Una invasión… eso es a lo que estamos
abocados.
Me he acostumbrado en los últimos
tiempos, a tratar con todo tipo de especies, esencialmente a los insectos, y…
no puedo clasificar el submundo que vive alrededor de nosotros… ¡mimético!
Los humanos, que se creen tan
superiores en casi todo. Sólo cabe decir, que los depredadores acechan… y están
bastante hambrientos. Pues allí, en las
penumbras… existen reglas diferentes, siendo parecidas a las nuestras, las más
radicales… En algunas condiciones, he visto carcasas esqueléticas, de restos de
arañas, siendo devoradas por otras peludas gigantescas. Como en La Plaga o
Sting… o tras ciertas profundidades abisales, de la mente. Incluso del océano,
que tanto se parece al vacío...
Y sin embargo bajo la presión, existen
algunas privilegiadas, sosegadas, casi místicas… tras el paso de los años y sonidos
especiales, pues no se oirían en ese condenado espacio silencioso, sibilino y
silbante, y además suenan a música… celestial.
Si nos lo permite… el pacífico, John Williams, el joven, le sobrevino el jazz
de su padre y los musicales visuales, como en otro sentido lo fuera para
Vangelis.
Así batiría sus manos en batuta para
tv y su cabeza, sincronizada a los latidos
de su corazón, en una frecuencia con la del animal, originario, que nos
visitaría en series de 8 compases o más… como bestia primigenia. Un depredador
como dijimos, de altos vuelos y bajos instintos. Cercando el pensamiento
crítico de una especie que se cree insuperable… y que siendo pardillo, al
comienzo de aquellos ochenta, aún incrédulo ante los comienzos de la ciencia
ficción de serie B, se quedaría boquiabierto, con la visualización del escualo
xenomórfico, del especial artista H.R. Giger, y los encuentros fisiológicos en
la nave Nostromo con varios genios, conducida en reclusión anárquica, por Mr.
Ridley Scott y sus resortes. Casi como nutrir a los lobos…
Sin embargo, el compositor casi centenario,
se serviría de la tranquilidad líquida de la noche lunática, para enfrentarse
al monstruo de Steven Spielberg y la novela Jaws. Al que, en cierta medida, le
debe una parte del espectacular éxito. Bajo las aguas catárticas, calmas como
una aleta aerodinámica, una b.s.o. fue surcando el terror, transformado en años
a una aventura de futuro, titulada Tiburón. Con ese impactante comienzo sonoro
y visual, tan profundo como el eco de una tuba en pocos compases rítmicos que se
cuentan en el documental homónimo, marcamos nuestros propios ritmos cardiacos…
o respingos de la respiración ante ojos fríos nocturnos. Parecidos a los
aliens…
Y nos embarcaremos alrededor de ellos
y unos personajes míticos, junto a incidencias mecánicas y problemas de otras
índoles, que coincidirían en algo especial. Una odisea antropológicamente,
psicológica… Que hoy, celebra un aniversario dorado en cines del mundo. Eso sí
que es extraño y fantástico, que dure tanto algo tan moderno…
Y como otros depredadores que venían
del gélido infinito, en busca del calor y la sangre, nos metimos en faena, en
serio. Y aunque no se oyeran tal cual, allí esos otros si atraían más notas de
terror, ya mezcladas con elementos artísticos, pesadillescos y sexuales, menos
mecánicos y logarítmicos, pero igualmente animalescos, como un unicornio
imaginario, o el sigilo de un gato observador… voyeur al estilo inglés.
Entonces, entre cazadores y científicos, bajo
agrupaciones con seudónimos norteamericanos, norte-nostrómicos, prometeus… los
aficionados scifi se sintieron dioses, ateridos, impactados vitalmente, como si
fuéramos tripulantes dentro de la Odisea, con sus sirenas. Replicantes… como
boyas sonoras... sincronizadas al trío, compuesto por Richard Dreyfus y sus partículas subatómicas, en
contraposición al indómito, inolvidable, Robert Show (hoy que despedimos en
pareja a Robert Redford, en su reunión con Newman y él mismo… menudo golpazo),
y en el tercer mástil, un Roy Scheider, en el cosmos solitario, que se enfrenta
a un fantasma sideral, abisal... desde sus diferentes personalidades… ¡Ay Dio, cuántos recuerdos!
Gracias Robert y demás…
Documentos… más allá…
La mirada vacía, exangüe, como la blanca
muerte… o el animal peligroso con asesino voyeur tras el objetivo… ¿sabes? Alma
oscura como la piel de un xenomorfo, en un rápido crecimiento de obsesivas
cualidades... y rasgos predatorios… Esto
si fuera una película italiana ochentera, se llamaría Voracidad… o tendría
vampiros magnéticos en el espacio…
Mas no, es solamente
descuartizamiento, y restos biológicos de diferentes invasores. Aspiraciones
entrecortadas, para comprobar la manipulación corporativa, como la imaginaba
Ridley en Blade Runner, como ahora… se
asemeja a la monetización cuasi veraniega que tiene que ver con la praxis del
cálculo… Y no una urbanización vacacional, sino una invasión en toda regla,
para devorarse unos a otros. Acá, ya solo sobreviven las estimaciones grupales,
y no las reverberaciones sin paga extra. Al final nos veremos como puñeteros
autómatas, manipulados y explotados, en misiones suicidas... ¡Hey, Roy!
Y mientras, los compases de los insectos
seguían ahí, buscando humedad, o el sudor… y tu esencia, ya sin el tum-tum, de
Mr. Williams, cambiándose al puro metal y el rock&roll, en sus tramos
finales. Cuando de pronto, nos transformamos… en ellos. Ya te lo dijo, Kafka… o aviso, o algo. En ciudades…
colmenas. Entre Wendys, índigos y reinas, zángano…
Así en tanto, la agitada exacerbación
mundana, peligrosa como una toma de tierra no calculada, nos metimos en la nave,
equivocada y no documentada, sin apenas espacio
vital, cubierta de víscera falsas y salpicones de mariscos… mas, plena de
gritos ahogados o zambullidas siderales del recuerdo. Y el hombre de la batuta
tranquila, como Mr. John Wayne en aquel filme, crea uno de los temas más
famosos del cine, en conexión a la Psicosis de su admirado Bernard Herrmann, posiblemente. Hacia
posteriores espacios, con Encuentros en la Tercera Fase, Star Wars, Supermán e historia
aventurera de Indiana Jones con su Arca Perdida. Y la vida pacífica de John, cambió…
como la nuestra y el cine tan amado… chascando dedos juntos…
Al sueño enfebrecido de Mr.
Spielberg, acordándose de su, no admirable Bruce, ahora tan simbólico… que significa
una amistad duradera. Nos retrotrae a toda una vida de éxitos, y penas, sin
apenas buscarlas, solamente por amor a la música y el Séptimo, con teclado o
con vientos, y un gato... no blanco, sino pardo. Magníficas vidas atmosféricas…
de sonidos y de encuentros espaciales. Calmos, monumentales, fálicos, casi
asépticos, salvo por las heridas… aventureras prometeicas… aéreas o subacuáticas,
arcaicas como los monstruos de las leyendas griegas… y depende del Depredador,
así fuiste creciendo… con el que te des de bruces y su naturaleza… hasta grabar
la realidad, con un violín en el tejado. Corporativo… dubi dubi, dubi dú. Y en
aquel sitio salvaje, junto a la cámara, donde si podías oír sus gritos… Joer,
otra vez tú, conio, Bruce de los coj… arquetipo de fracaso e imaginación.
No, no aquellos… sino nosotros
mortificados con sus mandíbulas en la fila cercana a la pantalla, que parecían
de verdad, coj… como reflejos de un conductor asesino en un camión, sonriente…
O ahora, recordando un documental extraordinario sobre Valerie Taylor, entre patines
y aletas, para rodar al Gran Blanco en su estado natural… Qué nada tenía que
ver, con el carácter vengativo o criminal, de otra, más odiosa...
Su oficio marchito, fue espectacular,
amante, directora, adorada en documental coralino… entre dientes y lentes
especiales. Muy loable… su pensamiento, su tenacidad… su fuerza. Y quién lo iba
a decir… ¡Mira, un salto de varios millones de años luz! Y en las verdaderas playas, aunque la pesca no es igual... en South Beach.
Hasta comprobar que vida y muerte, no
han mutado tanto, porque los bichos o xenomorfos en cierto sentido se parecen…
como insectos se sienten seguros en la obscuridad, si son cazadores… o
parásitos. Como hombres... incautos.
Del Nostromo… al insectódromo.
Llevamos tiempo preparándonos, y no
sé si estábamos dispuestos para el cambio, porque existen programaciones que
actúan como virus y nos dividen… o muy bien, o muy mal, alimentándose… o
fagocitándose…
Unos a otros, para exprimir a nuevos
organismos, que regurgitan sus nutrientes, masacran sus identidades ocultas, destripan
sus familias, como las de aquellos 8
pasajeros, en un banquete furtivo, que significa lo mejor, en serie. Y al que
no estaban invitados… ¡Nadie!
Hoy experimentamos una explosión de
especímenes, con guitarras postreras, psicodelia o voces de heavy metal, empezando
por un Ozzy devorador… para terminar, como polifemos, de un único ojo… y
pensaba que era otro… de tripa en tripa, herida en herida, óculo a óculo… Y
otro gato casi cósmico ya… como espía de la memoria colectiva, entre vapores y
encaje de seda… oteando…
Estos 50 de las Mandíbulas al
Tiburón, disfrutones y pasarán 4 años, vestidos de blanco espacial, al calor de
ese Ojo célebre extraído en funambulismo más que gore. Sintético, polifórmico… Algo
que tendría más en común con el de aquellos demonios, ´demoñas con ñ`,
denominados replicantes por Mr. Scott, también productor de Alien Earth en DisneyPlus, pus a la sombra de Noah Hawley… Fargo, xDio, una más.
En el juego temporal, aún queda poco
más a Blade Runner, para el medio centenar, qué mayores nos hacemos… y vimos a
naves ardiendo en la puerta abierta de un laboratorio… Que convivimos
parasitados con la historia, conexión a otras naves de salvación y rescate, tal
que si fuésemos aquellos 3 magos, tripulantes de un navío demasiado pequeño, observados
por el Atlántico, ballenero de Melville, que debería ser más Pacífico, en
comparación con envites del monstruo de más de 8, metros, de hambre… oxigenado
o alcoholizado. La aventura de un barquito chiquitito, que no podía, no podía,
ni pensar, lo que se vendría encima… ¿pobre Mr. Quint, verdad Mr. Hooper? ¿O
no, Martin Brody… por cierto, no odies el agua…?
Yo no, si bien odio al individuo ese,
de Animales Peligrosos… repulsivo como una infección por avispones venenosos y
contagiosos... especialmente si eres alérgico a los hijos de… Y en sus puertas
ardientes, como arquetas de sarcófagos del desierto, claustrofóbicas, a través
de pasadizos hacia una irrealidad muy
cercana, suenan ecos de trampas de hierro y muerte. Enclavadas en el pecho, a
su respiración a lo Vader y ese chirrido, eléctrico de langosta, espeluznante…
Previsión de un enjambre maldito que regresa, sin Sigourney ya.
En cambio, los ochenta, en el
principio de las estructuras y fisonomías, que no eran como para tirar cohetes,
se rendía culto al universo cinematográfico y especialista… y a ti, ¡cómo son
las cosas temporales! Que giraban en creatividad, alardeando, las luces y sombras,
y sobre todo, ruidos que te helaban la sangre.
A la de otros, que no les quedaba ni gota, los técnicos viendo el
desastre mecánico, y esos que quedaban salpicados… Ni huesos intactos, ni robots
descabezados o partidos en dos… con leche y demás huevadas.. Nos introducen a dos
replicantes unidos por coordenada literaria, la de Mr. Scott y su Roy de pelo
blanco soñando con ovejas mecánicas, y un aullido alfa, eh Timothy Olyphant, qué
te hemos visto… Otro homenaje, que vuelve a andadas… viscerales.
Alienígenas, que no cuentos de álienes…
Del otro lado del viaje, a lo
profundo… la inmortalidad. Lo de la hermandad Wendy´s, y un cocodrilo de ojos
saltones que, estaría dispuesto a hacerles un okupa en su Neverland entre ceja
y ceja. Dios no los cría, y ellos se juntan, al debate moral de los diseños de un
Eldon Tyrell, como caso apócrifo de Prometeo Moderno… Y combatiendo o no, a los
xenomorfos que quieren conquistar la Tierra, a su manera, se nos va pasando el
capítulo de las corporaciones, entre óculos ambulantes, mentes infectadas, insectos
viscosos, clonaciones éticas y discurso de richachones, que osarían, no fichar
a un Blade Runner.
Demasiadas coincidencias, aunque lo
más fácil es lo otro, la conexión del depredador que, aunque se parecen a lobo,
o al escualo, no necesita gabardina, ni el sexo. El xeno-tiburón, se la llevó,
se la llevó… y algunos episodios, se van de la historia, a otros lugares de los
que nunca jamás, se supo… y de ahí, al mostruomo de Ahab… Sin embargo, para
todos, el lobo alfa, siempre será Rutger Hauer, aún sin Houston o Peck, ¿o no…?
Y no existirá otro como Sebastián y
sus pequeños, inventando sinfonías genéticas… ni las curvas de las replicantes,
que nos dejaron con las fauces abiertas, hambrientos como Bogart… y nuestros receptáculos
despiertos… y arrodillados, a esos personajes inmortales que tanto hemos
admirado, el Humphrey de Harrison Ford (que pudo estar en Alien… Ridley y sus
comienzos impactantes, que sigue… la Ripley de Alien con sus compañeros míticos,
ya no hermana… 3 mosqueteros del Rey, al agua como Tiburón Bruce… John y Steven,
acompasando ritmos cardiacos… y Gato, claro.
Y es que los depredadores son así,
cuando pillan a una presa o a algún espectador despistado… ¡Ñam!, y no lo
sueltan… hasta el Fin.
Y (me sale poner tantas
copulativas…), entonces, algo te deja frío, helado, pues no es lo mismo, no
existe tal empatía con esta generación de wokes administrados como calmantes…
Si bien compases, suenan a otras épocas, de otros “aliens”, alienígenas como le
gusta decir a Lex Luthor, por ej… aunque
se cabree el testigo de los gobernantes del extinto Krypton, también conocido
como Supermán, que se convertiría en Hombre de Hierro, y ahora también de
plexiglás para perros juguetones... y más, a raíz de su relación sexual con
Loise… lametazos de hombre cánido. Rememorando a Mr. Reeves y documental
sentimental.
Ella, la nueva de James Gunn, posee
un cierto parecido a Margot Kidder, pero sólo en lo físico, no se queda en la
retina, como no ocurrirá posiblemente con la Wendy de Alien Earth, bella Sydney
Chandler, perdida entre Pistols o pensmiento, y se retroalimentaría de la imagen morena de
la divertida y alocada, Amélie, sin amor hasta ahora, o sí. Y en esas estamos, con ellas… regresos de todo
tipo a espaldas fornidas del tiempo, heroicas, cuando pasan eras románticas de
ayer a atmósferas recargadas del hoy, y efectos CGI y la globalización… que nos
ha traído el woke que le parió… en todas las formas determinadas.
Así parece que, todo héroe y villano, principales, serán jóvenes,
preparados o no… y formar equipo dentro del nuevo orden mundial, como una orden
dictaminada... O desorden… según se mire. El asunto es, que el Supermán es alienígena,
se ponga como se ponga, porque ha nacido al más allá, de aquí… con los
calzoncillos por fuera…
Aunque luego se sienta de más acá, y
no como otros… que sólo vivirán del cuento, como los Aliens de Earth… un
desarrollo de organismos a tutiplén... Mientras que, en otras latitudes y otras
músicas, no tan arcaicas como la banda sonora de Mr. Williams en Superman… nos reencontramos
con tres elementos, que recopilan la esencia de los cazadores de otro planeta.
Y esta sí que es otra historia… animada.
Y aun siendo dibujos, resulta que
atraen por igual… por sus increíbles viajes en el tiempo y gráficos… la
densidad de encuentros y golpes sangrientos, los escenarios… Cierta mueca a
cinéfilos que se encontraron con aquel primer y sorprendente Predator de otro Jonh,
Mctiernan, y a través de vísceras y músculos, desgarrados, de aquellos
protagonistas en sesión discontinua, guerreros fornidos. Como los del Nostromo
cayeron, hasta que sólo sobrevivió, el jefe herramienta laboral… Mr. Arnold. Y
si bien podría chirriar en principio, la criogenización, pues resulta que nos
lleva a una sorpresa final, divertidamente circense y genial… que ya veremos,
sino nos lleva a la próxima de Elle Fannig en las Badlands. Pues, gracias al
director de nombre intraducible en diferentes lenguas alienadas, Dan
Trachtenberg… disfrutamos su circo romano por tierra, mar y aire… y que se
titula Killer of Killers.
Por último, lejos de Orión a las puertas
de nuestro propio Tannhauser, no decepcionados con la estética, que es
atractiva, más bien con algunos personajes que no llegan a desvanecer el ´wokismo…`
y ciertos desórdenes predatorios que recuerdan más a La Cosa de otro mundo, o
la Mosca… Nos preparamos para aterrizajes forzosos, que nos alejan de aquellos náufragos
del USS Indianápolis… o un reloj en el trasero.
¡Qué buenas historias, dentro del
cine! Alien en la Tierra, da una de cal y otra, de sulfúrico… En el futuro,
cuando otros nos releven… o convirtamos en trofeos de furtivos cazadores para
su estantería espacial… nos acordaremos más, de aquella película remarcable de
dibujos animados… creo bien. O no… Y no de entes fantásticos cuantificados,
interferencias genéticas de nuevo orden, rivalidades corporativas, para el
apocalipsis intelectual… y otras odiseas…
Hasta pronto, viajantes… o
estrellados, como aquel protagonista de Hamilton en Distant, de los
incalificables Josh Gordon y Will Speck… hablando de espacios, depredadores,
cocodrilos, y él, un gato… Y hasta el Eternauta, las nuevas invasiones en sucesión – en las
que estoy inmerso, oteando los muros -, o fundaciones que pululan, como krakens
o animales peligrosos, submundos brits, Bugonias, submarinos, armas… Capitanes
Nemo, Homeros y Elle F… Hasta que no sobreviva nada… sólo ella… como describía
para Jacob Tremblay, Mark Hamill o Tom Hiddleston, el director Mike Flanagan
(La Maldición de Hill House, qué es una joya a revisar, La Caída de la Casa Usher) en La Vida de Chuck.
Junto a Stephen King a las letras, que está medio alucinado con las
triquiñuelas de Alien Earth. Pichí, pichí…
Y como hermanos de cuento, siervos de
empresarios todopoderosos, amenazados de muerte… o sirviendo como alimentos
procesados. Devastados de extremo a extremo, comidos por los ojos… como a aquel
policía, interpretado por Charlton Heston, en la notable Soylent Green de
Richard Fleischer… que no debéis confundir con el otro admirado Richard, Donner
de S, eh.... ¡Al final, alienígenas éramos nosotros, polvo de estrellas!