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sábado, 4 de marzo de 2017

Drácula by Bram Stoker.


El film de Coppola languidece con el tiempo

La obra maestra de la literatura romántica de terror, por supuesto, Drácula de Bram Stoker (autor con estudios en matemáticas y presidente de la Sociedad Filosófica en su ciudad natal Dublín), tiene con el tiempo, mayor grado de separación en su importancia artística, con el film de Coppola. Principalmente, como consecuencia de la mente dispar de un escritor creativo con percepción infinita para el mal.
Si Coppola consigue una obra mayúscula con "Apocalipse Now" y su captación del horror de la guerra, se descabalga en la adaptación del vampiro más seductor de la historia.
En el s. XIX, fecha de su publicación en centroeuropa 1887, Bram Stoker amasó una fortuna, con su incursión en los miedos de sus conciudadanos a través de sus creencias religiosas rigurosas, los ataques de la naturaleza salvaje o los seres diabólicos acechando en la oscuridad, y en las enfermedades contagiosas o mentales (sin remedios médicos suficientes en la época).
Bram Stoker inventa el Mal absoluto, un muerto viviente ávido de la sangre caliente y la sexualidad, de sus antiguos congéneres. Pero, además dota a Drácula de una narrativa que la convierte en una joya igual de inmortal que su protagonista.
El escritor dublinés proporciona una envoltura magistral con sus descripciones y sus cartas capitulares, la imaginación en poder de las palabras, y la sugestión en lugar del derrame hemoglobínico gratuito. La sangre es el alimento.
El esfuerzo de Francis Ford Coppola por dotarle de su personal visión, no son en vano. Pero, solo en determinados fragmentos lo consigue, provenientes de un recargado efectismo (ahora algo anticuado en el tiempo) y la interpretación de un actor camaleónico (gracias a su voz distorsionada, al vestuario y las prótesis variopintas), Gary Oldman maestro de ceremonias. No es mala cosa, pero nunca se acercará a la cotas del genio de Stoker.
Coppola no puede aferrarse visualmente únicamente a la descripción y la narrativa, por tanto, incorpora su propio diseño artístico y mediante la ambientación defiende los valores de su creación fílmica. Sin duda, cuando imita a Nosferatu y el impresionismo alemán, es cuando la película crece en calidad.

En una historia donde el protagonista esencial es la sangre, Coppola no escatima en su derramamiento, con el rojo del traje de un anciano Drakul homófilo, el ajustado de Lucy en bacanal orgiástica con el monstruo licántropo, y las gafas a lo Lennon ocultando el vacío de unos ojos necesitados de la viscosidad del líquido vital, son los ecos del modernismo. El rojo desde el comienzo es un hilo conductor, en una batalla carpetónica con reminiscencias a Excalibur de Jhon Burman).
Coppola y su Drácula, se divide en 3 actos: la presentación de personajes y contexto histórico, con Oldman recitando y gesticulando con la extravagancia necesaria para dotar de credibilidad al ser vampírico; el romanticismo con ramalazos de sexualidad carnal, y sus 3 siervas haciendo pasar un "mal trago" a el acartonado Mr. Reeves (con la Bellucci incluida). Lucy y Mina, hablando de armas varoniles. Cabalgadas infernales y chupito pectoral para una bella, por entonces, Winona.
Por último, la parte que no ha aguantado el paso del tiempo, las escenas de acción y la pretenciosa interpretación de Mr. Hopkins (que desdibuja el personaje creado por Bram Stoker). Hacen bajar el tono de este icono novelesco de s. XIX, reproducido hasta la saciedad hasta nuestros días. Y lo que queda...
*** Buena ***

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