El caos… Es una forma de vida para muchos ciudadanos, aparentemente sencillos y pacíficos… Si bien invariablemente, también se reproduce en jóvenes de familias humildes con tendencia a la delincuencia en barrios conflictivos, con esas bandas callejeras de ciertas épocas más oscuras.
Curiosamente, como bien expresa el
mismo, el admirado compositor y productor musical, Quincy Jones, estuvo a punto
de ser uno de esos críos en su infancia por los fondos de Chicago. Pero el documental titulado Quincy,
nos muestra una trayectoria plena de grandes momentos – también de terribles
afecciones de distinta índole -, que le convierten en una persona distinta.
Gracias a su trabajo incansable, herencia de su padre, y un espíritu de
superación indiscutible. Además de un gran músico que deja un legado junto a
los más grandes, como su increíble participación en la banda del gran Frank
Sinatra, la banda sonora de algunos filmes míticos o su amistad con Ray Charles u otros gigantes
del jazz y de la música en general. De hecho, decía que es impensable la
cantidad de obras que se han generado en más de 700 años de música, con unas
simples 12 notas… Que descanse en paz, Mr. Quincy.
Hablando de otras sintonías, en todas
y cada una de ellas, sobre las que voy a hablar ahora, funcionan a la
perfección y nos identificamos con ellas. Porque la música nos hace sentir a
los personajes, nos mantienen aferrados a sus movimientos, creemos con ellos…
pues es una parte inseparable del cine y la televisión.
En esos ritmos, acuden a nuestro encuentro,
estos amigos brillantes o seres escabrosos, que se mueven en las sombras,
tocando los hilos de los poderosos. A través de una inmensa e intrincada
telaraña formada por diferentes estrategias o trampas, te puedes sentir identificado.
Bajo las entrañas de nuestras ciudades, gobernadas por esos otros
personajillos… nos adherimos. Cuando aparece la figura definida en exceso, que
se alza entre humedades: intrigando, maldiciendo, injuriando, malmetiendo con
continuos cambios de acera o bando. En definitiva, buscando su propio interés
de buscavidas… o incluso, hasta retirando a alguien de la circulación, como
buen payaso asesino.
Como alguien comentó una vez, dentro
del crimen profesional, es protegido por sangre de su sangre… pero, en el seno
de una familia rota por la psicopatía. Algo semejante, a ese polluelo enclenque
que, para salir victorioso ante sus hermanos más lustrosos, los ataca en la
noche y lanza fuera del nido. Con el motivo de que no puedan hacerle sombra y, así
con su voraz apetito de truculencias, evitar que sigan siendo los primeros en
ser alimentados por ella.
Mamá del pequeño Oswald, algo tiene
que ver con la de la existencia de Mr. Quincy, depositará la comida en sus
abiertas fauces. Se preguntará para sus adentros y callará… para siempre. ¡O
no!
El Día del Pingüino.
En las viejas tapas de DC, marcaron
la guía de la ciudad de Ciudad Gótica, dos hombres que unieron sus intelectos
para crear el mundo oscuro de sus icónicos personajes.
Entonces no tan famosos, se fueron
basando en los bajos fondos de aquella ciudad multitudinaria y cosmopolita, y
curiosamente en sus anuncios. Era otra N.Y., sociedad de luces y sombras, con
héroes de familias pudientes y sus némesis letales, formando hilos de diversas
familias entrelazadas.
Antepasados de diversas identidades,
llegaron en busca de suerte, a través de los puertos gélidos, de carácter
tempestuoso o tenebrosa valía. Ahora rota en mil pedazos, por aquel acertijo…
Sin embargo, en otro documental en el que es difícil no derramar alguna
lagrimilla, se cuenta la historia de un hombre resistente e inmortal que, por
un terrible accidente imprevisto, se convirtió en algo más grande y poderoso.
Sí, se trata de Supermán o Don Christopher Reeve – y esposa en la función
determinante contra la paraplejia y otras enfermedades -, que lejos de hundirse
en un mar de criptonita interno, se decidió a sacarlo a la luz… Y su herencia
valió la pena, sin duda. Si no las has visto, como cinéfilo o ser humano, no
estarás completo… porque es toda una lección. De poder…
Y no como otras, que pierden la
fuerza por la boca… ¿eh?
El Apetito… Siniestro.
Entre ellos, uno de sus hijos se
contonea torpemente. En cualquier noche bajo las luces de la gran manzana
podrida, parece una sombra de gigante, grotesco en muchos sentidos… especialmente,
en esa zona bajera que se junta con el cuello, grasiento, de una mente
preparada para todo tipo de tejemanejes interesados. Falsedades y juramentos no
cumplidos, excepto aquel que le prometió a su misma carne, hoy envenenada por
sus mismas manos y nauseabundos picos. Listos para morder… como animal
infantilizado.
Increíblemente, ya no es ningún
adolescente. Aunque en ocasiones, tiene esa edad del pavo, donde se le oye
gimotear como tal, entre suspiros o quejidos guturales, que se asemejan a
profundos graznidos. Como si de un pingüino se tratara, la queja a la sombra,
no de su padre, le determina un hambre eterna que manifestará desde su niñez.
Del amor… más que de ser querido… ser respetado.
No es único, hubo otros muchos en la
historia. Algunos pasarían por las manos y cabeza de Bob Kane, o junto al
contratado Bill Finger – retirado por el jefe de vendedor de zapatos -, que se
vio inmerso en la creación de enemigos míticos… Joker, Riddler, Dos Caras,
Catwoman o el Pingüino, ahí caminan desde un descolorido 1941, de zona de
guerra. Aves de rapiña han sido, Burguess Meredith – parlanchín e irónico, para
venir de The Twilight Zone y acabar siendo entrenador de Rocky -. El graznido de Robin Lord Taylor me es
desconozco en serie, en cambio este actual, del que tratamos de ver aflorar una
simple mueca de Colin Farrell, es pérfido, taimado en sus adentros y muy
violento.
Mientras que el de Danny de Vito,
siempre será reconocible por los cómics y el sarcasmo de su creador
cinematográfico Tim Burton – versado en la cosecha del humor negro también -; y ahora que cumple 80 años, felicitamos
al actor, al igual que deseamos felicidades a Terry Gilliam – otra colección de
bromas oscuras en su interior brillante-, y homenajeamos a Quentin Tarantino.
Cumpleaños de su obra Pulp Fiction, con tres décadas y sin despeinarnos, debido
a la gomina acumulada. Inamovible de todos los rankings, pero cargada de su
excelente ritmo narrativo y visual, o sus movimientos de cadera en la pista. El
que resista, claro está. Pues, ni Mr. Lobo ni que te Quentin cuentos de chinos,
te pueden recomponer.
Entre estas almas, la suya se expande
y devora todo alrededor, al igual que hiciera la boca de un inmenso agujero
negro. Y amenaza con eclosionar sobre su mismo núcleo o corpúsculo siniestro. Irradiando
una energía, a pesar de su aparente torpeza motora, que puede resultar mortal e
impredecible, si te acercas a su oronda naturaleza y mente ardiente. Porque al
límite, es un animal herido, el Pingüino, mezcla de fisicidad extrema en
supervivencia y una química que brota de su corazón enfermizo. Es una amenaza
más, para los anónimos ciudadanos de Gotham, y alguna que otra Familia.
Así propulsados por el humor
vitriólico, con ramalazos de serie gansteril en la Warner Televisión para HBO,
se percibe esta herencia. Incómoda, como aquel reloj metido en el intestino de
aquel abuelo en la guerra… apuntado por Mr. Tarantino en su obra maestra, con
el dolor y el sufrimiento familiar. Ahora intentará que invada a los demás,
como el padre regó con aguardiente de leches ácidas, debido a sus frustraciones
y unos efluvios lacerantes dentro de un hogar extraño.
Estos personajes, de púberes
zaheridos, se asemeja a otros personajes famosos de la novela y el cine, desde
las Familias con padrinos insobornables, a niños que sufrieron maltrato de
familiares directos, perfumes o insultadores, malintencionados como el Jóker, o
rechazados como aquel otro que permaneció enjaulado a una jauría de futuros
amigos. Dogman le llamaban… hasta que cayó rendido de bruces sangrando, peleado
con su propio paradigma, dolor paterno causado en vida de perro. Sin amores
correspondidos, su secretismo o individualidad personal, no para de crecer, de
volverse amargo con el exterior. Una especie de conde de Montecristo, dispuesto
a vengarse de alguna forma.
Pues el sistema le arrebata su forma
de sustento y de ser. Sólo se encuentra cuando le muestran cariño esos
pequeños, o al descender del escenario invadido por la imagen y voz carismática
de Edith Piaf. Aunque su final sea enfrentarse a otra banda de piadores
salvajes, en lengua de Cervantes… – como no, viniendo de un francés como Luc
Besson, si hubiese sido en París, otro gallo cantaría…- y, que son motor de la
violencia a machetazos de nuestras calles, por otro lado o banda.
Y no existe luz vigilante en los
cielos, ni sombra crucificada en el horizonte… que se apiade. O tal vez, sí… No
sé muy bien que pensar.
Dolor agraviado.
Como si de Bruce Willis se tratara
pero a la inversa, Dogman es consecuencia del agravio, maltratado, abandonado y
sentenciado. Si bien los malvados no cuentan a sus amigos en sombras, que no
serán, las alcantarillas de esta Gotham City de violencia congénita.
Ni mucho menos, aquel que sale de un
cuarto de baño, cagado en su interior, pegajoso de pizza y con tan mal tino,
que hace un “unir por los puntos” de esas corpulencias de Samuel L. Jackson y la
cabellera de John Travolta. Ha sido un milagro, se dijo… o tan solo, mala
puntería.
En algunos casos fueron madres
kingnianas, más si un padre estaba perturbado debido religión – habitualmente
la pasta -, otros se excitan con el alcohol o las adiciones. Y la obsesión
sexual, sólo debemos investigar a Alex DeLargue y cias… Aquí observamos a esta
madre que también fuma y bebe como cosaca, que en un intento infructuoso de
apagar el furor de sus entrañas, ya ahogadas hace un nido, y ahora sometidas por la voracidad de su vástago. Que,
aún no conoce del todo, mas imagina la tormenta. Y el frío que llega a sus
venas…
Ambos ven la solución, en el poder, remedio
balsámico para las malas vistas, especialmente desde un ático silencioso.
Únicamente roto por un suspiro entrecortado que convalece en cima o urdido
reino. Mientras él, enrevesado como lazo de esmoquin, perpetra un laberinto de
subterfugios, cuerpo bajo tierra, y se consolida como verdadero Rey al Norte,
de desagües para adentro…
Ya que afuera, del sentido contrario
de las agujas imantadas, una señal indica que llegará la república o la hora de
las tortas… más calientes. Otros ya las probaron en primer lugar, incluso,
alguno que no acertó, cantó o calzó zapatos de claqué. Yo sé bien que estoy
afuera, pero el día en que me muera… sé que tendrás que llorar, lloorar y
llooorar… Nice!
La Familia… ¿enana, o Gigante?
Y en los riachuelos turbios bajo del
asfalto, correrá otro de sangre, con episodios que suenan a bombazos y
mordiscos explosivos en las napias, expandiéndose de lo íntimo y rabioso, a la
guerra total. Esto ya lo hemos leído tanto en los periódicos y en las letras de
Mario Puzzo.
Los efectos mediáticos ya se notan, y
no se detendrán hasta que se encuentre con el otro… Salido desde su propia
cueva, de su propia familia desestructurada por fuerza… No primera vez, será al
próximo advenimiento de Batman. Caballero que recela de enemigos, como
enigmáticos seres, payasos o pingüinos con calzas, que no gélidos…
En ocasiones siento Gatas de uñas
afiladas, y no me refiero a la aguja que impactó en el corazón de Uma Thurman…
sino de Michelle Pfeifer maullando y lamiendo a Michael Keaton en la mejilla, y
vamos pasando la treintena. Otro día más y no lo contamos. Entonces, también
emergió a superficie, el ser del esmoquin, con detalles morados de remolacha,
en solapas y coches blindados, pues ya han estallado motivos por toda la
ciudad. Ahogando a familias pobres y encumbrando a otras, más furtivas o que se
ahogan en su propio vómito.
Las enormes sombras de los padres
humillando a sus hijos, y éstos respirando su venganza en el seno familiar,
como si de débiles pajarillos se tratara. Un paso planeado de tiempo, meditado,
o compulsado ante la imagen, no de Fred Astaire en Sombrero de Copa, sino en
musical moderno del juego, el Jóker. Por eso, notamos su inmensidad, el poder
de la Gigante que crece, en toda su infernal tragicomedia, temerario odio
frente a propios, como Falcone o el aciago de Oz, y ante extraños - tal que
Hangman -, como doctores, adláteres, drogatas, conductores de incómodos Maroni… Y otra vez, tendríamos que hurgar
en la historia cinematográfica, de humor insano, para encontrarnos con mantis
religiosas y condesas de Montecristo. Quizás me acerque a visionarla, la serie,
aunque me la conozco se sobra por pluma de Monsieur Dumas.
En definitiva, lo mejor son estas
luces polarizadas de la serie, aunque existen tonalidades de otras efigies
ideadas, que sirven a este zoológico metafórico de la realidad. El acoso, la
humillación social y el odio familiar, como lo hallamos a base de trolas
mediáticas y una forma anestesiada, de dicha
gliss o falsa felicidad, que descontrola la sociedad.
Tarantino lo sabía, y lo condensó en
esa cafetería… Y entre los elementos surgirá la clave futura, dentro del frío
agujero en el que Matt Reeves sigue trabajando, a la caza navideña que cierre
telón de calidad, sobre este
espectáculo… A espera de otro naipe descolorido.
De Familia Despicable a Club de Moteros…
La familia se recompuso en la Pulp
Fiction, cuando se cerró el círculo de la violencia sobre aquellos siniestros
capullos y Marcellus Wallace les sometió la voluntad por el ojete. Es un
momento de esos malditos, que pueden transformar a los parias en héroes, sin
complejos, porque fueron maltratados y zaheridos en su poderoso orgullo. Y el
chico de la moto, salió victorioso por esta vez… El odio injertado en alma, no
impide que se perdone y libere al motero, un fucking boxeador, que respira un
curioso nidito de dulce amor.
Otros conductores podrían olvidar
posibles agravios domésticos, con amantes o novias, a cambio del brillo
protegido y dorado de un maletín, o una maldita profecía que los devuelva a
tierra. En su interior, lágrimas por la muerte de Travolta, en un golpe maestro
que recuerda a viejos tiempos de Hollywood – como estampados psicóticos del
maestro -, gracias al mejor papel en el cine, que le convierte en Joker en
resurrección. Johnny el gracioso, con humor de andar por casa y de glamour a lo
europeo, adictivo y rutinario a la vez. Traje de corbata, olor a café de
carretera o comida rápida, sudor en algún salón mágico para comer y conversar
en Cadillac acompañado… A lo mejor, hasta bailar...
Ahora, tendré que hablar de
Bikeriders de Chicago como Quincy, unos moteros blancos de los de antes, ya sabes tú. Los cachorros ocultos de
familias humildes, que veían sus caídas con terror y los estragos en sus
corpachones, heridas en puños y rostros, marcas de nacimientos, como réplicas
subterráneas del pasado. Sin embargo, cachorros de nuevo cuño, ruedan con su naturaleza
inestable, como contagiosos venéreos con droga dura y sacudidas internas con el
poder pernicioso de una bala. Sería el final de una época. Del pretérito,
registrado en fotografías blanco y negro, sin esmóquines – más bien con chupas
y parches de clubes motoristas, colores llamaban -, impactos de rebeldes a lo
Mr. Dean o el Mickey Rourke de Mr. Coppola, en pieles de Mike Faist, Boy
Holbrook, Damon Herriman, Karl Glusman, Beau Knapp, Emory Cohen, Toby Wallace,
David Myers, etc… en meta, incombustibles Michael Shannon, Norman Reedus y Tom
Hardy.
Significancia de repartos de jóvenes
y rebeldes al límite, de Mr. Scorsese a Coppola y Familia callejera… Como
historias notables de un Marlon Brando en cueros, cuyo reflejo aparecería con
Orson Welles en Touch of Evil… o protagonistas del Easy Rider, de una era que
no volverá a hacernos volar o reír en fogatas, con Dennis Hopper dirigiendo a la
bella Karen Black, Peter Fonda y Jack Nicholson, míticos…; o esos discos que le
gusta cantar a un Mr. Gru puesto en las bandas sonoras. Son himnos que retumban
y rezuman rock por sus venas animadas, aunque sus protagonistas vayan siendo
sustituidos por bebés con poderes que atraen las miradas. Felicidades papás… en
familiar indirecta.
Y, ¿cómo serían sus hijos…? Los de
los hijos de El Padrino II, crecidos en la primera, cumplirían otros 50 años
ya, como pasa la movida familiar esta… y serían políticos o youtubers… Los del
Elvis de Austin Butler con Jodie Comer – vino de un último duelo amoroso de Ridley Scott
-, estudiarían una carrera mecánica de Formación Profesional o Seguridad en
Redes, o irían a la universidad, convirtiéndose en aquello que odiaban los progenitores
con sus chupas y lenguaje mínimo… Los de
Gru y su chica, se harían cómicos como Kristen Wiing o Steve Carell, o creadores
de juguetes, o especialistas en animación digital… Mientras que los sucesores
de Pulp Fiction, se dedicarían a curtir pieles o ser paramédicos, o camellos reconvertidos
de salón, se pondrían a vender biblias por todo EEUU, o montarían una tienda de
figuras animales – tipo unicornios o canguritos de porcelana de calidad -, se
registrarían como solucionadores de problemas homéricos, imitadores de
celebridades, danzarines, actores o directores sarcásticos, etc… Ya serían profesionales
con 30 tacos…. Pero nunca, nunca, se harían maestros relojeros…
Esto es, para Cristin Milioti o Colin
Farrell, sus herederos siempre en la picota, como carne picada a lo Pink Floyd
o alimento refrigerado para pingüinos, serían psicólogos, revolucionarios o
animalistas; en cambio, el personaje inventado de Rhenzy Feliz, no tendrá una
segunda oportunidad de emisión… tampoco los poderosos Michael Kelly, Clancy Brown
o Mark Strong. En última instancia, los hijos interpretativos de Theo Rossi –
the doctor -, son un no parar, desde los heroicos American Dreams, el músculo
de Luke Cage o los Sons of Anarchy… ¿y los de Gladiator II? Ni puñetera idea,
tú.
En Warner ya no sirve la omertá
dichosa, ni el bliss de colores, porque este se extiende como reguero sobre la
mesa entre cuervos y vampiros. Todo salta a la vista, por los aires, olor
chamuscado a reloj enculado, a través de un Christopher Walken… que fue cuñado
recalcitrante con Danny de Vito a las espaldas, que ya es pesar… un huevo de
pingüino. Y lejos en el olvido, otras hijas – filias de hijos jocosos -, se
apaciguan con recetas de electroshock consignado por el psiquiátrico de Arkham,
suministrado por parecidos y terribles controladores. Hijos de p… que les
gritaría Jack Nicholson en Alguien Voló sobre el Nido, sí…
El Gran Premio.
Una vez, desarrollé el tema en serie
planteado en Fargo, del monstruo y la tigresa, - semejante al monstruo de
Frankenstein de Boris Karloff y Elsa Lancaster, o tantos otros como Bellas y
Bestias -, que reinterpretaron esa
fuerza con repulsión apasionada.
Una especie de felina que ve a través
de la obscuridad, observa carencias de un cerebro poco alimentado por el
conocimiento y la inteligencia. Así que, normalmente estas relaciones
personales, o salvajes, suelen acabar con una dolorosa danza de personalidades
contrapuestas, heridas y… venganza. De manera que terminen devorándose…
atacando a la semilla del dolor. O acaso, no lo hizo Saturno, ¡eh! Menos, Gru y
su pareja, que son la felicidad personificada en dibujo danzarín, o el prota de
Bikeriders y su esposa, sin vestido rojo.
Por descontado, todos los cachorros
en estado de gracia… y hablando de buenas interpretaciones, Collin Farrell –
aquel que fue desahuciado por muchos – y Cristin Milioti, a punto de aterrizar
en esta tierra de faraones del cómic. Como las últimas de Caleb Landry Jones,
un intérprete mayúsculo en su década dorada. Y es que a la larga, en todas las
familias cuecen habas, o tragedias shakespearianas o bíblicas, algunas muy al
estilo oscuro de la fantasía de Tarantino o Terry Gilliam, donde sus
protagonistas son historia del Séptimo Arte. La muerte o la búsqueda de un Rey
Pescador… ¿a caballo o en moto? Robin Williams que estás por ahí, riéndote
junto a Chris, Quincy, etc…
Y es que los monstruos nos abruman…
sea vestido de Marylin Monroe, paralizado ante señal del cielo, o con un
agujero negro en su frente, producida por la nueva generación de ellos. Sorbiendo
de una pajita, leyendo en el retrete, o acojonados antes un pistolero que no
acierta… Y así, con las garras resguardadas, espera la Celina, para emerger de
nuevo, como se impuso Michelle siempre. Si no lo impide cualquier enemigo
íntimo… o acaba en psiquiátrico de geniales actores por El amor del murciélago,
o el odio de un Pingüino de esmoquin fino. Y siempre con la sombra del Joker,
desapareciendo tras una carcajada desencajada… hahahehehehooooo!
Esto me recuerda que - joer casi lo
olvido-, hay que felicitar al maestro, Mr. Martin Scorsese, el abuelo de la
idea, que entre el filo dramático de sus famosos ´héroes monstruosos`, cumple
82 magníficos años de esplendoroso cine. Y el rey de la comedia, negra, es…
hehehe.
A ver quién tira la primera bala y se
reconstruye su burra con piezas de sepultura… los carruajes de los bikeriders y
sus motores que sonaban a chopers estilizadas de los primeros Silent Grey
Fellow monocilíndricos hasta la siguiente oleada de Flathead de 700 centímetros
cúbicos o las Knucklehead y Shovelhead de hasta 1208, hasta las modernas Evolution
de 1340 y Twin Cam o Milwaukee Eight que suenan a cilindradas de 1800 cc. Quizá
empezarían a sonar, a Los mismísimos Ángeles del Infierno…? Por cierto, ¿qué
hubiera hecho Terry Gilliam con una serie distópica y surrealista, escrita por
Neil Gaiman? Los héroes de American Gods o Sandman, Good Omens, los padres de
Coraline… ¡tela marinera!
Un chiste, una imprecación gloriosa,
un golpe y… psssst, ¡a dormir! Caleb… Travolta y Hardy… Vic. Es la política de
siempre, la genialidad del que acaba en su libertad, como saben y sabrán… todas
esas familias malditas… y sus victoriosos, edecanes. Por ahora… No sé, es un poco inevitable acabar contemplando una imagen de Jesus Gil y Gil.
No, tú eres un mero observador, un
botarate, sin opinión ni voto, psssst. Apaga los medios, y ponte una peli o
serie. Lee, piensa… y a dormir. A soñar, que ya será otro día…