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domingo, 24 de septiembre de 2017

Twin Peaks Season III.


Retorno a Twin Peaks.

Todo termina como empieza, en el interior de una salita de espera con estilo minimalista o moderno, e hilos temáticos en abstracción. Las figuras sentadas sobre su pasado, enlosado en forma de picos, con un piso orientado a la profundidad espacial y un telón rojo, desafiante y envolvente, como una salida peligrosa a otros universos paralelos.
Al otro lado del espejo, también quebrado como los suelos, los rostros se habitúan al cambio de formas y los nuevos rasgos, a los gritos enfurecidos o de otras vidas, que sobresaltan los silencios necesarios para recapitular el complicado trasfondo o salto generacional. Twin Peaks eran escenarios naturalistas y tranquilos, ahora rotos por las carreras endiabladas, el pulso espacio-temporal, los espacios cerrados con cubos trigonométricos, las pesadillas sangrantes y la violencia de género, los diálogos alucinógenos... el fuego que quema el alma de los inocentes, o no. Los duros golpes de percusión, rasgados eléctricos en el ambiente del Roadhouse.


Y, la sobredimensión de aquellos futuros cuerpos reventados que reproducirán inquietud en nuevos espectadores, revitalizados por la tensión sexual o esa violencia extrema, casi gore de David Lynch. Como si los personajes novedosos, fueran devorados por el mismísimo demonio... o Bob. Como si aquel último café, se hubiera convertido en una gelatina espesa en el estómago o la cafeína hubiera acelerado, de pronto, nuestros sentidos. ¡Cooper, cuidado con la mala leche!
Al cruzar el telón del pretérito, vamos al reencuentro con sus vidas pasadas por un formato tres cuartos, observaremos los novedosos pasos de todo tipo de personajes, o entes mutados en otros. Como aquel Gregorio Samsa de La Metamorfosis de Kafka, viajando por la locura, la fijación, una bifurcación, el morbo, más nuevo surrealismo... el hombre correteaba torpemente, vagaba chocando enloquecido, hasta hallarse de bruces con un doble ilusorio, asintomática caricatura de sí mismo. O la verdad en el cerebro, que se burla de la imagen reflejada, con una risa salida del mismo averno, del infierno de las vanidades, aunque, si bien, pareciera físicamente una representación alocada del mismo Charlie Chaplin o el Flaco, con pasos más tortuosos que desafortunados.


Este regreso a los picos gemelos, parece establecer coordenadas futuras por carreteras de motel, perdidas, grisáceas, en una línea infinita y amarilla. A través de lugares que no seremos capaces de comprender y disfrutar, quizás, hasta mucho tiempo después. Cosas que no veríamos, ni mirando por un retrovisor espectral con vistas a la mente de Mr. Lynch...
Un poco antes, del fin de la función y bajada del telón, de la puñalada en el pecho desprevenido, la cámara se acerca con un plano medio, a la figura femenina que camina de forma mecánica, marcando sus pasos con un sonido infantil. Aquella chica hermosa, muerta y sobresaltada, hoy, flotante... un alma, antiguamente serena, sentada sobre el sofá de otro mundo.
Se intercambian amplias sonrisas, o una mueca congelada y entreabierta, la cabellera rubia parece inmutable hasta los tuétanos surrealistas de la muerte y la experiencia, desprovista como siempre, de la normalidad académica. De sus resucitados ojos, azules e hipnóticos, saltarán chispas eléctricas a su otro rostro del mal, que expresan la pérdida material y la conciencia. Su boca lanza frases entrecortadas, irreconocibles por el arte conceptual, entre risas y alaridos de un animal herido, como si estuvieran programadas en sentido contrario a la realidad, o esa agonía se reprodujera a velocidad ralentizada.
Todo, para decir a continuación, a su cara alucinada, demacrada y expectantemente desinteresada a la vez, al otrora agente especial Cooper, y para sorpresa del público... aquella promesa clarificadora e intrigante, de que se volverían a encontrar pasados 25 años.

Pues bien, una promesa es una promesa y... aquí estamos, David.
Caminando tras el fuego que prendiste en ese momento brillante de la televisión americana, sentados frente a la nuestra y expandida, digital, luminosa... acosados por un espectro, no se sabe muy bien de dónde, pero, no importa.
Elaborado como un episodio de estrategia comercial, que tuvo su precuela en la gran pantalla con cantantes y actores, en una catarata experimental o musical. Hoy, son otros agentes, actores y cantantes, luchadores recientemente fallecidos como el inolvidable Miguel Ferrer, el gran Harry Dean Stanton o aquel genio de colores camaleónicos en la retina, u otro David, de apellido Bowie.
Recordándonos el eclecticismo visual de capacidad estética, de cada capa temporal y tu carismático arte visual en varias dimensiones, desde la vida a la muerte. Algo sin parangón en el espacio y... el tiempo. En el recuerdo vaporoso... con los misteriosos acordes de Angelo Badalamenti, para la serie Twin Peaks, que ya indicaban que nos adentraríamos en otro estado, más profundo, sobre todo, adelantado a su tiempo. Reconociendo su mano surrealista y el efecto catártico, de sus palabras, de la mano de un actor y productor de música electrónica, diseñador o pintor de espacios, y director de conciencia dadaísta, David Lynch. Pssst, silencio por favor...

Y, aquel comienzo alucinante, como una descripción mitológica del canto de sirenas, retaba todas la reglas establecidas (de igual forma que ocurriera décadas antes con otro genio llamado Orson Welles), a través de una cortina de agua que caía sobre los pinos luctuosos, que ensombrecían el panorama y el cadáver reembolsado de una joven. Pálida sombra de lo que fue, de piel blanquecina y mente hueca, simulando inocencia y sus uñas, dolor. Con aquella mirada diáfana que enamoraba a primera vista, y poco después, descubriríamos que su misterio era demasiado cercano, significaba a una chica asesinada con un lacerante pasado, que todos conocerían como Laura Palmer.
El resto sería historia de la televisión mundial, una cortina de rostros admirados y un éxito fuera de todo alcance o previsión, ilógica como sus creadores. El eco furioso, de una trama enrevesada como no podría ser de otra forma, con los personajes y monstruos, todos algo grotescos, que se convertirían en una frontera del conocimiento existencialista y el surrealismo en una amalgama de experiencias sensitivas. De conversaciones que te sacaban un gesto admirativo, la catarsis, o incluso, una sonrisa de complicidad.

Definitivamente, si una cosa a resalta en el horizonte verde y el espacio cruzado, dentro de otras muchas aptitudes o referencias visuales que posee el cine del director originario de Montana, es... que el espectador se acaba enamorando de sus personajes, ellos y ellas, fenómenos de la televisión. Incluso, si éstos le producen compasión, rechazo, miedo o repugnancia. Algo poseso en ambos sentidos, hacia afuera de su enrevesado mundo interior, o saliendo a la superficie de nuevo, que conceptualmente regresa hoy en la piel de Cooper. Incluso, por encima de la historia narrada o de sus conversaciones inhóspitas, para acabar transformándose en imágenes iconoclastas o referencias perdurables en la memoria de sus seguidores. Cada uno de ellos, formará otro universo pequeño dentro de la dialéctica general del filme o, en este caso policial por capítulos, se abraza a la estructura de esta serie lynchiana.
En memoria de Marv Rosand (agente Cook) y Warren Frost, actor de Newburyport (Massachusetts), doctor en la serie y padre del productor-guionista Mark Frost, descanse en paz.


Los 3 Cooper´s de Lynch.

El Agente...
Al otro lado, de la estética, los paisajes y la música atmosférica, se empezaba a desarrollar una investigación que, oteaba el pasado de forma inconexa, como suele ocurrir en todos los casos de asesinato de Lynch. Pero, en la aparente calma de este pueblo apartado, ésta se iría complicando al descubrir las extrañas pistas que se incrustaban en la escena del crimen, con otros indicios vecinales, casi espectrales.
En el espejo, nuestro fantasma, se figuraba paseando por los típicos escenarios de Twin Peaks, que se convertirían en nuestro propio salón de casa, o sobresaltamos con la pesadilla que te despierta sudoroso. Danzando alrededor de una hoguera de sentimientos encontrados y crímenes injustificados, titubeando con las impresiones, con las atmósferas impregnadas de voces de ultratumba, semejante a poner un disco de The Beatles en sentido contrario a la dirección habitual de la aguja de cabeza de diamante. Además, la música para Lynch, se muestra fundamental para crear esa tensión narrativa y visual.

Regresamos al encuentro de Laura, embriagados por sustancias hipnóticas, olores y sabores de ayer, que nos refrescan o queman. Tomando cafeína a discreción, saboreando donuts o tartas, y jugando un ajedrez piramidal con hologramas, sobre las plaquetas bicolores de la sala de espera. Una puerta astral o estereofónica, que atraviesa el cerebro de un genio y un enano, de un gigante y Mike, o los amores perdidos de un detective. En busca de un asesino en serie, de un killer de la realidad que posee múltiples formas.
Mirando sus extrañas caras deformadas o pálidas, alteradas o hieráticas, por la sucesión de hechos, vemos la oscuridad de Lynch. Dependiendo de las representaciones o esas perspectivas infinitas, estudiando sus diferentes comportamientos, volvemos a trazar una posibilidad, una odisea entre mil. Este regreso a la casa del director, es un tiovivo sensitivo casi impensable hoy en día. Donde iremos husmeando en su idiosincrasia especial y riendo con ellos, los personajes archivados en nuestro cerebro. Nos muestra sus cambios, el paso del tiempo y tomando una taza de exquisito café humeante, observamos que todo es diferente, pero, igual.
Veinticinco años, no son nada, para una caso sin cerrar y, la existencia de un dios o un diablo, o ambos. Es un salto atrevido, como siempre, hacia un reencuentro dimensional que se reproduce, como si fuera el día siguiente a aquella fecha final. Eso sí, con otras efigies renovadas u otros síntomas del mal. En varios lugares que seguimos descubriendo atónitos, nos vamos tropezando, cayendo, sonriendo, pegados a ese asfalto de carreteras oscuras, sangrantes, iluminadas por ojos encolerizados o, tras despertar de un sueño inconsistente, semejante a una broma pesada. Especialmente, si los ojos que se introducen en tu cerebro, son los de aquel David que te zarandea y te golpea para recorrer carreteras perdidas y habitaciones desnudas, dunas espaciales o imperios aislados, vestidos de terciopelo azulado. Con la sensibilidad de un conductor, ajado, montado en una máquina corta-césped.


Porque, el director de aquellas películas iniciáticas tan irreverentes y arriesgadas, pesadillas en blanco y negro, con cabezas borradoras u hombres retratados como elefantes... vuelven a estirar y deformarse, hoy. Con cambios que se reproducen en otros andares y pieles sintéticas, figuras desinfladas y vueltas a inflar en distintos rostros o los mismos. Registros evolucionados de sí mismos, con el protagonismo arrollador de aquel agente de mirada transparente, del traje negro y pensamiento conciso, visión dura, pero lánguida e inteligente.
El bien y el mal, encarnados en un divertido recién nacido, en muchas ocasiones, desubicado como un marciano. Casi, una caricatura de Buster Keaton o una fotocopia en color de Stan Laurel, persiguiendo criminales o fantasmas risueños que atravesaron portales o espacios tridimiensionales. Personalidades agrupadas por los recuerdos o por separado. Este Lynch, prácticamente, inédito en comicidad transparente, excepto ramalazos, sobre todo de aquel Twin Peaks recordado, se divierte y nos divierte.
Aunque, tendremos que reemplazar la búsqueda de pruebas incriminatorias del pasado, por otras suposiciones. Modificaremos el estudio pormenorizado del nuevo caso, y el conocimiento ´lúcido` de los personajes, los interrogatorios incoherentes y estas acciones incomprensibles, que regresan cuando se instalaron, de una forma que parecía definitiva en aquella naturaleza salvaje. Pero no. A bordo de sus zapatos oficiales u otras botas texanas, iremos descubriendo distintas carreteras o vías muertas, y seguiremos esos pasos titubeantes que se extendieron hasta Las Vegas. Desde nuestra pantalla hasta el infinito.

Allí mismo, en la inopia de lo incomprensible y nuestro rincón recóndito, terminaron... como empiezan. Husmeando entre árboles rojizos como el telón de un teatro de sueños o terribles pesadillas, aciagas apariciones, cambios frenéticos o deslizantes, de semejantes consecuencias dramáticas. Posiblemente, más violentas si cabe, especialmente, contra las mujeres de esta nueva entrega, que no reniegan de sus profundas raíces históricas ni de los cambios actuales. Esto es, encaminándose a su historia digital, conduciendo o volando, amando, sonriendo por ahora...
La tercera, mutó a cuarta dimensión en un salón de café, más que té, atravesando la perspectiva real e introduciéndose de nuevo en el universo plagado de extravagantes presencias (otros, como el director Tod Browning, los denominarían de freaks, frikis en castellano), donde las pesquisas se elevaban a un término paranormal o fantástico.
El universo lynchiano está repleto de estos calificativos y escenas alienadas, dentro de una aparente normalidad estética. Secuencias salidas desde las entrañas del teatro y el rock, del terror o la ciencia ficción. Hasta estallar en vísceras coloristas, en naturaleza muerta de sombras alargadas, disfunción extracorpórea, almas o enjambres de insectos, en incineración alcohólica, y carcajadas con una violencia desaforada o experimental. ¿De qué se ríen? De ti, de todos, de ellos mismos. De la muerte... tal vez.


Reencontrarse con este David Lynch, infantil, cuarto de siglo después, es una gozada sensorial, un encuentro especial con los investigadores del asesinato de Laura Palmer. Parecido a abrir un boquete en la pared y visualizar al otro lado del pensamiento, traspasar un cortina de silencios inertes, sentarse a comer en una oficina o circular por una corriente de fuegos fatuos, por cables de cobre directos a tu domicilio. Nada de líneas digitales, salvo en las pesadillas existenciales... O, caeremos a un vacío existencial, puede que perderse en una explosión de sensaciones, visualizando vidas efímeras y secuencias inolvidables. También, claustrofóbicas u horripilantes escenas del crimen, como no podría ser de otra forma, en nuestro estado mental compartido, con él.
Navegar por los recuerdos en un espacio intangible y sumirse en un suspense eléctrico o magnético, visceral o catártico, como una vuelta al arte conceptual de Dalí en movimiento. Pero, sobre todo, significa un placer para la mente y los sentidos.
Un paseo dimensional, a través de memoria, la angustia, el pasmo, la velocidad de un montaje ilusorio o la calma en los pequeños pasos, los siguientes regalados por sus antiguos amigos o los nuevos personajes en este Twin Peaks multidimensional. Que, para otros muchos, creo que será una experiencia traumática o les causará pavor, a través de pesadillas en dichos episodios iniciales. Su trabajo extenderá una sensación de pérdida o un episodio de efectos catatónicos, un estado mental del que les costará recuperarse o, puede que terminen desconectados de manera extrasensorial, para siempre. Esencialmente, si no están acostumbrados a esa concepción surrealista o mágica.

Una gran minoría de espectadores, de ayer y de hoy, se verán transportados al universo lynchiano, para caer en las redes plasmáticas de su conciencia, vivencias electromagnéticas con el más allá, placeres risueños o enfermedades psíquicas, ondas sonoras como cacofonías, distorsiones, sonidos sofocados de golpe y narración envolvente, como la primera vez. Un acto sexual repetido, también practicado con sus personajes favoritos, porque no es ´totalmente` imprescindible haber visitado la primera Twin Peaks o el argumento de un asesinato, ni sus mujeres etéreas u hombres horripilantes del pasado cinematográfico. Tampoco conocer sus sentimientos, ni perseguir viejos fantasmas, al contrario, reinventarse.
Sí es cierto, los dos primeros capítulos se abstraen, te golpean hasta dejarte sin ese sentido de la realidad, desnortado o mareado por la pérdida constante de sujeción bajo tus pies... visitando entidades de otro mundo y sobrecogimientos espirituales, demoníacos. E intentando recuperar la sonoridad de esas voces de ultratumba, contemplamos atónitos, esa ralentización en los movimientos, deslices de la edición, la sensación de flotabilidad que va in crescendo, la pareja sentada y desnuda, que te descuartiza salvajemente en un abrir y cerrar de ojos.
La escena se repite, como si nada hubiera cambiado, cuando en realidad, todo es diferente... por el instante y la persona que fuimos. El fondo trigonométrico, los balbuceos sobrenaturales, la geometría de las perspectivas y profundidades de campo, se reajusta al cambio ostentoso de cuerpos. La materialización de sueños, la realización de esas pesadillas más temidas, los espectros... la invasión de los ladrones de cuerpos y borradores de mentes, la curvatura de la ilusión, hasta una elipsis doble.

Reencontrarse con los personajes (imposible alinearlos a todos) convertidos en mitos televisivos, mediante grandes actores dispuestos a ofrecer una función distinta, con otros trajes, miradas de naturalidad y textos... por ejemplo, a veces, otros policías se confunden para conformar grupos atípicos, de inteligencias o aptitudes variables, cercanas o desconcertantes por la ingenuidad o la inseguridad que transmiten... sin embargo, ellos se carcajean.
Los Agentes Cooper´s desdoblados, nos recuerdan a un viejo icono del humor o cómico de la legua, como una especie de niño adulto y balbuceante, que se impregna de este nuevo mundo descubierto mediante la cámara de David Lynch y su sentido del humor. Aquí, más real, singular y fortalecido, que nunca.
Recreando el slapstick más silente, con profusión de técnicas de mimo o pantomimas clásicas de típico clown, tal y como haría, un verdadero vagabundo o Monsieur Hulot perdido, llamado Dougie. Carismático actor cambiante, dictador de las risas y la antigua gomina, mutado a depredador, hombre lobo que se despierta al día siguiente, con los pigmentos de hemoglobina en su piel y el sabor de la sangre humana en la boca.

Mientras, dejamos al hombre lobo en su episodio 9 (hasta 18), en varias latitudes adyacentes, otros elementos policiales se reúnen para intentar sobrellevar su situación personal, comprender todo lo que sucede o recuerda de aquellas fechas. Son equipos de varias secciones o unidades, separadas por sus cargos e interpretaciones... Una la de los compañeros de Cooper, encabezados por un jefe habitual visitante de otorrinolaringólogo, el mismo Mr. Lynch que viste y calza, hilarante y comprensivo, seguido, no por su perrito fiel, sino el gran Miguel Ferrer y sus comentarios al estilo... "la culpa de esta maldita lluvia, la tiene Gene Kelly" y la intrigante paciencia de Christa Bell, actriz y también compositora, que se concentrase alrededor del genio, en aquel The Music of David Lynch Benefit Concert. Simplemente, un trío espectacular. O cuarteto, porque Diane sigue siendo la gran Laura Dern.
Otro cuarteto, el de los agentes de policía de calle, detectives de la anécdota y el chascarrillo, encabezados por Brent Bricoe y Larri Clarke, y seguidos por los torpes Eric Edelstein o David Koechner, graciosos sintomáticos. Para terminar con los antiguos y queridos habitantes de la idealizada Twin Pekas, de placa, paciencia y sorna, con su fauna característica y distribuida por el ecosistema, como el jefe Tommy "Hawk" interpretado por Michael Horse y su coleta, el jefe Frank Truman por el cabal Robert Forster y esposas, esposado por ambos márgenes... y por descontado, los inimitables Harry Goaz y Kimmy Robertson como agente de peinado airado y la telefonista con problemas móviles, Lucy y Andy. Algunos con menos luces... que un pequeño bulbo raquídeo. Caminan junto a nosotros, de la mano de Lynch.


Especial...

Las oficinas son lugares comunes para todos ellos, las grandes con mesas de directivos y cuero, o los pequeños despachos en construcciones de madera, los receptáculos de aviones y automóviles. Desde su llegada a Twin Peaks, este agente especial, se relacionó singular y escrupulosamente, con la mayoría de habitantes de pueblo y se confundió en sus locales típicos, cafeterías, salas de baile, hoteles, bancos, bosques... la humedad y el frío, combatió colgado a una taza de café, inspirador y tranquilizador, para lidiar con los pensamientos autóctonos de la policía local y los extraños entretenimientos de los jóvenes del lugar.
A veces, los cuerpos de protección ciudadana, parecían más peligrosos que los propios condenados al fuego eterno. Ahora, pasea entre ellos o su recuerdo, como si nada... encantado de haberse conocido.
Igualmente, extravagante son las conversaciones sordas que, David Lynch y su personaje preclaro, se entretiene entre la autoridad y la política financiera, que pretende ejercer su voluntad por encima de otros deseos o comportamientos, excepto la búsqueda de Cooper. Aún si cabe, más extravagante, que ya es decir, o no decir nada. Como sus diálogos, adelantados a Tarantino, sorprendentes como la intromisión de ese enano, armado de cuchillo y con pretensiones de carnicero. Aquí, todos son especiales y capaces de matarte... a risas.

Ya que, hasta el miedo es especial en Lynch. El mundo extrasensorial bifurca la realidad en la leyenda de dioses y monstruos, devorándote a sorbitos de café. Para, de pronto, entrar en el abismo o el averno de vómitos y sangre, de pérdidas súbitas de memoria e hilaridad, hasta surcar el repentino terror en la claridad de unos ojos inocentes. Despachados por un nuevo serial killer, naúfrago de otro universo, corruptor de bellas jóvenes en el pasado y viajero en busca de socios. Como esa pareja turbadora de mentes marginales que eran los atracadores de Tarantino en el restaurante de Pulp Fiction, encarnados visceralmente por Jennifer Jason Leigh y Tim Roth; o los siguientes Saylor y Lula, hermanados roqueros con la mirada perdida en el cielo de Amanda Seyfried y la escondida en otras sustancias, de Caleb Landry Jones. Actitudes que se idolatran como la de aquellos jóvenes rebeldes, Bonnie & Clyde, mezclando romanticismo con violencia, incluso de géneros confusos, como ocurría con las parejas de Blue Velvet o Mulholland Drive. Su ecosistema vital son sitios sucios y grasientos, como auto-servicios, talleres y desguaces de coches, moteles de carretera y curvas abandonadas, maleteros en párkings o cunetas, prisiones o celdas abarrotadas, lugares de sexo y prostitución, etc...
Pero, si existe en el cine de Lynch algo que destaca especialmente, son los canallas con comportamientos psicópatas o sadomasoquistas, la exhibición de poder que repugna y la idolatría al dinero, la devastación interna de la inocencia o la bondad, el engaño o la egolatría. Jefes cubiertos por un número variable de lacayos y edecanes del mal, que parecen títeres a los que aplastar. Claro, hay demasiados casos parecidos en su pasado cinematográfico, el Freddy Jones de El Hombre Elefante, el sádico Dennis Hopper, un repulsivo Willem Dafoe, aquí entre muchos y recordados 25 años antes, es indiscutible el protagonismo de un Kyle MacLachlan, que se sale de todas las reglas. Con su pasos cómicos y drásticos, desde luego.

Como distintos son los fenómenos de otra clase, visitantes que se cuelan por cavidades, espejos o ventanas, a través de una conexión eléctrica o plasmática. La realidad paralela, en un universo gobernado, no sabemos por que tipo de conocimiento o deidad. Estos seres sirven para abrir una mirilla y revivir el ayer, renacidos, inmateriales, como si se tratase de una invasión de ladrones de cuerpos enviados a una misión, peligrosa, atractiva, envolvente, vomitiva... magnética.
Que el reconocimiento colectivo se mantiene, tras esa imaginación suprema o excelencia visual, incomprensible para neófitos, parecido a observar el esquema pictórico de un cuadro surrealista o las pesadillas de Luis Buñuel, con inolvidables retratos cubistas de cada personaje, aparentemente superfluo. Reflejando espacios desconcertantes y caracteres, sencillamente imaginados o alejados del pragmatismo lógico, aunque facilitado por la técnica aprehendida en sus comienzos de estudiante, que sería como montar en bicicleta tras horas de colegio y su dosis de imaginación para recrear espacios. Esta especialidad del reparto, significa diversión a partes iguales, dividida porque nada queda supeditado al aburrimiento de seres marginales (incluidas sus señales más alucinatorias), desconcierto con misterios que transcurren en todas las direcciones, atravesando puertas, interpretando a un lado del bien o del mal, de arriba-abajo, zarandeados.
Individuos nada corrientes, con decisiones éticas muy discutibles, opciones lujosas o suciedad ambiental, luchas intestinas o familiares, sangrantes hechos ególatras, pasiones enrevesadas o visiones recalcitrantes, desquiciadas dotes de mando, órdenes asesinas y muecas serviciales, depravación sexual o sentimental, obsesiones retorcidas, desprecios insufribles, vejaciones, posesiones, martirios, etc... Todo muy normal para el director, que realiza con toda la información, una amalgama desquiciante y mágica, con sus montajes entre el cine clásico y el experimental.
Todos los personajes, parecen transitar en algún momento por estos caracteres o posiciones extremas, de tal forma que los individuos emergen de la locura y recaen en rincones de su psiquis, hasta terminar en un rincón esquizoide del comportamiento individual o una pasión, salvajemente atractiva.

Con una novedad sensacional, que se transporta, dotada de un sentido del humor elevado o secuestrada por la comicidad clásica de un agente desaparecido en acto de servicio. Aquella que repercute en el actual personaje, con momentos hilarantes y se impregnaba con ella, en cada gesto o poro de su piel, de su esencia. Transformando todo a su alrededor, a todos sus compañeros, conocidos o extraños, sus nuevos amores que sustituyen a Sheryl Lee o Heather Graham, por una interesada Naomi Watts. Porque sus mujeres son especiales, desde la sugerente Audrey a la mujer del leño, hay numerosos casos dentro de la serie...
La singularidad va dirigida hacia nosotros, los que atravesamos aquel telón rojizo o plástico de la fantasía fúnebre, otra vez, para descubrir que la pasión de David Lynch por imágenes y personajes, las sensaciones del cine de un autor imaginativo e irrepetible, se siente de nuevo, como en aquellas primeras ocasiones grisáceas, filmadas ayer, ahora hace 40 años en Eraserhead.
Por tanto, el arte abstracto se definió en aquellos momentos, con su pequeña cámara y las pruebas de enfoque, con el suspense espeso y su definitoria relación musical, ya que, las sintonías espaciales de fondo y los bailes o las interpretaciones vocales de sus protagonistas, han sido sustituidas por grandes números, que sirven como fin de fiesta. A cada cual, más significativo, especial o envolvente.
Welcome to Hell!



Cooper... y, punto y aparte.

¿Alguien ha perdido un tornillo?
Se dice que aquel Cooper era un excéntrico, especialmente, para ser un agente del FBI y de la capital, que llegaba a un lugar tranquilo como Twin Peaks en 1989. Pero, poco a poco, fue ganándose el cariño y admiración del pueblo y el público, con su filosofía cafetera. Ahora, es otra cosa muy diferente, que nadie podría haber imaginado viendo su imagen reflejada en aquel espejo con el viejo Bob, sangrando a través de su dolor y la pérdida de la razón, posiblemente.
Si sus métodos de investigación se sentían poco ortodoxos, hoy sus pasos son ortopédicos, al igual que un bebé que emprendiera su odisea vertical en la vida. Atrás, quedaron las conversaciones utópicas en grabadoras con Diane, o sus extrañas relaciones personales con otras chicas, personajes duales que, igualmente, se podían comportar con ambivalencia. Entre esas dos concepciones del pensamiento, como el yin y el yang, cuyo juego preferido era el amor-odio.
Ahora, parece borrado y olvidado, salvo excepción futura, fruto de una mayor sensibilidad o excesivo comportamiento neutro o infantilizado. Es Dougie, el nuevo personaje que exprime con carisma y simpatía, nuestro amigo Kyle MacLachlan, durante los primeros nueve capítulos, la clave sensorial y escénica del regreso de Twin Peaks.

Este nuevo nacimiento, sobre la pista del pasado para Showtime y TVLine, muta a choque existencial, cuando proclama que el noveno, no puede ser el final... y ya estoy hambriento por descubrir los nuevos secretos y reflexiones que provocan los siguientes nueve. Para degustar este plato condimentado a través de las dos concepciones del personaje, Doug Jones y Dale Cooper, cada vez, más distanciados... probablemente, en busca de un ring oportuno. He leído en algún lugar que, David Lynch se basó para su creación en televisión, en el secuestrador de un avión Boeing 727 en 1971, sin duda, ha tenido un largo trayecto, tras aquel vertiginoso despegue. O también, que sirve de enlace con el personaje interpretado por Mr. MacLachlan de aquel suyo, redondeado en la película Blue Velvet en 1986, es decir, una vuelta de tuerca a aquella maldita oreja, compañera mediática de A (inglés) Chien (francés) Andaluz.
Sin embargo, aunque no sigue siendo tan atractivo físicamente, se dedica a complacer con besos y encuentros furtivos a otras jóvenes inocentes, o no, como aquella Audrey Horne tan enamoradiza y atractiva, negada por su diferencia de edad. Hoy, el Cooper asesino, no le haría ascos a su tierna carne y mirada admirativa.
Esta mezcolanza dicotómica, convierte al borrado protagonista en un ser especial.

Por otro lado, este Cooper extremo navega su nueva odisea con sintonías románticas, finalizando cada episodio... ¿qué habrá sido de tu antigua novia Annie Blackburn? Esperaremos a su conexión con la actualidad y cómo quedo aquel asunto con el asesino en serie y ex-agente del FBI, Windom Earle, en el último capítulo de la temporada mencionada. Cooper/Doug... debería rescatarla, ya perdido y desorientado espacialmente.
El ayer se fundía con el ecologismo sintomático y boscoso, como un incendio pasional se expande con el viento. Indagaba en la depravación del costumbrismo de típicos vecinos, con ese tono de comedia, no tan físico. Llegaba al desvarío narrativo con la entrada a otras dimensiones y efectos sensoriales y regresa con la violencia extrema en sus otras manos. Desnudas como las de un indio despojado de su espacio vital o Bob despeinado...
Ríe, ahora, sobre aguas turbulentas como carreteras sin sentido, ríos de hemoglobina, residencia perdida, hasta su conexión con el doble de mirada ausente como Tom Cruise en Rainman... ¿intentará bajarle de su nube?
O flotará a través de él, en otro mundo donde su efímera existencia se nutra de otras dimensiones, entre la no vida y la muerte.

Cuando destapábamos la indagación atípica de Cooper, desarrollada en esa lacónica y distópica localidad situada, oníricamente, al noroeste del estado de Washington, comprobamos aquel ambiente impregnado por el olor a resina y café, con sabor a bella putrefacción. Ahora, son divergencias o diferencias referenciales, de él mismo, que veremos como transcurre en nuevos episodios, cada vez más intrigantes. Doguie o Cooper, extremos, se pasean con sus diferentes zapatos o botas, en juegos divergentes y suertes contrarias, casi huérfanos. Vestido de payaso o con traje de asesino en serie, es un enigma su proceso degenerativo de aquel protagonista de Blue Velvet, habrá que investigarlo. Quizás, olvidar cómo quedó atrapado en aquella habitación, colgado del espejo de Bob, durante 25 largos años.
Entre esta odisea o teletransportación personal, Lynch resiste al paso del tiempo y sus personajes, pudiendo moldearlos a su antojo. Poniendo sus palabras y ocurrencias graciosas en su boca, andando sin rumbo fijo... podría ser el nuevo icono de la juventud del siglo XXI, un clown mayúsculo encarnado en el simpático Douguie, una aparición mágica.

Rodada en realidad en la población  de Snoqualmie y sobre North Bend, salvo algunos emplazamientos al sur de California, anduvimos tras sus pasos y su deducciones holmesianas, brillantes y nada académicas, nos identificamos con su característico sentido del humor, y esa fina película de locura, que aquí explota el actor, de manera gráfica y expresiva. Un estudio criminalístico a la altura de un talentoso, cómico hoy, agente de la capital del estado y del FBI... el excéntrico bebedor de café, Dale Cooper. No sabemos, si persiguiéndose a sí mismo.
Luego, aquella cuarta dimensión de la sala de espera atípica, se desdobla en una quinta, también se retuerce sobre sus cuerpos sobredimensionados (las mujeres lo llevan mucho mejor estéticamente, sin faltar a nadie), y vuelto a adelgazar. Mutado por el sol, las arrugas y la mente criminal, el agente especial, hoy asesino, posee algunos paralelismos o equidistancias, sin los milagros o tribulaciones apocalípticas, con ese jefe de policía interpretado por Justin Theroux en la serie The Leftovers. En sorprendente división, se tocan dimensionalmente, tras un cuarto de siglo de 29 episodios o sueños recurrentes, llevando el caso de Miss Palmer al mundo actual y devastado por la crítica social. Paralelo juego en el que, a veces ganas, y la mayoría te estrellas contra un cubo inteligible, enchufado a una mente borrada y simpática, castigadora en plena batalla antagónica o metafísica, estructurando la memoria fragmentada con los datos exactos, matemáticos de agente especial, que todo tiene bajo control. Excepto en el interior de su conciencia... imagen ideal de lo correcto (algo cafeinómano) y la materialidad espectral en un más allá... confuso o más insano.

En un sentido aparece el Flaco Hardy, como un Forrest Gump que busca su camino musical o ET el Extraterrestre, señalizando la orientación hacia su casa. Una vía contemplativa y revuelta, hacia un Fargo de los Coen, años más tarde. Pues las raíces del cine lynchiano, son infinitas. Pero, ya está su hogar, a salvo ¿seguro? Acompañado de mujer y esposa, cosa que nos sorprende viendo su pasado, aunque no se entera de mucho, la verdad.
E hijo, que respira con esa admiración al cabeza de familia y a un alma inocente, como de niño...
Cooper, camina conmigo, hacia el juicio final de los 9 siguientes de Lynch. Por los pecados, bajo los baños lunares, pasados y futuros.
Nos vemos, en la cabina de algún ascensor y un café en la mano.

Dos mentes unidas en la misma dimensión...


Cinemomio: Thank you

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