Siempre hay algo de polvo escondido, debajo de las alfombras más lujosas... Por supuesto, la violencia puede provenir de cualquier rincón inesperado, sacudiéndote como una tromba marina que saliese del agua, en un día tranquilo y soleado.
Hoy, Día de la Mujer, nos ponemos del lado de aquellas que sufrieron (o lo padecen en la actualidad), algún tipo de brote machista y sexual, acoso indiscriminado en el trabajo o violencia de pareja en el silencio de un hogar vecino. Pero, no de la ideología que ciertas escribientes, tratan de inocular en las jóvenes españolas, su lucha demagógica ante el sistema económico y su esquema político en el nuevo siglo XXI.
Aún así, las mujeres se han levantado y miran con insurgencia renovada a los que maltratan, de alguna u otra forma al género femenino, provocando una oleada de protesta y rebelión social... que también, tendría su reflejo en un posible o ´pacífica` jornada junto al mar.
Niños jugando o nadando sobre las olas, un rumor de radio, emite una canción que se propaga en el aire, hasta los oídos de los presentes, que miran de reojo hacia un grupo de jóvenes divertidos, hablando abiertamente sobre relaciones sexuales... como dijimos...
Es un día tranquilo de playa, caluroso y placentero con la familia, que puede volverse una marejada de proporciones insospechadas. Un cataclismo de magnitudes inimaginables, que comienza como un ardor de estómago, tras una opípara comida veraniega.
Se suele decir que una película o serie, que comienza con un hecho impactante y que deja boquiabierto a la mayoría de espectadores, debe pelear durante toda su emisión o programación, por mantener un cierto grado de interés o intentar ascender un pico más elevado, el crear algo más de suspense en su argumento.
Si no quieres cometer el pecado, de caer en un bucle temporal sin salida y no hallar alternativas que mejoren las expectativas generadas o esa explosión que nos sorprendió pegados a la pantalla. Es decir, una prisión que te encadena a un pasado esquivo, ya que una serie debe garantizar al espectador, un halo de misterio o se quede impregnado por las nuevas sensaciones, alrededor de la idea principal. Ya sea una sorpresa en el guion, una idea que nos haga reflexionar, una experiencia que te deja traumatizado o enfadado con los personajes, o algún tipo de personalidad con la que te encariñas o consideras una bendición, para seguir avanzando dentro de la trama. O padecer en el silencio, y asumir que el destino se perpetra en el interior de las cabezas de los creadores y que nuestro pronóstico gira como un disco sanguinolento, con determinantes pistas rayadas o alteradas.
El Memento Mori... de Miss Biel.
The Sinner, pudiera ser de esa especie de productos televisivos, bulliciosos, porque comienza con un acontecimiento que te sorprende por la crudeza y la repercusión de sus imágenes impactantes. También de la belleza de su protagonista femenina, la actriz y ex-modelo de Minnesota, Jessica Biel, que emprende una cruzada desde la violencia y su memoria. Ah, también la producción de esta serie de intriga carcelaria y sexual.
Tras la presentación de un vida familiar tópica, junto al sufrido marido interpretado por Chistopher Abbott, se cuela un artefacto enmascarado en sus rutinarias vidas. Se desencadena una tormenta que erosiona la convivencia familiar y crece la mirada de su indisciplina hacia una catarsis inculpatoria, indicándonos que no estaban casados con la persona que conocieron o preveían en el pasado.
Por consiguiente, la narración señala lo que parece, pero nos lo cuenta desde el punto de vista femenino y el suspense inmerso en el memento mori de una actriz madura y su intimidante... intimidada presencia.
Allí, en ese otro tiempo impulsivo, es donde reside el misterio de esta serie de USA Network. Con la idea desmigajada, basada en la novela de Petra Hammesphar bajo el mismo homónimo y los condicionantes atmosféricos que se ocultan en el pasado de los personajes en cuestión. El producto televisivo tiene la calidad suficiente y la sensación de angustia, para concentrarnos ante el televisor e ir descubriendo una retahíla de aptitudes desenfocadas, por los atisbos ramanentes o recuerdos. Paros, contradicciones, resiliencias, manipulaciones, depresiones, angustias y terrores... o las terribles consecuencias, que el creador Derek Simonds, nos intenta trasladar la historia con fruición, desde la luminosa costa de Carolina del Sur, a la ciega reclusión, en una corte estatal y prisión hasta nueva orden.
A tientas, nos introducimos en el juicio a nivel confesional y judicial, las apelaciones personales de una investigación desdoblada, que presenciamos ojipláticos, cuando aparece el agente encargado de su estima personal. Entonces, el encierro tiene sus altos y bajos... aunque, siempre al lado de la atractiva profesionalidad de Miss Biel y el trabajo profesional, con la excelencia y muchas aristas cortantes, procedentes de la interpretación mayúscula, de un actor crecido en los últimos tiempos como Bill Pullman.
Gracias a elementos distorsionantes, comprobamos que el viejo truco de la revisión planificada, de los amagos narrativos o recuerdos, tenemos acceso a un mundo de imágenes amontonadas, igual que un Memento nolaniano y deslabazado, pero en femenino singular.
Lo podemos emitir a cuentagotas o con la suficiente eficiencia, para que el público se interese en los próximos movimientos, sin destripar el móvil como escondía el Maestro del Suspense. Pues, desde que el espectáculo visual existe, ha funcionado la manipulación temporal y lo sigue haciendo, aprovechando los huecos en la memoria de los protagonistas y sus situaciones al límite, aquellos recovecos insonorizados, que se pueden tomar para acrecentar el misterio o el horror, tanto monta, monta tanto... esos cálculos de edición que directores como Brad Anderson, tendrán que efectuar para sobreponerse a esas inseguridades o faltas de memoria. O las intenciones de un guionista como Antonio Campos, director de Afterschool y Simon Killer, fundador de la productora BoarderLine Films y productor de la reconocida cinta Martha Marcy May Marlene, para lograr reconquistar a los más reticentes en el proceso y proseguir con paso firme a futuros proyectos cinematográficos, con el títulos de The Devil All the Times o la precuela de aquella fantástica, La Profecía. Anunciada como The First Omen, ¡ganazas!
Se podría decir que el verdadero instinto básico, es la supervivencia, y el motor, la investigación de las causas y sus efectos. En caso similar, los que aguantan hasta el final de los tiempos, son los vencedores, los liberados de cualquier peso, libres de conciencia o que posean una visión diferente a la multitud, para enfrentarse con valentía a dramáticos incidentes. Impertérritos, junto a esa palabra tan en boga, en la actualidad, como la resiliencia, una condición humana que encara a las presiones externas o las actitudes despreciables de la sociedad, para lanzarse al vacío de cualquier abismo vital. Sin salir con profundas heridas que condicionen el futuro, esto es, la emisión de una nueva temporada de The Sinner. Incluso, tercera... si existen más arrestos...
Pecados de Detectives...
Un policía, más maduro aún que ella, con vida plagada de vaivenes, caos personales y casos contraproducentes con esta vida privada y tan maltratada, dentro de las distintas épocas cinematográficas. Su físico se halla en la antigua residencia de la niñez, con las brasas de un amor ahogado, y la mente divagando, ante el cansancio o el resentimiento emocional, y los azules ojos, brillantes y perdidos, de una mujer que cometió un hecho inexplicable. Aquel día acompañada de familia y sentada bajo una sombrilla... escuchando el eco del ayer, el misterio desbocado que resurgió con un movimiento sincronizado de su puño. Aparentemente débil, ante la presencia del horror colectivo y las sensaciones individuales de cada receptor, con el inusitado resorte de su conciencia.
Bill Pullman hace un trabajo arriesgado y honesto, disfrazado de víctima real y laboral, que le valdría alguna nominación o premio, aferrado a esas heridas o miradas empáticas, a la capacidad de concentración y la infracción de alguna que otra regla, relacionada con la sexualidad y la dureza del agente de policía. Alternativas alienadas, que podrían condicionar lo escurridizo y humedecido, que cayera entre sus manos atadas, hasta ser lanzado a la soledad emocional y la displicencia de sus superiores, sometido a un oscuro y punible horizonte de probabilidades.
Sin duda, su personaje llamado Harry Ambrose, destaca entre los distintos conceptos y preceptos diseccionados de un agente, con el que el actor de Hornell (New York) se encamina por los términos acompasados de aquella Lost Highway de Mr. David Lynch y, especialmente, La Última Seducción de John Dahl junto a Linda Fiorentino. Obras de su pretérito profesional, que complementan a este detective actual, con las armas aprendidas durante su formación en la Universidad de Montana y un grado de disfunción hormonal, in crescendo. También con la expresión de un profesor, en dirección de cine e Historia del Teatro, hasta el punto, que su buen hacer en la interpretación de varias décadas, le ha otorgado últimos papeles, como la nominada Vice, The Equalizer 2, un proyecto del director Todd Haynes, junto a Anne Hathaway, Mark Ruffalo y Tim Robbins. Y, por supuesto, resistir como cabría de esperar, hacia este mismo y esencial protagonista en la segunda temporada de The Sinner.
La duda es, si los problemas emocionales, podrán alterar su "savoir faire", su inteligencia innata y las dotes comprometidas con la investigación criminal del caso genérico, y no terminar decantándose por los defectos de una privacidad más plácida, o no, y la sumisión física-laboral, de un agente del orden, condicionado por las previsiones distorsionadas o cierta identificación de la culpa sin identificar. En cambio, la sinceridad en los ojos transparentes de Cora (Jessica de las entretelas de Justin Timberlake) y su extraño remanso, despertarán los necesarios, intereses ocultos, volviendo a sentir ese instinto husmeador o funcionalidad del viejo oficio de policía.
La solidaridad con las actitudes incomprensibles, los increíbles resortes privados que condicionan sus vidas y la declaración de una madre, invalidada, cuando ni la opción de inocencia, estaría puesta sobre la mesa del juez... Acusada por una hostilidad, que detiene sus huellas en el pretérito desincrustado, al igual que un papel romboidal, decorando la pared... o siguiente celda.
El personaje pacífico de Jessica Biel, próximamente en Shock & Wave del director Rob Reiner, choca frontalmente con las imágenes del presente asíncrono y la disgregación eventual de un pretérito marchitado, por las neuronas desnaturilizadas; enfrentándose cara a cara silenciada, a una acusación que desprende la idea de mala madre y una asesina evidente. Reflexiva frente a aquel arranque emotivo que te descolocara como espectador, que reinicializa el ordenamiento de los antecedentes, a cada recuerdo trasladado y que encaja, débilmente, con el antiguo estado de valores y dirección de una ida familiar e ideal. En sí, ella, es belleza idónea, lapsus o desorden, sacrificio, aceptación y redención, todo en una... también resistente.
Pero, en esta historia desarticulada y sangrante, lo atractivo y alternativo, son los pecados... los conocidos o aquellos por conocer.
O mejor dicho, sus principales pecadores, en brazos de una decadencia alienada, que proviene de diversas fuentes marginales, como una venganza afilada de mano blanca, la bipolaridad sexual en los personajes principales, la crudeza violenta del relato confuso, la soberbia profesional del detective cabal y su relación con el engaño, la jurisprudencia relativa en manos de relativos acomodados, y la inocencia marchita, por una ena evolución que se ancla en el frío secreto, para no ordenar demasiado las cosas, antes de la resolución o desenlace.
El Sonido de su Silencio...
Silencio como el de muchas, desorientadas o rebotadas de la justicia, cuando los hechos pesan en el alma, pues la mente no las reconoce o intenta olvidarlas... sin conseguirlo.
Después de aquel hecho sociológico, el ayer sacrílego, construyó el silencio, que cayó aquella tarde, sobre la arena como una cortina de humo. Cegando a todos los presentes, y algún otro, mediante la estampa cruenta de un homicidio, frío y nada premeditado.
El sonido se apagó en las gargantas, viendo a aquella mujer petrificada como estatua de sal, echando la mirada atrás y recalculando la situación, mirando de soslayo a marido e hijo, entregada al natural instinto de protección y narrando su vida a pedazos.
Pero... sí, será mejor entregarse a la voz entrecortada, a la pena que llevas por dentro, al cumplimiento de una condena que vendrá, inevitablemente, desde el torrente sanguíneo y maternal.
The Sinner, es la increíble historia de un silencio enrevesado, tras el que se esconde la solidaridad con una víctima y el mantra increíble, de quién reconoce la carga de sus incendiadas acciones. Cora Tannetti es el reflejo de una sociedad enferma, demasiado protectora, que esparce por la superficie mediática y social, una involución o falta de valores, que crece al ritmo de la violencia y nuestra displicencia o falta de palabra moralizadora. Ella se mira en el espejo y no reconoce su ayer, porque su vida actual, a pesar de la confianza de algunos cercanos o adosados a la causa incierta, se convirtió en un lapsus temporal, en un cadáver social. Dentro de un círculo viciado e institucional, con un caso irreal, porque permanece encerrado en el filo desmesurado y sistemático de un arma cortante. Dónde habrá que discernir, ¿ si se trataba de un arranque ofensivo o de premeditada defensa?
Fuera lo que fuese, su esposo interpretado por Christopher Abbott (Martha Marcy May Marlene), lo desconoce y se embarca en una misión husmeadora, que no le corresponde por oficio, aunque se sobreentiende que quiera conocer los motivos escondidos o situaciones atenuantes, aparentemente desmesurados ante sus ojos y los míos, tras aquella sorprendente masacre, ¡mecachis en la mar salada!
Siguiendo los motores incendiados o ladinos, que llevaron a su pareja a entregarse a tan desfasado pronóstico, de consecuencias irreversibles, según la orden de prisión indefinida o posible ejecución. Que apunta al mismo silencio, o muerte cerebral, donde se hallan los mejores encuentros y el secretismo radicalizado, entre Miss Biel y su entregado admirador, Mr. Pullman.
De alguna forma, esta anquilosada hostilidad que afecta a sus sentidos, y principalmente a la expresión de los ecos de una realidad improbable, se ve instaurada, gracias a los dramáticos trucos del cine y el flashback. Recordando otros ejemplos fílmicos que repercutían sobre la cadena perpetua y otros excesos de la personalidad, sin castigo apropiado. Desmenuzando con más o menos acierto, en capítulos posteriores al choque inicial, lo oculto tras la metódica maniobra, rituales sádicos al margen y bajo el rostro adictivo, que escondería una máscara infernal. Y el estado catatónico forzado, por ambiguas situaciones...
Una vez que estás situado, y comienzas a presentir el malestar alrededor de los personajes, todo parece acelerado a su conclusión, tan mecanizado que no da tiempo a saborear los rasgos y paralelismos entre las diversas familias y métodos de protección.
La culpabilidad, el secreto o el silencio o el miedo, destacan como un trío enlazado, que siempre rebrota en el candelero de la actualidad, de aquellos crímenes que se producen sobre un enfrentamiento genérico y, cada vez, más habitual... ¿quién no escucha discusiones indecentes, tras la pared?
Un órdago socia que amenaza a todos los estamentos, que nos lleva concretamente, y a la víctima de una serie con mayor e imaginativo motivo, a un estado de trance permanente, casi psicótico. Que apuesta por la disvinculación individual y marginal de un hogar, haciéndonos mirar hacia otro lado, plantando la oreja en la pared silenciada. Generando una presión psicológica sobre las víctimas inocentes, niños y demás conocidos, si es que los tutores, salen con vida de esa guerra sucia, enfermiza y creciente.
El objetivo sería no generar más daño, en nuestro ambiente, aunque el mal está hecho en cualquier caso.
La desambigüación sexual se circunscribe al consumo privado y el círculo secreto, de un detective Ambrose con sus prácticas genuflexas y sadomasoquistas, donde los intereses, se cambian entre ingredientes de una inferioridad ejercida, pero mantenida en sentido inverso y desproporcionado.
En definitiva, la serie The Sinner, posee hallazgos interesantes, encuentros sorprendentes y alguna indefinición gráfica, proporcionada por la forma de narrar el pasado, de visualizar hasta la última y condenada consecuencia.
A ambos protagonistas, les une un lazo afectivo, un asunto privado que modificaría las reglas de su conductismo laboral y familiar, es decir, una evolución sacrificada de los daños... Presentes o futuros, porque el pasado no se puede borrar, ni siquiera modificar... ¿es cierto?
Ni una palabra diremos de más, para no suscitar el desencuentro o facilitar el desenlace de la serie. Basada en un suspense con altibajos, algún paso dubitativo del guión, buenas interpretaciones del reparto (donde encontraremos en próximas entregas a la The Leftovers, Carrie Coon) y la indeleble duda, enmarcada en un episodio de pérdida traumática de la memoria.
En esta evolución de los acontecimientos, a veces, nos vemos controlados en exceso, con recortes demasiado programados, miradas autocomplacientes, tergiversaciones judiciales y esa manifiesta manipulación del tiempo. Que pueden no convencer a los habituados a las máscaras, más insatisfechas. Los recuerdos son pegotes, que van y vienen sin sentido, donde se trata de reconstruir una etapa disociada y condenable, contemplada bajo los efluvios de la perversión y la desvinculación de la moralidad, con diferentes visiones existenciales y formas de comunicación en pareja.
Mas decididamente, una serie dirigida a conservar el secretismo ritual, entre géneros, con la dedicación a las expresiones ofuscadas y a las palabras necesarias... no siempre, las adecuadas. Salvo en las relaciones personales a mi gusto, la diferencia de clases o ese juicio paralelo, dentro de un entorno crítico de la competencia en el ámbito laboral.
En esta manipulación inmemorial, de The Sinner y su creador Derek Simonds, el pecado es un asunto turbio y silenciado al máximo. Se produce en contextos privados muy diferentes, donde se recapacita sobre la voluntad y el sometimiento, o se descarga un golpe vengativo y sanguíneo, que queda atrapado en el torrente emocional de una voz apagada. Es un entretenimiento de calidad visual, que desprende el resentimiento y la culpa en una desviación paterno-filial, con el agravante del sometimiento y desviación de la verdad, a distintos niveles. Y no cejar en la ayuda o la resistencia ante los hilos mediáticos... de nuestra justicia.
Pero, sobre todo, destaca la presencia de este maduro policía, viciado y directo, entregado a la causa de su labor social y pragmática, no tan reconocida a veces, que se desvincula del institucionalismo u oficialismo, acercándose personalmente (y psicológicamente)... a las auténticas víctimas.
¡Ah! y a su banda sonora, recreada por la compositora Ronit Kirchman y determinadas canciones incluidas. Hasta el próximo caso, recuerden...
Big Black Delta - Huggin & Kissin Official Video
Tráiler The Sinner, season II.
Hoy, Día de la Mujer, nos ponemos del lado de aquellas que sufrieron (o lo padecen en la actualidad), algún tipo de brote machista y sexual, acoso indiscriminado en el trabajo o violencia de pareja en el silencio de un hogar vecino. Pero, no de la ideología que ciertas escribientes, tratan de inocular en las jóvenes españolas, su lucha demagógica ante el sistema económico y su esquema político en el nuevo siglo XXI.
Aún así, las mujeres se han levantado y miran con insurgencia renovada a los que maltratan, de alguna u otra forma al género femenino, provocando una oleada de protesta y rebelión social... que también, tendría su reflejo en un posible o ´pacífica` jornada junto al mar.
Niños jugando o nadando sobre las olas, un rumor de radio, emite una canción que se propaga en el aire, hasta los oídos de los presentes, que miran de reojo hacia un grupo de jóvenes divertidos, hablando abiertamente sobre relaciones sexuales... como dijimos...
Es un día tranquilo de playa, caluroso y placentero con la familia, que puede volverse una marejada de proporciones insospechadas. Un cataclismo de magnitudes inimaginables, que comienza como un ardor de estómago, tras una opípara comida veraniega.
Se suele decir que una película o serie, que comienza con un hecho impactante y que deja boquiabierto a la mayoría de espectadores, debe pelear durante toda su emisión o programación, por mantener un cierto grado de interés o intentar ascender un pico más elevado, el crear algo más de suspense en su argumento.
Si no quieres cometer el pecado, de caer en un bucle temporal sin salida y no hallar alternativas que mejoren las expectativas generadas o esa explosión que nos sorprendió pegados a la pantalla. Es decir, una prisión que te encadena a un pasado esquivo, ya que una serie debe garantizar al espectador, un halo de misterio o se quede impregnado por las nuevas sensaciones, alrededor de la idea principal. Ya sea una sorpresa en el guion, una idea que nos haga reflexionar, una experiencia que te deja traumatizado o enfadado con los personajes, o algún tipo de personalidad con la que te encariñas o consideras una bendición, para seguir avanzando dentro de la trama. O padecer en el silencio, y asumir que el destino se perpetra en el interior de las cabezas de los creadores y que nuestro pronóstico gira como un disco sanguinolento, con determinantes pistas rayadas o alteradas.
El Memento Mori... de Miss Biel.
The Sinner, pudiera ser de esa especie de productos televisivos, bulliciosos, porque comienza con un acontecimiento que te sorprende por la crudeza y la repercusión de sus imágenes impactantes. También de la belleza de su protagonista femenina, la actriz y ex-modelo de Minnesota, Jessica Biel, que emprende una cruzada desde la violencia y su memoria. Ah, también la producción de esta serie de intriga carcelaria y sexual.
Tras la presentación de un vida familiar tópica, junto al sufrido marido interpretado por Chistopher Abbott, se cuela un artefacto enmascarado en sus rutinarias vidas. Se desencadena una tormenta que erosiona la convivencia familiar y crece la mirada de su indisciplina hacia una catarsis inculpatoria, indicándonos que no estaban casados con la persona que conocieron o preveían en el pasado.
Por consiguiente, la narración señala lo que parece, pero nos lo cuenta desde el punto de vista femenino y el suspense inmerso en el memento mori de una actriz madura y su intimidante... intimidada presencia.
Allí, en ese otro tiempo impulsivo, es donde reside el misterio de esta serie de USA Network. Con la idea desmigajada, basada en la novela de Petra Hammesphar bajo el mismo homónimo y los condicionantes atmosféricos que se ocultan en el pasado de los personajes en cuestión. El producto televisivo tiene la calidad suficiente y la sensación de angustia, para concentrarnos ante el televisor e ir descubriendo una retahíla de aptitudes desenfocadas, por los atisbos ramanentes o recuerdos. Paros, contradicciones, resiliencias, manipulaciones, depresiones, angustias y terrores... o las terribles consecuencias, que el creador Derek Simonds, nos intenta trasladar la historia con fruición, desde la luminosa costa de Carolina del Sur, a la ciega reclusión, en una corte estatal y prisión hasta nueva orden.
A tientas, nos introducimos en el juicio a nivel confesional y judicial, las apelaciones personales de una investigación desdoblada, que presenciamos ojipláticos, cuando aparece el agente encargado de su estima personal. Entonces, el encierro tiene sus altos y bajos... aunque, siempre al lado de la atractiva profesionalidad de Miss Biel y el trabajo profesional, con la excelencia y muchas aristas cortantes, procedentes de la interpretación mayúscula, de un actor crecido en los últimos tiempos como Bill Pullman.
Gracias a elementos distorsionantes, comprobamos que el viejo truco de la revisión planificada, de los amagos narrativos o recuerdos, tenemos acceso a un mundo de imágenes amontonadas, igual que un Memento nolaniano y deslabazado, pero en femenino singular.
Lo podemos emitir a cuentagotas o con la suficiente eficiencia, para que el público se interese en los próximos movimientos, sin destripar el móvil como escondía el Maestro del Suspense. Pues, desde que el espectáculo visual existe, ha funcionado la manipulación temporal y lo sigue haciendo, aprovechando los huecos en la memoria de los protagonistas y sus situaciones al límite, aquellos recovecos insonorizados, que se pueden tomar para acrecentar el misterio o el horror, tanto monta, monta tanto... esos cálculos de edición que directores como Brad Anderson, tendrán que efectuar para sobreponerse a esas inseguridades o faltas de memoria. O las intenciones de un guionista como Antonio Campos, director de Afterschool y Simon Killer, fundador de la productora BoarderLine Films y productor de la reconocida cinta Martha Marcy May Marlene, para lograr reconquistar a los más reticentes en el proceso y proseguir con paso firme a futuros proyectos cinematográficos, con el títulos de The Devil All the Times o la precuela de aquella fantástica, La Profecía. Anunciada como The First Omen, ¡ganazas!
Se podría decir que el verdadero instinto básico, es la supervivencia, y el motor, la investigación de las causas y sus efectos. En caso similar, los que aguantan hasta el final de los tiempos, son los vencedores, los liberados de cualquier peso, libres de conciencia o que posean una visión diferente a la multitud, para enfrentarse con valentía a dramáticos incidentes. Impertérritos, junto a esa palabra tan en boga, en la actualidad, como la resiliencia, una condición humana que encara a las presiones externas o las actitudes despreciables de la sociedad, para lanzarse al vacío de cualquier abismo vital. Sin salir con profundas heridas que condicionen el futuro, esto es, la emisión de una nueva temporada de The Sinner. Incluso, tercera... si existen más arrestos...
Pecados de Detectives...
Un policía, más maduro aún que ella, con vida plagada de vaivenes, caos personales y casos contraproducentes con esta vida privada y tan maltratada, dentro de las distintas épocas cinematográficas. Su físico se halla en la antigua residencia de la niñez, con las brasas de un amor ahogado, y la mente divagando, ante el cansancio o el resentimiento emocional, y los azules ojos, brillantes y perdidos, de una mujer que cometió un hecho inexplicable. Aquel día acompañada de familia y sentada bajo una sombrilla... escuchando el eco del ayer, el misterio desbocado que resurgió con un movimiento sincronizado de su puño. Aparentemente débil, ante la presencia del horror colectivo y las sensaciones individuales de cada receptor, con el inusitado resorte de su conciencia.
Bill Pullman hace un trabajo arriesgado y honesto, disfrazado de víctima real y laboral, que le valdría alguna nominación o premio, aferrado a esas heridas o miradas empáticas, a la capacidad de concentración y la infracción de alguna que otra regla, relacionada con la sexualidad y la dureza del agente de policía. Alternativas alienadas, que podrían condicionar lo escurridizo y humedecido, que cayera entre sus manos atadas, hasta ser lanzado a la soledad emocional y la displicencia de sus superiores, sometido a un oscuro y punible horizonte de probabilidades.
Sin duda, su personaje llamado Harry Ambrose, destaca entre los distintos conceptos y preceptos diseccionados de un agente, con el que el actor de Hornell (New York) se encamina por los términos acompasados de aquella Lost Highway de Mr. David Lynch y, especialmente, La Última Seducción de John Dahl junto a Linda Fiorentino. Obras de su pretérito profesional, que complementan a este detective actual, con las armas aprendidas durante su formación en la Universidad de Montana y un grado de disfunción hormonal, in crescendo. También con la expresión de un profesor, en dirección de cine e Historia del Teatro, hasta el punto, que su buen hacer en la interpretación de varias décadas, le ha otorgado últimos papeles, como la nominada Vice, The Equalizer 2, un proyecto del director Todd Haynes, junto a Anne Hathaway, Mark Ruffalo y Tim Robbins. Y, por supuesto, resistir como cabría de esperar, hacia este mismo y esencial protagonista en la segunda temporada de The Sinner.
La duda es, si los problemas emocionales, podrán alterar su "savoir faire", su inteligencia innata y las dotes comprometidas con la investigación criminal del caso genérico, y no terminar decantándose por los defectos de una privacidad más plácida, o no, y la sumisión física-laboral, de un agente del orden, condicionado por las previsiones distorsionadas o cierta identificación de la culpa sin identificar. En cambio, la sinceridad en los ojos transparentes de Cora (Jessica de las entretelas de Justin Timberlake) y su extraño remanso, despertarán los necesarios, intereses ocultos, volviendo a sentir ese instinto husmeador o funcionalidad del viejo oficio de policía.
La solidaridad con las actitudes incomprensibles, los increíbles resortes privados que condicionan sus vidas y la declaración de una madre, invalidada, cuando ni la opción de inocencia, estaría puesta sobre la mesa del juez... Acusada por una hostilidad, que detiene sus huellas en el pretérito desincrustado, al igual que un papel romboidal, decorando la pared... o siguiente celda.
El personaje pacífico de Jessica Biel, próximamente en Shock & Wave del director Rob Reiner, choca frontalmente con las imágenes del presente asíncrono y la disgregación eventual de un pretérito marchitado, por las neuronas desnaturilizadas; enfrentándose cara a cara silenciada, a una acusación que desprende la idea de mala madre y una asesina evidente. Reflexiva frente a aquel arranque emotivo que te descolocara como espectador, que reinicializa el ordenamiento de los antecedentes, a cada recuerdo trasladado y que encaja, débilmente, con el antiguo estado de valores y dirección de una ida familiar e ideal. En sí, ella, es belleza idónea, lapsus o desorden, sacrificio, aceptación y redención, todo en una... también resistente.
Pero, en esta historia desarticulada y sangrante, lo atractivo y alternativo, son los pecados... los conocidos o aquellos por conocer.
O mejor dicho, sus principales pecadores, en brazos de una decadencia alienada, que proviene de diversas fuentes marginales, como una venganza afilada de mano blanca, la bipolaridad sexual en los personajes principales, la crudeza violenta del relato confuso, la soberbia profesional del detective cabal y su relación con el engaño, la jurisprudencia relativa en manos de relativos acomodados, y la inocencia marchita, por una ena evolución que se ancla en el frío secreto, para no ordenar demasiado las cosas, antes de la resolución o desenlace.
El Sonido de su Silencio...
Silencio como el de muchas, desorientadas o rebotadas de la justicia, cuando los hechos pesan en el alma, pues la mente no las reconoce o intenta olvidarlas... sin conseguirlo.
Después de aquel hecho sociológico, el ayer sacrílego, construyó el silencio, que cayó aquella tarde, sobre la arena como una cortina de humo. Cegando a todos los presentes, y algún otro, mediante la estampa cruenta de un homicidio, frío y nada premeditado.
El sonido se apagó en las gargantas, viendo a aquella mujer petrificada como estatua de sal, echando la mirada atrás y recalculando la situación, mirando de soslayo a marido e hijo, entregada al natural instinto de protección y narrando su vida a pedazos.
Pero... sí, será mejor entregarse a la voz entrecortada, a la pena que llevas por dentro, al cumplimiento de una condena que vendrá, inevitablemente, desde el torrente sanguíneo y maternal.
The Sinner, es la increíble historia de un silencio enrevesado, tras el que se esconde la solidaridad con una víctima y el mantra increíble, de quién reconoce la carga de sus incendiadas acciones. Cora Tannetti es el reflejo de una sociedad enferma, demasiado protectora, que esparce por la superficie mediática y social, una involución o falta de valores, que crece al ritmo de la violencia y nuestra displicencia o falta de palabra moralizadora. Ella se mira en el espejo y no reconoce su ayer, porque su vida actual, a pesar de la confianza de algunos cercanos o adosados a la causa incierta, se convirtió en un lapsus temporal, en un cadáver social. Dentro de un círculo viciado e institucional, con un caso irreal, porque permanece encerrado en el filo desmesurado y sistemático de un arma cortante. Dónde habrá que discernir, ¿ si se trataba de un arranque ofensivo o de premeditada defensa?
Fuera lo que fuese, su esposo interpretado por Christopher Abbott (Martha Marcy May Marlene), lo desconoce y se embarca en una misión husmeadora, que no le corresponde por oficio, aunque se sobreentiende que quiera conocer los motivos escondidos o situaciones atenuantes, aparentemente desmesurados ante sus ojos y los míos, tras aquella sorprendente masacre, ¡mecachis en la mar salada!
Siguiendo los motores incendiados o ladinos, que llevaron a su pareja a entregarse a tan desfasado pronóstico, de consecuencias irreversibles, según la orden de prisión indefinida o posible ejecución. Que apunta al mismo silencio, o muerte cerebral, donde se hallan los mejores encuentros y el secretismo radicalizado, entre Miss Biel y su entregado admirador, Mr. Pullman.
De alguna forma, esta anquilosada hostilidad que afecta a sus sentidos, y principalmente a la expresión de los ecos de una realidad improbable, se ve instaurada, gracias a los dramáticos trucos del cine y el flashback. Recordando otros ejemplos fílmicos que repercutían sobre la cadena perpetua y otros excesos de la personalidad, sin castigo apropiado. Desmenuzando con más o menos acierto, en capítulos posteriores al choque inicial, lo oculto tras la metódica maniobra, rituales sádicos al margen y bajo el rostro adictivo, que escondería una máscara infernal. Y el estado catatónico forzado, por ambiguas situaciones...
Una vez que estás situado, y comienzas a presentir el malestar alrededor de los personajes, todo parece acelerado a su conclusión, tan mecanizado que no da tiempo a saborear los rasgos y paralelismos entre las diversas familias y métodos de protección.
La culpabilidad, el secreto o el silencio o el miedo, destacan como un trío enlazado, que siempre rebrota en el candelero de la actualidad, de aquellos crímenes que se producen sobre un enfrentamiento genérico y, cada vez, más habitual... ¿quién no escucha discusiones indecentes, tras la pared?
Un órdago socia que amenaza a todos los estamentos, que nos lleva concretamente, y a la víctima de una serie con mayor e imaginativo motivo, a un estado de trance permanente, casi psicótico. Que apuesta por la disvinculación individual y marginal de un hogar, haciéndonos mirar hacia otro lado, plantando la oreja en la pared silenciada. Generando una presión psicológica sobre las víctimas inocentes, niños y demás conocidos, si es que los tutores, salen con vida de esa guerra sucia, enfermiza y creciente.
El objetivo sería no generar más daño, en nuestro ambiente, aunque el mal está hecho en cualquier caso.
La desambigüación sexual se circunscribe al consumo privado y el círculo secreto, de un detective Ambrose con sus prácticas genuflexas y sadomasoquistas, donde los intereses, se cambian entre ingredientes de una inferioridad ejercida, pero mantenida en sentido inverso y desproporcionado.
En definitiva, la serie The Sinner, posee hallazgos interesantes, encuentros sorprendentes y alguna indefinición gráfica, proporcionada por la forma de narrar el pasado, de visualizar hasta la última y condenada consecuencia.
A ambos protagonistas, les une un lazo afectivo, un asunto privado que modificaría las reglas de su conductismo laboral y familiar, es decir, una evolución sacrificada de los daños... Presentes o futuros, porque el pasado no se puede borrar, ni siquiera modificar... ¿es cierto?
Ni una palabra diremos de más, para no suscitar el desencuentro o facilitar el desenlace de la serie. Basada en un suspense con altibajos, algún paso dubitativo del guión, buenas interpretaciones del reparto (donde encontraremos en próximas entregas a la The Leftovers, Carrie Coon) y la indeleble duda, enmarcada en un episodio de pérdida traumática de la memoria.
En esta evolución de los acontecimientos, a veces, nos vemos controlados en exceso, con recortes demasiado programados, miradas autocomplacientes, tergiversaciones judiciales y esa manifiesta manipulación del tiempo. Que pueden no convencer a los habituados a las máscaras, más insatisfechas. Los recuerdos son pegotes, que van y vienen sin sentido, donde se trata de reconstruir una etapa disociada y condenable, contemplada bajo los efluvios de la perversión y la desvinculación de la moralidad, con diferentes visiones existenciales y formas de comunicación en pareja.
Mas decididamente, una serie dirigida a conservar el secretismo ritual, entre géneros, con la dedicación a las expresiones ofuscadas y a las palabras necesarias... no siempre, las adecuadas. Salvo en las relaciones personales a mi gusto, la diferencia de clases o ese juicio paralelo, dentro de un entorno crítico de la competencia en el ámbito laboral.
En esta manipulación inmemorial, de The Sinner y su creador Derek Simonds, el pecado es un asunto turbio y silenciado al máximo. Se produce en contextos privados muy diferentes, donde se recapacita sobre la voluntad y el sometimiento, o se descarga un golpe vengativo y sanguíneo, que queda atrapado en el torrente emocional de una voz apagada. Es un entretenimiento de calidad visual, que desprende el resentimiento y la culpa en una desviación paterno-filial, con el agravante del sometimiento y desviación de la verdad, a distintos niveles. Y no cejar en la ayuda o la resistencia ante los hilos mediáticos... de nuestra justicia.
Pero, sobre todo, destaca la presencia de este maduro policía, viciado y directo, entregado a la causa de su labor social y pragmática, no tan reconocida a veces, que se desvincula del institucionalismo u oficialismo, acercándose personalmente (y psicológicamente)... a las auténticas víctimas.
¡Ah! y a su banda sonora, recreada por la compositora Ronit Kirchman y determinadas canciones incluidas. Hasta el próximo caso, recuerden...
Big Black Delta - Huggin & Kissin Official Video
Tráiler The Sinner, season II.