En Manos de un Dios Menor.
Normalmente el que asciende a una montaña con esfuerzo y mira hacia abajo desde la cima, se siente tan realizado que podría considerarse afortunado y dominador del mundo entero a sus pies. Algunos individuos se crecen en ese estadio, más y más, pensando sobre todos aquellos problemas que dejó atrás (y los que surjan debido a su nueva posición) o los enfrentamientos desnivelados que pueden observar los demás, desde su ´estatura` o envoltura intocable sin comprometerse con otros factores ambientales y que, en este momento determinado de sus vidas, parecieran ajenos a la voluntad todopoderosa de su mano o inteligencia emocional. Semejante a un artista que alcanza la fama, tan fácil de derriba cuando el público deja de interesarse por tu obra.
Una apuesta cinematográfica puede favorecer las expectativas soñadas como, la construcción del ser y el retrato de la soberbia humana, se elevan sobre un mar de nubes. El éxito alzado hasta el infinito, semejante al Gran Salto protagonizado por el poder económico, que retrataran en los ochenta los Coen, era de pelotazos inmobiliarios con la figura inconfundible del recordado Paul Newman en el candelero, u cualquier otro ejemplo del meridiano desapego del poder, por aquellos asuntos pringosos y que parecen tan mundanos como la escayola, desde un puesto privilegiado en las alturas.
Por contra, otras personas no. Intentemos descifrar sobre que trata esto...
Para un ser imparcial que no acostumbra a levarse sobre el resto, resulta complicado introducirse en la mente codiciosa de un hombre o mujer con imbricaciones intelectuales, o hechos a sí mismos. Aunque, en el caso del artista y su máxima, tanto literato como cineasta, su mirada puede dirigirse hacia arriba o al vacío desnudo, sin pestañear apenas, para convocar a las estrellas que iluminen su camino o pensamiento, erotizante; adivinar en el horizonte algún tipo de intrincada aventura con la que abastecer su hambre de historias inéditas, poniendo en el juego o en alza, su primer valor intelectual, esto es, la imaginación. El poder de criticar ciertos desmanes intrínsecos al individuo pensante, o no, e intentar añadir al mortero, algunas soluciones posibles para el caos que se desarrolla a continuación, desde los siguientes niveles en la estructura monumental hasta los cimientos más enclavados y excavados bajo el subsuelo. Insectos y colmenas gigantescas...
Por ejemplo el director Ben Wheatley (Turistas, Doctor Who: Deep Breath), edifica una obra endiablada o gloriosa según la opinión consultada. Tan transparente como superrealista, opaca u onírica según los elementos elegidos para tan maýuscula operación estética, y cuyos obreros se mueven por impulsos casi eléctricos, en operaciones estratégicas sin mando aparente, algo igual de mecánico que un elevador del ánimo o sustancial como la vida misma.
High-rise, poco a poco, se transforma en una estructura casi autárquica e independiente al resto, que divide a los diferentes grupos en conflicto social por sus experiencias o labores sociales, diferenciados en rangos clasistas, apilados u opuestos según su ética o ideología en una escala estimada de la sociedad moderna. Deambulan enloquecidos, por zonas demarcadas que reconocemos en la memoria de la humanidad y nos enfrentan en batalla ancestral por el control de la lujosa botonería, el panel de la pausa, los brillantes espejos y la alarma, no hay salida sin una comunicación que se apaga. La soledad se derrumba a marchas forzadas o actos violentos de la masa. Complicada visión, dentro de una situación tan revolucionaria como ciega que se dirige al declive total, o caracterizada por ese aspecto intelectual que se refleja en los diferentes comportamientos humanos. High-rise es maquiávelica, obra estilizada frente al espejo del sky-line surrealista, que radica en una polifonía de crujidos y risas desaliñadas, imágenes de huesos y piel muerta, movimientos rocambolescos casi circenses, gracias al objetivo indiscreto de Wheatley y los gestos deformados de sus protagonistas puestos en el escaparate de las vanidades.
Jadeos de sexo insano en una habitación de diseño, falso hogar, en elevada forma y tensión creciente, con algún que otro eco de protesta disparatado, oscuro o diáfano según la luz. Obsesivo retrato social, disparado hacia el infinito, casi desesperado. Desde el dolor o el desencanto de un plano tridimensional, que se confunda entre los gritos de familias numerosas o fiestas depravadas, lujos y etiquetas, chapuzones mentales que empapan los trajes de alta costura alrededor y apagan los cánticos infantiles en un océano de reproches, si pueden... Sonidos monumentales, fundidos en acero y acolchados por cristales ahumados, al ritmo de una banda sonora emergida del ensueño de Clint Mansell, o debido al guion y el montaje cardíaco, pesadilla existencial más bien.
Pero lo más impactante, sea (además de unas escenas casi revolucionarias que subyugan o descolocan al más pintado, del estado crítico), la capacidad de aumentar una metáfora hasta límites insospechados de nuestro intelecto o conocimiento, hasta ascender o bajar al nivel siguiente, como una zambullida de recursos estéticos o la idea caustica, perfilada sobre el contorno de una falange que apunta al cielo con dedo acusador, pudiera ser depredadora o incluso, divina. Porque High-Rise o el Rascacielos de la discordia, no en llamas accidentales, es un coloso o entidad faraónica sobre esa hoguera predecible, de estas vanidades humanas que se multiplican al calor de una ideología; o una sugestión involuntaria, como un tic demoledor frente al espejo apocalíptico, que significase la representación del universo en guerra continua, con los pies y ojos plantados en nuestra propia decadencia moral y colectiva.
Si fuera una civilización evolucionada, edificación de la humanidad pretérita y perfecta, se construiría como una gran pirámide de diferentes niveles y numerosos peldaños sueltos, o individuos. Cuya cúspide tiene un pedestal ególatra o pira funeraria, para una divinidad esquiva con forma humana y su ideal sobre el sacrificio de corazón. Del primer arquitecto o Imhotep (sabio, médico, astrónomo) que confluye con el pueblo llano, escogido como Dios en lugar elaborado por él, si bien separados de antemano. La figura o esa mano de Dios, dibujada sobre un horizonte frío y triste de piedra, ante un mar de vehículos impersonales o mar vítreo, recortado por discrepancias confusas sobre un sueño y percepciones soberbias de la realidad. Continuadas, amaneradas, elitistas o indecentes, ante la nula capacidad para el diálogo y el raciocinio. Gritos huecos, quejas de abajo a arriba, impactos desfigurados, llantos elevados al cielo... silencio.
Y sus líneas de la vida, no volverán a tocarse en un lago de metal y sangre, nudo gordiano sin cuervo negro... que viaja en un carro celeste, como los ríos de asfalto o los sueños de Buñuel en México, simples observaciones de director empalmado, o pinceladas maestras de un Dalí acompañando con colorido surrealista, su propia cúpula del tiempo.
Claro, High-rise es tan difícil como el descenso al infierno de Dante o un laberinto vertical, perseguidos por un Minotauro dorado que desea sacarnos la piel a tiras y alimentarse del conocimiento. Nuestro rostro, arrancado como una careta de lujuria y bajeza, que nos arrastra al conflicto interno con la sangre salpicada de los inocentes, como siempre en la historia de nuestra llamada civilización. Cierra las pupilas encendidas, el ceño en el suelo, el objetivo decadente y recapacita un instante. ¿Puedes?
La respuesta en sus cimientos, idealizados o libres de la aluminosis destructiva de la edad, y no de la propia egolatría de un demiurgo, todopoderoso faraón. Él no quiere, pues confunden la vergüenza con la venganza, el valor con una tumba ancestral, histórica y espiritual como el descanso de un faraón; mientras los inferiores van intentado escalar sin escatimar mal gusto, con la figura de otro gran hacedor en la piedra esculpida hace siglos, ahora con el rostro del incombustible Jeremy Irons, acorralado. El caballero inmaculado frente al médico estilizado representado por Tom Hiddleston, un residente que enmascara el futuro con un perspectiva onírica y salvaje de la ciencia neurológica. Digo casi limpios, porque sus trajes, rostros y manos, se impregnan en rojo sangre y azul cielo.
Sus raíces de metal, como las balas, se asientan en esta cultura moderna o post-moderna de las grandes civilizaciones, en representación surrealista de un montaje épico que replica la ideología convirtiéndola en una amenaza, de un lado a otro, del valle metálico al aire de superioridad. Tú eliges como descender los distintos niveles, en ascensor pringoso y vociferante, empapado de fluidos vitales o, a tropezones y empellones, invadidos por la confusión de habitaciones y pasillos desenfocados en las caras. Un mundo de escaleras imposibles o una caída libre que, representa esos bajos instintos que sorprenden al ser humano en su carácter innato, de cuando en cuando. Sobre este plano, casi ridículo, rediseñado para una tercera dimensión exagerada en nuestro cerebro confuso, el dedo dictatorial se estira con el crecimiento o encoge en un hundimiento vaticinado (tal que un búnker subterráneo de pasiones suicidas), que correspondería a esos estratos sociales combinados en el pasado, confundiendo la perspectiva virtual con la realidad. Por consiguiente, sus siguientes protagonistas en el escalafón mediático, vendrían representados por el plan de un Houdini anti-heroico con el bisturí, sin piel erizada ante lo contemplado, y Luke Evans magnífico en su lamentable estado, desastrado y eléctrico, antes de anticipar otros más heroicos y secretos, en filmes como SAS Red Notice, La Chica del Tren dirigida por Tate Taylor (The Help) o el Gastón de La Bella y la Bestida, firmada por Bill Condon. Elisabeth Moss encantada con sus próximos trabajos, o Sienna Miller encantadora desde que fuera seducida por Alfie o Casanova... todos, deambulando entre plantas plagadas de vida, muerta (no de olor de pies, sino a mano del pensamiento sugestionado), irresponsables interinos de anda por esta casa de loc@s, y con esa capacidad destructiva que nos avala en cada situación herrumbrosa que acometemos. Una construcción fotográfica y representativa, sin medida.
Más abajo, sin pestañear (algunos bostezando), se sitúa el espectador. Apasionado o circunspecto frente a la pantalla, con claros síntomas de alucinación distópica desenfrenada, en el vientre de una metáfora destructiva o elíptica (como el del arquitecto dolorido del inabarcable Peter Greenaway), denominada Elysium y lejos de aquella Roma clásica. Semejante a un dolor interior o la náusea provocada por una montaña rusa que se hunde en las nubes y luego desciende bruscamente. Quitándoles la respiración en segundos, sin respuesta inmediata, salvo una risa nerviosa o una sacudida involuntaria por el movimiento y la edición impactante. Una introspección paulatina, que aumenta con la reflexión ulterior al paso de los días. Claro que, si es necesario u os place.
Ya que, una idea colosal y monstruosa del escritor J.G. Ballard en los 70 y su versión de Cuando los Dinosaurios dominaban la Tierra (o autor del Crash llevado al cine por David Cronenberg o El Imperio del Sol), sirve de base para esta construcción apocalíptica del guion adaptado por Amy Jump y sus radicales o mimbres libres entrelazadas con el hoy. Demostrando de que ´clase` de material están elaborados nuestros sueños, imperios en alzada ampulosa, o se zambullen las pesadillas que comienzan por el desprecio a la vida ajena, como vecinos o conciudadanos controlados por el hampa, la falta de respeto o costumbres que invaden la privacidad o el descanso, el maniqueísmo propio de todos los "-ismos", exagerados que atacan y devoran las entrañas de una civilización perdida, como diría Clint Eastwood. Con los problemas mentales en sentido contrario a los parabienes del estado y otras entidades, encadenados, tal que esclavos bailando sobre la palma de la mano. Creación y muerte por sobre-exposición, malentendidos en crisis cíclica avanzada, indiferencia o anarquía, complejos de superioridad, decadencia... ¡Un High-Rise, supremo o impostado!
Por consiguiente, el espectador único (escaso número), saldrá alucinado o vapuleado de una sala oscura y envolvente realidad, ante un trabajo cinematográfico que hace temblar esos cimientos económicos y sociales, o sacude su estructura casi viviente, como un felino sacudiría su pellejo irritado por la inconveniencia de una limpieza demasiado húmeda y fría. La vida misma... ¿Quién dijo que esto, iba a ser fácil? Desde luego, el director británico Ben Wheatley y su aspecto paradigmático, no.
Otra producción de cine semi-independiente y, retraída desde 2015, con participación de Irlanda y Bélgica, que de otra forma sería prácticamente imposible de realizar o profundizar en el mundo de las ideas. High-Rise trata de abrir nuestra mente con una escalada bélica, de proporciones casi bíblicas cuando un hombre se transforma en divinidad, intocable o manipuladora de masas. Desembocando en una catástrofe emocional de película de culto, en complicada resolución y diametralmente opuesta a una opinión categórica. Así que, ahí quedará su construcción, a la intemperie como las Siete Maravillas del Mundo... tal vez, perdida en el tiempo. Si no hay, uno, que la rescate del olvido y la crítica desentendida con sus prácticas surrealistas.
La próxima obra con Brie Larson, Cillian Murphy y Armie Hammer, podría ser catalogada de empresa efímera y gánsteril, como un fuego fatuo o Free Fire; mientras el hombre que escala a su cima, podría vislumbrar el resplandor sobre su cabeza y el poder, hasta sentir en su piel, lo pequeño que es en el universo. Promete seguir creciendo al infinito. Abre los ojos y comprueba todo el dolor alrededor, el fuego en la carne ¿lo sientes? Posiblemente, esa visión sobre nuestras cabezas, no convenza a nadie y la película quede en un puzzle imposible, deslavazado sobre la mesa por el impacto de un puñetazo contestatario y radical. Con cierto guiño sexual, de la cabeza a la punta de los dedos.
¿Sería necesario, tanto esfuerzo de peones quemados? Si tú respuesta es positiva y te decantas por esa política retórica e idealizada, de control y capitalismo vacío, (lejos del liberalismo clásico que cumple otra función a mi parecer), donde la arquitectura de la lucha de clases se nutre con una anti-estética muy cuidada y peligrosa, entonces... ¡Súbete a este intrincado High-rise! y suerte con el implícito... jaque visual de torre a rey. Mate.
Yo me voy a abrir una cerveza, en pelota picada mientras medito. ¡Welcome, to the Machine!
High-Rise Soundtrack, de Clint Mansell: