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jueves, 7 de septiembre de 2017

American Pastoral.


En el nombre del Padre Caos: Ewan McGregor.

En primer lugar, y en mi descarga lectora (no he leído la novela homónima de Philip Roth), ante la admiración por un actor descomunal como, el ahora también director primerizo, Ewan McGregor. Admito que mi interpretación de la obra, American Pastoral, puede haber un desliz generacional y privado, ante las múltiples repercusiones sociales de la Norteamérica contemporánea a la guerra de Vietnam. Y que la historia reflejada por el guion de John Romano (The Lincoln Lawyer), más las escenas comprimidas sobre los sentimientos de los personajes, pueden resultar algo incompletas sobre la época histórica, según la crítica cinematográfica. Pero, no siento que, su trabajo sea insustancial o desaprovechado narrativamente hablando, ni endeble en la interpretaciones. Salvo, un final algo precipitado, cuando los trofeos del pasado se convierte en vestigios hoy.

Todos esperarían, gigantescas columnas de humo y huecos enormes en la vida de las personas, cuando la historia de esta, aparente, unidad llamada los Levov y el cabeza de familia de origen judío, interpretado por el mismo Ewan McGregor triunfador de la tercera temporada de Fargo, se sostiene en el recuerdo perdido y el deseo destructivo. En su círculo privado, y por eso, se convierte en microcosmos dentro del caos social y generacional de una guerra maldita.
Nada sabemos, apenas un reproche de la infancia y unos ojos traicionados, cuando su historia se recuerda a través de las fotografías en sepia y la memoria de un actor (algo desperdiciado) como David Strathairn, la frialdad glamurosa de una Jennifer Connelly como madre estilizada (un amor de juventud, propio y extraño) y estrella apagada por un exceso de celo, por la joven que emergió del hielo de una mirada, en la revolucionaria Dakota Fannig. El tridente de una tragedia americana, no tan pastoral, contada en retrospectiva a través de la efigie de antiguos amigos y la imagen mediática de la perfección, de puertas para afuera. Sin embargo, el efecto que produce esa idealización de amor, puede resultar algo exagerado o sacado de contexto, porque resulta demasiado forzado en el tiempo y la memoria de la joven. Un recuerdo amargo, como veremos a continuación:

En el mundo convulso, cuando el cine llevaba en marcha hacía más de medio siglo o la televisión desplegaba sus primeras dos décadas de hogareños encantos, la guerra volvía a salpicar a la sociedad americana y al mundo, esta vez, mucha más localizada y pegajosa como una mano pringada de cieno pantanoso. Una parte de la juventud de los sesenta, escandalizada por los políticos y las armas, alzaba su voz contra la muerte en territorio extraño, pero, en la Pastoral Americana se concentra en una trayectoria silenciosa de una muchacha y apartada del nido, por una atracción contradictoria y peligrosa, sobre todo, para los inocentes.
Tras las noticias y las bombas de humo, se concentra el fuego de una relación incandescente, grabada en la piel y en las retinas, también bastante acomplejada. Que responsabiliza a la educación de sus tutores, de todos los males habidos y por haber, casi sin responder con su extraño comportamiento y el desorden psicológico. Esas pequeñas turbulencias interiores, que significarán un sacrificio mayúsculo del amor, y un pensamiento interesado o caprichoso. Una especie de pasión inocente, que degenera en un verdadero complejo de Electra, caótico y visceral, sobre la figura de un padre altivo o sufridor, durante sus dos estancias temporales.

En cambio, el proceso posterior, se magnifica ideológicamente y se vuelve atractivo en la mente perturbadora de una amistad inconsistente, que atraviesa la carne en busca del corazón. La situación se vuelve extrema (o extremista), lesiva consigo o la representación femenina de la maternidad, con el recuerdo incoherente y mínimo, de un simple signo no calculado, no cuidado. El guiño o suceso que se vuelve monstruoso, calentado en un crisol de indiferencia, reservado en la mente como un cartucho de dinamita a punto de estallar.
Luego, cuando el pensamiento se hace exclusivo y adolescente, regresa imparable a cobrarse el precio del naufragio familiar, los vestigios de un pequeño e íntimo ´leftover` narrativo. Aquí, sus bocas empiezan a soltar toda la tensión acumulada, frente a un silencio, y las tiranteces terminan saliéndose de sus cauces normales, se retuercen psicológicamente y estiran al límite, mas su consecuencia no puede ser otra que la ruptura. Mientras una huidiza Miss Connelly, confusa en el rol particular, se desenvuelve correctamente, mientras su marido graba y se olvida. Algo no muy corriente...

Estos son los cambios significativos de una generación, o un grupo de cabezas de Cerbero, separadas y entregadas al odio irracional. Salvo la mente compasiva del director, personaje literario y protagonista de la película, que emerge como un fantasma a la frustración y ese mal incrustado entre ojo y ojo, ojo por ojo, desencantado y esperanzado, pero humillado.
Existe una pequeña corriente fresca, que invade algunas escenas con descaro, bajo la interpretación de la actriz de Orange County, Valorie Curry, entregada al engaño (y próximamente al director Fernando Diez Barroso en la cinta After Darkness) con desenfrenado placer sexual y ese cocinado caldo de cultivo que termina en sopa boba, húmeda, eso sí. En fin... Todo acaba en una fuga, sin sentido, un paseo marginal por el recuerdo de una época y una historia romántica, que degenera en tragicomedia griega. Un precedente, quizá, de la desconexión que nos acosa, con dudas y dolor, con un mundo que se desmorona por el egoísmo, el pánico o la incultura. Vamos, nada nuevo, pero globalizado.

Por tanto, American Pastoral, no es un canto de libertad, siquiera un mero poema idealizado. Tampoco una súplica, sino, un simple gesto que termina por explosionarte en la cara. Ya que se sustancia en la inocencia, disfrazándose de rebeldía o amenaza juvenil, para termina sucumbiendo en la edad adulta, cuando solo resta un vestigio sobreprotegido de los buenos tiempos. Un recuerdo doloroso, y sangrante, como un espejo que se refleja en la época actual, por muchas latitudes del globo. Pero, al que le falta brillantez o más peso narrativo, más descenso a los infiernos, cuando todo se desmorona y vuelve estereotipado, incluso la película.
Derritiendo las emociones en un amasijo incomprensible, o demasiado retorcido, con un protagonista invadido por los acontecimientos externos y la marginalidad padecida en carne propia. Un partido que empieza a perder, este jugador llamado Ewan Mcgregor (apalizado por la crítica general), pero que no se desilusiona por esa falta de calidez profesional o, la pérdida de valores de los protagonistas. Igual que un eco del pasado, resonando en sus cabezas, la desgracia atraviesa una fotografía en blanco y negro, para atravesar la vitrina de los numerosos trofeos de antaño y establecerse como una especie de muesca, algo disminuida o camuflada por el paso del tiempo. O del montaje y el presupuesto...

En definitiva, interesante salto al vacío, con un arranque frustrante y polémico, que no se hace El Sueco. Que se mueve por estancias celosas de la privacidad (meramente religiosas, machistas o culturales), para desembocar en el horror social y terminar recordado como un flashback amistoso. Algo decepcionado o atónito, por las revelaciones ocultas en capas sociales y la destrucción de un sueño, infantil, por una bomba ideológica.
Jennifer Connelly será protagonista en la película Only the Brave, junto a Taylor Kitsch (John Carter, American Assassin), Miles Teller y Josh Brolin; mientras que Mr. McGregor regresará como intérprete en Zoe de Drake Doremus (Equals) y como Christopher Robin frente a sus pequeños, el autor de Winnie the Pooh, entre otros. Sean felices y coman perdices... si pueden.

Tráiler Only The Brave, de Joseph Kosinski.


Tráiler Detroit, de Kathryn Bigelow.



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