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sábado, 11 de noviembre de 2017

Twin Peaks, the final?

Los Picos Gemelos de Lynch.

Repetimos... Todo termina como empieza, en el interior de una salita de espera con estilo rococó o modernista, hiperrealismo enlosado sobre un piso orientado a la profundidad quebrada y con un telón rojo como salida a otros universos paralelos. Biunívocos en traslación, del silencio al exceso, reiteración, paranoia, horror... hasta el humor.
Sin embargo, la autopista o el vuelo tomado con el capitán actor, ha dejado atrás ciertas normas o paisajes típicos, de aquella población llamada Twin Peaks. Un paraíso donde sus jóvenes se dirigían por otros caminos y regían otras reglas, dedicados a amasar dinero, danzar embriagados semidesnudos o drogarse con el polvo blanquecino de la locura.
Hoy, David Lynch y Mark Frost, han olvidado todo aquel mundo paralelo, adulterado, y se han propuesto una pesadilla existencialista con el tiempo. Siempre alrededor de la comedia con un toque infantil.

Porque han crecido (que no hecho adultos), se han recubierto del espíritu de los cómicos pasados, de su piel, han borrado su memoria para trasmutarse en otras dermis nuevas o reencuentros con la nostálgica paranoia. Se han convertido en locos, muy agradables, distópicos y melodiosos, menos odiosos que las familias arraigadas al terruño o los cuerpos policiales entregados a... no ´desfacer` entuertos. Los cuerpos de élite en la serie.
Puede costar entenderlo, no al comentario, sino al genio de Lynch... Después de que muchos fans, empiecen a pedir justificaciones por faltas determinadas o desechar terrenos baldíos, cuando su mente trabaja de otra forma, menos imberbe y más lacónica. Nos sorprende, estableciendo una trama helicoidal alrededor del Fire Walk with Me, con bifurcaciones inéditas y vueltas de tuerca sobre aquellos personajes. Ya casi nadie recuerda que, hubo una primera llamada Teresa Banks (Pamela Gidley) o se han desclasificado los archivos pertenecientes a la juventud de Heather Graham (como Annie), Lara Flynn Boyle/Moira Kelly (Donna), Sherilyn Fenn (Audrey), Phoebe Augustine (Ronette), Peggy Lipton (Norma), Eric DaRe (Leo), Dana Ashbrook (Bobby), Mädchen Amick (Shelly), James Marshall (James)... simplemente porque ya no están o han mutado sus entidades estudiantiles y ligeras de cascos, por otras más descerebradas si cabe, más autónomas.

Ya no pueden volver al instituto, ni a sus turbios negocios con las drogas ni las relaciones tóxicas, sugerencias maltratadas de un amor enfermizo. ¡No! Se han cambiado por otras conductas extremas y duales, que pertenecían y estaban en sus películas de siempre, carreteras comarcales hacia el horror o el humor envolvente y surrealista. Semejante a pasear la acera de mano de Charlot y sus pasos aparentemente torpes, esquivando las miradas furtivas, con miles de cáscaras de plátano esperando a ser pisadas.
La nueva Twin Peaks, es muchas cosas. Sus episodios son sonrisas abiertas mirando al futuro, hacia la carcajada ladina, que sofocas con la mano ahuecada, para no demostrar esa falta de humanidad con el desgraciado en caída libre. Espectadores, espectros lujuriosos con las modificaciones y los rostros tras el cristal o pantalla. La incorporación de personajes es sintomática o emotiva, algunos calificados como ligeros cameos, cuando realmente podrían ser (o prefiero argumentarlo) denominados de abrazos o carantoñas; como por ejemplo, respeto histórico y mención especial a Jack Nance (uno de los suyos), o el cariño y la admiración mutua de David Lynch por todos los artistas que recorrieron este camino del brazo y la mente. En especial, lamentables pérdidas de dos grandes como Miguel Ferrer y el gran Harry Dean Stanton, las consabidas de Frank Silva (Bob), Dan O’Herlihy (Andrew Packard), John Boylan (Mayor Dwayne), Don S. Davis (Comandante Garland Briggs), Michael Parks (Jean Renault), Catherine E. Coulson (Lady Leño), Warrent Frost (Dr. Will Hayward), y por supuesto, Mr. David Bowie.


Además, el premio honorífico y profesional, a aquellos actores que compartirán locuras y chistes, del pretérito al futuro, desde una admirativa coordinación de apariciones sorpresivas o efímeras, dependiendo de los huecos o puertas abiertas en su mente. Son troncos hercúleos o cimbreantes, en este bosque sensitivo lynchiano, paralelismos de productor y actor ya aparecido en aquella primera Twin Peaks, Matt Battaglia, o elementos especiales de su juego como el mismo Nance, Steve Baker, Scott Coffey (jovencito que visitó el rodaje de Érase una vez en América, del gran Sergio Leone), Joan Chen (El Último Emperador, Deseo Peligro) o el evasivo Ray Wise, de las series a La Cosa del Pantano de Craven o Robocop. Pasando por profesionales de ayer y hoy, en suspensión fantasmal, como Monica Bellucci (después de la emisión de Twin Peaks empezaba a grabar Drácula de Bram Stoker), Ana de la Reguera (Narcos), Richard Chamberlain (empezó su camino televisivo en Alfred Hitchcock Presenta), Michael Cera (Juno, Scott Pilgrim), Gia Carides (Cartas de un Asesino, Austin Powers II), Ronnie Gene Blevins (de sus comienzos en A.I. a El Caballero Oscuro), Francesca Eastwood (de bella familia y lindos ojos azulados), teloneros de carrera como Brian T. Finney, John Ennis (Zodiac) o Richard Bucher (doble en grandes escenas de riesgo y actor), Hugh Dillon (Wind River), John Billingsley (en 1990 rueda I Love You to Death, de Lawrence Kasdan), la estrella en los 70 y 80, ahora en Jeepers Creepers III, Meg Foster, John Savage (el inolvidable Steven de The Deer Hunter) y David Duchovny (que calentara en Armas de Mujer, de Mike Nichols); o muchos otros, de los que es estupendo ir descubriendo sus numerosos trabajos para el cine y sus carreras en televisión.

En Twin Peaks existen muchos caracteres bifurcados, entre su universo colectivo y la comedia, actores para esta segunda parte 9 + 9, ¿al fin de Twin Peaks? Acaso última línea saltando, entre admirados y entrañables parajes naturales, a la extravagancia quimérica de Las Vegas, la oficialidad mundana de Whasington, fronteras del frío al cálido Estados Unidos, por California, Dakota del Sur y Nuevo México. Son nuevos territorios sobre los que transita el cerebro de sus míticos creadores y protagonistas, donde se arropan con la comedia más clásica, calentando los motores de nuestras comisuras y neuronas, hacia la hilaridad o el horror.
Mr. Lynch no justifica la bipolaridad de sus pensamientos, más o menos, informes. Tampoco reprime la fisicidad de mimo o libertad de expresión, para dar pulcritud a este diamante o joya policíaca, con conexiones surrealistas que le dan carácter. Algo que reniega de la huída de aquella segunda parte de la serie, simplemente, pensando que era una mierda y ha logrado salir a paladas de ella. Regresando en busca de otras perspectivas o sensaciones, puertas que han ido ahondando en la historia original y abriendo el paso a otras series como True Detective, Fargo o The Leftovers en sentido metafísico.

Nic Pizzolato se ha declarado fan de él y de su trabajo, así como su sueño eléctrico interpretado genialmente por Kyle Maclachlan, que dijo de su división material y actuación a tres bandas: "Fue un reto sobre todo interpretar al doppelgänger (gemelo opuesto). Alguien que evita todo rastro de humanidad, que es casi una máquina, absorbiendo cualquier bondad y capaz de matar sin misericordia. Nunca había entrado en algo así, pero sabía que David sería mis ojos. Para llevarme por el camino correcto, confié completamente en él". - Como no.
Pero, quién no se ha acercado al cine de Lynch, sabiendo que sus proporcionalidades giran entre la magia representativa y esa exageración reiterada del mundo, la concepción onírica o caústica de la vida, y los crímenes insospechados o brutales de los seres humanos. Más reales a priori, si echamos un vistazo a las crónicas dramáticas de periódicos actuales con muertes horribles de mujeres y niños incluidas. Mas, en la nueva Twin Peaks, sobrevienen otros reflejos sobre la taza de café espeso, un pastel cargado de sabrosas cerezas para saborear a través de la teletransportación, los espacios comunes a su cinematografía y la amistad: dividida interpretativamente en amor/odio.

Incrusta la cinta de VHS, replay, repetición para volver una y otra vez, a aquellas sensaciones de ayer, con la desambigüación de los recuerdos en otros rostros o viejas alamas, y la misma mente creadora en plena forma de facultades cognitivas, que se expresan en diferentes coordenadas del arte, vídeo, música, pintura. Quizás, echo en falta esta tendencia pictórica por la digital, pero supongo, era cuestión de tiempos.
En este lugar, también triunfa su expansión macabra, demostrando que un simple juego o medida de fuerza, establece una guía hasta el infierno. Ese respeto por lo desconocido, desde la dignidad del individuo o la enfermedad social, a la monstruosidad escondida en el colectivo; del miedo ante la expresión de la maldad pura o el nacimiento de un héroe. Rincones por los que triunfa un actor semi-olvidado, no por presente y futuro, traspasando aquellas únicas puertas naturales, hacia el infierno, el sentido absurdo y la comedia clásica. Un Kyle MacLachlan, natural del Valle de Yakima (estado de Whasington) cambiante y entregado hasta el fin. O no, ya veremos más, oiremos...

Otro hecho, la numerología es mágica como los sueños. Puede abrir mundos paralelos, caústicos, caricaturescos, sobre troncos de árboles, mirillas espaciales o postes de la luz. Conexiones tridimensionales de degradación o sometimiento, hasta la dislocación del rostro, que separan la circular mandíbula que arrampla la naturaleza, con el real mordisco e infantilizado. Establece coordenadas con personajes míticos, alterados, atribulados al volante o sentados en despachos oficiales, del Bureau u otros. Marca los pasos, de más casos sobre la Rosa Azul y el peso de sus hombres de negro, en número incógnito. Los metros del un curioso y descartado metraje, los compases hipnotizantes y los universos sugestivos, dentro de un contexto de hiperrealismo abstracto y su pretérito imperfecto. Signo aleatorio y elegante, sobre la estética del humor, el precio del aroma a café de calidad y las migajas desmenuzadas a conciencia de un bizcocho de chocolate, con tacto y pausa. En definitiva, una dirección que identifica el retrato del presente y sus tonalidades, con una estructura mágica y evolucionada, ambivalente, diabólica, compleja y diferente, inmutable fuente respecto a cualquier proyecto que hayas podido visionar en los últimos años. Casi seguro... repasa.


No preguntes, cualquier respuesta es válida en Twin Lynch´s.

Hoy son recuerdos, no grises sino coloristas, como no podría ser de otra forma. El protocolo narrativo roto sin fin, se contesta con calidad amistosa e imaginación desbordante, en propuesta, Twin Peaks nos acerca a puertas desconocidas, de nuevo. Franquear las pendientes repletas de troncos y apariciones estelares, sin aparente sentido, significa reunión en partición, bifurcaciones a través de muchas de las respuestas inconclusas en dualidad nostálgica y distópica. Creatividad de alta tensión en reiteración, es decir, pululando entre la tormenta eléctrica, cíclica y las chispeantes ocurrencias de un equipo unificado, quizá, más fruto de la libertad y el compañerismo, que de una narración a rajatabla y sin resquicios, sin fisuras en la madera rústica que sirve de base... el suspense en episodios.
Por tanto, el cine lynchiano transcurre libre, a pesar de su lejano trabajo en 2006, entre la dualidad del ser humano y los rasgos del pensamiento de un creador o director de culto, que se desborda conceptualmente en cascada.

A la vez, que vamos descubriendo en la oscuridad, estas variaciones temporales y vertiginosas, de su inquietud actual por otras expresiones artísticas y experimentales. Propagando las diferencias existenciales entre todos nosotros, como polvos pica-pica, que van molestando a los estructurados mentalmente y azuzando a los que esperan esa picazón, dosis diaria, con atracciones oníricas y deseos distintos, de las consabidas perspectivas metafóricas.
Muchas cuestiones sobre el paso del tiempo, la violencia extrema y el amor en oposición, la muerte retórica o filosófica, las creencias, la sociedad y el éxito... ¡el futuro! Todas materias incontestables o abiertas de par en par. Ya que, en este inexorable suceder de los hechos, existen también, preguntas sin respuesta que caen en el pozo de la desesperación de unos o elucubración narrativa de los demás, esperando unas palabras de claridad. Como si no fuera suficiente, con el regreso incondicional y testimonio actual de Mr. Lynch, con el esfuerzo de programar toda esta sucesión de sistemas oníricos, provocativos e irrepetibles.

La muerte de la inocencia, dolor grabado en la memoria y humor remarcado en su alma retiniana, su aptitud frente al reto, con ojos mundiales observándole y la rúbrica excelsa del jefe de todo esto. El padrino, director y el policía, cómico y dramaturgo. El terrenal o imaginativo, frente al abstracto, paciente inconcreto... Lynch es la mirada interpretando su propia calma o vértigo, visión y esencia, permutando con las demás visiones o rostros diseccionados.
Como el vigilante de un albergue, para caravanas de ancianos y almas perdidas, que controla la puerta número 6 al infierno, o el distribuidor de todas las diferencias metódicas con agentes del FBI, también el protector de esa inocencia. Otro inocente, en apariencia, prófugo de elucubraciones externas y seguidor de últimas tecnologías, cerbero del calabozo demente y la voz de una grabadora, sin imagen, hasta ahora. Anuncia con silencios, el fuego creativo, en traslados de automóvil o avión, en simples retazos de cotidiana anormalidad, demostrando que la sociedad parece involucionar a buen ritmo. La psicopatía se camufla tras la balada eléctrica y el rock ambiental, para incrustarse en la carne de cañón del pasado, amor sin cura que acaba triunfando sobre otras perspectivas. O no...

Una de estas respuestas es consabida, se dirige hacia la profusión de aquel ´sueño americano` de otra época, ya desnaturalizado por barreras sonoras y puertas blindadas. Hermetismo con una mirilla en la superficie, dirigida al horror o la observación mística.
Por supuesto, otro de sus apoyos en forma de pesadillas, hechas cortometrajes (dónde aparecían algunos de sus amigos y fetiches interpretativos), como en su compleja EraserHead, es la fracturación del tiempo narrativo. Aquí se expresaban esos actores, algunos efímeros como fantasmas y otros como Jack Fisk, salido de aquella cabeza borradora y ahora director, la jovencita entonces y también directora, Jennifer Lynch (Surveillance, Chained) y la televisiva Charlotte Stewart, que llegó hasta David y a los Temblores bajo los pies.
Aquellos cortos dieron entrada a obras extensas, insospechadas, semejante a entrever unos días de sexo irrefrenable y agotador, que no esperábamos. Ya que el cine de Lynch no te da la posibilidad de anticipación, ni un respiro o pausa para saborear una taza de café y glucosa, para recuperar fuerzas y proseguir en una nueva marcha mental... ¡hasta hoy!



El Espejo: Pasado y Futuro.

Diferencias existenciales que se traducen en el guion, gestos de los personajes que hacen estragos en la historia juvenil, como los susurros que muestran el suspense y sofocan los gritos de Laura, el amor por triple partida, la metamorfosis del individuo, la complejidad de las relaciones humanas o familiares, las danzas con cambios físicos y expresivos, nuevas coordenadas que el espectador deberá buscar por su cuenta. Abriendo y cerrando puertas... como retratos de hiperrealidad o abstracción sistemática, con nuestro prestidigitador David, el Otro Mago que abría ventanas pintadas o formas de escape a la realidad familiar. Ahora, va a intentar ocultar esos datos, malearlos en el calor eléctrico, con los diminutos caminos que recorrerá el nuevo Cooper, una Alicia en un País de las Pesadillas y con el corazón o su reina, no tan difuminada como los rostros. De ayer a hoy... en un salto mortal, temporal, humorístico hacia la fantasía.
La memoria desaparece sin objeto ni esa definición casual, muta a los asesinos que se agolpan en una división de Logias como un tablero de ajedrez histórico, desconocidas en el significado explícito, cambia drogas por anillo y jóvenes alocados por locos de siempre. Alternativos.

Es la disyuntiva eterna, una oscura y otra, blanquecina como caballos salvajes en un salón o la droga que recorría las venas de Laura viva. Mientras los principales protagonistas de la pesadilla existencial y verdadera historia, se sientan rígidos observando colores de otros universos paralelos (o mortecinos) y establecen conversaciones sin conexión, tan hilarantes o distorsionadas como nuestra mente en manos del director de Montana.
La música de Angelo Badalamenti, acariciando nuestra sonrisa imperecedera. O dibujándola siniestra en la boca de un jocker jugando con amigos, de Dos Caras, sabiendo que cada una de las percepciones, puede subdividirse a su vez, en otras dos impresiones correlativas con la naturaleza de los hombres. Las mujeres igualmente, pero de forma y sentido diferente.
Ellas tienen las respuestas y se las callan, porque su presencia significa pasión, miedo e indefinición, jugando con fuego entre los dos entes, peligrosos, musculosos y mágicos.
Porque Laura Palmer fue magia de la tele.
Porque los casos de La Rosa Azul son un misterio.
Porque sus espacios, parecen los estratos de la Divina Comedia de Dante.
Porque la obsesión cafetera, pertenece al pasado y al futuro. Porque las estrellas se encienden y apagan todos los días... semejante a los faros cruzados en una carretera de noche. Pero, dejan huella, igual que una película muda o el retrato de un añejo boulevard al ponerse el sol.
Boulevard de sueños rotos... Porque los anillos, se caen de su dedo, cuando desaparecen.


Ellas, físicamente (salvo sorpresas de última hora), son las victoriosas en este reencuentro del pasado, se ponen el mundo por montera como unas antenas de aquella antigua televisión. Bastantes aún, en blanco y negro, como las divas en su crepúsculo divino.
Son el arma arrojadiza y la carne, vívida o descompuesta, mientras el inexorable reloj, secuestra algunas presencias, divide sus opciones maternales y condiciona el sexo sobre los pantalones del macho. Cuando, el futuro transita en otros hogares incomprensibles aún, pensando que permanecen intactos como ayer, estéticamente, y sin embargo, la odisea temporal posee muchos otros biseles esféricos que circunvalar o derribar. Columnas helicoidales como escaleras al cielo y dinteles que transgredir. Ellas pueden pasar de ser víctimas a heroínas, o viceversa. Nunca se sabe, hasta el final o el comienzo de una cuarta estación de Twin Peaks, habrá que preguntarles a los protagonistas principales. ¿Eh, David?

Tras los nueve primeros, continúa el humor, porque aquellas llamas (no ardientes sino de las andinas) abrieron la espita, escrutando la realidad de sus ojos y nuestra sonrisa. Y parecen dibujar una más amable hoy, más directa o familiar.
Porque esas logias son dos caminos, y el premio gordo. Dos ideas, dos figuras en el suelo... blanco y negro, rojo y blanco, porque el cisma de unos ojos es el espejo del alma, pero ¿qué alma?
Porque un café sin compañía, es un reactivador físico y no una charla mental, con el otro...
Porque la comedia, nació en un lanzamiento de béisbol, una apuesta, un paseo itinerante por calles de una ´tranquila` residencia, una batalla a pulso, un cambio de números asegurados, una parada sostenida en un ascensor con café humeante en mano, o un acto sexual con sonido a victoria...
Pues, todo, incluidas preguntas y respuestas, está aireado sobre una mirada y cabeza brillante, que no borradora.

De momento, nos centraremos en su doble personalidad, la doble vía, comedia y tragedia.
En Twin Peaks, visual y naturalmente, las circunstancias parecen inmutables como el RoadHouse y su danza infinita, sin llama que te tosa o estudiantes extralimitados pululando alrededor. Desde aquel Fuego Camina Conmigo (1992), las circunstancias personales o transformaciones físicas son un hecho, pero no, las identidades corpóreas o significados metafísicos. Al menos, hasta que la electricidad hace presencia en ambos lados o polos genéricos, que parte la realidad en dos, de igual forma geométrica que esotérica.


Los rincones congelados en el tiempo, como las carreteras perdidas que indican una salida a otro mundo, se irradian en muchos sentidos, a veces sin saber dónde queda esa realidad. Recojo una metáfora cinematográfica, leída en algún medio compañero, uno amarillo de señales o imágenes, contraproducentes para las Alicia´s reflejadas en un espejo circense, aunque no tan infantil. Buscando la droga que desequilibró sus percepciones y luchas, el café compartido con sus contactos seniles o gargantas profundas, con un grito que te congela la sangre.
La suya también, la de Laura plastificada y estratificada ahora, mientras su agente, no amante y amigo, bandido.... asesino o no, nos arrebata la última carcajada, un concierto y algún bollo. Las drogas duras y ´amistades` de antaño, han sido sustituidas por cafeína y mucha menos nicotina, dónde va a parar, Sres. de Horne, de Hurley o de Palmer.

Sin embargo, Mr. Lynch cambia constantemente, las sensaciones y los tiempos del juego, nos hace perdernos en un laberinto o volar dentro de un tornado a Las Vegas, electrifica su piel y la nuestra, la de sus célebres personajes, combinando datos binarios y alterando el sueño, trastoca las coordenadas que indicaron pruebas incriminatorias, para perdernos hasta la próxima resolución. Divide la identidad, en parcelas indivisibles de nosotros mismos, mal o bien, como las fotografías colgadas en la habitación del horror familiar, les hace cambiar de chaqueta como de hábitos, y dirige nuestras mentes que empiezan a discutir neuronalmente, para quedar perplejas con su ciclo continuo. Combina las cascadas de antaño con cortinas de entrada, derriba muros de entendimiento e investigación, los porches se los traga a bocados, las bisagras se nutren de silencio, el marco de la puerta se diluye hasta alcanzar la pérdida de su función física.
Pláticas o silencios, por autopistas nocturnas, espacios concentrados como una taza de café de lujo, búnqueres acristalados, calabozos de locura, portones de aviones oficiales, camas con sábanas retorcidas y humedecidas, estrategias de altas miras y poca dirección aparente. Mas siempre, está ahí presente él, sentado frente a Diane y Albert... como una maldición amistosa o un hechizo.


La juventud pueril, ha saltado a otras cabezas, que explosionan, fracturan o evaporan, dejando asomar el énfasis dogmático de Lynch o esa entidad serrada entre el bien y el mal. Volveremos a preguntar como en el pasado, si son seres amables o ángeles caídos, que se ríen de todos los mortales, cómo huele la resina inmutable; mientras en ese lugar más terrenal, el jefe de policía cabal e hilarante, ha sustituido al hermano convaleciente (Michael Ontkean de El Castañazo, por ejemplo) por un Frank Truman en modo sheriff descafeinado, que no excelso. Interpretado por Robert Forster (que ya estuvo en La Noche de los Gigantes de Robert Mulligan) y su otrora acosada cara, matrimonial.
Por tanto, su personaje además de racional y humano, es igualmente desconcertante que los diferentes inspectores o detectives, políticos, gregarios o militares, como el bipolar coronel del ejército con la piel de Ernie Hudson, Miguel Ferrer circunflejo y afable (esnifando ante Robocop por siempre), consentidor como la sensualidad profesional de Chrysta Bell, la dualidad económica de Don Murray (ya presente en Bus Stop junto a Marilyn) y ese extravagante colega llamado John Pirruccello o el hipismo olvidadizo de David Patrick Kelly, que salió de Los Warriors de Walter Hill.

Desde las sombras y risas del pasado, cruzando puertas de despachos desposeídos de humanidad, no de este humor institucional, que se mueve por oficinas y prisiones, casinos irreales, montajes mafiosos, habitaciones sexuales, moteles pegajosos o pintados con sangre, escenas del crimen, cotilleos... si bien, otras prácticas imaginarias suceden de ruidos de televisores, hoy vacíos de rayos catódicos o más plasmáticos que ayer. Conexiones igualmente eléctricas, centradas en hogares más habitables y dominios hampones, coches más silenciosos, que los camiones o las motos pretéritas, furgonetas que transportan balas entre bocados de comida basura, y otros inexplicables, fantasmagóricos como una esfera metálica y refractora, criminales y sus caricaturas, significativos enchufes en la pared porque la electricidad inunda todas las perspectivas... entradas o salidas. Telones de funciones que no acaban nunca, como la música y el símbolo del infinito. O la nada.
Todos esperando a la llegada del héroe...

Pero, la realidad (más sensorial que humana) dicta a David Lynch, establece conexiones temporales y espaciales consigo y nosotros, un más allá cubierto de cabezas voladoras, de bajezas morales y nuevos crímenes horrendos. Pues, en cada capítulo de la nueva Twin Peaks (dividida en dos), encontraremos una cascada imparable de ellos, pero, aderezado de un surrealista sentido del humor. Sucesivamente instalado, en uno u otro lado, si alguien es capaz de recordarme que, en determinado episodio (por ejemplo el último), no existiera un asesinato extremadamente violento... o un gag afortunado.
Uno de sus protagonistas, de los nuestros (admiradores de Lynch), el querido Agente Dale Cooper y su avatar cuántico en estado criminal, que esconde su músculo bajo desfiguraciones corporales y maquillaje, semejante a un cómico de la legua de antaño. Por descontando, no el único, muchos personajes son miembros disparatados de este juego magnético, entre melodrámaticos habitantes de Twin Peaks y reapariciones en 2017, entre la entrega incondicional al jefe, genious of course, y esa dicotomía surrealista. El humor se construye bajo la ambigüedad cinematográfica del tiempo y la aparente vida inmortal de una estrella, sin crepúsculo.


También, observamos a Russ Tamblyn (hizo aparición por primera vez en El Muchacho de los Cabellos Verdes de Joseph Losey, era Saúl en Sansón y Dalila y se echó bailes desde Siete Novias para Siete Hermanos a West Side Story), aquí en modo comedia y crítica, con su pala visionaria para desprenderse de efluvios malolientes, cantes propios y ajenos, semejante al Wolfman Jack de la palabra en American Graffiti; mientras, Nadine o Wendy Rose (musa iniciática de Wes Craven) se convence y entrega la cuchara al amor, cuando discurren los tiroteos, gore y los violines los ponen otros.
Cuando no estamos atrapados en loops y escenas hilarantes de cine cómico, los jefes se encuentran con el ´palo` de la realidad y el esoterismo de una dama que se despide, la sangre indígena corriendo por sus venas al servicio de la comunidad, es y será el halcón, Michael Horse. Encaramado a una colina o la oficina de la comisaría, frente a un asesino redimido como Dana Ashbrook, con los entrañables y sus alucinaciones, cálidos Harry Goaz y Kimmy Robertson, previendo alguna acción destacada. Y también cariñosos encuentros... El amor circula en cualquier dirección por Twin Peaks, de Richard Beymer a su hermano con problemas de visión práctica, David Patrick Kelly. Siempre fueron extraños con dos miradas, ahora puesta en Ashley Judd, o unos prismáticos...

En su atardecer y el nuestro, todo comenzó en aquel último de hace 25 años, cuando Bob mira a los ojos inteligentes del bueno de Cooper y se inyectan maquieválicamente en el otro, malvado páter, con una dosis de locura intratable e irascible. La familia Palmer está más errática o difuminada, tras sus trastornos bipolares, Ray Wise (incandescente bipolar) y Grace Zabriskie (nicotinizada polimórfica), enmarcados con risas o sonidos resonantes que salen del interior del averno. Donde sus habitantes cruzan una habitación roja de plaquetas esparramadas en zig-zag, junto al gigante "apagafuegos eternos" Carel Struycken y recuerdo imposible de borrar de Frank Silva, o el Hombre de Otro Sitio, Michael J. Anderson, alcanzando una residencia superior como espíritus o seres no humanos a la deriva entre dos mundos, real y televisivo.
Los asesinos parecen un conjunto de demonios, alborotados y multiplicados en dimensionalidad, entre espíritus que abandonan sus cuerpos hacia un vacío existencial o Logia Negra, y un universo inabarcable, que cada espectador es libre de sopesar, como Lynch de ofrecer perspectivas. Estés de acuerdo o no, con su expresión gráfica.

Ingresamos en una nueva odisea, donde la muerte no parece tener sentido. Las familias Hurtley y Horne, mueren, se disgregan, renacen, crecen, discuten incoherentemente, como las coristas rosadas de un grupo que se pliega a nuestra atención, Giselle DaMier, Amy Shiels y Andréa Leal ¡gracias por su locura, gracias por ellas, David!. También, es el caso basculante, de James Marshall, Eamon Farren, y una Sherilyn Fenn más desconcertante si cabe, la parte disyuntiva de un fatídico enlace con Clark Middleton, hilarantes en contraposición.
Otros han perdido el peso del polvo acumulado, ganado por nuevas apariciones de Twin Peaks desparramadas por el mapa norteamericano del costumbrismo, el compañero cafeinómano Josh Fadem, el chico del puño comiquero Jake Wardle, la artista japonesa sin rostro Nae, el hijo pródigo o hermano mayor Pierce Gagnon, la simpática forense Jane Adams, los hermanos del yin soñador y el yang pesadillesco, Caleb Andry Jones y Amanda Seigfried, una pareja psicopática y algo arrinconada, conformada por Jennifer Jason Leigh y Tim Roth. O los enormes placeres y sensuales nuevos amores de Cooper, interpretados por unas satisfechas, juguetona Naomi Watts y cautivadora Laura Dern. Pragmáticas y enigmáticas, como para no derretirse, oyendo canciones románticas... susurrando mensajes a su micrófono, natural.

Más inocente que la epifanía filosófica que se esconde en el subsuelo o el subconsciente, es la relación en el viejo bar o cafetería de Peggy Lipton, con sus abogados y asuntos comerciales, entidades de seguros con Don Murray a la cabeza, y la maravillosa Mädchen Amick que sigue perfecta. Los habitantes itinerantes del RoadHouse, más inconexos que los artistas invitados a la fiesta de Twin Peaks, algunos recordados en acordes de ayer. Aquí me reservo el último espacio para la despedida de Harry Dean Stanton, el hombre tranquilo y servicial de La Trucha Gorda, saludos desde el más acá y todos mis respetos para un actorazo.
Y los servidores entrañables, socarrones o brutales, de trampolín entre los dos mundos como Matthew Lillard, Al Strobel, David Dastmalchian, Tom Sizemore, el zombificado borracho Jay Aaseng, entre el humor y el horror; cuyo máximo ejemplo son los hermanos indefinidos y simpáticos, oscilantes en socarronería y placidez, Jim Belushi exponencial y Robert Knepper absorbente. Hasta que el segundo Cooper transgrede aquel espejo de realidad fracturada y busca infiltrarse por la red eléctrica, entre los elementos de bandas criminales, o el anillo de los coj...

Con un torbellino existencialista y ese anillo de los c... enigmático, recordemos: "Un Anillo para gobernarlos a todos. Un Anillo para encontrarlos, un Anillo para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas"; elemento persuasor e disociativo, se abren las puertas de la indefinición monstruosa. Dador o arrebatador de almas, tras su extraño mensaje grabado. ¿Será de origen extraterrestre?, porque, extrasensorial lo es y mucho. Otra respuesta, sin tiempo para contestar... quizá en el futuro. En el aire...


La Doble Vía de David Lynch.

Las cabezas se abren o fluyen, echando sesos o humo por la incomprensión colectiva, por la ocultación y variabilidad, como aquel protagonista de la película Hidden, persiguiendo al bicho de otro mundo. Aunque el destino maniqueísta, deja asomar la verdadera dimensión de las dos entidades del alma, bondad o maldad, como un puzzle o un rompecabezas de apariencias humanas. Un juego de roles intercambiados, conectados en su realidad dimensional.
Así, el espejo del pasado entra en el futuro, con dolor por las desapariciones, nostalgia por los años perdidos o casi reparados, la frustración por los caminos no recorridos (como quisieran algunos), gracias a la lógica de la carcajada o la ironía ilógica del humor, del arte gráfico y digital, la caricatura de los personajes y con la imaginación desbordante de un hombre confeccionado con el don surrealista de la edición y la narrativa.

Por tanto, al otro lado del cristal, quebrado como los suelos, se abre el portón de la irracionalidad, deformando los rostros y gestos que se habitúan al cambio forzoso, a la disgregación de la materia, a estos silencios sobresaltados por la furia de aquellos gritos de antaño, a las carreras endiabladas, al final de un paseo o utopía temporal, y ese humor, inocente y no tanto, que cuestiona el oficio y el fuego que quema el alma de los verdaderos inocentes... Puede que lo contrario, o no.
Y, la sobredimensión estratificada de aquellos recuerdos, de aquella irónica situación familiar, hoy modélica, modificada con futuros cuerpos reventados que reproducirán inquietud, tensión sexual o violencia extrema. Como si fueran devorados por el mismísimo demonio... o Bob coopernicano, por las dos caras de la moneda humana, al cruzar el telón de la realidad o un nuevo sueño que trae aromas añejos, dentro de otra pesadilla existencial.
Con el reencuentro de los personajes, incluso referentes de otros largometrajes o estancias contrapuestas, podemos sentirnos como entes mutados o duales, semejantes al Samsa de La Metamorfosis de Kafka, transitando por la locura, la fijación o la depravación, el morbo, el éxtasis... más nuevo surrealismo, el amor.


El hombre que corretea torpemente como un niño, sin resolución ni ideales, sin pensamiento lógico, comienza encontrándose con un doble asintomático de sí mismo, bastante mayor. Adulto de apariencia, que no de cuerpo o mente. A veces, parecieran transcurridos más de 25 años, por ende, cincuenta y tantos en otro universo paralelo... Burlándose con una risa salida del mismo infierno, de su incapacidad actual en el otro lado, de las entrañas del padre asesino o cariñoso. Pues, bastante antes que el horror, se tope con una taza de café... y la risa.
Bien, pareciera físicamente una representación alocada del mismísimo Charlie Chaplin y su animosa ética, con pasos más tortuosos o menos destartalados que los de un impertérrito Harold Lloyd, agarrado a sus propias manecillas del tiempo. Ser, sin orientación, o no ser con carencias cafeteras, pero con unas monedas de la suerte en el bolsillo de un genio del cine.
Una discordancia mágica, casi espiritual, que circula entre ángeles o demonios, tal que una corriente. Más la percepción de un público que recuerda, y ríe a los genios recordados del cine mudo. Para acabar estructurando una familia que parecía lejana, resquebrajada por crisis continuas y dudosas creencias, por cansancio secular. Con el nombre reinventado, hecho a sí mismo tras años de profesión y la ´actual` rotundidad física de, Kyle Merritt MacLachlan...

La Conexión Cooper.

Su personaje va a establecer coordenadas futuras, que no seremos capaces de comprender y disfrutar en toda extensión, hasta mucho tiempo después. Ni mirando por un retrovisor con vistas a la mente de Mr. Lynch, su cabeza no borrada y su historia cinematográfica por territorios insospechados. Desde Dune y sus madrigueras arenosas de otro mundo a uno, presidido por conejos.

La cámara se acerca con un plano medio, a la figura femenina que camina de forma mecánica, sobresaltada, flotante... una alma sentada sobre el sofá de otro mundo. Pudiera ser Audrey o aquella Annie Horne (hermanas separadas), Donny o Madelaine (la prima), estudiantes, bailarinas, prostitutas, camareras, cantantes, forzadas en manos de la maldad... la propia Laura. Toma de una casa, nos alejamos y grita, de nuevo.
De amplia sonrisa o mueca congelada y cabellera rubia, hasta los tuétanos surrealistas de la experiencia y la normalidad académica, ha vuelto. Repetida, no copiada, reiterada, paranoia, horror, viaje, muerte. ¿Qué le guardará a sus resucitados ojos azules?, ¿saltarán chispas o conexiones eléctricas, con el fuego que camino con nosotros? Ojos divididos a su vez, uno con la fijación en el Agente Dale Cooper, en el buen padre; otro adentrándose en la abertura de una puerta que nos lleva a ese infierno peculiar y colorido del surrealismo.
El que separa, el mal de nuestros días y los hechos extrasensoriales en el ayer de la historia de la tele, que expresan la pérdida material, el sentido de la ubicación y el entendimiento, acercándose a un dolor infringido por los Pinehead´s de turno. ¿Cooper es uno, o no, de ellos? Es un salvador, acaso. Un soñador.


Del turno lynchiano, la música arremete y se esparce con sus pasos, con sus bocas lanza-frases distorsionadas, igual que la encadenación reversible de una canción de Queen, Led Zeppelin, Pink Floyd o The Beatles, con sus mensajes ocultos y satánicos. Sensaciones de artista visual, fragmentadas o entrecortadas por el aire irrespirable o el arte conceptual de un genio. Hasta hacerse inteligibles, por el audio que crece en el RoadHouse, desasosegante entre, copas y sombras, risas y alaridos de animal herido, peleas, encuentros y salidas, como si estuvieran programadas junto a los artistas que allí actúan. Como si la agonía o el dolor, se reprodujera a velocidad ralentizada en sus temas o te aupara como una droga alucinógena. Es la mejor compañía imaginable.


Y aquel comienzo alucinante, se impregnaba en nuestra piel como las gotas de lluvia, gotas de café como notas musicales, retando todas las percepciones y las reglas establecidas, de forma semejante a lo ocurrido décadas antes con otro genio llamado Orson Welles. Rasgaba las ondas, las conciencias del policíaco, a través de una cortina de agua que caía sobre los pinos y entes de otro mundo. Ensombreciendo el panorama y el bello cadáver reembolsado de una joven de piel blanquecina, hija, estudiante, hermana, amante... simulando inocencia y sus uñas, más dolor. Pero, por encima de todo, estableciendo las bases enigmáticas de un gran misterio.
Artista completo para con todos ellos y nosotros, un ejemplo cinematográfico y, por tanto visual, sin parangón en el espacio y... el tiempo. Pese a quién pese, frustre a quién frustre.
Lo mismo pensaría él, de ella. Con aquella mirada diáfana, errante, que enamoraba a primera vista y que, poco después, descubriríamos bajo un lacerante pasado cubierto de plástico. El poco amor de una familia desesperada o exasperante, calenturienta, ya conocida anacrónicamente como los Palmer y su bipolar sensualidad enloquecida, Sheryl Lee. Que en su dicotomía personal, como los antagónicos paternos, retaba a los mejores agentes del FBI (y otros más mundanos de calle) a examinar pruebas, entrevistar imposibles con opiniones truculentas y establecer conexiones, que pocos imaginábamos.

Los acordes de Angelo Badalamendi para la serie Twin Peaks, ya prometían grandes sensaciones e indicaban que nos adentraríamos en otro estado, casi esotérico o catártico. Sobre todo, nos adelantamos a su tiempo, finales de los ochenta y principios de los noventa, reconociendo la mano surrealista y el efecto planetario de un actor hiperrealista y productor de música electrónica. Diseñador o pintor, compositor y director de conciencia dadaísta. Hoy también, con todas su letras... lynchiana.
El resto sería historia de la televisión mundial y un hito fuera de todo alcance o previsión imaginada, con una trama enrevesada como no podría ser de otra forma, en la mirada metafísica de David Lynch y Mark Frost, sus creadores. Ambos, semejantes a los doctores de Frankenstein, con su capacidad para revivir, mediante la electricidad, a monstruos ambivalentes y novias traumáticas o ´traumadas` por el exceso y la locura.

Después llegaría él, el agente especial Dale Cooper o Coop y su grabadora, hoy conectado en tres formas, padre, niño y agente espiritual. Entregado a la penitencia de los bollos y cafés apaciguadores, abriendo las puertas del pasado mediante los índices que se convertirían en una frontera del conocimiento futuro, señalando más puertas extraterrestres.
Entre su perspectiva existencialista, apartada de la realidad el pueblo imaginario y el surrealismo del conocimiento, Lynch da lugar a una amalgama de experiencias sensitivas y diálogos celebrados por los numerosos fans, que siguen aumentado, multiplicados, como árboles de un bosque anciano.
Este Twin Peaks ha difuminado, más si cabía ya, esa barrera temporal entre ayer y hoy, con episodios sensitivos y canciones de grandes artistas... (alguno esperaba una interpretación o versión de un determinado tema de David Bowie...), no desmontando el engranaje de la obra narrativa o derribando el mito de Sunset Boulevard o Crepúsculo de Dioses, particulares. Más bien, interpretando la necesidad de atención por parte del público, el que se enamoró de la estrella que, ahora, aparece como una instantánea del pasado o grito alojado en el cerebro. La Fe, allá cada quién con su perspectiva o credo... simplemente, humo blanco, sin dolor ni miedo, ascendiendo libre al infinito.

Después de un cuarto de siglo, conocemos a su estrella. El rostro y el andar acompasado o insinuante de Diane, sin grabadora. Entre esposas, para decir a continuación, con expectación desinteresada en el gesto y un amor descontrolado en el tiempo, al otrora agente especial Cooper:
- Estamos aquí de nuevo, Coop -.
- Sí, Diane, pero algunas estáis mejor que la suma de todos nosotros... ¡Ah, el paso del tiempo!- Para sorpresa del público, aquella promesa clarificadora e intrigante en cuartos temporales, se hace realidad y... respuesta inmediata:
- Tú tampoco estás tan mal Coop. La promesa se hizo verdad en nuestros labios, besémonos tras 25 años de vaivenes entre dos hemisferios, masculino y femenino -. Borraremos las grabaciones pretéritas con el contacto de nuestros labios, y construyamos otra nueva necesidad más física, simpática, dramática, terrible, sensual... misteriosa. Un futuro... ¿o no?
Habrá que preguntar a la lechuza en su cueva...


El Futuro (del 18 al infinito).

El tiempo y los cambios, son rasgos de ese futuro que promete, o amenaza a los que se hacen adultos. Marcan los pasos de todos aquellos soñadores, cruzando entradas mecánicas en elevadores o chocando en puertas giratorias o acristaladas, y así mismo, las víctimas de un enrevesado visionario, músico cinéfilo, amante de la fantasía y de Billy Wilder, contemplando la realidad alternativa. Los casos de la Rosa Azul, entre los que se polariza Laura Palmer y desdoblamientos sucesivos, de la ciencia ficción creciendo en dimensión temporal y reflejando todos los aspectos escondidos tras el espejo. Hechos que subyacen en una mente diseñada para crear, sin complejos, alterando todos los órdenes establecidos, ayer y hoy, del lenguaje cinematográfico.

En una sinfonía placentera y dicotomía argumental del placer, 25 años siguen sin ser nada. Apenas una casa en el horizonte o un grito aterrador que establece un bucle. Pero, una enorme genialidad humorística, para un caso sin cerrar que se extiende en otras direcciones de la mente surrealista y cómica, semejante a un reencuentro dimensional o sorpresa entre amigos. Un abrazo que se produce como si fuera ayer, y no hubiera cambiado nuestro aspecto o pensamiento, atravesando diferentes lugares, o espacios pegados al asfalto con rostros oscuros, eléctricos, iluminados por ojos vacíos o brillantes tras un sueño inconsistente o una sesión de sexo homérico. Especialmente, si los ojos que se introducen en tu cerebro, son los de Lynch y su odisea, recorre carreteras perdidas como mares nostrum, o se sumerge en camas húmedas y desafíos corporales, tal que un grandioso duelo de pulso, entre vaqueros impertérritos o un héroe y el villano, a puñetazos. Prácticamente infantiles.

Con la sensibilidad de un conductor, montado en una máquina corta-césped, porque el director de aquellas películas (como la realidad de Alicia en blanco y negro) se separa de cabezas borradoras, hombres como elefantes... para volverse a estirar o deformarse, hoy... Repetido, no iba a ser menos... moviéndose como un rayo entre dos universos convergentes, distorsionados o desternillantes, entre la psicología del ser humano y un velo de terciopelo azul, que se transforma en una pesadilla surrealista. Simplemente abriendo puertas a la imagen y la música corriendo por los rincones del Bang Bang Bar, increíble respuesta desde Badalamanti con Julee Cruise, a genialidades sonoras de Chromatics, The Cactus Blossoms, The Dave Brubeck Quartet, The Veils y Au Revoir Simone, The Paris Sisters o las solistas, Lissie, Sharon Van Etten y Rebekah del Rio. De Trouble con su hijo Riley Lynch, a James Hurley junto al padre productor David, de los inconmensurables Nine Inch Nails al no menos, Eddie Vedder con un tema titulado Out of Sand.
Pues eso, imprescindible banda sonora.


Una puerta a la comedia. Sus personajes se ha reproducido en otros andares, sorprendentes, han convergido en la esencia de Twin Peaks, con otras formaciones peculiares de humor y trastornos de la personalidad o interpretativos. Examinando a los distintos rostros evolucionados, con el protagonismo arrollador de aquel agente del traje negro y mirada laxa o lánguida, pero dura, que pertenece un poco a todos los espectadores. Porque crecimos con él, nos perdimos en su mundo.
El bien y el mal, encarnados en un divertido recién nacido, en muchas ocasiones. Casi, como una caricatura persiguiendo criminales, o fantasmas en reiteración. Volvimos, una y otra vez, a atravesar espacios tridimiensionales, como los extraterrestres de aquella divertida Hidden, el simpático E.T. conectado a Dougie en sus dedos calientes por la taza de café o sobre las teclas de un piano en The Doors, y paralelismos con su socio Mulder de X-Files y compañero de éxito arrollador, aquí agente combinado de la DEA, David Duchovny. Quién adelantaría su éxito, tras leves apariciones en Armas de Mujer de Mike Nichols o Malas Influencias del recordado Custis Hanson.

Colegas caminantes de Kiefer Sutherland y Chriss Isaack, ¡vaya dos, polarizados!
Nos identificamos con su característico sentido del humor, casi indefinible ayer, y un estudio filosófico del arte, a cargo de un talentoso, cómico hoy. Hermano de sangre de éstos, con Phillip Jeffries y su sentido soñador de la vida, el Camaleón inolvidable.
Pues bien, esta investigación irreal que comenzó hace 9, en la actualidad más real, ha dado paso a otra exclusiva y culminante aparición tripolar. Comenzamos en plena naturaleza salvaje con sus zapatos oficiales, y sus movimientos torpes se extendieron hasta el infinito... como en un juego del gato y el ratón. Una deuda con los personajes y la imaginación, que una promesa es una promesa y... aquí estamos, repitiendo contigo, David, pegados al televisor atónitos.


Al Fuego que nos consume.... Recordándonos que juntos se hacen grandes cosas. Uniendo las dotes artísticas, la agudeza visual y el eclecticismo auditivo, de capacidad estética desbordante, iconoclasta y desafiante intemporal (igualmente incomprendido), y tu carismático expresionismo abstracto, (bajo un tupé) que conforma una figura mítica, o sombra rotunda como la del gran Alfred Hitchcock en presentaciones episódicas. Gracias por la vuelta, con usted hemos estrechado las manos, pasadas y futuras, Mr. David Lynch.
A nuestra memoria, cuando analizamos los hechos atípicos en el largometraje precursor y la serie, que se desarrollaría en esa lacónica y distópica localidad situada, de manera onírica o laxante, al noroeste del estado de Washington, comprobamos un ambiente impregnado por el olor a locura, resina hilarante, muerte y café. Un Twin Peaks, juvenil, pero invadido de anillos vigilantes y mal rollo silenciado, realmente rodado en las poblaciones de Snoqualmie y North Bend, salvo algunas desplazadas visiones al sur de California. Anduvimos tras sus pasos, los cuadros de composición con pintura hiperreal en la pared, antes de las deducciones holmesianas con trazos abstractos, no académicos y brillantes, pesadillas en gasolineras y ángeles grises, sobre estercoleros de la mente.

Al genio. Es y será un placer, reencontrarse a menudo con ellos, con la música, hasta el fin de los días. Sentir el esfuerzo y la ilusión a pesar de años de sufrimiento, intentado iluminar. Inundar con la luz de estrellas incandescentes, entregado más que nunca a entretener o golpear nuestros sentidos, para quedar enmarcados en el crepúsculo. Para zarandearnos con imágenes, ojos como lechuzas otra vez, vapulearnos sin lógica anillada, o con su humor cafetero y gestos de sus personajes icónicos.
Caminando tras el fuego, recordando al actor y gran hermano Warren Frost, doctor en la serie, Catherine E. Coulson, la mujer que hablaba a la naturaleza y al oído de un Halcón con mirada de lobo del desierto, al alcalde dicharachero y sarcástico puching-ball, al irreal miedo y presencia gutural de Frank Silva, la imagen inalterable y profesionalidad de un gentleman llamado Miguel Ferrer, al inolvidable también Harry Dean Stanton, grabado en nuestra memoria... como la del doble agente de la música y genio, Mr. David Bowie. Descansen en paz.

Al Futuro.... Quizás, el director de Montana, sea capaz de contarnos en un cruce de caminos fílmicos, que pasó con algunos de sus personajes cinematográficos en una sola película, como los amores perros de un corazón salvaje, en una verdadera historia de pasiones encontradas o el interior de un imperio de sueños. Bien pudiera ser su carretera hacia Sunset Boulevard, una vez conseguido el regreso triunfante a la gran pantalla, semejante a la grandiosa actuación de Gloria Swanson, diosa del mudo y el mundo pretérito.
Y entronizada por Gordon Cole, como hombre al teléfono que soluciona todos los males guionizados del director Cecil B. DeMille (no él, curiosamente), hacia el mañana con sus estrellas... invitándonos a un penúltimo café.
Así, a Lynch que da forma a sus propias esencias cinematográficas o musicales, y superhéroes del futuro, infancia enguantada de tebeo y preparados para hacer frente a la terrible realidad, del sueño americano frustrado. O, nuestro propio paso del tiempo...

Quizás, sea una respuesta o un deseo, no lo sabemos a ciencia cierta. Pero, la desmedida imaginación del pensador nacido en Missoula, trabaja en cualquier probabilidad, por lejana que ésta parezca. Es un sincero homenaje a todos los recuerdos con sus compañeros, y sin embargo, amigos, a los sucesores en sus familias, al futuro de todos los espectadores.
Porque, Laura Palmer, Diane, Gordon Cole y Dale Cooper, son la misma persona... No físicamente, sino cerebralmente. Son David Lynch, parte de él. De todos sus admiradores.



Sunset Boulevard, de Billy Wilder. (Opera Salomé)


Twin Peaks: The Missing Pieces.

domingo, 24 de septiembre de 2017

Twin Peaks, season 3.

Retorno a Twin Peaks.

Todo termina como empieza, en el interior de una salita de espera con estilo minimalista o moderno, e hilos temáticos en abstracción. Las figuras sentadas sobre su pasado, enlosado en forma de picos, con un piso orientado a la profundidad espacial y un telón rojo, desafiante y envolvente, como una salida peligrosa a otros universos paralelos.
Al otro lado del espejo, también quebrado como los suelos, los rostros se habitúan al cambio de formas y los nuevos rasgos, a los gritos enfurecidos o de otras vidas, que sobresaltan los silencios necesarios para recapitular el complicado trasfondo o salto generacional. Twin Peaks eran escenarios naturalistas y tranquilos, ahora rotos por las carreras endiabladas, el pulso espacio-temporal, los espacios cerrados con cubos trigonométricos, las pesadillas sangrantes y la violencia de género, los diálogos alucinógenos... el fuego que quema el alma de los inocentes, o no. Los duros golpes de percusión, rasgados eléctricos en el ambiente del Roadhouse.


Y, la sobredimensión de aquellos futuros cuerpos reventados que reproducirán inquietud en nuevos espectadores, revitalizados por la tensión sexual o esa violencia extrema, casi gore de David Lynch. Como si los personajes novedosos, fueran devorados por el mismísimo demonio... o Bob. Como si aquel último café, se hubiera convertido en una gelatina espesa en el estómago o la cafeína hubiera acelerado, de pronto, nuestros sentidos. ¡Cooper, cuidado con la mala leche!
Al cruzar el telón del pretérito, vamos al reencuentro con sus vidas pasadas por un formato tres cuartos, observaremos los novedosos pasos de todo tipo de personajes, o entes mutados en otros. Como aquel Gregorio Samsa de La Metamorfosis de Kafka, viajando por la locura, la fijación, una bifurcación, el morbo, más nuevo surrealismo... el hombre correteaba torpemente, vagaba chocando enloquecido, hasta hallarse de bruces con un doble ilusorio, asintomática caricatura de sí mismo. O la verdad en el cerebro, que se burla de la imagen reflejada, con una risa salida del mismo averno, del infierno de las vanidades, aunque, si bien, pareciera físicamente una representación alocada del mismo Charlie Chaplin o el Flaco, con pasos más tortuosos que desafortunados.

Este regreso a los picos gemelos, parece establecer coordenadas futuras por carreteras de motel, perdidas, grisáceas, en una línea infinita y amarilla. A través de lugares que no seremos capaces de comprender y disfrutar, quizás, hasta mucho tiempo después. Cosas que no veríamos, ni mirando por un retrovisor espectral con vistas a la mente de Mr. Lynch...
Un poco antes, del fin de la función y bajada del telón, de la puñalada en el pecho desprevenido, la cámara se acerca con un plano medio, a la figura femenina que camina de forma mecánica, marcando sus pasos con un sonido infantil. Aquella chica hermosa, muerta y sobresaltada, hoy, flotante... un alma, antiguamente serena, sentada sobre el sofá de otro mundo.
Se intercambian amplias sonrisas, o una mueca congelada y entreabierta, la cabellera rubia parece inmutable hasta los tuétanos surrealistas de la muerte y la experiencia, desprovista como siempre, de la normalidad académica. De sus resucitados ojos, azules e hipnóticos, saltarán chispas eléctricas a su otro rostro del mal, que expresan la pérdida material y la conciencia. Su boca lanza frases entrecortadas, irreconocibles por el arte conceptual, entre risas y alaridos de un animal herido, como si estuvieran programadas en sentido contrario a la realidad, o esa agonía se reprodujera a velocidad ralentizada.
Todo, para decir a continuación, a su cara alucinada, demacrada y expectantemente desinteresada a la vez, al otrora agente especial Cooper, y para sorpresa del público... aquella promesa clarificadora e intrigante, de que se volverían a encontrar pasados 25 años.

Pues bien, una promesa es una promesa y... aquí estamos, David.
Caminando tras el fuego que prendiste en ese momento brillante de la televisión americana, sentados frente a la nuestra y expandida, digital, luminosa... acosados por un espectro, no se sabe muy bien de dónde, pero, no importa.
Elaborado como un episodio de estrategia comercial, que tuvo su precuela en la gran pantalla con cantantes y actores, en una catarata experimental o musical. Hoy, son otros agentes, actores y cantantes, luchadores recientemente fallecidos como el inolvidable Miguel Ferrer, el gran Harry Dean Stanton o aquel genio de colores camaleónicos, u otro David, de apellido Bowie.
Recordándonos el eclecticismo visual de capacidad estética, de cada capa temporal y tu carismático arte visual en varias dimensiones, desde la vida a la muerte. Algo sin parangón en el espacio y... el tiempo. En el recuerdo vaporoso... con los misteriosos acordes de Angelo Badalamenti, para la serie Twin Peaks, que ya indicaban que nos adentraríamos en otro estado, más profundo, sobre todo, adelantado a su tiempo. Reconociendo su mano surrealista y el efecto catártico, de sus palabras, de la mano de un actor y productor de música electrónica, diseñador o pintor de espacios, y director de conciencia dadaísta, David Lynch. Pssst, silencio por favor...

Y, aquel comienzo alucinante, como una descripción mitológica del canto de sirenas, retaba todas la reglas establecidas (de igual forma que ocurriera décadas antes con otro genio llamado Orson Welles), a través de una cortina de agua que caía sobre los pinos luctuosos, que ensombrecían el panorama y el cadáver reembolsado de una joven. Pálida sombra de lo que fue, de piel blanquecina y mente hueca, simulando inocencia y sus uñas, dolor. Con aquella mirada diáfana que enamoraba a primera vista, y poco después, descubriríamos que su misterio era demasiado cercano, significaba a una chica asesinada con un lacerante pasado, que todos conocerían como Laura Palmer.
El resto sería historia de la televisión mundial, una cortina de rostros admirados y un éxito fuera de todo alcance o previsión, ilógica como sus creadores. El eco furioso, de una trama enrevesada como no podría ser de otra forma, con los personajes y monstruos, todos algo grotescos, que se convertirían en una frontera del conocimiento existencialista y el surrealismo en una amalgama de experiencias sensitivas. De conversaciones que te sacaban un gesto admirativo, la catarsis, o incluso, una sonrisa de complicidad.

Definitivamente, si una cosa a resalta en el horizonte verde y el espacio cruzado, dentro de otras muchas aptitudes o referencias visuales que posee el cine del director originario de Montana, es... que el espectador se acaba enamorando de sus personajes, ellos y ellas, fenómenos de la televisión. Incluso, si éstos le producen compasión, rechazo, miedo o repugnancia. Algo poseso en ambos sentidos, hacia afuera de su enrevesado mundo interior, o saliendo a la superficie de nuevo, que conceptualmente regresa hoy en la piel de Cooper. Incluso, por encima de la historia narrada o de sus conversaciones inhóspitas, para acabar transformándose en imágenes iconoclastas o referencias perdurables en la memoria de sus seguidores. Cada uno de ellos, formará otro universo pequeño dentro de la dialéctica general del filme o, en este caso policial por capítulos, se abraza a la estructura de esta serie lynchiana.
En memoria de Marv Rosand (agente Cook) y Warren Frost, actor de Newburyport (Massachusetts), doctor en la serie y padre del productor-guionista Mark Frost, descanse en paz.

Los 3 Cooper´s de Lynch.

El Agente...
Al otro lado, de la estética, los paisajes y la música atmosférica, se empezaba a desarrollar una investigación que, oteaba el pasado de forma inconexa, como suele ocurrir en todos los casos de asesinato de Lynch. Pero, en la aparente calma de este pueblo apartado, ésta se iría complicando al descubrir las extrañas pistas que se incrustaban en la escena del crimen, con otros indicios vecinales, casi espectrales.
En el espejo, nuestro fantasma, se figuraba paseando por los típicos escenarios de Twin Peaks, que se convertirían en nuestro propio salón de casa, o sobresaltamos con la pesadilla que te despierta sudoroso. Danzando alrededor de una hoguera de sentimientos encontrados y crímenes injustificados, titubeando con las impresiones, con las atmósferas impregnadas de voces de ultratumba, semejante a poner un disco de The Beatles en sentido contrario a la dirección habitual de la aguja de cabeza de diamante. Además, la música para Lynch, se muestra fundamental para crear esa tensión narrativa y visual.

Regresamos al encuentro de Laura, embriagados por sustancias hipnóticas, olores y sabores de ayer, que nos refrescan o queman. Tomando cafeína a discreción, saboreando donuts o tartas, y jugando un ajedrez piramidal con hologramas, sobre las plaquetas bicolores de la sala de espera. Una puerta astral o estereofónica, que atraviesa el cerebro de un genio y un enano, de un gigante y Mike, o los amores perdidos de un detective. En busca de un asesino en serie, de un killer de la realidad que posee múltiples formas.
Mirando sus extrañas caras deformadas o pálidas, alteradas o hieráticas, por la sucesión de hechos, vemos la oscuridad de Lynch. Dependiendo de las representaciones o esas perspectivas infinitas, estudiando sus diferentes comportamientos, volvemos a trazar una posibilidad, una odisea entre mil. Este regreso a la casa del director, es un tiovivo sensitivo casi impensable hoy en día. Donde iremos husmeando en su idiosincrasia especial y riendo con ellos, los personajes archivados en nuestro cerebro. Nos muestra sus cambios, el paso del tiempo y tomando una taza de exquisito café humeante, observamos que todo es diferente, pero, igual.
Veinticinco años, no son nada, para una caso sin cerrar y, la existencia de un dios o un diablo, o ambos. Es un salto atrevido, como siempre, hacia un reencuentro dimensional que se reproduce, como si fuera el día siguiente a aquella fecha final. Eso sí, con otras efigies renovadas u otros síntomas del mal. En varios lugares que seguimos descubriendo atónitos, nos vamos tropezando, cayendo, sonriendo, pegados a ese asfalto de carreteras oscuras, sangrantes, iluminadas por ojos encolerizados o, tras despertar de un sueño inconsistente, semejante a una broma pesada. Especialmente, si los ojos que se introducen en tu cerebro, son los de aquel David que te zarandea y te golpea para recorrer carreteras perdidas y habitaciones desnudas, dunas espaciales o imperios aislados, vestidos de terciopelo azulado. Con la sensibilidad de un conductor, ajado, montado en una máquina corta-césped.

Porque, el director de aquellas películas iniciáticas tan irreverentes y arriesgadas, pesadillas en blanco y negro, con cabezas borradoras u hombres retratados como elefantes... vuelven a estirar y deformarse, hoy. Con cambios que se reproducen en otros andares y pieles sintéticas, figuras desinfladas y vueltas a inflar en distintos rostros o los mismos. Registros evolucionados de sí mismos, con el protagonismo arrollador de aquel agente de mirada transparente, del traje negro y pensamiento conciso, visión dura, pero lánguida e inteligente.
El bien y el mal, encarnados en un divertido recién nacido, en muchas ocasiones, desubicado como un marciano. Casi, una caricatura de Buster Keaton o una fotocopia en color de Stan Laurel, persiguiendo criminales o fantasmas risueños que atravesaron portales o espacios tridimiensionales. Personalidades agrupadas por los recuerdos o por separado. Este Lynch, prácticamente, inédito en comicidad transparente, excepto ramalazos, sobre todo de aquel Twin Peaks recordado, se divierte y nos divierte.
Aunque, tendremos que reemplazar la búsqueda de pruebas incriminatorias del pasado, por otras suposiciones. Modificaremos el estudio pormenorizado del nuevo caso, y el conocimiento ´lúcido` de los personajes, los interrogatorios incoherentes y estas acciones incomprensibles, que regresan cuando se instalaron, de una forma que parecía definitiva en aquella naturaleza salvaje. Pero no. A bordo de sus zapatos oficiales u otras botas texanas, iremos descubriendo distintas carreteras o vías muertas, y seguiremos esos pasos titubeantes que se extendieron hasta Las Vegas. Desde nuestra pantalla hasta el infinito.

Allí mismo, en la inopia de lo incomprensible y nuestro rincón recóndito, terminaron... como empiezan. Husmeando entre árboles rojizos como el telón de un teatro de sueños o terribles pesadillas, aciagas apariciones, cambios frenéticos o deslizantes, de semejantes consecuencias dramáticas. Posiblemente, más violentas si cabe, especialmente, contra las mujeres de esta nueva entrega, que no reniegan de sus profundas raíces históricas ni de los cambios actuales. Esto es, encaminándose a su historia digital, conduciendo o volando, amando, sonriendo por ahora...
La tercera, mutó a cuarta dimensión en un salón de café, más que té, atravesando la perspectiva real e introduciéndose de nuevo en el universo plagado de extravagantes presencias (otros, como el director Tod Browning, los denominarían de freaks, frikis en castellano), donde las pesquisas se elevaban a un término paranormal o fantástico.
El universo lynchiano está repleto de estos calificativos y escenas alienadas, dentro de una aparente normalidad estética. Secuencias salidas desde las entrañas del teatro y el rock, del terror o la ciencia ficción. Hasta estallar en vísceras coloristas, en naturaleza muerta de sombras alargadas, disfunción extracorpórea, almas o enjambres de insectos, en incineración alcohólica, y carcajadas con una violencia desaforada o experimental. ¿De qué se ríen? De ti, de todos, de ellos mismos. De la muerte... tal vez.

Reencontrarse con este David Lynch, infantil, cuarto de siglo después, es una gozada sensorial, un encuentro especial con los investigadores del asesinato de Laura Palmer. Parecido a abrir un boquete en la pared y visualizar al otro lado del pensamiento, traspasar un cortina de silencios inertes, sentarse a comer en una oficina o circular por una corriente de fuegos fatuos, por cables de cobre directos a tu domicilio. Nada de líneas digitales, salvo en las pesadillas existenciales... O, caeremos a un vacío existencial, puede que perderse en una explosión de sensaciones, visualizando vidas efímeras y secuencias inolvidables. También, claustrofóbicas u horripilantes escenas del crimen, como no podría ser de otra forma, en nuestro estado mental compartido, con él.
Navegar por los recuerdos en un espacio intangible y sumirse en un suspense eléctrico o magnético, visceral o catártico, como una vuelta al arte conceptual de Dalí en movimiento. Pero, sobre todo, significa un placer para la mente y los sentidos.
Un paseo dimensional, a través de memoria, la angustia, el pasmo, la velocidad de un montaje ilusorio o la calma en los pequeños pasos, los siguientes regalados por sus antiguos amigos o los nuevos personajes en este Twin Peaks multidimensional. Que, para otros muchos, creo que será una experiencia traumática o les causará pavor, a través de pesadillas en dichos episodios iniciales. Su trabajo extenderá una sensación de pérdida o un episodio de efectos catatónicos, un estado mental del que les costará recuperarse o, puede que terminen desconectados de manera extrasensorial, para siempre. Esencialmente, si no están acostumbrados a esa concepción surrealista o mágica.

Una gran minoría de espectadores, de ayer y de hoy, se verán transportados al universo lynchiano, para caer en las redes plasmáticas de su conciencia, vivencias electromagnéticas con el más allá, placeres risueños o enfermedades psíquicas, ondas sonoras como cacofonías, distorsiones, sonidos sofocados de golpe y narración envolvente, como la primera vez. Un acto sexual repetido, también practicado con sus personajes favoritos, porque no es ´totalmente` imprescindible haber visitado la primera Twin Peaks o el argumento de un asesinato, ni sus mujeres etéreas u hombres horripilantes del pasado cinematográfico. Tampoco conocer sus sentimientos, ni perseguir viejos fantasmas, al contrario, reinventarse.
Sí es cierto, los dos primeros capítulos se abstraen, te golpean hasta dejarte sin ese sentido de la realidad, desnortado o mareado por la pérdida constante de sujeción bajo tus pies... visitando entidades de otro mundo y sobrecogimientos espirituales, demoníacos. E intentando recuperar la sonoridad de esas voces de ultratumba, contemplamos atónitos, esa ralentización en los movimientos, deslices de la edición, la sensación de flotabilidad que va in crescendo, la pareja sentada y desnuda, que te descuartiza salvajemente en un abrir y cerrar de ojos.
La escena se repite, como si nada hubiera cambiado, cuando en realidad, todo es diferente... por el instante y la persona que fuimos. El fondo trigonométrico, los balbuceos sobrenaturales, la geometría de las perspectivas y profundidades de campo, se reajusta al cambio ostentoso de cuerpos. La materialización de sueños, la realización de esas pesadillas más temidas, los espectros... la invasión de los ladrones de cuerpos y borradores de mentes, la curvatura de la ilusión, hasta una elipsis doble.

Reencontrarse con los personajes (imposible alinearlos a todos) convertidos en mitos televisivos, mediante grandes actores dispuestos a ofrecer una función distinta, con otros trajes, miradas de naturalidad y textos... por ejemplo, a veces, otros policías se confunden para conformar grupos atípicos, de inteligencias o aptitudes variables, cercanas o desconcertantes por la ingenuidad o la inseguridad que transmiten... sin embargo, ellos se carcajean.
Los Agentes Cooper´s desdoblados, nos recuerdan a un viejo icono del humor o cómico de la legua, como una especie de niño adulto y balbuceante, que se impregna de este nuevo mundo descubierto mediante la cámara de David Lynch y su sentido del humor. Aquí, más real, singular y fortalecido, que nunca.
Recreando el slapstick más silente, con profusión de técnicas de mimo o pantomimas clásicas de típico clown, tal y como haría, un verdadero vagabundo o Monsieur Hulot perdido, llamado Dougie. Carismático actor cambiante, dictador de las risas y la antigua gomina, mutado a depredador, hombre lobo que se despierta al día siguiente, con los pigmentos de hemoglobina en su piel y el sabor de la sangre humana en la boca.

Mientras, dejamos al hombre lobo en su episodio 9 (hasta 18), en varias latitudes adyacentes, otros elementos policiales se reúnen para intentar sobrellevar su situación personal, comprender todo lo que sucede o recuerda de aquellas fechas. Son equipos de varias secciones o unidades, separadas por sus cargos e interpretaciones... Una la de los compañeros de Cooper, encabezados por un jefe habitual visitante de otorrinolaringólogo, el mismo Mr. Lynch que viste y calza, hilarante y comprensivo, seguido, no por su perrito fiel, sino el gran Miguel Ferrer y sus comentarios al estilo... "la culpa de esta maldita lluvia, la tiene Gene Kelly" y la intrigante paciencia de Christa Bell, actriz y también compositora, que se concentrase alrededor del genio, en aquel The Music of David Lynch Benefit Concert. Simplemente, un trío espectacular. O cuarteto, porque Diane sigue siendo la gran Laura Dern.
Otro cuarteto, el de los agentes de policía de calle, detectives de la anécdota y el chascarrillo, encabezados por Brent Bricoe y Larri Clarke, y seguidos por los torpes Eric Edelstein o David Koechner, graciosos sintomáticos. Para terminar con los antiguos y queridos habitantes de la idealizada Twin Pekas, de placa, paciencia y sorna, con su fauna característica y distribuida por el ecosistema, como el jefe Tommy "Hawk" interpretado por Michael Horse y su coleta, el jefe Frank Truman por el cabal Robert Forster y esposas, esposado por ambos márgenes... y por descontado, los inimitables Harry Goaz y Kimmy Robertson como agente de peinado airado y la telefonista con problemas móviles, Lucy y Andy. Algunos con menos luces... que un pequeño bulbo raquídeo. Caminan junto a nosotros, de la mano de Lynch.

Especial...

Las oficinas son lugares comunes para todos ellos, las grandes con mesas de directivos y cuero, o los pequeños despachos en construcciones de madera, los receptáculos de aviones y automóviles. Desde su llegada a Twin Peaks, este agente especial, se relacionó singular y escrupulosamente, con la mayoría de habitantes de pueblo y se confundió en sus locales típicos, cafeterías, salas de baile, hoteles, bancos, bosques... la humedad y el frío, combatió colgado a una taza de café, inspirador y tranquilizador, para lidiar con los pensamientos autóctonos de la policía local y los extraños entretenimientos de los jóvenes del lugar.
A veces, los cuerpos de protección ciudadana, parecían más peligrosos que los propios condenados al fuego eterno. Ahora, pasea entre ellos o su recuerdo, como si nada... encantado de haberse conocido.
Igualmente, extravagante son las conversaciones sordas que, David Lynch y su personaje preclaro, se entretiene entre la autoridad y la política financiera, que pretende ejercer su voluntad por encima de otros deseos o comportamientos, excepto la búsqueda de Cooper. Aún si cabe, más extravagante, que ya es decir, o no decir nada. Como sus diálogos, adelantados a Tarantino, sorprendentes como la intromisión de ese enano, armado de cuchillo y con pretensiones de carnicero. Aquí, todos son especiales y capaces de matarte... a risas.

Ya que, hasta el miedo es especial en Lynch. El mundo extrasensorial bifurca la realidad en la leyenda de dioses y monstruos, devorándote a sorbitos de café. Para, de pronto, entrar en el abismo o el averno de vómitos y sangre, de pérdidas súbitas de memoria e hilaridad, hasta surcar el repentino terror en la claridad de unos ojos inocentes. Despachados por un nuevo serial killer, naúfrago de otro universo, corruptor de bellas jóvenes en el pasado y viajero en busca de socios. Como esa pareja turbadora de mentes marginales que eran los atracadores de Tarantino en el restaurante de Pulp Fiction, encarnados visceralmente por Jennifer Jason Leigh y Tim Roth; o los siguientes Saylor y Lula, hermanados roqueros con la mirada perdida en el cielo de Amanda Seyfried y la escondida en otras sustancias, de Caleb Landry Jones. Actitudes que se idolatran como la de aquellos jóvenes rebeldes, Bonnie & Clyde, mezclando romanticismo con violencia, incluso de géneros confusos, como ocurría con las parejas de Blue Velvet o Mulholland Drive. Su ecosistema vital son sitios sucios y grasientos, como auto-servicios, talleres y desguaces de coches, moteles de carretera y curvas abandonadas, maleteros en párkings o cunetas, prisiones o celdas abarrotadas, lugares de sexo y prostitución, etc...
Pero, si existe en el cine de Lynch algo que destaca especialmente, son los canallas con comportamientos psicópatas o sadomasoquistas, la exhibición de poder que repugna y la idolatría al dinero, la devastación interna de la inocencia o la bondad, el engaño o la egolatría. Jefes cubiertos por un número variable de lacayos y edecanes del mal, que parecen títeres a los que aplastar. Claro, hay demasiados casos parecidos en su pasado cinematográfico, el Freddy Jones de El Hombre Elefante, el sádico Dennis Hopper, un repulsivo Willem Dafoe, aquí entre muchos y recordados 25 años antes, es indiscutible el protagonismo de un Kyle MacLachlan, que se sale de todas las reglas. Con su pasos cómicos y drásticos, desde luego.

Como distintos son los fenómenos de otra clase, visitantes que se cuelan por cavidades, espejos o ventanas, a través de una conexión eléctrica o plasmática. La realidad paralela, en un universo gobernado, no sabemos por que tipo de conocimiento o deidad. Estos seres sirven para abrir una mirilla y revivir el ayer, renacidos, inmateriales, como si se tratase de una invasión de ladrones de cuerpos enviados a una misión, peligrosa, atractiva, envolvente, vomitiva... magnética.
Que el reconocimiento colectivo se mantiene, tras esa imaginación suprema o excelencia visual, incomprensible para neófitos, parecido a observar el esquema pictórico de un cuadro surrealista o las pesadillas de Luis Buñuel, con inolvidables retratos cubistas de cada personaje, aparentemente superfluo. Reflejando espacios desconcertantes y caracteres, sencillamente imaginados o alejados del pragmatismo lógico, aunque facilitado por la técnica aprehendida en sus comienzos de estudiante, que sería como montar en bicicleta tras horas de colegio y su dosis de imaginación para recrear espacios. Esta especialidad del reparto, significa diversión a partes iguales, dividida porque nada queda supeditado al aburrimiento de seres marginales (incluidas sus señales más alucinatorias), desconcierto con misterios que transcurren en todas las direcciones, atravesando puertas, interpretando a un lado del bien o del mal, de arriba-abajo, zarandeados.
Individuos nada corrientes, con decisiones éticas muy discutibles, opciones lujosas o suciedad ambiental, luchas intestinas o familiares, sangrantes hechos ególatras, pasiones enrevesadas o visiones recalcitrantes, desquiciadas dotes de mando, órdenes asesinas y muecas serviciales, depravación sexual o sentimental, obsesiones retorcidas, desprecios insufribles, vejaciones, posesiones, martirios, etc... Todo muy normal para el director, que realiza con toda la información, una amalgama desquiciante y mágica, con sus montajes entre el cine clásico y el experimental.
Todos los personajes, parecen transitar en algún momento por estos caracteres o posiciones extremas, de tal forma que los individuos emergen de la locura y recaen en rincones de su psiquis, hasta terminar en un rincón esquizoide del comportamiento individual o una pasión, salvajemente atractiva.

Con una novedad sensacional, que se transporta, dotada de un sentido del humor elevado o secuestrada por la comicidad clásica de un agente desaparecido en acto de servicio. Aquella que repercute en el actual personaje, con momentos hilarantes y se impregnaba con ella, en cada gesto o poro de su piel, de su esencia. Transformando todo a su alrededor, a todos sus compañeros, conocidos o extraños, sus nuevos amores que sustituyen a Sheryl Lee o Heather Graham, por una interesada Naomi Watts. Porque sus mujeres son especiales, desde la sugerente Audrey a la mujer del leño, hay numerosos casos dentro de la serie...
La singularidad va dirigida hacia nosotros, los que atravesamos aquel telón rojizo o plástico de la fantasía fúnebre, otra vez, para descubrir que la pasión de David Lynch por imágenes y personajes, las sensaciones del cine de un autor imaginativo e irrepetible, se siente de nuevo, como en aquellas primeras ocasiones grisáceas, filmadas ayer, ahora hace 40 años en Eraserhead.
Por tanto, el arte abstracto se definió en aquellos momentos, con su pequeña cámara y las pruebas de enfoque, con el suspense espeso y su definitoria relación musical, ya que, las sintonías espaciales de fondo y los bailes o las interpretaciones vocales de sus protagonistas, han sido sustituidas por grandes números, que sirven como fin de fiesta. A cada cual, más significativo, especial o envolvente.
Welcome to Hell!


Cooper... y, punto y aparte.

¿Alguien ha perdido un tornillo?
Se dice que aquel Cooper era un excéntrico, especialmente, para ser un agente del FBI y de la capital, que llegaba a un lugar tranquilo como Twin Peaks en 1989. Pero, poco a poco, fue ganándose el cariño y admiración del pueblo y el público, con su filosofía cafetera. Ahora, es otra cosa muy diferente, que nadie podría haber imaginado viendo su imagen reflejada en aquel espejo con el viejo Bob, sangrando a través de su dolor y la pérdida de la razón, posiblemente.
Si sus métodos de investigación se sentían poco ortodoxos, hoy sus pasos son ortopédicos, al igual que un bebé que emprendiera su odisea vertical en la vida. Atrás, quedaron las conversaciones utópicas en grabadoras con Diane, o sus extrañas relaciones personales con otras chicas, personajes duales que, igualmente, se podían comportar con ambivalencia. Entre esas dos concepciones del pensamiento, como el yin y el yang, cuyo juego preferido era el amor-odio.
Ahora, parece borrado y olvidado, salvo excepción futura, fruto de una mayor sensibilidad o excesivo comportamiento neutro o infantilizado. Es Dougie, el nuevo personaje que exprime con carisma y simpatía, nuestro amigo Kyle MacLachlan, durante los primeros nueve capítulos, la clave sensorial y escénica del regreso de Twin Peaks.

Este nuevo nacimiento, sobre la pista del pasado para Showtime y TVLine, muta a choque existencial, cuando proclama que el noveno, no puede ser el final... y ya estoy hambriento por descubrir los nuevos secretos y reflexiones que provocan los siguientes nueve. Para degustar este plato condimentado a través de las dos concepciones del personaje, Doug Jones y Dale Cooper, cada vez, más distanciados... probablemente, en busca de un ring oportuno. He leído en algún lugar que, David Lynch se basó para su creación en televisión, en el secuestrador de un avión Boeing 727 en 1971, sin duda, ha tenido un largo trayecto, tras aquel vertiginoso despegue. O también, que sirve de enlace con el personaje interpretado por Mr. MacLachlan de aquel suyo, redondeado en la película Blue Velvet en 1986, es decir, una vuelta de tuerca a aquella maldita oreja, compañera mediática de A (inglés) Chien (francés) Andaluz.
Sin embargo, aunque no sigue siendo tan atractivo físicamente, se dedica a complacer con besos y encuentros furtivos a otras jóvenes inocentes, o no, como aquella Audrey Horne tan enamoradiza y atractiva, negada por su diferencia de edad. Hoy, el Cooper asesino, no le haría ascos a su tierna carne y mirada admirativa.
Esta mezcolanza dicotómica, convierte al borrado protagonista en un ser especial.

Por otro lado, este Cooper extremo navega su nueva odisea con sintonías románticas, finalizando cada episodio... ¿qué habrá sido de tu antigua novia Annie Blackburn? Esperaremos a su conexión con la actualidad y cómo quedo aquel asunto con el asesino en serie y ex-agente del FBI, Windom Earle, en el último capítulo de la temporada mencionada. Cooper/Doug... debería rescatarla, ya perdido y desorientado espacialmente.
El ayer se fundía con el ecologismo sintomático y boscoso, como un incendio pasional se expande con el viento. Indagaba en la depravación del costumbrismo de típicos vecinos, con ese tono de comedia, no tan físico. Llegaba al desvarío narrativo con la entrada a otras dimensiones y efectos sensoriales y regresa con la violencia extrema en sus otras manos. Desnudas como las de un indio despojado de su espacio vital o Bob despeinado...
Ríe, ahora, sobre aguas turbulentas como carreteras sin sentido, ríos de hemoglobina, residencia perdida, hasta su conexión con el doble de mirada ausente como Tom Cruise en Rainman... ¿intentará bajarle de su nube?
O flotará a través de él, en otro mundo donde su efímera existencia se nutra de otras dimensiones, entre la no vida y la muerte.

Cuando destapábamos la indagación atípica de Cooper, desarrollada en esa lacónica y distópica localidad situada, oníricamente, al noroeste del estado de Washington, comprobamos aquel ambiente impregnado por el olor a resina y café, con sabor a bella putrefacción. Ahora, son divergencias o diferencias referenciales, de él mismo, que veremos como transcurre en nuevos episodios, cada vez más intrigantes. Doguie o Cooper, extremos, se pasean con sus diferentes zapatos o botas, en juegos divergentes y suertes contrarias, casi huérfanos. Vestido de payaso o con traje de asesino en serie, es un enigma su proceso degenerativo de aquel protagonista de Blue Velvet, habrá que investigarlo. Quizás, olvidar cómo quedó atrapado en aquella habitación, colgado del espejo de Bob, durante 25 largos años.
Entre esta odisea o teletransportación personal, Lynch resiste al paso del tiempo y sus personajes, pudiendo moldearlos a su antojo. Poniendo sus palabras y ocurrencias graciosas en su boca, andando sin rumbo fijo... podría ser el nuevo icono de la juventud del siglo XXI, un clown mayúsculo encarnado en el simpático Douguie, una aparición mágica.

Rodada en realidad en las poblaciones de Snoqualmie y North Bend, salvo algunos emplazamientos al sur de California, anduvimos tras sus pasos y su deducciones holmesianas, brillantes y nada académicas, nos identificamos con su característico sentido del humor, y esa fina película de locura, que aquí explota el actor, de manera gráfica y expresiva. Un estudio criminalístico a la altura de un talentoso, cómico hoy, agente de la capital del estado y del FBI... el excéntrico bebedor de café, Dale Cooper. No sabemos, si persiguiéndose a sí mismo.
Luego, aquella cuarta dimensión de la sala de espera atípica, se desdobla en una quinta, también se retuerce sobre sus cuerpos sobredimensionados (las mujeres lo llevan mucho mejor estéticamente, sin faltar a nadie), y vuelto a adelgazar. Mutado por el sol, las arrugas y la mente criminal, el agente especial, hoy asesino, posee algunos paralelismos o equidistancias, sin los milagros o tribulaciones apocalípticas, con ese jefe de policía interpretado por Justin Theroux en la serie The Leftovers. En sorprendente división, se tocan dimensionalmente, tras un cuarto de siglo de 29 episodios o sueños recurrentes, llevando el caso de Miss Palmer al mundo actual y devastado por la crítica social. Paralelo juego en el que, a veces ganas, y la mayoría te estrellas contra un cubo inteligible, enchufado a una mente borrada y simpática, castigadora en plena batalla antagónica o metafísica, estructurando la memoria fragmentada con los datos exactos, matemáticos de agente especial, que todo tiene bajo control. Excepto en el interior de su conciencia... imagen ideal de lo correcto (algo cafeinómano) y la materialidad espectral en un más allá... confuso o más insano.

En un sentido aparece el Flaco Hardy, como un Forrest Gump que busca su camino musical o ET el Extraterrestre, señalizando la orientación hacia su casa. Una vía contemplativa y revuelta, hacia un Fargo de los Coen, años más tarde. Pues las raíces del cine lynchiano, son infinitas. Pero, ya está su hogar, a salvo ¿seguro? Acompañado de mujer y esposa, cosa que nos sorprende viendo su pasado, aunque no se entera de mucho, la verdad.
E hijo, que respira con esa admiración al cabeza de familia y a un alma inocente, como de niño...
Cooper, camina conmigo, hacia el juicio final de los 9 siguientes de Lynch. Por los pecados, bajo los baños lunares, pasados y futuros.
Nos vemos, en la cabina de algún ascensor y un café en la mano.

Dos mentes unidas en la misma dimensión...


Cinemomio: Thank you

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