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jueves, 10 de mayo de 2018

Black Mirror (Special Session)


Pantalla tecnológica, muy negra...

Siete años, hablando en nuestros términos tecnológicos, parece una eternidad en constante desincronización...
Como los pecados capitales, que pronostican los males de la historia de la humanidad, las experiencias personales del hombre y la mujer, con el resto de coetáneos, miembros de su especie en cualquier época o dimensión, dependen de las nuevas percepciones que somos capaces de alcanzar, bien sea dentro de la mente (y por tanto, con nuestras emociones, sueños o inteligencia) como en la actividad científica. Se renuevan íntegramente, dentro de los diversos entramados adicionales que nos componen en el ámbito social, que pueden actuar o alterar, las nuevas formas de contacto o interacción, de conocimiento personal o sistémico (para lo bueno... y lo malo) y de aquellos paquetes de información que integran la comunicación derivada de estas actividades sociales o instrumentos tecnológicos.

Hace siete temporadas atrás, un escritor con inclinaciones satíricas, actor humorista y locutor llamado Charlie Brooker, se fijó en estos comportamientos con la tecnología actual, esquivos o adictivos. Pensamientos para teorizar de manera imaginativa, sobre las emociones humanas y las enormes posibilidades, o determinantes errores, que darían respuestas a las diversas teorías filosóficas. O, a aquellos grandes problemas metafísicos sin respuesta, que caracterizan la curiosidad de la especie.
Así visualiza el tiempo y el espacio, Black Mirror, desde una pequeña pantalla televisiva que ha irrumpido en nuestras vidas, demostrando que la realidad o la percepción virtual, nos hará replantearnos situaciones u observar los mecanismos y topes morales de esta integración social. Como la implantación de otras novedosas identidades, físicas o digitalmente espirituales, morbosas, curiosas, solitarias, delictivas... etc.

El autor y guionista (con algunas ayudas narrativas en diversos episodios) ha intentando adaptarlas a nuestra esencia humanista, a nuestra existencia material y corruptible, las conclusiones erróneas de nuestra mente, con percepciones virtuales, o no, que pasan por todos los estereotipos diarios y las conquistas futuras de la tecnología... pero no, a muy largo plazo. Hoy poseemos características que se aproximan a las paradojas que dibuja la serie, estableciendo un ejemplo artístico del miedo y un monitor de sombras para edificar una ficción digital, que se ajuste a nuestra conciencia. A estos nuevos tiempos plagados de dudas y fronteras venideras por afrontar. Así, nació la serie Black Mirror, de la inquietud en una pequeña parcela de la mente, un ejemplo de las posibilidades de nuestra imaginación. Turn on the brain... and your eyes!

Temporalidad Oscura.

Soportarás la tensión... estás dispuesto a vivir nuevas experiencias? Hasta qué punto estarías dispuesto a llegar, permitir el sufrimiento... El tiempo nos aportará otras respuestas, y cuestiones borrosas, dependiendo de las formas sociales de los participantes y los aspectos en la comunicación globalizada.
Por ejemplo, ¿qué es el alma? En nuestra realidad, o los nuevos establecimientos digitalizados... una sombra.
¿Se puede llegar a adoptar una esencia imperecedera en otro plano temporal? ... En otra dimensión desconocida, se podría decir que sí, su valor dependerá de la inteligencia alcanzada, ya que no podemos definir exactamente la esencia científica sobre esta materia nada concreta por su irrealidad.
Simplemente la transcendencia religiosa, las ideologías o las creencias personales, se quedarían pequeñas ante un ente intangible, con una obsolescencia mínima. Bien a través de una máquina que apareciera en nuestras vidas tras la muerte de un ser querido o, un software diseñado para vivir eternamente en este mundo u otro del que no somos conscientes. Es una teoría cosmológica y humanista, rara y ampulosa, pero nada desacreditada racionalmente.

Para ello tendríamos que adoptar otra forma de ver nuestro mundo a diario, casi artificial y cosmopolita. Una inteligencia capaz de identificar los gustos, los miedos humanos, e incluso, chequear nuestra memoria. De forma que podamos estereotipar los comportamientos o modificar algunas partes, educar a nuevas generaciones, fragmentar en pedazos el pensamiento, soportar los recuerdos, sumarlos a otros organismos inconcretos, condicionar la vida paralela, consumir los estereotipos... almacenar... publicar... sufrir. Esto, entre otras cosas, es Black Mirror, la serie. Siempre dentro del futuro tecnológico inevitable y esplendoroso, lleno de colores eléctricos, terrores metafísicos, visualizaciones extrasensoriales, placeres o no, de otro mundo, multiplicidad de la inteligencia. Algo paralelo, como una alucinación o pesadilla a comercializar, esa alternativa mental con vistas Oscuras de nosotros mismos. El futuro, que es, ahora, en estos momentos en que lees una parcela de mi mente, sobre tu ´potente` computadora.

Todo comenzó en una decisión casi instantánea, una prueba psicológica de cómo las emociones pueden condicionar a todo un colectivo, mientras programas el día siguiente, enciendes tu ordenados, te sientas o haces el amor frente a la televisión, cenas embutido de cerdo... o simplemente, contestas a una encuesta que decidirá el futuro de distintos seres humanos. Aunque éstos, no fueran anónimos, otros dentro de Black Mirror no serán tan mediáticos... pongámonos nosotros mismos, en el quicio de la ventana.
La vida dentro de esta ventana o espejo, orgánicamente, se trataría narrativamente o percibiría olfativamente, como una olorosa porción de queso, repleta de agujeros por dónde se escapa el deleite del tiempo y la esencia. El aroma que todo lo sugestiona e impregna alrededor, en un efímero instante de placer o rechazo sensitivo o emocional. Por tanto, en un instante de obnubilación personal o un recuerdo del hogar familiar, que se quedaría flotando como un éter invisible. Trayéndonos aquellas sensaciones que establecen la división de lo material, lo estricto o lo esotérico, en definitiva, esta ampulosidad de las conexiones humanas y cerebrales.

En los siguientes capítulos, que tienen vida propia dentro de esta antología tecnológica y emocional, con el guionista Brooker de Reading (Berkshire), visitamos otros mundos y vidas paralelas. Ha intentado capturar esa esencia globalizada, enfrascarla en pequeñas dosis temporales, para entregárnoslas como protagonistas cercanos. Imaginarlos en nuestra piel, al principio sin establecer conexiones neuronales dentro de las diversas historias no entrelazadas, visibles con vida propia, pero que, a la postre intentarán jugar con las emociones y las percepciones de los personajes, o los espectadores empáticos con ellos.
También hurgar en nuestra huella, hacia las interpolaciones casuales que nos rodean y los contactos con otros seres humanos. Podremos grabar los momentos gratos, reproducir los errores, una y otra vez, digitalizar nuestros miedos intrínsecos o borrar los recuerdos de nuestras vidas, para siempre. Dejarlos impresos como una instantánea gráfica de lo soportado en su mente, una visión de pesadilla pesimista o un simple recuerdo de nuestra venganza. Pocos capítulos frecuentan un aspecto positivo de las relaciones temporales, sino, de terror, donde me quedaría con el mundo fantástico del capítulo titulado San Junípero, que mira con otros ojos, ochenteros o actuales, más agradables o coloristas, la posibilidad del encuentro sentimental o ese espejo de la realidad con vistas hermosas. Algo fuera del denominado Mirrorverse o lado oscuro.

En este panorama temporal y virtualizado, las nuevas adquisiciones de gadgets incontenibles, son protagonistas de los episodios. Ateridos o prefabricados en nuestro cerebro, incrustados en nuestros ojos o artefactos que responden a gustos y deseos, materializados recuerdos del pasado, manipulados por software, con los que pulsamos la actualidad diaria o la oscuridad del novedoso panorama tecnológico y comunicativo del futuro... Ante un plasma negro, actualizamos una nueva versión, waiting... reiniciemos, activemos el sistema, alteremos nuestras percepciones, calentemos nuestros chips implantados... Click, Welcome to the Black Jungle!

La Mente... entre la materia y la esencia.

Por supuesto, cuando se inicia una nueva andadura, los riesgos son incontables en el camino y los temores que nos asaltan en la oscuridad, proporcionan un panorama proporcional de inseguridad ante cada paso avanzado. La intuición de nuestro cerebro, pareciera programada a calcular dichas circunstancias inverosímiles como una existencia inverosímil en otro espacio formal, pero, la inquietud o la curiosidad de los seres humanos, también nos llevan a lanzarnos a dicha aventura, algunos con mucha más temeridad que otros. Sin embargo, con la vista puesta en experiencias pretéritas frente a la pantalla o esa ventana opaca de nuestras habitaciones privadas, más valdría... estar preparados para las nuevas inconsistencias éticas, los reflejos informáticos en el ciberespacio y esas actitudes criminales que terminan, siempre, visitándonos en el silencio de la noche. Ante la maldita sensación de soledad del programador o el consumidor del servicio peligrosamente direccionado. Es decir, nuestra materia y esa esencia digitalizada que nos acosa.

De las primeras conexiones reflejadas de este llamado Mirrorverse, hay que destacar el capítulo titulado The Entire History of You, que visualiza los problemas maritales y las nuevas implantaciones, con una ´mosca` detrás de la oreja. Después complementado, por una comunicación extraña de un ser vivo y otra cosa, en Be Right Back, que profundiza sobre las emociones y la idea de eternidad, tanto corporal como mental. Y el terror proporcionado por las redes sociales y los posibles chantajes a los ciudadanos anónimos, en Shut Up and Dance, o la tragedia acosadora de White Bear, persiguiendo a los fracasados o menos atractivos, hasta la muerte.
Una prueba elemental de este deterioro mental y las alteraciones neuronales con la realidad, por consiguiente, se produce en la resolución de muchos conflictos éticos que nos propone la serie, y las interacciones con un pasado traumático. Si bien, algunas historias no trasladan la inquietud necesaria o la imaginación que desprende la mayoría, con la estructura de los diferentes elementos o pensamientos humanos... algunos que producen cambios orgánicos o manipulaciones morales como en 15 Millions Merits o Men Against Fire.

A pesar que existan agradables conexiones, denominadas "easter eggs" o huevos de Pascua con recompensas ingratas, gracias en parte a otras consultas o referencias que he debido experimentar, el denominador común está en los símbolos tecnológicos, canciones demagógicas, noticias en medios de comunicación o osos de peluche. Trazarían perspectivas interrelacionadas, al igual que la presencia de comportamientos anteriores de personajes, adicciones enfermizas, condicionantes sónicos o visuales, coincidencias tecnológicas en distintas representaciones gráficas, pesadillas del futuro que se repiten o reinician en otras cabezas, o más concretamente, que justificarían una experimentación hacia lo lúgubre a primera vista. Sorpresas correlacionadas en el tiempo por sus autores, que crecen con la meditación privada a posteriori.

Nonotecnología: Hard & Software.

Black Mirror se ha saltado todas las barreras informativas y tecnológicas, las conclusiones metafísicas o las teorías inconclusas, las virtudes o los defectos individuales, las persecuciones moralistas, sin los factores religiosos y las educativas, estructuras familiares en pánico ante los avances, parejas congeladas con pasión, etc... Existe una colección de entramados con contextos entre esa moralidad colectiva y la ética profesional del científico o informático, con investigaciones de muertes inexplicables o imposibles, las disquisiciones estratégicas o comerciales, los riesgos ante grandes corporaciones e instituciones públicas, la jauría humana en las redes, la muerte física en contradicción con la mente humana... la nueva escritura, los sueños programados, el pensamiento ilógico de lo virtual y los límites visuales, es decir, la comunicación clásica, frente a las estructuras digitales o mundos paralelos.

Las relaciones sentimentales son una prueba irrefutable de que, etimológicamente, nuestro sentimiento va unido indivisiblemente a esa comunicación necesaria. Que no coincide con el poder de la artificial, aunque queramos acercarnos a ella, para separar la comprensión del desafecto tecnológico, para hacernos la compatibilidad con el otro, el sentir la envidia, los celos, la ira o la venganza. Discernir sobre los sentimientos o el temor a ese futuro binario que se disgrega en las máquinas o dispositivos privados, y sobreponerse a la obsolescencia de la materia orgánica, para reconocer la responsabilidad, la mentira propagada o silenciada, el aburrimiento, la protección de la entidad personal o educativa, y encarar el mecanismo criminal, el odio y el dolor... la mueca imborrable del terror.
Y sobre todo, si existen los elementos confusos en la comunicación o los encuentros con futuras máquinas inteligentes, que puedan llegar a complicarlo todo, hasta límites insospechados... hasta la Muerte. Bien, lo saben Rachael y Rick Deckard, en aquel futuro distópico.

Instrumentos importantes en nuestras inconsistentes existencias, como los cacharros tendenciosos de este nuevo espacio alternativo, que cortarían la respiración a Zuckerberg o Larry Page, o el recuerdo digital de Steve Jobs... Los primeros cachivaches informáticos del Mirrorverse, se muestran como una plaga física o programada, dentro de la edición primera por la productora Zeppotron. Curioso nombre que me recuerda, no sé muy bien, serán los cyborgs o memorias desmembradas, a la orgánica ópera rock de terror, Repo!
Vimos como el entretenimiento impúdico o la información manipulada, poco a poco, se convertía en divertimento sádico, sin máscara, propagándose a lo largo de las temporadas. Visitando lugares reincidentes, multiplicados en próximos encuentros con la tecnología y el ser humano, a través de estas redes sociales que nos arrebatan o asustan, donde cualquier pececito puede ser capturado o devorado, injuriado, silenciado. Acosado como en el colegio o amenazado por las insustanciales sombras del ciberespacio sacrílego. Diezmado por las adicciones y otros métodos perniciosos de ocio que concurren en el delito tecnológico y el ajusticiamiento público, como en aquella película de Arthur Penn, creyéndose a salvo de la ley, junto a una jauría que busca una nueva víctima a la que desnudar, manosear o violar digitalmente.

Rostros que permanecen en la sombra, personajes sentados regocijándose de ese poder de amedrentamiento extracorpóreo, mientras el sufrimiento se propaga por las ventanas, cada vez, más apagadas. y las agrupaciones que fecundan una libertad falsa e insostenible.
Black Mirror ha descubierto o rescatado del ostracismo cinematográfico a una serie de caras, actores y actrices que han dominado la escena y se han asomado a esta ventana con pasión y grandes dosis de profesionalidad, como en ese primer capítulo con Rory Kinnear (Penny Dreadful), en la próxima Bond 25 o Lindsay Duncan (The Leftovers). Luego llegarían un semidesconocido Daniel Kaluuya (triunfador actual con Get Out y Black Panther), Toby Kebbell (Un Monstruo Viene a Verme, Kong: Skull Island, Domhnall Gleeson (The Revenant, Star Wars: Episode VIII - The Last Jedi), Lenora Crichlow, John Hamm y Oona Chaplin (próximamente en las nuevas Avatar), las sugerentes Bryce Dallas Howard y Alice Eve, Wyatt Russell y la bella Hannah John-Kamen (Tomb Raider, Ready Player One), el acosado Alex Lawther, Gugu Mbatha-Raw (Miss Sloane) y Mackenzie Davis (Blade Runner 2049 y se habla de su participación en un reeboot de Terminator), o Benedict Wong en dos cintas triunfadoras como Annihilation y Avengers: Infinity War. Son los rostros ante el espejo negro y empírico.

Por supuesto, es evidente, la totalidad de episodios de Black Mirror tienen esta conexión del mundo moderno, con la visión de las andanzas de los seres humanos con estos denominados gadgets que embrollan las relaciones y el contacto con otros conciudadanos, vecinos, parejas, hijos, etc... En la dificultad de poner una balanza, entre lo que somos y lo que podrían exigir de nosotros mismos, para configurar una falsa realidad de los aspectos sociales, las virtudes artísticas o el conocimiento, por un deterioro progresivo que nos dirige a la vanidad, la frustración o banalidad de la especie.
Aquí nos hallamos, con percepciones sensoriales ya mencionadas, que nos introducen en el universo errático de contradicciones o sentimientos humanos, respectos a implantes que nos engañan a primera vista con bellos cuerpos o mentes. Algoritmos preparados para gobernarnos con mentiras o artimañas que burlan los controles, con una chica en Nosedive que sueña con ser una persona con grandes contactos, totalmente interesados en realidad. Con juegos digitales que evolucionan hasta el deceso o la confusión de la mente como le sucede al protagonista de Playtest o virus que nos acosan hasta conseguir la anulación de la existencia, con insectos selectivos de la misma entidad embriológica, que aquellas arañas que perseguían a Tom Selleck en Runaway... ahora en la esencia de abejas mecánicas, en un capítulo algo desprestigiado (no entiendo porqué) llamado Hatted in the Nation.

Existen nuevas amenazas mecánicas que trataremos de controlar a continuación. Si nos permiten, los ojos vigilantes del futuro.

La Nueva Black Mirror.

Aquellas primerizas narraciones emitidas por Channel4 o Endemol, temporada I y II antes del navideño White Christmas, recomendado por el público y la crítica, que tengo pendiente, nos retrotraían a las historias concentradas de terror y ciencia ficción. Aquellos relatos con los que crecimos o soñamos, desde las viñetas de revistas como Amazing Stories, 1984 o Tótem, hasta las recordadas imágenes de la mítica serie The Twilight Zone (o En Los Límites de la Realidad), pero, muchas de ellas, menos enfocadas a los peligros de un entorno ergonómico con la nube contemporánea o la sufrida tecno-paranoia de nuestros días. Implantes de memoria entrecortada tras el oído, visión periférica desde nuestro sofá, sentimientos extracorporales y dudas metafísicas, espectadores de ojos aterrorizados, trasplantes de personalidad adquirida o condicionada (no de aquel físico cerebro frankensteiniano), duplicidades sustanciales, comunicaciones con el más allá a través del ratón, faltas de comunicación satisfactoria, insatisfechos sociales o emocionales, colectivos irascibles... y un monigote de peluche, entonces, dedicado a la política.

Ahora, los seres humanos necesitan pruebas que garanticen esta diversificación de emociones, el control educativo y las actividades dentro del ámbito laboral, los métodos para conocer la verdad o salvarnos de nuestros nuevos enemigos, la desproporción de mentes embriagadas por la tecnología o la sabiduría endiablada de los futuros científicos.
En definitiva, la defensa de nuestros derechos y libertades, como consumidores o espectadores de la vida, para que la ética y las emociones, no queden enclaustrados en una jaula cibernética, semejante a un videojuego de última hornada, o un colgante con reminiscencias gráficas a las series clásicas de ciencia ficción en la televisión. Huir al cinismo social y recurrir a un sociable, sentido del humor. Sin embargo, esta desdramatización narrativa puede llevarnos a la desnaturalización de la esencia de Black Mirror y el miedo a la globalización, en relación con los, menos dubitativos, gustos personales de cada espectador.

Sin poder desprenderse de ese halo misterioso, que gira entorno a nuestro conocimiento... o simplemente, contenedor que amontona las experiencias acumuladas, los recuerdos de lugares y seres queridos, las cambiantes emociones o miedos ancestrales, la serie ha continuado a los mandos de Charlie Brooker y Netflix, con las dudas que caracterizan a los habitantes ´más inteligentes` del mundo, hasta ahora, durante toda la historia de la Humanidad. No sabemos si de las próximas igualmente.
Aquellos miedos derivados de la manipulación drástica, o efímera (dependiendo del uso y control), provienen de los riesgos por una actividad prolongada o condicionada por los comportamientos sociales, las instituciones en la sombra. Esto es, de la adicción descontrolada del individuo con diversos elementos o esa intimidad que se vuelve peligrosa, encaminándose hacia la soledad encapsulada o una hiriente desproporción de los recuerdos pasados. Datos alterados por nuestra conciencia o imaginación, por accidentes vitales o el inevitable final.

Siete años de miradas retrospectivas que coinciden en la cuarta temporada, que algunos consideran algo floja, pudiera estar de acuerdo, si no fuera por ese prodigio emocional de encuentros programados y sus ejercicios de romanticismo furtivo a lo Show de Truman. Las demás historias si tienen resortes más estilísticos que una profundidad en los miedos irracionales frente a la nueva inteligencia, con artificios o decisiones ilógicas, que confunden el resto del argumento y te hacen pensar en estúpidas consecuencias, alteradas ladinamente por los directores.
En nuestras memorias, recordamos hoy, que las historias de Black Mirror comenzaron de tres en tres, sin caer en esa banalización argumental ni experimentar ligeramente con tácticas visuales o narrativas. Mr. Brooker nos puso ante lo incómodo y aquella mentira, invisible, proporcionando una ventana pública donde, todo, se podía alterar o consumir a solas, en peligro o rodeados por una audiencia penalizadora, olfatear el miedo de una piara incontenible e invisible, tragar bilis ante miles de ojos atónitos, o poner el dedo sobre la llaga corrupta... de un cerdo reconocible o un ser humano alienado. Es decir, desde el escarnio o la justicia insobornable del colectivo. La Jauría Humana.

¿Cuántas horas y nombres han transcurrido en este espacio virtual? La evolución tras sus ojos y diversos puntos de vista de los autores, han perdido cierto grado de ese riesgo en la identificación de ideas pretéritas con la realidad paralela, o algo de frescura. Ya que parece más dirigida a lo emocional o esas dudas reproducidas, incesantemente, dentro de nuestras cabezas menos pensantes.
Se siente, más carga digital de relleno, menos atractivos visuales o contraproducentes y, poco suspense en esta cuarta visita que deja aparcado este mundo virtual o irreal, en ocasiones, sobre un simple colchón de técnica, más o menos conseguida. Una elaboración no demasiado atractiva de la producción sobre los efectos digitales y expresiones desdibujadas de ciertos personajes. Donde mis preferencias estarían del lado de las divertidas citas, o no, de los protagonistas de Hang The Dj en esa búsqueda recalcitrante de la pareja ideal y sus inacabados estereotipos sexuales, y en contra de muchas opiniones, la historia del museo de los terrores. Un relato en tres partes, que recuerda a experiencias macabras junto a ´una científica` Madame Tousheaud o Los Crímenes del Museo de Cera con el admirado Vincent Price de maestro de ceremonias. O una visita inesperada en pleno desierto a aquel enclaustramiento terrorífico de Abierto hasta el Amanecer. Una ruptura con lo que pronosticaba una simple marcha en coche por una rústica carretera.

Cada nuevo capítulo nos reserva otro huésped especial o maestro de ceremonias, donde los seguidores tienen sus preferencias, como con el resto de historias en su mirada retrospectiva sobre Black Mirror. Por ejemplo en el titulado USS Callister dirigido por un televisivo Toby Haynes, tenemos al interesante Jesse Plemons y otra actriz de Fargo como Cristin Milioti, en Arkangel de Jodie Foster a una dudosa madre interpretada por Rosemarie DeWitt, con decisiones confusas sobre la protección parental. Para el flojo episodio de John Hillcoat a una pareja atípica entre la investigación tecnológica y el asesinato, con las actrices Andrea Riseborough y Kiran Sonia Sawar. En la mejor para mi gusto, Hang The DJ del director Tim Van Patten (Los Soprano, Boardwalk Empire), la pareja protagonista compuesta por Georgina Campbell y Joe Cole... un jodido Shelby, nos divierte emocional y sexualmente, en Metalhead de David Slade (Hard Candy, 30 Days of Night) el protagonista es un robot a cuatro patas. Para finalizar la entrada en el Black Mussen de Colm McCarthy (Peaky Blinders), con un enfrentamiento de ese pasado tecnológico entre Douglas Hodge y el futuro vengador de la actriz Letitia Wright. Ojo con Shuri!

Hemos experimentado con los cambios de la tecnología en nuestros hogares, recordamos los métodos educativos que sufrimos o las pocas adaptaciones en nuestros centros laborales, padecimos la inexperiencia al instalar la última versión de un sistema, concedimos permisos a quién no debíamos ni lo merecía, perseguimos nuevas experiencias, selectas o prohibitivas, conferimos al ocio, un amplio volumen de nuestro tiempo, al lado de los sistemas informáticos o los novedosos métodos audiovisuales. Nos acercamos a las ventanas que nos traen aquellos recuerdos, aunque no tuvieran implantes de nueva generación, gasolineras por el desierto australiano, vigilantes con mandíbulas de acero de aleación, citas irritantes o inconclusas, Cocodrilos o Arcángeles, y algún vuelo sin motor por las conexiones cerebrales del ninguneo.

Tendremos que ver si, la implantología tecnológica sobre nuestra intimidad, confiere un mundo ininteligible a la larga, de percepciones alteradas que pueden doblegar la resistencia del cerebro humano o reproducir nuestro dolor hasta el infinito sensitivo, como una especie de hellraisers tecnológicos. Introduciéndole en un universo de apariencias truculentas y falsas responsabilidades, de recuerdos que manipulan aquella realidad sobre el recuerdo del mundo exterior, o que condicionarán las próximos encuentros en nubarrones informáticos, plagados de virus peligrosos y reales, con contactos que necesitan soluciones. Un universo de preguntas y respuestas directas, idea tras idea, boca a boca... piel sobre piel.

Hasta que, los tiempos del cambio o las densas corrientes plasmáticas, que atraviesen vuestra pantalla más tecnológica y compleja... nos devuelva a otra Black Mirror.


Tráiler Nancy, de Christina Choe.


Cinemomio: Thank you

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