La Compañía Británica de las Indias Orientales fue inaugurada en 1600 con la aceptación de Isabel I o la Reina Virgen, otorgando un permiso comercial de 15 años con riesgo de pérdida de capital para los nombres firmantes y estos dominadores del comercio exterior, que aquí se representan desafiantes. Aquel riesgo económico que deseaba terminar con el monopolio neerlandés en la ruta de las especias, hasta que en 1612 se convertiría en sociedad anónima, enfrentada a sus fuertes rivales internacionales y desnivelara el filón. Con la emisión de acciones dirigidas a sus ricos inversores o aristócratas interesados, se reproduce un paralelismo en otras naciones de Europa, que competían por ese mercado de productos esenciales como algodón, seda, sal, opio, salitre o, el deseado té (para sus cinco de la tarde); estableciéndose en paralelo, como otras denominadas Compañías de Indias Orientales: Francesa, Holandesa, Sueca o Danesa.
Nos hallamos ante una época de grandes viajes y arriesgadas travesías, desafortunadas para marineros arrinconados por las circunstancias y seres humanos esclavizados, que eran tratados como simples mercancías.
Cuando un padre y su inquieto vástago, solamente en sus acciones más físicas, en el interior de su cerebro es otra cosa más pausada, vigilante y obtusa, se embarcarían en la creación de una épica historia. Tan lucrativa como vengativa, resistente y profética, basada en hechos reales relacionados con la antigua Inglaterra imperialista y algunos mercaderes con la filosofía corsaria. Ante la aparente insignificancia de una pequeña isla del Pacífico y su influencia circunstancial. Tierra silenciosa cercana a la costa americana, interesante por su ruidoso estrecho, que significara el paso de navíos mercantes, esclavistas y militares. Desoyendo las atenciones a otros propietarios, esta serie no se centra en ciertas históricas referencias, con sus descubridores españoles. Edward “Chips” Hardy y su ´pequeño` Tom, hijo de la interpretación y la fuerza productora de Londres, trazarían las premisas de una aventura que pretendía parecerse a antiguos procesos imaginativos frente a la realidad, de novelas románticas con asuntos criminales, altos secretos de estado y personalidades feroces chocando entre sí. Materiales típicos de la historia de la humanidad, desarrollados por grandes escritores de la literatura universal o una pareja con lazos de sangre...
Él, Tom Hardy, quedó impresionado por alguno de aquellos personajes arrolladores y raciales, con los que trataría de identificarse para su trabajo interpretativo en pantalla. Acercándose a la piel de aquel asesino de la novela Oliver Twist conocido con el nombre de Bill Sykes o metiéndose en el complejo mundo interior de un indescifrable Heathcliff, otro de esos hijos adoptados, inadaptados e introvertidos, descrito en una de las grandes sagas románticas de todos los tiempos, dentro de las páginas de Cumbres Borrascosas elaboradas por Emily Brontë. Papeles por otra parte, que ya habría afrontado el artista anteriormente, en productos televisivos que le señalarían de alguna forma el camino a otear. Los pasos de futuros trabajos y desarrollos argumentales de un vigía del cine y la televisión, desentrañando la inteligencia natural y salvaje de hombres/mujeres, deambulando por su sapiencia, la serenidad o, esa pasmosa seguridad del increíble Sherlock Holmes. Al menos fugazmente en su cometido, tan separados de lo correcto e inclinados por sus características personales. Incluso, se unió a la mente farragosa y aterciopelada, sin aprecio de humanidad de Hannibal Lecter, o uno de los grandes viajeros de lo exótico y profundo en el ser humano, ante los avances de la sociedad moderna y la globalización, a través de los medios de transporte (la comunicación ya llegaría), de mano de aquel marino llamado Charlie Marlow. Con el libro El Corazón de las Tinieblas, los viajes exóticos serían el gran salto literario de Joseph Conrad, por un no tan imaginario Congo, luego, contextualizado en nuestra propia visión moderna en Apocalypse Now…
De esta forma, nos hallaríamos con un personaje construido a base de golpes, retazos apócrifos de la sociedad post-barroca y continuando sus negras pinceladas. Las paletas grisáceas en el alma, que marcan a una especie de Doctor Jeckyll y Mr. Hyde, máquina de la química, el cuchillo y el sexo, entre la premonición y los cambios misteriosos de personalidad, casi en silencio. ¡Hmmmms, guturales! Con algunas extrañas implicaciones familiares pertenecientes al ayer y el destino de una herencia, que le harán deambular en los extremos sociales de esta atípica serie. Calles turbulentas, entresijos y grandes estancias, reproducidas con garantía estética por la BBC One, que llevan el título de Taboo, en referencia a los complejos mecanismos de la psique humana y su colisión ideológica, con razonamientos repletos de diferencias clasistas. Es decir, de un pensamiento estratégico sobre el poder, frente a cierta osadía combativa, convulsa de un líder rebelde... También, muy "Star Wars" todo, cambiando el lado oscuro de los tejidos.
veces, es una opinión personal como otra, este personaje ideado por los creadores y conocido con el exótico nombre de James Keziah Delaney, se bifurca en ambos sentidos, entre la tranquilidad de un sabio reflexivo y la irascibilidad de un sádico. Apareciendo como una mezcla de un Robin Hood poco convencional y enfático, frente a la apariencia remarcada de un inflexible guerrero maorí, de tatuajes y espíritu neozelandés en África, con daga corta en lugar de espada jedi. Pero, acumulador de todos los ramalazos violentos y oscuros de aquel sombrío Salomon Kane del siglo anterior. Esta parece una serie discutida en Gran Bretaña, por las inclinaciones estatales del Taboo industrial y la consecuencia de describir personajes al límite de la verdadera historia o sobre la vida real de una época desproporcionada... cosecha automática de los parados, engañados o arrinconados de hoy.
En todo caso, se trata de seres atormentados que se rebelan al destino y la clarividencia de la fuerza institucional, a los designios del poder económico o político, atrapados por recuerdos de un pasado como peones dirigidos y condenados al ostracismo. Inherente al caos reinante, durante una época cambiante, de oscurantismo, incertidumbre y la degradación de una sociedad desequilibrada o silenciada por el miedo.
País en manos de un regente ´pintoresco`, de barriga blanda, nariz aguileña y andares intransigentes, demasiado cómicos para un pavo real. Además de una clase nobiliaria con pretensiones discutidas o incluso criminales, donde una especie de Renacido, fénix de las cenizas de una África exprimida, sepultada por cadenas de otra época y mentes aciagas, paseara ciertos brillos ensangrentados, para cambiar las cosas de casa. El valor de su nombre...
El capitán que tomaría las riendas de su fortuna heredada, romances tortuosos y futuro incierto, tomando prestadas costumbres de ancestros sobre la magia de su estirpe y algunos rituales chamánicos de otras tierras. De esencias en peligro de extinción, la exacerbación de la carne propia, la marginalidad y el canibalismo callejero, a través de luchas ancestrales entre clases y repudiados encuentros sobre camas revueltas. De piel marcada con tinta de dinero sustraído y el hierro candente de los injustos, de la ejecución de los tramposos y traidores… se posterga una tarea o misión imposible, la de ajustes de cuentas míticos. Es una venganza servida entre platos calientes y ollas frías, explosivas, sobre la inteligencia individual, la experiencia distópica de una era compleja y los retos fuera del alcance de la debilidad.
En definitiva, la descripción de una especie de monstruo herido, por dentro y fuera, que tiene que ocultarse de sus poderosos enemigos, ahuyentar los miedos a un territorio extraño, quedarse sólo aparentemente. Perseguido por un conspirativo gobierno londinense, a comienzos del siglo XIX y ese ansia desmedido de poder, ocultándose de sus propias sombras y ensueños, mediante acciones descoordinadas entre la inteligencia y el gozo sacrílego. Hechos que le recordarían su participación en sucesos escandalosos de antaño, robo de diamantes y crímenes sin escrúpulos, en una etapa convulsa. Visiones, castigos desmedidos, retos de alta alcurnia, devaneos con los oprimidos sociales, hijos furtivos… muerte. Siempre encarando sus propios temores, e incluso, deseando más de lo permitido, sugestionado por la sangre y el tormentoso encuentro con algún tipo de incesto. Mirando al horizonte de barras y estrellas, el futuro embarcándose al destino incierto, al encuentro con la monstruosidad de un Prometeo moderno y la guerra, echándose a la mar como corsario, emparentado con todo y con nadie, acariciando letras engendradas por la pluma aventurera, la posesión y la crítica hoy, sepultando el terciopelo de la negrura, entre pólvora, cruzando el imperio de norte a sur, entre unas tibias, tripas, salitre, orina, semen y una calavera. Bienvenido, Mr. Dead Man, como diría Jim Jarmusch...
Comercio... Negro.
Antes de que la corona británica se quedara con la soberanía territorial de la India en 1858, bastante de que el comercio negrero quedará borrado del lecho marino y poco tiempo antes de que Tom Hardy, vestido de negro en esa etapa victoriana, quedara ligado a Andrew Dominik, director de cuna neozelandesa, errantes en el filme War Party o a ese viejo mafioso conocido coloquialmente en la prisión estatal de Alcatraz, como el pequeño Fonzo; pues bien, anteriormente comprobamos la alargada transcendencia tumultuosa de la palabra Taboo y sus condicionantes estéticos. Algo que formaba parte del folklore tradicional de ciertas tribus, cuando ancianos jefes defendían el destino de las siguientes generaciones, practicando su magia o la sapiencia ancestral, frente a unos sortilegios más terribles o tapu… de aquí, la acepción lingüística consagrada a los tabúes.
Quizás, por ello, la familia inglesa tutelada como the Hardy´s, se puso en contacto con otro creador y productor conocido como Ridley Scott y su ´free` productora londinense, para desentramar entuertos y encaramarse a la simbología histórica y su aire tormentoso. Una serie que tendría que ver con este lado más salvaje de los viajes realizados o descubrimientos en épocas pretéritas, presagios de The Terror, en inflamadas velas por el viento y otros apoyos incondicionales como son la emisora BBC o la productora FX, y las palabras del escritor-director Steven Knight. Este guionista que descifrara asuntos nebulosos en el interior de la mente, junto a Scorsese en la película Shutter Island (algo tiene que ver con el filme Gangs of New York también), ofreciendo divagaciones al borde de lo legal y lo reflexivo; y frente a la tortura en Promesas del Este o con otra conexión británica en la serie Peaky Blinders, además de aquel retórico, pero, envolvente argumento para la película titulada Locke. Con el mismo protagonista, el omnipresente Tom Hardy... por mucho tiempo.
En determinadas ocasiones, aquellas empresas vinculadas a los intereses de políticos, de ayudas con dinero público y las más altas finanzas secretas de las naciones, sobre todo en la época del 1814, se van humidificando y oxidando, corrompiendo desde los tuétanos, enfermando de odio. Debido a una búsqueda nefasta de alternativas lucrativas e individualistas, tan poco edificantes como insanas, que revivimos en muchos procesos judiciales durante estas últimas décadas que nos acompañaron. De implicaciones nefastas, de muchos individuos dispuestos a ser juzgados a cambio de un buen pellizco, gracias al exceso, al engaño, la ocultación y ciertas ganancias, fáciles con el dinero negro de mordidas o los asuntos más sucios. Quizás en esta materia esencial, se regodea principalmente la serie Taboo, más allá de otras enmiendas o sentimientos, emitidos ahora por HBO España. Mediante esa constatación de que el poder corrompe invariablemente y la definición de un grupo dispuesto a pelear contra poderes fácticos, extremadamente enfáticos, con sus medios escasamente humanos. Monstruos alimentados del vil metal y los prejuicios.
Tal vez, por ello también, el inmenso Tom Hardy se haya interesado en personajes marcados, capitanes prófugos en dicha frontera de la estabilidad mental, mirando al horizonte con profundidad o teniendo en el catalejo, la piel enfermiza del padrino Alfonso Capone. Parentescos viciados o llenos de tentáculos, con demasiadas vinculaciones alrededor de este elefantiásico territorio, entre el poder corrupto, la política o la justicia interesada.
Retratando a este otro hombre inflexible más, dentro de su carrera en la actuación, unido a negocios fraudulentos, investigador de huellas marcadas y demostrador de matices sanguinarios. Aunque introspectivo, hablando entre exhalaciones o gruñidos, quejas con un punto cabal. Algo dubitativa entre la justicia callejera y esta mirada excesiva de animal herido, extremadamente vengativa hacia sus contrincantes, que por otra parte, desean acabar con su molesta actitud y conocimiento esotérico. La imagen de James Delaney transita por determinadas coordenadas, conflictos internos que se diluyen en el agrio exterior, golpeando duro a sus enemigos (si es necesario abriendo en canal la estulticia), tomando decisiones que comprometerán la seguridad de sus colaboradores, y después volviéndose con el ánimo rebelde, unos justos proscritos, justicieros sociales o perseguidos por las altas instancias que deberían regir el destino y preservar los derechos de los ciudadanos.
Entonces, diríamos que este aventurero del sexo prohibido, la sonora química y las artes nigromantes, se parece al antihéroe típico, a esos personajes contradictorios de Marvel como el marine bajo la efigie de The Punisher, donde lo sustancial ha mutado por la disfunción profesional, entre violencia extrema, negación y venganza.
En aquella historia de desagravios marvelitas, una carretera marcó el comienzo, aquí es el océano en una estampa pictórica de otro siglo y una tierra virgen. No el amor, que parece terreno baldío, siquiera la amistad diluida, es el recuerdo carnal de una hermana de sangre en contraposición a los tiempos y la errática herencia. Del rifle con mira telescópica, hemos pasado a un tipo de daga curva, para desentrañar los misterios del macilento interior y marcar para siempre, el camino a seguir por seguidores y el humo. Igual que el dinero significó una trampa para Frank Castle, en este lado oscuro, es un arma para conseguir propósitos y alcanzar una alianza segura. Sin embargo, ambas posturas persiguen una misión suicida aparentemente, contra un complot tan ruidoso ya, como una traca final con pólvora que reventara un barco por los aires, o un poderoso temerario o un gobierno totalitario.
Química vs. Magia.
Un castigador no discute aquellos medios empleados en su misión, no confunde la estrategia, ni cree en la redención del enemigo; porque con estas armas, se combate un mal peor, incluida la certera química para derrumbar el poder o magia negra para tentar al mismo diablo. Tras fracasos en su vida profesional y privada, confusiones de cuerpo y alma, en aquella jungla africana pudo adquirir la visión del animal herido, de los ancestros emparentados con el lado salvaje, mediante un ojo abierto, revelado a través de la caza, el destino y la muerte. Ya que se ha podido levantar tantas veces de ella, como Fausto del siglo XIX en la Inglaterra victoriana, seguirá luchando al timón, ante lo que vendría marcado por una imparable revolución industrial. En los primeros años, podemos observar ese salto potencial en empresas y medios de transporte, antes de que la futura globalización alcanzase niveles nunca adquiridos, con un simple dato ejemplar, el paso de elementos mágicos o la alquimia, a la primera constatación de otros procesos químicos más explicables, científicos o naturales.
Doce años, por ejemplo, que tardaría el protagonista Mr. Delaney en regresar a su hogar, viendo que la inmundicia se extiende, cargado de cristales robados y misterios no transparentes. Para dar el último adiós al padre, reencontrarse con una pasión volátil y carnal o, recordar aquellos clavos oxidados de su propia sepultura. El ritmo de sus pasos en la obscuridad, retumba en ecos familiares, semejante a un futuro incierto que luchara por abrirse camino, frente al cruel pasado, al poder infinito de sus enemigos. Bien sean gobernantes, abogados y asesores, ingleses o americanos. El ritmo de una banda sonora, del compositor Max Ritcher, que nos acompaña una y otra vez, machaconamente, regurgitando el deseo escondido, imaginando banderas, creando situaciones alucinógenas o abiertas en canal, marcando la marginalidad y el horror. Agravando la situación a cada capítulo, a cada caída profunda del cuerpo y el ánima, exorcizando demonios, que se vestirán con la piel de cordero, creando una escena “lecteriana”, de aquí a la China o la sometida India, en un futuro infausto, salpicado de cañones. Tal vez... Aplicando recetas que bien combinadas, servirían para fracturar el acoso social, hasta el nuevo mundo y el desmedido castigo. El triunfo militar de un espíritu heroico… pero no, él es la estampa del típico antihéroe.
Aunque la química viene confirmada por actores como Tom Hollander y su fiel aprendiz, el pequeño Louis Ashbourne Serkis, Ella de nuevo, es el motor y la vela que inflama su mente. El espacio sensual que provoca frente a la pelirroja interpretada por Jessie Buckley, o te distancia saltando desde un puente infranqueable, frente al amor ruinoso y comercial de Franka Potente. Ella es la actriz Oona Chaplin, extraña mezcla de raíces y miradas, musitando palabras que quedarán sepultadas como el pasado. Un precipicio para los suyos propios, los que acabaron con el sufrimiento tutorial, encarnado en el justiciero servidor compuesto por David Hayman y otros amigos “buenos” como el Atticus de Stephen Graham. Frente a la vía del mal, los muy muy malos, interpretados por el quijote galés Jonathan Pryce o Richard Dixon, los traicioneros marcados por el rostro del actor Michael Kelly, los orondos extravagantes y rancios elaborados por Mark Gatiss como Jorge IV duque de Brunswick-Lúneburg, príncipe regente de la apariencia. A los heridos en batallas amorosas o comerciales radicalizados en el actor Jefferson Hall… apuntalando a los desvergonzados carniceros y asesinos más sanguinarios que llegarían, como Jack el Destripador, rostros ensangrentados a cuchilladas en caminos baldíos, en cenicientas ciudades o entrañas privadas, de sus penumbras públicas. Señaladas por escritores especiales como el gran maestro, Charles Dickens y los maestros literarios del terror clásico.
Las entrañas del sexo, se enturbian con las traiciones y los asesinatos, se aparecen entre sucias estancias neorrealistas de Roberto Rosselini y aquellos cantos de denuncia social por sus calles grises, por la visual poética de Visconti, la extravagancia satírica de Fellini, a retazos o puntualmente, sobre algunas escenas surrealistas de Pier Paolo Pasolini; así de extraña es la mezcla, la explosiva o maleable aleación, química removida que se convierte en algo esencial para conquistar estados y corazones perdidos. Cambiando los presagios por visiones alucinógenas del futuro genérico, concepciones alteradas del pasado que evolucionaran hasta hundirse en la psique, el credo social y las profundidades individuales de una prisión férrea. O vuelan por los aires con una fabricación exhaustiva, que dio la vuelta a las pretensiones arcanas de la lascivia, la alquimia romántica y los viejos tabúes.
Digamos que el sexo es una de las actividades fisiológicas, que nos acerca y diferencia a la vez, de animales, como en aquel escaparate retratado en neón, sobre las calles desproporcionadas de la serie The Deuce y sus gargantas profundas. Aquí, la degradación social es radical y tumultuosa, se alinea al lado de un revolucionario en busca de la libertad… pero, el futuro dirá si individual o colectiva. El nuevo príncipe de proscritos y condenados, abrazando ese punto viciado y salvaje de la naturaleza humana, junto al dolor y el sacrificio. La serie instaura la imaginativa diversidad entre distintos padecimientos, con perspectivas diversas de vida, tratamientos y comportamientos, desde el contacto más directo, al pensamiento único. Contra la verdadera opresión, la incautación no pacífica, la tortura de la máscara de hierro y el crimen de estado.
El Fin de la Historia…
Hace mucho tiempo, un joven explorador español (mallorquín para más señas), sería tachado de irrelevante en las páginas geográficas, gracias al borrado de su memoria. Con nombramientos silenciados sobre su descubrimiento en una isla, hoy, denominada de Vancouver, su rival de nomenclatura histórica. Con el tiempo, España (la nación invisible ahora), abandonaría ciertas pretensiones culturales o comerciales, como esa y otras ubicaciones más cruciales, debido a asuntos de fuerza mayor. Como la Guerra de Independencia Española contra las tropas de Napoleón y el intruso, su hermano mayor José Bonaparte o Pepe Botella… y esa inmensa distancia húmeda entre la costa oeste de Norteamérica y el gobierno errante de Madrid. Luego llegaría la victoria sangrienta, la pérdida paulatina de alta costura, la calidad de paños y alta costura francesa, la herrumbre de espacios enfrentados, la sanguinolencia salpicando de ven en cuando, cada rincón del recuerdo, la frustración de siempre.
Aquel mal negocio, devendría con una división de los territorios o colonias más silvestres o salvajes del norte, la división ente el oeste californiano y el estado en manos de gobierno español, no de Texas aún, y la evolución de la antigua Florida.
La ruta entre el Atlántico y el Pacífico (con aquel viaje catastrófico identificado en la serie The Terror), mantiene una ambientación lujosa, en estancias y ciudades, pero también cruda, fría y tenebrosa. Los duelos y las falacias, entre Mr. Delaney y su antagonista Sir Stuart Strange, se basan en el ansia de poder, los celos o la envidia, la prepotencia del último. Taboo fue la búsqueda de la piedra filosofal para muchas naciones y, algún imperio en decadencia, que finalmente se decantaría al control violento.
Todas aquellas historias de posesiones, se concentran en los tabúes sepultados de una época cubierta de oscuridad, afrentas y aires de cambio, surcada por peligrosos viajes, negocios intracontinentales y conflictos internos, que terminarían en una serie de guerras, como la norteamericana con la corona británica.
El odio, el valor y la resistencia, condicionan el regreso del antihéroe descosido de su raíz, encadenado a los recuerdos torcidos, borrados, fabricados en la cabeza de Tom Hardy y su desinterés por la redención. Habilitando sus diferentes conocimientos en una nueva perspectiva histórica, que deberían aproximarse en el futuro, más a la épica aventura. Desde esos factores mágicos, ilusiones con el tesón para finiquitar una misión oceánica, sin complejos… un viaje a lo desconocido, orgullo en tierra propia.
Este era el Taboo de una era conflictiva, llena de putas, orines, hijos ocultos, sangre espesada e individuos travestidos, con inclinación a los usos más abusivos, hirientes y melodramáticos. A las marcas en el interior de habitáculos cardíacos desvalidos y otros sistemas ocultos de la mente. Estereotipos visuales de la actualidad televisiva, desde la cuidada ambientación a otros cambios producidos en la sociedad decimonónica, que se ve anclada en la decadencia, con calles repletas de sombras, vísceras enfermizas y miseria, extendiéndose como la pólvora. Vicios sobre barrios marginales y perfumados en grandes mansiones prohibitivas con pachuli, donde todo se comerciaría, entre abusos silenciados por la fuerza y aroma a podredumbre costumbrista... hasta llegar a esas denominadas, actualmente, cloacas del estado.
Fueron produciéndose poco a poco, extendiendo el olor fétido, hasta la exaltación de ciertos comportamientos y la respuesta de protestas colectivas, revoluciones que apuntaban a aquellos comerciantes todopoderosos y los administradores de justicia. Contra los residuos temporales del esclavismo, la manipulación procesal, la glotonería de mandatarios o la desigualdad de género.
Para un nuevo mundo, necesitado de héroes como aquel espadachín insolente, o Solomon Kane sin miedo ante monstruos veraces, la figura estilizada por el creador Robert E. Howard (Conan el Bárbaro) durante los años treinta. Que, aunque puritano de pura cepa, poseía un espíritu sombrío y maldito, mas hábil enfrentándose a peligrosas garras y fauces. Con su faz alargada, su capa sin sayo y ojos penetrantes, vería la apertura de nuevos ideales a grandes trancos, vistiendo ropa inquietante como hombre de negro y sombrero calado sobre su horizonte púrpura, muy estilo al señor de los anillos. Por cierto, también era portador de un talismán vudú, ojo facilitado por su compañero y amigo africano, reconocido como N´Longa.
El paralelismo con Mr. Delaney es evidente, por su intención incansable de combatir la maldad, su osadía a prueba de dolor, los embargos injustificados y el control del comercio de pieles en el estrecho de Nutka o isla de Nootka. Con ese lado salvaje, fijado a la tierra, el hombre que susurraba onomatopeyas a los caballos. Tierra perenne frente a Canadá, que se transformaría en potente tráfico de especias con oriente y la colisión de ejércitos, condimentado por algunos componentes para la fabricación de explosivos y las codiciadas bolsitas de té.
Al final, todo terminará con otro sortilegio o segunda estrategia visual… dejando atrás, técnicas de destripado y la venganza vestida de negro frente a la tortura desmesurada y algo peor. O quizás, comenzará con otra vía… con otro viaje a lo desconocido.
Kane Delaney, Dr. Jeckyll and Lecter, jedi navegante bajo las estrellas... un marino con el corazón de corsario.