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martes, 15 de agosto de 2023

Dahmer. Season, Dismembering.

 


Decía el doctor forense de aquel programa con protagonismo criminal… que la escala de la violencia se puede medir para serial-killers, en diferentes grados. De menos a más peligrosos para la sociedad y las víctimas elegidas por ellos, desde luego, pero… ¿y la maldad intrínseca? ¿Pueden medirse moralmente, las acciones del individuo o ese tipo de asesinos sexuales…? Personalmente, pienso que no.

El motivo, es que nadie puede ponerse en la piel de tan execrables y violentos sujetos. Solamente, podemos sentir lo que padecieron sus víctimas inocentes.

Los estudiosos del crimen sexual creen que, aunque la ´enfermedad` de la psique se active en un momento para cometer los actos, algo debió existir en determinado punto de su educación que hiciera desarrollar esos pensamientos oscuros, o que una persona represora en sus vidas, activara esa tendencia psicopática y vorazmente siniestra. Donde las manos empiezan a someterse a la voluntad de la mente desequilibrada, para comenzar a cumplir su función diabólica.

De hecho, muchos asesinos en serie, ejecutan labores con ellas, cirujanos como el supuesto Jack El Destripador, fontaneros como El Estrangulador de Boston, carniceros variados desde aquella peli francesa homónima, hasta los personajes de La Matanza de Texas, basados en el terrible Ted Bundy. Taxidermistas como él mismo ejecutor, el personaje de Anthony Perkins en la obra maestra del terror disociado de Sir Alfred Hitchcock… o este caso tremebundo que me catapulta a escribir sobre tan perversos seres y sufrir por las sensaciones visuales, o más imaginarias, como las retratadas del protagonista real en la serie Dahmer. Que, además, ejercía en gimnasio para poseer más fuerza para la ejecución sádica de sus elegidos, como otros ejemplares peligrosos de las noticias. Ah, me niego a llamarle por su nombre de pila, únicamente, le mencionaré como Monstruo…

Esas manos monstruosas que, no fueron  nada innatas para un protagonista llamado Orlac por su creador, el novelista francés Maurice Renard, que fuera fiel seguidor de las obras de Edgar Allan Poe y admirador de H.G. Wells. Añadiendo en su obra,  ingredientes como el miedo social de la época a los novedosos trasplantes médicos, y por ende, siguiendo los pasos de la Creación conocida como Frankenstein de Mary Shelley, y en dirección al mago James Whale. Aquel limpio y maestro pianista, del filme dirigido por un  expresionista alemán Robert Wiene (El Gabinete del Dr. Caligari) que tendría que escapar de las garras del mayor asesino en serie de la historia, Adolf Hitler, por su origen judío;  sería interpretado por un maestro del escenario expresivo como Conrad Veidt, retorciendo sus manos como si tuvieran alma propia y magníficamente dantesca, como ya demostrara torciendo su gesto en el mismo Gabinete o en la risa de aquel Hombre que Ríe. Además de convertirse en enemigo del régimen nazi y combatirle socialmente aportando fondos en su lucha.

La mano del director es esencial, para retratar las horribles escenas que ejecutan los crueles y salvajes asesinos sexuales, para dotarlas en determinados casos, de una amalgama de cualidades, que van desde cierta elegancia en el tratamiento visual a una desagradable, olorosa y profunda, casposa, suciedad, dependiendo del recurso elegido para contar la trama. Ejemplos nauseabundos hay muchos, como el de la Matanza, Ted Bundy o muchos que llegaron después… mezclados como el Hannibal de El Silencio de los Corderos, con retratos expresionistas incluidos a todo color o fangosos en salas, habitaciones u oficinas, aparcamientos o refugios subterráneos, en el caso de Seven, Zodiac o la serie Mindhunter, donde tras la escabrosa realidad, se esconde la maestría creativa de Don David Fincher.

Un crudo verdadero, maestro de la imagen contemporánea. Ahora es un buen instante para recordar algunas de mis últimas visiones del horror, como Barbarian, más que sucia, escabrosa y lúgubre, enterrada bajo la visita de cuatro personajes por el director Zach Cregger y los tentáculos de una madre violentada, y entre ellos, sus brazos huesudos, un Bill Skarsgard que será el tremendo Nosferatu de Robert Eggers. The Silencing interpretada por Nikolaj Coster-Waldau (dorado ejemplar de Juego de Tronos), en una enrevesada caza del asesino y trampas narrativas y nativas; o para trampa perfilada, la de la película The Stranger del director australiano Thomas M. Wright, un verdadero tour de force del engaño, entre Sean Harris (Prometeus), y Joel Eggerton, que ya ambos compartieron en El Caballero Verde y The King, próximamente, en mi debe cinematográfico. Éste participó en la familia de la original Animal Kingdom y será prota de Wizards!, dirigidas por su visionario compatriota David Michôd… como The King australiano.

Decir que en aquella serie surfera y familiarmente criminal, ejercía una madre como Jacki Weaver, que también meditaba económicamente bajo la genial elegancia natural del maestro australiano Peter Weir, tan agreste como salvaje, onírico en el bello paraje de Picnic en Hanging Rock, que en apenas dos años, cumplirá 50 ya y por donde me extenderé otro día con esos picos fálicos apuntando al cielo. Me cachis… Y por último, la referencia en notable blanco y negro, entre un esmerado basurero hecho en Hong-Kong y manipulaciones de manos, con un buen Limbo que mantiene el pulso violento y escabroso, en manos amputadas como trofeos, hasta ese final que recuerda meramente, a los momentos húmedos con lágrimas de héroes, perdidos, a  Blade Runner. Sin comparar… por supuesto, que luego todo lo dicho, se disecciona y se lleva al extremo… sólo me refiero al líquido elemento en la visual oriental y el terreno embarrado de la moralidad humana. Y el azar, que se pasea como un fantasma en un viaje a algún espacio indeterminado…

Volviendo… a la locura.

Dahmer la serie, es una pesadilla gigantesca y psíquicamente desquiciante, pero condicionada por una narrativa condenadamente atractiva, que te deja sin respiración. Será por olores… los hay de todo tipo, animalescos, sanguíneos, cárnicos, ácidos, alcohólicos, inhumanos, putrefactos… como aquella bajeza moral y pringosa, de otro Monstruo, El de St. Pauli, también con orígenes germanos como éste, y terriblemente viciosos, pero hacia el género femenino y de alta graduación violenta, sin estudios, de mano del genial Fatih Akin.

En esta cinta magnetofónica y visual por episodios subyugantes y repulsivos, por igual, la educación recae en el nombre del padre, en la piel de un fantástico como siempre, Richard Jenkins, que pasa de la incomprensión taxidermista como médico, a la eficacia económica de la obra del hijo… de. Es una especie de canibalismo familiar, a tres bandas separadas, como el de aquellas civilizaciones que arrancaban el corazón de inocentes para acrecentar su poder en la batalla o en la misteriosa naturaleza. Sin embargo, el Monstruo no devora por eso, aunque siente la fuerza de su físico, sino, porque no soporta que le dejen de lado, y por ello, prefiere un cuerpo que no siente, como un maniquí o un horroroso zombie, no viviente. Pone los pelos de punta… el sadismo.  Que sus variados creadores, tratan crudamente, pero sin recrearse con la evisceración o la trepanación.

Pero, aquí de lo que se trata es de perturbar… y para eso tenemos, la genial interpretación, emocionalmente desafiante y vacua, con frialdad desmembrada gradualmente, por el chico de oro del 2022, Evan Peters. Que pasara más fugazmente colorido, por la pantalla de Wandavisión.

American Pie.

Decía la canción ,que se topa con los ecos de la muerte, que si bien la adolescencia puede tender al optimismo extremo, con la mente rebelde y caótica… puede finalizar en una madurez desilusionante, viendo algunos ejemplos… así entona, “En mi Chevi fui hasta el dique, pero el dique estaba seco…”. Y en el caso Dahmer, aquella libertad, se ve atrapada por cuatro paredes, autónomas aparentemente, pues existen vecinas. Y el apartamento, no sepulta el anonimato en una gran ciudad, no entierra la mierda de la sociedad, ni sepulta la respuesta de la sexualidad ni los géneros, que queramos… porque solamente hay hedor en sus manos, en su mirada, en su cerebro perturbado. Que, ya no será investigado neurológicamente, nunca.

Sólo será juzgada, la profesionalidad dudosa de determinados agentes estatales, la educación que se administra como un agujero negro de atracción espiral, hacia el dolor y el miedo infringido de las víctimas. Elegidas como en un picnic de sabores, con el mismo patrón, la distorsión de la realidad y el sexo, como pasó tantas veces, especialmente, en la sociedad norteamericana… Aunque descerebrados hay, tras todas las paredes y manchas nacionales, no jodamos, que nadie se salva.

Entonces, la música muere, queda el silencia a las puertas de aquellos clubes sonoros y clandestinos de los 70, y desagradan otros ruidos, como jadeos sofocados del ayer, el pulso eléctrico y por fin, la nada. Pues, ese tipo es la nada absoluta… no significa nada, únicamente, daño y dolor a las víctimas y sus familiares. Silencio a solas, perturbador, sacrílego y, esencialmente, podrido en la mente. Que coincide con la de Bundy u otros, que debieron ser ejecutados antes de nacer, ahogados en su propia mierda deshumanizada. Pero ahora, son el retrato de una sociedad patológicamente alienada, confunda con los estereotipos y las necesidades, la moralidad de deseos ocultos y principalmente, la monstruosidad de lo visual… Mira tu phone y verás.

El idealismo fue cruento, y lo será ante la diosa de la realidad violenta, incluso, en las puertas de un espacio de diversión musical, sexual… Forma parte de la fiesta de la confusión, como en otros casos de psicópatas genéricos que nacen de la represión o el ansia, de dominio de la voluntad de la víctima, más débil o confiada. Ya que, este tipo de Satán no ríe por placer, sino que se retuerce en las sombras… Hasta que salta de ellas, y chas… aparece al lado, aunque se con la apariencia casi divina, del actor Evan Peters y su cabellera, barba de pocos días, esperando la justicia divina de verdad, algún día… el monstruo Dahmer.

Y no me jodas, que todos en el colegio, hemos diseccionado animales por la enseñanza biológica… hay que enfocar la mente, en el bien y el mal. En otros posibles condicionantes que incrementaron la evolución de tales hechos salvajes y extremos… Ser el más fuerte, el dominador, quedar por encima, con las armas que tenga a su alcance… oxidadas, odiosas, macabras. En busca del cerebro reptiliano, que reside en los ganglios basales y una frontera invisible entre el encéfalo y el cerebelo, según describiera el neurólogo Paul McLean… Nada que ver con Don Maclean, creo bien… y el día que murió la música.

El Yo… sesuar… de seso.

No existirá ya, ninguna producción para televisión que tenga el impacto de esta, basada en el Monstruo Dahmer. Al igual que Mindhunter significó una paradigma en la investigación criminológica de las palabras tras los hechos terroríficos… y el pensamiento de nulidad que siente la vecina interpretada por Niecy Nash (que estuvo en Cookies Fortune) al tocarle un ser contiguo tan despreciable y una ronda tan ineficazmente investigadora. El ruido necrófago era inaguantable, e indeseablemente cercano, dejado al azar… por desgracia.

Aunque era conocido de otras obras visuales, no se recrearon con la última finalidad del caso, la endémica del dinero y la mediática, incluso, en los juicios legales o sociales. Se convierte, su parte final, en un enfrentamiento entre los detalles escabrosos del pensamiento de sus protagonistas, hasta que un individuo no planea, ejecuta por cumplimiento divino… y el cerebro queda para la Netflix, que amenaza con volver a lo macabro con más monsters, como dueña del seso, masculino, singular, o lo que sea. La causa tras los barrotes, es una telaraña que atrapa la realidad, y acaba descuartizándola y devorándola… porque Dahmer o cualquier asesino en serie, son simplemente monstruos. Sádicos en su naturaleza, y su sexo, ahora sí.

Mientras, aquí la madre, moldeada por Penelope Anne Miller, es la araña invisible, ante su extraterrestre  y gélido QuickSilver. Y sospecha que la historia, la de cualquier madre perdida, está destinada a repetirse, hasta los tuétanos, dejando su Perfume del pasado, como bien describiera Patrick Suskind en aquel nacimiento entre basuras, enlazando la infancia con la madurez, en épocas diferentes. Aquel Jean-Baptiste, reflejado en la peli notable de Tom Tykwer, era éste, Monstuo. Nuestros monstruos en la mente, del asesino histórico y real.

Decía Milan Kundera, al que despedimos ahora, en su Insoportable Levedad del Ser, como pensaba Nietzche en El Eterno Retorno, ambos ateos creo… que el peso atribulado de un dios castigador, incluso en manos de fieles vengativos, borra cualquier atisbo de redención temporal… Sólo hay que observar la insoportable levedad de las noticias y mirar a  la estrella de la tele, para corroborarlo. Matarile y se acabó… Schopenhauer pensaba que las acciones humanas, son producto e un carácter inmutable… pues sería, un horror. Pienso que no tanto, como éxito. Todo se puede moldear, a través de una buena educación… a pesar de esa conciencia o seso reptiliano primigenio.

Y el complejo de Edipo también, aquí magnetizado por herencia paterna a la taxidermia, con el poder de un padre autoritario y evasor de la realidad… al igual que ella, que abandona… El sino, es la transgresión de esa figura paterna, la violación de las reglas sociales en la convivencia, al margen de la realidad de la humanidad y el pensamiento libre. Menos mal que éste, ya no retornará, pues ya no tiene ninguna cara… Así que, Nietzsche tenía razón, el dios… de la Maldad, ha muerto.

El seso, no el de abajo con X… no se pudo estudiar ni diseccionar… pero nuestras manos inocentes, como las de aquel Paul Orlac, quedaron en paz. Gracias a Wiene, y el futuro de un Conrad Veidt, camino a Casablanca. xDio

Cinemomio: Thank you

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