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domingo, 18 de marzo de 2018

Phantom Thread / The Greatest Showman.


Phantom Thread (El Hilo Invisible)

Sí... supuestamente, una película con un hilo fantasma, establecería un candente universo de ocultación, o misterio inaccesible a simple vista. Un lugar donde residen las emociones, los secretos y los miedos.
Donde lo que somos o aquello que deseábamos ser, estaría conectado de manera austera, por ese halo o hecho invisible. Pudiendo ser algo oscuro y fabuloso.

Intervendría en favor de una historia que busca, esencialmente, el entretenimiento, manteniendo en vilo al espectador tras de personajes irreconocibles. Aunque manifestándose a través de alguno, indescriptible en el pasado confuso o polarizado al extremo, otra especie de monstruo que se devora a sí mismo, empezando por la mente.
Por ejemplo, cuando el envoltorio de una ficción cinematográfica, se esconde tras una terrible guerra y la salida a la luz de una sociedad taimada, el lujo se convierte en una medida estereotipada de los deseos y el comportamiento excéntrico. El mundo del puro vicio, actual, es una sombra en aquella especie de encorsetada sociedad.

El resultado de El Hilo Invisible, de Pual Thomas Anderson (There Will Be Blood, Inherent Vice), resulta tan divino como escrupuloso, tan suntuoso como si las hebras estuvieran cosidas por un modista experto en grandes y febriles encargos (digamos un rey de la alta costura visual o narrativa) y cuyos escenarios se retratan excelsos o majestuosos, recargados ante los atónitos espectadores... la mayoría de andar por la calle. Entonces, asomados entre los pulcros telares, se entreverían sus rostros taciturnos ante la soberbia o sobrepasados por el exceso. Tal vez, hasta fatigados.
Cualquier nexo o similitud con anteriores trabajos del director californiano y sus primeras y mejores películas, es tan invisible que, este último Phantom Thread, parece una isla contemplativa en su excitante panorama narrativo. Que no visual, donde los planos destacan por su amplia cobertura dramática y la luz se convierte en el punto de cruz del tejido cinematográfico.

Pero, también las escenas destacan por su contemplación admirativa, esa amplia dilatación en los tiempos de exposición de los distintos personajes, centrándose en las disquisiciones interiores de un notable Daniel Day Lewis, en sus últimas confecciones interpretativas, desmejorado ejemplar de un monstruo inquisitivo o fantasma enfermizo. Semejante a la contemplación de una perfección imperfecta, desmesuradas entre la insignificancia o la relatividad personal, algunos podrían suponer (sin saberlo a ciencia cierta) que las imágenes congeladas, olorosas o aromáticas, estarían rodadas tras el ojo maestro de un tal Sergio Leone, y no, pues parecen reflexiones estiradas, desprovistas de acción. Salvo un duelo interpretativo, prohibido, fuera de lugar y de tiempo.
En cambio, si estudiamos su variopinta cinematografía, comprobaríamos que el ojo de Mr. Anderson, es obtuso en más de una ocasión. Que su mente se entretiene en la excesiva planificación y acercamiento, casi espiando los pensamientos, y que las costuras narrativas, a veces, se dilatan ocasionando pérdida más que desasosiego...

Además, el actor británico Daniel Day Lewis en el interior de sus películas, parece una figura perfeccionada hasta la caricaturización, aunque divague o improvise en ocasiones, se exprese con gran elocuencia o pierda en retóricas elucubraciones privadas y muy personales. Es decir, que aquel hilo invisible, le convierta en un fantasmal personaje, elevado pero, no demasiado convincente. Intentando respirar ante la insinuante y desafiante cámara del realizador. Así que, exuberancia visual, que está claro me desafía, pues el último filme de Mr. Anderson & Mr. Lewis, ha puesto a prueba mis nervios de nuevo, con mi reticencia hacia el mundo de la moda.
Esa resistencia casi metafísica, también, hacia un desarrollo demasiado basado en el psicoanálisis de los escasos personajes, que flotan alrededor de un relato, por otro lado, poco interesante para un servidor. Seguramente, este tema que sirve de motor gráfico y onírico, es el retrato de un creador en las costuras de alto abolengo, que ni entiendo moralmente ni me atrae suficientemente, en el aspecto argumental de sus excentricidades.

El relato, basado en un lejano Balenciaga unido al Reino y no al diseñador español en París o sus fiestas luminosas, no me emociona lo más mínimo; porque me siento desconectado absolutamente con su problemática y el negocio. Si bien, a todos nos guste lo bello y lo perfectamente elaborado o cuidadoso.
En otro orden de cosas, e hilos fantasmales de postín, existe un cierto caos en las manifestaciones de dolor o cariño, de frustración ante la muerte de su protectora, que me descontrolan o me distraen dentro del guion original de Paul Thomas Anderson, estableciendo una conexión poco creíble sobre el complejo de Edipo en edades maduras y reflexivas. Desarrollando a un perfeccionista maniático, desequilibrado emocionalmente, obsesionado con esas medidas en busca de la virtud, sibarita matemático, pensador autodidacta, sadomasoquista ´light`, engreído progresivo, iracundo observador, asexualizado gastrónomo... acosado por un incontrolado recuerdo, adosado a su pecho... esto es, fagocitado personalmente por el recuerdo de una madre. Eso sí, entre retales, más que pañales.

Phantom Thread es brillante, pero pomposa y sibilina, tratando de embaucarte con un tema conflictivo, resaltando la debilidad intelectual ante la belleza supuesta, en la piel de la actriz Vicky Krieps (nacida en Luxemburgo), que haría las veces de cuidadora venenosa y enfermera plañidera. Esta es la decadencia de un artista en pos de esa atracción materna, en una rival femenina e inteligente, que significaría la depravación romántica del dolor y la sexualidad.
Por contra, la hermana es el bastión que mantiene su imperio, hasta que queda eclipsada por esa humildad o frescura, y descubre la esencia de la mujer reivindicativa o libre. Así, se produce el encuentro de la costura con la psicología, plasmadas ambas en los rostros y que significaría una parte de la ciencia neurológica, que tampoco me pone ni excita en demasía. Eso sí, rematada por dos figuras femeninas unidas, protectoras del lazo más visible y personal, hasta que se encaminan hacia la dramatización excesiva y la indulgencia física.

Phantom Thread luce espléndida en pantalla, condicionada por su métrica y la banda sonora de su habitual Jonny Greenwood (Radiohead), condicionada al detalle por esas lujosas habitaciones y confeccionadas imágenes, que esconden aquella enfermedad venenosa. Con una falsedad envolvente que no palpita, sino que acontece sin emoción, deambula estilizada ante un público adormitado o/, distante y resolviendo el misterio de su moralina, sobre la cuidada ambientación y representación del amor enfermizo... desquiciado por su pasado. Por tanto, según el patrón melodramático, el director Anderson ha vuelto a elaborar una de esas historias introspectivas, extenuantes, ralentizadas y, si se me permite, algo pedante, que te hacen sentir sus costuras en algún lugar incómodo de la fisionomía. Aquello incómodo que denota el primer agitamiento sobre la butaca, en exasperación silente, lo definirían.
Bueno, quizás es algo exagerado este comentario y bastante adornado en sus fragmentos críticos; mas, el presente solamente admite que se aburrió de manera soberana y prosopopéyica. Casi manipulado por las delicadas interpretaciones y los movimientos sugerentes de cámara.

Solicito ante los primeros planos y la entereza de sus actrices, algo incómodas en sus papeles, por las expresiones enfáticas y las elipses demagógicas. Por esta subordinación al restablecimiento dedicado del mal, que si bien, está presente en forma de sexualidad, es de una manera espiritual o diríamos fantasmal. Ciertamente incomprensible como un complejo visceral o la sangre envenenada.
Es notorio que el filme, reproduce esa peculiar y genuina idea (lo mejor sin duda), que manifestaría los deseos o miedos del protagonista, escondidos bajo la tela, como su magia con las agujas, el ojo con las medidas o la manifestación de sus emociones.
Todos pasean su palmito de forma palpable ante tal exhibición visual, en un desfile de egos que no me apasiona retóricamente, ni me siento representado formalmente, por tanto, mi mente se distancia del cosmos distante, dictatorial y enormemente frío. Tampoco diría que decepcionante, porque no se aproxima a mi perspectiva narrativa o mis preferencias cinematográficas. En conclusión, El Hilo Invisible es un tejido interesante, que viene con extraños pespuntes de psicología casi suicida, con máscaras resaltadas de tragedia griega y silencios rotundos, solamente alterados por los ataques repentinos de ira y frustración del protagonista.

No me acabo de creer su romanticismo lírico y la atracción entre la pareja protagonista, ni la fatalidad de esta parafernalia descrita dentro de un masoquismo elitista. Me resulta incómodo y semejante a un prêt-á-porter de andar por casa. Vamos que me interesa más, aquel hilo fantasma que la base pasión-odio-familia, aunque los atractivos mensajes ocultos, a alguien leí la influencia en su cine del Hongo de la Muerte, se desvirtualicen en realidad, o no se juegue con ellos para fomentar el suspense y un lado manipulador o depresivo. Por tanto, otro de esos bellos trabajos de Paul Thomas Anderson, que no estarán en la lista de mis destacados, considerando un condimento envenenado por el lujo excesivo y ese perdón maternal con final feliz. Por tanto, fueron felices, y comieron per... tortilla de espárragos! Colorín colorado este cuento se ha descosido... mejor un bocata de jamón y un buen tiroteo al estilo Leone. The End.

The Greatest Showman.

Entre aquel monstruo, y estos tan simpático y cantarines... existe una eternidad.
Por supuesto, The Greatest Showman y sus seres deformes, casi diría folclóricos y cercanos, está en las antípodas de aquel otro hilo anterior, enclaustrado en la soberbia y condicionado en la mente de un hombre-monstruo.

Y no sólo por que en esta adaptación de Broadway colorista y rítmica, esté protagonizada e interpretada por el actor australiano Hugh Jackman, divertido y eufórico en su entonación a la platea, sino por su ambientación y oficio. También, porque está dirigida por Michael Gracey en su primera producción y sueño cinematográfico, y se dirige a la búsqueda del éxito o la perfección, desde la igualdad y la humanidad colectiva, que se hallaría bajo los hilos rematados de una gran carpa circense, alejada del tufillo del lujo clasista y aquella moda más elitista.
Desde los focos de la marginalidad, nos balanceamos por la practicidad narrativa y las deslumbrantes focos de la amistad, en un gran teatro que vuelve a la vida, o más bien renace, tras aquellos míticos musicales de Broadway.

Los que nos visitaron a través de la gran pantalla del cine, desde aquellas representaciones infantiles de los primeros tiempos como My Fair Lady, Annie o Sonrisas y Lágrimas, hasta las magníficas representaciones visuales y narrativas, que nos ofrecieron en los setenta Hair, Jesucristo Superstar y Chicago; pero primordialmente, los increíbles mundos que retrataron al ritmo de la música obras imprescindibles hoy, como Grease, y mis esenciales All That Jazz o Cabaret. Aquellas con un maestro de ceremonias espectacular, majestuoso, brillante y sincronizado al unísono con su cuerpo de baile y compañeros de escena, desmenuzando las canciones y la banda sonora, dentro del relato, originario de un espectáculo teatral. Aquí elaboradas por el dúo Benj Pasek y Justin Paul, compositores y letristas también del musical La La Land y próximos artículos con acción real de Disney, como un Aladdin y una Blancanieves y los Siete Enanitos.
Los encargados de esta entretenida adaptación a la gran pantalla son su autora Jenny Bicks y el también director Bill Condon (DreamGirls, Mr. Holmes), a los que se acusa de reiterativos en el resultado final y poco creativos, algo ya manifiesto (por otro lado) en el último trabajo La Bella y La Bestia... Pero, como yo no conocía la obra original homónima, pues me da lo mismo la crítica, al no tener acceso material a dicho trabajo.
Ahora, tan sólo recordar que el neoyorquino Bill Condon tiene en pensamiento, nueva versión de La Novia de Frankenstein, junto a Javier Bardem... Palabras mayores y muy delicado territorio, ojo.

De The Greatest Showman, me ha gustado más su irresistible paso de baile, ecléptico en sonidos de jazz, blues y rock, y cargado de color, que el show montado alrededor de la figura del mítico P. T. Barnum y familia. Mucho más que la resabiada expresión del primer hilo fantasma del comentario, y menos que aquellos momentos iniciales de emprendimiento circense. Al lado de ese teatro fijo llamado Barnum & Bailey Circus, de representaciones vivas y coleando, que terminaría con parte de las ilusiones de sus habitantes, pero no con la derrota de las almas de los rescatados por el minucioso emprendedor. Ellos son los triunfadores de esta obra, sus ´distinguidos` afectados.
Acusado de idéntico libreto y la película, este supuesto plagio completo de la obra de Broadway... sin embargo, a pesar de lo evidente, mantiene una historia de crecimiento personal, muy del gusto general, porque representa la eficiencia de una labor determinante y además, el rescate de aquellos individuos que resultan maltratados por la sociedad y silenciados por sus familias... Como los verdaderos hombres y mujeres elefantes.

Nos retrotrae a esas historias imborrables de la Literatura, tratadas a golpe de batuta castigadora o otros relatos de personajes imprescindibles de la Humanidad, por su carácter resiliente y filantrópico, tan dedicados a su crecimiento individual o familiar, como al rescate de los desfavorecidos o despreciados por su aspecto físico. Que diría Mr. Beast, de esta gran coalición humanitaria, ya representada por el australiano Gastón, mirando realmente al interior... Todos somos humanos en apariencia, salvo en determinados rincones oscuros de nuestro cerebro.
Además, The Greatest Showman nos cuenta la vida del creador universal, el Barnum mitológico de ese Mayor Espectáculo del Mundo, que pregonase Charlton Heston y James Stewart, en las botas y fusta de Cecil B. DeMille. Un pista de pasiones del recuerdo, ahora animado por otros magníficos números (alguno determinado, demasiado nervioso, eso sí), junto a las expresiones pacíficas, del igualitarismo a coro, las opiniones personales de una especie de mago visual del entretenimiento familiar en el siglo XIX, ¡qué lejano ya! Sus dudas y miedos, las voluntades manipuladas, la concordia alcohólica y utópica, o la devastación de la crítica y los debilitados corrientes, intelectual o emocionalmente. Los que no ven más allá de sus puños y la violencia intrínseca.

El director novel, que parece preparar una adaptación cinematográfica de la serie japonesa de animación Naruto y un curioso biopic sobre Elton John titulado previsiblemente "Rocketman" como su mítica canción, ha demostrado que una adaptación cinematográfica sobre un musical, no tiene fronteras, ni tiene porqué resultar cansina o anodina a la fuerza. A pesar que, reconozco y respeto a algunas personas a mi alrededor a los que no les causa ninguna gracia, estas obras cargadas de ritmo, o se aburren ante luminosas coreografías y canciones... Vamos que, definitivamente, prefiero el carácter alegre y la diversión de este tipo de Shows o espectáculos en vivo, a las cerradas o psicológicas interpretaciones de la personalidad, introspectivas y recalcitrantes. Para gustos los colores, nunca mejor anunciado y presentado en este ámbito profesional...
¡Damas y Caballeros, bienvenidos al apasionante mundo del Circo! Antes de ser reconocido universalmente, como el Ringling Brothers and Barnum & Bailey Circus. ¡Entren y vean! Si no, Ustedes se lo perderán... y no disfrutarán.
The Greatest Showman, representa a aquel hombre brillante que convirtió un Museo de Ciencias Naturales, casi muertas, en un cálido hogar. Que deseó alcanzar las estrellas mediante un trapecio (de Charity) y el amor en los rizos dorados encarnados por la actriz Michelle Williams. Esperando en convertirse en la bestia, musical, Janis Joplin.

Tocar el sueño luminoso a cualquier coste, demasiado al parecer, pero que tendría que volver a sus orígenes para gritarlo al frente y perseguirlo sin desfallecimiento, uniendo los suyos (sueños) a las sonrisas de los espectadores y sus queridos niños, en una nueva era del entretenimiento para todos los públicos. Para ello, rescató del anonimato y la negación, a aquellos "seres", humanos diferentes al resto en el aspecto y nombrados como frikis... o miserablemente monstruos, por los supuestos inteligentes, apuestos, apolíneos, fuertes o completos en la fachada, en sus cuentas bancarias o las penumbras podridas de su corazón.
Mr. Barnum, creador de ilusiones, debió ofrecer lo mejor de sí mismo (y de sus amigos), encabezados por Zac Efron y Rebecca Ferguson (La Chica del Tren, Life), más un grupo de ágiles estrellas, interpretadas por Zendaya, Sam Humphrey y la humana barbuda Keala Settle. Fuerzas de la naturaleza, no solamente para ayudar a alcanzar el éxito personal y económico, sino para olvidar un falso nombre, un amor ficticio. Y ese nexo injusto, entre alta sociedad de la ciudad de New York en la segunda mitad del XIX y los nuevos ciudadanos modernos.

Algo diferencial de ambos universos, lo vemos en la cuidada ambientación de la época y las calles reflejadas, más que sobre los números representados con demasiada repetición de enfoques o la exageración de algunos movimientos coreografiados. Enfáticos y espectaculares, sin duda.
Lo mejor, por descontado, la música entonada por los propios protagonistas y su esfuerzo vocal, y el saberse rodear de esta gran familia.
Cada uno encaja a la perfección, tanto en el hogar como en su oficio, al sobreponerse a la distancia, a los insultos y actos violentos, a debilidades y frustraciones amorosas... siempre con ese espíritu emprendedor que abandona los momentos más oscuros, para abrirnos de par en par, el telón de los sueños ejemplares, con una sonrisa de niño. ¿Recuerdas cuándo acudías al circo, con tus hermanos y padres de la mano...? Pues, eso.

Transformarse en el Gran Showman de cara al público, es un reencuentro con el dulce educador de puertas para adentro, divertido y dinámico bailarín, peculiar parlanchín bebedor, guía y voz de los miserables, de pingüinos relegados, arrojado héroe de los singulares hombres y mujeres X, en definitiva, apuesto entre los distintos, volviendo de las cenizas y los cánceres más destructores de la sociedad. Es el actor sobre la tarima de los sueños, la figura primordial del espectáculo, The Great Showman es un presentador multipistas, padre de familia, en el recuerdo de los norteamericanos más ancianos y las fieras olvidadas, retirado y mirando un pequeño ballet. Dramáticamente alegre como un principiante enamorado, rotundo como un lobo estepario contra la marginalidad social, Mr. Barnum formará parte de este Mr. Jackman maravilloso, lleno de ritmo, amistad y la fuerza de su timbre, que compagina envidiablemente con escenas románticas y la fuerza de aquellos hombres de acción cinematográfica más devastadores, al estilo Logan.
En su debe, que la película prácticamente olvida las vidas paralelas, de sus protagonistas diferenciales... una pena.

Ambas historias contemplan diferencias enormes, tan radicalmente opuestas como un producto dirigido a estudiosos de lo enfermizo y los seguidores del mundo de la moda... esnobs emigrados contra emigrantes hechos a sí mismos, en una historia de superación, amor y recuperación de los valores olvidados por una sociedad que da la espalda y vulcaniza el mundo de Oz, el lugar de los sueños imposibles. Sin fronteras, ni pespuntes interesados.
Tú puedes creerlo, o no. Tú puedes acercarte a la luz de los focos y las bambalinas, a la efigie tras la barba impúdica que desprende este obra musical original de Broadway, o quedar con la amargura venenosa de una relación enferma y opresora... Algunos nos diferenciamos y emergemos con fuerza, nos quedamos con esos primeros luchadores antes de la fama y el dinero, con las costuras de una carpa y los vestidos de brillos o lentejuelas baratas, con las letras de sus canciones que llegan al corazón de las fieras, las coreografías acrobáticas y desafiantes, reiterativas y movidas en exceso tal vez, pero vistosas al mando de su batuta Mr. Hugh Jackman. Grandes bailes y sonrisas, inundan la compañía de este Greatest Showman y sus entrañables "criaturas".

Seres humanos con las mismas dotes, o mejores, iguales exigencias de vida que cualquier otro, por muy estirado, envidiable y complicado que fuera, de costuras para adentro, simpares y desnudas ilusiones... frente al escenario de los sueños.
Y sino, que se lo pregunten a aquella entrañable y divertida criatura, que llamaron El Jovencito Frankenstein... y sus divertidos monstruos, Mel Gibson y el recordado Gene Wilder, a la criatura de Peter Boyle, a Teri Garr y Madeline Kahn, a los diferentes Cloris Leachman y Marty Feldman, y al siempre admirado Gene Hackman.
... Recordando que, sin diferencia, no existiríamos.

Hugh Jackman, singing...


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