Holocaustos de religión.
Nos encontramos quince años después de terminada la Segunda Guerra Mundial, pasando por diversas localidades de la región de Lodzkie (Polonia) que han cambiado en el tiempo y el espíritu desde aquellas atroces consecuencias de la masacre. Ahora, su capital Lodz es una ciudad moderna con atractivos espectáculos musicales que tienen como protagonistas grupos del tamaño de Deep Purple o Judas Priest.
Sin embargo, no estoy en una sección de cine para comentar la participación de un sacerdote llamado Judas con sus poderosas guitarras, porque la película que entra en Cinecomio habla sobre la religión desde una perspectiva mucho más clasicista, más bien sus jóvenes novicias y la búsqueda de restos familiares que fueron enterrados y masacrados durante los años del terrible holocausto.
Ida, es una joven como podría ser cualquiera de las demás de su época, aunque creo que el pensamiento de aquella etapa de la historia, a veces puede confundir a los espectadores al trasladarlo a la época actual. En 1960, las heridas estaban aún demasiado abiertas para gran parte de la sociedad polaca y judía, estampa que podemos comprobar en el papel de la actriz Agata Kulesza, una mujer de armas tomar e ideológicamente presionada por los actos acontecidos desde la izquierda, en una venganza que ahora arrastra su decadencia por las camas regadas de alcohol.
En contraposición hallamos a esta guapa muchacha, encuadrada con su pequeña nariz respingona y sus ojos de inocencia angelical dentro de una vestimenta demasiado seria para su edad. Pero, se trataba de otra época y la educación otorgada a una huérfana por aquellos tiempos podía llevar a equivocaciones irresolubles.
Exactamente como ahora.
En este aspecto de una enseñanza propia de otros tiempos, no laica, el filme Ida podría entroncar con el drama contado en La Cinta Blanca de Michael Haneke, pero se queda en una formalidad que deriva hacia lugares más lúdicos de la mente religiosa, en lugar de extenderse en los efectos de ese aprendizaje. Aunque sea voluntario es injustificable, ya que también existen sociedades que educan a los hijos entre armas para su dedicación posterior al negocio inmoral de la guerra.
El director Pawel Pawlikowski sincroniza con imágenes en blanco y negro (con medida televisiva de 4:3) como una trampa cerebral de la protagonista interpretada por una jovial encorsetada Agata Trzebuchowska. Actriz que despierta a la pasión dentro y fuera de la pantalla seccionada desde los encuadres preciosistas en su descuidada estructura técnica. Como si fuera una película densa de Ingmar Bergman, pero desprovista de demasiadas tensiones conceptuales, porque todo el dramatismo de las secuencias funciona con la evidencia de un guion que podría haberse convertido en una búsqueda más girada hacia el suspense. Una pena.
Igualmente, Ida propone una fotografía contundente para tratarse de una película que habla sobre la religión católica, dónde los rincones retratados reflejan, en todo momento, la oscuridad de esos instantes tan luctuosos y la ambientación cargada de pesimismo. Viene a remarcar ese carácter de pérdida de sus protagonistas, vista desde dos vertientes tan distantes como problemáticas respectivamente. Tendrán consecuencias para cada una de ellas, viviendo a su manera.
La huérfana y la tía Wanda se enfrentan con factores ideológicos que no se comprenden ni aceptan, ya que su vida ha estado repleta de muerte y miseria, sólo que una lo ha vivido en sus carnes mientras que la otra, ha sido borrada de su existencia primera.
Tanto que, casi todo, lo que se respira en el filme (producido entre Canal+ en Polonia, Italia y Dinamarca) es extremadamente oscuro. Salvo unos zapatos de tacón y, algo que pudiera cambiar el sentido de aquel escenario tan negativo. Algo como la música que elevará el espíritu de cualquier jovencita a la apertura y el descubrimiento.
A aquellos que no están acostumbrados a la contemplación y el éxtasis carnal, desprovisto de cualquier otro artificio que la imagen, provocadora o no depende de cada uno, verán en Ida una tratamiento narcoléptico de primera magnitud. Mientras que, los críticos y entendidos en cine, que disfrutan con la moralidad compleja (aunque demasiado escondida en el silencio) o los espacios arquitectónicos y las formas reflejadas con excesivo estudio de la composición, encontrarán resquicios en el velo para iluminar un rostro tan dulce y discreto, como poco comunicativo.
No sabemos en ningún momento que le pasa por la cabeza a la protagonista, sólo los efectos que causa a su alrededor. Excepto alguna cana al aire que otra, que funciona como un espejismo de la realidad claroscura.
Así Ida conseguiría en los Premios del Cine Europeo con los principales galardones y alzarse como mejor película de habla extrajera en diferentes academias europeas. Ahora, veremos si los Oscars perseveran o dirigen su mirada hacia un relato más salvaje que la cinta polaca, como un leviatán que se alimenta de las almas de ciudadanos rusos en plena vorágine depredadora, otros protagonistas en la resolución de aquella barbarie ideológica.
Música de Marino Marini compositor ya fallecido que facilitara el ambiente con sus letras y canciones, a grandes películas como Rocco y sus hermanos. Y encontrarnos con la voz de una cantante y actriz de rostro tan impactante como Joanna Kulig, esforzándose en dotar de empaque la música italiana o acompañar al saxo tenor que interpreta piezas maestras de John Coltrane y música clásica.
A pesar de todo la complejidad en la composición de unos personajes atrapados en su propia historia, se escapan ciertos rasgos extraños que hacen dudar del relato en su tramo final. Son pequeñas decisiones que funcionan como una escala musical perdida en una escalera vacía hacia el cielo, que no sabemos si suben o bajan. Que no dibujan un sentimiento de culpa pecaminosa ni una sensación de libertad, únicamente un hermetismo reflejo del argumento.
Tiene un referente lejano en el rostro idílico de Audrey Hepburn en Historia de una monja de Fred Zinneman, estrenada en 1959 cuenta la historia reflejada durante la misma campaña bélica y una amplia indecisión crítica del estamento religioso ante los elementos criminales. Algo con la misma raíz pero en diferente dirección, para esta monja dedicada y el papel principal de Ida.
Por tanto, el riesgo queda embellecido por la fastuosa fotografía y el dramatismo de una memoria histórica que sólo trae más oscuridad, a través de ventanas que dejan entrar aquellos ecos de muerte entre vecinos, entre niños que jugaron una vez juntos sin mirar su entidad familiar ni creencia. Pero echo en falta, algo más de atrevimiento.
Ida aporta un romanticismo que pierde la partida ante la educación más moralista.
Reflexión: Tanta Monja, Moja Tanto. :D
*** Buena ****
John Coltrane - Naima
Adriano Celentano - 24000 Baci
IDA, reż P. Pawlikowski