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jueves, 27 de noviembre de 2014

The Zero Theorem.


Del 75 al cero.

Lleva en su espíritu observador y curioso, la pasión por la imagen y las historias que cuestionan conceptos únicos en el ser humano. En el conocimiento y la experiencia de sus setenta y cuatro años (recientemente cumplidos, felicidades por muchos más) ha concebido una carrera como director de cine, simplemente, peculiar y atractiva. Siempre al borde de la frontera de lo real y lo imaginario, naciendo desde sus comienzos como animador y dibujante cuando sus ideas se impregnaban de surrealismo mágico, ácidas interpretaciones de la sociedad y el comportamiento humanos, y un sentido del humor que llamaría a las puertas de los cinco ingleses más alocados en el mundo cinematográfico, the Monty Python.
Terry Gilliam nacido en Minneapolis, fue el único no inglés del grupo cómico que se convertiría a la nueva religión británica de la metafísica filosófica, la crítica más atinada y la magia del conocimiento.

Sin duda, los que nos vemos atrapados por esos mundos plagados de surrealismo, nos acercamos a Gilliam y sus películas como los adeptos a una droga con necesidad de sentir efectos distintos a la realidad del exterior.
El problema es que sus aportaciones se van espaciando cada vez más en el tiempo, y este sentimos que se nos agota. Estamos ante los comienzos de una nueva época y aquellos que se preguntaron ciertas cosas en su existencia, se acercan con curiosidad e imaginación a la época que se aproxima inexorablemente. Quizás en un ejercicio de autocrítica, para ver en que estado se encuentran esos sueños que se cumplieron, y otros no.
Como aquel superhéroe que tendría que escapar de la injusticia y los crímenes cometidos por una sociedad retrógrada, estancada en su visión del mundo, así tendrían que bautizarle con el sobrenombre de Capitán Caos.

Con Zero Theoreme vuelve a acometer alguno de aquellos temas que le inquietaban en el pasado, como el hecho preguntarse cuál es el motivo de todo lo que nos rodea, el destino de los hombres y su objeto, y sobre todo, si es cierto lo que estamos viviendo o sólo somos una pequeña cantidad de energía que está separada (y a la vez unida) del resto de los ciudadanos.
Esta búsqueda astronómica, con una premisa en forma de teorema matemático, es la excusa para que Gilliam nos vuelva a recrear el estado de las cosas en una historia entre lo futurista y la distopía, y con un amor desdibujado entre la frialdad sexual y el absurdo distanciamiento.

En muchas ocasiones, el mundo de Terry Gilliam pertenece a los personajes atrapados en su conciencia, (simplemente un espejo personal y crítico) dónde las pesadillas surrealistas y las relaciones tiene su sello característico, repletas de cierto barroquismo estético y los rostros ampulosos. Observamos a través de su mirada, los planos que identifican su abstracta opinión también seña de identidad del grupo británico, jugueteando con los tiros de cámara más excitantes sobrecargados de información y los grandes claroscuros que ocultan personalidades obtusas. Seres atrapados en un destino incierto.
Sus protagonistas poseen actitudes entre la locura y la genialidad, ocultos en un halo de misterio en sus pensamientos caóticos.

Estéticamente Zero Theoreme tiene recuerdos de anteriores filmes, paralelismos con otras famosas películas míticas construidas con su ingenio. Pero, en esta ocasión el director y sus sueños han tenido que contar con un recorte (no sé si buscado u obligado) en la producción, limitando las habituales y monumentales estructuras que derivaron de su privilegiada cabeza. Así, se da un vuelco al aspecto visual y espectacular, por la interpretación más cercana si cabe aún de este singular reparto encabezado por Christoph Waltz y un guion no firmado por el director, como habitualmente nos tenía acostumbrados.
El personaje de Qohen Leth, interpretado entre la convulsión y la contemplación de un hombre maduro, se envuelve de una aventura filosófica y metafísica para intentar acercarnos a la mente del director, con semejanzas a El Rey Pescador, algún viaje de Doce Monos o el Brasil de la década de los ochenta. Hermanas de sangre, aunque separadas por una calidad técnica fruto del recorte y los formatos digitales a modo de postal o videojuego barato.

En la película, el papel de Waltz tiene tantos matices que es fácil perderse en ellos (incluso pienso que él mismo anduvo algo errático en el trayecto), así como de algunos compañeros que se envuelven e esta locura racional y onírica a partes iguales. Una bella y sexy actriz francesa Mélanie Thierry se convierte en su escudera de andanzas y pensamientos lúdicos, lúbricos; Matt Damon y Tilda Swinton en sus registros cada vez más habituales, el excéntrico personaje de David Thewlis y el joven Lucas Hedges proveniente de los mundos igualmente imaginarios de Wes Anderson.
Sin embargo, no todo es tan fácil como visualizar sus interpretaciones, pues identificarse con ellos requiere de un esfuerzo supremo en este filme porque deambulamos por momentos de lucidez con otros que abren puertas a la confusión absoluta. El público puede salir con demasiadas preguntas, o simplemente olvidándose de la historia en un abrir y cerrar de, sueños.

Preguntas sobre la racionalidad y la imaginación, lo personal y lo universal.
Un mundo en que los sueños, como alucinaciones ocultas, se viven dentro de una realidad virtual que chocaría con ciertas disquisiciones moralistas o científicas, en trabajos que transforman a los seres humanos en meros observadores sin participación. Y cuyo motor final es la investigación para llegar a alcanzar el nirvana o la muerte física, por una puesta de sol infinita.
El guion de Pat Rushin está confeccionado con una mixtura de materiales y ecuaciones secundarias al personaje de Waltz, con una relación sentimental tan fría como poco creíble, definitivamente desarmada de atractivos visuales y descompuesta psicológicamente hacia una profunda superficialidad. La mujer irá perdiendo sus rasgos atractivos e inteligentes para convertirse en una extravagancia manufacturada y falsa.

Sin embargo, la película se fundamenta en los procesos internos del cerebro y la inteligencia artificial que se potencia hasta el infinito, creando una sociedad paralela de deseos e inquietudes sobre el existencialismo del hombre, y en general del mundo. Un individuo solitario que siente su vacío existencial entre diferentes presiones sociales, como el trabajo o la religión, el amor o el sexo, buscando una respuesta a mayor escala. La respuesta poética estaría en un futuro universal retratado como una secuencia perdida, que pudiera significar la marcha atrás en nuestra existencia. O el paraíso inmóvil.
El problema es que la instantánea que nos ofrece el filme es demasiado errático visualmente, y su aspecto estético se diluye entre procesos digitales de calidad dudosa y escenarios poco edificantes tratados en un proceso de editado simplista. Así que, en cierta forma, el resultado visual es algo decepcionante para un admirador de la filmografía de Terry Gilliam.

El punto de fuga este Teorema que tiende al infinito o al final más estático, es que sus estructuras son rancias (poca originalidad probablemente debido al presupuesto) y la escasa profundidad en las distintas ramificaciones temáticas, entre la desgana o las lagunas argumentales. Con ideas poco trabajadas, diálogos que van decayendo tragados por un agujero negro que engulle todo lo que empezó animosamente, o secuencias diluidas en una trama que se pierde por este desagüe estelar, tanto el trabajo dedicado de los actores como su interesante premisa inicial. Por tanto, el desarrollo es tan errático como sus dos últimas películas Tideland o The Imaginarium of Doctor Parnassus. Creo que estamos perdiendo a Terry para el Séptimo Arte, cuando necesitaríamos de su Sentido de la Vida de nuevo.

Exponencialmente, hecho en falta unos personajes secundarios con más importancia en el artificioso orden que se pierde en un todo, es decir más estratificación de las partes del guion, e igualmente más diversidad de escenarios. Codo contribuye a esta extrañeza, a esta situación de pérdida en el Teorema de Zero.
¿Al final seremos ángeles o demonios, despreocupados?
Como podrían haber dicho algunos de los componentes satíricos de los Monty Python, todo el producto predestinado al fracaso, tiente al cero o al infinito.

** Regular **

Karen Souza - Creep (The Zero Theorem Soundtrack)

The Zero Theorem - Main theme (Soundtrack/OST by George Fenton)


Creep - Radiohead

Karen Souza - Creep (Live)

Cinemomio: Thank you

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