J.R.R. Tolkien y la explotación.
Si te preguntas porqué la obra de J.R.R. Tolkien tiene tantos devotos en todo el mundo y los personajes son reconocidos universalmente, además de la magnífica imaginación y la capacidad lingüística del autor de El Señor de los Anillos y El Hobbit, habría que observar que nos interesan sus aventuras porque todos podríamos ser los protagonistas de las mismas.
Todos somos diferentes, pero las pasiones y los miedos son referentes extendidos de los comportamientos humanos y nos identifican como a los exploradores de su universo, nos vemos representados en sus acciones y decisiones.
Cada uno de nosotros, podemos ser un hobbit o un hombre, en ocasiones un elfo o un enano. Por supuesto, algunos tienen en algún lugar oscuro de su psique, el pensamiento de un orco o el aliento incendiario del dragón.
Los señores oscuros han cambiado, algunos se mantienen en el recuerdo o materializados en diferentes formas y otros se complementan con la voz de sus dueños artísticos tras la producción visual y digital emergiendo como poderosos enemigos.
En primer lugar, la pieza clave en esta jugada a múltiples bandas (pero con dos bandos bien definidos en El Señor de los Anillos) es el rey negro o Sauron, en la voz de un actor neozelandés llamado Sala Baker y que retorna al pasado como Nicromante en otra voz mucho más cotizada de Benedict Cumberbatch y compartida con el dragón Smaug. Es una cuestión de efectos sonoros.
Mientras Christopher Lee y Andy Serkis se identifican con sus antecesores sumando algún año más a sus huesos, el primero y representante de los ´Drácula` de toda la vida tuvo que administrar los viajes a las antípodas debido a su comprometida edad.
Aquí en el Hobbit, otro representante de baja estatura ha tomado la representación de la codicia en dos estados distintos, el héroe y el sombrío desorden de su interior. Se trata del actor inglés (como muchos de los participantes de las islas británicas que pertenecen ahora la mundo de Tolkien, identificados en papeles destacados Martin Freeman, Ian McKellen, Ken Stott, Graham McTavish, James Nesbitt, Jeffrey Thomas, Orlando Bloom, Ian Holm y otro grupo de actores australianos-norteamericanos como el resto de enanos o la elfa interpretada por la canadiense Evangeline Lilly), Richard Armitage es las dos caras del Rey en la Montaña Thorin Escudo de Roble, que participase en numerosas series de televisión y diera el salto a la gran pantalla en un pequeño papel de Star Wars: La Amenaza Fantasma, Frozen y haciéndose conocido del gran público en El Capitán América.
Y por último, interpretaciones animadas que poseen músculos incluso en sus voces guturales, identificados en los grandes orcos de esta nueva trilogía a través de la colosal figura de Manu Bennett como el Jefe Azog de Moria y Conan Stevens como su hermano Bolg.
Sin embargo, sus apariciones son esporádicas y debemos primero acostumbrarnos a esta nueva y numerosa compañía de enanos en busca de la Montaña Solitaria o Erebor antes de la caída en manos del Balrog, y los elfos comandados el rey Thranduil interpretado por Lee Pace, junto a su hijo Legolas por la memoria de su madre la elfa silvana del Bosque Negro. Ya están casi todos reunidos... sólo faltan los Grandes Elfos que construirían Rivendel a los pies de las Montañas Nubladas, dirigidas por Hugo Weaving como Elrond y Cate Blanchett como Galadriel, que posteriormente fundaría los jardines de Lórien, más allá de las Puertas de Moria.
El Hobbit ha llegado y no nos hemos enterado.
me pregunto: ¿quién es Peter Jackson?.
En mi pasado juvenil, le consideraba era un interesante cineasta, reconvertido en poderoso productor gracias a un esfuerzo titánico en la realización de varios films de culto y aquella trilogía inicial basada en J.R.R. Tolkien.
En cambio, pasado el inexorable tiempo en el tablero digital, la mirada postrera me devuelve un director venido a menos.
Atraído por el poder de la meca cinematográfica y por unos valores en el celuloide que se alejan, sobre manera, de la idea que poseía con sus trabajos anteriores (ahora fastidiada su filmografía con un King Kong demasiado animalizado).
Quizás, sea la tan cacareada idea del viejo Tolkien, y aquella atracción por el vil metal de sus escritos, y por ende la consecución de una estimada cuenta bancaria que le separan de mis cánones cinéfilos.
El tiempo es maléfico en ocasiones como Smaug adormecido durante años y su desolación ansiosa por las riquezas materiales y el establecimiento vecino de los hombres. Malvado como la mayoría de los personajes de esta nueva trilogía, que en su fuero interno todos tienen alguna debilidad que esconder o de la que avergonzarse.
Dados sus dos últimos trabajos tras la cámara, mis sospechas se han confirmado. A más dinero, menos interés por el cine de siempre, entregado en este caso, a la nueva era digital.
De Nueva Zelanda y aquellos lustrosos a la par que casposos filmes ochenteros, muy del culto de muchos de nosotros (con cierta benevolencia), pasamos al Hollywood fagocitario de las enormes producciones digitales actuales. Me quedo con aquellos ancestros. El alargamiento sin tacto ni sentido funcional, no produce la misma satisfacción.
Esas producciones alargadas hasta el punto de ruptura, estiradas como chicles de sabor desgastado. Extirpadas de todo condimento y sazonadas en demasía. Hollywood está creando monstruos fagocitados por sí mismos, como dragones alados e idolatrados en exceso.
Si J.R.R. Tolkien estuviese vivo, no sé exactamente que pensaría. Pero, viendo su obra y los valores que en ella se divulgan, me temo que no cedería los derechos. La sobre explotación de los bienes cerebrales, no estaría en su ánimo, aunque perteneciese a otra época. Eso me gustaría pensar.
Quizás, vería con agrado las diferentes versiones cinematográficas... En el caso del Hobbit, creo que no. Un libro no es un profiláctico irrompible, tiene fallos y se rompe por la parte más frágil. El Hobbit es una forma de alargar el sufrimiento.
Esta semana, asistimos al pase de prensa, en una sala abarrotada como es menester de producciones de este estilo. Gafas de tridimensionalidad en mano... ¡Horror!.
Qué no quiero gafas, leñe.
En primera instancia, cuando se apagan las luces y comienza a emitir la blanquecina luz del proyector, y los primeros compases de El Hobbit empiezan a sonar, me pongo los plásticos de ver profundo. Mas, ¿y la luminosidad?... ha desaparecido, maldición.
Pienso que la pérdida de visibilidad es de, al menos, un cuarenta por ciento.
Tras contemplar como los tiempos de oscurantismo han regresado a La Comarca, nos presentan a los 11 enanos y al principal protagonista de la película, el rejuvenecido Bilbo Bolsón. Quizás, lo más prometedor de las trilogía elevada a la enésima potencia monetaria.
Pero, yo sigo en mis trece. A estas alturas ni Sauron, ni el Nigromante que lo fundara, me va a hacer creer que los viejos tiempos obscuros se deben al Mal de unos orcos como montañas de músculos diseñados, ni siquiera al vomita-fuegos de Smaug. Señores, son unas malditas gafas de plástico.
Más sufrimientos... creo que las próximas entregas las haré sin ellas.
Luego, voy a ahondar un poco más en la técnica en la que me he embarcado con este terrible, archiconocido y malvado 3D. Esta técnica no es lo mío. Para que necesito ver paisajes profusos y profundos, si no se ve lo que está en primer orden.
Mis ojos pasan de lo profundo del bosque verde, al Rivendel élfico, de persecuciones entre personajes que se lo pasan como enanos aunque yo me vuelvo a marear. Ahora volando, rebotando, cayendo, gritando, la música épica por doquier. Me mareo, va a ser que esto de las gafas no me viene demasiado bien.
Volviendo a lo interesante del argumento.
Con estas lentes, veo a Frodo mucho más joven, aunque empiezo a vislumbrar una antigua expresión extraña, como perdida. Pero, si todavía no ha sido atacado por el poder del anillo, ni nada. ¡Ay, una antigua desolación mía!
Al menos, está Bilbo a su lado, que le da empaque a la nueva misión, ancestral enfrentamiento de las hordas del Mal y el Bien. El actor Martin Freeman va lanzado por el momento. Esperamos de él momentos de gloria porque parece un acierto como protagonista. La gran altura de su calidad interpretativa, corre paralela al personaje que representa y la actuación con su depurada entonación.
Martin Freeman es lo que salva en gran medida El Hobbit: un viaje inesperado.
En una adaptación literaria de calidad, los personajes míticos han de estar consecuentemente interpretados. Y en El Hobbit, siguen estando todos los grandes, lo cual es otro punto a su favor. Pero, lo realmente importante son sus acciones y, sobre todo, lo que dicen y conversan entre sí. Los diálogos, por tanto, no me parecen brillantes en muchos momentos del film. Es como si estuvieran alargados, en la misma medida que lo hace el metraje.
El camino ha comenzado, es un viaje largo y fatigoso. Por veredas, montañas e impresionantes paisajes y parajes. Esto no desmerece en absoluto El Hobbit, con la anterior trilogía cinematográfica. Otro pequeño acierto.
Así, tenemos de nuevo a los intérpretes más longevos. Junto a Gandalf, Bilbo y los "eleven" barbudos nuevos amigos, menos uno ya conocido. Los elfos rejuvenecidos de Rivendel, el mismo Gollum digital, los orcos-trasgos-trolls-wargos de negra sangre que no brota (creo que por cuestiones de calificación por edades), y otros muchos más que se irán incorporando en próximas intervenciones.
En fin, todas las criaturas pertenecientes a la Tierra Media.
Un largometraje tan estirado (más de 2 horas y 45 minutos) nos propone una prueba de resistencia en la butaca. Además, cuando comprobamos que lo proyectado en pantalla es más de lo mismo. Incluso, tirando a peor.
El nuevo film de Jackson no aporta nada novedoso. Repetitivo y cansado para la vista. Con diálogos de relleno y un cierto tufillo a eliminar cualquier componente sanguinolento o excesivamente violento. En fin, un desgaste y desacierto.
Por último, tenemos la mosca cojonera todo el rato delante de nuestros ojos.
Un trozo de plástico proveniente del petróleo sobre la nariz.
Una espada de Damocles sobre mi cabeza.
Una molesto artefacto infernal.
Un mareo tridimensional.
Un odio y repudio.
El 3D.
** Pasable ***
El Hobbit: La Desolación de Smaug y La Batalla de los Cinco Ejércitos.
Aquel tablero de los juegos y de la fantasía, ha cambiado en esta trilogía.
Ya no se espera algo novedoso, sino una ampliación de algunos males que caracterizaban El Señor de los Anillos, pero multiplicado por tres innecesarias y redundantes películas. Aquella epopeya visual de hace diez años, ahora tiene menos sentimientos encontrados con su público y los comportamientos valerosos de los protagonistas transformados en meras comparsas de la acción.
Desde La Desolación de Smaug hasta La Batalla de los Cinco Ejércitos ha pasado solamente un año real de nuestras vidas, aunque verdaderamente en las películas ha sucedido un abismo insondable con el pasado. Pues las técnicas de fabricación de criaturas y movimientos cíclicos en la pantalla animada son la piedra angular y mareante del asunto, con todo lujo de detalles, eso sí.
Los valores humanos han quedado un poco apartados por la factura y los personajes (es verdad que no son tan relevantes como en El Señor de los Anillos en un libro mucho más reducido) deambulan entre soflamas y aventuras más infantilizadas.
El amor y el odio han quedado marginados a los gritos guturales, la amistad se resquebraja entre efectismo y sentimentalismo hueco, la felicidad y el dolor se han transformado en rostros pálidos y trucos de cámara, el temor y la valentía se enfrentan en un combate irrelevante y poco creíble, el pasado ha traído el futuro más devaluado (según mi gusto personal).
Demasiado poco tiempo para una unificación, y mucho menos para otorgar a esta película dividida en tres una atmósfera y una producción significativamente distinta a la anterior trilogía. Poco atrevimiento por parte de Peter Jackson y su equipo para enfocar y dar luminosidad con otras técnicas a los personajes que se enfrentan a nuevas (más bien antiguas) aventuras.
Seguramente con la necesidad de crear algo relevante como en El Señor de los Anillos, se ha dado demasiada importancia al hecho técnico y los efectos en la post-producción, y se ha abandonado a los personajes un poco a su suerte. Con cariño, eso si que se nota, pero vacíos respecto a sentimientos y concreción de sus personalidades individuales.
Si en la primera trilogía rodada, se ofrecía una imagen del mundo en la Tierra Media que, a base de ser imaginado, la mayoría de espectadores coincidiría en calificar de una buena adaptación de aquel poderoso viaje iniciado en la mente de J.R.R. Tolkien, con los rostros reconocibles de los personajes idealizados de nuestra infancia; ahora, El Hobbit ha roto el tablero de un manotazo y ha sido sustituido por un videojuego. ¡Ay!
A grandes rasgos, el trabajo realizado por un equipo de técnicos al mando del director neozelandés ha ido redondeando una historia que empezó bastante desconcertante, y ha terminado en la última entrega siendo más consecuente con las historias narradas, el concepto de Tolkien sobre la amistad y el amor imposible en tiempos de guerra, y mantiene los rostros petrificados en sus protagonistas. Entonando, pero plastificados.
Adecuados, más o menos, porque en cualquier película tan coral (y en este caso tres interminables) se puede sacar punta "como flecha de elfo" a alguno de ellos, y asestar con el filo de la queja cualquier extensión excesiva del filme, del modo que un enano blande su pesada y fatídica hacha. No me entretendré en identificar aquellos actores que ofrecen esa frialdad en sus trabajos.
Sin embargo, después de observar la primera entrega con los ojos inflamados y enrojecidos como si oteara el horizonte desde el Monte del Destino, prefiero recordar el esfuerzo incólume que recrearon en El Señor de los Anillos, sus múltiples escenarios e interpretaciones más estructuradas, tanto visualmente en la acción como en los diálogos. Ahí, estaban las tramas subyacentes en el texto de Tolkien, eran reconocibles y su anillo triunfal ha quedado (y quedará) a buen recaudo entre los adeptos a la Literatura Fantástica. Caballeros enfrentándose con sus espadas asidas contra los monstruos de su bestiario, los partidarios reconocibles de la maldad frente a pueblos separados por sus intereses particulares que confluyen en la misma fuerza. Y luchando por la vida de sus seres queridos y adoradas damas.
Los enanos se dejan llevar más por la irracionalidad y carecen de ellas a su pesar.
Con la última gran batalla (que no parece tanto por reiterativa y confusa) se ha cerrado una segunda adaptación por parte de Peter Jackson con más pena que gloria, sin innovación ni una mirada diferente del mundo de Tolkien. El Hobbit se mantiene entre personajes bastante planos, sin duda las circunstancias han cambiado y su representación no es tan elevada como en LOTR, pero una parte del público se ha dado cuenta de los trucos que bajan su calidad, y aumentan su impaciencia.
Ya que el texto, se ha extendido hacia otros márgenes que no se sostienen sin las palabras del creador Tolkien, y la duración extendida se ha convertido en versión requete-extendidda de la novela original para sacar un mayor rendimiento económico, y eso se ha notado y mucho.
Se demuestra con El Hobbit y la avaricia para abarcar nuevas secuencias, que los planos son excesivamente rebuscados, prefabricados para causar efectos y diferentes puntos de vista, en muchos casos vistas aéreas con tomas circulares abriendo el objetivo y cayendo en picado. Denotan una irrealidad no necesaria en un mundo fantástico, pero natural. No aconsejable para una película de aventuras.
Ese intento de renovación mediante picados, contra-picados, visiones periféricas y flotantes con cámaras de última generación (puede que incluso posicionamientos digitalmente planificados) se han masificado de tal forma que resultan en muchos instantes, indefiniblemente cargantes.
Además, algunos cortes para ofrecer los puntos de vista de otros personajes intercalados en la acción con sus conversaciones pírricas o estructuralmente desorientadas, otorgan a la longitud del metraje esa pesadez y personajes poco relevantes individualmente, sobrepasados por la acción de sus luchas cuerpo a cuerpo finales. Por su parte, más semejantes a una pelea del videojuego Tekken que una batalla ideada por Tolkien.
En esta priman los escenarios repetitivos y grandilocuentes, las conversaciones poco concretas y desviadas del espíritu aventurero, el diseño informático y los movimientos algo torpes de grandes figuras animadas, y la gran novedad de utilizar momentos ralentizados (que me repelen), tan falsos como una montaña de monedas multiplicadas al igual que los orcos en una batalla desconcertante. Sobre todo, viendo las grandes batallas confusas y con una percepción personal de intentar quitárselas de encima, lo antes posible.
Incluso en el caso de la interpretación y la flema británica de Mr. Martin Freeman o Ian Mckellen se empieza a notar una especie de cansancio de tanto viaje, y tanto defenderse de la avaricia humana, enana o elfa, y la natural negrura orquiana.
Un ejemplo de la devaluación de la nueva franquicia es una banda sonora que no arriesga porque no posee un ápice de novedad, y se multiplica en la épica mastodóntica y rimbombante. Pienso que se podría haber dado oportunidad a otros sonidos más naturales, con innovación e introducción de otros instrumentos aparte de la gran orquesta que otorgaran un carácter menos visto, o mejor dicho, escuchado.
Por tanto, en esta adaptación de El Hobbit se pierde a mi parecer, bastante del espíritu de Tolkien. Aquella composición entre la aventura y efectos especiales, pero predominando los protagonistas frente a los planos rebuscados; y la gran batalla entre la luz contra las sombras que parece quedar relegada a un espectáculo visual sin emoción. Ha triunfado el estilo y el marketing de los videojuegos, las arengas y soflamas o las interjecciones épicas algo irrelevantes en el contenido.
Aguanta en la base de la historia, la marca de ese sentido de la amistad propio del escritor nacido en Bloemfontein (Sudáfrica) hacia personajes tan diferentes entre sí, y un amor imposible dentro de los límites permitidos para todos los públicos.
Como reflexión postrera, pienso que el cine de aventuras en el Hollywood actual tiene un problema o enfoque, pues intenta parecer demasiado a los medios jugables de consolas y ordenadores, cuando debería distanciarse como una plataforma de diversión totalmente situada en las antípodas. Aquellas que llevaron a Peter Jackson a consagrarse en el mundo del scifi, como diferente.
Al menos espero que un equipo tan extenso y durante tan larga temporada de filmación, se lo pasaran tan bien como enanos... bueno, excepto por el hecho de que éstos no tuvieran contacto con el género femenino. Salvo algún enamoramiento élfico.
** Interesante ***
The Hobbit: The Battle Of The Five Armies - Billy Boyd: The Last Goodbye
El Hobbit Un Viaje Inesperado Soundtrack (Howard Shore)