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lunes, 1 de mayo de 2017

De Gigantes y Monstruos: The BFG / A Monster Calls.

En los tiempos convulsos que nos toca vivir, como en otros de nuestro pasado, entre amenazas gigantescas y toda una colección de monstruos... los verdaderos héroes, son los niños. Y ellos, los artistas, escritores y los directores de cine, también lo fueron.
Per, seguro que los enormes seres y los antiguos monstruos, hoy en día, se corresponderían con la belleza y la bondad, vistas las barbaridades de que son capaces los seres "más humanos".
















"Spielberg y su majestuosa realidad"


Para empezar a hablar del impulso de las historias de ciencia ficción durante la década de los ochenta y su adaptación al cine, tendríamos que nombrar a ciertos artistas que creían en la aventura clásica como forma de diversión para toda la familia. Desde los más pequeños a aquellos que se sumergen en la fantasía para olvidar otras desgracias o frustraciones de la vida adulta, como el joven de Cincinatti y sus trabajos en 8mm. Steven Spielberg, uno de esos directores que pondría su máxima atención en aquellas narraciones vigorosas y fantásticas. Aunque tuvieran una base realista.
Como algunas narraciones de un escritor, cuyo nombre homenajeaba al explorador noruego Admunsen y su conquista del Polo, recopilando a estos personajes legendarios o mitológicos, tan apreciados por creadores como Nicolas Roeg, Henry Selick, Danny deVito o Tim Burton.

Sería aquel joven Steven y su placer por la aventura, el que dirigía sus incursiones con la serie de Indiana Jones, sugestionado por todas esas historias fantásticas de nuestras lecturas de siempre, sus científicos alocados o duendes preparados para intervenir misteriosamente (como gremlins) inspirados por la pluma de Dahl, o los viajes a mundos fantásticos o huidas imaginativas de una guerra catastrófica. Así como, el posterior contacto con el humor negro de entes y extraterrestres llegados a la Tierra en son de paz. Porque, aquellos encuentros y el E.T. extraterrestre de 1982, han intimado con una nueva colaboración de la guionista Melissa Mathison con Mr. Spielberg, frente a los libros británicos de origen y de cierta concienciación nórdica de Roald Dahl en su último filme conjunto, titulado BFG o Mi Amigo el Gigante.
Steven lo ha vuelto a repetir tras décadas, el cazador de sueños, en este último viaje por lo misterioso o divulgativo, como antaño. Encaramado a lomos de ese espíritu infantil pretérito y producir películas divertidas para sus propios hijos y el resto de niños del planeta, con la sensibilidad y visión fantástica de un aventurero clásico. Para ello, se ayuda de los personajes y las ilusiones mágicas de Dahl, creador de Matilda, Charlie y la Fábrica de Chocolate, James y el Melocotón Gigante, u otras historias que llegarían hasta el mismo Alfred Hitchcock. También guiones para el cine, del tamaño de James Bond, Chitty Chitty Bang Bang y Fantastic Mr. Fox. Capaz de adaptar una historia donde cada cual, podría convertirse en víctima de pesadillas que nos acosan a diario (como la violencia sobre los inocentes) o el protagonista de sus sueños mágicos.

Por aquí, el gusto por lo fantástico, establecería contacto con la guionista Mathison (enlazada sentimentalmente a Harrison Ford por aquellos maravillosos años) para recalar en la increíble historia de un niño y el descubrimiento de la inteligencia interplanetaria, un ser con tendencia a apuntar con el dedo al cielo. El éxito convertiría a Spielberg en rey dorado para siempre y desarrollaría un carrera increíble que le trae actualmente, a compaginar las dramatizaciones históricas con estas películas juveniles que, como BFG en esencia, invierten en el puro entretenimiento familiar.
Todo ello se adivina tras este nuevo trabajo de Dreamworks Animation y su fábrica de emociones de Amblin, basado en grandes textos de cuentos y las imágenes digitales, que se desenvuelven a grandes zancadas por un universo nuevo y onírico. Esta propagación de fantasía y buen comportamiento ético, hoy pasado por la crisis y la violencia, es protagonista de la tecnología contemporánea y los efectos visuales de nueva generación. Ya que, en el filme se conjugan esas leyendas de la antigüedad de seres diminutos y figuras colosales, o talque seres amenazantes y siniestros que, sin embargo, guardan los comportamientos más edulcorados en el fondo, recorriendo furtivamente las calles de un Londres casi barroco o victoriano. En Mi Amigo el Gigante, han destapado el tarro de las esencias y la unión como equipo, en una metáfora existencial que viaja a nuestros días adultos, con atención desviada a los más pequeños de la casa y la diversión sin edad. Tal que, aquella aventura tradicional que conocemos con el nombre de Jack y Las Judías Mágicas, pasando por una tierra irreal donde los gamberros gremlins, se transforman en gigantes hambrientos.

Para su magnífica ambientación, trata el movimiento de la cámara y la diversidad de proporciones, escondiendo los intereses ocultos de sus personajes. Lo grande y lo pequeño se dan la mano, lo joven y viejo, la amistad entre claroscuros tamaños de sus diferentes pensamientos o necesidades. Frente a la realidad, edulcorada con rostros pacíficos y la necesidad de entendimiento. Cabe destacar a la joven protagonista Ruby Barnhill, que demuestra una vez más que el ojo de Spielberg es experto en encontrar y trabajar con nuevos niños actores, o sacar de su esfuerzo, la mejor recompensa visual.
Tanto ella como el adulto de corazón gigantesco, el británico y académico Mark Rylance (trabaja con Steven en El Puente de los Espías y repetirá con un nuevo proyecto utópico y virtual con el título de Ready Player One), promueven una relación clásica de mutua confianza en progresión; adaptando su aspecto y voz a la captura de movimientos y el CGI (con una inversión de 140 millones) y una hiperrealidad en el detalle que puede alejarte de los personajes principales y resta ternura o calidez visual al relato. Pues, a pesar de estar bien entrelazados los diálogos y la impresionante composición de escenarios, algunos personajes se difuminan a diferentes alturas en la película. Existe una sensación extraña o poco natural a la hora de interactuar en el mismo contexto físico o imaginario, igual que ocurriera con otras producciones multimillonarias como la reciente trilogía de El Hobbit de Peter Jackson, donde el exceso de CGI se llega a hacer molesto o trasgrede las leyes de la interpretación. Es decir, se pierde el ritmo en comparación con otras formas más artesanales de realizar los efectos especiales.

En este país de Gigantes, de sombras y recobecos perdidos, todo parece gobernado por un carácter indómito y salvaje, con el foco puesto en una mente más sabia. Enfrentada a 9 o 10 seres del tamaño de edificios de cuatro plantas, su supervivencia es cuestión de suerte o se supedita al hambre voraz de aquellos. La gula por los bacaditos de dos patas o "frijolitos" pertenecientes a nuestra denominada culturalmente "human bean", bien rellenitos de tiernos y crujientes huesos, que convierte la historia en una macabra y gastronómica posibilidad. Ella es una chica intrépida y el sabroso objetivo...
Soñadora y resuelta heroína, que abandona la guerrera roja del pasado, pertenece a otro personaje más actual que visitara irreversiblemente aquella época casi victoriana. Por consiguiente, BFG ha adaptado su vestuario a los nuevos tiempos que nos ha tocado vivir y actualizado la lucha de las heroínas, contra aquellas amenazas que intentan devorarnos de un enorme bocado, tal que una pequeña "Sancho Panza" acompañando al estilizado Quijote. Una ayuda agradecida para luchar contra gigantes, en nombre de la esperanza y la paz. En el fondo contextualizado, lidiar con la realidad fuera de estereotipos condicionados por el miedo y estas decisiones polémicas que debería adoptar la sociedad respecto a los deseos malignos que nos rodean, contra los enemigos de los niños necesitados u olvidados inocentes, en favor de nuestra propia libertad y humanidad.
Es la princesa en la gran corte de los gigantes, en busca de un vuelo de la imaginación hacia los buenos sentimientos, algo tan difícil de conseguir hoy que, sinceramente, me parece un imposible y bonito sueño. Así, Mr. Spielberg nos enrola en un barco mitológico (como aquel de Hook hacia un País de Nunca Jamás ilocalizable a priori), recorriendo distancias a grandes trancos sobre el regazo de este BFG, con la misión de encontrar la bondad en un corazón camuflado entre las intenciones innatas de la tribu. Deformaciones de los monstruos del armario o figuras tras el visillo del balcón, oteándonos.


El gigante de cabello blanco, puede confundir su inmensidad en los rincones oscuros como un pensamiento en las tinieblas de nuestra mente, y desarrollará una habilidad especial para acercarse a ese cerebro infantil alternando con humor, poco apropiado para según que circunstancias. Esa es la parte argumental más débil en una estructura colosal repleta de sentimientos y bellas palabras, cuando la distinguida voz del actor Mark Rylance se aleja del núcleo onírico y la búsqueda de una estrella a la izquierda, para adentrarnos en un mundo de excentricidades y secuencias que desentonan en el conjunto. Bueno, una gracia sin demasiado sentido, más que el de hacer sonreír o intentarlo al menos.
De ese aspecto vulgar y bajo la apariencia tenebrosa, la locuacidad elegante del gigante de Dahl y Spielberg es lo mejor de la cinta. Acaba confundiéndose entre la muchedumbre adulta para abrirnos las puertas de una opulencia que indaga en el carácter británico, frente a la guarida acogedora que combina la fantasía con sentimientos individuales o la ética colectiva en peligro. Cuando los inocentes sin familia pueden acabar en terribles manos, Rylance se acerca con locuaz glosa y pone el acento para el entendimiento o comprensión de lo diferente. Su enorme apariencia se vuelve de una debilidad aparente, con el rostro de un Peter Cushing en su especie de laboratorio secreto, o la confusión de unos gestos fisionómicos o tics semejantes a los de Sean Penn, sin pertenecerle el personaje en absoluto. Si bien, en el fondo de sus enigmáticos rincones mentales y descubrimientos secretos, su corpulencia (difiere de miembros más jóvenes y su raza exigente con el aspecto culinario) se corona con canas de sabiduría y paciencia, como los grandes magos de la literatura juvenil frente al aprendiz, desde el Merlín de Disney al combativo Gandalf, hasta soñar con un sincero homenaje a actores de carácter en esos personajes que interpretara el gran e inolvidable Walter Brennan. El viejo maltratado, lidiando con el ímpetu corporal del enemigo, el mal humor o escasa inteligencia del jefe, con rostro y músculos de un pelirrojo baluarte (¿se me parece a Kirk Douglas o estoy ciertamente embrujado?) dirigiendo a una cuadrilla de vikingos salvajes y juguetones.

De igual forma, el BFG conserva la figura paternal de Hollywood Clásico y esa fragilidad del protector herido, en la mediación y dación de consejos. Otro abuelo que interpretaría un James Stewart canoso y su tono afable, buscando la seguridad y el mejor sueño con que acompañar a su ´nieta` en el futuro. Olvidar su existencia triste y arrebatada al parecer de la prensa escrita, de la cama de un frío orfanato. Es el otro lado de la realidad, que pertenece a una joven protagonista iniciando sus pasos de aventurera, tal que la pequeña Alicia cambiaba de tamaño y mentalidad, hacia un lugar maravilloso plagado de fauces y gracias de dudosa aportación cualitativa, drástica con los monstruos de la imaginación o reales, atravesando el espejo invertido que la transportase a ese otro universo onírico, con las luces neón guiando la consecución de objetivos. Su futuro, es el de la pequeña actriz de rostro iluminado, Ruby Barnhill, envuelta en el ambiente clásico de sensaciones alucinatorias, acústicas y visuales, como una ´principito` o principesa de Saint D´Exupery observando que lo esencial es invisible a los ojos. En su viaje a ´esta` Tierra, ejercerá una influencia en el Gigante (casi niño) y los increíbles acontecimientos, con un sentido práctico a la hora de interpretar los sueños, y manteniendo la humanidad a salvo o el silencio de su mundo protegido en una habitación secreta.
Toda imagen se deja llevar o acariciar, simultáneamente, por compases clásicos de una banda sonora compuesta por su amigo John Williams, como siempre. En cambio, con su tono épico grabado a caballo entre Inglaterra, Escocia, Canadá y los estudios Walt Disney, y a pesar de unos hechos técnicos que rozan la perfección (incluso la calmada actitud de la cámara fluyendo al ritmo que los personajes necesitan en cada secuencia), la acción se diluye en chistes y movimientos programados. La película se contonea o pavonea en su tramo final, realmente, ante una presencia de sangre azul que nos saca de la historia de amistad, o la manifestación gratuita de unos efluvios guiados a un público infantil menos exigente y una risa más facilona, en general. Pero divertida, sin prescindir del todo, de esa mirada adulta asociada a los recuerdos y lecturas de cuentos que formaron parte de nuestro crecimiento intelectual, la conmovedora existencia de un amigo imaginario en nuestra infancia, como parte que subyace en el interior del niño que dejamos abandonado en una isla desierta... en similitud textual con aquellos huérfanos inolvidables, surgidos de la mente del gran Charles Dickens.

Por último, también recordar el reconocimiento del trabajo tras la cámara y la profesión poco sugerente a veces, del escritor. Esta serie de personas desconocidas para el gran público, que apuestan por la creación y la imaginación, enfrentados a los resultados de esta industria de los sueños. Bajo las condiciones de trabajo o necesidades técnicas de autores y estrellas contratadas, ponen a disposición su imaginación con un bello objetivo, el esfuerzo de elaborar una película y continuar este espectáculo del Séptimo Arte. Gracias a Melissa Mathison d.e.p., a Steven Spielberg haciendo felices a padres e hijos sentados juntos en el cine y a otros muchos más, durante dos horas.

La Infancia y el monstruoso cáncer.

Érase una vez, un anciano y frondoso tilo, que se levantaba a unos 60 pies de un terreno cambiante, cercano a la convaleciente residencia de la familia O´Malley y al albor de la tristeza del pequeño Conor. Sus raíces se adentraban en la profundidad de unos sueños infantiles, disfrazados de pesadillas que se elaboraban en la propia fábrica de sus hojas voladoras y caducas. Semejante a una infusión de alas, que relajara toda aquella intranquilidad mental almacenada durante años de malestar, espera y dolor, en busca del definitivo despegue de la tierra. Ya tan húmeda por sus lágrimas. La forma verdosa de sus cabellos y los tallos crecientes en sus miembros, tomaron una vida sombría, que contrastaba con el amarillo de sus flores aromáticas y frutos aceitosos, más delicados y sugerentes. Tanto que parecía que cualquier impulso o llanto, lo haría saltar lejos de allí. Salir volando tras un recio vendaval de reproches o unas palabras sin alma o ánimo.
Pero, su espíritu es firme y dispuesto para la gran lucha que se avecina, ya que en su interior juvenil, late el corazón partido de un muchacho, indómito como la fuerza rebelde de un gigante e intimidante tal que un guerrero airado. Son ambos, un devorador de vidas ajenas, amansado por la imagen o contacto con la juventud y la inocencia, y el poseedor de una experiencia benefactora que expulsara cualquier mal, cambiándolo por un recuerdo inolvidable.
Por enquistado que estuviera el problema... Cuando alzaba su voz, todo se ablandaba alrededor, resonando salvaje en el vacío de una habitación, mas sutil y apaciguadora. de igual forma que un intérprete de la escena, dominaría un crucial discurso. De acento pretencioso a la par que experimentado, cruel en apariencia y arraigado en la memoria. En su savia incluía recetas casi milagrosas, que serían usadas por ancianos curanderos en miles de batallas, reyes y brujas, enemigos asesinos; u otras posibles o soñadas, destinadas a alcanzar un remedio eficaz a todo el sufrimiento humano. Ese fluido vital que dibujara la realidad en tonos ocres y grises, con efectos luminosos y paciencia, una resina capaz de unir lo que se fragmenta en el interior de un órgano hermético, o una vía que orienta a lo verdaderamente recalcable en la existencia de un ser vivo. La simbiosis necesaria para crecer y alimentar todas los segmentos de los que se compone la familia, de estas arcanas malváceas, maestras de lo imposible e iluminadoras en nuestros rincones más sombríos.
El tilo, exclamaba al viento con orgullo su naturaleza salvaje o manera de existir, su pensamiento humanístico, profundizando en todo lo que legitima su integridad y ofreciendo la sabiduría que desprendía su raza arbórea, sanadora, sin esperar nada a cambio. Tal vez, respeto a su estirpe milenaria, la serenidad de casi 800 años observando en silencio a los humanos. Además, era el equilibrio que sostenía el porvenir de aquellos extraviados en la confusión, de monstruos que vienen a devorarnos, un poco más allá de la medianoche... y además, era un excelente divulgador, gran aficionado a los cuentos.

Junto a su dual presencia, se desarrolla en paralelo un reflejo clásico del abismo en el viejo mundo, a través de una producción española de ojos monstruosos y encolerizados sobre terreno inglés (rodaje en el Colegio Colne Valley de Huddersfield, West Yorkshire... antes del Brexit), ante la desafiante insistencia de una posibilidad de cura. Una especie de bálsamo de Fierabrás, que indicase la salida del laberinto de pasiones y temores donde se encuentran los protagonistas, o una visión onírica de la soledad, ante la injusticia más oscura y amarga. Un consejo básico sobre aquello lejano e incomprensible que afecta a los más débiles, tal que una mortífera enfermedad llega antes del tiempo marcado.
A Monster Calls o Un Monstruo Viene a Verme, podría ser esa visita inoportuna a cualquiera de nosotros, un encuentro entre el valor y la expiación, incluso para sus principales y arriesgados creadores (o narradores como el actor Liam Neeson), sirviendo como obsequio o antesala de otros premios. Por su valor, el de la escritora anglo-irlandesa Siobhán Down, invocando a la lucha contra el racismo, el abuso infantil o el cáncer, con letras adornadas para niños; o de su extensión adaptada para el cine por el escritor Patrick Ness y soñada ahora por el director barcelonés, Juan Antonio Bayona, con el fin de despertar las conciencias y anticiparse a nuestros miedos más recónditos. A esa calma que sucede tras una tormenta, o tsunami...

El director Juan A. Bayona se dirige, por tercera vez, a un mundo real de fantasía. Dispuesto a combatir la soledad, discrepancias generacionales y de pareja, o el abandono o desarraigo, la inocencia encarada a posturas dañinas de ciertos dominadores o fanáticos del dolor ajeno. Retratando la esperanza, en el rostro sufrido del actor Lewis MacDougall y su madre interpretada por Felicity Jones (Rogue One) más franca e intimista, pero igual de sacrificada que en su papel de hija de Erso, a la búsqueda o recuperación del amor familiar. La unión frente a una verdad más dura e hiriente, estableciendo consejos contra la monstruosidad o la pérdida de personalidad... ¡contra la propia ira!
J.A. Bayona, vuelve a sentir atracción por esos pequeños héroes en grandes catástrofes, obstinado en combatir el sufrimiento con esperanza y retazos artísticos, buenos efectos digitales, aderezados con pequeñas pinceladas de magia y fantasía literaria, pero anclados en la psicología y la cruda realidad, en las consecuencias de desastres naturales y posteriores desarrollos mentales de sus personajes. Pesadillas recurrentes que se adaptan a cualquier edad, desde los habitantes de un orfanato visitado por la muerte o ese desarraigo en una etapa accidentada, a su paralelismo dramático dentro de los cuentos clásicos. Pues, un Monstruo Viene a Verme, destila la esencia de la naturaleza en una aventura fantástica, vitalidad con base dramática y conceptos abstractos, frente a una devastadora enfermedad (marejada de sensaciones), que estalla con la presencia de este monstruo, trazado hábilmente en tonos grises y ojos encendidos, dibujos de la cólera ante la culpa o, esa debilidad que nos abate desde el corazón. En ellos, observamos la estrecha relación sentimental, una condena personal con la imaginación por bandera y la visión confusa, aparentemente, del hijo o la inocencia, a la hora de enfrentar sus propios demonios o monstruos. Aunque, vengan de la sabia entonación irlandesa de aquel caballero trágico y experimentado hoy, el ochentero Neeson en Excalibur.

El filme siempre transita por una línea difusa, metafórica y existencialista, en la que Bayona se siente bastante cómodo, como es la percepción de estos asuntos graves de los adultos en manos (o mejor dicho, en la cabeza) de los niños, con insistencia en el concepto del amor familiar o esa especial atención por el contacto materno-filial, por supuesto, frente a la flagelación del sentimiento de culpa. En realidad, es una profunda pesadilla que muere de día y respira de noche, o viceversa, que intenta respirar cuando la noche le da oxígeno y esperanzas, una comprensión o responsabilidad fuera del dolor físico y la necesidad de aire renovado.
Sigourney Weaver, Geraldine Chaplin y Toby Kebell (protagonista en dramas fantásticos de Marvel, Planetas de Simios o adaptaciones de videojuegos como Príncipe de Persia o Warcraft), son partes de otras perspectivas o realidades adyacentes, entre la experiencia o la separación. A favor de la subjetividad en ciertas edades adultas, pero igualmente presionadas por los hechos. Son puntas de un lápiz de colores, dibujando sobre un espacio en blanco del crecimiento, tan visual como un cuento narrado en propia voz y puño. Tan sangrante que, sería capaz de derribar nuestro diminuto mundo, de juegos y sueños, hasta convertirse en una lección de vida que marcará para siempre. Como la música de un ganador del Oscar, el compositor y violonchelista, Fernando Velázquez... autor de una íntima, vorágine sonora.

Se dice "creer para ver", similar a entender los acontecimientos inevitables y nuestro futuro, con fe (no religiosa), cuando el monstruo te llama en la oscuridad y gritas de agonía. Identificado con la metafórica desconfianza del ser humano frente a lo desconocido, de la racionalidad frente a lo imprevisible de nuestras acciones o pensamientos. Por tanto, la película es un trazo artístico contra el dolor de una separación, la percepción fraudulenta de la ilusión, la realidad de un cuento, esa invisibilidad o crueldad infantil y, cierto complejo de Edipo, tras el traumático proceso dentro del seno familiar. Una respuesta calmada, después de un ataque de ira incontenible (o puede ser pánico), que se alza de sus raíces y comienza una viaje al interior de la mente y el corazón. Un cuaderno que colorea cosas imposibles y nuevas esperanzas, como el peso de una culpa monstruosa frente al abismo del tiempo, que nos visitará una y otra vez... hasta que dicho monstruo interior, cierre sus ojos. Aquellos que revelan o comprenden, los instantes más necesarios e importantes de nuestras relaciones vitales. Luego, A Monster Calls es una historia sensible y notable, dentro del cine español de calidad... por ende, en próximos premios nacionales e internacionales: ¡Mucha Mierda, al equipo Monster! :)


Cinemomio: Thank you

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