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lunes, 5 de septiembre de 2016

Hannibal.


Y del Mal... no nos libra ni el Sr. Mikkelsen

Un escritor de Jackson (Tennessee) que ya había adaptado con éxito cinco años antes, su obra Domingo Negro dirigida por John Frankenheimer, en 1981 publica el comienzo de una serie de libros cuyo protagonista principal se perfila como principal provocador de los temblores de una generación de aficionados al horror. Tras una fallida versión anterior y el litigio entre la productora Dino de Laurentis y el autor de la obra Thomas Harris (luego celebró el éxito cosechado en la gran pantalla), transformaría a Hannibal Lecter de un calculador criminal de novela, a una endiablada sorpresa cinematográfica que supondría un éxito de crítica y público, llevándose el título como primer largometraje de terror en ganar el Oscar a mejor película, una década después de la novela y de la mano de un joven director, llamado Jonathan Demme.
Hasta la fecha con esta producción televisiva titulada Hannibal se mantiene el suspense, basado en la novela de El Dragón Rojo y tras dos películas más polémicas con los mismos títulos y referentes estéticos. Pues, la aparición de Hannibal Lecter en el mundo cinematográfico o visual, fue una endiablada sorpresa para todos los fanáticos del suspense y el terror que, en 1991 observaron sus diabólicas maquinaciones con una interpretación memorable a cargo de Mr. Anthony Hopkins. Insustituible actor y disfrutable en su papel ficticio de fino comensal, experto en aspectos culturales y, ese esmerado corte, de tipo egocéntrico, maquiavélico o profundamente irrespetuoso con el victimismo sin poesía y la debilidad psicológica.

Hoy en día, en cambio, no podríamos separar el mundo ideado por Harris en las páginas y la figura de Hannibal con esta notable adaptación para televisión y su inflexible capacidad para hacer el mal, con múltiples formas, desde su protagonismo violento o la ayuda profesional en psiquiatría o medicina forense frente a su antagonista Will Graham. Su imagen y acción resolutiva, se ha incrementado en los medios con la multiplicación de este malestar, respecto al consumismo malsano de carne próxima u otras elaboradas y retorcidas recetas. Su inteligencia interpretativa, venía gratamente acompañada por la actriz Jodie Foster en el papel de agente Clarice Starling o el resolutivo Scott Glenn como director de Ciencias del Comportamiento en el FBI, sin despreciar ni olvidar a otros psicópatas asociados y caricaturizados al máximo, of course. La ejemplar dramatización y el impacto visual que produjo Mr. Hopkins con sus tics de doctor inteligente y cocinero especializado, demuestra su fantástico trabajo en la adaptación de un ente diabólico tan complicado y extremo, que le valdría el aplauso de la crítica internacional y el público a la hora de obtener su propio reconocimiento y el de sus compañeros de reparto, como los memorables enemigos como el confuso Buffalo Bill de tendencias criminales a lo Ed Gein e interpretado por Ted Levine, Mason Verger en la piel descarnada de un Gary Oldman de doble cara, o el mismo ´Hada de los Dientes` con un terrorífico Ralph Fiennes, difícilmente superado.
Esa fecha con vuelta de tuerca al Dragón Rojo, vendría a continuación mediante Hannibal en 2013 con 39 capítulos guiados por el creador Bryan Fuller, sobre la vida íntima de un individuo más voraz y depravado si cabe, desconcertante entre la ficción conocida de las películas y la literatura moderna, generada dentro de un apartado especial de terror psicológico con tintes, descaradamente, gores. Por su interés obsesivo y demencial con aquellas delicatessen más humanas y el cultismo visual, que ha producido la memoria dentro de la novela criminal o el cine negro llevado a ese extremo de masoquismo inteligente y horror.

En las páginas de aquel libro, el Dragón Rojo será recordado como encarnación terrestre del diablo y la voz teledirigida de una mente superior, que iniciaría el camino cinematográfico con aquella historia anterior con el silencio de los inocentes, hacia una estimable propuesta visual o del diseño artístico, recargado y estremecedor con diferentes mentes a la disposición de la obra y la cámara. Alucinados con sus vacíos sonoros y diálogos enrevesados, y proposiciones imaginarias que formulan los entretiempos entre matanzas o crímenes concienzudos, posteriormente elevados al rango de admiración gracias también, a unos mediáticos enemigos que comparten hazanas o consultas, abiertas a la carnosa humanidad.
En la serie Hannibal, la imagen es cada vez más turbadora y cruel, basada en una apuesta onírica y demencial de los múltiples directores, con sus visiones particulares y apariciones sangrientas sobre los estados de Virginia y Tenessee, o ciudades como Quantico, Cheasepeake, Baltimore y Memphis, hasta su aparición renacentista e intelectual por tierras europeas.

Una serie que destaca por el trabajo conceptual, las recetas propuestas visualizadas de dentro afuera, y todas las obras que se detienen en la observación de cuerpos desnudos y la composición, también, la belleza frente a la monstruosidad, la pasión por los instrumentos quirúrgicos y utensilios de corte medieval, destinados para la tortura de pacientes o víctimas menos consideradas en el sufrimiento o la cultura general. Por tanto, Hannibal posee una visualización difícil, aunque singularmente atractiva.
Para hacer más sangre frente a la lectura (prácticamente calcada en adaptaciones) y los admiradores de los filmes, se van produciendo una serie de cuestiones, casi olvidadas en el origen del tiempo cinematográfico, con tres movimientos anuales u oberturas obsesas (de diferente interpretación o visión, según sus realizadores) guiados por la mano y textos de Fuller, la producción de David Slade y director de películas atmosféricas como Hard Candy o 30 Días de Oscuridad (donde su universo tridimensional y rojo, hace de Hannibal el Caníbal, un lecho de aciertos narrativos y visuales), con atención a sus cuidadas ambientaciones, la fidelidad de los personajes e interpretaciones.
Las imágenes se fundamentan en la deformación profesional de los doctores y visionarios, el pragmatismo encubierto en la patología criminal, y diseñadas pesadillas con múltiples escenarios, pasadas por el tamiz de un terrible código deontológico, la exactitud en las representaciones o marcas, y la construcción de diversos pacientes y duelos estilísticos, frente a un intranquilo y alucinado espectador. A veces, perdido, al menos, hasta pasado un puñado de capítulos desconcertantes.

Todo funciona acorde con su onirismo macabro y esa querencia sistemática o alimentaria que relame a sus protagonistas, sobre todo en las dos primeras temporadas, más ilógicas y menos predecibles. Su gusto artístico, a colación de los refinados estudios identificados en las novelas, que iremos conociendo como pasteles rellenos de humor negro y engaño psicológico, en un entramado cultural y filosófico, aderezado con otras estratagemas más agobiantes para generar el suspense. Idóneo para la actuación teatral ante sus exquisitos pacientes o comensales, disfuncionales víctimas en desacuerdo ético e infortunados colaboradores, encabezados por notables actores como Hugh Dancy, Lawrence Fishburne, Caroline Dhavernas o Gillian Anderson, tomando las riendas de la trama troncal; todo condimentado a la perfección en Hannibal, porque mantiene su base identificativa entre ellos y los personajes extremos, que confieren esa base dramática necesaria para que funcione como un bisturí, limpio y aseado. Sin olvidarnos del cirujano en jefe, el increíble Mr. Mads... para darle de comer aparte.
En sus próximos trabajos, veremos a un inconmensurable Mads Mikkelsen como némesis del Dr. Strange dirigido por Scott Derrickson (Sinister), junto a Benedict Cumberbatch, Racher McAdams o Tilda Swinton; o el comienzo de la saga Rogue One: A Star Wars Story, del director Gareth Edwards (Monsters, Godzilla). Por otro lado, Hugh Dancy sigue como uno de los principales protagonistas en la serie The Path y participará en las próximas 50 Sombras Más Oscuras del mismo James Foley.
Mr. Fishburne no para, tras Batman v Superman, será uno de los Pasajeros en el filme de Morten Tyldum, con Jennifer Lawrence, Chris Pratt o Michael Sheen; el capítulo dos de John Wick y Last Flag Flyin del sobresaliente Richard Linklater, con dos pesos pesados como Bryan Cranston y Steve Carell. Caroline Dhavernas trabaja en la cinta francesa Chasse-Galerie de Jean-Philippe Duval y un proyecto llamado Easy Living. En cuanto a Gillian Anderson tiene la serie de culto Expediente X y el filme Sold, más varios interesantes proyectos como Official Secrets del director Justin Chadwick, junto a Harrison Ford y Anthony Hopkins, la producción británico-india Viceroy´s Hous de la directora Gurinder Chadha, con Hugh Bonneville y Michael Gambon.

Mads en la representación divina del mal, en eterna lucha de poderes, que se inclina por la simulación y el sarcasmo, para demostrar su capacidad de ser superior, conocedor de la cultura universal y la apreciación carnívora de la gastronomía internacional, como tres cursos a distancia con un profesor de origen danés, que impregna con su anatomía y habilidad quirúrgica, las pantallas de todo el mundo a través de la cadena NBC. En esta investigación criminal se dividen las tramas por categorías enfermizas, empleándose con contundencia de grafismos y otros conseguidos atributos según las variantes de un elenco perfectamente elegido, en cada temporada. Nuevos o rasgos reconocibles que complementan a los originales en la gran pantalla y a un Mikkelsen que se desenvuelve a las mil maravillas, entre la ciencia, las ilustraciones y los viajes, mentales o físicos.
Will y Hannibal, dos mundos esquizofrénicos enfrentados desde la humanización de la víctima o la condena, la creación mitológica y el culto estético del diseño y el arte. En un choque existencial cargado de dramatismo intelectual por las páginas de Dante, que conserva los ancestros del mito fantástico o religioso, y determinantes abstracciones en liza con base científica y cultural, desde la gastronomía sibarita al arte generado con las últimas tecnologías visuales al alcance del artista. Así como, la pasión por la escultura, la música, pintura, arquitectura o el estudio de otras materias menos elevadas, aunque necesarias para combatir a monstruos reales.

Primera:
La primera parte es algo confusa en la conclusión del suspense (sobre todo si no leíste las raíces de su mal), dispersa hasta el cuarto o quinto elemento, con una característica común que significa la exposición al derramamiento de sangre, el surrealismo y ciertos ambientes enfermizos, en aumento, que confirmarán un crecimiento constante hacia ese suspense traumático y el horror.
Otro punto constante de la primera entrega de Hannibal, es el psicoanálisis, la lógica o las percepciones razonadas, para discernir entre el bien y el mal, encarnado en las visiones extrasensoriales y la indefinición. Arraigada costumbre visual, con contundencia estética de las formas, volúmenes y perspectiva, como un cuadro o secuencia estudiada al milímetro, en respuesta sintomáticamente inteligente al texto directo de Thomas Harris, para rebatir el mal en cualquier forma o pensamiento, pero con cierto magnetismo por lo pretencioso y salvaje. Para ello, los personajes secundarios interpretados por buenos actores como Raúl Esparza (Almas Condenadas, Custody), Lara Jean Chorostecki (Antiviral, Renaissance), Gina Torres (Matrix 2 y 3, Serenity), Eddie Lizzard (Across the Universe, Valkiria) o Kacey Rohl (Caperucita), son imprescindibles para reconocer los territorios descritos en las novelas y una idónea elección que demuestra su verstilidad interpretativa o los descubrimientos excepcionales para próximos proyectos cinematográficos o televisados en su oficio de actor.

Otro aspecto concienzudo y fundamental para el elaborado clímax, es el conocimiento anatómico y patológico, la expresividad macabra de la mente y algunos diálogos descritos con cierta acidez o humor macabro, con una base académica y matemática de precisión, dirigida a una audiencia hambrienta con los nuevos retos y crímenes por descubrir de Hannibal u otros asesinos mediáticos, aunque su apetencia por la casquería difiera absolutamente del gusto general. También, propuestas o interacciones que sobrepasan los límites de la sana conciencia y que se desenvuelven bajo la apariencia o la percepción sensorial de carácter fantástico, con inmersiones antológicas en la paranoia y el arte conceptual de vanguardia, para representar la escena del crimen y al maligno.
Hannibal sigue siendo ese personaje mediático, un comediante del arte macabro y chef del mal gusto no descifrado en la mesa, con sus curiosas y peligrosas aptitudes gastronómicas, maceradas con años de regusto familiar, que se servirá de la experiencia profesional para establecer la base estratégica de su juego. La trilogía "diver-ticida" entre gato, queso y el ratón diseccionado en la trampa. Donde Mikkelsen, Fishburne y Dancy, se emplean de manera sofisticada y amplio dominio de los registros confusos o las tramas que persiguen el misterio, para próximas eventualidades e investigaciones policiales.

Sin olvidarse nunca, de un sarcasmo intelectual que invade la serie y ese dominio de las diferentes materias que trata de manera reconocible y, adaptable a los diferentes registros de los que es capaz un actor tan completo, bipolar y complejo como Mads Mikkelsen. Acompañando al voraz doctor en psiquiatría y cirujano neurológico Mr. Hannibal Lecter, llama la atención un equipo de colaboradores míticos antes de la agente Sterling se apoderara de nuestros corazones y razón, como víctimas propiciatorias, desde la materia gris de Will y Crawford, a la tierna doctora baja en colesterol Alana Bloom, de la cocina ególatra del doctor Frederick Chilton, a la esencia aromática de una periodista pelirroja llamada Freddie Lounds, de la dosis necesaria en Omega3 de la doctora Bedelia Du Maurier, a la salsa agria de la familia Hobbs o el maldito ingrediente oculto de Abel Gideon. Cocineros y consumidores del mal, que demuestran los defectos o hábitos menos inteligentes, a la hora de conservar su integridad frente a sus admiradores, es decir, con todas sus tiernas partes unidas e intactas, poco a poco, desmenuzadas por un genio en la penumbra de una licencia estatal. Especialmente, Gilliam Anderson y su andar descuidado, que evoluciona y gana peso gradualmente. Argumentalmente, que no de manera efectiva, claro.

Antes de que la pérdida conceptual se haga palpable, o la comparativa con los papeles en el cine te parezca inadecuada, los siguientes capítulos empiezan a funcionar hasta una completa y recordada segunda temporada, con los elementos perfectamente aderezados para sentir el sabor y paladear toda la trascendental etapa, que no conocemos sin la lectura. Emerge en pantalla con su expresión visual entre capítulos o cortinillas, con un grafismo de impacto y una lujosa narrativa en detalles, y pronto hacen que las cosas (o los cuerpos) se coloquen en su sitio. Llamando la atención de excépticos o los nuevos seguidores a la serie, que podríamos decir, despiertan el apetito dormido con paladares más exquisitos y ese refinamiento visual que da la vida a la serie.
Una ambientación de escenarios con numerosos crímenes y efectivas creaciones digamos ´criminalmente artísticas`, recuerdos que reavivan nuestros instintos básicos o más bajos, como lectores encantados de reconocerse, en función de supuesta dispersiones patológicas, disgregaciones corporales y temporales, manteniendo el foco en las relaciones de Hannibal Lecter con Will Graham, Jack Crawford o sus colaboradores o colegas de investigación en el equipo médico. Arte visual en camino del medio cinematográfico de calidad y trasladando de la literatura en sus casos más enigmáticos, conocidos i condicionados por la imagen del cine, por su creatividad en la dirección o visión de las sensaciones gustativas entre sartenes, con la intención sagrada de aumentar y atemorizar a los espectadores de todo el mundo.

El creador y director abrió sus puertas al diablo y sus trofeos de caza, evolucionando como cuadrúpedo viscoso y negruzco, a través de los ojos alucinados del público y otros artistas como Michael Rymer (La Reina de los Condenados, Galáctica), Guillermo Navarro (director de fotografía habitual con Guillermo del Toro), Tim Hunter (con numerosos trabajo en televisión como tres capítulos en Twin Peaks), John Dahl (gran director con títulos como Red Rock West, La Última Seducción, Rounders o Nunca Juegues con Extraños), el mismo James Foley o el gran Peter Medak de El Final de la Escalera, todos de amplia experiencia y conexión cornúpeta con estas relaciones más desequilibradas emocionalmente y el maligno. Un equipo que persigue el fin de entreabrir las puertas de una cocina con elementos de alto gourmet y expresiones especializadas en otros menesteres más mundanos, o pasionales. Luego, llegarían otros no menos cualificados como David Semel (autor en Dawson Crece, Sensación de Vivir o Buffy), Adam Kane y Marc Jobst (también partícipes en capítulos de muchas series de éxito) o Neil Marshall conocido por filmes como Doomsday, Centurión o The Descent; un grupo de artistas con poso y ese gusto sádico para penetrar en segunda instancia y condimentar la escena del crimen, aconsejar sobre los métodos de los personajes invitados al banquete y completar con otras gotitas interesantes de violencia enfermiza; para establecer esas conexiones salpicadas con los miedos de nuestra infancia o el terror psicológico más adulto. Ah, y por supuesto, un buen caldo mediterráneo, con habas y otras cositas.

Segunda:
Continua la experiencia sui genéris del truculento Hannibal, tan traumática cerebralmente como llena de consecuencias sangrientas a ras de calle, buscando otras localizaciones donde llevar a cabo, mutilaciones y maceraciones, u otras perversiones sexuales antes de que Clarice y sus corderos se situaran en el mapa de Kill Bill y Hannibal. Anteriormente a que éste, se hallara en su lecho blanquecino y enclaustrado sin ventanas, solo una claraboya elevada a un ser superior. Únicamente rejas y palabras, con una abertura maestra para la evolución venenosa de sus conocimientos. El quid pro quo, o la paradoja existencial, entre cocineros no pisarse la manga... con el fin de no salir heridos.

Vamos descubriendo ese lado más tétrico y personal de Hannibal, con sus raíces y contactos, frente a unos actores, ya habituados al duro trabajo semanal y esas convulsas discrepancias que invaden su carácter entre enfermizo y el comportamiento nihilista, algo demoníacos, que se dirigen a la construcción cinéfila y ocultista de un gran dragón rojo. Quizá, su parte más física, enérgica y directamente desproporcionada (salvo percepciones mágicas o mentales), respecto a la identidad realista de las historias o novelas.
No debe ser fácil, captar la atención de tanto espectador excéntrico, deambulando entre las escenas con tendencias homicidas y el canibalismo, los cortes de precisión visual para exquisitos paladares y revelaciones desasosegantes (y sangrientas) que serían admitidas por estómagos poco delicados, exclusivamente; pero los directores elegidos para esta segunda entrega, de 12 + 1 capítulos, ofrecen elementos dramáticos y composiciones novedosas, relacionales al máximo nivel interpretativo, con personajes que mantienen la temperatura adecuada en el horno para sus pasiones o obsesiones, estén perfectamente servidas y crujientes. Personalidades de gusto exclusivo, según las querencias y empachos obsesivos de la edad, o la gastronomía tradicional de la zona televisada.
Para ello, aumenta la resistencia intelectual de unos protectores de la ley, que se devanarán los sesos contra el orden cerebral por el crimen y la fiebre ocultista creciente, que condimentan su labor profesional con dotes sabrosos en la rama de la psicología y la patología forense. Con ciertas disfunciones policiales, o acciones atípicas para un agente, experto en la incriminación de testigos, tratamiento de evidencias o la elaboración de pistas confeccionadas desde las cocinas del FBI. O, aquellos despachos en la penumbra de la conciencia y la enfermedad mental, que se adentran en la mente de doctor y paciente, en esta macabra batalla entre el bien y el mal, y todos sus alumnos en procesión y alboroto calcado o creativo, que alumbra o esconde a la conocida y perseguida bestia.

Hannibal, siempre emerge de los confusos nubarrones mentales, con su protagonismo ególatra y su aséptico sentido del humor, al menos, en los instantes de disfrute personal en solitario. Porque los condimentos necesarios para establecer su conversación metafórica, son más ruidosos o nerviosos, que los comensales invitados u otros pedazos servidos. Cada capítulo es una amarga cucharada de su sarcástico y tremebundo proceder, con la figura amenazante de Mads y el ogro Hannibal, entre cuentos.
Pero, las altas dosis de emotividad y sentido práctico de la investigación científica, se conservan y propagan sus esencias aromáticas frente a la observación cognitiva de Hugh Dancy y profesional de Mr. Fishburne, con los cerebros preparados para combatir sus tendencias al canibalismo o esa depredación que aparece de pronto, en cualquier vertiente del monstruo. Un lado oscuro del comportamiento humano, que ataca a cualquier institución privada o pública, más habitual de lo que desearíamos en la realidad, con un juego de masoquismo más sangriento que el concertado con Mr. Gray y sus sombras de andar por cama.

Sin embargo, aquel maravilloso filme original del, hoy semi-apagado, Jonathan Demme (autor de musicales como el enorme espectáculo Stop Making Sense, o filmes como Algo Salvaje y PhiladelPhia) de miedos a flor de piel ante el salvaje Bill, y aquellas dos incursiones posteriores, una regular y otra mejor, sobra la vida y obra del Dragón Rojo, son transformación constante. El despertar de la bestia, de hombre a una forma más terrible, que sigue poseyendo las condiciones artísticas necesarias para la consabida carga de surrealismo conceptual y cambio. Un onirismo, poéticamente criminal, que esta segunda entrega, se complementa con la participación de actores de calidad o sorpresas insospechadas, como Joe Anderson (Across the Universe, The Crazies, Horns). Demostrando que, no solo el mal tiene múltiples caras, sino el cine construye rostros deformados con el arte del maquillaje y la actuación visceral, encabezado por un Mikkelsen que continúa siendo un referente en esa salsa sabrosa de cada mesa o la sopa energética de nuestras pesadillas como televidentes. La némesis científica a lo sensorial, familiar y humanitario, que representa el personaje de Hugh Dancy y colaboradores, diletantes en sus respectivos papeles de anfitrión e invitado, a un ring gráfico y evolucionado, con enemigos reconocidos y nuevos aires de chef premiado en la liga mediática o la escala de sabor de Michelín, delicados paladares de este Hannibal de gracia ácida y gusto visceralmente lacerante o reprobable. El cazador cazado y la presa presionante.

Tercera:
Con el traslado de Hannibal a las tierras de Alighieri, las ínfulas italianas del Renacimiento post-medieval con sus obras míticas y leyendas negras, se abre la espita al arte clásico y la válvula de vapor a presión de una olla de consecuencias conocidas en el Séptimo Arte. Hannibal es el mismo, con la percepción y bajo la batuta de un compositor visual como el director de Detroit, Vincenzo Natali (estuvo en el departamento artístico y storyboard en filmes como Johnny Nmonic o Giger Snaps). Un experto en el terror y la consecuencia de aquellas atribulaciones pretéritas como hijo del escurridizo Monstruo de Florencia. Se llama a las puertas de Vincenzo, por su visión más calculada, de sangre latina y la conquista de terrenos cúbicos repletos de fluidos o estructuras inteligentes. Otro habitual del concepto visual en el género terrorífico y fantástico, de estimados referentes cinéfilos como Cube, Cypher, Nothing o Splice, que han creado una desconcertante legión de seguidores con sus métodos originales y perfectamente cuadriculados. Sus números e imágenes, se multiplican en una historia conocida de Hannibal, pero se sumergen en un ambiente gráfico marcado por la excelencia y caldeado con la maternidad, el mal gusto paterno y esos eslabones perdidos de la raza humana, que formaron las piezas del puzzle que es, actualmente, un Hannibal en serie.

Sus rasgos identificativos con el argumento contado en el cine, no tenía demasiadas ramificaciones aunque se vuelca en la ampliación de horizontes visuales, la perspectiva lujosa en matices o bifurcaciones del mal, y el clasicismo de grandes haciendas o palacios, dirigidos a la consagración estética y la adaptabilidad de unos actores secundarios, que ofrecen su notable trabajo y la caracterización alargada de otros rostros con más nombre. Es, otra identifación cualitativa de la serie creada por el juvenil Fuller, que se funde con tan insignes depredadores, de carne original o de moralidad creativa hacia el ´hannibalismo` mediático.
Este "hannibalismo" que se ha convertido en una nueva religión, con varios candidatos a encumbrarse con el nombre del padre y la lucha genética, del génesis y la fe ciega. Hannibal, se convierte en un lugar sin acolchamientos ni rejas, sólo cristales a fuerza de impactos o malos humos, donde los feligreses se reúnen una vez a la semana, a su alrededor, para adorar a la bestia o llamarla por teléfono. Es lo que tiene, la tecnología de la época, y la escasa repercusión estética de su hombre encargado del objetivo en esta ocasión, más previsible y sin demasiada creatividad.

El resultado previsible, es la insensibilización de la historia con la realidad (más cruel si cabe), siendo atraídos por unos personajes que se han convertido en una familia ilegítima, pero perdida en situaciones dantescas, desordenadas y esotéricas, de nuevo. Del vitalista Natali, a un ... convaleciente, que la televisión va a conservar en el formol del olvido (porque parece que Hannibal se para en seco), lejos de su presentación en sociedad. Del novedoso prisma y colaboración de mentes, a la obsesiva previsibilidad, con la diversión y el efecto como dos caras de una cruel moneda, o el sístole y diástole de un corazón envenenado con ese carácter más diabólico.
Son las dos historias más conocidas por sus guiones cinematográficos, firmados por Ted Tally con la supervisión en la dirección de Brett Ratner y el equipo de guionistas compuesto por David Mamet y Steven Zaillian en la película Hannibal, aunque personalmente me quedo con la primera, pese a evidentes parecidos, fluctuaciones semánticas y calcos aromáticos. Aquí, con el dragón gruñendo, se pueden observar las maquinaciones del autor Harris, con buenas actuaciones y observaciones estéticas de ambos directores, ya digo, mayor peso en la balanza del italiano y su primera etapa en Florencia, donde convergen las escenas más impactantes y el genio visual de un artista todoterreno, frente a las divagaciones internas de los personajes más monótonos o aburridos del serial en El Dragón Rojo y las tramas captadas con anterioridad en el cercano 2002, por el objetivo más sensacionalista de Ridley Scott, en el filme Hannibal.

En esta última fase del proceso de tranformación o liberación del capullo, en una futura mariposa, como dragón de Kafka en cueros y bajo la luz de la luna, aullante o símil del vampiro, está condicionado por la espléndida interpretación de Ralph Fiennes y algo inferior de (el personaje no visualizado en Manhunter) o el creado por Richard Armitage en la serie. Una especie de calco de la obra cinematográfica con pinceladas de la acuarela del poeta y pintor William Blake y sus reminiscencias posesas a lo Fiennes, un simulacro del largometraje de Ratner. Observando los mismos perfiles y la constancia del nuevo reparto con Edward Norton, Harvey Keitel o la ceguera de Emily Watson. Limitados en la libertad interpretativa y guiados por aquella entrega de marcado carácter infernal.
Si bien, la serie se mantiene con la base nuclear de sus cinco personajes esenciales, que aportan la seguridad continuista e interpretaciones ancladas a personajes tan reconocidos mundialmente y con ciertos caprichos de sibaritismo exponencial, descartables en la gran pantalla por falta de espacio o intereses más directos o menos teatrales.

Aún así, la parte final de Hannibal, plasma esa fidelidad por ellos o fiabilidad en lo insano u oculto, sobre la historia más pretenciosa y oscura del escritor, dentro de un gran enfrentamiento metafísico entre hombre, dios o demonio. Dual, como el maestro y la imitación, el culto y el ocultismo, el concepto larvario, que pasa de la fase embrionaria al todo. En un clímax agónico hacia el final sorprendente del vacío.
El resto es una comida de tarro, sin parangón e imaginación, que va encauzando sus pasos hacia la cuarta degeneración (ya descartada por la producción), ya no habrá más ambientes nauseabundos ni biopsias descriptivas, porque la clínica del encierro termina, casi en estado terminal. Y cierta sensación de hambre, armado con sus dientes arcaicos de origen oriental, piel tatuada y hueso quebrado.

Claro que ha sido un gustazo, complicado al inicio, donde todos los actores han buscado la perfección y la estructura funciona como un guante, semejante a un plato de diseño con ingredientes cualitativos de máximo valor y sabor.
Igual que ambos actores, Mr. Hopkins y Mr. Mikkelsen, han dado un recital artístico y sinsabores metafísicos, enseñando sin ambages su magnífica disposición al oficio de actor, y su pasmosa concentración para ser creíbles o interpretar tan contundente a tan complejo ser. Hannibal, el dual caníbal, y tan exclusivo como las ostras en salsa de blanca trufa. Un regalo para el cinéfilo convertible y comestible, en sillón de andar por casa, complementado por Dancy, Fishburne, Davhernas o Anderson, en personalidades divergentes que se debaten entre el odio por la bestia y la atracción por hombre e inteligente cocinero... como los románticos candidatos a un banquete intergeneracional con Thomas Harris. Todos en Hannibal, serán reconocidos aquí, en la serie, como miembros de honor de este club gastronómico y psiquiátrico.

Tendría que decir que a la cuarta va la vencida, este es mi diseño...
pero el refranero español, es sabio. Y sabroso, tse-tse-tse!

Hannibal Soundtrack Vol. 1



Cinemomio: Thank you

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