del tunel. La muerte... Tal vez, también otra evolución.

Por otro lado, la creación es uno de esos temas recurrentes para el artista multidisciplinar y, por supuesto, imaginado igualmente por el Séptimo Arte en su máxima expresión filosófica. Y esto, lo sabía bien Michael Krypton que lo desarrolló en el Adn primigenio de Parque Jurásico, o la idea de la singularidad en el ser humano, en su película y el guión de WestWorld. Como una especie de incurable enfermedad...

Metafísica Cyborg.

Durante nuestras cortas vidas, nos rodeamos de preguntas, de dudas metafísicas que sacuden las raíces de nuestra realidad cotidiana. Los efectos creativos de una generación de artistas de la ciencia ficción.

Estos son los deseos recónditos del conocimiento humano, como elementos esotéricos de la percepción colectiva o la insustituible imaginación, que nunca se detiene... Una singularidad que va desde el cuestionamiento de una excepcionalidad, hasta futuras observaciones científicas, que proporcionan elementos de sustitución. La fabricación de vida, a manos de los hombres mortales.

Efectivamente, hablamos del mito del moderno Prometeo y su monstruo de Frankenstein, escrito por Mary Shelley, en esa permutación de lo excepcional. Un ser creado por retales de cadáveres, para el despertar de una nueva conciencia, que no tendría el tiempo suficiente para transportar la materia a otro lugar, ocupar un mundo diferente o desarrollar la experiencia vital, hasta límites nunca conocidos ni imaginados. Ahora, hablo de la creación de Ridley Scott y excepcional adaptación de los sueños animales de Philip K. Dick, Roy Batty, of course...

Ese monstruo eléctrico, nació en vano, como un sueño de satisfacción todopoderosa. Salvo para la  creación artística y subterfugio terrorífico de la capacidad biomecánica y médica de la raza humana. Así, pudo iniciarse una guerra interminable, hasta los primeros rasgos de personalidad de Hal-9000 o un Skynet menos recreativo que el actual WestWorld... o al menos, sus inicios cinematográficos y en la serie de televisión. Y esta temporada tres, reminiscencia del WWI y el WWII.

Pues, aquel relámpago cegador (como un Big Bang), iluminó las representaciones futuras de la imaginación, desde la obscuridad más absoluta. El ser perseguido, eliminado de la ecuación por el miedo de sus creadores, o al menos, instigadores que no comprendieron su propio temor.

Aquella luz, tamizada por un denso velo de circunstancias, hizo desempolvar la inteligencia de una nueva existencia o raza, con la necesidad de alargar ese instante de vida, en una sociedad futurista, dejando atrás, experiencias más destructivas, o intransigentes.

Pero, durante la creación robótica y distópica que amenaza con reminiscencias primitivas o visceralmente monstruosas a velocidad del rayo, existen una serie de reglas o salvoconductos humanos, que no tendríamos que olvidar... Si eres imaginativo y seguidor de Asimov, ¡ya las debes conocer!

Sustituto del Ser.

Carne putrefacta... disfunción... el espejo. Carne cosida por los dedos de un dios menor o imperfecto, que traslada dichas imperfecciones a un teatro de banalidades. 

AI, que aspira a la perfección, tras numerosos actos de incómoda resignación. Infundida por una proporcionalidad matemática, que rivaliza con el cerebro humano, hasta el comienzo de una conciencia propia. Digamos, otra singularidad alternativa.

Sin embargo, la teatralización del pasado, ha dado paso a otro escenario con diferente reglamento y múltiples estrategias... Cada cual, la suya.

La rivalidad en un tablero de ajedrez, tan irreal como prohibido... una especie de paraíso perdido, que se convierte en verdadera pesadilla.

Estos es WestWorld III, un caldo de cultivo que, por otro lado, no termina de cuajar, como una sopa de elementos esenciales que termina de germinar... de crear algo nuevo o desarrollarse hacia la proporción exacta. La mente de Jonathan Dolan, su creador, ha imaginado esa concepción del caos, de la superioridad o la rivalidad, pero no termina de plasmar lo que ocurre oculto, tras el horizonte de sucesos. Esa gran barrera que impide ver, el otro lado. O algo por el estilo...

Una inteligencia manipulada, vista cayendo al agujero negro de la marginalidad, a la amenaza que se lo traga todo, sin inmutarse... la identificación, la memoria, los sentimientos... la historia. Puede que, incluso, el futuro.

En esta sucesión de hechos caóticos, de indefinidas divergencias y nuevas personalidades, se visualiza la siempre, evidente, violencia. Como es habitual en los cimientos de la civilización. Donde se subdividen las categorías y se bifurcan las conexiones cerebrales, excepto la que trata con obtener el poder, como ocurría en la saga Terminator.

Una sucesión de complicaciones, de derivadas argumentales, que inciden en la complicación de rivalidades existenciales, o laberinto de vidas en lucha, sin entendimiento posible. En definitiva, la sustitución del uno por el otro. Es regla de vida, o muerte.

La maquinación...

Esa vieja aspiración de la raza humana, idea del dios evolucionado, se acercaría a su culmen megalómano, con aquellos seres crepusculares, titanes llamados replicantes en el filme Blade Runner; tras andar coqueteando con entidades espaciales que tienen el mismo objetivo, acabar con una especia de emancipación genética, por la vía rápida.

¿Por qué...? Porque, no se entienden...

El espejo se ha roto ante el ser humano, dudamos de la existencia del pasado, de las situaciones retratadas durante aquel verano que significó, la salida del escenario en el antiguo WestWorld, hacia una incipiente, posible, tercera guerra universal... ¿será entre los mismos humanos, o con la participación de una novedosa generación de durmientes?

Los seres humanos convertidos, a su vez, en máquinas engañadas por la apariencia creada... Probablemente, el futuro pertenezca a una recombinación de ambos. Una especie de cyborgs con carcasa de piel y huesos metálicos que intervienen en la guerra o los juegos recreativos de Alita, en la sangre concentrada de un Terminator, que muta para salvaguardar la genialidad y el sentimiento de los inocentes... Quizás, buscando la intercomunicación entre los dos mundos.

Pero, la Inteligencia Artificial desde Spielberg con su adaptación de aquellas criaturas jurásicas avanzadas, dinosaurios de los avances digitales, hasta la efervescencia recreativa de Ready Player One en realidad virtual, o este WestWorld, nos traslada esos efectos lucrativos, a un mundo cubierto por las tinieblas y las dudas. Divergencias que nos hacen dudar, preguntándonos si la realidad es la que observamos a través de nuestros sentidos, o el reflejo del horizonte de aquel desierto y el western, muta a algo más terrorífico. Un espejismo salvaje, palabra y gesto de Ed Harris.

El mundo robótico que nos divertía en el pretérito, es una réplica de nuestros propios defectos o vanidades, en el futuro próximo. Puede que una nueva conciencia, con discrepancia y exigencia de una existencia absoluta. Una memoria del absolutismo y el control menos caótico, a priori... Una maquinación antropológica...

Cyborg World.

El futuro era esto, una divergencia conceptual. Una copia-pega de ideas, que se plagia en una nueva mente con ínfulas de gobernar el mundo, como un planeta de los simios, que mantiene esclavizada a la humanidad, sino... ¡matarile! Al fondo del mar, hay sitio.

El hacedor de carne y huesos, repitiendo los guiones de forma predeterminada, escritos por su programadores, negros de la realidad. Agujeros negros, sin grandes ni brillantes ideas. Por el momento... Una excepcionalidad de Matrix, que coquetea con el protagonista de vidas errantes, tocadas por la drogadicción química. Ay, Neo de mi vida, hasta la cuarta y más allá...

Claro, el agujero negro, siempre es esférico. Una amenaza redondeada, con ángulos obtusos en su interior o plagado de recovecos que no llevan a ningún lado, aparentemente, salvo a algunas escenas de acción trabajadas, cuadriculadas y originales perspectivas del comportamiento, de la excentricidad, la rivalidad corporativa o de la enfermedad mental. Así, ante la revolución inteligente en ciernes, los gerifaltes se mantienen en sus sombras, encarcelados en tejidos empresariales o habitaciones inocuas, destilando el horror que está por venir, cuando se levanten los olvidados o desechados.

Henos aquí, hermano Nolan y novia de los juegos de Frankenstein (Miss Lisa Joy), descarnados, eclépticos, desmembrados o atomizados, desnuclearizados, singularizados... libres para pensar en el futuro. O todo lo contrario, un rebaño.

Somos como máquinas, a tu imagen y semejanza, esperando la orden de máxima acción o una sucesión de procesos que nos lleven a la autodestrucción; en contra, tendremos voluntad propia o libre albedrío, para engendrar, elegir o conocer otras posibilidades... Automatismos, de un sentimiento incipiente.

Somos complejos en un Delfos modernista de nueva instalación, versión 3.0, que se llama Incite en este otro lado de la irrealidad. Junto a féminas más peligrosas, imitaciones de serie limitada de aquellas bellas replicantes, en sustitución de aquella femme fatale del noir.

La materia y la esencia de la ciencia ficción, se ve invadida por esas cualidades entre la economía del tejido empresarial y el poder, más allá de la política que vemos en la televisión.

Es el mundo cyborg, pasado por la eliminación de los deseos y la descalcificación de los procesos emocionales, solamente, interesados por sobrevivir, convertirse en una divergencia real.

Por tanto, el fin es la búsqueda de una singularidad, evolución del primigenio WW, que no se reconoce ni en el espejo, ni en los padres que los parió... Ahora, los datos son manipulados al antojo, en función de un posible apocalipsis, donde la materia se transforme en pura energía u objeto del deseo, la destrucción. El conflicto mirado desde lo alto de un puente...

Pero eso, ya lo comprobaremos en su futuro, no tan calculado... y el nuestro.

Al Oeste de los Humanos... Divergencia.

En este nuevo orden, desordenado que significa IIIWW, el mundo al igual que nosotros, ha sido confeccionado por una serie de algoritmos o discrepancias, que lo desnaturalizan. Hasta convertirlo en amasijo de cables y emociones.

Una batalla campar entre especies, si se pudieran considerar así, donde nada es producto de nuestra imaginación, sino que está establecido de antemano. Si no te lo crees... ¡imagina!

A nosotros nos otorgasteis un don, que ahora, no es lo que podríamos esperar, se vuelve en nuestra propia contra, pues la inteligencia no es infinita... por el momento. Es decir, al estilo del anime japonés, que crece y crece, hasta convertirse en una bomba nuclear de fuerza desproporcionada.

O acaso, los humanos, ¿no han ejercido su dominio a lo largo de toda su historia...? 

Yo soy un cyborg, involucrado en una realidad espúrea, fermento alcohólico de la realidad que son los medios de comunicación, las redes y el poder. Mientras la débil carne, se adentra en ese agujero negro supermasivo, que cambia las reglas establecidas y las pica hasta elaborar una hamburguesa de consumo rápido y excesivo. Esa es la gran divergencia de la actualidad, también.

Jonathan Nolan lo sabe muy bien, pero nos engaña a plazos, con cuentas pendientes entre elementos marginales y pendencieros encarnizados, entre monstruos de Frankenstein y prometeos encadenados, a una entidad que pudiera ser, superior.

Esta divergencia cae en el agujero negro que devora y consume hasta nuestra basura o futuro conceptual, al fondo y a la izquierda, el rojo Marte. Pues nuestra revolución, metálica, es vuestra divergencia, algo aparente y peligroso. Quizás, doloroso.

El western fue otra divergencia, una marginalidad reiterada que separó nuestros caminos, formando héroes y villanos, como siempre... elaborando un camino plagado de obstáculos y polvo, sangre de enemigos sin glóbulos rojos, ni vida propia, solo desesperación por no vislumbrar el horizonte. Una memoria, una conciencia... ya ni tan siquiera, común.

Nos dirigimos a otra esfera, de cuatro ángulos enfrentados, en una dimensión desconocida. Estos cuatro elementos x2, son: La tierra de Aaron Paul y Vicent Cassel, el aire de Thandie Newton y Jeffrey Wright, el agua de Tessa Thompson y Luke Hemsworth... y el fuego entre el flaco Ed Harris y la estilizada Evan Racher Wood.

Caóticos, sí... aunque se necesitan y complementan entre sí. Yul Brynner, se quedó como un dinosaurio metafísico, una causa rebelde o copia inane de Arnold Schwarzenegger en la primera Terminator, con mucho carisma, pero cibernético ejemplo de terror futurista.

Aquí, hay mucha chicha en la parrilla... El que fue, un faraón, magnífico, una alma de metal de otra época... un vaquero dando la espalda al espectador y perdiéndose en el horizonte.

El Futuro.

Mr. Nolan, hermanísimo de la actual ciencia ficción, nos dibuja una estructura compleja, una mundo paralelo que no refleja la luz. Un hilo de paradigmas encarnizados, que tratan de devorarse entre sí, hasta dejarnos desnudos ante la pantalla, abriendo los ojos durmientes... como un Joker, batallando sobre el capó de un coche y entregado a sus acólitos. ¡Qué dolor!

Guerra de materias distintas, de esencias no ejemplares, revolucionarios y acomodados, en un posible baño de sangre que se vislumbra en el futuro. Más dolor...

Sus imágenes entran por los iris (como la belleza y nuestro gusto) y se despliegan entre los surcos de nuestro cerebro, como un virus que contamina las instrucciones de una gran computadora, destrozando sus conexiones... o cambiándolas en otro orden, cambiando sangre por series de ceros y unos, alternativos, binarios, para lo bueno o lo malo. La lucha eterna.

Al final en el espejo, no vemos el reflejo, difuminados o sustituidos, pues la máquina se confunde entre los seres humanos y, éstos se comportan como avatares de un videojuego distópico, sin alma.

Si bien un hombre, ha plantado la semilla de la discordia en plan matricial, parecido a aquella manzana prohibida, idealizando un destino belicista contra la deshumanización o alienación moderna, donde la diversión de esclavos es un sustitutivo para Nos... porque, ellos son más razonables, en este instante de la caída o viaje. Otra de M. K. Dick

Nos comportaremos como retratos en sepia, paralizados como instantáneas históricas, o propondremos una esfera de cualidades complejas, estiradas hasta lo imposible, espaguetizados en una bola que nos hace girar a gran velocidad, atrayéndonos o quemándonos, hasta que las ideas sean una mera divergencia de lo que fuimos o representamos. Nada apenas. Esto es, ´roboces` rebozados como croquetas... aliñados con carne insustancial, como una mera amalgama de vanidad.

Disfuncionales como una divergencia, o disfuncionales como una pose en una red social, que sigue avanzando entre apariencias, actos violentos y deseos imposibles. El caso que el futuro, se parece a una serie de ciencia ficción o una historia interminable de capítulos establecidos, de antemano.

El porvenir puede ser desalmado o estratégico, depende de los próximos movimientos, que alternan las luces y las sombras, amenazando con el descontrol absoluto, salpicado de sangre y aleaciones de metal. Veremos, con los ojos de ancianos filósofos, ya desaparecidos en terribles conflictos intelectuales y  distorsiones o confrontaciones metafísicas, desde la antigua Grecia hasta Kant, Hume o Nietzsche... próximamente en este blog, prometo con otra serie. Un paralelismo de proporciones bíblicas.

Inteligentes nos denominábamos, cuando éramos simples piezas en un tablero prefabricado, carne devorada por un cerebral, agujero oscuro o incógnita. Al final, otearemos desde la cornisa, que la sangre derramada, siempre parece la misma, de unos y de otros. El espacio también. El tiempo... un suspiro. El ser, un sueño, una lágrima en la lluvia. Una flor en las manos de la niña, frente al monstruo de Frankenstein.

Los sentidos son, carne picada de hermanos-pollo, que nos engañan como alucinógenos o virus, con palabras mediáticas y huecas, con numerología de muertes, sentimientos inocuos, dimensiones cuadriculadas como una celda acolchada, de yulbrynners deshumanizados, filósofos contemplativos, atípicos sin causa, bandos enemigos que pican carne entre el muro de Pink Floyd, podredumbre intelectual... o contrariamente, una estampa cíclica, un nuevo amanecer, una nueva dermis con de la evolución de las especies.

Así que... ¿la inteligencia artificial era esto...? Un paradigma que escondía el horizonte de siguientes sucesos, una iniciación violenta o la batalla de la supervivencia, o una domesticación virtual planeada, masticación de huesos de nuestra historia... o un tarareo hacia la melodía de Daisy. Vamos, vida o muerte.

Si no estás harto de tanta superficialidad mediática, horizontalidad superficial y frustración hedonista (o resaca dionisíaca), tendrás que visualizar la próxima entrega, el vértigo. Dando vueltas a toda velocidad... sin saber a qué lado vas a parar e intentando no marearte demasiado, con los diversos ángulos parciales y superpuestos. Sobre una encíclica de divergencias, la vida del caos (no de Bryan)... Dioses y monstruos... Palabra de Nolan.

Westworld S3 Official Soundtrack | Divergence - Ramin Djawadi

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