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domingo, 15 de mayo de 2016

The Witch.


... y del Mal, líbranos señora, bruja.

Mientras, los hombres y mujeres de siglos anteriores que vivían en sociedades medievales, se proponían dar un empuje cultural o artístico a la sociedad y emprender un camino de conocimiento lejos de los métodos inquisitorios, hacia un nuevo Renacimiento; otros ciudadanos europeos vivían una existencia basada en la tierra y los productos que ésta les brindaba con el sudor de su frente, y la necesidad de hallar una perspectiva mejor, creciendo espiritualmente o abandonando el hambre generalizado. Les lanzaría a la búsqueda de un lugar donde instalarse y comenzar una nueva etapa, cargados de esperanzas y, también, bastantes responsabilidades. Pues, provenían de una era donde el miedo al castigo divino por asuntos sin explicación aparente y las creencias religiosas, produjeron en las familias un conjunto de actitudes desajustadas, más cercanas al crimen o esa división terrenal entre bien y mal, que produciría hechos salvajes en sus mentes condicionadas por la fe y la superstición.
Sería el caso de aquellos colonos procedentes de la Inglaterra de 1620, cuando unos buques partieron rumbo a lo desconocido, a nuevos territorios estadounidenses de Massachusetts y Nueva Inglaterra para formar colonias alejadas de la Iglesia anglicana fundada por Enrique VIII. Y la propagación de la culpa a través de falsas acusaciones, que tendrían la consecuencia histórica de unos juicios inexplicables y criminales, con persecución a unos acusados sentenciados por prácticas de brujería. Pero, esa es otra historia...

Esas historias de purificación espiritual y huida de peregrinos extremistas, propagarían los métodos más recalcitrantes para la explicación de fenómenos naturales o circunstanciales debido a su nuevo asentamiento agrícola y ganadero. Así como, una sucesión de leyendas propiciadas por las bestias que se adentraban en la colonia (como los lobos u otras manos asesinas) con la misión de atacar a sus más desvalidos miembros, los niños. Entre bosques, pactos de lobos, asesinos escondidos, métodos inquisitoriales o pactos de brujas, el cine siempre ha puesto su foco, en las prácticas oscuras, incluso si El Día de la Bestia se avecina en un bosque de cemento de Madrid e inunda la sala con las risas.
Lejos de ahí (de la sonrisa), un director valiente y entregado a la imaginativa causa cinematográfica, a pesar de su corta experiencia en el ámbito del largometraje, construye una eficaz cinta de terror que está causando un debate interior, sobre las traumáticas escenas y el pensamiento de algunos de aquellos colonos o la superchería que envolvía sus vidas sugestionadas.

Porque, quién se acerca a una cinta de terror, pensando que asistirá a una sucesión de sustos al estilo clásico, podría decepcionarse con la pausa psicológica y el ritmo de sus personajes caóticos. Con unas interpretaciones de la realidad paralela, que son mérito tanto del casting como del trabajo de los actores elegidos, desde una pareja desasosegante de padres, tanto como los hijos, cada cual con sus miradas desafiantes. El espectador puede verse sorprendido con las sugestiones personales de estos diferentes integrantes y las intenciones primarias del miedo. Pues, este director Robert Eggers dirige su mirada (sin búsqueda de respuestas) a ese pasado convulso espiritualmente que, se enfrentaba a la naturaleza y la oscuridad espiritual con el terror existencial y los castigos físicos. Hombres y mujeres, escondían su propia angustia bajo la construcción de muros de contención, condicionados en las creencias radicalizadas y la mitología.
Sin embargo, este director instalado en Brooklyn y procedente del mundo del diseño artístico, vivió en Nueva Inglaterra con viajes habituales a la localidad de Salem en cada Halloween y una visita que recorría este folclore que le llevaría a rodar su primer corto basado en la historia de Hansel y Gretel. Pareciera evidente que su acercamiento a los cuentos populares y la mitología de seres extraordinarios y misteriosos, producirían ésta, su primera película titulada La Bruja.

Sus personajes, y los creíbles actores de The Witch (pues, cada uno de ellos realiza un trabajo portentoso a pesar de las diferencias de edad), proceden de aquella antigua consagración espiritual que derivaba de conceptos como bondad, culpa y fe, para los que la inspiración artística del montaje y la fotografía, entre luces naturales y sombras de interior, ha fundamentado Eddgers su idea particular del terror, preocupado en recrear un suspense psicológico, que retrata su alma y los envuelve de esa atmósfera densa psicologícamente. Si bien, propaga sus vaivenes interiores, sin perder la cara al terror físico o los parámetros que marcan las diferencias entre lo correcto o no, de sus relaciones e intenciones finales, o la visión mitificada de las distintas bestias que subyacen en su ficción. Mas, sin esconder una dramática realidad basada en lecturas propias de la naturaleza humana y sus debilidades personales frente a lo inexplicable.
Por si no estuvieras lo suficientemente sugestionado con el guion del propio director o las imágenes impactantes en la reclusión de estas personas expulsadas de su congregación y sus radicalizadas posturas, esta bruja premiada en el último festival de Sundance, se sumerge en la paranoia entre conversaciones endiabladas que mantienen los diferentes miembros de esta sufrida familia, y se eleva por encima de nuestro entendimiento, con el recuerdo de mundos asfixiantes e introspectivos confeccionados por la maestría de Bergman, Lars von Trier o Haneke.

Perseguidos por la postura inmisericorde de tribunales inquisitorios o dirigidos por unos cabezas de familia entregados a la devoción desproporcionada, esencialmente disparatada. Los cinco hijos se convierten en la dramática referencia de nuestra piedad con los inocentes, y las jóvenes mujeres que se enfrentan a esa lucha generacional por la virtud, mal entendida, frente a laceraciones o rezos sobre culpabilidad, más allá de su propia voluntad o valor. Sentenciadas por un pensamiento irracional de una época de oscuridad y la maldición de enfermedades mentales generadas por la superstición o actitudes coercitivas basadas en el castigo. Tanto emocional como ideológicamente carnal... aunque, el mal no aparezca siempre flotando en la atmósfera con figura libidinosa, el verbo descansa en el horror y se puede transformar en cualquiera de las criaturas, denominadas "de Dios".
En ese campo de batalla, convergen las fuerzas de la naturaleza con el poder incontrolable de seres sobrehumanos o místicos, que atacan la entidad familiar frente a la deshonra de una expropiación tanto moral como material, fuera de la comunidad y rayana al bosque. Ese lugar mágico que esconde la mayor de todas sus nuevas preocupaciones, como ocurriese en cintas como El Bosque de M. Night Syamalan, La Noche del Cazador de Charles Laughton, el Anticristo o la Melancolía de Lars von Trier, o ciertas sociedades distópicas de Haneke.

Leyendas de la antigüedad que regresan para apoderarse de su carne o la voluntad, de igual forma que aquellas películas cuyos participantes se vieron golpeados o maltratados por la encarnación maligna, como .... en los cuentos de Grimm, pactos de lobos, jinetes sin cabeza, chupasangres, Brujas de Salem o modernas de Eastwick, el Bosque de Shyamalan o cultos satánicos y aquelarres perdidos en escenarios recónditos, agrestes o rodeados del cemento madrileño en El Día de la Bestia. Aquí, en The Witch sin mínimo rastro de humor, sólo preguntas sin definición... no para hacernos orar, sino meditar.
Pero, The Witch posee otra característica que la hace imprescindible, además de la estética ambiciosa y la textura asfixiante de sus diálogos, son sin duda sus protagonistas. Un reparto perfectamente elegido y encabezado por unas figuras paternales casi dueñas mortificadoras de las almas de sus propios hijos. Jóvenes actores, también, cuyos trabajos sobresalen por esa increíble y sugerente interpretación de la inocencia perdida.
El guion se encarga de impregnarles de la duda ante lo desconocido e impredecible ahí afuera, entre los árboles y la cerca de su granja, y la profundidad de las sombras del bosque (aquí no tan negro como las tierras frías del Norte de un Juego de Tronos o la batalla entre el bien y el señor oscuro propietario de los anillos) sino más real y frío que los sueños incoherentes de Hugh Dancy en la serie Hannibal; así que, los niños se aparecen ante nosotros como los súbditos o bestias, sacrificios a esa oscuridad entre los tranquilos animales de su granja e instrumentos cortantes, la conciencia paternal y el aparente verdor que les rodea silenciosamente.

Ella, la pequeña de la familia es una sorprendente actriz, que cambiará su inocencia por una muestra del poder oculto a su alrededor, siempre reflejada en su mirada con absoluta eficacia, o los cuadros costumbristas de una novela de Washington Irving entre las travesuras de sus hermanos mellizos y los gritos familiares. La fuerza del mediano encarnado por otro joven actor con carácter indudable para el oficio de actor y la transgresión, Harvey Scrimshaw que redefine los parámetros de la actuación en el género del terror, como hiciera Linda Blair en El Exorcista.
Especialmente, nuestra referencia va encaminada a la principal protagonista, visión de la iluminación prístina que acaba tentada por esa atracción revolucionaria, de todas esas ideas adocenadas y antiguas frente a una atracción invariable de los jóvenes frente al peligro y lo desconocido. Su postura indefinida con trazas de exaltación sexual o violenta adecuación de normas establecidas por tutores, los ojos de Anya Taylor-Joy se convierten en la pupila del director y un receptáculo de todas nuestras miradas al otro lado de la pantalla, pues describe lo ocurrido con su lengua afilada (como el filo de un hacha) con una actitud transgresora y sobrenatural, tanto que ha sido llamada por el mismo Shyamalan para su próximo proyecto, junto a James McAvoy.
Aparentemente, todo evoluciona según las reglas que rigen en la casa solitaria y los trabajos habituales se convierten en una escapada a otros mundos distantes y mágicos, siendo los padres encarnados por Ralph Ineson (con papeles en Guardianes de la Galaxia o Blancanieves: El Cazador y la Reina de Hielo) y la irascible madre interpretada por Kate Dickie (Prometheus, Game of Thrones), son la entrada ceñuda a una escalada psicótica y peligrosa de varias aptitudes sociales, entre los valores erróneos de la historia y encuentros con el Mal en su estado puro.

Robert Eggers ha fijado su mirada en otra historia, quizás un relato cinematográfico en el futuro, ha declarado: "... voy a leer y profundizar en La Reina de las Hadas del poeta inglés Edmund Spencer". De hecho, Eggers cita ilustradores de cuentos de hadas como Arthur Rackham, Edmund Dulac y Howard Pyle, junto con Bergman y Tarkovski, como posibles influencias.

En definitiva, reflejos enfermizos de nuestro cerebro y barroquismo esotérico envuelto en las notas de cuerda y las voces corales, casi de ultratumba, compuestas por Mark Korven... que se elevan entre la iluminación natural o el efecto de blancura espiritual, frente a la amenaza de una oscuridad que osa acercarse a la granja y la mente de los pequeños, a plena luz del día. Gracias a un montaje ágil y guion fascinante, con la música y efectos, vamos profundizando en la psicología de los personajes. Expresiones artísticas de la realidad como los efectos sonoros, la voz suplicante que desprenden las palabras contra entidades inmóviles de la casa, objetos, textos sagrados y otros seres animados, como la respiración frondosa del vecino bosque, o unas reglas establecidas por la religión o la propia naturaleza.
Puede que todo ello, no sea lo estipulado para una cinta de horror de estas características sobrenaturales, ni los tiempos actuales estén adecuados para contar una historia que pertenece a una época oscura de enfermedad psicótica o ese miedo a las dudas ancestrales de la humanidad que permanecen sin respuesta. Ni que los seres recreados tengan paralelismos con la calidad digital de los medios actuales o la tecnología visual de rodaje, pero sus personajes dejarán un marcada huella en aquellos que se acerquen libremente a su vida pretérita y las actitudes que conformaban una educación anclada en el medievo. El cine se engrandece con la importancia de unas respuestas inteligentes, frente a las que buscaban la palabra divina como forma de reivindicar nuestro lugar en el planeta. La fe frente a el mundo de las ideas o los sueños, las palabras frente al poder de la imagen... el dolor frente a la brujería del Séptimo Arte.

Soundtrack The Witch, Mark Korven.

Cinemomio: Thank you

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