Una era de brujería televisiva, se consolida... como una bruma que se esparce lentamente.
Dentro de los mundos surcados por la fantasía, la épica es un territorio común a todos ellos, se suma a sus diversos habitantes como seres mitológicos, hechiceros de blanco y negro, malvados endiablados, seres monstruosos y, los guerreros. Sean caballeros o no.
De brujería y espada, se llaman a las leyendas, las odas o escritos.
Es una tradición que empezó oralmente, que se remonta a siglos de convulsión, decretos o ruegos, combates, volcanes y otros incendios. Cuando se buscaban respuestas, apenas hemos empezado a conocer la historia escondida en The Witcher... Eso, si antes, no leías los libros.
El amor disfrazado, bajo el brazo armado del mago Geralt de Rivia creado por el escritor polaco Andrzej Sapkowski, y sus controlados corolarios con el pensamiento, se ven reafirmados con el hierro afilado de su ´tizona` sin historia y sus escasas palabras.
Es mágico siendo moderno, porque todo es cuento de principio a final, como en muchos otros de la antigüedad, que influyó a nuestras pesadillas y sus elementos extraordinarios.
The Rise of Caos.
Durante una primera temporada, donde disfrutamos de muchas leyendas y el terror, casi Lovecraftniano, tuvimos bastante claro, lo que veíamos, lo que estaba sucediendo... lo que imaginábamos en las sombras.
No como los chupasangre de aquella mansión de risas, sino viendo la aparición de la lamia sacada de la mitología griega en el primer capítulo de esta temporada. Antecedente sexual de aquellos, sierva del mal y dómina de los hombres, como buena sadomasoquista vampírica. Bueno exactamente no, ya que estas alteraciones de la personalidad monstruosa, provienen de la sangre... del derrame con consumo.
Así que, el viaje se inicia como entonces, como todos aquellos que buscaban respuestas y encontraron un escuadrón de seres infernales, escondidos en mares o cuevas, puertas y otras mentes peligrosas.
Hasta en el segundo se mantiene la esencia, manipulando el amor con el cuento de la doncella, de la bella y la bestia, reiterada porque... esas historias siempre se repiten hasta la saciedad. O un cuerpo vaciado.
Como en la primera visita de Netflix a la joven seductora, o Lilith de los hebreos, donde se empezaron a vislumbrar las primeras tentaciones con el caos... ese viejo ladrón de estabilidad... este asoma con la belleza, sea morena o rubia... porque haberlas, haylas.
Así que empezamos a sentir la presión y la tentación, con menos sexo como es menester en éxitos televisivos. Pequeñas píldoras de violencia, no tan desatada como en el primer aviso del caos, ya que también se resiente hasta que explota frente a la monstruosidad o las maniobras para paralizarnos, bueno, más bien a los traidores... ¡Bonita forma de desangrarse!
Pero es prácticamente excepcional a la regla común de antaño, pues nos estamos acercando más (en los siguientes capítulos) a las intrigas sociales, políticas entre familias, o raciales.
Esto va a ser, un rasgo común en adelante... algo más extenso y aburrido. Menos agraciado en narrativa que en los Juegos por un Trono.
En el caos reina ella, como una aprendiz de maga sin escobas danzantes, pero con un espíritu tan errante, que va desde la formación como un ninja autónomo, hasta la posesión extra-dimensional.
Y ella, la bella, se llama Ciri que tiene más minutos que Pedri (hasta la lesión), interpretada por la actriz británica Freya Allan, sustituyendo en el poder a su madre y a Anya Chalotra desde aquello de la batalla del Monte Sodden.
Ahora aprenderá junto al hercúleo Henry Cavill en el hogar de los ancestrales luchadores con ojos diferente, en busca del control de natalidad de la monstruosidad. Vamos, una aprendiz de Conan el Bárbaro en aquel molino, pero con varita en lugar de espadón.
Todo lo demás, es rutina. Con alteraciones de la personalidad, investigaciones pseudoquímicas, monolitos terrestres de un siglo remoto, portales que no se explican, dominaciones, orejas puntiagudas, matanzas de primogénitos en venganza, seres con pose antediluviana o criaturas fantástica, y que son lo mejor al finalizar este segundo hechizo, he dicho.
Bichos pero cortitos, en extensión temporal sentencio. Una historia interminable con la fantasía.
Y es que toda la trama política, más cercana y cargante, interesa menos que un bardo descontrolado. Ya que es necesario, pero no sabes porqué... si no está bien explicado, ni cantado de Norte a Sur.
Eres poeta... ¿no? Pues, ¡abróchate la bragueta!
O la boca, majo... si no vas a decir algo mejor que el caos.
El Continente, contenido.
La Nigromancia es así... que te la crees, o no.
Depende de pequeños factores, que van de las percepciones visuales o sonoras, hasta la magnitud poderosa de la imaginación... que no es creencia. Más bien, ocurrencia a lo Dudlemore o Potter.
Los ojos del nigromante, son como salpicones oscuros de sus órbitas en el espacio, para demostrar que, frente a los monstruos es necesario convertirse en uno de ellos. Como ponerse un antifaz de lobo, para desafiar al poder de la némesis o entrar en puertas, que no sabemos a que lugar nos conducen. Un semidios en la tierra, o no, de Ridley Scott.
El resto del Continente, aunque plagado de palabras y rostros, no son tan divertidos como una buena batalla o se resumen con un relato de conquista y poder, que ocupan muchísimos minutos en pantalla. Alteran la sucesión de aquellos cuentos fantásticos unidos al miedo o el suspense, a los desmembramientos que producía el filo de The Witcher, a sus zonas erógenas que se ven capidisminuidas... o mermadas que es más común para los mermados, o mermas, bardos de la irritación sexual y el control de los contenidos.
Pero no del parental, que de ese, sí estoy totalmente de acuerdo, claro.
Por tanto, las edades se han concentrado en un rango más amplio, vinculado a la moda, es decir, a los saltos espacio-temporales, que manipulan la realidad... y la familiaridad de los elfos y sus telas blanquiverdosas. Esos amigos de la Comarca... y del Corte Inglés. Vale, vale, y del Betis, ¡campeones!
Saltos que se dirigen entre alteraciones de personalidad, nostalgia familiar, atracciones rotas, placeres mundanos como el poder y el oro, intrigas cortesanas, llanuras entre acantilados rocosos, apariciones fantasmagóricas y prehistóricas, de forma que todo parece estar dirigido a una Cacería muy Salvaje. Veremos lo que nos depara, el futuro
Sin embargo, en lo que es el Continente que abarca la mayor parte del tiempo, nos vemos abocados a un cierto, digamos... aburrimiento. Salpicado con esas celebraciones y diálogos, que se emprenden en la Torre Oscura, el hogar conocido como Kaer Morhen recreado digitalmente, según el testimonio de Lauren Schmitdt Hissrich, productora y guionista de The Defenders y la personalidad del televisivo Daredevil.
Y es que, este Continente, es un lugar catastrófico donde abundan los palacios y torres, los ambientes atmosféricos, la claustrofobia subterránea, los bosques, el caos penumbroso, las ráfagas de luminosidad celestial... pero en latitudes, irregulares que no sabemos recorrer demasiado bien, en los encuentros del triángulo protagonista. Con buenas interpretaciones, eso sí.
Entonces, y para no extenderme, pues ya nos invitan a una estructurada cuarta temporada... aquí reina la magia muy negra, la maldad que ejecuta el poder, salpicones de sangre viscosa, poca, métodos ancestrales y criminales, más otras bestialidades... que amenazan con multiplicarse. Con menos racialidad que en la Tierra Media, pero con enanos cab... digo gruñones. De eso sabe bastante, el sueño de Blancanieves. Fíjate de que lejos, llegan las resonancias clásicas.
Con menos batallas que, en las allá relatadas, por ahora. También se queda a unas jornadas del viaje de Robert E. Howard en cuanto a violencia y épica, como de las aventuras guiadas a través de los territorios de los Siete Reinos... En cambio, esta temporada segunda anda a la par, con efectos mágicos como en las infantiles recepciones de las Crónicas de Narnia de C.S. Lewis, sin exagerar, como las revelaciones semi-adultas de El País de las Maravillas, de otro niño llamado Lewis, Carroll.
Todo nos conduce a la vieja literatura de todas las edades, como en las dos partes de J. M. Barrie para el País de Nunca Jamás o Neverland, o los sueños interminables de M.J. Ende, dentro de un laberinto de queridos monstruos. Esto es la letra, que no la sangre.
También el caos, reside en esto, como un enfermedad contagiosa que se esparce desde la salida de la cueva de Platón, que nubla la visión a un mundo desconocido y sus sombras cotidianas. Nosotros, y nuestras diferentes versiones o razas.
El caos es una sensación, un hormigueo en los dedos, una grieta en el corazón, una coartada... para esconderse de la verdad. Una rebelión del averno, personal, sentimental... un coqueteo con las drogas y el alcohol, un secuestro de la razón... una debacle familiar. Un eslabón de la animalidad, perdido. Stephen King, lo describía muy novelescamente.
El Caos es Ella.
Una Puerta... interdimensional.
Lo que sentimos, pero no vemos.
Monstruos que somos, a la vez.
Una ventana a lo primitivo... la esencia.
Lo que apenas percibimos, porque se avecina en el horizonte... un titán descomunal que desafía al amor de los hombres y mujeres. Claro, siempre está escondido, como un ladrón o una genialidad.
Igualmente es algo que se adentra como una cuchillada traicionera del asesino, o una manipulación de asesina, sin saber a que puertas debemos acudir para detenerla... por consiguiente, es una sensación maldita que apaga la voz.
Siempre abunda el caos, en la mitología ya que son hermanas, y en la religión, que es su prima contra nuestros terrores... así, en la literatura, que es su creadora, como el boca a boca, en la era de la vida sin imprenta.
Este es el efecto que causa la serie The Witcher, establecer un eslabón indiscreto con todos aquellos famosos cuentos de la Literatura Universal, Infantil y Juvenil, sin rivalizar con ellos, sino acogiéndolos entre las páginas. Con algunas singularidades personales o estructurales, como es menester de la concentración narrativa, donde sólo puede quedar, la magia.
Por ende, no Michael en esta ocasión, es una niña que intenta devolver el tiempo a los hombres, frente a las brujas grises que dominan el tiempo y los variados espacios. Es la epicidad que oculta al romanticismo, con ejércitos preparados para la lucha eterna, entre el bien y el mal... tantas veces dicha, como practicado el sexo. Eso no es ella, porque no tiene la edad adecuada para el programa, sino prefiere la daga o los ojos fuera de sí.
Ella, el caos, es la segunda temporada de The Witcher, para lo bueno y lo, no tanto. El resultado de los libros (que muchos desconocemos), porque es el tiempo de la espada que desvencijaría a los monstruos, externos... o familiares.
Hasta que visualicemos el camino, padre e hija, esta temporada en televisión, puede resultar un tanto caótica a pesar de sus reconocidos personajes y sus labores representativas del gremio de Mickey Mouse en Fantasía, contra la indefinible obscuridad...
Escobas con vida contra el caos, desfilando frente a árboles de muerte e incendios espirituales de cualquier signo. Con esencias marchitas colgando de sus ramas, víctimas anónimas, como cubos que se desbordan en la historia.
The Witcher 2 se queda en la superficie, maldiciendo el tiempo, como un servidor esperando encontrarme con mi próximo encuentro con la pantalla amiga, o caótica, que también las hay. Brujas series...Pero, en el futuro, quizá vaya escampando un poco... parece que se delimitará el aluvión de sangre... como aquí.
No de ácidas lágrimas... no de antiguas familiares.