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sábado, 9 de abril de 2016

The Assassin.

Hou Hsio-Hsien, un taiwanés testigo de la Historia China.















La poesía en las imágenes del filme La Asesina, la trama confiere una sensación de irrealidad en el espectador que comienza en una pantalla panorámica tensionada en los 3/4 de un pasado cruel y un objetivo oriental, iluminado por el también lejano, blanco y negro. Desde aquí, arranca esta historia basada en la historia y el mito de una élite, ganadora del premio a mejor película asiática y mejor actriz para la atractiva Qi Shu y musa de pelo azabache. Describe aquella sociedad elitista de la Corte en el siglo IX y sus relaciones polémicas entre sí, o endeudada con aquellos sublevados de otras familias enemigas a dicho estado pre-feudal, más que por la demografía o la economía, la historia de sus ciudades, es la vida en aquella estratégica Weibo.
Tras las estilizadas paredes, nos encontramos al experimentado director Hsiao-Hsien Hou coescribiendo una historia de reencuentros (como su propia familia transitando de China hasta Taiwán), fue ganador del premio en Cannes y junto al actor Chen Chang (Happy Together, 2046, Eros o Tigre y Dragón) indaga de nuevo en unos personajes divididos por la sangre y los valores propios a dicha sociedad. Compuesta por guerreros del medievo que, significativamente, aprendían a diario sobre la muerte... y la naturaleza o esencia de las cosas. De los diferentes artes.

Sobre sus pequeños pies,
una tigresa azabache,
se gira y mira,
el suelo se aleja.
No tiene uñas, araña
con su mirada,
no ruge, se acerca
y descarga su daga.

Por supuesto que también puede existir la poesía flotando sobre la sangre, pues la decadencia de una era y esos lazos sanguíneos que se resentían en habitaciones privadas o respetaban hasta el final. Y curiosamente, el papel de la mujer en la educación o algo menos en los gobiernos de la casa o pueblo, no estaba reñida con la necesidad de cultivar la belleza en las artes. Aquí, en The Assassin se manifiesta de forma sigilosa, la diferencia entre la belleza y la violencia, veladas para caracterizar como en tantas ocasiones, a la cinematografía oriental.
El derecho de la mujer a tomar su propio camino, se enfrentaba a la educación exhaustiva, el uso de las armas y las artes marciales, en un filme atmosférico, La Asesina se encara su condición debilitada ante el acero y el poder patriarcal o militar, de ejércitos dirigidos normalmente por el género masculino.

Sin embargo, cuando esos condados se dividían en pequeños y regios feudos, la política intentaba mantener con dádivas a la sufrida población, para lograr un comportamiento exclusivo en la defensa general, como súbditos fieles a esa Corte debilitada frente al enemigo o sus ciegos inquilinos. Aunque, por otro lado, la violencia no puede acabar definitivamente con el romanticismo de una época mágica, donde las pasiones se desbordan y la natura se desdobla en sensaciones visuales o sonoras, casi táctiles. Entre traslúcidos y delicados visillos de seda. La expresión artística formaba parte indivisible de esta enseñanza, como la fotografía rubrica las sensaciones o las texturas. O reclama el valor de los colores frente al pretérito gris pretérito de un confuso comienzo, que crece hasta los tiempos de división, con las familias y tramas urdidas con la sangre perseguida del nexo familiar.
Porque lo verdaderamente importante, está por llegar cuando a la densa atmósfera se suma el sonido de la cítara, de timbales e instrumentos de viento, percusiones que se anticipan a los ecos de insectos frotando sus armas en atención a sus huéspedes de sexo contrario, o instrumentos para el vuelo de los caballos y su galope. Ella no emite sonidos, es la mantis, que se aproxima entre sombras, verdaderamente peligrosa.

En aquellas jornadas, la separación se haría más patente entre familiares, con tantas tensiones que provocan a los ojos inocentes de una niña de sonrisa apagada (si alguna vez existió) que crece con el espíritu de la venganza inculcado por una monja parlanchina y ofuscada, enfrentada a los reflejos dorados de una máscara silenciosa en combate de dagas afiladas, como dos fantasmas del pasado.
Esa es la medida del valor sobre su oscuro pecho. Esas sus armas preferidas para combatir... contra la mano adiestrada en la espada larga o la katana, el sigilo para esquivar sus trazos, o las flechas envenenadas hacia el corazón dolorido ayer, entre la manipulación e incomprensión de su juventud. Luego, se volverían adultos con prejuicios, en un mundo separado. Tal que ellos mismos.
Entonces el adiestramiento y una educada preparación para la muerte, no serviría para devolver a esa joven, la calma. Hoy es el hálito oscuro de aquella prima risueña, pero sigilosa como el color interior que marca su sangre, reclamando una parte de la vida que le fue arrebatada por unos hechos trágicos, perpetuados por grandilocuentes palabras.

Habla,
yo observo en la oscuridad.
Grita,
yo toco con la yemas de mis dedos,
la calma.
Sufre,
mi cabeza es libre y estratega,
prefiere el silencio...
y escapa.

Caminando entre un paisaje idílico y peligroso, dónde se producen mortales emboscadas en cualquier etapa del camino, lo explícito y real es el silencio o la contemplación. El sonido, mientras trajes confeccionados en vivos colores se confunden entre el verde o amarillo, de espigas y matorrales, o los duelos familiares cara a cara se elevan a un infinito nocturno, como el discreto lunar tras un velo, oculto a su mirada.
El hilo que enreda esta madeja se deshilacha con una espada de doble filo, mantiene la esencia desteñida con la sangre y la venganza, eran los ecos de sus pisadas o cascos por hojas secas, que proporcionan un estado mental catártico, sólo despierto ante relinchos, graznidos o balidos de animales confundidos bajo el ulular del viento.
El cine chino-taiwanés se recrea en esa naturaleza de las cosas, en el alma de los instrumentos o movimientos gráciles de sus actores, indaga en la propia historia como recuerdos de otros grandes maestros del pasado, pero el encuadre es efímero y esquivo, para contar la vida a través de conversaciones o contubernios silbados alrededor de las sombras. Las escenas se alargan con la música de fondo, para incrementar la irrealidad de los cuadros estáticos y la magnífica composición.

Como en una ensoñación, la asesina vuelve de su destierro forzado para reclamar su posición, ese espacio individual ante la magnitud de los escenarios o el rol filosófico de unas mentes orientales, cercenadas por incontrolables sentimientos. Con los sonidos de base para retratar la profundidad de sus pensamientos, como violentos choques de espada contra una armadura de huesos y deseos.
De aquellos daños, surgen los males de hoy. De entre los muertos, la figura oscura se recorta en el campo, se presenta como la herida en sus dedos habilidosos para tocar, detenida ante el galope de un caballo como sombra tras el arbusto o la caña de bambú. Alrededor todo gira en el mismo sentido, la guerra, igual que una divertida persecución de cine mudo, con guerreros correteando como niños buscando la superioridad en un juego de clases, sin entender del todo, su intención o una victoria malograda, amarga curación.

Aunque, el alma del guerrero se diluya o crezca ahora, la decisión de sus acciones tendría un reflejo en el futuro, si una sonrisa que reaparece presagia la paz, tras vertidos incontrolables de sus venas, es decir, una especie de vuelta a la tranquilidad y paz espiritual, perdidas, siempre como la mirada del director que aguanta un poco más la escena y alarga el plano, persigue con su cámara las escenas cotidianas y los movimientos, describiendo un círculo perfecto. Incluso, cuando el cuadro personal se mantiene fuera de la vista de otros protagonistas, ya que una conversación se mantiene y rota a nuestro alrededor, para dar más profundidad a las palabras y gestos. Junto a la banda sonora que sugiere otras sensaciones oníricas en el espectador.
Somos, el pájaro azul, silencioso en nuestro rincón de pensar, mientras las imágenes nos evocan un reflejo actual y sangriento. Si nos miramos en el espejo, volveremos a emitir el gorjeo, la exuberante belleza y el arte. No la dureza de coágulos derramados por doquier.

China, cuna de escritura y música, del lenguaje teatral y la composición episódica de su propia historia, a través de sus nobles o guerreros enmascarados, se reencuentra con los campesinos, labradores de arroz maquillados en su polvo. China es la raíz de una cultura ancestral que nos indica la indiscutible personalidad de su arte, frente a la decisión del individuo y el honor, persigue sus propios pasos ante la mirada de otra vida diferente, sin la necedad de órdenes ni esa amarga sensación de pérdida intelectual. Esta China, reclama paz frente a derramamientos fraguados sobre lenguas venenosas, y la parábola es una lección actual de trágicas ubicaciones y venganza, de cuellos cercenados por la fría e insensible hoja.
Con La Asesina si hay sensibilidad, pues el cine oriental demuestra que sigue muy vivo, o humanamente irreal frente a la belleza artística o la naturaleza subyugante, como la curación de unas heridas del pasado, una leyenda de samuráis que emprenden un viaje onírico a la nada, entre el silencio y la paz. Así, el guion atraviesa todos estos términos, rey y familia, y sus palabras campan en el ambiente como herramientas de poder frente a la individualidad, desviaciones del hombre para alejarse de su esencia primitiva y del entendimiento, del viento común que trae recuerdos de percusión y ulular de guan (tal que celtas), cuerdas y metales rasgados por un difuso pasado. Del aire que trae nuevas miradas.

Fue buscando la daga bajo su manga,
y halló meditación,
su mirada venenosa, calmada,
con música, el paisaje y magia,
ojos en profunda reflexión.
La Asesina, ya no será...

La Asesina se mantiene alejada de aquel territorio, de la muerte de ciudadanos inocentes, porque apuesta por la extraña sencillez de un montaje fuera de reglas, atrae al espectador con una banda sonora embriagadora y lo subyaga con la brillantez visual de gigantescas películas, sin acercarse al Run de Akira Kurosawa u otros cuentos legendarios orientales casi mágicos. Desde el actual Wong Kar-wai que manipula las imágenes hasta el cine separado del continente en manos de Lee, o problemas generacionales.
Cine de luchadoras que se enfrentaron a su propio destino, entre valles frondosos y flores, animales o enemigos, ropas de seda y cortinas de emperadores al vuelo, armamento forjado por la mano experta del herrero, irrompibles ruidos ancestrales sobre el silencio, y la música... todo magnifica la parábola que esconde en su interior esta Asesina de comienzos grises. Silbidos estimulantes y graznidos que avisan del peligro, miradas acechantes en la oscuridad del canto de los grillos, el alboroto de los cascos tapando las huellas en la hojarasca, todo compone esta banda sonora y la magia de las imágenes interpetadas por Hsia-Hsien.
Ella, es la musa, pone belleza racial y talento felino en sus ojos, en la persecución de un sueño diferente, con las manos limpias y diestras, de una nueva generación que siguió los pasos de sus maestros. Y otro sentido a su alma.

The Assassin Sountrack: Bagad Men Ha Tan - Rohan

Cinemomio: Thank you

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