Espíritu de la Montaña...
renacido.
Durante una buena parte del siglo XIX, los territorios salvajes de Norteamérica fueron un hervidero de hombres solitarios o grupos unidos por la riqueza de sus materias primas, que se adentraron para buscar fortuna y se chocaron con los verdaderos propietarios por su pertenencia a la naturaleza y asentamientos nómadas al cabo de cientos de años. Hombres aguerridos como Hugh Glass tuvieron que sobrevivir a numerosas aventuras, pero algunos de sus compañeros no respetaron esa convivencia con los nativos que produciría un cisma social y generacional, con multitud de luchas raciales que desembocarían en un enfrentamiento con las tribus indias, o más tarde entre Norte y Sur, y otros crímenes no juzgados debidamente.
También, sus figuras envueltas en pieles o cuero, serían protagonistas de numerosas narraciones o leyendas que servirían de inspiración para escritores y artistas, como Julio Verne o Jack London, de Melville a Twain. Retratando el esfuerzo hercúleo de exploradores y nativos para conseguir mantenerse con vida o alimentar a sus familias, pues sus cuerpos se enfrentaban a condiciones complicadas para prosperar en las montañas y sudar con el ejercicio diario, esas extremas del terreno o de la climatología. Si caían en la nieve, ese sudor o el hálito de sus bocas, congelaba sus bigotes y barbas, o la sangre se derramaba para defender posturas opuestas, así pelearse con bestias que defendían su alimento o crías, era tan habitual como responder en silencio con sus corazones heridos, es decir, expandir la muerte (justa o no) con la universal venganza.
Décadas después, un nuevo invento llamado cine, se fijó en aquellos hombres legendarios o pioneros, como Jeremiah Johnson de Sydney Pollack y sus trampas ecológicas o El Hombre de una Tierra Salvaje dirigida por Richard C. Sarafian, ambas en 1971.
Normalmente producir una película supone aceptar una serie de dificultades materiales y económicas, pero determinados rodajes son un auténtico reto para los protagonistas y resistencia física del equipo, tanto en el aspecto humano como técnico. Esos rodajes tomados como una aventura en sí mismos, fueron capaces de representar el esfuerzo en base a la determinación de sus directores o colaboradores principales, el entusiasmo por una nuevo proyecto y el amor por el cine. Uno de los bellos resultados es la fotografía meticulosa de la naturaleza a su alrededor.
Estos filmes, que invaden (con respeto) la privacidad de espacios y fauna que habita en ellos, otorgan a una obra cinematográfica, la esencia de los pueblos primitivos y el lado animal del ser humano. El director mexicano Alejandro González Iñarritu ha sufrido a conciencia con frío extremo, el traslado de kilos de material tecnológico a esas últimas fronteras en The Revenant, favorita para premios importantes el próximo 28 de Febrero en el Teatro Dolby de Los Ángeles.
El Renacido trata sobre un tiempo en que, los hombres de una incipiente nación se llamaban a sí mismos ´westman o frontiersman` dependiendo de los caminos que recorrieran en sus cabalgaduras. Entonces, Iñarritu ha guiado sus pasos hacia la colonización de esos territorios salvajes confiado en un equipo encabezado por Leonardo DiCaprio y Tom Hardy, la luminosa frialdad de Emmanuel Lubezki o la música envolvente del gran Ryüichi Sakamoto, creando en The Revenant una antología sobre la supervivencia física y moral, gracias a un guion compartido y sometido a la metafísica de la novela de Michael Punke. Pero, algo está ocurriendo en Hollywood (además de la falta de nominados de otras razas), cuando en los pasados años, el cine de otras latitudes como el imaginado por el viajero Alejandro que se iba haciendo un hueco fundamental en interesantes producciones, desde Ciudad de México a Europa, con gran éxito de crítica y público en general. Sus temas son tan variados como historias paralelas conectadas en su pasado, pasando diferentes problemas económicos que ha enfocado con nitidez hacia la naturaleza de la Tierra y del Hombre, con mayúsculas.
La naturaleza salvaje y la sangre, ambas conexiones orientales con Dersu Usala del maestro Kurosawa recorriendo la taiga siberiana, es innata a exploradores o aventureros de siglos cegados por el filo de un cuchillo o hacha. El director narra una historia con enfoque personal, usando la cámara como un objeto animado que distinga formas y movimiento al lado del espectador, sin respiración, pero no de forma destartalada ya que todo tiene un significado. Hasta que la muerte se convierta en forma de reencarnación hacia una venganza o ajuste de cuentas, con una concepción dividida entre la relación paterno filial y el panteísmo, siempre bajo el prisma de maldad intrínseca, en una sociedad en fase de aprendizaje aún.
Te verás junto a sus ojos, protagonista de la honestidad frente a la envidia o el racismo, imbuido por la fuerza de sus imágenes e interpretaciones. Nunca, dentro de una historia vital como lo logra Iñarritu en The Revenant, inmersos en un siglo XIX con Hugh Glass y sus compañeros, un trampero explorador que circundaba Alaska y los amplios paisajes del centro de Norteamérica, por allá de 1820. Invadidos por los paisajes retratados como extraños parajes apocalípticos, desde las faldas rocosas de Alberta hasta la virgen esencia, y gélida del río Olivia en Ushuaia (viaje muy recomendado por el Sur argentino en busca del abrazo perdido, esperemos que sin peludos encuentros).
Antaño en el salvaje y viejo Oeste, se solía decir que un hombre capaz de matar a un grizzly con sus propias manos, piel con piel, sudor o sangre, y sobrevivir a su ataque mortal, sería merecedor de nombrarse poderoso guerrero, en caso de salir vencedor al combate. Y depositario en propio cuello, del colgante con la fuerza o poder casi divino, que representaban las garras de tan digno y natural adversario, el gran plantígrado del Norte. Era otra época, sin duda.
Un mortal capaz de derribar a un animal tan poderoso, con tanta resistencia ante la adversidad, tendría pocos enemigos a su altura. Quizás por ello, Iñarritu ha contado para tan noble papel con un derrotado en mil batallas, por los premios de Hollywood como Leonardo DiCaprio, gran favorito para la mayoría este año, incluido el presente. Di Caprio se ha encaramado a la vida, por ganas y calidad de su interpretación conceptual o física, ha vencido a la oscuridad mental para convertirse en un héroe de leyenda en El Renacido, creo en general, como la luz ha llegado entre acólitos o sus habituales enemigos. Donde Iñarritu indaga en su fuente de poder sobrenatural, al lado de un viaje existencial por territorio esquivo, entre el frío y la oscuridad, que despertará conciencias de hombres enfrentados, de valores tan separados como la codicia o el color de las pieles.
Como contrincante destacado, en nivel superlativo de presencia y caracterización (ya presente en numerosos trabajos anteriores), se elige a un actor tan increíble como Tom Hardy, un acicate más. Ambos actores a vida o muerte en sus trabajos, recital de pasiones y expresiones innatas, gestos que derrocharon potencia interpretativa, en consonancia con la quietud natural y la perturbadora venganza. Los dos son merecedores del aplauso del público y la crítica, porque son ambas caras de una misma moneda, el hombre y las ancestrales creencias del rito, compañeros rivales en una aventura hacia lo desconocido.
Ex-equo junto al director mexicano, marca el triunfo de lo esencial. Del espíritu sobre el materialismo y la negación del prójimo,The Revenant afianza la lucha antagónica de dos seres entregados a la división del todo, en viaje desbocado por la moralidad o el fracaso del humanismo, en época lejana del verdadero renacimiento artístico o intelectual. Aquí, triunfa la violencia en brazos del amor perdido o ese machismo primitivo de otros siglos, la muerte injustificada de víctimas silentes, a la intemperie de ríos que llevaban al final de sus vidas. De frío en las entrañas.
La belleza del horror en parajes inhóspitos, los gritos ahogados por cuajarones de sangre en sus lenguas cuando las palabras se propagan como el odio. Sin respeto a la diferencia o la primitiva creencia tribal, todo se intensifica entre la caída del hijo y resurrección del padre. No un orador, ni un religioso iluminado por la verborragia, ni locuaz shakesperiano en la dialéctica teatral. Sino, frontiersman asilvestrado en la fatalidad. Un nuevo ganador de Oscar, sin palabras.
En sus pinturas negras, cercana y próxima en el tiempo a la historia real de El Renacido, una obra sobre la conciencia humana que el mismo Francisco de Goya retrató, con esta rivalidad de dos hombres en Duelo a Garrotazos, que parecían enterrados en un material incoloro, casi blanquecino (realmente el tiempo se encargó de mitigar el terreno, junto a la escasa conservación de antigüedades pictóricas). Fantasmal, lienzo en esas fronteras que en The Revenant se encaraman a la bestialidad u odio en la nieve. El ayer como el hoy, aún no comprendido del todo, de mortales que repiten iguales circunstancias, sea en un campo castellano o en la helada estampa de las Rocosas, en las Montañas Blancas de Arizona o la Sierra Madre. Los hijos imitarán los errores de sus mayores, y las generaciones se mirarán en charcos de sangre de sus antepasados... ¡pero no ven!
Iñarritu reaviva los ritos sangrientos de aquel espíritu salvaje del oeste, y ha construido una monumental obra de supervivientes y caídos. En las escarpadas estribaciones, hacia el atardecer lechoso del día, se lucha a rostro descubierto con miedos propios o tu indefensa debilidad. Entonces, la herida se curaba cortando la carne, cuando el calor del hogar fue destruido por la explotación de riqueza que os llevó a un mundo distinto, apartado de grandes ciudades. Ruido de sables de Duelistas de otra época, como en los Inmortales.
En cambio, aquellos grandes jefes tampoco necesitaban palabras huecas, ni permitían que hijas fueran víctimas del mal de los hombres, del abuso o deseo enfermizo y la muerte intuida por incomprensión, otra aniquilación de cualquier indicio humano por culpa de residuos sociales atemporales o desquiciados con la violencia generalizada.
The Revenant, significa la vida o la muerte... en manos de un mexicano iluminado. E ilusionado con la pasión del cine.