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domingo, 20 de mayo de 2018

The Terror
















La Odisea del Terror.


No existe en todo el planeta Tierra, o tal vez en nuestro universo infinito, algo tan sumamente bello y perfecto, que no pueda desmoronarse por determinadas circunstancias o capaz de sumergirse en un profundidad de penumbras... como la mente humana. La inteligencia no discurre ajena a la enfermedad u otras circunstancias, que pueden ejercer una desastrosa influencia.
Bien lo sabrían los antiguos navegantes, conocidos como argonautas gracias a la persistencia del Rey Argos y su habilidad constructora, que estaban expuestos a gran cantidad de problemas o amenazas, tratando de no caer en el vacío de la impaciencia o el desánimo. En la antigüedad estos procesos, estaban en manos masculina, más físicamente resistentes (en principio) a las extremas condiciones, aunque posiblemente fueran más inestables en momentos de extrema presión o en la resolución de otras cuestiones mentales. Un ejemplo sería, la diosa protectora Atenea (a la que se dirigían todos los héroes griegos) y el navío Argos, dirigido a fecundar los femeninos principios de la sabiduría y la ciencia, habilidad y civilización, así como la mirada estratega para definir las cosas o consensuar opiniones enfrentadas, de cara a la paz o la justicia. La imagen de aquellos héroes, sería un compendio de todas las acepciones, el espíritu que moverá a los futuros y bravos exploradores o científicos.

En las famosas Argonaúticas, aquellos individuos hallaron lo buscado o deseado en condiciones complicadas, enfrentándose a decenas de calamidades y terrores de todo tipo, de forma que su pasión y dolor, quedaría en la mente de los sucesores de aquella navegación aventurada a través de las costas de la civilización helénica. Marinos y guerreros, que tomaron como referencia desde las palabras acreditadas a Homero, con el viaje de Odiseo (Ulises para los mortales) y los numerosos quebraderos de cabeza en su retorno a Ítaca, hasta la vuelta tras la tarea guerrillera de las tropas del gran Ciro, en aquel Anábasis de Jenofonte, narrando extensas circunvalaciones o caminatas por tierra de pesadilla, para lograr reencontrarse con los seres amados y los sueños de triunfo personal o colectivo.
Así en la serie The Terror, de AMC Studios y Scott Free Productions, los argonautas han quedado perfectamente definidos, su valentía y arrojo, pero dentro de un pesadilla física y existencia, que acerca los enormes esfuerzos de los viejos marinos a la hora de enfrentarse a la mar y las circunstancias excepcionas, en condiciones de extrema dureza o necesidad.
Circunstancias psicológicas a superar, con graves procesos epidemiológicos, breados sobre la cubierta y en el interior de sus mentes, afrontando grandes devastaciones en el organismo, la cabeza y... hasta el alma de todos los hombres embarcados.

La oscuridad en cualquier hora del día, el frío intenso que invade nuestras neuronas y pensamientos, el orgullo que no significa nada ante la enfermedad y la muerte, la falta de comida y de sueño, el cansancio en jornadas agotadoras sobre el terreno, la soledad en el catre de madera o un campamento olvidado, el dolor de unas manos y pies que no sientes, el recuerdo que te embarga, la barriga que resuena con un eco tormentoso, un aullido inquietante bajo las estrellas, aquella tecnología que no era suficiente para sacarlos de esa situación, la ayuda que no llega ni se espera ya, hasta la suerte en contra de nos, los consumidos. Ya ni la memoria. Lo único que mantenemos, los vivos, es la esperanza. O no...
También, el conocimiento de una historia de vanagloria y espanto, narrando la odisea colectiva de dichas tripulaciones condenadas al ostracismo, congeladas por el aliento monstruoso o bello del Ártico y perdidas en un mundo inhóspito, de conflictos continuados.

Tras aquella época histórica de odiseas y desastres, otras llegarían sin tanta repercusión literaria, como la aventura dramática de los hombres varados en la fría desidia y enfermiza presión del Terror y el Erebus, dando nombre a la angustiosa serie que acondiciona en la ficción, los movimientos aciagos o erráticos, de los marineros elegidos para aquella magnífica misión. Se llegaría a creer que el Paso del Noroeste era producto de la imaginación, un espacio inexistente o tarea inalcanzable, debido a la distancia y las duras condiciones climatológicas de la zona, en la búsqueda de lo que podría significar un puente entre culturas. En cambio, su historia aparenta todo lo contrario, para una pequeña familia de esquimales, cuando su estructura se ve cuestionada o amenazada, por una presencia que podría alterar su subsistencia tribal. En realidad, sería un acercamiento de la modernidad a sus pequeñas pertenencias en un mundo congelado de supersticiones y elementos sagrados que tienen que ver con el esoterismo y las creencias.

Nunca estamos preparados para lo que se avecina en el horizonte, ni siquiera los más avanzados tecnológicamente o poseen más facilidades en sus vidas cotidianas. Pueden existir factores inesperados, que produzcan una larga concatenación de procesos dramáticos que nos aproximen a la catástrofe, a la deriva personal o la devastación coral. Sucesos que pueden dejarnos helados, sin posibilidad de reacción, aislados de aquellas personas que necesitamos en momentos de alta tensión, que puedan dirigir nuestros actos o, simplemente hacernos compañía, como los seres queridos que añoramos en la distancia.
Lejos de ese calor hogareño o de las comodidades de una sociedad que nos abastace con productos de primera necesidad, con tan solo abrir la puerta de un casero congelador o acercarnos a pedir un buen consejo. Pero, esas circunstancias incontrolables o sin respuesta creíble, aparecen cuando menos se lo esperan los héroes del océano Ártico, a pesar de la nueva generación de navíos motorizados y las cartografiadas rutas. que ya eran conocidas por ancianos marinos. Las dificultades para el Imperio Británico, no impedirían una nueva odisea semejante a las tortuosas navegaciones de nuestro pasado, de los pueblos vikingos que lo intentaron con una resistente embarcación de madera y el viento, de los consquistadores o descubridores, que establecieron lazos o realizaron actos tremendos, fuera de sus tierras o la protección de sus familias. Algo que serviría para entender a los pueblos indígenas y sus circunstancias políticas o religiosas, sus ofrendas e inteligentes estructuras en la construcción de su sociedad, destinadas a distribuir sus posibilidades de crecimiento, en la propagación territorial, el acercamiento a nuevos conocimientos, al comercio o el abastecimiento para alimentar a sus crecientes poblaciones.
Una de ellas, en una recóndita extensión de hielo, se establecía social y culturalmente la tribu de los Inuit, antes de hallarse con esta colisión o puente de doble sentido, en un conocimiento que servía como paso al futuro y, a la vez, de dique de contención para el comercio y el tránsito de embarcaciones, un elemento polémico que dejaba el hambre en manos de experiencia, y su futuro en la supervivencia de las creencias mitológicas, el conocimiento natural o la dádiva de aquellos poderosos "dioses". Que nada, podían hacer contra la potencia de los novedosos motores, la fuerza del comercio internacional o el poder de sus armas.

Sin embargo, para aquellos hombres adocenados en un sepulcro frío y de madera, o para la Royal Navy significaba un quebradero de cabeza, que proseguía los penosos pasos de numerosos exploradores, marinos españoles y portugueses, que rodearon la posibilidad de una auténtica isla de California y un nexo de unión con el océano Ártico, el paso del Noroeste entre el Océano Pacífico y el cercano Atlántico. Su fuerza motriz o la potencia de fuego, chocaría con un muro físico de gigantescas proporciones y uno, de propia contención mental o psicológica.
Su capitán John Franklin, a los mandos de la expedición, perseguía el honor de convertirse en un héroe en su tierra natal y en los libros de historia de la navegación, convertirse en una figura mayor durante la época victoriana y los nuevos conductos de la economía y la política inglesa. Iba a formar parte de la historia de los viajes en el siglo XIX, y sin duda lo lograría en otro sentido, el de su claustrofóbico encuentro con un espejo blancuzco y opaco, un reencuentro con los orígenes de la especie y sus raíces ancestrales. Eso sí, nada de cálido Egeo o fastuoso Adriático, sino a través de la congelación anual de un Ártico que detendría su impulso mecánico y sus intenciones de éxito personal, al mando de aquellos intrépidos hombres, o tal vez locos, con las enormes velas de una nación y una imponente quilla preparada para fracturar inmensas masas de hielo entre continentes, en el reto propuesto por sus mandos y dirigentes.
La marcha de los rememorados rompehielos Erebus y el Terror, es una loa a los problemas, y una perpetua condena a la inmovilidad o el ostracismo de un grupo condenado, al ímpetu generacional de un Imperio frente a la resistencia cíclica de la naturaleza y los defensores de su aislada forma de vida.

El fulgor guerrero se instalaría en un gélido silencio, decadente o mágico. Sólo quebrado, por los crujidos de glaciares azulados o témpanos gigantescos bajo sus cascos y pies magullados, con el orgullo de un superviviente condecorado de medallas de huesos y la defensa a ultranza de una muerte digna, con determinados cuidados médicos para la posibilidad de una recuperación. De esta forma, acompañados por otros factores desproporcionados, comienza la odisea convertida una cuestión de honor, prestigio social embarrancado y carnal supervivencia, como una descomunal tragedia hacia la enfermedad, la monstruosidad y la locura.
Entre la ruta por tierras de la isla del Rey Guillermo y el hielo, casi perpetuo e indisoluble, se hallaron cercenadas las intenciones de una gran victoria, desbordados por una enorme masa de hielo, prácticamente vertical, que impediría durante largos periodos de tiempo, el control de los mares en toda su extensión y las posibilidades comerciales con otros lejanos mercados. En cambio, aumentaría el contacto directo entre la civilización en la costa atlántico, con los habitantes al norte del Pacífico, en pleno continente helado, que condicionó la experiencia traumática de estos nuevos argonautas, en aquella búsqueda de gloria como exploradores del futuro. Es decir, navegantes de un cercano pasado, en la era de descubrimientos científicos y médicos, con respuestas que paliarían las arcaicas deficiencias de otras culturas y épocas, las diferencias culturales y sociales, u otros múltiples temores del ser humano... Hasta que una noche, comienza el acecho de lo imposible o esotérico, al escuchar expresiones guturales de frecuencia no habitual, sino animal, semejantes a alaridos salvajes. Propios de un dios, de un enorme animal y de sus hombres masacrados.

¿Quién dijo que esta misión, iba a ser fácil? Acaso el Rey William, una mente licenciosa o un sencillo esquimal del Ártico... Tal vez, un ser procedente de otro mundo. No, tranquilos Alien el Octavo Pasajero, no tiene billete en este rompehielos, pero sí, el Terror.










El Terror... Físico.

En una jornada maldita y gélida, como siempre en estas latitudes, de un cualquier día del señor de 1945, la aventura encomendada por la Corona de la Marina Real, en torno a 129 hombres del servicio británico de Descubrimientos, transformaría su fisicidad corporal y sus rostros, como la efigie aterrorizada de un ser mitológico, vagando entre tinieblas ambientales y mentales, durante una travesía desoladora hacia el fondo de la razón humana. A través de los fantásticos relatos y cuentos, propios de los personajes de Jonathan Swift o el propio Julio Verne y sus precursores exploradores, comprobaremos los fantásticos detalles y diálogos, entre dos capitanes enfrentados a sus circunstancias personales y sus circunloquios con el resto de la tripulación, embarcada en sus particulares navíos. Experiencias al filo de ebrias referencias y beatos encuentros, con misteriosos incordios de diferente frecuencia y procedencia, estremecerían a los líderes y compañeros de milicia, acompasadamente, al ritmo marcado por los quejidos de sus cascos al chocar contra una pared sumergida o frente a la determinación de la fortuna para abandonarles en una espesa jungla de hielo, con algún que otro visitante interno y externo. El alien de fuertes mandíbulas o el hombre fabricado a su imagen, convertido en un dios.

A pesar de los numerosos avisos y las conversaciones sordas, confiaban en su propia determinación y el ruido automatizado de las calderas de carbón, motores cada vez, más infalibles y poderosos, frente a esas otras gigantescas fuerzas de la naturaleza... y puede que otras al acecho. Como el abandono comunicativo, de las tierras consolidadas dentro del Imperio Británico hasta la isla del Rey William (o Guillermo para rebeldes castellanos) y las desavenencias propias de seres atrapados en una ratonera mortal de necesidad. Si no, mirad, cómo se consumen sus cuerpos...

Aquellos navíos de la realeza económica, con exploradores motorizados de nueva hornada y herederos de los antiguos velámenes de la historia, constituían la avanzadilla de nuestra era, lustrosa evidencia del servicio de exploración británico. A bordo de nombres históricos y recuerdos, el Erebus y El Terror, continuaban una compleja carrera, a veces histérica o hercúlea según la procedencia, con muchos países convencidos por la riqueza comercial e industrial, dispuestos a encontrar esa ruta por el Norte congelado de Canadá y la Bahía de Baffin, que conectara el comercio con el continente americano, a través de la franja de Groenlandia con el intrazable Ártico del pretérito. Antes del decidido Roald Amundsen y su hazaña de 1905, hacia un nuevo siglo de descubrimientos.
Ese probable hueco, abierto sobre hielo ártico, permitiría el tránsito de materias primas con el continente asiático y un gigante chino en expansión, premonitorio de eras modernas y la garantía heroica del destino de aquellos marines. Aunque expusiera sus vidas acostumbradas a otras grandes travesías y expediciones a lo imposible, también como investigadores involucrados en una travesía personal hacia el honor de un espléndido descubrimiento... o la inane muerte.

Muchos de los lectores o espectadores de la serie The Terror, producida por la americana AMC, no escatimarán esfuerzos físicos para sumergirse en un relato dramático hacia el horror, con reservas imaginarias y un hermoso recorrido visual por el Ártico, a bordo de estos dos rompehielos de la Navy inglesa y sus correosos, en diferentes sentidos, hombres al frente de la tripulación. Una lucha emergente entre dos físicos, complejos y distantes, pertenecientes a dos capitanes maduros, distanciados por las diferentes experiencias y algún que otro enorme abismo de privacidad, que acrecenta el vacío de un gélido témpano natural. Que elevaría la frustración personal o profesional de ambos, a cotas tan dramáticas como las impulsadas bajo sus navíos presionados, por unas circunstancias cada vez más extremas, por las declaraciones farisaicas que resuenan entre el puente de mando y las bodegas, y ese incómodo silencio emocional. El que reniega de la amistad.
Entre ese honor mayestático y la podredumbre moral, persisten las incomodidades propias de una amenaza sorda, confundida entre los marines con acceso directo a las armas y el resto de los atrapados en el aciago viaje, con vistas al acechante exterior. Hombres valiosos o vacuos, sentenciados con diálogos procedentes de la novela homónima, que se embarrancan frente a la Isla del Rey Guillermo, convirtiendo sus sueños en angustia existencial, o el éxito social de los dirigentes, en apariencias emparentadas con sus destinos fatuos y sus orígenes contradictorios. En referencias históricas de los libros y relatos dramáticos o mágicos sobre la supervivencia, el dolor físico y la oscuridad.

Recojan sus fardos o supersticiones atávicas, el terror físico está a punto de gangrenar los estereotipos dibujados por los protagonistas, las creencias religiosas y el pensamiento castrense, incluso el deseo de aventura... anuden sus equipajes en cuidadosos hatillos, necesarios para un largo viaje a lo desconocido, o no tanto, una odisea oscura a pesar de la blancura, puede que sin retorno como sucediera a aquellos griegos de Atenas o Esparta. Acomódense en la estrechez de sus camarotes o en los húmedos comedores, compartan historias con sus camaradas de litera o hamaca, humedezcan sus labios en jugo de limón, que corta labios con temperaturas glaciares, dirijan sus pasos en busca de una ensenada en calma, en una travesía de terror hacia el río Back, olviden fiebre, cansancio corporal, ni hurguen en heridas abiertas ni quistes en la encías, porque el destino está fuera del alcance. Establezcan una rutina sana, en sus trabajos en cubierta o sobre las redes para el abordaje, los incómodos catres o colgadas hamacas, camarotes no oficialistas y sucias bodegas, claustrofóbicas salas de máquinas y rincones de sexo libre. Sumérjanse en profundidades heladas cerca de la nada, o el todo, luchen sobre la mayor coronada de su torre vigía, con vistas a un horizonte pálido, impávido y cegador. Señores, y señoras no invitadas a esta historia (sanas y salvas en tierra de nuestros padres), bienvenidos a bordo. Sufridos espectadores y alienígenas itinerantes, náufragos de otros viajes por el universo, duelistas en tiempo de paz, capitanes, tengan cuidado con sus pertenencias, amistades y cerebros compungidos... Esto es el Terror.

No amigos y lectores, hoy no es un día cualquiera. Los buques se acercan a un paso insólito y transformador, con cambios constantes en todos los personajes, salvo alguno fiel frente a cualquier tipo de contrariedad, en una navegación bifurcada que comienza con una tempestad en forma de hielo, empañando la visión de sus mandos y la comunicación entre cerebros opuestos. Que, en un futuro próximo, nos hará crecer entre cinco y diez centímetros por bajío separado, elevando las excentricidades y las formas externas de los navegantes, semejante a un muro entre los capitanes y la prosopopeya, de Sir Francis a Sir John, en concepciones distanciadas por lazos de sangre y las posiciones profesionales.
En el libro de bitácoras, anotaremos su distanciamiento, con unas últimas coordenadas que se verán condicionadas, por distantes opiniones sobre la navegación por el océano del olvido y su experiencia, durante contraindicaciones personales en épocas de frío intenso y terror físico, con predicciones empeorables, hacia un invierno catastrófico e intratable amistad. Ambas, voces discordantes y mentes sacrílegas entre la hazaña bélica y la cabeza aventurera, combaten oralmente respecto a las creencias religiosas o esa jerarquía militar, que están rodeadas por las condiciones ambientales, vituperadas en torno al grupo de marines armados con subfusiles de hierro y su propia madera de supervivientes, como los los barcos encofrados en hielo, casi perpetuo, o los cuchillos, preparados para seccionar la superficie helada de la carne de osos, enemigos salvajes, u otros animales de devoradoras intenciones.

Aquí, en la ruta estancada, las voces pululantes indican las diferentes procedencias del personal, desde los jóvenes grumetes o mecánicos sudorosos, hasta los oficiales y los médicos de carrera, o los ladinos que se esconden de las esenciales tareas con maniobras esquivas por la retaguardia, incluso, de misteriosos visitantes o víctimas del progreso. Entre la percepción errónea y el miedo que paraliza tus músculos, haciendo ver monstruos dónde solo había un poder desdichado, con fantásticas sombras escondidas por una dirección artística de campanillas... o son sonoros esqueletos de ratas.
Jefes que dirigen las maniobras hercúleas, cavando hechos que condicionan los pensamientos desde la Gran Bretaña a Irlanda, dejando túmulos de nuevos territorios descubiertos para el futuro, para negociar asuntos grupales y esotéricos, para alcanzar otra perspectiva de una salida posible. Si el hielo no consigue atravesarlos antes, con la aplastante incómoda presión y las bajas temperaturas, si ese frío reinante, sobre el reino de la nada, se apodera de aquel improvisado desembarco de almas en pena, despegados de aquel asedio constante, gota a gota, cuerpo a cuerpo, lata a lata. Un dolor que penetrara en su mente e irá martilleando sus cerebros castigados por la falta de proteínas y de esperanza, hasta la locura. Son partes superiores del dolor físico, del extravío magnético y el terror médico, también, porque se apodera de sus fuerzas, e instala en su sangre empobrecida, en los catatónicos tendones y macilentos huesos. Con dolor y terror físico, hasta las mismas puertas del más allá. Hola, ¿hay alguien aquí? Soy un chamán, soy un señor... Por favor, huid e iros de mi territorio.

Cuando no funcionan ya, esas deflagraciones dispersas sobre la densa superficie helada, ni la quilla se siente suficientemente poderosa para desentramar la inmóvil calma, de la mar, la ¿Thalatta! de los argonautas o aquellos Cien Mil por tierra; se desencadenan las fuerzas físicas y las otras, las no comprensibles por cerebros socializados y herméticos. Con la estructura del agua en estado sólido, pétreo, se someten a una especie de simetría que divide la cubierta en dos, babor y estribor, en guerreros ambiciosos o estudiosos que intentan conservar la cordura y racionalidad de los métodos científicos.
Sombras sobre pisadas y golpes de piolet del siglo XIX, lejos de los crujidos de madera noble y deslices de brea, en campamentos que buscan un contacto con la realidad dentro de un mundo de pesadilla y malos presagios, de alaridos nocturnos, procedentes de un perro vigía, de un mono fuera de su ecosistema lógico, de efímeros bufidos de renos y verdaderas amenazas de osos, o casi... mientras, un buzo o peregrino de las profundidades abisales, se acomoda, ve y se adentra en la diferenciación metafísica o su propio universo de futilidad mental.

El agua y el hielo, son ejemplos de simetría, ya que sus partículas se solapan y sobredimensionan hasta el infinito, creando un océano de propiedades contradictorias, que permiten la navegación, o no. Sus tonalidades funcionan en cualquier posición que obtenga el observador, ya sea sobre la balaustrada dorada o la frialdad de la torre del vigía; oteando los últimos rayos del sol veraniego sobre el horizonte invernal, o las siguientes ondas electromagnéticas, denominadas auroras boreales en este extremo terrestre sin tierra a la vista, que funcionan como las reflexiones sobre un espejo natural o que interfieren en las conexiones, en este caso, únicamente neuronales. Porque las otras, las digitales u orbitales, no existen y no llegan a sus familias, sentadas en el Congreso de Lores o descalzas mirando o resistiendo su fuego ardiente, bajo cero.
El espejo es una bifurcación de ese horizonte, día tras día, en simetría rotacional al que no importan las coordenadas, las longitudes hasta la despensa o las latitudes hacia lo incomprensible, que varía cada seis meses aproximadamente. El miedo no.
Las bajas temperaturas confeccionan intereses extraños y sensaciones rebeldes, protestas sobre la cegadora luz o la oscuridad itinerante, haciendo que los aventureros y los solitarios, se sientan más desorientados si cabe, que aquellos exploradores de otras épocas, sin instrumentación o motores modernos, durante la búsqueda del Paso y el encuentro esotérico. Esto no es ciencia, es ciencia ficción, válida para una novela o producción de televisión.

Mientras, todo se va oscureciendo cada vez más, la esperanza manda partidas de caza a territorios inhóspitos o prácticamente inertes, el deseo se traslada hacia la supervivencia, que es lo único que queda tras los recuerdos congelados; el exterior permanece inalterable, salvo los aumentos de presión y oscuridad creciente, las crestas y su correlación magnética con el viento polar, las condicionantes planicies desérticas o páramos inaccesibles, sobre todo para los locos...
Los fractales se ramifican en cualquier dirección, hermosa naturaleza, no sentido porque no lo hay o se empieza a perder paulatinamente, apuntando a un infinito que se incrusta en la carne y en la mente de los abandonados, flotantes otrora, como los bellos medallones de hielo glaseados en un caldo neutro y lechoso. Todo el que haya viajado a estas latitudes, al norte o al sur, sabrá reconocer la espesa textura visual. Es una muestra impresionante del diseño de producción y fastuosa fotografía en esta The Terror, compuesta a tres manos y dos plumas brillantes, es decir, por las palabras esperanzadas del novelista norteamericano Dan Simmons en 2007, fecha en la que se abriría el paso inaccesible al terror del pasado, y su trascendencia entre lo enfermizo y lo místico. Más la prodigiosa adaptación de su creador atmosférico en pantalla, el autor y guionista David Kajganich, unido al valor de Ridley Scott vestido para procrear aventuras y suspenses de diversa índole, para acercarse a esa fuente incolora de dolor pretérito y deterioro físico o ético.

Sobre aquella desconcertante región, crecieron los auspicios lúgubres contra Captain John Franklin y su demagogia supremacista, "esta gente no es de nuestra incumbencia, decía. Más con sus hombres divididos, carne amortizada y despachada en verborrea, de una entrega segura hacia la fría guadaña esperando un deshielo, que se produciría casi dos siglos después. Quizá el incidente provocado por el calentamiento global originado por el ser humano contemporáneo, con sus calefacciones modernas a toda máquina y sus cocinas lustrosas, que provocarían por primera vez en la historia conocida, aquel deseable hueco perseguido entre mares e individuos obsesionado. Una conexión directa entre el Océano Atlántico, pasando por el tortuoso Ártico o la muerte silenciosa, hacia el Pacífico de los viejos desahuciados portugueses y españoles.
Aquel relato adaptado por Mr. Kajganich, establece una odisea del dolor y la esperanza, el terror que mora en los seres humanos frente a lo desconocido, una fuerza infranqueable frente a las dificultades ambientales, las desconocidas mandíbulas y las sangrantes enfermedades. Tres formas de terror físico que pertenecen al cuerpo despedazado y se extienden en todos los sentidos, hacia la función neuronal y las raíces, que reclaman a los marineros a su tierra, porque para los inuit, la muerte se exculpe en el hielo.
En este pequeño espacio, queda sitio para la luz estacionaria instigada en tres fases o entre tres cabezas, el control de Scott por los angustiosos efectos digitales en postproducción, y el establecimiento de esos medallones congelados sobre las tierras de Croacia y especialmente Hungría, todo en función de recrear un estilismo barroco y un ambiente claustrofóbico.

Otros individuos, olvidados por la historia, yacen sobre un territorio iridiscente y eterno, que no se podría calificar de hogar, excepto para las familias transhumantes de estos esquimales árticos y sus sencillas pertenencias, todo lo que abarca sus ojos y saborean sus lenguas, como las raíces del lenguaje igloolik, tan difícil de aprender o recitar para los actores. Asentados sobre los cimientos antropológicos de la comunicación y las creencias mitológicas, cuando otro terror físico, sobrehumano, se encarama a los buques olfateando la carne y el alma, que convierte al Ártico en un auténtico infierno blanco para británicos. Lo que les espera, para relamerse.
A la materia sin vida, las vigas de madera, el agua potable y las latas almacenadas, se encaraman las apariciones microscópicas, las bacterias que recorren los retretes, los elementos químicos en la cocina y los bajíos plomizos de almacenaje. A las ratas perseguidas por unos ojos felinos, se suman, la piel enferma, la tuberculosis que hace sangrar el interior y los huesos cubiertos de tisis, se adhieren a las encías sangrantes por escorbuto, la fiebre que vuelve loco tu cerebro y otras heridas incomprensibles... las que provienen de la aciaga mitología. Así mismo de, la falta del respeto o el racismo, la cruda exigencia de la jerarquía militar, la desproporción técnica entre culturas antagónicas o incompatibles, la debilidad defensiva o la ofensiva contra los débiles, la que rasga corazones con acero de proyectiles, sangra a familias raciales o usa otros instrumentos cortantes no quirúrjicos, que no van acorde con nuestra comprensión o aparente civilización. Aquí prevalecen otras cuestiones, la física de las lágrimas y las prácticas forenses para el bien de la ciencia, el intento de comprender lo inabarcable en ese instante de circunstancias lúgubres y trepanaciones ciegas, sangrías que rasgan las creencias cristianas o el orgullo, el hambre de perro o la mascota humana que perdió el instinto, la falta de vitaminas, proteínas y vegetales, la presión de una escafandra y la apretura congelada del destino... hambriento como las fauces de un monstruo.

El Terror... Mental.

La aventura durante los primeros capítulos está garantizada, si te gustan los ejercicios navegables e introspectivos como Aguirre: La Cólera de Dios, o las variantes científicas de Master & Commander (a pesar de periodos belicosos), que indagan entre las estructuras fijas e imaginarias dentro del cerebro humano. Pues, configura dos percepciones paralelas del relato, entre el prestigio social y el honor en las clases más privilegiadas, al orgullo mítico de guerreros dentro del estamento militar o la egolatría. Frente al estudio o la dignidad de las personas, de los científicos o médicos y sus dolorosos descubrimientos, de una enfermiza necesidad tras la decadencia moral del individuo, o la degradación de un grupo convencido o mal aconsejado. Pruebas de aspectos esotéricos y mitológico, que se enfrenta a la degradación humana, como la diferencia entre los pies sangrantes del caminante y las huellas monstruosas de un depredador sobre la nieve. Por consiguiente, un universo de locura traslacional, que no debería condicionar esta dignidad del olvidado y el orgullo que se traga... por una amistad no aceptada, debido a la diferencia de perspectiva y pensamiento.
El Ártico, aparece como un territorio en continúo movimiento (o menguante crecimiento polar), semejante a la mente de los hombres, que durante las jornadas de 1847 se convertiría en un trampa mortal para navíos, caballeros y desheredados.

Una vez roto el hielo, llega la flagelación del miedo psicológico, en otros seis meses de oscuro destino sobre el horizonte. Formación de nubarrones sobre las conciencia y las verdades ocultadas, los presagios de condenación o muerte, el abandono intelectual, el castigo desproporcionado, la soledad o la incomprensión, la escapada hacia colmillos blanquecinos, la antropofagia cerebral, la diferenciación de culturas y mentes con distintas formas de vida. La lucha diaria por la supervivencia y la dignidad...
Frente al cabotaje inesperado o forzado, algunos agrios bocados, que irán a más. Se deshace un tirante triángulo entre viejas concepciones de autoridad castrense y la voluntad insaciable del clásico explorador, muy experimentado, en unión de la simplicidad o los sentimientos juveniles, con ideales o movimientos rebeldes, por el miedo al que dirán jerarquizado. De anillos en custodia o la superioridad profesional del cirujano que te mira por encima del hombro, mientras te trepana el cráneo, abierto como las fauces del ogro enfermizo. La condensación mental de embarcados por distintas cuestiones personales, que poco tienen que ver con la aventura o el honor, la inseguridad de ciertas malas conciencias, dolidas o acosadas. Individuos sin escrúpulos que vienen pisando fuerte y trazando rutas inaccesibles a las lenguas incomprensibles... al menos, sobre este crujiente o desasosegante suelo, de grosor estratificado como las conexiones neuronales.

Hasta convertirse en una pequeña pesadilla existencial, según avanza la pesadez ambiental y mental, hacia una gran paradoja de la humanidad o la civilización privilegiada frente a la necesidad básica, como la de tribus de esquimales y sus poderosos lazos afectivos. La mística que significa una cruda aventura entre ficción y realidad, o traza las huellas imborrables de la leyenda de aquellos Argonautas de Jason o el regreso sacrificado de Ulises, pero, en otra búsqueda enigmática de su particular vellocino de Oro. O, no retorno, a su tierra natal. Los días de un descubrimiento sacrílego, que te abrirá las carnes y pudrirá la conciencia, sobre otra odisea británica hacia el tortuoso destino del olvido, la pérdida de u terreno estéril y agreste, que convierte la antropología forense en restos carcomidos o rasgos apocalípticos de un rango superior, de un instinto mitológico. De la razón, tantas veces esquiva, nombrando huellas imaginarias de la literatura clásica, hasta nuestros días de pruebas incontestables.
No obstante, bajo la piel putrefacta y los huesos entumecidos o descarnados al límite, abastecidos de judías incomibles contra las viandas onerosas de los oficiales, sin alcaparras... existe ese instinto incesante... que va impregnando la revolución venidera, cuando los devaneos psicológicos se erigen como diferentes formas de terror. Deformaciones de la existencia del ser místico, todopoderoso, en manos libres y lengua de legítimos propietarios, domadores de muerte con carne de foca u ofrendas, para calmar su hambre de almas.

Los marines solamente confían en sus armas, y el físico de unos actores bien seleccionados, porque la mitad de los mandos está hundido en la miseria o en una fosa, con vistas a focas y pingüinos expertos en buceo. Jefes que no pueden aferrarse a ideales superiores por orgullo, como la ciencia o la amplitud de conocimientos en contacto con otras culturas. Están conformados psicológicamente para la defensa patriótica y el contraataque ciego, para la supervivencia en cualquier caso, hasta las últimas consecuencias o hálitos aferrados a un subfusil. Que será desencadenado por una rebelión, una división, ¿os suena?
Por el contrario, la mente del sabio o médico, olvida sus diferencias clasistas y familiares, en pos del conocimiento y la verdad. Mientras, se traslada la lucha de morsas ensangrentadas, cuando los capitanes se dividen como el orgullo o la dignidad, incluso, el dolor. Trasladado a la mente, se observan cambios en la tripulación, con vaivenes de proa a popa, variables como sus ideas. Pensamientos estrellándose contra el baluastre de babor o seccionados en una visita al de estribor, miedos estremecedores por inesperados sinsabores inesperados en torno a un amigo, reconociendo la incapacidad del zumo de limón o loando la integridad humana frente a la cobardía o el salvajismo. Tratando de sofocar una herida trepanada o la memoria de un moribundo, taponando otros agujeros por los que se escapa el alma a borbotones, si se consiguiera confirmar su existencia, estudiando el interior para reconocer un nuevo problema, ofreciendo una mano o cuerpo místico, envenenado como una palabra engañosa al sentenciado. Autopsias de mente imprescindible o cerebro fascinante dentro de un colectivo... zombificado o enloquecido.
En sentido menos lesivo, en la serie hallamos las mentes de tres directores que acompasan el suspense psicológico, con raciones de proteínas al estilo Ravenous y un espectacular contraste de luces, un lucha decimonónica semejante a los duelistas de Ridley, donde las embarcaciones y su personal cualificado, el honor y el lenguaje marinero, con diálogos cargados de sentido del deber, reproducen gratas sensaciones auditivas y visuales.

La reproducción de algunas recriminaciones sociales a la burguesía británica, las derivaciones culturales, históricas o filosóficas, solventan una de las mejores producciones televisivas de este año, apreciadas entre el director alemán Edward Berger, Tim Mielants (con varios episodios de Peaky Blinders) y el croata Sergio Mimica-Gezzan (director de segunda unidad para Spielberg), participan en la recreación de literatura y tensión física o psicológica. Desde los encuentros anteriores con los personajes en Londres, hasta la idea de conservación o el sentido de supervivencia extrema, a la vez que el respeto por los territorios salvajes y el pensamiento de sus habitantes.
Para ello la producción de Scott Free y AMC, se rodea de rostros perfectos y enfáticos, irreversible concepción de conquistadores frente a obstáculos gigantescos y su debilidad creciente por las duras condiciones ambientales y oprimidas mentes. Olvidando la construcción de puentes con moradores, por ese miedo incontenible a las sombras, la persecución incansable de la caza y sus regueros hemoglobínicos. Definiciones descritas en los escritos imaginarios del novelista Dan Simmons y los recuerdos fotográficos, recalculando las coordenadas perdidas de esos ancianos argonautas de Heródoto y Julio Verne, hasta de la teniente Ripley de Mr. Scott. Trasvasándolas a efigie salvaje del pensamiento espectral y los miedos ancestrales, que desencadenará un viaje grupal hacia supervivencia individual y el conocimiento oculto de las culturas desconocidas, una sensación que te transporta majestuosa y luminosamente a siglos pasados, tras el crecimiento de un convulso continente americano y su imponente futuro económico... cuya excusa es esa búsqueda del paso del Noroeste y nuestra expansión económica o marítima, defenestrada ante la implosión que significa el cerebro humano en alienación. Justo en estas horas de cataclismo cultural y radicalismo social. Esto es, ante la vuelta al instinto primitivo y las raíces monstruosas de un ente carnívoro, en división física y espiritual... of course. God save the Queen, and the King of the Ice.

Por tanto en la historia de las navegaciones y los descubrimientos, siempre ocurrió este salto generacional e intelectual, ya que es más complicado derribar las barreras mentales y el espeso prejuicio, con reproches inútiles, para despejar puentes entre un territorio salvaje o Nanivut y la frugalidad mental de los europeos occidentales frente al hambre o el amor. Con esa flema británica mantenida en The Terror, estereotipada hasta lo loable por dos actores memorables y sus increíbles mentes en disputa profesional, Jared Harris como Francis Crozier, inolvidable en comprensión antropológica o su reflexiva naturalez, humana y marinera; contra al contundente actor norirlandés errante, Ciarán Hinds, innegociable conversador y defensor a ultranza, esencialmente hablando, de la especie, trasmutada en orígenes natales y necesidades amistosas, identificando a la efigie del Capitán Sir John Franklin, con concepciones opuestas. Sencillamente ambos majestuosos.


Muchos de los personajes, multiplican las ramificaciones de esa flema británica, no magnéticas, sino a la deriva. Serían los electrones circunvalando el átomo de tres partículas indivisibles, que atraen al joven oficial sin apellidos reconocidos, ni siquiera una gota de sangre azulada por la nobleza, interpretado por un condicionado y profesional Tobias Menzies. Con sus vaivenes balanceados entre estos capitanes de dramáticas historias personales y convergentes en la familia. Tres polos privados de magnetismo, que se aproximan por la escasa distancia de este aquelarre naval que condiciona su estancia obligada y la verdadera separación conceptual de sus mentes y almas. Algo mayor que va afianzando un verdadero conflicto ideológico y conformando una especie de Triángulo de las Bermudas, acalorado o enfriado, por diferentes concepciones del mundo, del honor, la obediencia y la aventura. Una historia de encuentros amistosos, que no lo son, o de desencuentros que producen nexos irrompibles, excepto por el estallido de una muerte estelar o nuclear.
Cuando avanza la necesidad, la carne muerta va al encuentro de agujeros negros en el cerebro roto, donde se mastica una pesadilla ancestral sobre sus cabezas y bocas sangrantes, como trozos desprendidos que golpean, aturden, distorsionan los hechos y la realidad, machacan la historia real, invadiendo de obscuridad sus pertenencias y pensamientos. Los parhelios vuelven a aparecer, sobre ellos, cuando los hombres son siluetas recortadas y difusas, mentes que no reaccionan a sinsabores amargos o distancias, casi insalvables, infinidad irrealizable entre ellos mismos y la salvación. Son almas sin cabeza, ni entidades, anclas sin terreno donde establecerse sin tambalearse, o caer en un pozo gélido de degradación, como velas desinfladas que se esconden de lo objetivo y lo inmisericorde, viejos errantes sin futuro de proa a otra popa, salvaje, discrepantes con este mundo y distinciones por el más allá. Parecen voces de ultratumba ya, sin fosa ni crédito, pesadillas de hombres con sueños luctuosos, caminantes poco animosos hacia una gloria burlona... Todos desafiantes y cambiantes, a la vez, incluso sobre sus peores pensamientos o últimos instantes, como el resto de las figuras simétricas naturales o los ecos de la ominosa tripulación.

Los científicos ya no cuentan demasiado, verían una expedición de este tipo, un verdadero sacrilegio ético. Una decadente oportunidad para incrementar sus conocimientos o poder textar, in situ, las características y efectos sobre la mente, por una experiencia tan radical o al límite de lo registrado en sus habituales trabajos, que asusta. Es el otro terror, el psicológico.
Comprobarían como la tensión y la angustia derivada por infinitos problemas, condicionan a seres humanos golpeando su moralidad, haciendo del cerebro, un órgano más privilegiado para sospechar del vecino, vilipendiar o calumniar, tergiversar y urdir estrategias lúgubres, alucinar hasta alcanzar un estado de locura transitoria o, tal vez, final. Los psicólogos se enfrentarían a varios de estos rasgos en la actualidad, aunque, en aquellas determinadas circunstancias de devastación, la mente sería tan inestable, tal que un iceberg flotando a la deriva o un barco aprisionado por imparables fuerzas de la naturaleza. Hasta la asfixia o la desaparición.
Cuando la Medicina continua su aprendizaje por encima de mandos y egos, aunque el anatomista interpretado por un notable Paul Ready, tenga que tragarse falacias y sometimientos, comprendiendo nuevas amenazas ególatras, sajando provocaciones mayestáticas, por contactos elevados en la Corte o la burguesía parlamentaria. Adentrándose en oscuras manifestaciones del encuentro científico con la muerte racional, avalada por el castigo físico y la depravación moral, evaluando los riesgos de este caos desproporcionado, entendiendo el compañerismo del cazador, no las visiones místicas ni los avisos febriles de un falso líder, sobrellevando errores de superiores y la indignación, entuertos en la convivencia sobredimensionada que te vuelven ácido de repente, prácticamente mortífero, en esos días dominados por hambre, locura y crimen.

Significaron la memoria de su tiempo, el anclaje a una tierra que alimentó sus diferentes orígenes, el recuerdo del ladrido protector, fieles a la socialización clasista y la protección armada, que no identifica lo que estará por acontecer... lo que separa el honor del dolor físico de la confesión postrera, el miedo mitológico de la infección real, de las variantes del terror psicológico, acercándose y nutriéndose de tus conocimientos, de borradas identidades o almas abandonadas a su suerte, sin fortuna. Circunvalan dolores de cabeza, como consecuencia de la mentira piadosa u honrosa, y de otros procesos nocivos. Un problema parecido a un envenenamiento nada fortuito, sino presupuestario y plomizo como el cielo cíclico y su ambiental espejismo hipnótico de otro mundo. En este panorama, introspectivos, humildes o filosóficos, aparecen las caras embadurnadas por el miedo y la necesidad, que tapan la esencia de personas racionales, en algunos casos, de personajes varados, interpretados por Adam Nagaitis el solitario caníbal, Ian Hart el cojo valeroso, Nive Nielsen la única mujer que presagia en silencio, Alistair Petrie el doctor altamente practicante, Greta Scacchi la novia descalza y su necesitada madre, Trystan Gravelle el buzo ausente.

Rostros inolvidables para construir diversas identidades, malvadas o heroicas, desgarradoras figuras de la humanidad en peligro, donde sus casos más enfáticos o carismáticos, caerán en el abismal trasfondo de los asuntos familiares, los pensamientos a posteriori y la pérdida de raciocinio. Creyentes de aquel "Dios proveerá", intangible, oídos sordos de ídolos y compañeros, intentado ser agraciados con ese otro lema calificativo entre entes superiores: "miró por... o quiso más a sus hombres, que el mismo Dios". Esta es la historia de la humanidad, del gruñón impenitente y egocéntrico, versus el líder de la unión o la esperanza... contra viento gélido, hambre y marea.
Fin de la segunda parte.


El Terror... Mágico (Alma).

Con la muestra de un conflicto eterno, entre la muerte y la ciencia, reproducimos una de las inquietudes más complejas en la historia de la humanidad, ¿existe el alma?
Con lo que daríamos paso a un conflicto paso generacional, entre la filosofía y la religión. Entre los defensores de la metafísica cosmológica y la fe espiritual, cuando nos hallamos sin respuesta, o en un situación extrema de preguntas y ruegos.
Confiar en una identidad chamánica o monstruo omnipresente y todopoderoso, que nos castiga o alimenta, nos maldice o sana. Nos acompaña en el tránsito más amargo o nos abandona a una suerte voraz... Hasta preguntarse por invocaciones o sortilegios, incomprensibles para los datos científicos o dolor de cabeza de la medicina y los investigadores nobeles del cerebro. Pasión o sanación de procesos basados en el esoterismo o frente a la curación por un diagnóstico demostrado.
Las oraciones o sacrificios, la lengua sacrílega del antiguo conocedor de plantas, la metamorfosis de la carne, el protector familiar y difusor de objetos con extraños significados para la supervivencia y la caza. Abre las puertas del igloo, a nuestro tercer terror en la serie... el mágico o espiritual.

Es difícil discernir, a veces, entre este orgullo que nos hace crecer desproporcionadamente o envilece hasta los tuétanos. Desde lo más profundo de nuestro de ser, se arraiga hasta secarnos o nos divide en dos trozos ingobernables. El orgullo se opone de manera narcisista, a la dignidad de un trabajo bien hecho o aprendido, de la comprensión de las cosas insignificantes y bella, se tuerce de las acciones bien encaminadas, de los errores que no admitimos o de los hombres que dejamos atrás... En cambio, ser o sentirnos dignos, nos conduce al respeto hacia otras culturas y sus fetiches o costumbres ancianas, como su justicia y sus leyes naturales, en conexión trascendental con ídolos adorados, lenguas cercenadas que lo expresan todo, con sus ojos y su carne sagrada, entregada sobre la entrada de un iglú.
El respeto tiende a la dignidad, con sus mujeres y niñ@s, inocentes pues, porque todo hombre y mujer, deberían ser tratados con compasión y permitiendo expresar sus opiniones, cada individuo respetado a pesar de sus diferencias físicas, la diversidad sexual y los distintos géneros, seres no silenciados por la negligencia o la frustración personal. Todos merecemos ser tomados en cuenta, hasta en esos procesos febriles o últimos momentos de debilidad, siempre que no vayan contra los demás, los flagelados por sus decisiones o habilidades incomprendidas por el resto, separados por sus gustos o ninguneados, sesgados por la necesidad y mutilados por la fortuna aciaga... sino, somos mera carne de cañón o alimento para gusanos.

The Terror denota, en sentido metafórico e ilustrativo, una simetría traslacional en el tiempo y el espacio, del todo lo importante, que se transforma en simetría del caos. Igual que la gravitación en cuerpos extraños o la energía sobre los agujeros negros, casi indefinibles, porque las propiedades universales ya no poseen ningún sentido, ni la materia alrededor que se comporta con las mismas reglas, alimentándolos hasta el infinito o la muerte. Es la confusión drástica de sus personajes, sumergidos en dicho caos, irrelevantes para el mundo que se mira a su ombligo, perdidos sobre una extensión inabarcable, en condiciones físicas deplorables y con sus leyes pensadas, relativizadas por lo fatídico, físico o mental, o algo que se escapa a dicha lógica.
Tanto sufrimiento, y de regreso al inicio, a mirar una fotografía en sepia, con cercanos rostros que se hicieron uniformes con el paso del tiempo, mascándose la tragedia de este terror que navegó un sueño, imposible y doloroso, aunque el espectador no conociese su historia con detalles verídicos, porque entra en juego también la imaginación. De vuelta de otras partidas de caza y exploraciones a lo más ignoto, hoy que miramos a Marte y más allá, los dioses del cielo que se aparecen en pesadillas gélidas, como las pupilas de un monstruo semihumano o el intento de un chamán deslenguado, por transformarse en dios. A lo desproporcionado de la mente, en una prisión ósea que condiciona la mirada exterior y los propios instintos, pétrea carcasa entre esa locura impensable y el hambre indefinible, que se divide en cuerpo y alma, para abastecer su inmensa envergadura... casi tres veces la de un oso polar. O Argo...

Recorrido el desencuentro de los tres hombres al mando, el sabio, el guapo y el malo, rotas las expectativas, las cartas de navegación y hasta los trineos, quedan como antiguallas para el encuentro de los investigadores del pasado. Hoy sólo queda aferrarse a la caca de sabueso, que desapareció por su estructura orgánica, es decir, similar a los restos de un ser humano y su dignidad. Ya no se necesita remolcar peso muerto, ni almas en pena, porque las botas han cambiado de dueños y las infecciones sufridas mutan en un eco sordo, de artillería sin sentido y trajes de botones dorados, de pasados harapientos, o alguien contracorriente silenciado por sus bocas saciadas con escarnio y el asesinato. Monos y Neptuno saben bien de todo eso.
Pero los ídolos de barro fueron avistados por el culto y los fetiches naturales, los que identifican a la pertenencia, el sacrificio y el alimento, que no puede comprender un ciego de sus enterramientos o la mente de un estrecho sirviente de la lujosa british society.
La serie muestra todos estos terrenos claustrofóbicos de la mente, que campan en los páramos o acampan en las fronteras de la razón y el misterio, en laderas que remontan los cuerpos hasta la cabeza, en el interior de la inocencia de un alma caritativa, en contacto silencioso y monstruoso, en la fuerza de un líder o su némesis, peluda o no. Observaremos a lo largo de diez episodios ejemplares, las consecuencias radiales de las acciones, ya sin simetría ni lógica, el estancamiento de ideas perpetradas por sus protagonistas y jueces, desde el más allá. La evolución conflictiva o heroica, los cambios de parecer, respecto de su propia idiosincrasia y raíces culturales, la base elevada a 10 del conocimiento, que crea nuevas medicinas o identifica rutas inaccesibles, con creencias fuera de lo perfecto o universal.

El enfrentamiento juicioso a tres bandas, se desbarató cuando el alimento se tradujo en desorden. De los tres héroes, queda una sombra de su terror físico, tan dogmático como la fe e impredecible como la vida misma. Sugerente como una puesta de Sol que se propagará en el futuro.
Del sufrimiento ajeno resta, una constatación de la negrura del alma o el instinto de un posible asesino, frecuente como el dolor por una pérdida insustituible o una posible amistad que no llegó a buen término. Del horror, una sensación extracorpórea que emparenta con la mitológica arcana, aquel ancestral conocimiento que nos nutría con carne de inocentes y concedía el poder absoluto, para un patriarca de tribu perdida tras la jungla de espanto o el sabio de una saga de las nieves.
Del Erebus y el Terror, los restos de un naufragio mental, que alimentan esta magnífica serie para el recuerdo.

Un crimen emparejado a la venganza de otro dios menor, en mil y una incursiones a la obscuridad humana, parecido al enfrentamiento ancestral entre la indomable percepción guerrera o esa entidad castrense, versus la profesionalidad de aquel marino experimentado y la dignidad de un conocimiento breado hasta el límite y después sacrificado. ¿Os suena de algo? Ya que la carne santificada de un Dios inocente, sería un símil bastante elocuente y devastador, para los ortodoxos y la teología.
Da igual, la localización del hecho o la simetría a estas alturas, casi irreconocibles y dispersas en la memoria, nos encontramos en territorios mentales inestables, que establecen esta fuerza desproporcionada hacia la fe o las creencias mesiánicas, que transitan sobre las corrientes del norte y las venas de un invasor enloquecido, no creyente, pero aspirante a serlo. Más carne de cañón, con el alma dividida entre el bien y el mal. Ojos que no ven, corazones que sienten... pies descalzos en el Londres de la cálida era victoriana.

Mientras visualizamos, el daño irreversible de un cuerpo amigo que se descompone, mientras el otro loco se alimenta con algunos de sus últimos alientos o apretones de manos. El frío ya no se adentra como un cuchillo o colmillo afilado en la carne, porque no queda, únicamente una familia, libre o visionaria, sin lengua en el horizonte de sucesos.
Aquel disparo de arma de fuego que no penetró en el corazón, se reservó otro cometido, tal vez heroico o errático de la historia. Una ficción que proviene de la soledad, el deshonor y un castigo aposentado, aferrado al ego de las costumbres milenarias. La idea del alma arranca la esencia de lo que fuimos, y desaparece convirtiéndonos en una pantomima desdibujada, deformando la realidad... en las fauces de lo desconocido, ¿sueño o pesadilla?
Envejeciendo comprendemos aquellos errores que involucraron a otras personas, lastrados a un torbellino apasionado. O nos instalamos en ellos, demostrando que nuestro orgullo nos hace intocables, menos de la muerte. Como los capitanes sibaritas y los náufragos por el alcohol, en una separación insalvable entre buques, debilitados de carne, los restos de argonautas, hijos de Ulises y su Odisea, sin retorno.

De nos ser por ese maldito oso y su canto de sirena, de las perspectivas poco razonadas por parte de algunos, ya estaríamos todos a bordo, cerca de una playa californiana, desmintiendo la testarudez de un capitán y su correveidile, por la escasez de luz que nos cegó a la mayoría y los catalejos adheridos al ojo, las hélices contraídas por la negligencia o la urgencia de noticias, la funcionalidad de las quillas inservibles y los inocuos explosivos, las expediciones terrestres que naufragaron de éxito, con el único mensaje de hambre y miedo tirado sobre el terreno. Los campamentos atacados por mandíbulas de eso intangible y terrorífico, el monstruo o el hombre.
Por culpa de la maldita búsqueda material y nuestros errores, chocamos con las perspectiva de la naturaleza y la magia, si existe, con sangre inocente en manos de un prestidigitador de espíritus abandonados a su suerte, sin alimentos que ahondarán en las fracturas consentidas o viciadas, supersticiones de pústulas, latigazos o amoratamientos sin explicación. No tan misteriosa sino lógica en el fondo, el loco magnetismo atrajo el rodaje de un anillo, nuestra tecnología estuvo en manos de la suerte, que al final cayó del lado del cansancio y el desánimo, en la mayoría de las ocasiones... la voraz frustración.

Cuando los primeros descubran que los últimos intestinos, rugientes como el mar, se desintegraron en un trozo inmóvil de entresijos y almas seccionadas, tirados en pedazos como los botones de una casaca en tiempos de guerra, entenderemos esta odisea. Viaje de mentes intrigantes y desfocalizadas de sus destinos, de los seres queridos, lejos de su misión. Pues el pasado ya no importaba, ni los recuerdos, tan solo sobrevivir un día más.
Ya lo pregonaba el buen samaritano... "En mi país, la moderna civilización, no somos así".
¿Qué será de nosotros? Una paradoja sobresaliente, de lo humano y lo divino.


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