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domingo, 2 de abril de 2017

Moonlight/Fences.

El lado "nigger" de la vida..

Sabemos, por descontado, que existen este tipo de expresiones en inglés que resultan mal sonantes o con un claro matiz despectivo. Términos excluyentes por el hecho dirigirse a una persona o colectivo de ciudadanos, que pertenecen a un estrato social maltratado socialmente o con evidentes síntomas de racismo en su historia pasada, y presente. Ese tipo de desprecio que denigra a muchos seres humanos, por el hecho de pertenecer a un determinado estrato social con escasos recursos económicos, o por una peligrosa discriminación debida a su orientación sexual o relacionada con sus rasgos físicos o el color de la piel.
Es una batalla que no termina de cicatrizar de sus heridas purulentas, debido a una serie de condicionantes que tienen que ver, con esta falta de escrúpulos generalizada o la evidente, violencia abierta en nuestros tiempos. Algo que se amplía por el temor a lo diferente, la falta de seguridad y la xenofobia, que presiden muchas de nuestras relaciones personales, como los conflictos familiares o entre generaciones. La falta de perspectivas en ciertos ámbitos de la población o una persecución sangrienta en los centros educativos y las empresas, son claramente una lacra social para resolver en las próximas décadas, o milenios...

Son rasgos de un pensamiento anticuado o una paupérrima educación, en general. Curiosamente, en estas dos películas comentadas a continuación, confluyen todos estos factores de discrepancia social y alguno más (dentro del mismo género o árbol genealógico) que engendran tanto el desprecio personal, como una excesiva violencia verbal o física. Moonlight y Fences, intentan iluminar o derribar estas vallas que nos separan, denunciando o definiendo las posturas de esta dramática realidad que asalta nuestras familias, calles y escuelas, como si se tratara de una fiel obra de teatro o una visión íntima de las relaciones humanas.
Las imágenes y textos, demuestran que estamos envuelto en un proceso involutivo que desemboca, habitualmente, en una marginalidad de difícil erradicación. Por una escasez de medios económicos o unos efectivos métodos de disuasión contra los infractores y sus palabras ofensivas, sus acosos psicológicos o acciones violentas sobre las víctimas desprotegidas, en especial, a determinadas edades tempranas. También por falta de interés generalizado, en muchas personas que nos rodean, educadores, organismos o entidades de la sociedad.

Esta escasa racionalidad subyace en determinados modelos educativos de la actualidad, donde las leyes no pueden controlar esos elementos conflictivos en los centros de enseñanza, o miembros desviados de familias cuyos problemas económicos se multiplican con determinadas aptitudes, consumos y personalidades extremas. Esclavos sociales bajo un exponente de alto desarraigo histórico, generacional o emocional.
Es una guerra cíclica y universal, que ha enfrentado a todos los seres humanos desde sus orígenes en este planeta, ciudadanos que deberían tener los mismos derechos para ejercer una profesión o trabajo digno, elegir libremente la enseñanza de sus hijos, sus relaciones privadas o gustos, sin dañar a los demás. Es decir, disfrutar de una convivencia en paz con sus semejantes, sin importar su condición o el color de su piel.
Por tanto, la solución esperanzadora, dividida en dos familias diferentes, o la clave de esta obra, social y cinematográfica, estaría en la enseñanza como el mayor punto de encuentro entre ambas historias. Una mirada clarificadora y un encuentro real, menos teatralizado. Pongámonos, entonces, manos a la obra...

Moonlight.

Aunque no me suelen atraer demasiado los dramas sociales que indagan en la privacidad de las relaciones humanas o la orientación sexual de los individuos, siempre es interesante la exploración de otras sensibilidades. Aunque no se compartan o emocionen. También, la descripción del desarrollo personal en etapas, tras una experiencia educativa bastante decepcionante o lesiva para el joven o adolescente en cuestión. Para Chiron de 9 años, es complicado relacionarse, a no ser con un amigo que pasará de llamarle "Little" a Black, tal vez más acorde con su carácter y perspectiva física.
Desde su niñez comienza con ese aprendizaje, y el miedo consiguiente, perseguido y maltratado por su tamaño o aparente debilidad. Su forma de entender la vida y su personalidad introspectiva, se torna poco contundente o tímida, como él. Tres actores encabezados por el pequeño Alex Hibbert de mirada extraviada, soportan los condicionamientos externos y comprueban el crecimiento interior, que en su punto más interesante, va desde la frontera de la adolescencia.

A través de la mente adolescente y convulsa del actor Ashton Sanders (Straight Outta Compton) y el cuerpo de un Trevante Rhodes (Westworld y próximamente en The Predator), no demasiado transparente o incluso intelectual, respecto a ciertos deseos o inclinaciones del personaje ya en su edad madura. En el futuro, podremos ver al joven Ashton en la nueva película dirigida por Dan Gilroy (Nightcrawler), junto a dos estrellas consagradas como Denzel Washington y Colin Farrell en el filme Inner City, y la cinta de ciencia ficción Captive State, con Vera Farmiga y John Goodman.
El director Barry Jenkins se desliza con una extraña mezcla de crueldad y delicadeza, sobre el despertar sexual a edades tempranas y conflictivas, en silencio, traspasando la coacción de su entorno social y el retrato de la marginalidad en un barrio exterior de Miami, donde los chicos deben demostrar su rudeza y encarar al contrario para no ser vapuleados y convertirse en la diana de los acosadores de turno.

Este retrato sensible y algo frío, particularmente, se caracteriza por esa perspectiva embarazosa del dilema sexual y la dicotomía social, que otorga más entidad a la historia de Moonlight. Si bien con ese foco gélido que se propone con las interpretaciones y una iluminación algo lunática. Con guion del propio Jenkins, la historia va decayendo en intensidad o seguridad, según pasan los años del protagonista... y despierta a esa conciencia, por otro lado, algo distante con las circunstancia y un público, que pide experiencias más fuertes o tragicómicas.
Pero reconozco, sin inmiscuirme ni importarme las vidas privadas de los demás (me suelen resultar bastante aburridas si no traspasan los límites de nuestra realidad cotidiana), que crecí visionando filmes con tramas arriesgadas, como Sérpico, El Cowboy de Medianoche o Philadelphia, para ejemplarizar con los bajos fondos de la sexualidad, los abusos enfermizos y la discriminación.
Aquí en Moonlight, matizados con la ambientación y los diálogos suaves, curiosamente en contraposición a los temas elegidos en su banda sonora, a través de la música rap y algún tema clásico o de rock. Enseñanza en el hogar y la playa, mesas de comedor e interiores de automóviles, que enmarcan el discurso de la inseguridad, entre una amistad y la soledad. A la vez que promociona el saber escuchar, dejar pensar o los razonamientos internos del protagonista, como una descripción lejana de lo prohibido, es decir, poco contundente en relación con el sufrido pasado. Quizás de un hijo de padre desconocido, no sé.

Mientras, en paralelo, hallamos dos buenas interpretaciones, que generan una polémica muy actual, a través del consumo y la venta de sustancias duras e ilegales, ¡crímenes que destrozan vidas! Gracias a la madre interpretada por una desquiciada, por momentos, Naomie Harris (Un Traidor como los Nuestros, Belleza Oculta) en arrepentimiento posterior y dos, el cretino que se lucra... eso sí, con el carácter y el gran poder de atracción del rocoso Mahershala Ali (Figuras Ocultas, y como próximo Vector del cómic Alita dirigido por Robert Rodríguez).
En la película Moonlight, la oscuridad mental está siempre por debajo de cualquier brillo individual, porque el desarrollo cognitivo establece un ámbito demasiado real, que puede deslumbrar por su aspecto visual, pero no me acaba de transmitir.
Ningún convencimiento sobre los problemas sexuales de un personaje tan perdido o dubitativo, e interpretado por actores dispares, no reconocibles en mi opinión. Con esa desorientación generalizada en las distintas etapas, que crece según se muestra su personalidad más segura (aparentemente) o adulta.

Por encima de todo, se han escapado fugazmente, las relaciones con las drogas y la prostitución, el comercio en las calles y la violencia de bandas, los malos tratos y la amenaza a la homosexualidad, la elección entre televisión basura o lectura, el fracaso en los estudios y el abuso escolar. Exceptuando algunas instantáneas bien fotografiadas, que describen el panorama de una parte de la juventud negra en Florida o los Estados Unidos, con esta iluminación demarcada por la visión algo pálida de la exclusión y carente de emoción.
Así, observamos una concatenación de personajes perdidos, que no traspasan los límites de esa desubicación o que su vida, fuera de interpretaciones o consideraciones sexuales de cualquier índole o condición, parece aburrida. Como las miradas perdidas de algunos protagonistas, bastante decepcionante a mi parecer, ante todo, con las aclamaciones de la crítica especializada y premios... que vienen y van, tal que las olas o las eyaculaciones mediáticas.

En fin, una película demasiado lineal, sin concepto claro o confusa en cuanto a las emociones. Por encima de un bello paradigma o paradoja, que significa vivir en un barrio llamado Liberty City. Atrapado en los tabús, las mentiras y la personalidad neutra.
Ya te lo decía tu madre... ¡me gustaría que leyerás algo!

Fences.

La crítica no se pone de acuerdo, en preferir una interpretación sobre otra en el filme Fences dirigido por Denzel Washington, su tercer largometraje tras las interesantes Antowne Fisher y El Gran Debate, aquí doblando de nuevo en su labor en la cámara. Simplemente, porque los protagonistas realizan un trabajo excelente, demarcado por intensidad y la pasión de los personajes. También, esa particular pasión por las obras de teatro.

The Pittsburgh Cycle o Century Cycle, consiste en una serie de diez obras ambientadas, en general, en un barrio afroamericano del Hill Disctrict (Pittsburgh), durante diferentes décadas o generaciones. Donde el escritor August Wilson describe la sociedad y la vida de sus vecinos con una clara vocación teatral y el lenguaje un barrio afroamericano que adquiere un significado mítico literario como el Wessex de Thomas Hardy o el Yoknapatawpha County de William Faulkner. Cada una de las obras transcurre en una década diferente e intenta mostrar la vida cotidiana de los afroamericanos en el siglo XX, además de "aumentar la conciencia hacia el teatro" y evocar "la poesía en el lenguaje de la población negra de los Estados Unidos.
cotidiano de la población negra en los Estados Unidos". Con un rasgo característico y relacional, que los hijos de los personajes de las primeras aparecen en las siguientes y cuyos textos poéticos, adquieren también un carácter profético con un personaje recurrente. En Fences, llamado Gabriel obviamente.

Personalmente, prefiero esta propuesta a la anterior, en parte, porque me gusta la obra teatral y los diálogos enfrentados entre sí. Algo coincida con la temática personal, basada de igual forma en el sistema educativo o esa lucha sorda contra la discriminación laboral por motivos de raza e, imprescindible, los problemas generacionales. Esta vez, llevados hasta las últimas consecuencias.
Aquí, el realismo secuencial, el futuro de los hijos y la relación sentimental, se convierten en el bastión fundamental de la trama, otra vez contenido (o poco) dentro del marco de una humilde familia afroamericana, de cuya manutención corre a cargo un sufrido operario de recogida de basuras, con esperanzas a la solitaria y desesperante conducción. Hoy curiosamente, pertenecería al grupo de la clase media, con recursos suficientes para mantenerse dignamente... Claro, él es Mr. Washington que ya lo interpretó en Broadway, y ella, la sufrida pero victoriosa Viola Davis.

Por fortuna, existen otros motivos esenciales y variados, por los que esta película rezuma pasión por el cine y donde sus elementos se saborean con verdadera fruición... por ejemplo, demostrando que esa privacidad en las relaciones personales, también puede ser atractiva, con interpretaciones meritorias, o magia a través de un vehículo narrativo deslumbrante.
La primera cualidad para destacar en este comentario, es el desarrollo de un barrio obrero cualquiera, con sus matices raciales y sus curiosos personajes. Que deambulan por aceras y asfalto, lugares comunes como los pequeños jardines privados frente al hogar y sus vallas ideológicas. Detalles del interior del alma y quebraderos de cabeza, de puertas para adentro. Cuyos miembros familiares, se hallarán atrapados por circunstancias vitales, como el hijo interpretado por Jovan Adepo (The Leftlovers, próximamente en un nuevo filme de Darren Aronofsky titulado Mother!), qué casualidades semánticas... contra ocasiones perdidas, dudas prosaicas y excesos existenciales, con esfuerzo, fe... es la humildad de la sangre de dos generaciones sucesivas y aquellas heridas abiertas en ese espacio de tiempo. Con varios conflictos bélicos, afuera y adentro.

Rasgos externos que van a influir en las personalidades, forjadas a golpes y gritos, entre educadores e hijos, así como en el destino escrito, teatralmente, por sus propias sentencias, elaboradas en privado y en público. De una generación primera, que nació en los tiempos duros de la crisis económica y la revolución industrial en marcha, propagando un nuevo concepto del trabajo y de la familia, dentro de unas grandes ciudades en crecimiento exponencial. Era de sueños improbables, frustraciones individuales y enfrentamientos sociales (especialmente los raciales o igualitarios de la mujer, a mediados del siglo XX), representado en Fences por una magnífica madre coraje.
Parece, echando la vista atrás, que esos hechos favorecerían una extraña mezcla de deseo de apertura de una parte de la sociedad y la vida sexual, extrañamente en contraposición con el pensamiento conservador o machista... que se observa y siente en la película... como si fuera hoy. ¡Vamos, que diría que no hemos cambiado tanto en estos más de 50 años!

Por el camino, quedarían mentes destrozadas, o no, individuos trastornados o heridos gravemente, desarrapados, artistas, deportistas lesionados y vagabundos, seres vacíos en apariencia, como el compañero confidente interpretado por Stephen Henderson, el filial músico guiado por un amistoso Russell Hornsby o el tío Gabe encarnado eficazmente por Mykelti Williamson (el inolvidable Bubba de Forrest Gump).
Otros terminarían cultivando ese carácter rudo que caracteriza su raza golpeada, desconfiada y desafiante. Capaz de mirar a la cara a la muerte, sin pestañear... esperando respuestas.
Aquí, crece un Denzel Washington, más aficionado al béisbol y charlatán que nunca, perfecto en su papel de superviviente y representante de los que, muchas veces, acabarían ninguneados o sencillamente atropellados por la injusticia, o ella... la pasión. Existe, esa otra generación de jóvenes silenciados durante una cruda educación, que alzaría su puño contra todo, incluso, ante la mano que les da de comer. Para no ser pisoteados como aquellos antepasados, si bien, algunos pudieran convertirse en un malsano apéndice, el mismo puño levantado en el pasado. Atrapados en una violencia generacional que no parece terminar, salvo entregándose a la paz de un oscuro regazo... si bien Washington cambia la oscuridad y la iluminación de la luna, por la luz del atardecer.

Padres e hijos, familia "unida" con iguales temores, flanqueados por la autoridad, el respeto y la "fidelidad", sobre un espacio reducido que se volvería irrespirable en cuestión de minutos. Pues, este partido cinematográfico, se juega en cancha rival, a cara de perro o, sobre las "cuerdas" de una obra de teatro. Dividida en tres actos reincidentes, y coincidentes en tres enfrentamientos puros. Bateados por la pobreza, el orgullo y la ira.
Una trama generacional, que toca la fibra a cualquiera, por la rebeldía ante esa autoridad paterna y las obligaciones. Cuyas peleas se mezclan con sonidos de la calle, componiendo un ring natural de dureza extrema y real como la propia existencia, o una escuela de la vida cuyo aprendizaje, se fija en valores inculcados o aceptados por distintas causas, durante épocas opacas. Contagiados por reproches, aturdidos por explosiones del pasado, y el presente... confundidos por necesidad, quejidos aullados al atardecer, con expresiones sangrantes, cara a cara. Esto es, la aceptación del destino o todo lo contrario. Encarándose y ocultándose, de él, de ella...

El inicial estigma, es un simple aviso.
Sin embargo, llevará a todos, a un tenebroso agujero o foso séptico. Repleto de emoción incontrolable y objeciones, a distintos puntos de vista, tan ligeros como hundidos por el propio peso de la conciencia. El siguiente, será un pequeño toque en el hombro, o más allá... en el horizonte. De alguien que intenta hacerse valer, a costa de desestimar los intereses o aptitudes de los demás, contrario a su propia identidad o reflejo. Una fotocopia que no se doblega a la presión... esa misma que cortó las alas de la libertad.
El golpe frente al posicionamiento inmóvil (otros lo llamarían amor), la inocencia que escuchaba con confianza la voz razonable o recuerda la crianza materna de un bebé recién nacido. La niña sin tus ojos, llora pidiendo atención... El último tiro, podría salir por la culata o estrellado contra una valla del jardín, pues es un atolondrado golpe de realidad, que destapará la caja de los truenos. Como aquella vez que se hicieron preguntas, mirando al cielo, y éste, oscuro como el pensamiento de una Dama de Negro, responde... uno, dos y tres, ¡brooom! Ya escuché tus terribles alaridos y demandas -dijo. Al cuarto estruendo, aceptaría su reto con un fogonazo.

En cambio, todavía restaba una entrada o último episodio, otro prefacio... ladino como los sentimientos primerizos u ocultos. Cuando la obra se eleva como un "home run"... mandando las perspectivas e ilusiones, fuera del estadio. El momento, cuando Miss Golden Davis golpea las pelotas con más fuerza que ningún hombre (a pesar de la superioridad manifiesta de Denzel), llorando todas las frustraciones y las deudas del tiempo, en un día. Ese que debería abrir sus ojos, a otra inocencia, pureza y fragilidad en manos inexpertas, hasta saltar de un banquillo que negó sus propias valías y te escondió del mundo, al otro lado de la valla... ¡durante, taaanto tiempo! Recuerdas: "¿Traté ser todo lo que una esposa debe ser?"
No olvidemos que estos tres actos, relámpagos o bateos, son el preludio de una muerte anunciada como diría el imaginativo Gabo y su otro crimen virginal... historia dentro de la historia, de una familia que perdió la esperanza y fe. Mirando al techo celeste, no entre montaña y mar, como en Macondo... para descubrir al fin, su propia libertad, con una sonrisa. Un toque inesperado al viento, una luz... un foco en el escenario de la vida. ¡Corten! ... y que sigan escribiendo buenos textos.

Las obras correspondientes a cada década, desarrollados por el dramaturgo August Wilson, son:
Década de 1900 - Gem of the Ocean (2003)
Década de 1910 - Joe Turner's Come and Gone (1988)
Década de 1920 - Ma Rainey's Black Bottom (1984) - ambientada en Chicago
Década de 1930 - The Piano Lesson (1990) - Premio Pulitzer6
Década de 1940 - Seven Guitars (1995)
Década de 1950 - Fences (1987) - Premio Pulitzer6
Década de 1960 - Two Trains Running (1991)
Década de 1970 - Jitney (1982)
Década de 1980 - King Hedley II (1999)
Década de 1990 - Radio Golf (2005)

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