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sábado, 21 de abril de 2018

De Álamos y Olivos, Campeones.

Actores Desengrasantes: 2 en 1.

Personalmente, es difícil de hablar de un artista como el actor protagonista de Campeones, la última cinta exitosa del director Javier Fesser. Simpleza de actor, asturiano de Luanco, de un Javier Gutiérrez que manifiesta su doble cara con facilidad pasmosa y, porque le tenía bastante desubicado. Desde el comienzo de su tardía carrera profesional y su llegada al éxito en filmes comerciales que se comportaron como auténticos campeones de nuestra cinematografía, como El Otra Lado de la Cama, Días de Fútbol, Crimer Ferpecto, El Penalti más Largo del Mundo o la serie última de Torrente, batiendo récords de taquilla. Así como, mi desconocimiento general en su participación sonada en la serie de televisión Águila Roja y su posterior película, hasta la excelente repercusión de crítica y público, en La Isla Mínima, con su aire a lo True Detective de la marisma y los numerosos premios Goya. Incluido el galardón a mejor intérprete, que comparte con el otro protagonista de mi comentario, el premio para los buenos de Javier y Antonio de la Torre... ya autores conjuntos.

Y, por qué digo buenos... Es evidente visionando sus diferentes roles en las producciones que intervienen... Ya que poseen un don especial para conectar con el espectador y converger en su partido, en esa zona sobre la actitud exaltada, rebelde o provocadora, simpática o esquiva, dependiendo del papel y la piel. E interiorizar las escenas o personalidades, con inteligencia y cierta dejadez natural, hasta hacerla pasar por una especie de enajenamiento temporal, con el propósito de lograr la aceptación positiva de crítica y público.
Esto es, a los dos actores se les da bien jugar entre ambas canastas, dejando suave o machacando sin piedad, ni brillo de duda en sus ojos, desde la tensa realidad de un policía en las calles de Madrid en un duro caso de asesinato múltiple, pasando por el aro de una reclamación añorada sobre los derechos de la naturaleza y las raíces familiares... hasta el pitido fina. De un partido actual, que juegan driblando entre malas apariencias y la redención de ese lado amable o salvaje, ese impulso por ayudar a los más desfavorecidos o el mate definitivo sobre las contradicciones sociales.

Su mérito, esta entrañable adaptación al campo enemigo, a la canasta contraria, caminando entre las dos líneas de la verdad y la falsedad: con la polémica introspectiva o la facilidad para comunicar, de sus diferentes rostros, que son uno, el del interesante actor Javier Gutiérrez y el protagonista malagueño de la siguiente, Antonio de la Torre, algo más oscuro... de momento.
Ambos sobre la cúspide actual del cine español y muy cercanos, temáticamente hablando, en cuanto a sus dones de campeones verdaderos y su llegada madura al universo cinematográfico. Por su conexión derivada en el tiempo a una directora como Icíar Bollaín, sus territorios ganados o sus sacrificados perdones, más emparentados con el oficio y la doble cara del actor.

Qué Dios Nos Perdone.

Como en aquella ocasión indescifrable de La Isla Mínima, de vez en cuando, el cine español enseña una parte oscura de la sociedad y nuestros problemas para el entendimiento, donde los protagonistas son monstruos del ayer o adoptan una camuflaje, difícil de destapar por los héroes urbanos, en nuestras ciudades modernas.
Javier Gutiérrez ha demostrado en ambas ocasiones que, es capaz de encarar, los sucesos más siniestros o los movimientos criminales de terribles asesinos. Dos figuras internas, como aquellos viejos parientes que se lían a garrotazos defendiendo sus ideas opuestas.
El yin y el yang de un actor.

Desgraciadamente en la realidad, el resultado de estas disputas de carácter o ideología contrapuesta, suelen terminar fatídicamente para uno de los púgiles, tirados sobre la lona o ensangrentados por los golpes vitales o la dulce venganza. Es uno de los viejos temas tratados, que confirieron al cine, el aspecto taciturno y amenazador, característico de aquellos grandes filmes del género negro. Pues bien, lo mismo ocurre en la relación casi violenta, entre la pareja protagonista de dos extremos condicionados y la frase que da título a la investigación policial... Qué Dios Nos Perdone.

Existen demasiados paralelismos, incluso físicos o intelectuales, entre el protagonista Antonio de la Torre y la redención de los personajes de Javier Gutiérrez en las siguientes películas. Mientras, las historias de suspense policíaco, las críticas o las reclamaciones, alteran la normalidad de nuestro comportamiento, definiendo esa ambivalencia de sus trabajos.
El cine español demostró en el pasado, su buen hacer en películas como Tesis, La Noche de los Girasoles, Nadie Hablará de Nosotras..., Magical Girl, El Niño o la nombrada, La Isla Mínima, donde la ficción deambulaba por esos recuerdos de nuestra crónica negra... por no remontarnos a cintas primordiales y recordadas, como El Cebo de Ladislao Vajda, Los Peces Rojos de Nieves Conde y El Extraño Viaje de Fernando Fernán Gómez, o las divertidas Atraco a las Tres y El Crack de José Luis Garci, con otro añorado como el atípico detective interpretado por otro de los Nuestros, el pacífico, pero intenso, Alfredo Landa.

En estos márgenes intrincados andamos, intentado capturar mecanismos divergentes, que funcionen bien en pantalla, alterando nuestras percepciones con la historia y los casos reales. En Qué Dios Nos Perdone, se retratan distintas especies ´humanas` representativas, que retuercen las relaciones personales, modifican el gesto ante los problemas más diversos, pudiéndose alimentar como alimañas, de otros más indefensos o inocentes.
Aquí será el mismo diablo, enfrentándose a las fuerzas del orden, muchas veces criticados, mal pagados o vapuleados sin escrúpulos. Aunque en el camino, se puedan observar ciertas aptitudes exageradas o medidas extraordinarias, para conseguir el objetivo o la captura, incluso criticar las decisiones ocultas o fuera de la ley. Allí donde hallamos la huella del crimen, desde Argentina y El Secreto de aquellos Ojos atormentados, la pesadilla norteamericana de El Expreso de Medianoche, la fantástica turbulencia de la coreana Memories of Murder o la cercana El Crimen de Cuenca.

Una placa que nos contagia con el agobio personal y el terror intrínseco al ser humano, en un tour de force entre un genial Roberto Álamo (con guión y dirección de Rodrigo Sorogoyen) y un recatado intelectual, práctico y disfrazado por un gran Antonio de la Torre. Enfrentados moralmente cuando se empeñan, entre deterioros personales o persecuciones denigrantes, en capturar a un depredador moderno.
Seres que enseñan colmillos malsanos y escrutan la carne de inocentes víctimas, como si se tratase de un domicilio contiguo al nuestro, escondidos tras su patología enfermiza. Así, ocultos en la oscuridad de su mente, residualmente, van alimentando su frustración. Bajo un profundo y frío subsuelo como las ratas que propagan enfermedades a humanos, mostrando esos dientes o las infecciones, por desgracia, o paseando su podredumbre psíquica entre los hogares fracturados o escasamente aseados, y callejones demasiado oscuros.

Ambos detectives, husmean los residuos de la conciencia y sus propios desencuentros personales, marcando sus diferentes estados o genios, hasta lograr dar con la madriguera del monstruo desencadenado o depredador sexual. La película mantiene una lucha de egos, constante, junto a ese ego del asesino que busca su protagonismo mediático; además de las tensiones con la jefatura y los referentes políticos exigiendo una mayor celeridad, para estallar en una bifurcación de los protagonistas en busca de razones, como la noche y el día. La vida familiar y su labor de protección de los ciudadanos, el propio sentido de la justicia, distanciándose de comportamientos frustrantes o peligrosos, como el consumo que promueve la irracionalidad y la agresividad.
Esta lucha interna, cabal y visceral, podría producir un exhibicionismo público que daría al traste con la investigación paralela, retorcida y vomitiva frente a un ser que se mueve con sus propios códigos, que va encaminándose a un desenlace agresivo o enfrentamiento, cara a cara. Como no podría ser de otra forma...

Notable guion, resaltado por esas cualidades privadas de los personajes, tramperos ante las sabandijas de sucesos y noticieros, que buscan minutos de gloria tan efímera como su conciencia o moralidad... mientras los buenos y sus familias (si las tuvieran) se desangran en reproches o provocaciones emocionales. En esos momentos, me recuerda la imagen del depredador sexual que no tiene prisa, salvo cuando entra en su horrible mundo interior de sufrimiento y dolor, otea y disecciona los próximos pasos, mascullando entre dientes la debilidad de otros y olvidando su humanidad, para acabar sumergiéndose en el miedo de la víctima con su inconcebible baño sangriento... mientras del otro lado, la sociedad espantada reclama la protección de aquellos hombres, los cazadores con sus 7even pecados... probablemente, se termine con una condena eterna o el limbo de los malditos, de ahí el título de esta película española.

Así, aunque intentan despistarnos las evidencias, comprendemos a estos agentes de la ley, marcados con las cartas vitales de los Clásicos en negro, con su idiosincrasia particular frente a los casos universales. Pensamientos dispares para una lucha desigual con el mal invisible, esas alimañas de alcantarilla resistentes a las trampas y la náusea de los ciudadanos, que invadirán la intimidad de sus familias con fotos escabrosas o la cruda realidad de la calle, del día a día.
Por tanto, en Qué Dios Nos Perdone, todos acaban confesando desdichas y mostrando caras ocultas, retorcidas por un juego de despistes y la progresión del suspense en el caos social, que funciona perfectamente sobre el recuerdo de la Psicosis hitchcockniana. Con sus dos caras entre el hobby de la taxidermia pretérita y el mundo de pesadilla enfermizo. O sobre este inframundo actual que, se muestra más falto de compasión con sus víctimas, si cabe.

Con su razonamiento esdrújulo, su instinto viciado sobre la vida o el sexo y su ferocidad escondida en la efigie bondadosa o familiarmente sombría, sólo se necesita un arma de un doble filo, como la decisión de Antonio de la Torre... o posiblemente, la cara de nuestro próximo protagonista...
Depredadores contra protectores... Qué Dios (o quién sea) les perdone.



El Olivo.

Los dos actores con analogías físicas e interpretativas, se muestran firmes ante los desplantes institucionales, las expresiones circunspectas o aquellas heridas que provienen del corazón. Por ejemplo en El Olivo, de la energética directora Icíar Bollaín, Javier Gutiérrez y sus principales compañeros del fructífero elenco, nos riegan el horizonte de intimidad emotiva y añoranza cercana. Esto es, una fuerza de choque o lluvia torrencial, para enfrentarse a un desafío generacional en la actualidad o sujeto firmemente a la tierra, pues, no se trata de captura (a no ser de un resorte oculto de nuestra memoria), sino de el rescate de un familiar, unido a la salvia y la descripción poética de un error.

La película como otras de Icíar, va a la búsqueda del amor esquivo como en sus Flores de Otro Mundo, la denuncia social cambiando los ojos amados por los árboles necesarios, igualmente que en su criaturas secas, de También la LLuvia; usando la vía de la emoción que tan bien administra en sus guiones, demostrando que los seres humanos pueden encaminarse a los distintos problemas, entre la incomprensión foránea o los altercados intrínsecos a la raza o la familiar. Así, caminando en ambos sentidos de la interpretación, sobre el miedo, la rebeldía o la decepción interior, marchan los jóvenes protagonistas, Anna Castillo y Pep Ambrós, junto a nuestro actor con su humanidad, acercamiento emotivo y la búsqueda de la redención personal o la justicia.
Por tanto, Javier Gutiérrez enseña su compromiso con las raíces, desarrolla su excelente trabajo troncal con la historia y la bipolaridad del personaje, y se muestra brillante cuando toma oxígeno por sus hojas.

Se suele decir, que todos los seres vivos o sistemas ecológicos complejos, estamos conectados indivisiblemente, por un espíritu o fuerza invisible, algo tan natural, que sirve de referencia espiritual o pensamiento de buenas intenciones. Pero, la realidad nos enseña otra experiencia muy diferente, donde cada miembro del colectivo, emprende sus propias acciones, con esa dual presencia, de aspectos cercanos o positivos, o recreándose en la violencia.
En consecuencia, no es verdad tal conectividad global. Algunos se distancian del terreno sobre el que crecieron, o jugaron libremente, otros se tuercen buscando el calor próximo o los rayos del sol que más calienta, y por último, existen los desarraigados por diversas cuestiones.
Por enfermedades o sociopatías propias de nuestra era, por errores cometidos con ausencia de la razón o la observación de presencias olvidadas, corruptelas entre mentiras o vinculadas a desvíos por motivos económicos o desahucios producidos por tropiezos personales o sobre escalones sociales insalvables, somatizados por nuestra propia indulgencia ante la apariencia o la debilidad.

El Olivo es la historia de una resistencia, perpetrada en la unión a destiempo, para reencontrarse con aquellas raíces cortadas o silenciadas por el dinero. Dejando las ramificaciones interesadas que intentaron transformar el fruto verdadero, la pequeña pertenencia sobre un terreno, inevitablemente, globalizado y, el uso pragmático, poco natural o interesado comercialmente, para el que, en esencia, no fueron preparadas ni iluminadas sus hojas.
Pero, demostrando que a mitad del trayecto, un injerto puede devolver el brillo o la entidad familiar, a la sangre que corre por sus hendiduras, surcadas como raíces en su corazón. Y, en el que Javier Gutiérrez, deambula de uno a otro lado, de una sístole genealógica a una diástole de clorofila romántica y combativa, que deja un buen sabor de boca. Ya que, él también pertenece, quiera o no, a la misma fuerza conectiva y dominadora en el universo.

A pesar de los problemas ambientales y foráneos, la escasez de riego de algunas cabezas, la rebeldía del crecimiento en libertad y reivindicativo, fuera de ataduras sociales o patrimoniales, sin excedentes emotivos o sombras genealógicas... un búsqueda del verdadero yo natural.
En la sombra, Icíar es el alma, la energía conectiva y dominadora en el cosmos del cine español, el canto ecológico y la síntesis de todas las miradas perdidas o respiraciones pretéritas, protectora de los suyos o de nuestros mayores, casi sentenciados o sin memoria. El abrazo troncal a los seres queridos, nuestros mayores y al fiel Alcachofa. La inteligencia de la experiencia, verde sustento del paso del tiempo y las inclemencias entre seres humanos, el sabor de la tierra que rodea a El Olivo y sus protagonistas. Es, como todos, polvo de estrellas, esencia de árbol.

Por consiguiente, Javier Gutiérrez enseña su compromiso con las raíces, desarrolla su excelente trabajo troncal con la historia y la bipolaridad del personaje, y se muestra brillante cuando toma oxígeno por sus hojas y respira de cara al futuro.

Campeones.

No seríamos quién somos, sin ese paso de los años, ni las derivaciones que tomamos en el camino. Inclinaciones humanas, en favor de lo emotivo o espiritual, o lo más natural y desprovisto de tapujos interesados o condicionados por otras miradas. Algunos, sin nada, podrían llegar a convertirse en verdaderos Campeones de sonrisas y abrazos... es decir, de inquebrantables amigos. Antes de decirnos adiós, o tal vez, un escueto ´hasta luego`.
Aunque, la ceguera o la envidia, siempre nos intente poner zancadillas insalvables. Todos seremos, ese niño que cayó rodando al suelo, que fue recriminado o difamado, por un individuo ridículo o la masa informe... formando parte de esa misma energía arcaica, la que enciende una luz al final de un sombrío túnel. Del campeonato de la vida.

Como el Javier Fesser, creador de ilusiones y director de familias cinematográficas, miembro de los P.Tinto tan estimados por un servidor, de los escasos en la resistencia del cine madrileño frente a la colonización exterior y alumbrador del Camino a la igualdad para todos. Por muy distintos que seamos o parezcamos. Ahora, tres años y medio después de su Mortadelo y Filemón contra Jimmy el Cachondo, vuelve a jugar con la risa y nos manda la pelota de los prejuicios sobre la discapacidad al resto de la sociedad, para que veamos cómo se las gastan estos chicos, por medio de la risa.
Campeones es un quinto largometraje, que cuenta con la actuación de Javier Gutiérrez en el papel principal, sugerido por los consejos de los personajes interpretados por Juan Margallo (El Fugitivo de aquel inolvidable El Espíritu de la Colmena), Athenea Mata su juguetona esposa, y un grupo muy bien conjuntado de ciudadanos de Alcorcón y alrededores, que se comportan como unos curiosos superhéroes que luchan contra los miedos e inseguridades proporcionados por el resto de los mortales. Ellos son Sergio Olmos, Alberto Nieto, Julio Fernández, Fran Fuentes, Jesús Lago, Roberto Chinchilla, Stefan López, José de Luna, Jesús Vidal y la todopoderosa (ugh!) Gloria Ramos... que han dejado los efectos digitales por apretones cariñosos con ambas manos.

Simplemente el hecho de un estreno humanitario o cercano, ya vale la pena en sí. La integración y la amistad son el punto de partida para los Amigos Campeones de la sonrisa, en este partido contra la intolerancia, el fracaso personal o los pensamientos demagógicos. Que sólo un director especial, podría retratar con ese aspecto que da a sus característicos personajes del pasado... tan especiales como el ruido o aquel ritmillo, producido por el siguiente Secdleto de la tlompeta, como a Javier le gusta reproducir, escuchando los secretos que le susurraban a los oídos, el guion de David Marqués y sus chicos discapacitados del club Aderes. El director comenta agradecido: "La película trata del encuentro de dos mundos, así que esta circunstancia nos ayuda.", y hay que añadir, que con dificultades en la sincronización interpretativa, el resultado ha sido positivo y simpático.
Además, la película circula en ambas direcciones, hacia el interior, señalando las debilidades y errores que cometemos los seres humanos en nuestras vidas; y con vistas al exterior, recalcando que todos somos iguales, a pesar de los condicionantes en nuestro nacimiento o tras determinados accidentes que rompen nuestro porvenir... O mejor dicho, lo cambian por otro paralelo.

En esta cancha de los valores personales, participan las sonrisas y la empatía, de profesionales con sencillos aficionados al cine, por encima de la soledad en nuestra sociedad, las apariencias interesadas e inapropiadas, o los rasgos erróneos del carácter... todos deberíamos mirarnos a nuestro propio ombligo, en más de un tiro personal o lanzamiento al aire.
Mientras que, en el banquillo de nuestro futuro, se encaminan otros conceptos, como la necesidad de atención y las ayudas sociales (sin tratamiento político), el abrir nuevas perspectivas de desarrollo a dichos necesitados, los valores que se rompen por el camino de la soberbia o la envidia, la propia superación del individuo, la formación del equipo y el abrazo de la amistad... tan fácil de escribir... y ellos lo consiguen con esfuerzo y una sonrisa.

Se podría caer en la narración intimista de corte judicial, con tendencia a la lágrima fácil, pero, el equipo de Películas Pendelton con Morena Films y los actores, profesionales o no, se ha encontrado con una fortaleza espiritual a razón de triples ocurrentes, muy necesarios en este tipo de películas y pocas faltas personales... excepto alguna patada desorientada y muy feminista :). Por consiguiente, Mr. Fesser se ha movido en el parqué, como un excelente regateador de expresiones y tópicos, con su divertida steadicam para capturar lo natural y la esencia de los personajes, entregados a ser ejemplo de libertad, entrega y participación. Una especie de juego multidireccional, a veces abstracto como su lógica, desternillante en determinadas secuencias, enloquecido o ecléptico, pero sobre todo, mágico o emocionalmente diverso en personalidad.
En su universo, habitualmente (que no, normalmente), cada personaje tiene su propia idiosincrasia, aquí quizá echamos en falta un panorama individualizado o familiar, porque son los habitantes de sus particulares vidas dentro del planeta Pendelton.

Al final del encuentro, entre el abismo insondable y la simpatía adicional, nos hallamos con un hombre o mujer, condicionados por los estereotipos sociales, sus circunstancias económicas o psicológicas, y el salto mortal hacia la aventura en las relaciones con los demás, o ellos mismos como pareja. Javier Gutiérrez trota por ambas parcelas de la conciencia, otrora egoísta y censurable moralmente, hasta que la realidad o la verdad, asoma a sus ojos. Para transformarse del villano imprudente a héroe a la fuerza, salpicado por los intelectos brillantes que votan a su alrededor y ese aura cómica tan trascendente como conmovedora. La película no es totalmente redonda, como una pelota de baloncesto moldeada con mimo, pero si necesaria y directa al corazón de los espectadores.
Porque los héroes de Javier Fesser, juegan a la contra, no realizan grandes mates o fascinantes misiones en las alturas, no sobrevuelan con capa, sino que son simples y raciales protagonistas, como nosotros, con nuestras virtudes o miserias.

Si bien, en los últimos segundos, sus protagonistas principales se transforman con sus actos desproporcionados y aptitudes proclives a la redención del individuo, dentro del grupo o la amistad. Tanto que les confiere el título de Superhéroes con Mayúsculas. Enhorabuena, por participar en esta labor integradora, en la que todos tenemos una pequeña parcela de terreno que proteger y reconsiderar, aunque estemos sentados en las gradas y en el tiempo de prórroga se delimite para estos jóvenes... lo importante es llegar, aunque seamos los segundos a la canasta por la ayuda.

Sobre las dos caras del cine español, nos preguntamos... si en un futuro veremos a los dos actores protectores del alma social, Antonio y Javier, jugando juntos en un proyecto... o mejor expresado, en un bis a bis interpretativo.

Cinemomio: Thank you

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