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jueves, 29 de marzo de 2018

Altered Carbon.


Carbono Alterado.

Netflix, se arriesgó a una posible Calificación R y así, ha caminado Altered Carbon, manipulando los cuerpos genéticamente y adosándoles un disco a su estructura cortical, para tenerlos censados tanto de manera virtual como temporal en sus distintas vidas. Esta relevancia tecnológica, ofrece una especie de inmortalidad a la carta, para aquellos que tienen los medios suficientes para mantener ese estatus privilegiado, y seguir "existiendo" en diferentes cápsulas orgánicas y desechables, como los discos duros quemados tras un peligrosa comparecencia por las redes y un castigo ejemplar de los diversos virus mortales.
Alterando el carbono, lo que aflora a simple vista, no gusta ni ofrece un planeta acogedor, más bien, otra terrible subdivisión más, que invita a la reflexión o la programación de otros resortes para la protección de datos privados. Al principio, navegaremos por esta emisión vírica, a través de aquella frontera invisible tan actual, la conectividad descontrolada, que separa lo mágico de lo tangible. Lo onírico de lo sensible, lo deseable de lo necesario, la organización familiar de lo puramente estamental...
¿Correcto o racional? La serie muestra esa diferencia selecta, entre la mítica transgresión o la violencia distópica. Algo que suena a revolucionario o un incremento del terror.

Lo que bien empieza...

Disquisiciones moralistas aparte, reflexiones existencialistas o metafísicas, de las que habrá tiempo para reciclar... en la mente. Mens sana in corpore sano, que decían antiguamente, en su sentido jocoso y romano.

Siempre todo comienza en lo invisible a simple vista, en aquello diminuto como una célula o intangible como una idea... Porque, los títulos de crédito de este Carbono Modificado, arrancan las caretas que poseemos los seres humanos en nuestra época y nos deja en los huesos, en aquello interno que nos hace realmente diferentes unos de otros.
En el interior neuronal se sobrepasan los límites de la mortalidad que conocemos, se desenvuelven fundas de materia muerta con un toque retro o cyberpunk, que no acaba de abastecer este mundo distópico, de los famosos ultracuerpos con los que Mr. Don Siegel en el año 56 nos aterrara, regara nuestro mundo infecto o desarrollado hacia la indiferencia o los trastornos alienados. En aquel caso alienígenas y revisados por Philip Kaufman veinte años después. Aquí, el estilo futurista es reconocible con el pasado cinematográfico de otros relatos, pero, no muestra ninguna novedad relevante, salvo algunas apreciaciones visuales derivadas a la realidad virtual, donde reconocemos sus procedencias temáticas y esas luces megalómanas de una gran metrópoli... aunque esto solamente dura un suspiro efervescente y gaseoso.

El elemento conceptual podría haber durado un poco más, unos cuantos milisegundos de acceso prioritario, mas, el cerebro tras esta serie y sus directores, consideraron que la acción podría equipararse con otras investigaciones futuristas, al estilo... no, no lo diré. Ni tampoco haré una referencia o mínimo comentario, a la segunda entrega que nos llegara, apenas, unos elementos replicados o partes del cuerpo clonadas, atrás.
Los Cuerpos, dedicados al exhibicionismo monetario o la podredumbre genérica, han conquistado ya la Tierra dividida entre verdad y post-verdad, entre realidad y virtualidad en las nuevas redes. Como si nuestro cerebro, no alcanzara a desarrollar un pretérito o un nexo de las conexiones eléctricas de unas ovejas soñando con un individual, o idolatrado Minority Report. Es decir, que los que regresan de la vida, se convierten en animales heridos o maltratados, si no poseen un nivel social determinado y en piezas de un ajedrez, donde el peón flirtea con sus majestades o auténticas divinidades. Por cierto, el neo-noir tiene otras perspectivas y sombras angulosas, además de recrear los movimientos detectivescos y las traiciones ocultas dentro de un complejo caso, de personalidades transferibles y almas inexistentes.


El Carbono de los Libros.

El novelista Jack Finney, fue el precursor de esta alienación traspasada a las pieles vegetales de aquellos extraterretres, que venían para invadir nuestra forma de vida y nuestra idea del nacimiento o la clonación física. Sin embargo, las réplicas tendrían aún grandes saltos que ofrecernos con la visita de mundos distópicos y sociedades corruptas, donde los detectives se las tenían que ver, con poderosas entidades de visión universal.
Las acusaciones futuras se borrarían en una inabarcable ´nube` con múltiples puertas de entrada y una salida, la muerte final. Ahora, parece que la nueva tendencia de Altered Carbon, es no poner una fecha fija a dicha terminación...
Mientras en nuestro mundo, incipientemente tecnológico o miniaturizado, nos aterramos con pequeñas conexiones que nos agobian y con las que deformamos la realidad, buscando la satisfacción personal o un interés económico, profesional y social. Algo te suena, ¿verdad?

En este nuevo lugar, cerca de un futuro inalcanzable en progresión, los cuerpos empiezan a no contar demasiado en nuestras sedentarias y aburridas vidas. Quitando posibles mejoras que no destruyan nuestra identidad, como estos policías o detectives (privatizados) dentro de la serie de Netflix y escrita por el novelista londinense Richard K. Morgan. Un antiguo ganador del prestigioso premio Philip K. Dick, que es lógicamente, una referencia imprescindible en el desarrollo congénito de esta historia de ciencia-ficción, donde los hombres y otros dioses novedosos, cohabitan y se estrechan las neuronas, en un espacio virtual o un espacio para poderosos.
Donde el Día de los Muertos, transforma a los fantasmas o cocos infantiles, en verdaderos navegantes del tiempo. Para quién suscribe el comentario, el salto hasta alcanzar la estructura romántica y el catálogo de personajes de relatos como ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? del año 1968, quedan todavía a años luz de entidad literaria. Pero, es una pequeña acción que renueva las neuronas e impide un amplio letargo a esa oscuridad de la tecnología avanzada.

En la sociedad actual en la que vivimos, y sufrimos normalmente, la libertad parece cada vez más amenazada por esas conexiones con un exterior masificado y desconocido, una nube que atormenta la existencia de los datos privados y las relaciones humanas. Esta protección individual de información personal (entre consciencia o recuerdos) nos conforma y delimita, tanto que podría ser borrada, y quedar silenciados en todos los sentidos. Económicos, intelectuales y familiares.
Así que, la desaparición de una parte de esa información, produciría un agujero negro en nuestra existencia, alterada de igual forma que las moléculas de nuestro cuerpo. Por ello, el agente rescatado para investigar ese pequeño espacio, esos paquetes restringidos de información que son inaccesibles tras la Desaparición, tendrá que formular una respuesta para asegurarse, su propia y condicionada vida. Intentando que fuera lo más libre posible en otro futuro...
Las cantidades maleables sirven para estructurar elementos extraños, hoteles inteligentes, calles donde la publicidad se mete por los ojos y oídos, lenguas lascivas de binarios entretenimientos, juegos de cartas a otro nivel, ráfagas de advertencia y sueños húmedos, algunos demasiado sangrientos o envenenados por bocas a su alrededor.

En manos de cualquier organización interesada en la distorsión de los hechos o las ideologías, grandes hermanos incluidos, produciría hasta la provocación, el silencio o el descrédito de sus rivales. Esto es, como en nuestros ambientes laborales o la práctica en las actuales redes sociales. O incluso, hasta la comisión de algún tipo de delito... tú sabes, Mr. Cruise.
La sociedad, a la vez, tratará de defenderse de tales servicios, de sus reglas digitales y esas manipulaciones indiscriminadas, buscando los culpables, anticipándose al ser posible al problema. Semejante a aquellos crímenes del futuro que se trataban de resolver alargando las manecillas del reloj, hacia el futuro en la novela de K. Dick y su anticipada esquizofrenia delictiva, con Minority Report. Sus curiosos policías y estamentos de control, están aquí, tanto en la adaptación televisiva de Altered Carbon, como en la adaptación fílmica, dirigida por Steven Spielberg. Y más soterrada y narrativamente, sobre la materia orgánica comercializada en esa joya de la corona que conocemos como Blade Runner, o en el entretenido filme de acción futurista, Surrogates de Jonathan Mostow.

Los implantes digitales y administrados sin género, pero con números, es el equivalente dramático a nuestra cuestionable diferenciación de clases, que recuerda a otras películas como el entramado complejo de asesinos en Virtuosity, el poder imaginativo de un deficiente mental en El Cortador del Césped o especialmente, sobre los Strange Days de Kathryn Bigelow. Pero con el todo trasmutado por aquellas pequeñas fracciones del sueño o tiempo vital evanescente, que no necesitaban de una muerte real, sino del borrado material de unos minutos, segundos. Un simple y único deslizamiento Rem, con desconexión neurológica o cognitiva.
Pero los métodos utilizados para ello, chocan sobre una realidad que se transforma en vida o muerte virtual, reiterativa, donde las ideologías revolucionarias se opondrían a la dispersión de los derechos individuales (incluido, la de los asesinos más repulsivos o enfermos), para abarcar una nueva forma de conocimiento y existencia de los seres vivos. Todos los humanos vacilarían dentro de los límites insospechados de Altered Carbon, donde las almas se han transformado en mercancía lapidaria, en alternativa familiar a través de cuerpos o envoltorios sin género ni edad, que se intercambian como las pilas del dorso de una muñeca o desechados como profilácticos usados. En definitiva, la vida despilfarrada en una especie de esclavitud infinita.

La percepción terrorífica.

Aquí en el 2384, los pensamientos son superficiales y clasificados entre distintos niveles sociales, en forma de almacenaje insensible o soporte digital, que se desintegra con un deseo superior. Hasta que una causa o caso, vuelve a activar ese estado letárgico y separado de una nueva realidad temporal, demostrando que muchas ´especies` del futuro, estarán al acecho monetario y vírico, de tu pensamiento. Esta característica no sería tan gratificante o justa como deseábamos... o soñábamos algunos.
Al igual que, en la mente del autor y los cuerpos traslúcidos... de los protagonistas de esta serie fantástica. Protagonizada desde las alturas, por un James Purefoy... de unos 365 años, más o menos, que ha ido en sus trabajos saltando en el tiempo (Mansfield Park, Destino de Caballero, Resident Evil, Salomon Kane, Roma, John Carter, Churchill), manteniendo una línea irregular artísticamente, aunque su dedicación sea absoluta. Sojuzgado por una mexicana de Tabasco, como Martha Higareda (Dueños de la Calle) como conexión latina y romántica, hacia el cadalso o el Olimpo de los terrestres, y la sangre coreana de un Will Yun Lee con familia emigrante y dotes para las artes marciales (Desafío Total, Lobezno Inmortal).

Junto a actores habituales en múltiples productos televisivos, como Dichen Lachman nacida en Katmandú (Nepal) y bipolaridad en todos los poros de sus cuerpos, Kristin Lehman (esposa lasciva y hedonista) que atrae más de una mirada o Chris Conner, el gran Poe didáctico de esta novela recreativa y fugitivo digital dentro del Cuervo Motel, que podría haber dado mucho más juego. Por descontado, el actor norteamericano de origen sueco, Joel Kinnaman como el detective protagonista trasplantado y musculado, Takeshi Kovacs o Elias Ryker, otro extraño caso de doppelganger detectivesco entre épocas, también como rebelde de aquella primera liberación de la conciencia. Un descafeinado Robocop de este siglo, que repartiría obsequios con Tom Hardy en El Niño 44 y se reduciría en aquel paupérrimo Escuadrón Suicida, hasta House of Cards. Volviendo al grano o esa parte irreductible del cuerpo...
Su misión será establecer las coordenadas de un crimen, sin memoria ni testigos oculares, enfundando en la materia orgánica de un policía, que recuerda sus antiguos hábitos de anti-tecnócrata irreverente y espiritual. Oficial caído en una ciudad basada en la letanía fílmica, sobre aquella Los Ángeles de la obra maestra de Ridley Scott y, conmutado a la fuerza como unidad militar especial, después de 250 años de hibernación neurológica o conceptual.

Ahora, nos abduce con tres primeros capítulos (Retorno al Pasado, ¿Ángel o diablo?, y En un Lugar Solitario), provocando nuestra sonrisa cómplice, que será contratado por aquellos a los que deseaba derrocar, otrora. Los loados y relamidos semidioses de la tecnología informática, o un rico aristócrata consentido, Laureas Bancroft por encima del bien y no del mal. Que negocia una investigación al estilo de los Diez Negritos de Agata Christie o el juego de La Huella de Joseph L. Mankiewicz, con este ejemplar alterado al estilo Chinatown, elaborando la praxis de un asesinato sin pistas, o tal vez, ¿suicidio interesado...?
Sin embargo, adaptado a un mundo donde las lupas se han sustituido por ficheros digitales de una red que inunda el espacio vital, evolucionando con los "seres humanos" o vainas pensantes de desecho, demuestra su alternativa con alteraciones sin carbono. Donde otro universo, se visiona por medio de revolucionarios avances nanotecnológicos, que aparecerán con inteligencia artificial en crecimiento y sentimientos recortados. O quizás, la propia madre controladora o matrix, abriéndose camino entre la elección de una píldora o droga con elección de colores, intercediendo de manera metafísica en nuestra realidad. Aquel futuro de diseño, mortalmente desestructurado (y física también), pero condicionado con créditos repulsivos o dudosos pagarés al mejor postor. El Neonoir algo apolillado y la involución recreativa del cliente/jugador.

La Marcha Fúnebre... o narrativa.

No alcanzamos las expectativas levantadas, ni el sexo se reproduce a un ritmo adecuado, ni las conversaciones nos hacen tranquilizar, en esta o mil vidas más. Las ideologías intervienen en esta producción de cuerpos, asincrónicos, como ocurría en aquella fantástica WestWorld, aunque a la inversa, es decir, las mentes o conexiones inteligentes de nueva generación, se incorporan a cuerpos inertes, recuperados tras su defunción material en el mundo real, pero sin ningún tipo de mejora en el rendimiento (salvo algún mecanismo mecánico a prueba) o algún milagro que permitiera una mínima traza de fuerza, casi prometeica o coronada por la deseada inmortalidad.

Así en los siguientes pasos manejados, entre curiosidades virtuales, esta alteración consciente de nuestra imagen pública, nos permite seguir viviendo, independientemente del receptáculo adquirido, la familia integrada o la experiencia acumulada, encapsulada en nuestras neuronas... con los sentimientos, algo no muy demostrable aún. Durante la guerra o el sexo, se transfieren con una imagen falseada o desquiciada, que nos haría iguales a todos, parecidos a monstruos de feria a los que ser vejados o maltratados, tanto psicológica como orgánicamente.
Netflix y sus diferentes directores, empiezan a patinar con objetivas diferencias sobre la autoría de los diferentes capítulos... recrean este mundo distópico, que aburre en muchas ocasiones o disfraza la verdadera intención de la narración detectivesca.
Pasan lentamente, y solo suceden diálogos intrascendentes, sobre familias en mundo adyacentes y privados, que nunca se tocarían... salvo en la muerte. Hasta que se derivan a la exhibición del músculo y las artes marciales, con incremento o derroche de balas de última generación. Personalmente, sobran un poquito.

De igual forma, perdemos un tiempo precioso para conocer más al detalle, algunos espacios virtuales con otras reglas y condicionados por la imposibilidad de entendimiento con la inteligencia orgánica, nuestra naturaleza y su deseo financiero para adquirir el dispositivo vital o una perpetuación de la saga. Que pone como barrera mitológica, una división entre seres corrientes y una especie de deidades digitales o económicas, tras aquel comienzo libertario que se va enrevesando de forma indisciplinada, con algunos rasgos emocionales contrarios a la naturaleza de la raza humana... con la inclusión de clones o inteligencias superiores que aportarían automatismo y dicha esclavitud.
Dios o el ser humano mismo, que se mueve con cierta soberbia creadora y divulgación del castigo, algo disfrazado de una especie de pensamiento fascista, contra los propios de su especie. Mas, no se trata de especismo zoológico, sino simple supervivencia, o ilimitada capacidad de hacer el bien y el mal, sin atisbo de humanidad o permisividad que mantenga un avance sofisticado de nuestra conciencia. Algún día, podría hablar o escribir más, acerca de esto... tal vez.

Las productoras Skydance Television y Mythology Entertainment, apuestan por una guionista, Loreta Kalogridis de Florida y mujer de guionista también, consagrada con algunas utopías asintomáticas y disfuncionales, alteraciones cerebrales que se conservan en una tapadera carbonatada o barrera psicológica, sobre los rescoldos de una sociedad enferma (Shutter Island de Martin Scorsese) e volcada hacia el morbo especulativo (con la pesadilla de Night Watch). Empieza la frustración y los actos sacrificados, en definitiva las acciones extremadamente violentas, que juegan sobre la red de una calificación R, coercitiva o privativa. Debido a su tendencia a la desmesura y la tortura.
Para ello, se rodea de un efectivo Miguel Sapochnik (antes de dirigir a Tom Hanks en una película que se titularía Bios, nunca mejor llevado con el tema actual), que se relacionó con agentes en True Detective II y otros amantes de las artes marciales en Iron Fist. La serie bien rodada en algunos momentos, se ahoga en otros más mundanos y fuerzas especiales del Mal, con capítulos decepcionantes, casi el 3, 4, 5, 6, 7 y parte del 8... donde el mundo natural se estrecha en esa red gráfica que todo lo abarca y modifica, hasta nuestro interés por el camino emprendido en la serie.

Algo que empieza a tomar vida en sus propias cadenas binarias y atención metafísica, para dirigir el futuro de otro tipo de humanidad, más carnal o familiar. Quizá, como esclavos de nuestra tecnología... Hasta el 9, que empezamos a remontar el vuelo, con clonación, elementos diabólicos y la vuelta a los orígenes, a la rebelión o los asuntos de un duro detective en gabardina, sacado de los tiempos más negros del Séptimo Arte. ¡Qué recuerdos!

Corderos alterado... al sacrificio.

Entonces, ¿aueñan los androides con ovejas eléctricas? ¿O nos presentamos como corderos humanos?
La respuesta es compleja, con este mundo socializado digitalmente y la confusión entremezclada en los pensamientos procesados. Esos alterados por diferentes posiciones morales y compuestos, como drogas diseñadas para la distensión del dolor o la propagación de vicios inconfesables. Diríamos que depende del color de la píldora que tomaremos o de las nuevas estratagemas en la comunicación y la esclavitud en nuestras conexiones globalizadas...

La incontinencia que puede llevar a una denigrante asociación con el robo, la violación y el asesinato, es lo oculto tras el aparente fulgor de estas relaciones sociales. Las diferencias económicas y raciales, seguirían siendo los mismos y principales problemas de este futuro (al igual que lo fueron de nuestro pretérito), identificando todas las desviaciones posibles en la convivencia humana con las máquinas. Con elementos manipulados genéticamente y la configuración de un nuevo Panteón Grecolatino.
Deidades sobrevolando sobre nuestras conciencias y cabezas voladoras, como diría David Lynch, otro experto en universos surrealistas o codificados.

Sin embargo, esos momentos vívidos pueden ser lo mejor... escasamente extendidos en el horizonte colectivo, debido posiblemente a algún tope financiero que trataría la AI de manera superficial, recreativa y licenciosamente arbitraria. Diseñada por una especie de senado sensacionalista compuesto por jugadores burlones o dioses de los naipes, que anularían al espectador con prisiones virtuales para el sometimiento psíquico, el miedo martirizado o el borrado de cualquier otro atisbo de humanidad.
A la vez que en el medio fílmico, se comparten asociaciones temporales, en restaurantes callejeros de estilo victoriano y carteles fluorescentes, vidrieras destrozadas tras impactos corporales y vehículos voladores por magnetismo terrestre, sobre una ciudad vertical donde aquella sucia llovizna del futuro, oculta todos los problemas que nos caen desde las alturas.

Mientras los virus informáticos, se comportarían como nosotros, o no. Especies invasoras diseñadas y dispuestas a hacerse con una mayor parte del pastel o de los organismos indefensos, sacrificados en los juegos del poder. Semejante a una transmutación con las células mitocondriales o esas pequeñas moléculas de carbono, que forman parte del todo, en homenaje al científico Stephen Hawking.
Por tanto, en Altered Carbon, las relaciones humanas y los acercamientos emocionales van perdiendo fuerza, a medida que aumenta el sacrificio. Los ataques virales, o divinos, aparecen con la intención de producir elementos distorsionados que profundicen en la división social, sus condiciones vitales o esas raíces estructurales de una sociedad en capa caída. Es decir, condicionando los diferentes estilos de vida y los rasgos emotivos, por una igualdad genérica, que causa la confusión. Tanto entre las capas que dirigen el nuevo mundo, a finales de un siglo XXIV sin fronteras (no XXV como leí en algún artículo), o al contrario, las que van absorbiendo todas las taras posibles y muertes sensacionalistas sin importancia. Porque la muerte es un comercio...

Y contemplando la familia, esa convaleciente prosperidad de especie en peligro, nos transforma desde los cimientos. Somos los rebeldes robóticos de un WestWorld de andar por casa y protegidas por oficinas policiales de control frente a otras fuerzas desproporcionadas e invisibles, los fantasmas de un paraíso digital. Deformados como el pensamiento omnipotente de un dios o creador más terrenal.
Portentosamente, sus dioses tienen también los mismos problemas. Todo gira en torno al dinero, el sexo y el poder, por tanto, las envidias se multiplican frente a la idea filosófica, a pesar de su larga y próspera instancia celeste. Su dominio sobre los pobres mortales, allá abajo, reproduce sus vicios que son, más asquerosamente inconfesables, trastornos asociados al vicio indecente u otras afecciones más graves, como el asesinato, la humillación... el dolor y la mutilación, sin limitaciones éticas ni edades. Esto es, el horror de un Apocalipsis Tomorrow.
Un ojo controlando la debilidad de hombres y mujeres, desmembrando su aparente inteligencia en pedazos inconsistentes del yo, despreciando los cuerpos como envases que contienen moho, infestación o podredumbre; cuando el hedor se ha impregnado ya en su propia esencia, ahora no tan reluciente como el resplandor de su corona.

En el cielo se desarrolla una sociedad paralela, que NO avanza con las últimas revelaciones del director Peter Hoar hacia ese suspense tardío que esperábamos en los albores de la serie (un realizador también conocido por las series Da Vinci´s Demons y Daredevil, entre otras), cuando el detective digital se verá alienado y acosado por entidades más interesadas en el estado nihilista, la mentira política y nuestra llamada ´envidia` universal.
Allí, los enviados se entregan al placer doloroso, a la tortura mental y corporal, como los primogénitos al olvido o el destierro mental, o a una especie de muerte traumática y transgresora con nuestros valores o virtudes humanas. Como dirían en Coco, el ganador dorado de la película de Pixar, nuestro único miedo sería a no ser recordados, tirados como un saco en un basurero emocional o sobre una institución desconocida, más allá de la Tierra de los Muertos. Es decir, para neófitos hispanos y chicanos, la verdadera muerte. Siempre que tras la mente y el cuerpo, existiera ese aura invisible o alma que nos abandonara definitivamente.

El Cuerpo del Delito.

Ya no seremos carne de tu carne, sino todas a la vez. O ninguna, según los bolsillos.
Invariablemente, sobre este Altered Carbon teatral, tanteamos el sentido distópico de la actualidad antropológica y enfermiza de las redes sociales y avances tecnológicos. Los seres humanos están programados virtualmente para acabar en esta nueva y aparente Tierra de falsedades de todo tipo.
En división teogónica, procediendo a distintos niveles metafísicos o sustratos culturales, que alimentar con la violencia. A través del almacenaje de almas perdidas o caídas desde una tortura superior, instaurando descargas establecidas por el poder económico y el miedo a envejecer, a fallecer para siempre... Es decir, ocultado a la vista mortal, esas plataformas de control que nos dirigen, orientan o mortifican hasta el derrumbe.
Es complicado desenredar este crimen y tarda muchísimo. Un caso donde los estereotipos nos engañan o se difuminan como corrientes electromagnéticas en el aire, programados secuencialmente para cumplir una función o papel minúsculo sobre el bonito escenario o la división utópica de la existencia. Esclavizados a una pelea rutinaria, fraternal y sangrantemente eterna, relacionados fríamente por deformidad o configurados nuclearmente para olvidar lo que fuimos, sentimos o vivimos. O no... esta era según mi memoria, la idea primordial. Creo que, éste, ha sido el gran delito.

Por el contrario, el último suspiro nos trae cierta reconciliación, tras navegar por capítulos con rumbo desconocido, sin exhibiciones de producción tecnológica, salvo algunos saltos no tan inmaculados de los genes, con una hija tan alterada que desconocemos prácticamente su significado, exclusivamente la venganza, y una cargante relación familiar de la mujer detective. Sobrevolamos sin atisbar diferencias referenciales o creencias religiosas, más bien un sincretismo silencioso, con puertas a un martirio como arma falsaria o forzosa de una revolución cultural. El protagonista, lo compara sonoramente con el acceso a la sanidad pública en USA. Quizás lo mejor.
Aquí todo el ambiente generado, no es tan luminoso y agradable como mostrara la Literatura. La violencia visual forma parte indivisible de esta nueva sociedad sofisticada y desnaturalizada, tanto que se convierte en una de las principales vertientes a recorrer (o también, puede ser causa de rechazos visuales o narrativos, según el cliente) para adentrarse en la profundidad metafísica de esta serie de Netflix.

Sus escenas de acción, especialmente en el tramo medio, son repetitivas y algo cargantes, desproporcionadas por las múltiples ráfagas que nos acribillan o martirizan, y olvidando que tras la realidad virtual se esconde un universo que, tan solo atisbamos. Se podría haber hablado m´s de la depresión en la población, las drogas de diseño, la sexualidad libre y esa otra violencia transferida al juego prohibido de la economía o los dioses de nuestras carteras. Más que mostrarnos como funda, pudimos ser contemplados como un reciclaje profundo de las mentes. Trastornos superficiales del yo, que empiezan a inclinarse por una manifestación estética que no cumple con las expectativas generadas en aquellos dos primeros capítulos iniciales.
Por tanto, el anfitrión principal es la violencia, así de crudo y estético. La fuerza para lograr un estatus social determinado, entre parejas intercambiables en su sexualidad, la incontrolable violación de los derechos de los menores, indefenso ante el salvajismo o el no castigo. Porque, ellos renacerían con el color del oro, y no olvidaríamos el concepto artístico de la serie, la gastronomía y otros asuntos menores, igualmente interesantes para un aficionado al scifi.

Así, tendremos que avanzar pesadamente, con esta desproporción en algunas escenas de acción, con participaciones que nos desvían del argumento o beneficios artísticos, trasladándose a otros escenarios familiares que se alejan del argumento esencial, la división metafísica, el crimen oculto y su investigación.
Así mismo, sufrimos esta sucesión familiar interminable, identificada por el aburrimiento y un falso existencialismo, nada poético. Cediendo todos los bienes a las debilidades físicas y no al suspense fantástico y policíaco. Son los vicios que deberemos de pagar en Altered Carbon, en paquetes de información genética que no necesitan de una confesión, para hacerse virales. Asistimos al final, a una familia de neuróticos nihilistas o demenciales, simplemente, pequeños monstruos divinos... o acaso los antiguos dioses helenos, no nacían del cosmos y sus leyes universales, de ese mismo caos que representa la serie y sus peones adulterados, sus formas retorcidas, desconocidos... Pues, a veces, sería difícil diferenciar lo de arriba con lo de abajo, y viceversa.

The Death.

¿Qué es el Cyberpunk?
Empieza a cargar este año 2384, pasando capítulos con pena pero sin gloria. Tras sufrimientos indecibles, conversaciones inservibles y prostíbulos diseñados por un asesino en serie de barrio obrero. Algunos diálogos infiltrados, que no producen ninguna reacción ni sentimiento, con esos personajes borrosos, semejante a una descarga que no termina de producirse ni ensamblarse correctamente. Con disquisiciones del pasado que tardan en materializarse y otras del futuro, que producen cansancio visual.
Hay que tener fuerza de voluntad para llegar a los dos últimos, donde las cosas y los clones empiezan a emerger de manera ordenada tras nuestra consciencia crítica, secuencialmente argumentada y donde el suspense se empieza a desenredar tras los numerosos nexos innecesarios o desvirtualizados. Pero, el cyberpunk está presente y funciona como motor de la serie o la fuerza de un brazo biónico.

En busca de aquello olvidado, nos prestamos a cualquier acto revolucionario o exaltación de esos valores de igualdad, que no llegan a doblar la esquina de nuestra existencia. Volvemos a lo que vinimos o nos acercamos en el principio de la historia, la alienación sensorial contra la contemplación emocional de la individualidad, o, a esa conexión intelectual dentro de un universo sin leyes o deformado por una inteligencia superior y sacrílega. Algo más cercano a George Orwell o al mismo Philip K. Dick y sus divagaciones restrictivas dentro de una red disociativa o culturalmente violenta, que funcionaría como una cárcel mortal para los protagonistas.
La profundidad metafísica es un simple mito, queda relegada a sus obras universales, o una distanciada imagen de aquella monstruosa, elevada y gigantesca Blade Runner, que evoluciona día tras día... como la sombra de un unicornio.
Las extrañas misiones paralelas, adolecen de la espectacularidad de otro relato de K. Dick llevado al cine, tal que el cerebro espía de Total Recall (la primera claro, dirigida por el holandés errante Paul Verhoeven) y sus imposibles vacaciones en Marte, cada vez más cercanas... el mundo de los compuestos químicos recreativos y las alteraciones de la consciencia en A Scanner Darkly del siempre especial Richard Linklater, que nos retrotraen a otras realidades o personalidades autótrofas... el borrado de la memoria de los próximos investigadores del futuro en otro violento Paycheck y su vuelta a la perspectiva real de John Woo... o los miembros alienados de otra historia corta en Impostor o Infiltrado, dirigida por Gary Fleder (Cosas que hacer en Denver cuando estás muerto). Todas esas grandes historias, girando en ese mundo distópico y alternativo, que el maestro de Chicago y de la Literatura desarrolló durante la mayoría de su carrera como escritor de ciencia ficción. Por desgracia, tempranamente desaparecido.

Por último, quizás algún día (no muy cercano), hable sobre la continuación ejecutada por el guionista Hampton Fancher y dirigida por Denis Villeneuve, pero, en estos momentos intrascendentes de mi vida, no veo la necesidad de alterar el pasado, ni ofrecer una visión radicalmente distinta del futuro... una pista mutante o variante, sería que las cosas no son siempre igual, ni ciertos cambios necesitan de una explicación coherente o atractiva. Habrá que seguir soñando... hasta el 2049 o la segunda parte de este 2384.
Y, ¿por qué digo en letanía? Pues realmente, porque hay que alejarse de aquellos valores cinematográficos, para introducirse en estos capítulos inservibles, a los que soportar en somnolencia secuencial, que hacen por momentos, estirada y relamida a esta Altered Carbon. Una película o mini-serie de cuatro episodios, hubieran sido lo más práctico... y justo para el espectador.



Tráiler Interlude in Prague, de John Stephenson.


Tráiler Alita: Battle Angel, de Robert Rodríguez.

Cinemomio: Thank you

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