Decía el doctor forense de aquel
programa con protagonismo criminal… que la escala de la violencia se puede medir
para serial-killers, en diferentes grados. De menos a más peligrosos para la
sociedad y las víctimas elegidas por ellos, desde luego, pero… ¿y la maldad
intrínseca? ¿Pueden medirse moralmente, las acciones del individuo o ese tipo
de asesinos sexuales…? Personalmente, pienso que no.
El motivo, es que nadie puede ponerse
en la piel de tan execrables y violentos sujetos. Solamente, podemos sentir lo
que padecieron sus víctimas inocentes.
Los estudiosos del crimen sexual
creen que, aunque la ´enfermedad` de la psique se active en un momento para
cometer los actos, algo debió existir en determinado punto de su educación que
hiciera desarrollar esos pensamientos oscuros, o que una persona represora en
sus vidas, activara esa tendencia psicopática y vorazmente siniestra. Donde las
manos empiezan a someterse a la voluntad de la mente desequilibrada, para
comenzar a cumplir su función diabólica.
De hecho, muchos asesinos en serie,
ejecutan labores con ellas, cirujanos como el supuesto Jack El Destripador,
fontaneros como El Estrangulador de Boston, carniceros variados desde aquella
peli francesa homónima, hasta los personajes de La Matanza de Texas, basados en
el terrible Ted Bundy. Taxidermistas como él mismo ejecutor, el personaje de
Anthony Perkins en la obra maestra del terror disociado de Sir Alfred Hitchcock…
o este caso tremebundo que me catapulta a escribir sobre tan perversos seres y
sufrir por las sensaciones visuales, o más imaginarias, como las retratadas del
protagonista real en la serie Dahmer. Que, además, ejercía en gimnasio para
poseer más fuerza para la ejecución sádica de sus elegidos, como otros
ejemplares peligrosos de las noticias. Ah, me niego a llamarle por su nombre de
pila, únicamente, le mencionaré como Monstruo…
Esas manos monstruosas que, no
fueron nada innatas para un protagonista
llamado Orlac por su creador, el novelista francés Maurice Renard, que fuera fiel
seguidor de las obras de Edgar Allan Poe y admirador de H.G. Wells. Añadiendo
en su obra, ingredientes como el miedo
social de la época a los novedosos trasplantes médicos, y por ende, siguiendo
los pasos de la Creación conocida como Frankenstein de Mary Shelley, y en dirección
al mago James Whale. Aquel limpio y maestro pianista, del filme dirigido por un
expresionista alemán Robert Wiene (El
Gabinete del Dr. Caligari) que tendría que escapar de las garras del mayor
asesino en serie de la historia, Adolf Hitler, por su origen judío; sería interpretado por un maestro del escenario
expresivo como Conrad Veidt, retorciendo sus manos como si tuvieran alma propia
y magníficamente dantesca, como ya demostrara torciendo su gesto en el mismo
Gabinete o en la risa de aquel Hombre que Ríe. Además de convertirse en enemigo
del régimen nazi y combatirle socialmente aportando fondos en su lucha.
La mano del director es esencial,
para retratar las horribles escenas que ejecutan los crueles y salvajes
asesinos sexuales, para dotarlas en determinados casos, de una amalgama de cualidades,
que van desde cierta elegancia en el tratamiento visual a una desagradable,
olorosa y profunda, casposa, suciedad, dependiendo del recurso elegido para contar
la trama. Ejemplos nauseabundos hay muchos, como el de la Matanza, Ted Bundy o
muchos que llegaron después… mezclados como el Hannibal de El Silencio de los
Corderos, con retratos expresionistas incluidos a todo color o fangosos en
salas, habitaciones u oficinas, aparcamientos o refugios subterráneos, en el
caso de Seven, Zodiac o la serie Mindhunter, donde tras la escabrosa realidad,
se esconde la maestría creativa de Don David Fincher.
Un crudo verdadero, maestro de la
imagen contemporánea. Ahora es un buen instante para recordar algunas de mis
últimas visiones del horror, como Barbarian, más que sucia, escabrosa y
lúgubre, enterrada bajo la visita de cuatro personajes por el director Zach
Cregger y los tentáculos de una madre violentada, y entre ellos, sus brazos
huesudos, un Bill Skarsgard que será el tremendo Nosferatu de Robert Eggers.
The Silencing interpretada por Nikolaj Coster-Waldau (dorado ejemplar de Juego
de Tronos), en una enrevesada caza del asesino y trampas narrativas y nativas;
o para trampa perfilada, la de la película The Stranger del director
australiano Thomas M. Wright, un verdadero tour de force del engaño, entre Sean
Harris (Prometeus), y Joel Eggerton, que ya ambos compartieron en El Caballero
Verde y The King, próximamente, en mi debe cinematográfico. Éste participó en
la familia de la original Animal Kingdom y será prota de Wizards!, dirigidas
por su visionario compatriota David Michôd… como The King australiano.
Decir que en aquella serie surfera y
familiarmente criminal, ejercía una madre como Jacki Weaver, que también
meditaba económicamente bajo la genial elegancia natural del maestro
australiano Peter Weir, tan agreste como salvaje, onírico en el bello paraje de
Picnic en Hanging Rock, que en apenas dos años, cumplirá 50 ya y por donde me
extenderé otro día con esos picos fálicos apuntando al cielo. Me cachis… Y por
último, la referencia en notable blanco y negro, entre un esmerado basurero
hecho en Hong-Kong y manipulaciones de manos, con un buen Limbo que mantiene el
pulso violento y escabroso, en manos amputadas como trofeos, hasta ese final
que recuerda meramente, a los momentos húmedos con lágrimas de héroes,
perdidos, a Blade Runner. Sin comparar…
por supuesto, que luego todo lo dicho, se disecciona y se lleva al extremo…
sólo me refiero al líquido elemento en la visual oriental y el terreno embarrado
de la moralidad humana. Y el azar, que se pasea como un fantasma en un viaje a
algún espacio indeterminado…
Volviendo… a la locura.
Dahmer la serie, es una pesadilla
gigantesca y psíquicamente desquiciante, pero condicionada por una narrativa
condenadamente atractiva, que te deja sin respiración. Será por olores… los hay
de todo tipo, animalescos, sanguíneos, cárnicos, ácidos, alcohólicos,
inhumanos, putrefactos… como aquella bajeza moral y pringosa, de otro Monstruo,
El de St. Pauli, también con orígenes germanos como éste, y terriblemente
viciosos, pero hacia el género femenino y de alta graduación violenta, sin
estudios, de mano del genial Fatih Akin.
En esta cinta magnetofónica y visual
por episodios subyugantes y repulsivos, por igual, la educación recae en el
nombre del padre, en la piel de un fantástico como siempre, Richard Jenkins,
que pasa de la incomprensión taxidermista como médico, a la eficacia económica
de la obra del hijo… de. Es una especie de canibalismo familiar, a tres bandas
separadas, como el de aquellas civilizaciones que arrancaban el corazón de
inocentes para acrecentar su poder en la batalla o en la misteriosa naturaleza.
Sin embargo, el Monstruo no devora por eso, aunque siente la fuerza de su
físico, sino, porque no soporta que le dejen de lado, y por ello, prefiere un
cuerpo que no siente, como un maniquí o un horroroso zombie, no viviente. Pone
los pelos de punta… el sadismo. Que sus
variados creadores, tratan crudamente, pero sin recrearse con la evisceración o
la trepanación.
Pero, aquí de lo que se trata es de
perturbar… y para eso tenemos, la genial interpretación, emocionalmente desafiante
y vacua, con frialdad desmembrada gradualmente, por el chico de oro del 2022,
Evan Peters. Que pasara más fugazmente colorido, por la pantalla de
Wandavisión.
American Pie.
Decía la canción ,que se topa con los
ecos de la muerte, que si bien la adolescencia puede tender al optimismo extremo,
con la mente rebelde y caótica… puede finalizar en una madurez desilusionante,
viendo algunos ejemplos… así entona, “En mi Chevi fui hasta el dique, pero el
dique estaba seco…”. Y en el caso Dahmer, aquella libertad, se ve atrapada por
cuatro paredes, autónomas aparentemente, pues existen vecinas. Y el
apartamento, no sepulta el anonimato en una gran ciudad, no entierra la mierda
de la sociedad, ni sepulta la respuesta de la sexualidad ni los géneros, que
queramos… porque solamente hay hedor en sus manos, en su mirada, en su cerebro perturbado.
Que, ya no será investigado neurológicamente, nunca.
Sólo será juzgada, la profesionalidad
dudosa de determinados agentes estatales, la educación que se administra como
un agujero negro de atracción espiral, hacia el dolor y el miedo infringido de
las víctimas. Elegidas como en un picnic de sabores, con el mismo patrón, la
distorsión de la realidad y el sexo, como pasó tantas veces, especialmente, en
la sociedad norteamericana… Aunque descerebrados hay, tras todas las paredes y
manchas nacionales, no jodamos, que nadie se salva.
Entonces, la música muere, queda el
silencia a las puertas de aquellos clubes sonoros y clandestinos de los 70, y
desagradan otros ruidos, como jadeos sofocados del ayer, el pulso eléctrico y
por fin, la nada. Pues, ese tipo es la nada absoluta… no significa nada,
únicamente, daño y dolor a las víctimas y sus familiares. Silencio a solas,
perturbador, sacrílego y, esencialmente, podrido en la mente. Que coincide con
la de Bundy u otros, que debieron ser ejecutados antes de nacer, ahogados en su
propia mierda deshumanizada. Pero ahora, son el retrato de una sociedad
patológicamente alienada, confunda con los estereotipos y las necesidades, la
moralidad de deseos ocultos y principalmente, la monstruosidad de lo visual…
Mira tu phone y verás.
El idealismo fue cruento, y lo será
ante la diosa de la realidad violenta, incluso, en las puertas de un espacio de
diversión musical, sexual… Forma parte de la fiesta de la confusión, como en
otros casos de psicópatas genéricos que nacen de la represión o el ansia, de
dominio de la voluntad de la víctima, más débil o confiada. Ya que, este tipo
de Satán no ríe por placer, sino que se retuerce en las sombras… Hasta que
salta de ellas, y chas… aparece al lado, aunque se con la apariencia casi
divina, del actor Evan Peters y su cabellera, barba de pocos días, esperando la
justicia divina de verdad, algún día… el monstruo Dahmer.
Y no me jodas, que todos en el
colegio, hemos diseccionado animales por la enseñanza biológica… hay que
enfocar la mente, en el bien y el mal. En otros posibles condicionantes que
incrementaron la evolución de tales hechos salvajes y extremos… Ser el más
fuerte, el dominador, quedar por encima, con las armas que tenga a su alcance…
oxidadas, odiosas, macabras. En busca del cerebro reptiliano, que reside en los
ganglios basales y una frontera invisible entre el encéfalo y el cerebelo,
según describiera el neurólogo Paul McLean… Nada que ver con Don Maclean, creo
bien… y el día que murió la música.
El Yo… sesuar… de seso.
No existirá ya, ninguna producción
para televisión que tenga el impacto de esta, basada en el Monstruo Dahmer. Al
igual que Mindhunter significó una paradigma en la investigación criminológica
de las palabras tras los hechos terroríficos… y el pensamiento de nulidad que
siente la vecina interpretada por Niecy Nash (que estuvo en Cookies Fortune) al
tocarle un ser contiguo tan despreciable y una ronda tan ineficazmente
investigadora. El ruido necrófago era inaguantable, e indeseablemente cercano,
dejado al azar… por desgracia.
Aunque era conocido de otras obras
visuales, no se recrearon con la última finalidad del caso, la endémica del
dinero y la mediática, incluso, en los juicios legales o sociales. Se convierte,
su parte final, en un enfrentamiento entre los detalles escabrosos del
pensamiento de sus protagonistas, hasta que un individuo no planea, ejecuta por
cumplimiento divino… y el cerebro queda para la Netflix, que amenaza con volver a lo macabro con más monsters, como dueña del seso,
masculino, singular, o lo que sea. La causa tras los barrotes, es una telaraña
que atrapa la realidad, y acaba descuartizándola y devorándola… porque Dahmer o
cualquier asesino en serie, son simplemente monstruos. Sádicos en su
naturaleza, y su sexo, ahora sí.
Mientras, aquí la madre, moldeada por
Penelope Anne Miller, es la araña invisible, ante su extraterrestre y gélido QuickSilver. Y sospecha que la
historia, la de cualquier madre perdida, está destinada a repetirse, hasta los
tuétanos, dejando su Perfume del pasado, como bien describiera Patrick Suskind
en aquel nacimiento entre basuras, enlazando la infancia con la madurez, en
épocas diferentes. Aquel Jean-Baptiste, reflejado en la peli notable de Tom
Tykwer, era éste, Monstuo. Nuestros monstruos en la mente, del asesino
histórico y real.
Decía Milan Kundera, al que
despedimos ahora, en su Insoportable Levedad del Ser, como pensaba Nietzche en
El Eterno Retorno, ambos ateos creo… que el peso atribulado de un dios
castigador, incluso en manos de fieles vengativos, borra cualquier atisbo de
redención temporal… Sólo hay que observar la insoportable levedad de las
noticias y mirar a la estrella de la
tele, para corroborarlo. Matarile y se acabó… Schopenhauer pensaba que las
acciones humanas, son producto e un carácter inmutable… pues sería, un horror.
Pienso que no tanto, como éxito. Todo se puede moldear, a través de una buena
educación… a pesar de esa conciencia o seso reptiliano primigenio.
Y el complejo de Edipo también, aquí
magnetizado por herencia paterna a la taxidermia, con el poder de un padre
autoritario y evasor de la realidad… al igual que ella, que abandona… El sino,
es la transgresión de esa figura paterna, la violación de las reglas sociales
en la convivencia, al margen de la realidad de la humanidad y el pensamiento
libre. Menos mal que éste, ya no retornará, pues ya no tiene ninguna cara… Así
que, Nietzsche tenía razón, el dios… de la Maldad, ha muerto.
El seso, no el de abajo con X… no se pudo estudiar ni diseccionar… pero nuestras manos inocentes, como las de aquel Paul Orlac, quedaron en paz. Gracias a Wiene, y el futuro de un Conrad Veidt, camino a Casablanca. xDio