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domingo, 1 de enero de 2017

El Extraño (The Wailing o Goksung)


El Terror Que Vino de Fuera.

La cinematografía de Corea del Sur, desde su apertura internacional a finales de los 70 y la década de los 80, siempre se ha distinguido por una mezcolanza de sabores, perspectivas visuales y extraños personajes, que transitan por los andurriales del miedo. Unos directores que se definen por sus atractivas exposiciones y la toma de diferentes caminos para recorrer el dolor, entre naturaleza y violencia extrema, donde sus intrincados personajes, se extravían y encuentran sobre terrenos movedizos entre géneros e historias terroríficas.
Hasta llegar al verdadero horror, del llamada K-Horror, el tránsito ha conquistado los exhaustos corazones de espectadores fanáticos, que tendrán que enfrentarse a la más diabólica y retorcida de las cuestiones, la sublime extrañeza de las imágenes y los ambientes enfermizos que fotografían con precisión quirúrgica. Desde la espesura psicológica y poética de Kim Ki-duk, a la excesiva naturaleza vindicativa de Park Chan-wook, son los pilares básicos y maestros modernos del cine coreano, donde sus vías se entrecruzan entre sensaciones y retóricas endiabladas por la fantasía, el dolor y la patología criminal del mundo real. Donde sus tramas visitan los rincones ocultos de la mente y del pasado, los conflictos humanos con la abstracta apariencia de la muerte o las crudas luchas de sus almas condenadas.

Como en aquellos filmes clásicos (ejemplo meridiano de la influencia en el actual suspense policial, es el maestro Akira Kurosawa y su relación familiar con el crimen en la magnífica El Infierno del Odio y otros casos orientales con el motor de la desconfianza entre individuos de distintas procedencias y culturas, la caza y la naturaleza salvaje de su instinto. De ahí, se abre un abanico de posibilidades trágicas, pero sumamente hermosas fílmicamente hablando que han desarrollado a su calor otros cineastas modernos, comenzando por un compatriota polifacético como Takeshi Kitano, las batallas campales de Kinji Fukasaku, los cuentos pasionales de Ang Lee y el realismo campesino e histórico de Zhang Yimou. Aprendices del horror sádico como los asiáticos Takeshi Miike, la acción desnaturalizada de John Woo o las relaciones de Johnnie To con la familia o detectivescas de los hermanos Danny y Oxide Pang y sus mundos visuales. Aunque, las conexiones del cine de Corea del Sur, posee esencias más terroríficas en la actualidad, adecentadas con cierta crítica social o política y, por tanto, más heterogéneas, empezando por los mencionados en primer lugar en este comentario. Que tiene su continuación con tramas enrevesadas a través de Kim Jee-woon y su diabólica ´extrañeza` masoquista con este comentario en I Saw the Devil, el también escritor Song Hae-sung (A Better Tomorrow), Park Hoon-jung con New World, o más lejanamente con el deterioro físico y mental en Lee Chang-dong de las laureadas Oasis o Poetry y los dramas sociales de Hong Sang-soo (ejemplo En Otro País o U ri Suhni donde conecta la actriz Yu-mi Jung de la cinta reciente Train to Busan).

También la violencia es clave, en la juventud de directores como Lee Jeong-sun (El Hombre sin Pasado), Ryoo Seung-wan (Arahan, Veteran), Yun Jong-bin (Nameless Gangster), un aprendiz terrorífico de Ki-duk como Jang Cheol-soo, un actor de The Host metido a director de horror como Yim Pil-sung (Doomsday Book), los casos accidentales de Kim Seong-Hoon (A Hard Day) o Yoo Ha (Howling, Gnagnam Blues)... pero, principalmente, gracias a los trabajos significativos de Jeong Byeong-gil (Confession of Murder), el gran creador Bong Joon-ho de una obra maestra como Memories of Murder (otra intrínseca y evidente conexión) o este excelso guionista y director, Na Hong-jin que nos ocupa ahora, desde su tierra natal en Seúl.
Ahora, que todo parece en su sitio, vamos a revolverlo un poco, agitarlo en un cóctel de géneros. Definiendo verdaderos monstruos con los que luchar o los que pertenecen a la fantasía literaria, que proceden de arraigos locales y las costumbres ancestrales, para renovarse en la imaginación de los actuales directores de cine. O mitos eternos, que provienen de los miedos por nuestros actos y terribles acciones perpetuadas por el comportamiento enfermizo del ser humano. Ejemplo de esta ambigüedad social, son cintas truculentas en su realismo diario, como las mencionadas I Saw the Devil, esa fantástica y a la vez patética Crónica de un Asesino en Serie que sorprendió a todo, y el increíble nexo infantil en The Chaser o territorial de su anterior filme The Yellow Sea.

Referencias cinematográficas a parte, un extraño podría tratarse de cualquier persona que aparece de manera sorpresiva en alguna sociedad, con diferentes actitudes y costumbres, y cierto rechazo mediático. Hasta el punto que, pudiera causar una distorsión en el comportamiento de los enraizados en un terruño natal, algo semejante a ese migrante que lucha contra los crudos acontecimientos y la salvación de su propia familia y, a su vez, es tomado como posible amenaza por aquellos. Esa es la semántica, retórica hueca que combina con la actualidad bélica.
Pero, esta película de nacionalidad coreana se distancia con imaginación, pues El Extraño es mucho más que una simple aparición, fuera de las apariencias habituales del género y un paso más allá, en la carrera del autor de la notable The Yellow Sea, porque Hong-jin Na se descubre ante el horror. The Wailing en inglés, es además un temible e inagotable entramado, tal que un virus que afectara a un grupo de cazadores de almas, la tormenta después de la calma. Escuchad atentamente...


Durante la película El Extraño, el espectador se verá zarandeado de forma exquisita, con una puesta en escena cuidada y caótica, dónde sin apenas darnos cuenta, el director nos adentra en un mundo arcaico, de reminiscencias sacrílegas. Un lugar paradisíaco entre verdor y cultivos, al que pertenecen los miedos comunes y esos arquetipos mitológicos, escondidos tras plegarias o actos mágicos de curanderos. Algunos relacionados con la enfermedad mental, en un trasfondo de investigaciones no tan escrupulosas o científicas, para la época actual.
La situación engaña al principio, parece otro siglo, cuando se produce la invasión de otros terrenos menos definidos mentalmente. Claro, esta aventura hacia el terror, comienza con un hecho precursor que anticipa la catástrofe, casi apocalíptica, para los ciudadanos de una pequeña localidad rural o Goksung, a través de sus intrincados paisajes y habitantes, mezcla de esencia humanista y una naturaleza salvaje, como demuestran sus protagonistas en la historia. Atrapados en otro tiempo y otras garras indómitas.

Hoy, todo comienza con un proceso nada habitual, con el descubrimiento de un estallido bacteriológico de una extremada violencia, que alberga en personas sin delitos tipificados, al borde de un ataque irracional o una posible utilización de esteroides. Los enfrenta con inusitada violencia, familias completas. Tal vez, algún tipo de droga descontrolada que, convierte la tranquilidad de sus hogares en ese algo inesperado y caótico. Un truculento panorama rural, con asesinatos en familia, sangre salpicando las paredes de cal o madera de bosque, cuerpos mutilados de manera salvaje, pústulas y ardores, personalidades fantasmales cubiertas de fluido viscoso, paraguas, sudor y barro. Porque, en esta localidad del sur y su climatología, las tormentas arrecian y la lluvia copiosa invade todo el terreno, cuerpos lánguidos y sus vidas.
Estos crímenes concuerdan con un extraño comportamiento, prácticamente autolesivo, y recuerda por su dramatismo a otros escenarios de contagios, mezclados con una capa de fina parodia o excéntrico realismo social. Con ciertos aspectos narrativos sobre aquella magnífica película y personajes como los agentes de Memories of Murder o una población fantasma como Fargo, solo que este asunto es más oscuro si cabe, podéis creerlo.


Mi comentario es una simple apreciación personal de todo el dolor que veremos a continuación, surgido en la profundidad del alma, sobre los propios cimientos de esta comunidad remota de campesinos y sus aparentes, pacíficos vigilantes, todos demasiado familiares para tan crueles imágenes y desarrollos. Pues, en las profundidades del frondoso valle y su memoria desequilibrada por los terribles acontecimientos, la familia del agente interpretado con toda clase de matices por Kwak Do-won y encargado de la frustrante investigación, sucede un tranquilo padre y esposo. Un actor de detectives sin pasado, futuras corrupciones en Asura y Special Citizen, que ahora sufrirá las consecuencias de su impericia o labor profesional, poco tecnológica o avanzada para un pueblo pequeño.
Contra ellos, como dije antes, el terror posee múltiples formas y alberga los espíritus más desarraigados, las miradas de misteriosos personajes que aparecen alrededor de los cuerpos, o quizá, la atracción física de un hombre en la sombra, un fantasma de otro lugar y tiempo. Cada vez, el ambiente (perfectamente definido por el equipo técnico o artístico), atrae sensaciones y se vuelve más irrespirable o confuso, siendo la psicopatía, una de las armas que maneja la mente del asesino misterioso.

Todo apunta a otra figura indefinida o extraña invasión vírica que destruye, e invade la carne con tremendas heridas y llagas, que ciega el raciocinio de aquellos que se ven infectados aparentemente, que enloquece a bocados. Algo que los posibles testigos, narran como motivo del mal. Mientras, el foráneo viajero que apunta con su cámara y observa los atroces y sangrientos acontecimientos, bastante irracionales, esconde un misterio en el fondo de una cabaña vacía. Parece demasiado raro, lo que acontece y se cuenta, pero significa apenas un rasguño en la superficie del terror. El guion del mismo director, mantiene el suspense con nuevos bríos y detalles gore, sin exageraciones, dentro de su cuidada elaboración de personajes y escenarios, paisajes retratados, con maestría.
Da vida a nuevas entidades y macabros encuentros, cercanos en nuestra cinefilia, ambientes rurales de unas matanzas en Texas o Snowtown al Sur de Australia, cobertizos enfangados, olores a putrefacción, investigaciones por la cinematográfica y ritual Nueva Orleans, o contra los pecados capitales de un asesino en serie. Cuando la religión, poco puede hacer por las víctimas y sus lamentos... o no.

El director Hong-jin Na, ya dio muestras de sus increíbles capacidades para mezclar varios géneros en The Yellow Sea y The Chaser, ayudado por otros actores como Jung-min Hwang (Oda a Mi Padre, Veteran) interpretando a un incontenible chamán, y la enigmática Woo-hee Chun (Mother, One Day), pero sobre todo, con la increíble explosión corporal y expresiva en el rostro del actor japonés Jun Kunimura (Audition, Kill Bill) y el mencionado protagonista. Así, parecen salidos de un teatro macabro, como todo los representantes de un reparto escogido para acrecentar esta atmósfera opresiva y esa atacada naturaleza, ahora, salvaje región. Puede que un escondite o una lanzadera al estrellato, un altar de emociones y sorpresas narrativas o visuales.
Cuando todo parecía empezar a estar controlado en nuestra mente, es cuando más se desborda la acción y se bifurcan los caminos cubiertos de tinieblas y sangre, cuando se alimentan los muertos y fenecen los sanos por la rabia contagiada, se cruzan los conjuros y las armas insospechadas, como martillos, hoces, colmillos, cuchillos u otros utensilios de labranza.


En el momento que los niños se apoderan del panorama, dramático y terrible, cuando los extraños modifican sus hábitos, entre elementos mágicos del rito chamánico y cantos absurdos, que disimulan la otra atmósfera. Crecen sucias empresas relacionadas con creencias ancestrales y fe, contagios en aumento y agresividad que estalla en un increíble devenir de familias encolerizadas, tratamientos médicos y su hambre de cariño o amor no correspondido, por ahora.
En contraste con su pacífico espíritu de sociedad aislada, pobreza campesina con rutinas habituales, paseos en coche patrulla, de pronto, ante un amasijo de piel y huesos colgados como amuletos, mezclado con la suciedad y el barro. Consultas que levantan a los olvidados por la fe, contra sus próximos conciudadanos, como verdaderos muertos vivientes, ávidos de sangre o carne fresca... cerebros, yo qué sé... Tantas cosas se podrían escribir de ese miedo ancestral que invade su vida tranquila, amontonados cadáveres cuando todavía no ha transcurrido la mayor parte de la historia, ni de la más familiar siquiera. Ya que, si la muerte se contagia en todas direcciones, puede afectar a cualquiera de este pueblo y sus orillas, por consumo de algún elemento infectado o droga diseñada para enloquecer y devorar, cualquier un indeterminado ávido de sangre o sociedad oculta, un virus fuera de control, un rumor venido de fuera... el siniestro y silencioso visitante, sin escrúpulos.

Goksung o El Extraño, junto a vosotros y sus gritos desesperados, espectadores incrédulos ante el espectáculo y las carreras grupales hacia el desastre, se ven atraídos por esta imagen poderosa de la muerte, solitaria. Algo semejante a aquel Fotógrafo del Pánico y la mirada del caos en sus ojos asustados, las réplicas vivientes se alzan y sus órdenes mortecinas como una legión de leprosos, la parapsicología retro-alimentada de costumbres arcaicas y veneraciones del culto, da igual que tipo, oriental, occidental... el mal se enfrenta en una especie de western mitológico, aderezado con campos de arroz y otros corazones angelicales.
Mientras, el peso de la investigación recae en este grupo peculiar de policías comarcales, con su curso errático y plagado de visiones, pesadillas o señales de advertencia, a través de las sinuosas y ondulantes carreteras. No las nevadas de Fargo, ya mencionado, pero con ciertas similitudes en el comportamiento de los personajes y el devenir de su tranquila convivencia, esta vez, bajo el aguacero torrencial, sin balas. La nieve se ha derretido en laderas, y enfanga todo cuerpo y conciencia, delimita el paso al cruento escenario y alienta otros crímenes posibles, recónditos como el alma... tan difícilmente explicables.

Cuyos síntomas se propagan como la sed, de sangre, como el vampirismo y la voracidad, o esa contaminación por consumo de carne putrefacta... como el miedo se expande.
Al final, sólo queda la mirada perdida, el hombre frente a la monstruosidad. La indolencia de un policía ante lo desconocido, o ante el propio espejo, que se nutre de la diabólica realidad y sus querencias, de esposo y padre. El horror que crece como un incontenible apetito en la oscuridad, o legiones de miradas, apostadas como alimañas sobre aquel callejón tapiado. Que simula el escenario de un tiroteo, a plena luz de la luna... sólo ante el peligro.
Tantos nexos... como fotografías de almas perdidas.


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