Clarice, ¿qué te ha pasado a lo largo de estos años?
Yo te recordaba, bueno la mayoría, como una chica arrojada, inteligente e independiente. Una joven introvertida, con ciertos debates o complejos morales, que provienen de tu infancia educativa...
Acaso no repares, en que ya no están entre nosotros, ni tu creador, ni tu retratador, ni los verdugos... sólo quedan los quejidos lastimeros de los corderos. Que probablemente pudiéramos ser, nosotros.
Excepto los que quedaron en silencio definitivamente, claro.
Siempre existen las víctimas inocentes.
Seres silenciados ante la perspectiva de un óbito, más o menos, anunciado.
Pero en aquella historia de 1988, tiempo de algunos crímenes no cerrados, se mascullaron los resortes psicológicos de un quid pro quo, es decir, de intercambiar una historia por otra. A pesar de los terroríficos ejemplos con los que te tuviste que enfrentar desde tu puesto como estudiante en la Academia del FBI.
Unos años después de lo escrito, se trasladó a imagen, llamando al timbre del horror moderno con tintes góticos y psicóticos que, como los retratos históricos más sangrientos, deberían ser irreproducibles y sólo deberían servir para aprender de ellos y evitarlos en el futuro.
Pero tu historia es un ficción dramática, entre Jack Crawford y el ávido Dr. Hannibal Lecter, en las convincentes pieles de Scott Glenn y Anthony Hopkins, eran otros tiempos para la lírica y la interpretación... Ahora, tú has cambiado con las manías, cambiando a la introspectiva Jodie Foster y una perseguida Julianne Moore.
Pero, tratando de evadirte a esa manida repetición de las imágenes, te has diluido como los humores en el ácido.
Sí, te vemos clasificando datos, como siempre, pero condenándote a la redundancia, la estigmatización o, lo que es peor, el olvido.
No has logrado esquivar el desprestigio que nos invade, como las gotas rojizas que salpican una bandeja con viandas de dudosa procedencia. Y has ido olvidando tu método tan personal, artístico y detectivesco, dejándote caer en algo bastante peor... el aburrimiento.
Sin embargo, todos los detectives desde Mr. Bogart, han nacido enmarcados en el cine más negro, o el suspense, y dejan su huella en nuestra memoria. Desde aquellas etapas bibliográficas que intrigaban con base a la permanencia eterna, es decir, la existencia atemporal, hasta traslados imaginativos que pasaron por el oeste salvaje, con atmósferas cero y otras variables o replicantes.
Pasado.
Casi como el recuerdo de un fallecido que aspirara convertirse en fantasma, dentro del seno de una familia doliente o en la mente individual de un ser querido... el pasado no es lo que era, ni se acerca levemente a la imagen original.
Si bien, ciertos retratos se interpretaron para quedarse inequívocamente, los años producen alteraciones que los convierten en eccehomos, pintarrajeados por encima hasta perder la esencia. Clarise eras algo rebelde, aunque no el Joker disfrazado de reivindicación gratuita, ¡xDio!
En este, tú último caso grabado en cinta digital, los entes fantasmales (policiacos o criminales), se confunden con los rucuerdos malditos de ayer, que a menudo nos visitan en el silencio... como si pudieran pensar los corderos, verdad Clarice...
Ahora, estamos todos atrapados en un contubernio de gravedad, a veces de falsa moralidad o en una especie de vórtice psicótico, que nos arrastra hasta el fondo de un oscuro pozo y cambia la perspectiva. Solitario y frío como una semblanza de la muerte, que se asemeja a la simple mueca.
Por tanto, es imposible aparcar esos recuerdos. Siquiera evitar silenciarlos en la noche, porque los verdugos siempre vuelven a aparecer dejando su impronta y desbastándolo todo a su alrededor. Como malvados Kruggers de la no vida, que afilasen sus cuchillas dolorosas sobre nuestra seca garganta. Profunda como el silencio, la liberación y el sexo.
¡Clarice, no has despertado aún! Continuas aburrida dentro de la misma pesadilla, pero en peores condiciones si cabe... porque pareces una caricatura, criatura.
Esto, la serie, es una pesadilla interminable de rostros y mariposas, sin lascivia. Si bien, aún restan unos minutos por visualizar in situ, que no creo que cambian esa perspectiva general con tus nuevos compañeros... Los personajes se han diluido en Washinton D.C., un maremágnum de desavenencias, de futilidad o la nada.
Los killbillies, antropófagos del alma, no son místicos dragones rojos u otros animalejos, te trasladan a historias deslabazadas sin miedo, que inventan las causas perdidas y convergen en la actualidad... Mas sin interés ninguno, ni carisma, ni orden... seguramente sin futuro.
Alex, no tengo el gusto de conocerte, ni sé cuáles son tus motivaciones artísticas, más allá de los reconocidos en ésta o cualquier otra vida. Como un guionista o productor en L.A., Mr. Kurtzman tiene un pasado plagado de fantasmas desde la fresca extravagancia silvestre y sexualizada de Xena, a los primeros pasos como narrador de historias en la gran pantalla, tal que La Isla... esa cosa moderna... Transformer o MI3 y sus explosiones, la semilla de Cowboys & Aliens o la espuria y acomplejada, Momia. Vamos que la traslación argumental, nos convierte en borreguitos trasquilados en el camino, desmantelados de personalidad, personajes abandonados a la intrascendencia, o peor si cabe... despellejados vivos.
¿Dureza? Bueno, inconcreción más bien, como las actuales imágenes redundantes en la CBS, flashazos de violencia inusitada, camuflada para nuestros ojos. Recuerdos que nos golpean creando una realidad paralela, que no nos importa, ni deja huella.
De una realidad que partió de la imaginación o la intensidad de la mente narrativa, para edificar una novela policiaca que pululaba y salpicaban al lector en el horror, como una polilla se agarra sobre la vestimenta para, poco a poco, ir masticando la glucosa. Firme... como un costurero sobre el patrón, imperturbable a los ruidos ajenos y las visitas incontrolables...
Has pasado de una ficción escrita a 24 patrones dañinos, por segundo, del recordado Jonathan Demme en 24 puntadas visuales sobre una película terrorífica definitiva, con 24 suspiros de terror por unidad de tiempo. Al abandono del buen gusto... o el malo, depende del protagonista psicópata.
Clarice y Cia, la serie de CBS Media, es un compendio cansino de todas esas torturas pasadas y disfrutadas por los seguidores de Hannibal, atravesados por velo de estupor que se repite hasta la saciedad, la desesperación, el descrédito y el aburrimiento.
Ya no pareces la misma, Clarice. Ni siquiera, piensas o te posicionas igual ante la vida y la muerte, sólo eres... mera carne de portada.
Hoy.
Cuando los viejos fantasmas regresan a visitarte, a veces no los puedes identificar, sentir o retratar... ni mucho menos, alcanzar el espíritu indeleble que representaban gráfica o narrativamente. Son insinuaciones, sin solución.
Ya que, recordando la efigie sobre la calavera, la obscuridad de pensamiento y la sordidez de los hechos, sobre el filme, la anterior representación nihilista de la NBC por capítulos y, por supuesto, la novela de Thomas Harris, no encuentras apenas, razones antropológicas, ni evidencias de identidad con El Silencio de los Corderos.
Del canibalismo nada, ni la trama enfermiza, el sadomasoquismo, la estructura y la ambientación, la transformación, la cadencia narrativa... nada. Por descontado, como dije, tampoco ¡el terror!
Era la base como la presión angustiosa, el tiempo que se termina, la gravedad mental, el humor negro, la devastación... simplemente no existen, han sido confeccionadas con otro tipo de piel, demacrada. Una mezclada con otros componentes incoherentes, que la difuminan o distorsionan, creando otra cosa.
¡Y no eres tú, Clarice!
La futilidad es una condena exasperante.
El suspense y el horror, se han ido por un sumidero narcisista, clasista de élite y edulcorado, quizá por el que dirán, o la desproporción de los elementos sádicos que causaban el contraste perfecto.
Lo bueno y lo malo, la amenaza de algo desconocido inimaginable, la devastación psicológica a la vuelta de cada esquina o cárcel. El olor y la náusea, que se manifestaba en cada retrato, pensamiento o visualización de memoria cautiva, que impregnaba cada poro de nuestras pieles como aficionados al género.
Los personajes parecen un borrón, salpicado a discreción, descoloridos ya no en la oscuridad, sino en la percatación preclara del postureo y el sincretismo social. Apariencia, una concesión al buenismo que nos reclama atención universal, intentando disfrazar el dolor, pues la muerte no interesa.
Por eso, se cometen estos crímenes virtuales, tratando de evadirse de la realidad y conducir el miedo a la reivindicación de la imagen público. El significado de la relativización subjetiva... si es que te dejas llevar a un estado catatónico. Como retratos futuros de Paul Krendler o Ray Liotta.
El personaje que teníamos en mente, parecía inmortal, pero no lo es tanto... Con la versión ha sido enterrado tras una cortina de humores, de risitas insoportables, como algunas presencias en la serie que solamente te alejan del original. Banalización de una historia que se deforma hasta el desmantelamiento, una mera estampa falsificada de aquella discreta agente del FBI, hoy atrapada en la VICAP.
La decrépita apariencia del pretérito criminal, se hunde con una suciedad inexistente, salvo algún muñeco puesto casi de rondón, de igual forma que el suspense, la estigmatización o la ansiedad, que parecen resbalones en un caso torpe y trasnochado.
El mal transformado en una estúpida fobia, en el que no habíamos reparado, los aficionados del cine de terror. físicos o espirituales, con los cambios evidentes de mariposas a capullos, mediocres agentes de élite o violencia extrema, que acá, no interesa en serie.
Hoy nos informan y aleccionan sobre una ficción, ponen sobre el ojo de la aguja (notable peli de Richard Marquand, por otro lado) algo que no viene a cuento. Que no repararíamos en, si el acusado del crimen execrable, fuera hombre blanco que mata o devora a su amante y que, a la vez, sirviera como bandera para salvar a todos los demás machos. No sé, nos habéis hecho un buen lío... es cosa de la generalización.
Clarice, ¿por qué?
Miss Starling, una prosopopeya en el dorso de una polilla, ya marcada por siempre.
En angulosa bifurcación de filosofía griega y romana, colgada con una máscara de levedad, inútil, adoctrinada, que se aleja de aromas antiguos y pestes. Una representación teatral de Hannibal en comedia, la operística del tratamiento invisible, en definitiva, de lo que significaba el silencio ante Clarice y esos chillidos, tan concéntricos y amenazantes, como los otros personajes creados por Mr. Harris. Memorias cinematográficas tras la resaca de un Domingo Negro, con familia o amigos.
Ayer dimos un respingo, hoy nada.
Mañana.
Harris escribió esta obra por fascículos terroríficos, para agarrarnos por el pellejo y arrastrarnos a lugares insospechados de la mente, cocinando con nuestras vergüenzas y sirviendo en bandeja, esa parte animal que persiste en la obscuridad. A una libra del peso total de nuestra conciencia, o cualquier otra salpicadura ética por el estilo. Suciedad ambiental en el individuo, que condujo el lujo escénico de Mr. Demme en ese perturbador 1991.
Se me ha caído la cara, tras la máscara.
¿A qué se debe esta ocurrencia, de lo políticamente correcto? ¿Y la irrelevancia de algunos personajes?
Extrapolar el argumento a una advertencia genérica que sirva de reproche a la sociedad, con una puesta en escena de amistad supuesta, compañerismo de pancarta y el activismo visceral... pasando por encima de los personajes... ¿Para qué sirven esos diálogos... y sus comedietas funestas?
Para rellenar por completar, una cuota, un porcentaje de corrección... un pago a quién... Gracias a una apariencia que desvirtúa la historia ambientada y la ficción.
Entonces esa parte animal que reside en nosotros, desde tiempos remotos al borde de una charca fangosa y simiesca, ha pasado a un Hal social de apariencia. Circunspectos desarrollos sin personalidad perturbada, hacia un apuntalamiento de lo discriminatorio, de un panorama con estética enfermiza, a consideración simplista de la colectivización y cierta venganza... como si no pudieran existir lobos con piel de cordero, en todas las estructuras sociales o posiciones...
Un caso de divorcio, que no viene a cuento. Más rivalidades genéricas... Por supuesto, también en la mente de los agentes de policía, que aquí parecen una institución enfrentada... con sus propios fantasmas. Esto es, un monstruo reprochable con varias cabezas, un dragón rojo sin fuego en las fauces.
Pero dejando patrones sexuales a parte, hay que recordar que Jonathan Demme (director de El Silencio de los Corderos), se alistó a filas de Roger Corman y abrió esas puertas mentales a una desproporcionada violencia con el nombre de Explotaition Films, reclamando la estética colorista de la sexualidad en la Hammer en los 70. Como después se especializaría salvajemente en la estrategia de Dario Argento para aterrorizar con nuevos aires, un aprendiz avezado de Mario Bava.
Otra cápsula del tiempo entre Hitchcock (recordando su penúltimo Frenzy), que vuelve a estar de moda, la Lolita de Nabokov y el salto a la pornografía, que tras varias décadas acabaría retratándose en las Crónicas de Times Square o The Deuce. Dónde también había suciedad, crítica y... muertes.
Evidentemente, la ficción de Harris parece condenada a un mañana intrascendente, lejos de una notable Hannibal, con la pena del buenismo oficialista, y la superficialidad de las nuevas caras. Esto es, al lamentable olvido.
Y viceversa, la condena diaria sería como cargar con los actos violentos machistas, sobre la espalda de todos los hombres sin explicación... sin dejar de lado la sangrante realidad, claro.
Reprimendas colectivas hacia el espermicidio general, cuando en todas las ollas cuecen habas, y algún que otro garbanzo negro...
O como dice uno de esos elementos innecesarios, desvirtualización de la verdadera Clarice, ¡dónde te juegues la olla, no metas... lo vacuo!
En fin, el futuro es el clasismo digital que nos representa. Ni los buenos parecen tan buenos, ni los malos tienen determinado rostro, aunque una violencia esencialmente sea masculina. Puede que no existan los trastornados genéricos en determinado ambiente, pero sí los depredadores o los malvados en general. Y salvaguardar la ficción.
Los futuros monstruos tienen dientes para devorar, o garras para despellejar, mayoritariamente con rabo... Pero, Clarice es cine y esta vez, claramente, fracasa en el divertimiento... y el terror.
Por último... creo que, sin comprometer a nadie, Mr. Hitchcock no pensaba en la recriminación sexual o la criminalización generalizada del transformismo en su Psicosis...
En definitiva, la crisálida ha mutado en un aleteo sin sentido, reiterado, en una superficie que ha desterrado el miedo de la ecuación. Conclusión de esta investigación: Condenada, e irrecuperable.
Clarice, sintiéndolo mucho, actualmente estás cayendo al vacío... a un pozo sin fondo. Quemada como un truco reiterado ante la cámara, y lo más dramático es que, esencialmente, va a ser muy difícil revocar esa imagen.
Eres un fantasma irrecuperable, herido por monstruos deformes del pasado y algún que otro cordero...
Todo resulta tergiversado en exceso, tanto que parece exigido por una clausula oculta. Como un rostro memorizado que nos cuesta reconocer en la joven actriz Rebecca Breeds... no pienso que por su trabajo.
Tanto que, únicamente, te puedes divertir con sus chascarrillos y confidencias, si en ella ves la imagen parecida... de la querida (no por todos) ... Isabel Díaz Ayuso.
Es la serie o no, ¿un chiste...?
Silencio ¡pssst!