Ciudades históricas para la eternidad, y el cine.
Aquel día, durante una jornada de fiesta dónde todo eran risas, viandas y vino, se desató el infierno en la tierra, en una porción del nuevo Imperio Romano (gobernado por Tito), y los hombres y las mujeres dejaron sellado su destino para recordatorio de las fuerzas de la naturaleza en generaciones futuras. Como un mensaje de advertencia sobre el devenir de la causalidad, tal que un movimiento o corrimiento del terreno puede provocar que la gran montaña se convierta en un dragón ígneo.
Pompeii (e igualmente Herculano) a las faldas del Gran Vesubio quedaron enterradas bajo metros de cenizas y piedras volcánicas lanzadas a kilómetros, precedidos por el calor del flujo piroclástico viajando a varios cientos de metros por segundo, arrasando las sonrisas, las luchas en el circo y la pasión de los enamorados. La historia se puede disfrazar en una ficción para adecuarla al gusto de los espectadores de hoy, de la aventura y la glorificación de unos personajes ficticios en un guion preparado para la ocasión de un blockbuster.
Así, en aquellos ojos románticos se queda la impronta de una despedida y del deseo, no les dio tiempo a cerciorarse de las cenizas revoloteando a su alrededor, de su cálido abrazo y un beso que les hizo cerrarlos en un momento eterno. Antes, la sangre de los gladiadores luchando por su libertad (supuesta) saltaba a borbotones en la vieja Pompeya, una ciudad que emprendía una reconstrucción moderna y se mantuvo como un molde en la historia. El fuego se encargó de ello, y la tierra y el mar, todo al sur de los Apeninos.
Después han visitado millones de turistas aquel complejo desempolvado, más bien desenterrado tras varios siglos, ascendiendo por distintos medios (desde vehículos hasta telesillas) a la boca del Dios Heracles o Hércules que devoró la desaparecida Oplantis.
Vinieron diferentes directores de cine y recrearon la terrible epopeya, la fatalidad de aquellas gentes sorprendidas por el terremoto premonitorio, volcando los efectos especiales en la propulsión de lava y una explosión que creo una nube de polvo y material volcánico que cubrió el cielo, se hizo de noche y se alzó por kilómetros al cielo. Enterrándolos a todos, descritos los acontecimientos por el historiador y naturalista Plinio el Joven.
El último recreador de Pompeii, ha sido Paul W.S. Anderson (la mano de adaptaciones primerizas de videojuegos al cine, entregado a los F/X y al 3D) que tiene aciertos y errores en esta producción que viaja al pasado. Un diagnóstico entre efectista poco creíble y una dirección artística con decorados y vestuario de lujo, brillantes corazas y luchas internas por el poder político y la gloria en la arena. Sin duda, debido a sus antecedentes entre Mortal Combat, Resident Evil y Alien vs. Predator, la historia se le queda demasiado pequeña y necesita inventarse unos acontecimientos al servicio del romanticismo. Bueno, algo es algo.
El británico Anderson se traslada para coproducir entre Alemania y Canadá, maquilla la realidad de la catástrofe e inventa personajes celtas, de musculatura lustrosa y exótica procedencia. Kit Harington llega desde Londres de la isla de Britania (tras su paso por las tierras del Norte en la televisiva Juego de Tronos) al igual que dos actores ya veteranos como Jared Harris (hijo de Richard Harris) y un malvado algo caricaturizado pero carismático en la piel de Kiefer Sutherland; además su pareja Emily Browning es la Julieta, en tan caliente epopeya, una Cassia de origen australiano y crecida figura desde su aparición en Lemony Snicket´s hasta su chica sexy del horrible CGI de Sucker Punch. Por otra parte, la concesión canadiense viene representada por Carrie-Anne Moss otrora figura de acción cambiando el cuero por la gasa romana y la joven Jessica Lucas, proveniente de producciones terroríficas. Se completa el exotismo con dos hombres enfrentados en el foso, interpretados por un actor de origen israelí Sasha Roiz y el británico de padres nigerianos Adewale Akinnuoye-Agbaje, el guardián del mundo oscuro de Thor y próximo protagonista en el musical Annie.
Si visitas las ruinas de Pompeya, antes a orillas del Mar Tirreno en la Bahía de Nápoles región de Campania, ahora está incrustada en terreno seco, polvoriento y ruinoso. Vestigios de una civilización carbonizada y de miles de personas que murieron ante el terror vesubiano. Ahora, grandes volcanes europeos llevan dormidos desde hace muchos años (excepto el Etna en la isla siciliana), pero estos moldes calcinados son el recuerdo de los monstruos y su posible despertar futuro.
La erupción duraría 19 horas consecutivas, lanzando 4 km cúbicos de cenizas candentes, sepultando con más de 3 metros de tefra y un calor de más de 350º estas ciudades al sur, aplastando literalmente Herculano y alejando a Pompeya del mar por un levantamiento tectónico y un posterior tsunami.
A pesar de la rigurosidad artística, hay boquetes sísmicos y arquitectura derrumbada a golpe de CGI tras las relucientes corazas y cuidadas sedas. Hay acción acelerada envuelta de falsedad técnica y científica, para contar una historia vestida a lo Shakespeare y toques libertarios a lo Espartaco.
En la actualidad, los guerreros ancestrales y dioses de montañas dormidas se han sustituido por más de 3 millones de habitantes a sus costales, esperando al ojo del gran monstruo que dormita. Como el Teide en nuestras tierras tinerfeñas. Monstruos de piedra de carácter explosivamente vesubiano.
*** Entretenida **
The Seventh Son, de Sergey Bodrov. Reparto: Jeff Bridges, Julianne Moore, Kit Harington, Ben Barnes, Alicia Vikander, Lilah Fitzgerald, Antje Traue, Olivia Williams.