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martes, 19 de noviembre de 2013

Una Familia de Tokio: Una visita por el tiempo.


Japón y el Tiempo.

En 1953, Japón se encontraba en la crítica etapa de recuperación tras su intervención bélica en la Segunda Guerra Mundial. La crudeza del término de las acciones con el estallido de la bomba atómica, produjo además de la capitulación, un silencioso y resignado proceso de profundización en el estado emocional de la sociedad a nivel global y en las familias en particular. Muchas de ellas, comenzaron de nuevo sus vidas tras haber perdido en la guerra a hijos, hermanos o padres.
El cine no podía mirar hacia otro lado, sin reflejar los estados de ánimo de la población en aquellos dramáticos días.

Yasumiro Ozu el director nacido en la ciudad de Tokio (capital de prefectura y enraizada en la bahía de Osaka en la desembocadura del río Yodo), impregno su cine y en particular su obra maestra Los Cuentos de Tokio, de esa recapacitación poética e interior de la cultura nipona. Y el dibujo del respeto a las tradiciones dentro de las familias castigadas por el horror, las dificultades económicas y la pérdida. Tanto individual como colectiva.

Tokio se estaba convirtiendo ya en la megalópolis de la actualidad.
Las comunicaciones y las distancias entre los diferentes puntos de la ciudad crecían en proporción al número de habitantes. Sin duda para una sencilla y escasamente viajera pareja de ancianos procedentes de una humilde población situada en una isla del Pacífico y dedicada mayoritariamente a la pesca, sería un enjambre de proporciones mayúsculas. El sentimiento de pérdida y soledad se agrandaba en aquella gran ciudad. Resumido en una frase de la anciana: "Si nos perdiéramos aquí... podríamos no encontrarnos nunca más".

Esa amarga estancia (comenzada simplemente como una visita familiar) es la que nos cuenta Ozu en su intimista obra, dónde dos de los actores de su preferencia, el carismático Chishû Ryû y el papel de esposa de Chieko Higashiyama, bordan el papel de padres sufridos. El director padecería las consecuencias del conflicto bélico, estando destinado en China y teniendo que abandonar su carrera en el cine. Cuando terminó la contienda fue hecho prisionero en Singapur, no volviendo a su actividad profesional hasta seis años antes de realizar Cuentos de Tokio.

En su recuerdo quedan las imágenes de la catástrofe del Gran Terremoto de Tokio en 1923 (endurecidas por un tifón), año de sus comienzos en el mundo cinematográfico con la destrucción y un número considerable de víctimas entre muertos y desaparecidos.
Pues bien, noventa años después de aquella catastrófica jornada y sesenta de la presentación del filme del maestro Ozu, un director nacido en Osaka (otra ciudad con presencia en la película) Yoji Yamada (The Twilight Samurai, The Hidden Blade) hace una visita a los lugares y la historia original colocándola en un Tokio actual, golpeado por la crisis moderna y la próxima desgracia del tsunami y posterior accidente nuclear de Fukushima (11 de marzo de 2011). Muchos de aquellos ciudadanos más viejos que vivieron anteriores situaciones con dramáticas consecuencias, recordaron imágenes en sus retinas y corazones.

Por tanto, más que un remake Una Familia de Tokio es un homenaje a aquellos hombres, encabezados por Ozu, que supieron crear arte de un hecho tan penoso. La fuerza para seguir adelante ante las desgracias y la naturalidad ante la muerte.
Centrados en el inquietante guion del propio Ozu junto a Kôgo Noda, narra la historia de una familia separada por los avatares sociales y la búsqueda de futuro en la gran ciudad, y la postrera visita de unos padres-abuelos a las diferentes casas de sus hijos. Se produce un choque cruel entre modernidad y las costumbres ancestrales, así como la devaluación de las relaciones personales con el paso del tiempo.
El film confluye en la época, con otra historia de senectud creada un año antes por el maestro Akira Kurosawa con el título de Ikiru. Y es otra obra maestra, con calado social y reclamación de interés por nuestros ancianos. Y denuncia de la injusticia por parte del cine japonés.


Yamada al igual que Ozu, remarca con sensibilidad las diferencias generacionales entre silencios. Contemplamos la amargura y frialdad de algunos de ellos, con respecto a aquellos que siempre lucharon por mantenerles a flote en una pequeña isla. Ahora, el tiempo es olvidadizo.
Para ello, ambos directores utilizan el diálogo cubierto de silencios y cadencia sensitiva, con profusión de encuadres teatrales y decorados que mezclan modernidad con la raigambre de las costumbres ancestrales. Si bien Yamada no se centra en el paisajismo y la naturaleza hasta la parte final de Una Familia de Tokio, prefiere acercarse a la falta de perspectivas y al sacrificio en el trabajo diario. Y a la frialdad ante la experiencia y la comprensibilidad de los mayores, sin éstos pedir nada a cambio.
Tan sólo cariño.
Aquellos entrañables abuelos, ahora son interpretados por Isao Hashizume y Kazuko Yoshiyuki reflejando el espíritu y sobriedad de los actores de la cinta originaria. La sensación de molestia presencia en la casa de sus hijos, se dibuja en sus rostros silenciosos. Sabiendo en cada palabra que ya no les pertenecen como sus pequeños, y que pudiera ser la última vez que se hablasen. Siempre contando con la sólida complicidad del espectador.

Como las buenas historias de la literatura y del cine no deben ser olvidadas (al igual que nuestros mayores), aquellos viejos cuentos en magnífica fotografía en blanco y negro se barnizan en la época actual para recordar una antigua forma de hacer películas. Y el respeto de su verdadero espíritu.
Los tiempos han cambiado y las grandes ciudades se han convertido en fábricas de soledades, la velocidad demandada desentona con las relaciones sociales y “los sin techo” deambulan por nuestras calles y vidas.

Este día, yendo hacia el cine para visualizar una colorista película japonesa, en el interior de un vagón de metro, una pareja de abuelos miraban a un pequeño rubicundo jugar en su carrito y hacer sus cucamonas. Coexistían tres generaciones distintas en pequeño habitáculo, y a pesar del ruido pude escuchar su conversación.
Una cara arrugada pero cuidada con la barba canosa, decía sonriéndose “mira qué feliz, jugando sin ninguna preocupación”. El otro sonrió embelesado, y ambos de miraron por un instante con la misma despreocupación, sugiriendo una infancia oculta y no olvidada.
Ya no tengo abuelos con los que dialogar, algunos apenas los conocí. Pero, siento en lo más profundo que nunca deberíamos olvidar a aquellos que lucharon por nuestra supervivencia, y que nunca dejemos de lado al niño que fuimos… en un instante.

Las preguntas que nos hacemos, son las mismas que se hacían nuestros abuelos.
El Tokyo monogatari no se diferencia mucho en lo sustancial al Tokyo kazoku.
Cada nieto, hijo y padre, es un individuo distinto. El carácter nos hace conformarnos en lo que somos.
La experiencia es un grado. Ozu y Yamada, son cineastas con sobrada experiencia y calidad, y un cuidado escénico de las interpretaciones.

Al finalizar, los personajes quedarán deslavazados. Una familia es como un pequeño archipiélago.
No tanto como la de Ozu, que remarca la frialdad de los hijos con más grandilocuencia.
Pero en la pequeña isla de Onomichi (en la prefectura de Hiroshima), nos quedaremos anclados como islas.
En soledad...
Al menos, hasta que los más jóvenes se lancen a la aventura, emigrar a la gran ciudad y descubrir que también están solos.

A veces encontrar una historia intimista, sobre las relaciones universales humanas, no hay más que coger el metro de tu gran ciudad. E ir en busca de ellas, hasta una pequeña isla.
¿Es necesaria una vuelta a las raíces?

¡Qué grande es el cine!

**** Notable ****

Tráiler del film japonés De Tal Padre, Tal Hijo. Dirección de Hirokazu Kore-eda. Reparto: Masaharu Fukuyama, Yôko Maki, Jun Kunimura, Machiko Ono, Lily Franky.


Cinemomio: Thank you

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