Todas las leyendas bélicas, empiezan con una fractura. Algunas con una maldición...
Y todas las antiguas sagas enraizadas en la brujería y la caballería, se retuercen dramáticamente entre seres imaginarios, princesas, héroes y villanos, fuego y sangre, desde que la magia es magia.
Todas emergieron de la mente abierta para rivalizar con la historia verdadera, mucho más comprimida por los hechos, desde La Comunidad del Señor de los Anillos y sus diferentes razas ancianas, hasta los combatientes más modernos, que dentro del invierno infernal condensaron un Juego de Tronos.
The Witcher de la showrunner Lauren S. Hissrich (Daredevil) es una creación para Netflix que ahonda en esos universos, donde se mezclan ambas categorías eclépticas, la ciencia ficción o la fantasía. Más todos sus seres fantásticos en danza macabra, a veces muy sangrienta, y los elementos esenciales de la Edad Media. Sucesos mortales como la rabia o la peste, con cicatrices que recorren esta tierra conocida como El Continente.
Un mundo recreado por el escritor polaco Andrezj Sapkowski, recopilado en una serie de cuentos cortos que terminan en una batalla inicial y que recopilan fábulas y glosas, de las mitologías tradicionales, como la centroeuropea, la eslava o la nórdica.
Desde las comarcas verdes y arboladas, a las torres cenizas de la Tierra Media, se filtran los rayos del Mar Caspio o Mesopotamia en la realidad histórica, que recogían versiones del mitraismo o zoroastrismo de Persia. Pasiones con sus alabanzas místicas al rey Sol, como guardianes del legado de Zaratustra, otro astrólogo, ilusionista y adivino, uno denominado ´magi` que señalaba al cielo vestido de hechicero con vestiduaras blancas (o negras, depende del acto), con su tiara y haz de ramas de tamarisco. O no...
El caso es que, tras la caída del Imperio Romano a mediados del s.V, se produciría la gran expansión de los pueblos eslavos y germánicos, como los godos en diversas latitudes, con esa cultura tradicional basada en difusión oral entre generaciones, que fue recalando en los pueblos europeos como la pólvora... como el hechizo, la enfermedad y el fuego. Como el horror.
Otros muchos autores, entrarían en ese juego imaginario, luchando con guerreros fornidos y alambicados, donde se reproducían las artes mágicas y la fuerza de la espada. Como las que se fundieron en la piedras redondas del castillo de Camelot con Merlín y el Rey Arturo, o forjaron sus músculos indestructibles sobre los hombros del Conan, de Robert E. Howard. Es decir que, todo comienza... con un Érase una vez...
La Historia.
Hubo un tiempo, no demasiado diferente al actual, en que las culturas chocaban entre sí, humeantes y salvajes, como los asteroides bombardearon en la confección universal, a los infinitos planetas en su circunvalación estelar o alrededor de un gigantesco agujero negro. Todo parece luz y obscuridad, como siempre. Puede que... con una pizca de... Magia.
Era un universo de conflictos envenenados que buscaban el poder y la gloria, con batallas sangrientas en la arena y propagación debida de la numerosas hazañas personales o las epopeyas bélicas o fantásticas indoeuropeas. Guerras con fuertes raíces en la tierra. Y también plagados, de cierto romanticismo épico, muy novelesco o caballeresco, que entabla a su vez, una lucha legendaria con nuestros más profundos miedos.
Después, se confundieron los reinos antiguos en el caos, al norte y el sur, con las razas magníficas y los monstruos, circunvalando el bien y el mal. Hechos que se escribirían en partes recónditas de la memoria, junto a las primeras recopilaciones mágicas o mitológicas, conocidas como Eddas, sacadas del boca a boca, de las piedras filosofales, los rituales o sacrificios, el honor y el amor.
Como dijo Plinio el Viejo, hablando sobre los druidas de otras épocas antes de la romanización en marcha y que eran recolectores de hierbas extrañas, como sus ejemplos en su Historia Natural... "Los druidas (llamados así a los magos), no tienen nada más sagrado que el muérdago y ese árbol que lo sostiene, siempre suponiendo que sea un roble... Pero ellos, sólo eligen arboledas de éstos, para buscar la planta, aunque nunca realizan sus ritos, si no es en la presencia de una rama de él...
De hecho, creen que todo lo que sobre él crece, ha sido enviado desde el cielo y es prueba de que el árbol fue elegido por el dios mismo. Sin embargo, el muérdago se halla rara vez sobre el roble, y cuando está, se recoge con la debida ceremonia religiosa. Si es posible en el sexto día de la Luna, ya que ellos llaman al muérdago con un nombre significativo en su lengua, el que todo lo cura...
En banquete debajo de la arboleda, los druidas traen dos toros blancos, cuyos cuernos se atan... Y vestidos con sus ropas blancas, suben al roble y cortan el muérdago con una hoz de oro. Sacrifican a las víctimas, rogando a dios que otorgue el don propicio a los que admitió. Ellos creen que el muérdago usado como bebida, da fecundidad a animales estériles y sirve de antídoto ante todos los venenos".
Como curiosidad de la época infantil y la lectura de aventura, Panorámix la cortaba con su hoz de oro para cocinar la pócima mágica, y se cree que fueron los italianos los que la relacionaron sus 'poderes' con el amor. Pero bueno... volvamos al conjuro.
En la forja crecieron los gnomos o enanos, la estratificación entre elfos blancos y negros, como en una partida generacional de elementos clásicos e imaginarios, los duendes de bosque u otros, los hombres lobo, los trolls, ogros o demonios, que saltaron el charco desde la lejana Escandinavia e Islandia.
En el siglo XIII en plena etapa medieval, estas sagas caballerescas del relato corto o paettir, como las de epopeyas anteriores en versos, reducen su tamaño a lo estrictamente básico o lo que se representa actualmente, convergiendo en las famosas tres tribus amigas, aparentemente. Familias que evolucionaron en la Literatura fantástica y que divulgaban a los dioses diferentes, con distintos estados de la fe, también las novelas confrontarían paladines en torno a un torneo y el nombre de una dama. Se defenderían de las fuerzas infernales, se conformarían grupos heroicos, liberarían proscritos olvidados, desharían hechizos... o rehuyen, poetas, como hasta hoy.
Esos Bardos, o también llamados escaldos (no sé si saldrían escaldados en tales ofensas), pudieron cantar esos cuentos escuetos por calles sin higiene, contaminadas y los ojos de niños desnutridos, se abrirían de par en par, olvidando los monstruos. Trayendo historias lejanas de Ragnar Lodbrock o simbades en tierras extrajeras, viajes y odiseas entre arenas desérticas, mares infectados de sirenas, arpías, minotauros, cíclopes y nigromantes...
También de peligros en cavidades estomacales, tragados o consumidos, de deformidades que aterrorizarían al mismo monstruo de Frankenstein, derramamientos de sangre entre colmillos puntiagudos que atacaban al anochecer, batallas entre muertos revividos, espadas todopoderosas casi irrompibles, confusiones o dramas familiares, hechizos en piedra o el corazón... y, por supuesto, regueros de fertilidad en el sentido más eterno y humano, de la antigüedad.
Los eslavos se identifican con el grupo etnolingüístico más amplio de Europa, que nació al norte desde los Cárpatos y sus famosas historias de terror en el S.VI tras la fractura romana. Pero no confundir con los valientes nórdicos más anclados a Escandinavia, sino al espíritu balcánico o las antiguas repúblicas soviéticas... pero ese, es otro cuento.
La Hermandad de los Hechiceros.
Has visto cabalgar en su caballo albino al gran naturalista cósmico y poderoso, Gandalf, junto a sus amigos hobbits, entablar una batalla a muerte con el siniestro Saruman en los fosos de Mordor o el fuego del balrog... Has escuchado la leyenda del mago ilustre conocido como Merlín, enfrentarse a a la temible hembra que engendró al hijo de la muerte y maldijo la historia romántica de Camelot, una bruja de armas tomar como Morgana.
Sus maldiciones fueron épicas, como las pirámides de Egipto o el libro de los muertos en explicación de esa odisea vital al más allá, como los espíritus sagrados de Persia o las diez plagas de la Biblia... Para algunos, otro cuento como las doce pruebas de Astérix... o Hércules.
Allí es dónde se elevaron aquellos nigromantes o magos negros, junto a las pirámides de África o Sudamérica, aunque también haberlos haylos en femenino, como las meigas... como en las estepas heladas del Kepler 22B de Raised by Wolves, que aprehendieron sus artes en los recónditos escondrijos del alma, grabados a fuego y azufre, o en lugares más obscuros que una memoria de carbono, más que la Academia infantilizada de Harry Potter o la de Aretuza en esta parte amarga del Continente. Luego vendría, lo que vendría... la realidad y la sangre.
Sangre viscosa que no se iría con un simple baño, calentado con fuego de leña. Esto no es mágico, pero te deja niquelado.
Fue una época mucho más sucia, siniestra, la Edad Media, plagada de fantasmas reales, con la guerra en los talones, comarcas señaladas por la ley, caballeros cruzando mandobles a diestro y siniestro, escudos ensangrentados, deformidades producto de la enfermedad o el parto poco profiláctico, que hacían perder la razón, a víctimas y victimarios. O la vida, sino ambas...
Fraudes provocados por la rapiña y las prácticas indeseables, conjuros que se extraían de relatos confusos, acusaciones que marcaban con el dedo social, valientes que se arrojaban para combatir a las fieras, y nuestros propios demonios... Es decir, leonas de Cintra con poderes ígneos, guerreras que no podían quedar en cinta lascivamente, y Lobos Blancos, con los ojos inyectados, en no sé que color o fluido.
En la Saga de Geralt de Rivia, se solía comentar que los hechiceros más jóvenes, apenas llegaban a los cien años, y ya tenían numerosas batallas a sus espaldas, u otro miembro corporal. Porque en The Witcher existe esa tendencia a la horizontalidad, a los excesos de cualquier tipo o engendro familiar, a la provocación para excitar a diestro y siniestro, a las famosas bacanales romanas, que acá se traducen como ensoñaciones de la dama negra, o posibles aquelarres para combatir el aburrimiento del medievo.
Por tanto sí, hay sexo a raudales, no tanto como algunos desearían, como igualmente hay desmembramientos y decapitaciones, porque las espadas cortan, y mucho... No tanto como las lenguas, aunque Henry Cavill está más cerca de un Terminator o guerrero Head Hunter de un film de serie B, o incluso Predator, que del parlanchín mago Gandalf. Aunque un tanto sentimental...
Aquí los astrólogos antecesores o los adivinos atemporales, andarían algo perdidos, pues no se les conoce pareja, ni tan siquiera sueños de una noche de verano, y eso que realizaban sus correrías mágicas entre amazonas, titanias, oberones o reyes de las hadas. Más bien, son pícaros duendes o pendencieros, como un tal Puck, miembro teatral de la Compañía de Shakespeare.
Juego de Razas.
Las tres más famosas, se juegan en tablero tridimensional de norte a Sur, lleno de sorpresas o trampas mágicas, como una posible conciencia interior o deseo... de que no estamos solos.
Por las venas hermosas de la actriz Anya Chalotra, corre la generación élfica que se mezcló en un convaleciente infortunio, que desnorta a su personaje conocido como Yennefer, la élfica sexual.
Y es que, una parte de los elfos literarios, salidos de la nórdica mitología, deambulan entre la magia de carácter blanco y el negro. Son de gran belleza y pureza de espíritu, por lo que atraen a los salidos humanos, salidos del norte hasta el sur, dónde se hace mejor el amor, dicen... produciendo una nueva estirpe, sin orejas puntiagudas, salvo la hija de algún cantante del rock. Un bardo de la guitarra eléctrica.
Provienen de la palabra escandinava, alfar, en referencia a la deidad de la fertilidad en la Germania, que ejercían en bosques de Europa, dentro de sus cuevas para lo que no hacía falta mucha luz y húmedas fuentes. Además son inmortales a simple vista, o longevos si se interponía alguna flecha envenenada, con poderes mágicos, de pies a cabeza.
Por otro lado, no el obscuro del alma humana, están los enanos, que son un fotocopia del valor y la amistad, pero con mala leche o bastante agria, en la superficie. Esto es, un poco de ofuscación por mirar desde otro punto de vista. Son trabajadores duros y forjan sus herramientas para extraer metales preciosos, pulir diamantes y romper alguna que otra crisma, si es de orco o un demonio, mejor que mejor.
Van en busca de dragones, para reclamar lo que un día fue suyo, pero otros se conforman con algo expropiado, como una garra debido a su gran poder flamígero, un diente de dragón que prácticamente indestructible y garantiza resistencia a la magia y las quemaduras vitales, y su corazón. Que en estas tierras, corren rumores no garantizados, de que pueden revertir las señales petrificadas de la reproducción. Si consiguen cazar uno, aunque no sea dorado.
Elfos y enanos, príncipes, principesas o mendigos proscritos, guerreros con corazas impenetrables, personajes escondidos en las páginas de la literatura infantil y juvenil que, sin embargo, tienen defectos, prioridades y pasiones, como las de los humanos. Con un carácter más esencial dentro de los errores de nuestras generaciones, y que viven en algunas ciudades nórdicas, que tienen la amenaza de un ataque, en las manos de unos humanos llamados nilfgaardianos por su reino de residencia y sus múltiples asesinos a sueldo, algunos con efecto doppler. Un asedio casi místico, que no sé si me acaba de convencer, pues en esta división del Continente, también me parecen más redondos los primeros capítulos que los postreros, esto es, más cerca de la historia de Geralt en su "The Last Wish" que de la última "La Batalla de Sodden". Habiendo por medio, interesantes referencias a cuentos clásicos, como Blancanieves, la Bella y la Bestia, o maldiciones a lo LadyHawke, de nuestro querido Don Richard Donner, que en paz descanse.
Mientras en la real Tierra, unos siglos antes de la definifición histórica del Medioevo, los escandinavos idealizaban la guerra en múltiples avanzadillas a tierras extrañas, los celtíberos al Sur, se coronaban como grandes dinastías; en Europa Oriental se extendieron monumentalmente los pueblos eslavos, con grandes temores en los límites de sus fronteras, frente a las tropas grecorromanas en decadencia, los etruscos, esos celtas y aquellos fenicios del Norte. Esta es la historia, hasta ahora...
Sí hay algo claro, o argo llamando a los argonautas, y es que aquí el Norte, no es como en Game of Thrones, aunque sí existan los dragones y Melissandre.
Los Monstruos.
Es la historia oculta de nuestros miedos, convertida en auténticos bestsellers, que siguen millones de aficionados al scifi en todas las latitudes, nuestros demonios escondidos en la sombra de la memoria. Nuestros queridos fantasmas reales.
El contador Sapkowski los recopila en estas versiones del mundo nórdico, como cuentos de aquellos viejos druidas (que surcaron tierras de España también, Gran Bretaña e Irlanda, la Galia y la Italia septentrional) y sus enemigos, o no tanto, los monstruos.
Porque en The Witcher, componen una forma de vida más, donde casi son más peligrosos, los influjos de hechizos sobre humanos o sus personalidades psicopáticas, que los mismos dientes del bicho. Excepto los más endiablados, que reviven como picaduras venenosas o las cosas viscosas de los pantanos, que se mueven por esa necesidad de carne, prácticamente indoblegable... como la necesidad de compañía. Salvo para los más brujos o burdos... bardos, imbuídos por la indefinida ´awen` o también conocida como inspiración, algunas veces con forma de mujer, más o menos anónima.
Faltan algunos, monstruos digo, que podrían aparecen en nuevas temporadas de The Witcher, y que a ciertos seguidores, les gustaría que ocuparan un lugar más predominante en este Continente. Vamos que, necesitaríamos más lucha cortante y alucinantes apariciones... antes de que Ciri, entre en combustión definitiva. No sólo se va a dedicar al aprendizaje de las artes mágicas entre los humanos, digo yo...
Los enanos y elfos, quedan disminuidos en esta lucha, donde residían los trolls noruegos con su apetito voraz, aunque no haya hobbits en estos lares. Curiosos ogros, gigantes antropomórficos de los cuentos, cuya ubicuidad semántica significa brujería, trolldom. Los dragones estás siempre bien, desde su aparición en la cultura oriental o en su avistamiento ancestral desde el Apocalipsis, cuando se llamaba a Satán como la única serpiente antigua, o Leviatán como fósil de un ser antediluviano, que pudo confundir a los primeros observadores del pasado sobre el terreno. Hoy referente de J.R.R. Tolkien, de Canción de Hielo y Fuego, o de los archiconocidos juegos en serie, de Dragones y Mazmorras.
Caballeros y brujos, peleando a brazo partido contra todos esos seres, plagados de dientes y garras, algunos curiosos con forma de erizos humanos, una versión sin peligro de los licántropos. O los faunos que habitan en la fábula que son como asesores políticos o del corazón, dioses campestres y lascivos que perseguían a la ninfas, hermanos sátiros griegos con flauta. Mientras los nigromantes adquieren otra categoría más obscura, desde la bruja de Endor bíblica, la Odisea de Ulises el grande descendiendo al Hades y tratando de invocar a esos espíritus según la enseñanza de Circe, o los que salieron del vudú, el espiritismo isleño o la santería. Incluido los ojos elevados de Sauron.
Hay un caso curioso que se adentra en este mundo y no parece pertenecer directamente a la cultura, aunque sí a la impregnación, pues los djinn, son genios tradicionales ya, encerrados en una vasija que conceden deseos a cambio de la liberación. Son espartacos, pero retenidos por la voluntad de un hechicero, no por el dominio de un ejército... pronto hablaré de otro, que pertenece a ese gremio de rebeldes, con o sin causa. Pero será, en mis redes.
Por último, señalar una curiosidad narrativa que proviene del cómic y el mundo de la acción, más directamente a la estructura de los cambiantes metamórficos de Marvel o DC, que denominamos ´mutantes`, y a los que igualmente, pueden pertenecer cualquier individuo con unas características fisiológicas diferentes. Incluídos los magos o The Witcher.
También existen esos reflejos humanos, condenados en la desgracia de la sangre contaminada por el vicio o los estragos incestuosos (no confundir con la shtriga que es otro bicho), ya desde los faraones egipcios, la denominada kikimora que muerde como una alimaña, los muertos vivientes que son no humanos en categoría zombificada, y algún otro que me dejo en el tintero, porque acaban un poquito, digamos indispuestos.
En Geralt de Rivia, convergen los extremos, caballero con espada y vagabundo, huérfano y padre olvidado, amante y solitario emocional, hercúleo mutante, instrumento de muerte y salvación... Guardián entre el centeno, en tiempos fantásticos.
Ella es nigromante entre una camada de lobos, pero sin matriz. Hasta ahora...
La Fábula.
The Witcher lleva el divertimento en el morral con caos y sufrimiento, perversión sexual, algo de gore, sin pasarse, encantamientos románticos, alguna pequeña pérdida narrativa por el camino y, la guerra... que siempre se avecina en el horizonte continental.
El engaño es motor primordial, pues reproducen actos pasados de los humanos en los queridos monstruos, sustituyendo a los dioses por elementos mágicos... que parecen más reales, en carne y hueso, con todos sus poderes frente al mal. La guerra es la religión.
La salvación es un encuentro de los caminos bajo ese mismo Sol, que termina con el dolor, probablemente sin olvido. Lo que vemos o sentimos, no parece pertenecernos, pues no sabemos a dónde nos dirige... Tal vez, a la infancia de un nuevo Kaer Morhen.
La caza como la magia, requiere de un aprendizaje, como la gratificación en la fábula de la cigarra o la hormiga, u otras de remarcan los defectos humanos.
Aunque no se puede garantizar su efecto, resulta que los maleficios son muy tóxicos, ya lo combatían los oráculos y algún que otro profeta. Así que, esperemos que Geralt encuentre su Yen, o el Yang, que parece estar en manos de la Leona. Y el bardo que no dé mucho la lata, mira lo que le pasaba a Asurancetúrix.
Tal vez, tras el apocalipsis, suceda un nuevo Génesis... como en un nuevo planeta habitable, muy lejano. Tras rodar en tierras de Hungría, las Islas Canarias o el castillo polaco de Ogrodzienic. ¡Una fantasía real!