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domingo, 4 de marzo de 2018

The Florida Project / Three Billboards Outside Ebbing, Missouri

El Monstruo y la Niñez.

Hablando de monstruos clásicos de la Literatura Universal o el Séptimo Arte, normalmente comprobamos, que nos han enseñado en sus relatos, su lado más crítico y humano, unas muestras indelebles de particular inocencia. Esa cualidad que constataría la íntima relación con los creadores, tal vez.
La monstruosidad artística, contrasta con ese comportamiento más brutal o salvaje, propio del instinto innato de consecuencias devastadoras en la jungla de asfalto y cemento. También compartirían la frustración del intelecto, frente a ese resorte recóndito dentro de las conexiones del cerebro avanzado. Por consiguiente, el alma sería una ´posible` condición paralela, que aprende de la experiencia y los fracasos (o debiera), para intentar dominar aquellas acciones desproporcionadas, encaradas hacia la supervivencia personal o la protección en el interior de la manada, la observación del entorno y el brillo de unos colmillos cercanos y dolorosos socialmente, del depredador en potencia; frente a la parte imaginativa o esa condición artística, que relegue la violencia gratuita al ostracismo. Es decir, que los sueños ejerzan una relevancia positiva en nuestras vidas y no, la expansión del dolor o el terror.

Todo ser vivo, en sus primeros paso de existencia, estarán definiendo su futuro como ser inteligente y educado, a través del aprendizaje igualitario, y en el caso de los "cachorros de hombre", con un sistema educativo que funcione y unas relaciones sociales que proporcionen seguridad y libertad, a la vez. Un asunto complicado que será el objetivo de los siguientes ejemplos cinematográficos, como investigación sociológica de los procesos diferenciales y nuestros derechos como ciudadanos libres e inteligentes. Diferencias fundamentales con nuestros amigos, los animales y magnética frente aquellas bestias elaboradas con la imaginación o retratos de nosotros mismos.
Si no, el procedimiento errático, generará frustración y los inocentes aprendices absorberán todo lo sufrido a su alrededor, terminando pareciéndose a sus torpes maestros o cometiendo los mismos errores y desestructuradas vidas. Porque, al final, siempre los monstruos de la película, acabaremos siendo nosotros.

Estas son dos muestras maravillosas, dentro de un año cinematográfico que no parecía deparar sorpresas, ni respuestas eficaces. Son retratos veraces o distópicos, son ambientes abiertos en mentes desquiciadas, son observaciones artísticas poderosas y críticas, con la sociedad y los comportamientos enfermizos o violentos. Con actos salvajes en estructuras muy básicas y familiarmente cerradas, a pesar de los espacios y las lecturas que emprendemos, que emocionan por igual y expresan el paso del tiempo, cuando no nos fijamos en él, cuando una observación o denuncia sobresaliente, puede estar a dos pasos de aquella monstruosa definición de "Obra Maestra del Cine", lo comprobaremos y Uds. deberían ver obligatoriamente, poniéndose a la altura de los diferentes elementos... y razonen juntos, por favor. Gracias,celebremos.

The Florida Project.

Pequeñas criaturas de la Tierra, seremos como el reflejo de nuestro aprendizaje o educación monitorizada, una imagen de nuestros maestros y observados por la sociedad, en nuestra cápsula del tiempo. Aunque, en el estado más débil o el pensamiento inocente, los juegos se erijan como una forma de conocer nuestro entorno y el contacto con los semejantes, hombres y mujeres. Un juego que sirva para instruir en la igualdad y su objeto sea dominar las incipientes emociones, tan alterables como necesarias, sobre todo, en un territorio hostil o asfixiante.
A pesar de las continuas zancadillas vitales que salpican nuestro camino hacia la madurez, esos adultos con ciertos rasgos de monstruosidad galopante o emergente en un instante indeterminado, peligros que actúan como tutores o protectores con nuestros miedos e inseguridades propias. Los niños de The Florida Project, con guion a la par de Chris Bergoch junto a su director Sean Baker y principal valedor, conforman un complejo laberinto de pasiones en ebullición, condicionadas por un verano fuera del control de las clases habituales y los gritos recurrentes a su alrededor. También, los gestos imperceptibles de la resignación o la frustración, marcan una dirección deslumbrante de este osado artista y monstruo independiente, con trabajos que afianzan la línea de denuncia social, como Starlet y Tangerine. Los pequeños son los verdaderos sufridores de una sociedad enferma o alienada, con madres diagnosticadas con el mismo mal, la falla educativa o frontera social insalvable, a posteriori, y la falta de respeto generalizada.

Aprendices de seis años aproximadamente, que participan en la actualidad, de todas las situaciones comprometidas en nuestras vidas adultas, aunque sus barrios no sean ni parecidos a los de este lado o las princesas se expresan de otras maneras. Incluidas las sofisticadas secuencias, o naturales en el montaje eléctrico, con travellings inolvidables, picados existenciales y primeros planos, que te dejarán con un dolor inabordable o esa frustración antes mencionada; más concretamente, las espectaculares escenas que indagan en los sentimientos, tanto en el exterior como en la deformada estabilidad de una habitación en penumbra y extremadamente irrespirable, en los pensamientos que no se dicen, pero se ven en los ojos, de pequeños actores nombrados en alguna ocasión, como incorregibles productos en la búsqueda de la excelencia cinematográfica. Decía el viejo y estimado maestro, Alfred Hitchcock, aquella manida y repetida máxima: “Nunca se te ocurra hacer una película con animales, ni con niños, ni con Charles Laughton“, y nuestros pequeños de The Florida Project y su jungla vertical, se han encaramado a la realidad natural de ciudades dormitorio, por barandillas y escaleras, grandes avenidas de centros comerciales. Por berrinches y respuestas deslenguadas, aceras visualmente ejemplares, encaramados a peldaños rotos de la psiquis adulta y jardines no tan infantiles como debieran; por las risas y sonidos del fracaso, del odio y la envidia, demostrando (imagino con la meticulosa observación de sus creadores tras la cámara) que, no siempre, lo que suponemos o escuchamos de otras voces, tiene que transformarse en absoluta veracidad. Aunque, le comprendamos y autoricemos para hacernos sonreír y aconsejar, Mr. Suspense.

El director Sean Baker, nos coloca a la altura de sus ojos y juegos, nos convierte en los oídos convidados de esta fiesta veraniega y los desajustes que se producen en la intimidad, de manera que el suspense narrativo y visual, lo vamos notando a cada expresión o nota de la banda sonora de sus vidas en proceso de absorción y digestión de la realidad. Cuando, esos ojos llorosos, solamente piensan en pasárselo bien, aprender y acariciar los sueños con sus dedos... los que, también, hacen travesuras, o las lenguas proporcionadas o desproporcionadas, por sus educadores en la familia. The Florida Project, no es una crítica solamente, es un aviso de las condiciones de algunas de aquellas típicas familias que, ahora, pueden estar desestructuradas o peligrosamente marginales, debido a la falta de reglas y la ruptura de la convivencia pacífica.
O viceversa, una denuncia de las condiciones no rescatadas a tiempo por las instituciones públicas, adentrándose en un bloque inhóspito que resalta las recepciones sensoriales y los cambios drásticos en la conducta, sin que nadie se atreva a intervenir o cuidar adecuadamente, ni adelantarse a los síntomas de la enfermedad actual, que condicionan los peligros futuros o las posibles amenazas invisibles. Gracias al montaje sin trucajes y un guion arrollador, meditado hasta en sus momentos alegres por el mismo director neoyorquino, una autor valiente a descubrir dentro del mundo independiente del cine USA.

Qué se puede comentar sobre las increíbles interpretaciones, simplemente, que nos convertimos en uno más de los protagonistas, actuando libremente como ellos, comiendo de sus helados o cogiendo los juguetes desechados en una partida. Los pequeños, en especial, la princesa principal del cuento distópico y excepcional fuente de naturalidad, Brooklynn Prince en sus primeros pasos en el oficio de la interpretación profesional, son ejemplos vívidos de una realidad subyugante o mágica, depende de la mirada y de las observaciones de los actores magníficos, que comparten su escenario, que no, sus juegos y secretos... por ahora. Realmente todos los elementos jóvenes y de intenciones rebeldes, elaboran a la perfección sus roles en esta hábil película.
En frente, el increíble papel de una madre bipolar, encarnada por la actriz novel Bria Vinaite, igualmente excelente como todos sus naturales vecinos, aunque no amigos del alma. Ya que, ésta, es sorda y aparece profundamente corrompida por el odio.

Porque, la otra parte de esta historia reveladora y compleja, la otra representación o universo paralelo a la infancia de aquellos, está reflejada en un dios de la interpretación como Willem Dafoe (el hombre pasional o tranquilo, nacido en la ciudad de Appleton (en el norteño estado de Wisconsin) y sus maravillosos gestos, en este laberinto de pasiones refrenadas y mucha acción, no belicosa. En sus manos y la labor de un gerente que se preocupa por los habitantes golpeados por una educación deficitaria, la visión de un hombre que realiza trabajos con los ojos en la inocente, o no, fractura del estamento familiar, que fuerza o relaja sus músculos, sin apenas darnos cuenta, que está señalando la culpabilidad de todos. Del silencio frente a las condiciones o las descalificaciones personales, la comprensión ante la dificultad de ese dominio del lado salvaje, de protegernos con la decisión de un majestuoso vigilante ante los peligros en la sombra. Éste y el siguiente protagonista (como otros que comentaré a continuación), tendrán que observar cómo un premio no puede dividirse... y es, decididamente injusto. Pero, es el juego del actor y del fantástico cine.

The Florida Project instiga a los próximos movimientos, sin decantarse, haciendo reflexionar internamente, sobre esa etapa de la inocencia que empieza con el mecanismo educativo y termina en las diferentes edades del ser adulto. Como debieron aprender, aquellos muchachos de las riberas del Mississippi en los textos de Mark Twain y sus aventureras o peligrosas canículas, como nosotros observamos con emoción y recuerdos de la niñez, aunque no se aproximen a los ejemplos retratados. Conocieron antes de tiempo la amargura, la incomprensión dentro de una celda que recuerda lejanamente a un castillo, donde el Magic Castle Motel se convierte en otro protagonista principal y observador inmóvil de las vidas que contiene o condena la marginalidad, contraste entre la magia de Orlando y las afueras en la ciudad de Kissimmee en Florida State, trastocando sus juegos, las vacaciones soñadas y limitando aquellos buscados sueños. Un duro y armado de miserias, golpe de realidad.
Aquí, sus problemas son fruto de la inexperiencia y la irresponsabilidad que visualiza en silencio, enfrentándose a esos colmillos venenosos dispuestos a clavarse en la yugular de la inocencia o cuellos desprevenidos y la singularidad de una sociedad anclada en sus privilegios, castillos costosos que funcionan con otras reglas de convivencia y educativas.

A esta altura de la película, sólo cabe abrir los ojos y emocionarse con un rostro, recapacitando sobre la esencia oculta tras el cemento y el escaparate de exabruptos, a la vez que, disfrutamos un montaje dinámico situado frente a la estatura de sus protagonistas y su esfuerzo interpretativo. Cruzar las barreras y la soledad, conociendo las escaleras que funcionan como separadores o distintos niveles de este infierno familiar o castillo nada mágico (hotel de princesas desencantadas), los peldaños insalvables de la comunicación frustrada por la violencia, los hogares incendiarios frente a aceras dulces de algodón, las luces rancias del interior y los exteriores luminosos de la humanidad, en momentos de alegría... de verdaderos castillos de los sueños.
Por tanto, la falta severa de educación y la marginación, son lugares dónde acampan los monstruitos (no tan inocentes en algunos momentos) hambrientos de caprichos y los verdaderos monstruos, gigantescos muros que soportan la imagen reflejada en el mismo espejo, separado del onirismo con un difícil y ampuloso camino vital... y no de baldosas amarillas como suponíamos, entonces. Reflexiona...

Three Billboards Outside Ebbing, Missouri (Tres Anuncios en las Afueras)

Es ficción, pero, en algunos instantes impagables, no lo parece. Aunque la exageración de determinadas conductas, nos pueda llegar a confundir, si no enfocamos bien los caminos a recorrer en esta salvaje propuesta o los rigurosos parajes de la emotiva población de Ebbing. Que tampoco es Fargo, si bien tiene interesantes y lúcidas coincidencias. Cosas peligrosas que nos pueden golpear a todos, cuando las cosas se extralimitan y aparece el temido instinto depredador o de supervivencia, la maldad u odio inusitado, que tiene también su reflejo terrorífico con la notable película Get Out y sus escalofriantes escalafones de genética racial.

Tres Anuncios en las Afueras, de Ebbing Missouri fue triunfadora en los Baftas de este año, porque es un prodigio de emociones extralimitadas, que se convierten en una madeja a desentrañar por el público, cuidadosamente. Desmenuzando el pasado y colocando cada agrio momento o desesperada situación en un contexto actual, decadente o salvaje, donde los mismos monstruos humanos aparecen y condicionan las vidas de sus habitantes de manera estrecha e interrelacionada. Debido al mensaje, o el grito necesario, de una mujer o madre silenciada, castigada por la incertidumbre y obligada a enfrentarse al olvido, con el incondicional ánimo personal de la fantástica protagonista, la actriz Frances McDormand, en incombustible y mayestática madurez. Aquí, expresaré mi pena en la próxima gala de los Oscar´s, al tener que ver como una de ellas (la otra sería Margot Robbie por su increíble papel en I, Tonya), se quedará "no" plantada y sin novio dorado... me ofrezco voluntario o/.
El guion y la dirección, que abusa y no sacude con violencia, con un difícil y complejo sentido del humor, no negro, sino oscuro como un pozo infernal de odio y frustración, es de un amigo londinense que ya nos sorprendiera gratamente con películas como Escondidos en Brujas (sin doble sentido nacional) o Siete Psicópatas, por lo tanto, ya sabe lo que manipulaba entre manos y ejecutaba en su mente de guionista también. El director Martin McDonagh, hacia un viaje sorprendente al fondo de la mente humana y las emociones, cuando una mujer se convierte en foco mediático no deseado, pero necesario, que reclama la atención subida a una ardiente valla, de miseria y violencia extrema.

Cuando ella aparece, todo flota a su alrededor y se quema con la fuerza de su actuación, fuera de toda regla académica o de cualquier tema, que pudiera ser demasiado polémico para el espectador, o de las distintas instituciones a los que reserva sus dados sacrificados. Sin embargo, las relaciones son el mecanismo sobre el que funciona este sorprendente filme, que optaría a siete estatuillas de Hollywood, con las conexiones con otros actores, que me parecen personalmente de lo mejor en la actualidad cinematográfica.
Por tanto, es un ejercicio coral de responsabilidades y decepciones familiares o sociales, que giran bruscamente de los cauces de lágrimas a las irreverentes sonrisas, plagadas de un ácido sentido del humor, que actúa como incorregible desatascante, de las duras expresiones, los tensos diálogos y los actos de represión o insostenible violencia social. Acompañados de la estupenda banda sonora, que remarca sus estados de ánimo y el nuestro, compuesta por un Carter Burwell en estado de perfecta y acompasada armonía, también coeniana. Un gusto sonoro que, quizás, no aprecies en toda su capacidad emotiva, al estar tan ensimismado con las magníficas actuaciones de los protagonistas y el refugio de sus sus lacerantes o salvadoras palabras.

Evidentemente, con este cartel es casi imposible, caer en la imperfección, simplemente porque todos están geniales, empezando por el incombustible Woody Harrelson, que nos consuela con algunos de los momentos más humanos y emotivos que recuerdo, en toda su carrera cinematográfica como detective o representante de la justicia, y son muchos, incluido alguno memorable en televisión (esto es, de la primera temporada de aquellos Detectives de la Verdad), aquí más remarcada y real; más los inestimables trabajos del extremo Sam Rockwell y su trastorno afectivo, bipolaridad acusada con un deseo de agradar que condiciona su frustración emocional. Puede ser difícil de entender, pero, explicable con silenciosa energía y magnetismo en una escena, o hilo telefónico, que separa la curación interna con la muerte. Otros condicionantes de los diversos agravios que recorren sus calles, la carretera de los anuncios que causan malestar o admiración, dependiendo del lugar y la raíz que sostiene la enfermedad, son una esposa y amante avocada al desastre con Abbie Cornish o su alter ego Dusk. Con el hijo y hermano convalenciente de Lucas Hedges, la inopinada ayuda de Peter Dinklage, el compañero introspectivo de Zeljko Ivanek, el ágil Darrell Britt-Gibson, una padre en apuros encarnado por John Hawkes, el jefe y salvador frustrado Clarke Peters y demás personajes en esta encerrona natural y emotiva, interpretados por una racial Amanda Warren, la simpática Kerry Condon y la bella australina Samara Weaving, de familia actoral. Y esta decidida conexión de un actor que da muestras incontables de talento y, ahora, de diversidad en los registros como Caleb Landry Jones, que asombra de nuevo con su capacidad de mutación artística. Todos, y cada uno, merecerían un pequeño trocito de los sueños.

Si el guion y las interpretaciones, no te han dejado asombrado y extasiado, la fe golpe con un puño de hierro sobre los diferentes afluyentes sin destino, de este revuelto río donde todos intentan pescar y salen escaldados. Hasta la exhibición cruda de un golpe maestro que te salpica la cara, con la fuerza y la voluntad de tapar los agujeros médicos e investigaciones sobre una enfermedad, que deja un reguero de sufrimiento infranqueable y la dureza de un deterioro que no se detiene, ni te deja interpretar sin dolor o penitencia. Estos cauces son tan inquietantes, las palabras y acciones son tan dolorosas, que sólo te queda responder con el silencio y comprobar un trabajo que emana de emociones y no trata de saldar cuentas, con nadie, salvo con los monstruos. O la dificultad para encontrarlos en la penumbra de nuestra sociedad...
Los tres anuncios, nos delatan a nosotros y nuestras condenas, unas permanentes y otras que pueden transformarse en transitorias, si ponemos un poco de atención o empatía declarada, un aliento de humanidad en forma de zumo y una pajita de plástico, enfrentándose a los nuevo retos de un actor. O un rasguño, en las páginas violentas de nuestra historia como seres humanos, y supuestamente, aprendices que saben distinguir lo bueno de lo nauseabundo. Joviales complejos, que absorben la suciedad y la enfermedad mental, representada en una madre alcohólica y profundamente racista, las ideologías intransigentes o posturas heréticas, los sometimientos y la falta de libertad, los reproches familiares y la búsqueda de soluciones erróneas, los insultos o desplantes hechos desde el exterior físico, en definitiva, las muestras de salvajismo asincrónico en la época moderna o evolucionada. Todos representados por este interesante director y esta desafiante energía en el montaje, o crítica oscilante en la lente (que pudiera ser objeto de inconformidad), pero que te abre otro camino distinto de reflexión o participación... depende de nosotros.

Un ritmo clásico, que se componen de imágenes de una magnitud mediática, fuera de lo común y de las grandes ciudades, repletas de callejones sucios y esquinas en penumbras, imparable en su suspense emocional y exhibiendo una sociedad preocupante, repleta de males difíciles de sofocar, ni siquiera calmar los llantos con sentido vital o sarcasmo cómico.
Por tanto, "no es Fargo", ni tampoco lo intenta. Es todo lo que esconde la sociedad, la porquería que deberíamos barrer de las mentes y los hogares, lo más fácil de plantear filosóficamente, aunque casi imposible de realizar en la realidad. Una marea invisible que choca contra la ley institucional o pragmática, cuando únicamente existe una ley, la racionalidad. La ley del director de esta complicada joya, a desentrañar internamente, una y otra vez, la ley de Frances y Woody, como actores no dispuestos a ser manejados o tratados, como marionetas o enfermos sin ninguna posibilidad de salvación. Una distopía demasiado real, si observas las noticias y desapariciones que desajustan o deterioran nuestra forma de vida. Una forma de silencio luminoso, que reprocha a los medios de comunicación y su periodismo amarillento, las garrapatas que se sujetan a nuestra situación personal y se alimentan con tu sangre o el sabor del odio, una última mirada a la maternidad reprobable o insufrible. El amor que se pierde y nunca regresa, de la misma forma... o condición. La libertad de expresión, silenciada, de un auténtico peliculón, en mi equivocada opinión...

El problema de la educación de calidad y su traslado a la familia, será el mayor problema a solucionar en los próximos tiempos, cuando la enfermedad mortal nos alcance y ya, no haya más para sacarle los colores a los monstruos, a los juicios mediáticos y las diferencias ideológicas.
Por último, una reflexión cinéfila, imagino que alguien habrá pensado en ello... Coger la cámara y colocarla a la altura de los jóvenes intérpretes en una escalofriante y monstruosa, película de terror con su estatura... To be or not to be, small.

The Florida Project - Theme 'Celebrate' by Lorne Balfe.


Three Billboards Outside Ebbing, Missouri Soundtrack

Cinemomio: Thank you

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