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domingo, 3 de junio de 2018

The Deuce.
















The Deuce & The Playmate Club.


Un coche patrulla avanza a velocidad reducida, expectante dentro de su interior... Los&las profesionales otean, cuando las miradas no son compradas por otros. ¡Es una especie de caza! Del gato y el  ratón, gata o ratita...

Estamos en plena madrugada, plenilunio feroz, cuando la esfera plateada se esconde de pronto, bajo una capa de contaminación, o inmundicia según el horizonte. Aquella que desprenden las reglas, las calefacciones de los edificios adyacentes y los tubos, a escape mayoritariamente libre.
Mientras las luces de infinitos movimientos a ras, apartamentos de Manhattan a Queens, relevan la intensidad de los neones por la Gran Manzana.

Entonces en el panorama onírico, un mal sueño para algunas, los gritos telúricos suben de grado, narcotizados o alcohólicos, un llamamiento descarado que desparrama una cascada de emergencias, desparrames varios o desesperación, de forma que las calles se asemejan a una especie de manicomio... cinecomio por las películas, serias o las otras.
Donde los lobos y las caperucitas, desgarran gargantas profundas y otros hímenes reservados, cuando no puestos a la venta del mejor postor, como productos de un gigantesco escaparate.

El centro de N.Y. es un caótico ir y venir, por las avenidas sin nardos, de alusiones y acusaciones, peleas moralistas, insultos o piropos, equívocos, confundidos entre los ruidos habituales y constantes. Unas erráticas carcajadas sobrevuelan a todos, yonkis y proxenetas de lujo dudoso, fundidas con lamentos reales de dolor, gritos de mal gusto que eyaculan al amanecer, en un esquina o la parte trasera de un coche. Aparcado en un vado prohibido, ahogado entre los sonidos clásicos de un claxon, taconeos y sirenas.
Ni Ulises es un dios, ni las mujeres atractivas y subacuáticas, con cola y ganas de pez, llevan a sus hombres a un extremo placer, porque prevalece el engaño, y en muchas ocasiones terminado en óbito. 

Los buscavidas.

Son simplemente eso, buscavidas de la misma o de la ajena. Unas cercanas, sudorosas y epidérmicas, los otros amenazantes, distraídos o asustados, como conejos con piel de lobo.
Pero por descontando, con esa forma atractiva de la comunicación fílmica, sugestión de la imagen y la historia, a modo de documental en la fauna de la ciudad, que pueden transformar a las víctimas en futuros monstruos, escurridizos, caóticos y peligrosos.

Aunque no es necesaria una apariencia física para demostrar, siempre ayuda. A veces parece despampanante como método de atracción, sobre otras posibles bestias que merodean y protegen, a una sociedad cautiva. Hombres, animales y clientes, todos en batiburrillo en torno al clítoris de la manzana y Eva, aún sin Navidad de altos vuelos, ni Califockingfornia.
Esto es una sabana, feria confusa de las vanidades, donde nada es lo que parece o todo se camufla, en una especie de espectáculo gratuito, que expone a los freaks de la noche. O del día, depende del canto amargo de las sirenas...

Estas patrullas callejeras, de las buscadoras de esperma, son como Pepi, Luci y Bon, nombres comunes de las cloacas del montón, que llegaron de diversas procedencias a la gran ciudad, en peregrinaje tal vez sexualizado. Y que no aparecerán en las penúltimas páginas de los periódicos, porque serán un suceso más. Aquí en USA, se van a  desenvolver en los postreros setenta, con otros nombres, comunes o atrayentes como el neón... Lori, Barbara, Darlene... y otras cosas del meter.

Oficio&Beneficio.

En el segundo turno de oficio, prácticamente obligatorio, o de andar por casa según sus diversas necesidades... a veces sucio y nauseabundo como un pañal pringado... en grupos corretean por doquier, sin sexo genérico a especificar, empujando o acariciando según lo estipulado en el contrato, secreto, turbio, quimérico, sólo en algunos casos. Se arremolinan al calor de la night, como diría el recordado Norman Jewison, Bruce Springsteen o Gabinete Caligari, vaya usted a saber.

Di allí salen diurnos o nactámbulos, depende de la religión y las ganas, se apartan de la obscuridad clandestina, desde habitaciones solitarias y quejumbrosas, a locales de emancipación, para alimentarse y confundirse matutínamente con la marabunda humana, moviéndose de la desesperación al éxtasis, y viceversa, como del blanco a la negro. De la corrupción al deseo, del pasado a un futuro por capítulos.

Como aquellas anfitrionas, a tiempo perpetuo, con forma de chica que ofrecían sus servicios, o gemidos de cualquier  clase, a los visitantes de las atracciones. Delimitando y arrojando las ganancias de un estado oscuro y sexual, a una cartera indecente. Será un agujero negro de proporciones bíblicas y sodomitas, con fieras que se aprovechan del trauma y la vulnerabilidad, desde el pasado a.J.C.
Esto es un parque de atracción sexual, The Deuce para los amigos o conocidos, que se precipita a un cambio de paradigma o de siglo, donde los árboles son helechos o abetos de navidad.

Otros tiempos, para la música y el goce.

Los Negocios.

A la vista del gran público en el XX, todas las patologías y los trueques, intercambios para el trato y el retrato de una época, a base de cadenas de oro y cuentas muy negras, de dinero negro digo. Cuando no ajusticiamientos sobre un charco de sangre multicultural.

Tras encuentros diversos, anteriormente en la historia, se ven desnaturalizados como robots del sexo, patrocinados por un eterno retorno, el llamado oficio más viejo del mundo y otros alrededor, no menos apartados y duraderos. El robar y el follar, forman parte del comercio carnal en el Deuce de los 70, con megalómanos disfrazados con piel de cordero, en un caos incesante de penes y vaginas, que nos lleva a la manipulación, patrocinados por la excusa o el silencio.

Como la vida mafiosa, no se rige por leyes, establecimientos económicos u otras mamandurrias, ni por impuestos o situaciones dirigidas a la Seguridad Social y las medidas médicas especiales, sino a solamente gorjeos, escarceos y la omertá. 
Las piezas resilientes en el tablero, se escurren entre tacones, pavonean encajadas en reinas, sin importancia, tan solo intercambio, y vocean en una lucha por manifestarse infinita. Entre manipulación estipulada de antemano, con dueños que aparcan sus lujosos automóviles, sin fiscalizar, o golpean a los incautos, sin miedo. Salvo los italianos clásicos, que van a lo suyo.

Los negocios son los negocios, aquí y en la China, que también tendrá en silencio... Pertenecen al ramo de la cinética, de estado mayor, con todos los ojos y mano, puestos sobre la tela.
Las mujeres y sus diferentes posiciones, solicitan, o no, depende, la pertenencia, a unos protectores, no caballeros en el negocio, que sirven como paladines sin reluciente armadura, salvo en los piños o el cuello. Ahora, todos bufones en el tiempo, pertenecientes a una corte de figurantes de cine, o burgueses salidos de varias capas en el lodo.

Nombres Profundos.

Ay aquel nombre maldito... que empieza por la pe de piel. o calificativo irrespetuoso que descalifica cuando se quiere prohibir o maldecir, sin sexo... en otras ocasiones no, con toda la intención de incidir en la prostitución. Pero en The Deuce, va más allá, porque forma parte de una entidad, la industria relacionada y la aparición de la pornografía, dirigida a grandes masas. Informes, diferentes a esos clientes que no conocemos...

Nombres molestos que se olvidan, tras asesinatos publicados a final de los desfalcos y los agravios de famosos, como esquelas de una jornada o realidad diaria, hoy serían palabras sin leer, probablemente, en alguna página al alcance de nuestro wifi. La nueva dimensión que se abre... y todo lo traga.
Bajo la misma bandera, coinciden, el femenino y singular protagonismo, que no feminista aún, pues cada quien posee un pasado y decisión... y el lado macho de la nomenclatura sexual. Desde los jefes a los curritos, en bares, videoclubs de nueva generación o comisarías.

Cuando en un país indeterminado, a una hora desconocida, en una cueva más o menos profunda, no se distingue la necesidad del abuso, no se desarticulan las torturas sexuales, ni se evitan las contaminaciones patógenas, sucede lo que sucede, una concatenación de hechos, hacia el desastre. O se edifica de nuevo, esa recreación, decididamente, recreativa, sin moral. Es lo que tiene la libertad, del libertinaje o la anarquía.
Otra forma de llamarlo, es la vieja llamada del salvaje oeste, con sus pistoleros forzados, las trabajadoras abandonadas en conversaciones surrealistas y violencia, dispuestas a todas la modificaciones modales a la intemperie y sin reglas.

Encuentros con quién... sabe qué... Para terminar en un no sé dónde.

Destino The Deuce.

Cuando empezaron en un cafetería de su ciudad natal, o salón de muñecas, a estos regentados por combatientes de una guerra localizada, denominada Vietnam... o cualquier otra quimera.
Como la lucha diaria en nuestro barrio, o las calles, pues todas se parecen un poco.

Hacia una etapa basada cerca de los 80, que rinde cuentas con lo obsceno, con amenazas de proporciones internacionales, en una Gotham con joker´s trajeados que no detienen su sonrisa dorada, hasta la muerte. Con imprecaciones de consecuencias reales, litigantes en una película de terror gore, que devora todo a su alrededor, como un depredador o serial killer (este documental no va de eso)... que acaba con la identidad, la familia, la memoria, fraternidad o paternidades... sentimientos o futuro.
Esta sombra cinética, se aproxima a otra realidad, atraída por los focos, carne come carne, como la paradoja de un western futurista, donde esta no existe, sino que significa una lucha de sucesión, por el trono de la calle.

Sitiada en una plaza que, otrora, es festiva y mundial, en tiempo de Santas y nieve, con el brillo tras aquellos escombros que nos pertenecen como raza en un pretérito imperfecto. Es the Deuce, la desconcertante historia del sexo, con entrada libre, de pandemias, a la casi ochentera apertura industrial, al actual Times Square.

En esta hermeneútica nominativa, del quién es quién, o de los nombres propios, se recalca en el guión, una reiteración temporal de egos, de aproximaciones ruidosas salpicadas de gestos despectivos, desmanes fiscalizados en el delito, ayudas con mano de hierro... Ese carácter que se anticipa al ochentero, en las formas y los estilos, las modas y los posibles fraudes... mientras agentes pasan de largo... esta vez.
Miradas furtivas a movimientos extravagantes por entonces, rayas de soslayo en trajes y otras canaladuras, cambios de estereotipos y drogas emergentes, estimulos como demostración de carnalidad inagotable y violencia, más aún. Heridas y titulares sobre cuerpos ajustados, semidesnudos, in situ, tal que un desfile de moda de la indecencia y el horror.

Aquí en The Deuce, no existen, los fantasmas... Referido a los que aparecen y desaparecen, entre los muslos, y no los que se pavonean ante la justicia o sus huestes... alguno molido entre los vicios, sin nombre, efigies en la barra de un bar caliente. Mientras las chicas del pueblo, son abusadas o exprimidas por catálogo, atravesadas por el corsé del dinero y la estrechez de telas eclécticas, como un luminoso cartel.
Su posición es de dama en el tablero de la guasa, de la vejación o la grasa, fumando de prestado o consumiendo, siendo parte de este beneficio, demandando el profiláctico salvador, ninguneadas ante un futuro que se reabre en sus mallas. La industria pornográfica y sus profesionales, con otros defectos e imagen, sin duda.

Estas que ahora, se maquean al día, se pintan con rojo labial sobre otros instrumentos, hasta emerger más allá de lo indecente, hacia el universo de lo placentero... individual o instrumental en pareja, eso sí. Las cotas de su mercado, parecen menos finitas que un orgasmo.

La Elipsis, la Praxis y la Profilaxis.

Su piel aceitada no resaltaría tanto, bajo la luz rosada de aquellos primeros rótulos del neón primitivo, que se desparrama intermitente sobre las aceras de una Times Square oculta, litigante, sucia y ochentera. La pretérita plaza de reuniones adúlteras, dolores de cabeza económicos y algo más, asomando en el horizonte.
Porque, sí, sobre el cemento o las sábanas, se muestran las enseñanzas experimentadas y andanzas sin más, de novatas que enseñan o se someten a los movimientos casposos de sus ´paganinis` o solitarios, convencidos o abandonados. Futuros pajeros de trapo o clinex ajeno, que desatan los maltratos y vejaciones indeseables, los insultos que terminan en amenaza. Las bajezas de los crímenes que no importan a nadie, de saltos en picado sin rumbo, que derrumban las barreras del vicio y el entendimiento humano.

En el estado invisible, en el llamado The Deuce, se reproducen los visionados cinéfilos, sin placer carnal directo, las chanzas misóginas de los clientes y chulos, la resistencia feminista al poder establecido (muy superfluo y esquemático), pero principalmente, se rebusca en los contenedores del sexo. Del futuro y el sexo.
Aquí en The Deuce, se intercambian números de teléfono, enfermedades y fluidos, se extienden las peticiones de cambiantes o novedosos negocios, poniendo en la picota a atrevidos emprendedores salidos de la nada. Pasantes, camareras y gorilas, tensiones de barras, infecciones al primer contacto, gonorrea de ideas simples, sífilis machista que deforma rostros o el sida, que llegará... Como la diversidad o la homosexualidad, confesores y jefes, buscando un intercambio, charla o presencia. Proxenetas unidos por ejercicios nada espirituales, separados por sus divisiones territoriales, a ambos lados de la calzada, entre el número tal y cual. En un discutible caso de protección y pertenencia casi obligada, al menos, monetariamente hablando.

Después, los conflictos gangsteriles, que buscan típicas actividades sin control, pensiones lúdicas en alza, las amenazas de vividores y otros ajustes de cuentas, el pecado, el orgullo y la redención, la clandestinidad del nuevo vouyerismo. Disparos con rancio semen, impactando las mentes y proyecciones sobre el ojo vidrioso, de la sociedad. Los próximos yonquis, el desenganche, actos menos dañinos, descansos gremiales, empalmes fílmicos de acetato clandestino, u otros más magnéticos y casi formales. Tomas falseadas, comidas y satisfacción, por ahora, sin zumo de tomate, el dolor de pies y de hue... Olores de todo tipo impregnando la soledad y el placer, en definitiva, el sexo en el ojo del huracán neoyorquino... Y al final, el comienzo de la pornografía. ¡Menudo negocio!


Pasa otro día, como si fuera el mismo... la pareja de policías se mueve de nuevo, tras la penumbra de su vehículo aparcado como un confesionario, reflexionan y se someten al escarnio. Un lado negro, otro blanco, amigos o no, mascullando las misiones en la oficina o las últimas actuaciones sobre la húmeda sábana del compañero, que se transforma en un chiste verde de dudosa calidad o poca imaginación. La periodista de nuevo cuño, toma buena y dantesca nota... Sin protección.

A la vez que, los chulos o proxenetas dirimen sus diferencias, entre el metal y la carne. Ya que establecen sus territorios o sus denominados cotos privados, de coño alquilado. Se pronuncian con amabilidad impostada, cuentan rencillas y chismes, hablan de próximos conflictos comerciales con la pasma o la alcaldía, y se enorgullecen de las protecciones, posiblemente más necesarias para ellos.
Sin embargo, estos vividores de lujo cursilón como sus abrigos, paralelamente, resaltan sus tendencias violentas y vanaglorian con sus impactos supuestamente considerados hacia ellas, con la extravagante y peligrosa palabra de educación obligada. O hacen alarde de ese machismo recalcitrante, con expresiones injuriosas respecto a sus denominadas por ellos mismos, ´pertenencias sexuales`.
Las chicas de la calle entre Broadway y la Séptima Avenida, lo sufren y calla, excepto alguna privilegiada de alto standing o libre dentro del Midtown de Manhattan. Establecen sus próximos trabajos, tras desayunarse un café medio caliente y unos bollos, pero no tratarán de evitar siquiera, el enfrentamiento dialéctico con sus amos, porque son esclavas sin digerirlo. Ni callarán con aquellos conductores del próximo furgón en servicio reiterativo y sus policías en habitual redada nocturna, pues necesitan comer o consumir. Fin de la historia... o follas o te mueres de hambre.

Allí a su vera, junto a los botines y tacones, vemos ´bugas` cromáticos e idolatrados, más que una amante o unas fuertes esposas, que contribuyen al panorama racial y colorido de este underground contemporánero, en pleno auge. Algo se mueve desde las camas a los circuitos de la música en directo, con la efervescencia de la electrónica, la pintura de Warhol o esa pluralidad sexual de la literatura o el cine.
Aquí sobre glúteos y pechos colgantes, difuminados en el filme de acetato de herméticos videoclubs, aquel Super8 que pasó a VHS, observamos el alardeo cinematográfico de las futuras estrellas, el sexo pringoso o las curiosas referencias culturales, que te hacen reír sin profiláctico. También se digieren las observaciones de gente con poca educación, a priori, como si las celestinas deslenguadas, se hubieran encarnado en morenas viperinas con pelo en pecho. Alcahuetas negras de doble filo, ética y pudor, frente a la verdadera mafia que llama a la puerta. Por tanto, todo un espectáculo, sufrido o disfrutado, de chascarrillos de bar, frases estereotipadas, egocentrismo y cambios de acera.

En la elipsis temporal de nuestro recuerdo, nos asomamos a las mirillas acristaladas, para descubrir el atavismo sanguíneo de la raíz africana, frente a la decadencia social y la falta de oportunidades, que llevan a las chicas inocentes a los centros del bajo flujo comercial. Oímos su sarcasmo, unido al miedo o la soledad, por debajo del soniquete metálico de navajas automáticas o sus actualizadas cadenas de oro de 18 kilates, al cuello como las señales de fuertes dedos en ellas, siempre en el ambiente más consumista y amante de las marcas. Nos enfundamos los pantalones acampanados y vestimos los confeccionados trajes de rayas con amplios cuellos almidonados, las sortijas y carteras de cuero, respondemos al lenguaje callejero característico de la época y la raza, salido de la imaginería lúbrica de películas con detectives negros. Muy al estilo Tamara Dobson en Cleopatra Jones o la fuerza revolucionaria de Pam Grier (Jackie Brown, Fantasmas de Marte) desde su filme Foxy Brown. Serían los descendientes, caminos por la otra acera o lado de la ley, de aquel John Shaft interpretado por Richard Roundtree (City Heat, Terremoto), con la contrapartida en la imagen retrospectiva del Klute del fabuloso Alan J. Pakula y el cine social con un espíritu casi documental. Coronado por imperecederas cabelleras ahuecadas, sacadas de las viejas peluquerías rescatadas en el interior de barrios vecinos como Harlem o el Bronx, rebosantes de gomina, sangre, contagios y condones, de escotes grandilocuentes y minifaldas, botas acharoladas, de barrigas grasientas que rebotan y aplastan, como las de nuestro, innombrable, torrente patrio.

Producciones Profundas.

HBO, cambió los dragones y castillos, por arañazos, por drags en su naturaleza muerta. Droga enferma y macilenta, pero, con la fuerza vindicativa de los oprimidos en silencio o cercados por la sociedad, reproduciendo la esterilización barroca de una época insana, hasta cierto punto. En el futuro explotarían los casos y las muertes. Igual que la sensación generacional que acabaría con un renacimiento fotográfico, o apertura sexual de cartelera, cuando una parte de Europa llevaba varios lustros de ventaja libertaria o mediática. Sobre todo, recordando de dónde veníamos, de los explosivos sesenta, tras una espantosa época de guerras. Ahora, se coronaba de imperecederas cabelleras ahuecadas, no arrancadas, sino sacadas de las viejas peluquerías típicas de barrio, rescatadas de cuadras vecinas como Harlem o el Bronx; más una forma de praxis con gomina y dientes dorados, sangre contaminada, labios partidos y condones, para reeditar aquel conocido nombre racial de "blaxploitation". Bienvenidos a la caspa, sí... pero en ocasiones, muy divertida y cinematográfica.

Claro, en esta producción a la par de George Pelecanos y el creador David Simon (reconocido por The Wire), en sustitución de otros juegos, no menos adictivos, tronos y reyes en calentura, sólo faltaba que sonaran los clásicos acordes de aquella banda sonora compuesta por Isaac Hayes... la que alcanzara nominación y el premio de Hollywood a mejor canción, sin duda muy merecido, con este tema caractarístico de la época, "Theme from Shaft". Personalmente, un deleite sonoro, gracias a la potencia magnética y rítmica de su mítico acorde, del rasgueo de una guitarra o bajo que marcaba una era, electrónica, bajo el fresco nombre wah-wah. Siente esa resonancia jazz para mimetizarnos con ellos, los protagonistas, chulescos quijotes de pega y las sufridas muchachas de alterne.
Si bien, antes, en esta serie de título The Deuce, en honor a posibles intercambios, endiabladas relaciones, parejas casposas y amantes del vil metal, surge este poder de la fuerza afroamericana y la potencia visual. Aunque, nos conformamos con este notable Assume the Position de Lafayette Gilchrist...
¿Qué posición? Pues pónganse cómodos, o no.



Doble o Nada.

Así mismo, esa avenida lujosa y cosmopolita (en la mente de todos los finales de año), que hace ya casi un decenio, se transformara en un paseo cerrado al tráfico y repleto de su actual glamour luminoso, permuta a los neoyorquinos corrientes paseando, norteamericanos de compras que rodean los focos polémicos, y hacen el vacío. Las putas que son rechazadas por un sociedad moderna y limpia de corrupción o infección, de reclamos luminosos que no sirven para los inocentes niños. La nada de las actividades económicas y los derechos.
Su poderosa imagen, nos llama una y otra vez, abriendo nuestros ojos a un problema enrevesado y polémico, en lugares que atraen a una multitud de turistas, cruzando los pasos de cebra y montes de venus, con ansia por observar sus principales atractivos y colocar su instantánea. No fotos, ya llegarán en el próximo milenio...

El sexo no necesita letreros luminosos ni extravagancias, porque cada quién busca lo que necesita o demanda lo permitido, lo otro queda para los investigadores de graves desvaríos psicológicos, antes de que los informáticos ampliaran la perspectiva delictiva actual. La sugerencia no está permitida en The Deuce, pues, esta prostitución callejera, tantas veces visionada en medios y filmes, va directa al grano, al meollo económico del asunto. Aunque sin olvidar a las tristes protagonistas, o las profesionales no obligadas por ninguna mano oscura, ni mente instrumentalizada en la sombra. Recorremos las calles nada gloriosas, rincones céntricos sobre tiendas eléctricas, que encienden la noche, que marcan las sombras sobre cierres metálicos y grisáceos o llenos de graffiti en penumbra, llénandolos de colores atrevidos, convertidos en rincones pintorescos.
Hoy recordados platós de mitificación de un Hollywood, ya casi clásico, o en apología de la celebración multitudinaria y navideña. Focos de entretenimiento trasladado, tuneado, maqueado bajo pantallas gigantes y anuncios digitales, entonces modificado por el sexo a puerta cerrada. Olvidados confesionarios, puntos críticos de abastacimiento placentero por unos pocos dólares, entre el setentero Serpico de Al Pacino y dirigido por el inolvidable Sidney Lumet, las evidentes películas de John Waters y sus vixens, anterior a la industria más reciente retratada en The People vs. Larry Flynt de Milos Forman, garganta clitoriana de su historia, Lovelace o la Californa enfatizada por Paul Thomas Anderson en Boogie Nights. Adiós tenderos... ¡Señoras y señores, hagan juego!

Ahora, forma una marabunta ´casi humana` de vaivenes materialistas, el eco de célebres vaginas y penes en cabina individual, de pasados círculos xenófobos, donde ya no bulle ese movimiento marginal y perseguido, reproducido a la perfección. Tampoco es necesario, el control exhaustivo de la zona ante el exhibicionismo público de una praxis sexual, sin control. Mientras, no musas ni modelos, siguen ofreciendo un polvo con píldoras antiembarazo y algo de profilaxis de contacto, que se haría más necesaria y habitual.
Dejando la metáfora elíptica muy alejada, de allí, este escenario sin cámaras, prácticamente lanzado a dominios oscuros o cotos lastrados del extrarradio, esto sería, polígonos industriales de lenocidio. Ya no se producen negocios encubiertos en la zona, que se sepa, quizá más próximos a las alturas de rascacielos de alrededor y lujosas cuentas anónimas. Pero, ese impacto de necesidad y vocación, es un simple esbozo del sexo de pago.

En cambio, observamos cierta naturalidad en la forma de contar la experiencia y rodar las múltiples variaciones o posiciones, con rostros propios, donde se masca la tensión o el drama, sin familias, la transgresión o la nocturnidad, nada placentera, la prohibición, sebácea y sudorosa, que se graba sin tapujos en la serie The Deuce. Con la HBO más adulta, apostando al doble. Es decir, mediante la aportación reproductora, en doble sentido, de sus atrevidas estrellas o dos de los actores más francos en la interpretación actual sobre la pantalla, y que desdoblan sus funciones libertarias: como productores atrevidos, Maggie Gyllenhaal y James Franco, éste último además como director de un par de capítulos de esta temporada.
Otros interesantes, 6 de la bestias sexuales o directores osados, llevan el pulso de las escenas con naturalidad, por cabinas o rastros callejeros, por interiores opresores y esos exteriores noctámbulos, que conjuntan a Alex Hall, Michelle MacLaren, Uta Briesewitz, Roxann Dawson, Ernest R. Dickerson y Steph Green.

Mientras, los policías planean una última redada, antes de las conversiones del mayúsculo negocio venidero, o la recogida de la última mordida, antes de ser desmantelados por el periodismo de investigación o no, pues los documentales ´faunísticos^ son más demandados). Así terminan de digerir esos chistes verdes que abochornan, como los extremos de un perrito caliente, con ketchup, café y leche, de allí. En frente, dentro de otros círculos ilegales y más éticos, observamos como algunos proxenetas tragándose el orgullo, engullendo la displicencia. Discuten y se reúnen alrededor de sus carros amortizados, como los senadores de Julio César, ribeteados de plata u oro, esperando otro día de sangre o gloria. Parecieran toreros del sexo, esperando el momento de entrar a matar, pues lo han hecho muchas veces y lo seguirán haciendo... claro, si las cosas (y sus bolsillos) no cambian rápida y drásticamente... como los tiempos.
La última vez, juntos, para alardear de sus negocios ilegales, hoy putas, mañana... cabinas dispuestas por la mafia o drogas, duras o de diseño para las próximas discotecas. Es el preambiente de la mítica Studio 54.

Puede que se queden con todo, o la nada también... Lo meridiano en esta ajustada producción, es la diametral diferencia de conducirse públicamente, entre ellos y sus protegidas oprimidas, al igual que sus rostros divertidos, parlanchines y carismáticos, que plasman el abismo profesional entre ambas fronteras, o géneros superpuestos, como la ética del dinámico Frankie, padre, y el jugador, timador, Vincent. Las dos caras de la misma moneda, grata representación de una dualidad interpretativa, premiada esencia de dos maneras de vivir y alabado por la crítica, James Franco. The Bi-saster Artist...

Los Efluvios del Sexo.

Este caudal inagotable, que rebosa al poco tiempo y nunca se agota, significa un regreso a aquel espíritu salvaje, de las vivencias o recuerdos sofocados, mitigados por una maquinaría que emanaba efluvios dorados. Mientras se hundían las aceras bajo sus tacones, hedían los bajos fondos a un podrido nauseabundo, debido al ambiente marginal de la precariedad laboral, la corrupción y la facilidad para hacer dinero.
Cuando la estrategia era echar a curiosos, comerciantes o despistados, con sus reproducciones de todo tipo y proxenetas recorriendo las calles como fantasmas recalcitrantes o piratas nervados, al cuidado de sus manoseados ´tesoros`, se olía la máquina de hacer dinero a distancia. De un salto sobre la acera, a locales protegidos por la justicia de los impuestos, mutando coqueteos airados y palabras desvergonzadas, por la calidez reservada de una habitación lubricada, sin vistas, o la multiplicación fría de cabinas o perseverancia industrializada. La ley del más fuerte, a una mano.

Compulsos años 70, fin del panorama hippie y natural, ahora en la búsqueda de la globalización y la proximidad de los dólares fáciles, no deseos ajenos o sus besos, ni siquiera el encuentro discreto o romántico de siglos anteriores. Todos parecen buscar algo... húmedo y más pegajoso. The Deuce es la historia cutre del Sexo en Nueva York o Pretty Woman.
Lo digerimos en frío, o caliente, cerca de las miradas testiculares, más licenciosas o libres de los hermanos Martino y sus socios interesados, pero sobre todo, en la cercanía intrigante y peligrosa, de estas mujeres, maldecidas por la suerte o el destino, interpretadas por la gran protagonista ya mencionada, Maggie Gyllenhaall, Dominique Fishback, la fotogénica Emily Meade (The Leftovers, Money Monster), Kayla Foster, Olivia Luccardi, la abuela encarnada por Jamie Neumann o la rica, Margarita Levieva (The Diary of A Teenage Girl, Future World).
En el otro lado, la apertura comercial de la Familia italiana regentada por los actores Michael Rispoli y Daniel Sauli, al elemento racial en la piel de Gary Carr, Gbenga Akinnageon, Mustafa Shakir o Clifft "Method Man" Smith. Pues claro, este último andará moviendo rizos por la próxima de Shaft en 2019.
Y el gran trabajo de los policías de Lawrence Gilliard Jr. (The Machinist, The Double) y el zigzagueante Don Harvey (Noah, Small Town Crime), abierto a nuevas y turgentes ofertas. Incluso, polémica periodística, que indaga la calle y penetra en una noticia verdadera, la escondida verdad a la vista de políticos, hombres de negocios y demás estamentos sociales; una fantasmagórica crónica de la discutida Times Square del pasado, que desvele o explique la fauna nocturna que allí deambula y se reúne, en cuerpos no mezclados sobre la acera. Más ética de oficio, que moralista empresa de cara al público.

Porque en The Deuce, se muestra esas dos caras corruptas, que maneja las mentes y manipula los cuerpos, abandona las almas o reproduce ese deseo menos lustroso o glamuroso, dentro de antros sórdidos de sexo rápido, explotación callejera y violencia machista. De primeras ediciones sobre el East River sexual, sin ideas ni perspectivas, sin luces ni lenguaje chabacano, incitador o drástico como aquella frase, sumamente tajante y feminista: "Nadie hace dinero con mi coño, excepto yo misma".¿Es o no, una declaración de principios? Ser o no ser, esa es la cuestión. No sólo l@s que cobran en metálico, sino l@s que se prostituyen de diversas formas. Pero, eso es otra historia.
Qué de olores o rancia fragancias, pasados divergentes, que confluyen en una zona comercial, como las venas o arterias acuden a un órgano vital, eréctil también, para débiles y poderosos de una industria emergente. Los que juegan en las grandes ligas, frente a los que abandonan por una enfermedad o terrible lesión de invalidez, mientras las protagonistas, jóvenes o experimentadas, se fracturan en manos del psicópata sexual, abandonan a sus familias por una falsa libertad económica o se pierden en una monotonía sin final, ni emociones. Las más afortunadas, consiguieron brillar con la luz de un proyector, saliendo de la Gran Manzana para dar un verdadero mordisco a frutos más libidinosos y mediáticos.

Lejos de manzanas podridas, que portan gusanos apestosos o sanguijuelas, moviéndose a través de sus agujeros, infectando alrededor o sajando el futuro, hasta hacerse con el preciado tesoro... El dinero, ganado con el sudor de su frente y con los ojos cerrados, durante noches intimidatorias de duro oficio a la intemperie, o encarceladas en frías comisarías.
Esta es la suciedad lúgubre de The Deuce de HBO, de la salida de cierto oscurantismo social y mugre en las calles de N.Y., parecido al recorrido veraniego del metro en hora punta, lleno de encuentros desagradables. Contactos deformantes sobre la realidad y la adicción, en la intimidad, ante un abanico de fallecimientos, futuras posibilidades de negocio o ambiciones artísticas. Bien reflejadas y aparceladas según avanza la serie. Un juego comercial y ético, de doble o nada, con retratos contundentes y agilidad en la narración, salvo quizás, en algún relato familiar y las conversaciones de ese bar, que deberían haber estudiado a los viejos amigos de Cheers sito en Boston; mucho mejor reflejadas sobre aceras y barrios, en fiestas y rodajes, en el interior de videoclubs y dormitorios o habitaciones cochambrosas, por cafeterías regidas por el hartazgo de un chef casero, en el discurrir de acciones mafiosas y tráficos de influencias, en la construcción del deseo o sueño, durante momentos fílmicos y motores al ralentí... Esta es la verdadera esencia y el carmín luminoso de The Deuce. Ah, por supuesto, y la fabulosa Maggie (no me refiero a Maggie Mae) y el desdoblado James.

Por último, un guiño festivalero del underground sexualizado y profundo (no de Ralph Macchio, of course), con visos a construir la futura Femme Productions u otras semejantes, no presagiadas en la eficiencia logística de su capítulo piloto. Ahora es el momento, miss Pornografía. Antes del cruce de navajas, en plena Plaza, se apaga la tensión policial y social, con las nuevas alternativas. Antes de que se apaguen las luces del pequeño videoclub y la imaginación, o se oscurezcan las gargantas alcoholizadas, o rayadas. Antes que se cierren los antros perniciosos y las piernas, los amores se desangren... el espectáculo debe continuar. Pero, con las tripas y los bolsillos llenos, a ser posible, luciendo como estrellas... fugaces.
Divertido por momentos y duro retrato de la prostitución y el comienzo de la pornografía, documento gráfico y ficcionado de una era cercana, que ha evolucionado con los medios. Por contra, ellas, siempre parecen insultadas, manipuladas, robadas o reciben los golpes, por parte de ellos. Llevan la carga familiar y las culpas de esa ilegalidad, sufren el ataque social indiscriminado. Ayer y hoy, un extraño oficio.
Aunque sin el peligro de caer en una red de tráfico de blancas... o negras, por ahora. ¿Será en el desdoble o el 2 de mañana?

Y los clientes, ¿qué?
Pues, casi nada.

Taxiiiiii!

Tráiler Future World, de Bruce Thierry Cheung y James Franco.



Tráiler Gangster Land, de Timothy Woodward Jr.

Cinemomio: Thank you

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